
Comentario de las lecturas
3er domingo de Pascua – 5 de mayo de 2019 – Año C
Mucho esfuerzo para nada
Introducción
En la comunidad cristiana elaboramos programas pastorales ambiciosos, en la familia ponemos en práctica las últimas técnicas psicológicas para educar mejor a los niños, hacemos todo lo posible, hacemos planes, y, sin embargo, sabemos que, incluso los esfuerzos más loables, no siempre tienen éxito. El niño: inscrito, con muchos sacrificios, en la más famosa de las escuela católicas, el curso de Inglés, natación, música, entrenado en los cánones religiosos tradicionales; un día se defraudan todas las expectativas, él dice que no tiene ideales y piensa en disfrutar de la vida. ¿Por qué?
Algo similar sucede con nosotros como lo que sucedió con los siete discípulos. Después de Pascua, fueron a pescar: eran gente entrenada, experimentada, personas dispuestas. Habían trabajado toda una noche, pero no habían conseguido nada. Muchos esfuerzos se vieron frustrados: actuaron en la oscuridad sin la luz de la palabra del Resucitado. A veces esta palabra parece dar directrices absurdas, carece de toda lógica, contraria al sentido común: la construcción de un mundo de paz sin el uso de la violencia, poner la otra mejilla, amar al enemigo, rechazar la competencia, ser pobre … estas son sugerencias son tan absurdas como el echar las redes a plena luz del día. Pero la elección es entre a la confianza y conseguir un resultado y en esforzarse sin lograr nada.
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
“Sin ti, Señor, sin su palabra, no podemos hacer nada”.
Primera Lectura: Hechos 5,27b-32,40b-41
El aquellos días el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo: 5,28: –Les habíamos ordenado no enseñar mencionando ese nombre, y han llenado Jerusalén con su doctrina y quieren hacernos responsables de la muerte de ese hombre. 5,29: Pedro y los apóstoles replicaron: –Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. 5,30: El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, a quien ustedes ejecutaron colgándolo de un madero. 5,31: A él, Dios lo ha sentado a su derecha, nombrándolo jefe y salvador, para ofrecer a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. 5,32: De estos hechos, nosotros somos testigos con el Espíritu Santo que Dios concede a los que creen en él. 5,40: Llamaron a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los despidieron. 5,41: Ellos se marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por el nombre de Jesús. – Palabra de Dios.
La comunidad cristiana, desde los primeros años de vida, tuvo que enfrentarse a la oposición de los líderes espirituales de Israel que condenaron a Jesús de Nazaret como un blasfemo. Luego de su muerte ignominiosa, por Anás y Caifás, el caso fue finalmente cerrado; también porque los discípulos no dieron ninguna señal de valor y escaparon a toda prisa.
Mientras tanto, pasa un corto período de tiempo y estos discípulos pierden el miedo; se organizan en una nueva y peligrosa “secta” que se atreve –como lo hizo el Maestro– a desafiar a la autoridad religiosa indiscutible de los líderes del pueblo. Un día, estos líderes deciden detener a los apóstoles y hacerlos aparecer ante el Sanedrín. Después de haberlos interrogado, el sumo sacerdote recuerda la disposición que les ha dado de no enseñar en el nombre de Jesús y les reprende: “Quieren hacernos responsables de la muerte de ese hombre” (v. 28). Obsérvese cómo Caifás evita pronunciar el nombre “Jesús”; lo llama: “ese hombre”. De ninguna manera intimidado, Pedro, en nombre de todos, responde: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (v. 29).
Jesús fue una persona incómoda para los que ostentaban el poder, tanto político como religioso. Los apóstoles fueron igualmente incómodos para los poderes fácticos, y por eso fueron perseguidos.
Los cristianos incomodan por naturaleza. Ellos fueron y serán siempre una molestia para los defensores de las situaciones injustas e incompatibles con el Evangelio; han perturbado y siempre molestarán a aquellos que quieren perpetuar las tradiciones intolerables, dañando la dignidad humana. No van a dejar en paz a los que codifican las prácticas que violan los derechos humanos.
La segunda parte de la lectura (vv. 30-32) contiene un breve discurso que resume todo el mensaje cristiano de la resurrección. Pedro hace un dramático contraste entre la acción de Dios y el de las autoridades religiosas judías. Afirma: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien ustedes mataron”. Al que fue condenado como persona peligrosa, como enemigo del orden establecido, Dios exaltó como Príncipe y Salvador.
Segunda Lectura: Apocalipsis 5,11-14
Yo, Juan, me fijé y escuché la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los vivientes y los ancianos: eran millones y millones, 5,12: y decían con voz potente: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, el saber, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. 5,13: Y escuché a todas las criaturas, cuanto hay en el cielo y en la tierra, bajo tierra y en el mar, que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza y el honor y la gloria y el poder por los siglos de los siglos. 5,14: Los cuatro vivientes respondían Amén y los ancianos se postraban adorando. – Palabra de Dios
Hay preguntas que no podemos contestar: ¿Por qué existe el dolor? ¿Por qué hay personas con suerte en este mundo, y desafortunados que, por culpa de nadie, no están contentos? ¿Por qué un niño inocente sufre una enfermedad incurable? ¿Por qué hay guerras, terremotos, desastres? ¿Por qué existe la muerte? ¿Y después de la muerte? La existencia humana parece estar envuelta en la oscuridad, como un libro de misterio que nadie puede descifrar.
Al inicio del capítulo 5 del Apocalipsis, el autor describe una escena solemne y grandiosa: El Cordero que fue inmolado se está acercando al trono de Dios, lleva en la mano derecha el libro y rompe los sellos. El significado de la visión es el siguiente: el Cordero es Jesús, es el único que puede abrir el libro que contiene la respuesta a las preguntas más inquietantes del corazón humano. Sólo él es capaz de dar sentido a los acontecimientos de la historia, para iluminar muchos dramas y tanto sufrimiento.
El pasaje tomado en nuestra lectura comienza en este punto. Los ángeles, todos los seres vivos, todos los miembros del Pueblo de Dios, están encantados y agradecidos con el Cordero que, con su muerte y resurrección, ha arrojado luz sobre los misterios más profundos de la vida humana y unen sus voces en un canto de alegría. Las criaturas inanimadas se unen en este elogio proclamado por seres inteligentes (v. 13).
La canción de la creación indica que todas las criaturas fueron liberadas de la esclavitud del pecado. Cuando las personas las utilizan para el mal son esclavas; no sirven al propósito para el cual Dios las había hecho. Pero el sacrificio del Cordero ha transformado el corazón del hombre y en adelante sirven al bien. La redención también vino para ellos, es por eso que se regocijan de alegría.
Evangelio: Juan 21,1-19
Jesús se apareció de nuevo a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se apareció así: 21,2: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos. 21,3: Les dice Simón Pedro: –Voy a pescar. Le responden: –Nosotros también vamos. Salieron, y subieron a la barca; pero aquella noche no pescaron nada. 21,4: Al amanecer Jesús estaba en la playa; pero los discípulos no reconocieron que era Jesús. 21,5: Les dice Jesús: –Muchachos, ¿tienen algo de comer? Ellos contestaron: –No. 21,6: Les dijo: –Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán. Tiraron la red y era tanta la abundancia de peces que no podían arrastrarla. 21,7: El discípulo amado de Jesús dice a Pedro: –Es el Señor. Al oír Pedro que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. 21,8: Los demás discípulos se acercaron en el bote, arrastrando la red con los peces, porque no estaban lejos de la orilla, apenas unos cien metros. 21,9: Cuando saltaron a tierra, ven unas brasas preparadas y encima pescado y pan. 21,10: Les dice Jesús: –Traigan algo de lo que acaban de pescar. 21,11: Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, la red no se rompió. 21,12: Les dice Jesús: –Vengan a comer. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. 21,13: Jesús se acercó, tomó pan y se lo repartió e hizo lo mismo con el pescado. 21,14: Ésta fue la tercera aparición de Jesús, ya resucitado, a sus discípulos. 21,15: Cuando terminaron de comer, dice Jesús a Simón Pedro: –Simón hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos? Él le responde: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: –Apacienta mis corderos. 21,16: Le pregunta por segunda vez: –Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Él le responde: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. – Palabra del Señor
Si tenemos en cuenta este pasaje como una crónica de un hecho narrado por un testigo ocular, seguramente descubriremos algunas dificultades. Sorprende, por ejemplo, que después de tantas manifestaciones del Resucitado, los discípulos todavía no lo reconocen cuando se encuentran con él la tercera vez (v. 14). Incluso hay una fuerte sensación de que nunca lo han visto antes. Tampoco está claro por qué se maravillan de la pesca milagrosa, cuando Lucas dice que ya habían sido testigos de un incidente similar el día en que Jesús los invitó a seguirlo para la pesca de la gente (Lc 5,1-11). Por otra parte, ¿por qué fueron Pedro y los otros apóstoles a Galilea a reanudar su vida como pescadores? ¿No se han dedicado por completo al anuncio del Evangelio después de la Pascua?
Estas dificultades son valiosas porque nos hacen sospechar sobre el género literario del texto: no estamos leyendo un informe de noticias, sino un texto de teología; y el idioma es bíblico, no periodístico. Por tanto, es difícil determinar lo que realmente sucedió. El evangelista sin duda quiere decir que los apóstoles han tenido la experiencia del Resucitado, pero sobre todo quiere dar catequesis a los cristianos de su comunidad.
El domingo pasado leímos dos manifestaciones del Señor: una que se produjo el domingo de Pascua, cuando Tomás estaba ausente, y la otra, ocho días más tarde, cuando Tomás estaba presente. Esta insistencia en el ritmo “semanal”, dijimos, fue cómo Juan quería que los cristianos cayeran en cuenta que cada vez que se reunían en el día del Señor, para celebrar la Eucaristía, el Señor resucitado estaba en medio de ellos.
A diferencia del evangelio de la semana pasada, aquí Jesús se les apareció en un día laborable, no en un domingo, cuando los discípulos están en su trabajo. Regresaron a su vida cotidiana. ¿Qué hacen los discípulos de Cristo durante la semana? ¿Qué misión se les confía y cómo la llevan a su cumplimiento? A estas preguntas responde el evangelista narrando un episodio lleno de simbolismo que ahora vamos a tratar de decodificar.
Comencemos con los ocupantes de la embarcación: son siete. Este número representa la perfección, lo completo. Pedro y los otros seis representan a todos los discípulos que componen toda la comunidad cristiana. El simbolismo podría ir aún más lejos si vemos la identidad de los discípulos, una imagen de los diversos tipos de cristianos que, a pesar de sus limitaciones y sus defectos, tienen todavía el derecho a ser parte de la Iglesia: aquellos que tienen dificultad para creer (Tomás ); aquellos que son un poco “fanáticos” (los dos hijos de Zebedeo, que querían hacer descender fuego del cielo contra los samaritanos; Lc 9,54); aquellos que niegan al Maestro (Pedro); los vinculados a las tradiciones del pasado, pero honestos y abiertos a los signos de los tiempos (Natanael); y también los cristianos anónimos que no son conocidos por todos (los dos discípulos anónimos).
El mar, como hemos señalado a menudo, era para los israelitas el símbolo de todas las fuerzas hostiles a la humanidad.
Si estar bajo el agua significa estar a merced del mal, ir a pescar, por tanto, significa salir de esta condición de “no vida”, librar de la acción de fuerzas malignas que mantienen a las personas en situaciones de muerte. Pensemos en toda la esclavitud que nos impide vivir con alegría, de sonreír, la avidez de dinero, rencores, pasiones ingobernables, las drogas, la pornografía, la ansiedad, la prisa, el remordimiento, el miedo ….
Ahora está claro lo que quería decir Jesús cuando dijo a sus discípulos: “Síganme, y los haré pescadores de hombres” (Mc 1,17). De hecho, aquí están en el trabajo. Pedro está de vuelta para hacer su trabajo, no la pesca material, sino que, en el lenguaje teológico del evangelista, significa la misión apostólica de la Iglesia comprometida con la liberación de las personas. En el Evangelio de Mateo, el reino de los cielos es semejante a una red echada en el mar que recoge toda clase de peces, y cuando está llena, se arrastra hasta la orilla (Mt 13,47-48).
La oscuridad que acompaña a la noche tiene también un significado negativo. “Los que andan de noche, tropiezan” (Jn 11,10), “el que me siga no caminará en tinieblas” (Jn 8,12) –dijo Jesús. Durante la noche no se puede actuar o orientarse (Jn 9,4). Sin luz, la “pesca” de los discípulos no puede obtener ningún resultado.
No sólo les falta la luz, sino también Jesús; de hecho, de acuerdo con el simbolismo del evangelista Juan, no hay luz porque no está Jesús, que es “la luz del mundo” (Jn 8,12). Pedro y los demás están comprometidos al máximo en la misión que se les ha confiado, pero no obtienen nada. Podrían haber adivinado la razón de su fracaso y recordar las palabras del Maestro: “Sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15,5).
Están solos, tal vez ellos también se sienten abandonados en medio de peligros y dificultades. Piensan que tienen que llevar a cabo su misión como “pescadores de hombres” dependiendo exclusivamente de su capacidad y de su fuerza. Ellos no ven a Jesús; no perciben su presencia porque se ven empañados por la falta de fe. Ni siquiera pueden recordar las palabras tranquilizadoras del Maestro: “No los dejo huérfanos, volveré a visitarlos. El mundo no me verá más, pero ustedes me verán” (Jn 14,18-19).
El Señor no está en el barco –es cierto– está en tierra; que ya ha llegado a la parte continental, es decir, la condición final del resucitado. Esta es la tierra donde los discípulos tienen intención de llegar.
Por fin, comienza a amanecer (v. 4) y con el nuevo día, llega la luz, la luz verdadera “que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9), que “viene de lo alto como un sol naciente” (Lc 1,78). Es Jesús. Él puede ser visto y reconocido sólo con los ojos de la fe, porque él es el Señor resucitado. Su voz es fuerte y perceptible; su palabra proviene de la orilla y orienta las actividades de los discípulos. Si confían en sus palabras, ocurre un milagro: contra toda lógica humana, contra toda expectativa razonable, obtienen un resultado sorprendente.
Juan quiere que los cristianos de su comunidad comprendan que para llegar a entender que Jesús en “tierra”, es decir, en la gloria del Padre, está siempre junto a ellos todos los días y su voz sigue resonando, llama, habla, indica lo que deben hacer.
El resultado de la misión de la iglesia se manifiesta por la extraordinaria cantidad de pescado capturado: 153. Este número tiene un significado simbólico. Se desprende de 50×3 + 3. Para los israelitas el número cincuenta indica toda la gente; el número 3 representa la perfección y plenitud. Ni siquiera un pez se escapa!
El sentido de este curioso detalle es el siguiente: la comunidad cristiana va a lograr con gran éxito su misión de salvación. Todos, toda la humanidad, serán liberados de las ataduras de la muerte que la sujetan cautiva y la llevan a la ruina, como las aguas rugientes del mar, hundiendo incluso a los nadadores más experimentados. Los discípulos tendrán éxito en esta enorme empresa de la proclamación del Evangelio –nos dice el evangelio de hoy– con la condición de que siempre se dejen guiar por la voz del Resucitado.
Pedro lleva la red con los peces a la orilla. Jesús había dicho: “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). Y ahora se cumple la promesa por medio de sus discípulos. Nadie va a quedar fuera de la obra de la salvación realizada por su comunidad. La red no se rompe, a pesar de la gran cantidad de peses. Este detalle aparentemente trivial contiene un mensaje importante: Pedro consigue mantener firme y plenamente la unidad de los creyentes a pesar de su número y la consiguiente diversidad de culturas, ideas, idiomas.
El banquete, que cierra la historia de la pesca milagrosa, es el símbolo de la conclusión de la historia de la salvación. Jesús espera en el cielo a sus discípulos de la tierra. Pedro tiene peces (v. 9): es el producto del trabajo que ha realizado en este mundo. Recordamos, por ejemplo, al buen ladrón que Jesús llevó consigo al cielo (Lc 23,43).
Al igual que los siete discípulos junto al mar de Galilea, se le pide también a toda la comunidad cristiana presentar la pesca, los frutos del trabajo apostólico. El pan en cambio siempre es ofrecido de forma gratuita por Jesús; no lo lleva la gente. ¡Es la Eucaristía! Es el pan que da el Resucitado y quiere que todos los hermanos y hermanas lo compartan hasta el día en que el signo sacramental se complete íntegramente por la unión final y definitiva con él y con el Padre.
La última parte del pasaje (vv. 15-19) describe la misión de Pedro. A lo largo de la historia este apóstol ha ocupado un lugar destacado. Fue él quien tomó la iniciativa de ir a pescar. Entonces, a pesar de haber reconocido al Señor después de que el “discípulo amado de Jesús” se lo dijese, fue Pedro el que llevó la red llena de peces grandes y, sin romperla, la arrastró a tierra.
El significado simbólico de estos detalles es innegable: la primacía dentro de la comunidad cristiana, la “sensibilidad”, por así decirlo, es para el discípulo no identificado, pero el que preside la obra apostólica y la unidad de la iglesia es, sin duda, Pedro. Aunque Pedro llega sistemáticamente “tarde” y, a menudo gana los reproches de Jesús, él sigue siendo el punto de referencia de la vida de la iglesia. Se le pide que pastoree el rebaño del Señor.
La imagen del pastor despierta resonancias no sólo positivas; por ejemplo que la comunidad sea comparada con los corderos, tal vez incapaces de pensar y decidir de manera responsable y que Pedro decida por ellos. Pero este no es el significado de las palabras de Jesús. Él no ha conferido a Pedro el poder de mando, para dar órdenes como un pastor a sus ovejas y, menos aún, de ser una casta privilegiada y separada de la comunidad de hermanos y hermanas. Pedro –lo recordamos bien– no era inmune a esta tentación. Llegó hasta el punto de rechazar el gesto del Maestro que quería lavarle los pies, porque esperaba que un día sería él capaz de ser el señor del rebaño.
Pidiéndole que cuidara de las ovejas, Jesús exige de él una conversión completa, un cambio radical en su forma de pensar y de actuar. Jesús quiere que se manifieste en Pedro una capacidad de amar incondicionalmente, superior a la de todos los demás; cuidar de los demás significa alimentar a los hermanos y hermanas con el alimento de la Palabra de vida.
No va a ser fácil para Pedro entender y aceptar esta propuesta. Durante mucho tiempo se mantendrá aferrado a sus creencias, sus sueños. Sólo con el paso de los años, después de muchas dudas, llegará a la conversión completa. En el evangelio de hoy se prevé el final de su camino en el seguimiento del Maestro. Durante la pasión Pedro no tuvo el valor para estar con Jesús. Pero un día, se le dijo, será colocado en la posición de dar su vida; va a experimentar la coacción, el encarcelamiento (“otro te ceñirá cinturón, y te llevará a donde no quieras ir”) y, finalmente, va a morir en una cruz ( “extenderás tus manos”).
Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini con el comentario para el evangelio de hoy en: http://www.bibleclaret.org/videos