Abdías
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Introducción
No sabemos quién es este profeta que se llama «Siervo del Señor» y que figura entre los Doce Profetas Menores con solo veinte versículos. Por la extensión habría que llamarle «profeta mínimo»; otros profetas anónimos del Antiguo Testamento han escrito más que él. Pero la extensión poco cuenta cuando el ser humano tiene algo que decir en Nombre de Dios.
Para comprender su breve profecía conviene recordar algunos datos: 1. La relación entre el reino de Judá y el reino de Edom, que se remonta, según la tradición bíblica, a las relaciones entre los dos hermanos gemelos: Jacob y Esaú, antecesores de Judá y Edom. Según la bendición de Isaac (Gn 27), el segundo dominará al primero –la primogenitura comprada–. La situación geográfica muestra esta situación, pues mientras Judá o Jacob posee la zona montañosa, relativamente fértil, Edom o Esaú habita en la zona esteparia del sur. 2. Históricamente, Edom vivió en relaciones de sumisión o rebeldía con Judá. A este reino le interesaba, por una parte, la ruta del sur con salida al golfo de Aqaba; por otra, codiciaba las ricas minas de aquel territorio. Saúl luchó contra los edomitas; David los sometió; Salomón reprimió una revuelta y consolidó el dominio meridional, que era un acceso a las minas y al puerto de Esión Gueber.
Al dividirse el reino, a la muerte de Salomón, los edomitas pudieron rebelarse y llevar una política independiente. Cuando Nabucodonosor invadió y arrasó Jerusalén, los edomitas apoyaron al invasor, sacaron partido de la derrota y se alegraron de ella.
Mensaje religioso. Contra este último pecado se dirige la profecía presente; es decir, en una ocasión histórica muy concreta. Pero en el versículo 15 la profecía despega y se levanta a un panorama trascendente de «día del Señor», con mirada universal, «todas las naciones, todos los pueblos» (15s), y con un final de restauración. El profeta denuncia la espiral de violencia, la incapacidad de olvidar errores antiguos. Al pueblo derrotado y desterrado le ofrece un mensaje de esperanza.
1 Título del libro. «Visión de Abdías». No describe tanto una visión cuanto una «audición»; con todo, se puede deducir que lo que constituye la visión del profeta es la intuición de muchos pueblos que se coalicionan para arrasar a Edom.
2-10 Castigo a Edom. El contenido de la visión es una amenaza de castigo a Edom, también nombrado Esaú, hermano gemelo de Jacob (Gn 25,25s). En estos primeros versículos no hay motivo aparente de culpa. Sólo se recuerda a los edomitas que no les será favorable, ni su posición geográfica, pues tenían la ventaja de habitar un territorio especialmente alto, ni sus sabios (8), ni sus valientes soldados (9). Sólo al final de la sección (10) se enuncia el pecado de Edom: violenta venganza contra Jacob.
11-14 En la caída de Jerusalén. Edom se hizo objeto de condenación por parte de Israel por haber colaborado con los ejércitos de Nabucodonosor en la toma y destrucción de Judá y de Jerusalén. Pero no sólo por eso, ya las relaciones entre estos dos hermanos gemelos, Esaú –Edom: el pelirrojo– y Jacob –Israel–, comenzaron a ponerse tensas desde antes de su alumbramiento (cfr. Gn 25,23) y durante su juventud (cfr. Gn 25,27-34). Se entiende que la compra-venta de la primogenitura no pudo ser tan pacífica, ya que el mismo texto deja constancia de la intriga, el engaño y la mentira (Gn 27).
Nosotros sólo conocemos una cara de la moneda: el sentimiento judío contra este pueblo que se portó como un perfecto antijudío. Mas no conocemos el sentimiento de los edomitas, condenados según la tradición bíblica a estar sometidos a sus hermanos de Judá (cfr. Gn 25,23); efectivamente, fueron sometidos y antes perseguidos y cruelmente masacrados por Saúl (1 Sm 14,47) y David (2 Sm 8,9-14). Por ello, en «el día de Jerusalén» no se podía esperar precisamente un apoyo incondicional de los edomitas. Sin pretender justificar actitudes de venganza, sí hay que decir que aquí se cumplió el dicho: «sembraron vientos, cosecharon tempestades».
15-21 El día del Señor. De la amenaza y el desahogo contra Edom, el tono de la profecía se proyecta aquí a dimensiones universales para evocar el «día del Señor». Todas las naciones serán azotadas con castigos equivalentes a sus culpas: la que saqueó, será saqueada; la que asesinó, será asesinada... Como quien dice, una aplicación práctica de la ley del Talión (cfr. Éx 21,23-25). El día del Señor sólo será favorable a un «resto» de Israel que se encargará de levantar de nuevo al pueblo para volver a tomar posesión de todos los territorios perdidos, tanto por la destrucción del reino del norte (722 a.C.), como por la del sur (587 a.C.). Se prevé la reunificación de Israel y de Judá, pero será Judá quien domine desde el monte Sión tanto al norte como al sur, y más allá, hasta las montañas de Esaú –Edom–. Será necesario que la corriente deuteronomista se pronuncie contra este odio secular, apelando por boca de Moisés a la relación fraternal que existe entre Esaú y Jacob (cfr. Dt 23,8). Este «final feliz» descrito por el profeta incluye la realeza única del Señor (21), aunque Judá será la concreción histórica de tal reinado.