
Comentario de las lectura
Transfiguración del Señor – 6 de agosto de 2017
Contemplar su rostro transfigurado: una experiencia que todo discípulo debe hacer
Introducción
Inmediatamente después de la historia de la Transfiguración, los tres Evangelios sinópticos cuentan la historia de la curación de un niño epiléptico. “Jesús baja de la montaña con Pedro, Santiago y Juan. Ellos ven a un hombre que se aleja de la multitud, y viene corriendo hacia él y le pide ayuda. Maestro, te ruego que te fijes en mi hijo, que es único –dice–, cuando el espíritu maligno se apodera de él, de repente grita, lo retuerce, lo hace echar espuma por la boca, agotándolo, rogué a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron” (Lc 9,38-40).
Jesús les había dado “poder y autoridad para expulsar a todos los espíritus malignos y curar enfermedades” (Lc 9,1). ¿Por qué no pudieron llevar a cabo su misión?
La razón se encuentra enseguida: porque no han estado en la montaña con el Maestro. Aquellos que no han visto su rostro glorioso no pueden luchar efectivamente contra las fuerzas del mal que afligen a la humanidad.
La tradición coloca la transfiguración de Jesús en el monte Tabor, una montaña que se levanta, aislada, en medio de la llanura fértil de Esdrelón. Cubierto con encinas, algarrobos y pinos desde la antigüedad, se llamaba la montaña sagrada y en la parte superior se ofrecían cultos a los dioses paganos. Hoy el lugar invita a la meditación y a la oración. Allí es natural elevar nuestra mirada al cielo y nuestro pensamiento a Dios.
No importa cuán impresionante sea esta experiencia, hay que señalar que el evangelio no habla de Tabor, sino de una montaña alta. En el lenguaje bíblico, la montaña no indica un lugar material, sino la experiencia interna de una manifestación de Dios, cuando culmina la intimidad con el Señor.
Recurriendo al lenguaje de los místicos podríamos llamarlo la condición espiritual del alma que se siente disuelta en Dios, llegando casi a identificarse con sus pensamientos y sus sentimientos.
Jesús sale de la llanura y lleva a algunos discípulos a lo alto; los aleja del razonamiento y de los cálculos humanos para introducirlos en los inescrutables designios del Padre. Los hace subir para traerlos de vuelta, transformados, a la tierra donde son llamados a trabajar.
Los que verdaderamente aman a la humanidad y quieren comprometerse en la construcción del reino de Dios en el mundo deben primero levantar sus ojos al cielo, afinar sus pensamientos y proyectos con los del Señor. Deben, ante todo, “ver” a quien hace de la vida un regalo, no en la vestidura oscura del perdedor, sino envuelto en una luz deslumbrante y gloriosa.
En la “montaña”, Jesús se ve diferente de cómo lo juzgaban las personas. Allí experimenta una metamorfosis: su rostro desfigurado se transfigura, las tinieblas del fracaso se iluminan, el traje desgastado del sirviente se convierte en una bella túnica real, la oscuridad de la muerte se disuelve en el alba de la Pascua.
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
“Señor, concédenos contemplar el rostro del Cristo transfigurado en el rostro desfigurado de la gente”.
Primera Lectura: Daniel 7,9-10.13-14
7,9: Durante la visión vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó: Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. 7,10: Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la session y se abrieron los libros. 7,13: Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. 7,14: Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. – Palabra de Dios
El capítulo del que se toma la lectura se abre con una dramática visión nocturna. Daniel ve surgir del océano –es el símbolo del mundo hostil y del caos en el antiguo Oriente Medio– cuatro enormes bestias: un león, un oso, un leopardo y una cuarta bestia terrible, temerosa, por la fuerza excepcional, capaz de aplastardo todo con sus dientes de hierro (Dn 7,2-8).
El lenguaje y las imágenes son apocalípticos. Las referencias y alusiones a la historia de los pueblos que son simbolizados no son difíciles de descifrar porque es el mismo profeta, en la secuela de la historia, quien aclara su significado (Dn 7,17-27). Los fieros animales son los cuatro grandes imperios que han tenido lugar en el mundo y oprimieron al pueblo de Dios.
El león indica el reinado sangriento de Babilonia, la condenada, la ciudad cruel que destruyó Jerusalén y su templo; El oso es el pueblo de Medas, codicioso y siempre dispuesto a atacar; El leopardo con cuatro cabezas es el símbolo de Persia que mira en todas direcciones sobre la presa; la cuarta bestia, la más asustadiza, representa el reinado de Alejandro Magno y sus sucesores, los Diadochi o los seis generales de Macedonia.
De estos, uno es particularmente siniestro, Antíoco IV, el perseguidor de los santos fieles a la ley de Dios. Él ejerce el poder en el tiempo en que el libro de Daniel fue redactado. En la historia, los reinados, que eran crueles y despiadados con los débiles, siempre han tenido éxito. Eran imperios que violaban los derechos de los pueblos y se imponían con violencia y abuso de poder y se comportaban como bestias salvajes.
¿El mundo será siempre víctima de gobernantes arrogantes cuyo dios es su fuerza? ¿Será el Señor indiferente a la opresión de su pueblo? Estas son las preguntas angustiosas que Daniel, en nombre de Dios, quiere responder. Aquí se introduce la gran escena tomada de la primera parte de nuestra lectura (versículos 9-12).
Los tronos se colocan en el cielo. Un anciano –representando al Señor mismo– está sentado para el juicio y pronuncia la sentencia: las bestias son privadas de poder y la última es muerta, despedazada y arrojada al fuego (Dn 7,9-12). Entonces, ¿qué pasa? El vidente continúa reportando su revelación: “Seguí observando la visión nocturna. Uno como hijo de hombre vino sobre las nubes del cielo. Se enfrentó al de la Gran Edad. Dominio, honor y realeza le fueron dados”.
“Hijo del hombre” es una expresión hebrea que significa simplemente el hombre. Las personas impulsadas por instintos animales siempre han manejado el mundo; ahora ya no más, viene uno, uno con un corazón humano. ¿Quién es este personaje? Él no viene del mar como los cuatro monstruos, sino del cielo, de Dios.
El autor del Libro de Daniel no estaba pensando en un individuo, se estaba refiriendo a Israel que, después de la gran tribulación soportada bajo Antíoco IV, habría recibido de Dios un reino eterno que nunca se pondría. Todos los pueblos le serían subyugados sin ser oprimidos porque su rey habría tenido el corazón de un hombre.
Con esta profecía, escrita durante la persecución del malvado Antíoco IV (167-164 aC), el autor quiso infundir valor y esperanza en su pueblo. La opresión –aseguró– estaba llegando a su fin; unos pocos años más y Dios le entregaría a Israel la dominación del mundo.
¿Cuándo se cumple esta profecía? Después de dos o tres años, Israel logró obtener independencia política, y muchos sintieron que finalmente era el reinado del “hijo del hombre” prometido por Daniel. Por desgracia, los hechos desmentían estas expectativas. Los Macabeos, heroicos líderes de la resistencia judía, conquistaron el trono, pronto olvidaron el pacto con el Señor y se convirtieron en opresores. Siguieron recitando el guión de las bestias: enemistades familiares, intrigas por el poder, crueldad, vida refinada en la corte, corrupción religiosa y moral.
La profecía, ahora la conocemos, no se cumple con ellos, sino con el advenimiento de Jesús, el “hijo del hombre” que comenzó el reinado llegando entre las nubes del cielo (Mc 14,62). Ha presentado nuevos actores para recitar el antiguo guion. Cambió el guion, ha introducido una nueva política, frente a lo que, en cada época, ha dado lugar a reinos de animales salvajes: no más subir a dominar sino bajar a recibir órdenes; no la esclavitud de los débiles, sino el servicio prestado a los débiles.
Su reinado no comenzó con una victoria, sino en la derrota. Los poderes políticos, económicos y religiosos de su tiempo se han unido para eliminarlo y lo mataron, seguros de que habían terminado su propuesta. En cambio, su derrota marcó el comienzo del nuevo mundo.
Teniendo en sí un poder divino, este reino del Hijo del hombre, a pesar de la oposición furiosa con la que siempre tendrá que lidiar, tiene la intención de expandirse y tomar posesión de todos los corazones. Será “como el alba que se vuelve más brillante hasta la plenitud del día” (Pro 4,18).
Segunda Lectura: 2 Pedro 1,16-19
1,16: Porque cuando les anunciamos el poder y la venida del Señor nuestro Jesu cristo, no nos guiábamos por fábu las ingeniosas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. 1,17: En efecto, él recibió de Dios Padre honor y gloria, por una voz que le llegó desde la sublime Majestad que dijo: Éste es mi Hijo querido, mi predilecto. 1,18: Esa voz llegada del cielo la oímos nosotros cuando estábamos con él en la montaña santa. 1,19: Con ello se nos confirma el mensaje profético, y ustedes harán bien en prestarle atención, como a una lámpara que alumbra en la oscuridad, hasta que amanezca el día y el astro matutino amanezca en sus mentes. – Palabra de Dios
Los primeros cristianos –y el mismo Pablo– estaban convencidos de que el Señor pronto se manifestaría en su gloria y presentaría a sus fieles en su reino. Hacia finales del siglo I d.C., sin embargo, la ilusión comenzó a difundirse entre los discípulos por el fracaso del Señor, mientras que los incrédulos preguntaron burlonamente: “¿Qué ha sido de la venida de esta promesa? Desde que murieron nuestros padres en la fe, todo sigue como era desde el principio del mundo” (2 P 3,4).
Para socavar la fe de los discípulos, algunos escépticos difundieron hasta la sospecha de que la profecía de la venida del Señor no era más que un mito desarrollado por personas inteligentes para controlar a las personas ingenuas y crédulas.
Un discípulo de Pedro responde a estas insinuaciones malévolas. Escribiendo en nombre del maestro, sostiene, como prueba irrefutable de la verdad del mensaje anunciado, la experiencia personal de Pedro “sobre la montaña santa” y el testimonio dado por los apóstoles que “vieron” la grandeza del Señor Jesús. Envueltos en la gloria de una divina epifanía, han “oído” la voz del Cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
No era un cuento de hadas inventado. Fue una revelación recibida por los que han vivido con Jesús de Nazaret. Ellos, iluminados desde arriba, han contemplado su rostro brillante y glorioso.
Y continúa: somos como centinelas que vigilan por la noche y miran fijamente al horizonte, esperando ansiosamente que aparezca la brillante “estrella de la mañana” (Ap 2,28; 22,16), portadora de un nuevo día.
En anticipación a este alegre amanecer, las caras de los creyentes son iluminadas y sus pasos guiados por una lámpara que brilla en un mundo todavía envuelto en una densa oscuridad. La lámpara es la palabra de Dios transmitida por las Sagradas Escrituras (versículo 19).
Evangelio: Mateo 17,1-9
17,1: Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. 17,2: Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. 17,3: De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. 17,4: Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: —Señor, ¡qué bien se está aquí! Si te parece, armaré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. 17,5: Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa les hizo sombra y de la nube salió una voz que decía: —Éste es mi Hijo querido, mi predilecto. Escúchenlo. 17,6: Al oírlo, los discípulos cayeron bo ca abajo temblando de mucho miedo. 17,7: Jesús se acercó, los tocó y les dijo: —¡Levántense, no tengan miedo! 17,8: Cuando levantaron la vista, solo vieron a Jesús. 17,9: Mientras bajaban de la montaña, Jesús les ordenó: —No cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. – Palabra del Señor
Siempre hay que ser muy cauteloso al acercarse a un texto del Evangelio por lo que a primera vista parece ser una crónica de hechos, en una mirada más cercana, a menudo se revela un texto de teología elaborado según los cánones de lenguaje bíblico El relato de la Transfiguración de Jesús, relatado casi idénticamente por Marcos, Mateo y Lucas, es un ejemplo.
Es responsabilidad del erudito bíblico identificar la forma literaria de la historia, evidenciar las referencias al Antiguo Testamento y decodificar las diversas imágenes, de tal manera que el pasaje pueda emerger, limpio y ver el mensaje que el evangelista tiene la intención de comunicar.
El pasaje evangélico propuesto hoy requiere un enfoque atento y un estudio preciso, aunque parezca meticuloso y tal vez un poco árido.
Se abre con una entrada aparentemente irrelevante: “Después de seis días”. ¿Después de qué? No se dice, pero la referencia parece ser el debate más probable sobre la identidad de Jesús que ocurrió en la región de Cesárea de Filipo (Mt 16,13-20). Allí, Pedro profesó su fe en Jesús: “Tú eres el Mesías”, pero los sueños que tuvo no eran los del Maestro, que de hecho lo amonestó: “No piensas como Dios lo hace, sino como lo hace la gente” y le ordenó a los discípulos que no lo dijeran a nadie (Mt 16,20). Primero, tuvo que corregir el error, el malentendido sobre su identidad como Mesías: persistentemente siguen queriendo que se oriente hacia el éxito, mientras que la meta establecida por Dios se encuentra en la dirección opuesta. Es en este contexto de cambio de mentalidad que Mateo coloca la “transfiguración”. Jesús lleva consigo a tres discípulos y sube la montaña.
La montaña, en la Biblia –como, en verdad, entre todos los pueblos de la antigüedad– era el lugar del encuentro con Dios. Fue en la montaña que Moisés tuvo la manifestación de Dios y recibió la revelación que más tarde fue transmitida al pueblo. También fue en la cima del Horeb que Elías se encontró con el Señor.
Hay más. Si leemos Éxodo 24, encontramos que de Moisés se dijo que “después de seis días” (Éx 24,16), no fue solo, sino que tomó a Aarón, Nadab y Abiú con él (Éx 24,1.9), y estaba envuelto en una nube. En la montaña, incluso su rostro fue transfigurado por el esplendor de la gloria de Dios (Éx34,30). Basta con concluir que, con estas alusiones del Antiguo Testamento, el evangelista tenía la intención de comunicar un mensaje. Tiene la intención de presentar a Jesús como el nuevo Moisés, como el que entrega la nueva ley al nuevo pueblo, representado por los tres discípulos. Jesús es la revelación definitiva de Dios.
El rostro resplandeciente y las túnicas brillantes (v. 2). Estas son también las razones que se repiten frecuentemente en la Biblia. Las encontramos en la primera lectura; el autor de los Salmos los usitizó: El Señor está “cubierto de majestad y esplendor, envuelto en luz como con una vestidura”, dice el salmista (Sal 104,1-2).
Utilizando estas imágenes, el evangelista hace auténtica profesión de fe en la divinidad de Jesús.
El significado de la nube luminosa que envuelve a todos con su sombra es idéntico (v. 5). El libro del Éxodo habla de una nube luminosa que protegía al pueblo de Israel en el desierto (Éx 13,21), un signo de la presencia de Dios que acompañaba a su pueblo en el camino. Cuando Moisés recibió la ley, la montaña fue envuelta por una nube (Éx 24,15-16). También bajó con el rostro brillante (Éx 39,29-35). La nube y el rostro brillante son por lo tanto un reflejo de la presencia de Dios.
Usando estas imágenes, Mateo dice que Pedro, Santiago y Juan, en un momento particularmente significativo de sus vidas, han sido introducidos al mundo de Dios y han disfrutado de una iluminación que les hizo entender la verdadera identidad del Maestro y el destino de su vida. No sería el Mesías glorioso que esperaban, sino un Mesías que, después de un severo conflicto con el poder religioso, se opondría, lo perseguiría y lo mataría. También se dieron cuenta de que su destino no sería diferente al del Maestro.
La voz del cielo (v. 5) es una expresión literaria frecuentemente utilizada por los rabinos cuando, al final de una larga discusión, sacan conclusiones y presentan el pensamiento de Dios.
El tema tratado en el capítulo anterior (Mt 16) se refería a la identidad de Jesús. El propio Maestro había abierto el debate con la pregunta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” (Mt 16,13). Después de exponer las diversas opiniones, los apóstoles, por la boca de Pedro, habían expresado su convicción de que él es el esperado Mesías. La voz del cielo –introducida en el relato de la transfiguración– declara la opinión de Dios: “Jesús es el amado”, el siervo fiel en quien Dios se complace (Is 42,1).
Esta “voz” que declaraba las mismas palabras ya se oía en el bautismo. “Este es mi Hijo amado” (Mt 3,17). Ahora se añade una exhortación: “Escúchenlo”. Óiganlo, aunque parezca proponer caminos demasiado exigentes, para indicar las vías estrechas y empinadas, las opciones paradójicas y humanamente absurdas.
En la Biblia, la palabra “escuchar” no sólo significa “oír” sino que a menudo es equivalente a “obedecer” (Éx 6,12; Mt 18,15-16). La recomendación que el Padre da a Pedro, Santiago y Juan, y a través de ellos, a todos los discípulos, es “poner en práctica” lo que Jesús enseña. Es la invitación a centrar la vida en la propuesta de las bienaventuranzas.
¿Quiénes son Moisés y Elías? El primero es el que dio la ley a su pueblo; el otro era considerado el primero de los profetas. Para los israelitas, estos dos personajes representaban las Sagradas Escrituras. Todos los libros sagrados de Israel están destinados a llevar a un diálogo con Jesús; se orientan hacia él. Sin él, el Antiguo Testamento es incomprensible, pero también Jesús, sin el Antiguo Testamento, sigue siendo un misterio. El día de Pascua, para que el significado de su muerte y resurrección sea claro para sus discípulos, recurrirá al Antiguo Testamento: “Comenzando con Moisés y todos los profetas, les explicó todo lo que en las Escrituras se refería a sí mismo” (Lc 24,27).
El significado de la imagen de las tres tiendas no es fácil de determinar. Seguramente se refieren al sendero del éxodo y aquí indican, tal vez, el deseo de Pedro de detenerse, de perpetuar la alegría experimentada en un momento de intimidad espiritual con el Maestro. El que construye una tienda quiere arreglar su morada en un lugar y no moverse, al menos por un tiempo. Jesús en cambio está siempre en movimiento. Él va directamente a un destino y los discípulos deben seguirlo.
Nuestra propia experiencia espiritual nos puede ayudar a entender: después de haber hablado extensamente con Dios, no estamos dispuestos a volver a la vida cotidiana –los problemas, los conflictos sociales y los desacuerdos familiares, los dramas que debemos enfrentar nos asustan, sin embargo, sabemos que escuchar la palabra de Dios no lo es todo. La relación “sana” con el Señor no conduce a la retracción hacia uno mismo, no se cierra en una intimidad espiritual estéril. Es necesario salir a conocer y servir a los hermanos y hermanas, para ayudar a los que sufren, para estar cerca de alguien que necesita amor. Después de descubrir en la oración el camino a seguir, es necesario ponerse en el seguimiento de Jesús que sube a Jerusalén para ofrecer su vida.
Resumamos el significado de la escena: todo el Antiguo Testamento (Moisés y Elías) recibe su cumplimiento en Jesús. Pedro no entiende el significado de lo que está sucediendo. Aunque en palabras proclama a Jesús como “el Cristo” (Mt 16,16), sigue profundamente convencido de que él es sólo un gran personaje, un hombre al nivel de Moisés y Elías, para esto, sugiere que tres carpas iguales sean construidas.
Dios interviene para corregir la falsa interpretación de Pedro: Jesús no es sólo un gran legislador o un mero profeta, es el “Hijo amado” del Padre. Los tres personajes no pueden seguir estando juntos por más tiempo. Jesús se destaca claramente de los demás y es absolutamente superior.
Israel había escuchado la voz del Señor, la cual había sido transmitida por Moisés y los profetas. Ahora bien, esta voz –dice Pedro– llega a las personas a través de Cristo. Es sólo él y él a quien los discípulos deben escuchar. Se observa que, cuando los tres miran hacia arriba, no ven más que a Jesús. Moisés y Elías se han ido, ya han cumplido su misión: han presentado al mundo el Mesías, el nuevo profeta, el nuevo legislador.
Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini con el comentario para el evangelio de hoy: http://www.bibleclaret.org/videos