Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
También disponibles videos subtitulados y doblados los mismos lenguajes.
Feliz Pascua a todos.
En este domingo se nos ofrece un pasaje del discurso que Jesús dirigió a los discípulos durante la Última Cena y que, por tanto, forma parte de su testamento. Para entender sus palabras debemos tratar de identificarnos con el momento dramático en el que las pronunció. El grupo de discípulos que lo sigue es un grupo herido. Judas había salido recientemente del cenáculo para ir a ponerse de acuerdo con los sumos sacerdotes sobre cómo entregarles a Jesús. Juan señala en su evangelio que cuando Judas salió del cenáculo era de noche. Lo vio envuelto en las tinieblas, porque Judas había preferido la oscuridad a la luz.
Los once que se quedaron con Jesús estaban asustados y turbados. De hecho, dos veces les dice: “No se inquieten, no se desanimen”. ¿En qué condiciones se encuentran estos once? Han cultivado grandes sueños y esperanzas y ahora se dan cuenta de que su Maestro está a punto de dejarlos. Si cuando Jesús estaba con ellos estaban tan indecisos, tan inseguros, ¿qué se puede esperar ahora cuando se queden solos?
Según los criterios humanos faltan todos los requisitos para que este grupo perdido inicie una nueva historia del mundo. También podemos adivinar hoy, después de dos mil años que, si se ha producido esta convulsión del mundo, hay que suponer que este grupo ha obrado con una fuerza que no es de este mundo.
Y es precisamente de esta fuerza divina de la que Jesús quiere hablar ahora a los discípulos para prepararlos para el momento en que ya no podrán contar con su presencia física junto a ellos. En este momento dramático cuatro discípulos le hacen preguntan a Jesús; le presentan sus incertidumbres y perplejidades. El número cuatro, como sabemos, indica multitud, toda la humanidad y concretamente en los labios de estos cuatro discípulos encontramos las preguntas que nos hacemos hoy porque somos como ellos y que en un determinado momento ya no está la presencia física del Maestro.
El primero que hace la pregunta es Pedro. Dice: ‘Señor ¿a dónde vas?, me gustaría seguirte y tu dices que no puedo seguirte ahora… ¿por qué no puedo seguirte?’. Jesús le dice: ‘No, tú me seguirás más tarde’. Pedro insiste y entonces Jesús le dice a Pedro: “Antes de que cante un gallo me negaras tres veces”. O sea: ‘Pedro, yo te entiendo, eres frágil, un día me seguirás, pero deja que ahora yo alcance mi meta, el propósito de mi vida. Y luego también tú me seguirás’. Es nuestra pregunta. Nos gustaría seguir a Jesús, pero nos damos cuenta de nuestras fragilidades y Jesús nos entiende en estas fragilidades.
La segunda pregunta es la que hace Tomás (Tomás es una persona muy concreta). Jesús había dicho: “A donde yo voy, ustedes saben el camino”. Y Tomás dice: “No sabemos a donde vas, ¿cómo sabremos el camino?”. La pregunta es precisamente la del camino de nuestra vida; hay muchos caminos que se abren ante nosotros, tantas como propuestas de vida que nos hacen: de los amigos, las personas que admiramos, los medios de comunicación… son muchos los caminos se abren ante nosotros, ¿cuál es el correcto, el que nos lleva a la alegría, a la paz que buscamos? Ante todos estos caminos muchas veces nos quedamos desorientados. Esto es lo que dice Jesús: ‘Yo soy el camino, no busques otros caminos, no serás feliz’. Estamos hechos para este camino, el único que lleva al Padre.
Ahora interviene Felipe que le dice a Jesús: “Muéstranos al Padre”. y Jesús le dice: “Felipe, hace mucho tiempo que estoy contigo y ¿todavía no me has reconocido? Felipe, el que me ve, ve al Padre”. Esta es otra pregunta que le hacemos a Jesús. Como ven, en los labios de estos discípulos están nuestras preguntas. ¿Cómo ver al Padre? La única forma es mirar, contemplar a Jesús y veremos al Padre. Y hoy a Jesús lo contemplamos en el Evangelio. Los cuatro evangelios, desde cuatro perspectivas diferentes, nos hacen ver a Jesús, el Hijo de Dios al que debemos parecernos; debemos unir nuestra vida a la suya para ser semejantes al Padre celestial.
Ahora interviene Judas, el cuarto, no es Iscariote que había salido del cenáculo. Es el otro Judas. Judas era un nombre muy común en Israel. Y le dice: ‘Señor ¿qué ha pasado que estás a punto de manifestarte a nosotros y no al mundo? Nos gustaría que te manifestases al mundo con signos y prodigios extraordinarios, es decir, queremos asistir a una manifestación de ti mismo suscitada por el clamor de la multitud’. Esto es también lo que incluso los familiares de Jesús querían. En estas palabras de Judas se percibe la decepción de los once que parecen querer decir, ‘hemos estado contigo durante tres años, hemos creído en ti, hemos vivido una aventura maravillosa y ahora te vas, todo ha terminado y volvemos a la vida de antes, nada ha cambiado. Anunciaste el reino de Dios, el reino de justicia, del amor, de la paz, pero en realidad el mundo sigue siendo el mismo de antes’.
El momento de desánimo que viven estos once es el mismo que experimentamos nosotros hoy cuando no vemos realizados nuestros sueños y esperanzas y cuando estamos tentados de resignarnos al mal. Pienso en muchos jóvenes que en los primeros años de su juventud alimentaron esperanzas, querían ver nacer un mundo nuevo, una Iglesia más evangélica; incluso trabajaron mucho para que esto se hiciera realidad. En un momento dado, la decepción se apoderó de ellos y concluyeron, ‘paciencia; creímos en un hermoso sueño, pero el reino de Dios nunca se hará realidad’.
Este es el contexto en el que hay que colocar las palabras de Jesús que vamos a escuchar. Son la respuesta a estas preguntas. Escuchemos lo que dice Jesús:
“Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él. Quien no me ama no cumple mis palabras, y la palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió”.
Las palabras de Jesús que hemos escuchado son la respuesta que da a la pregunta planteada por Judas Tadeo: ‘¿Por qué Jesús te manifiestas a nosotros y no al mundo?’. Jesús dice: “Si alguien me ama…”. ‘La revelación que doy es la del amor y al mundo no le interesa esta revelación; al mundo le interesa la manifestación del poder, dominio, gloria, riquezas. Estas revelaciones las aprecia, las admira, las capta de inmediato. Mi revelación no es de este tipo; yo no hago milagros; los prodigios acontecen por la fe que le dan a mi palabra. Quien cree en mi Evangelio es testigo de maravillas, suceden prodigios en el mundo; yo no hago milagros’.
Nunca en el Evangelio dice que Jesús hizo milagros. La palabra θαύμα - fauma – milagro, no está en el texto griego para presentar lo que Jesús realiza. El mundo espera estas revelaciones, pero esta no es la revelación que Jesús da. Jesús dice, ‘estoy hablando de donar la vida, de olvidarse de uno mismo, del servicio humilde a los pobres, de poner los propios bienes al servicio de los necesitados. Estoy hablando del don de la vida incluso para el enemigo’.
El mundo no entiende esta revelación; el mundo aprecia al que tiene muchos servidores, no al que sirve. Hay un episodio del evangelio de Lucas que muestra muy bien cómo el mundo no puede entender la revelación de Jesús. En cierto momento del juicio, Pilato se encuentra en problemas porque se da cuenta de que Jesús no ha hecho nada malo, pero no puede disgustar a Anás y Caifás, y no sabe cómo salir de este lío, así que manda a Jesús a Herodes Antipas que por casualidad estaba en Jerusalén, porque era la pascua y cuando Herodes ve venir a Jesús se alegra porque desde hacía tiempo quería verlo. Esperaba una revelación de Jesús, una manifestación de su gloria; había oído que hacía maravillas; quería ver milagros. Éstos le habrían convencido para seguir a Jesús.
El evangelista Lucas dice que Jesús ni siquiera le dirigió una palabra y entonces ¿qué hizo Herodes? Lo despreció. El término griego, el verbo utilizado, es ἐξουθενήσας = exouthenesas, que significa lo aniquiló; le dijo: ‘No eres nadie, no vales nada, tu revelación no cuenta para nada, vete, eres un bicho raro’. Creo que muchos discípulos de hoy también son víctimas del malentendido que tenía Judas Tadeo y también los familiares de Jesús que esperaban estas manifestaciones. Muchos discípulos de hoy esperan milagros, prodigios. Las maravillas se hacen por la fe; si nos adherimos al Evangelio, las maravillas ocurren en el mundo; no esperemos que estos milagros bajen del cielo.
En ningún lugar de los Evangelios se dice que Jesús realizara milagros sino σεμείο = semeion = signos y prodigios cuando se da fe a su palabra. Y, de hecho, Jesús llama gente malvada y perversa a los que esperan estas manifestaciones gloriosas. Dice Jesús: “Cumplirá mi palabra”. Jesús explica lo que significa ‘amar’. Significa estar en sintonía con su vida, como la esposa une su vida al esposo. Esto es amor, no un sentimiento vago. Amar a Jesús significa llevarlo en el corazón, vivir como el vivió.
¿Qué sucede a los que se dejan involucrar en este amor? Jesús dice, “mi Padre lo amará”. No es un premio que recibes al final de tu vida, no; inmediatamente entras en comunión con Dios; en ti se manifiesta la vida que es la vida de Dios porque amas. Y Jesús continua: “vendremos a él y habitaremos en él”. Dios mora en el que ama. Jesús está diciendo ahora algo extraordinario. Cuando uno ama, en él está presente Dios. Jesús era Dios con nosotros porque estaba totalmente movido por el Espíritu, por la vida divina que es amor. Ahora este amor, este Espíritu, se ha dado a cada uno de nosotros.
Cuando este amor se manifiesta a través de nosotros la gloria de Dios se manifiesta, esa manifestación que desgraciadamente el mundo no capta. Esta es una de las presencias reales de Jesús en medio de nosotros. Jesús está presente en el pan eucarístico partido y compartido; está presente en los pobres y presente donde dos se unen en su nombre, está presente en la palabra del evangelio, pero está presente en cada discípulo que ama; en él se revela el hijo de Dios que está presente en el mundo.
“Quien no me ama no cumple mis palabras” dice Jesús. Si no amas, si no aceptas su palabra, sigues perteneciendo al mundo que no es capaz de captar la verdadera revelación que da Jesús. “Y la palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió”. Las autoridades tendían a dividir a Jesús del Padre; no aceptaban esta manifestación del rostro de Dios porque la estructura religiosa de los escribas, de los fariseos y de los sacerdotes del templo seguían perteneciendo al mundo que no aceptaba la revelación que Jesús había venido a dar.
Jesús insiste diciendo, ‘la palabra que proclamo, mi revelación, no es mía, es la revelación del Padre celestial’. Jesús sabe que en este particular los discípulos tienen miedo. Da miedo el don de la vida, da miedo este amor y lo que les asusta ahora es el hecho de que se queden solos; el Maestro ya no estará junto a ellos. Para infundirles valor Jesús hace una promesa. Escuchemos:
“Les he dicho esto mientras estoy con ustedes. El Defensor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho”.
Poco antes de que Judas Tadeo planteara su pregunta, en la que nos hemos detenido, Jesús hizo una promesa a los discípulos allí en el cenáculo. Había dicho, “No los dejare huérfanos; el Padre les enviará otro paráclito”. ¿Qué es lo que dice Jesús? La palabra ‘paráclito’, en la antigua tradición se traducía por ‘consolador’. Después se dieron cuenta de que no traducía bien la idea del término griego παράκλητος (parakletos), entonces se conservó esta transliteración del término griego ‘paráclito’. Significa el que está cerca, el que viene además como ayuda, el protector.
Jesús hizo esta promesa a los discípulos en el cenáculo, pero se aplica a todos nosotros. Nosotros tenemos necesidad de tener a alguien a nuestro lado. Una de las pruebas más difíciles de nuestra fe es la sensación de aislamiento en medio de un mundo que piensa, razona y actúa según criterios muy diferentes a los del Evangelio.
Si hablamos de perdón, de amor al enemigo, de mansedumbre, de castidad, del autodominio, del amor conyugal incondicional; si hablamos de la vida eterna, seremos tomados como personas que hablan fuera de este mundo, no de moda, y los que se comportan según los criterios de la moral evangélica son considerados como una persona rara, y yo diría que algo moribunda, porque se comporta de forma incomprensible para los que razonan según los criterios de este mundo. También se los puede considerar como medievales, retrógrados y oscurantistas. Los tipos de familia que se construyen hoy no son los que propone el Evangelio; la familia del futuro será una familia extendida, libre.
El Paráclito está llamado a estar al lado de los que quieren vivir de forma evangélica porque el Paráclito te hace sentir que no estás solo. Si oyes una voz que te dice que has hecho opciones evangélicas, lo que estás haciendo es correcto, son opciones de vida que te traerán alegría. Cuando oyes esta voz, es la del Paráclito que está a tu lado. Escúchalo.
Pero el Paráclito también significa defensor. ¿De qué nos defiende? Es suficiente pensar en nuestra propia experiencia. Nos defiende de tantas voces que oímos; cuando oyes los razonamientos que te invitan a conformarte con lo que hace todo el mundo, a disfrutar del momento presente, a pensar en ti mismo o a desinteresarte de los demás; entonces, en tu interior oyes una voz que te dice que las cosas no son así, te dice que esos son discursos de muerte que no debes escucharlos. Ese es el Espíritu que te defiende y defiende tu vida del veneno que difunde la mundanidad, de la lógica pagana que predican tantos medios de comunicación.
Cuando escuches el razonamiento de los que te dicen que las bienaventuranzas predicadas por Jesús son un sueño, que el reino de Dios es un sueño; que te puedes olvidar del mundo nuevo porque nunca se hará realidad, que te olvides de él, que vivas como lo hace todo el mundo; que desde hace dos mil años la Iglesia predica el Evangelio y ¿qué ha cambiado? Resígnate, vive como todo el mundo. Pero entonces oyes una voz dentro de ti que te dice, ‘Mira, las cosas no son así. Vale la pena vivir según el Evangelio. El reino de Dios se hará realidad’. Cuando oyes esta voz, es el Espíritu que defiende tu vida para que no la pierdas; pero cuando alguien se repliega sobre la vida de este mundo como si fuera la única y te invita a comportarte de esta manera, ‘gózala, no la entregues’… es entonces cuando oyes una voz que te dice. ‘dona tu vida si quieres conservarla’. Ese es el Espíritu que te habla.
Ahora Jesús identifica a este paráclito: “El Espíritu Santo que enviará el Padre”. Y tendrá dos tareas que realizar; la primera, “les enseñará todo”. Todo lo que dijo Jesús; no añade nada, sino que te las enseña. El Espíritu nos lleva a entender cada vez mejor el mensaje de Jesús. Es una promesa que vemos cumplida en la vida de la Iglesia y también en nuestra vida personal. Hoy entendemos el Evangelio más y mejor que ayer, mejor que hace unos siglos. En el pasado no existían los estudios que existen hoy, la profundización de la Biblia que tenemos hoy. Cuántas veces oigo decir a la gente cuando explico el evangelio: ‘Aquí se cambia todo’; no, nada ha cambiado, el Evangelio no cambia en absoluto. Lo que sucede es que hoy lo entendemos mejor que ayer.
Es un pecado contra el Espíritu rechazar esta nueva luz. A veces también oigo decir, ‘¿Por qué no se dijeron antes estas cosas?’ Porque antes no la habíamos entendido todavía. Antes era un pecado dentro de la Iglesia el cierre del corazón a la luz de este Espíritu y a su voz. Y el Espíritu nos enseña algo más. No solo nos hace entender cada vez mejor lo que dijo Jesús, sino que también nos enseña a reformular la palabra del Evangelio en un nuevo lenguaje para hacerlo comprensible a cada cultura y en cada época.
El Espíritu no es un maestro teórico; no nos da instrucciones externas; el Espíritu actúa en nuestro corazón; es la nueva vida porque si escuchamos al Espíritu vivimos como Jesús vivió, siempre obediente a su vida divina. Esta es nuestra nueva naturaleza; la uva produce uvas no porque reciba instrucciones externas sino es su naturaleza; así el cristiano tiene la naturaleza divina que se le ha dado y cuando ama manifiesta esta naturaleza que es el Espíritu, por lo tanto, la noma que debemos seguir viene de adentro, es la voz del Espíritu.
Luego, “y les recordará todo lo que yo les he dicho”. Además de enseñar, recuerda, mantiene viva la memoria. El verbo recordar es muy importante en la Biblia. Dios no quiere que su pueblo olvide las obras que hizo por su pueblo. Es fácil perder la memoria de la propia identidad como hijos e hijas de Dios y volver a razonar y hablar y vivir como todo el mundo. El Espíritu nos recuerda constantemente que Jesús tiene razón.
Y ahora la promesa de un regalo que nos hace Jesús. Escuchémosla:
“La paz les dejo, les doy mi paz, y no como la da el mundo. No se inquieten ni se acobarden. Oyeron que les dije que me voy y volveré a visitarlos. Si me amaran, se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Les he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”.
Hoy sabemos que la promesa de Jesús se cumplió en la Pascua porque el Padre celestial envió su Espíritu que nos instruye, y en todo momento nos recuerda lo que dijo Jesús y nos dice, ‘Él tiene razón cuando hace sus propuestas de vida, que es la vida verdadera’. Pero ¿es posible tener una verificación de la presencia en nosotros de este Espíritu?
Existen dos signos inequívocos de que esta vida divina esta presente en nosotros; son la paz y la alegría; porque la paz y la alegría solo pueden estar presentes en los que aman. Si no tienes amor siempre estarás inquieto, molesto; podrás estar lleno de placeres, de dinero, de éxitos, pero no tendrás alegría porque estás bien hecho, estás hecho para amar. La señal definitiva de que Dios está en nosotros y estamos en armonía con la vida divina que se nos ha dado, es la paz, la alegría.
Y ahora Jesús explica lo que se entiende por paz, en qué consiste su paz, que es diferente de la que ofrece el mundo. ¿Qué quiere decir ‘mundo’? Es utilizado en tres sentidos diferentes; en el Evangelio según Juan, por mundo se entiende a veces la creación, la tierra. El Hijo de Dios fue enviado al mundo, se hizo uno de nosotros, cuando Jesús dice que ‘Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo’, o cuando dice ‘no vine al mundo para condenar al mundo sino para salvar al mundo’ en este caso por ‘mundo’ se entiende la humanidad que debe ser salvada y la humanidad que es amada por el Padre celestial hasta el punto de ofrecer a su único Hijo.
En nuestro pasaje, cuando hablamos del mundo, nos referimos a la mundanidad, esa forma de pensar y de vivir que dicta el maligno y que da lugar a la sociedad guiada por la lógica de la competencia, la del dominio, el querer imponerse a los demás, la sociedad que se basa en el principio del dominio del más fuerte, el cual te puede esclavizar. Este es el mundo que crea esta sociedad. El mundo guiado por esta lógica maligna también ofrece su paz, pero ¿qué clase de paz es? Encontramos esta lógica de la ‘pax romana’, que era bien conocida en tiempos de Jesús porque el imperio romano se extendía en todo el mundo y nadie podía hacer nada porque estaban subyugados. Es la paz del dominio, de la violencia. El más débil no tiene posibilidad de revelarse y debe estar sometido.
Encontramos esta lógica de la ‘pax romana’ en el mito fundante de la historia de Roma. Rómulo, que traza un surco con un arado y le dice a su hermano Remo, ‘no cruces esta frontera porque yo soy más fuerte, yo decido las fronteras por donde puedes pasar y por donde debes mantenerte alejado, y si lo haces, te mataré’. La paz dura hasta que el vencedor consigue imponerse y el derrotado no tiene fuerza para rebelarse, pero cuando tiene esta fuerza se rebela y somete al que antes gobernaba. Por tanto, la ‘pax romana’ es simplemente el intervalo entre dos guerras. Es la ‘pax romana’ que justificaba la esclavitud.
Jesús cambia el concepto de paz. La paz de Jesús se basa en el amor que rompe las barreras, no traza los surcos como hizo Rómulo, es la paz que une los corazones, que pone a los más fuertes, lo más capaces, los más dotados, al servicio del más débil y necesitado. El otro no es un hermano al que hay que matar, como hizo Rómulo si no le era sumiso o no le servía, sino que es uno al que hay que amar. El otro es un hermano, un hijo o hija del único Padre celestial; y el nuevo mundo ya no es el de los lobos que ofrecen su paz, que es la paz de los cementerios, donde todos deben callar, sino que es el mundo de los corderos donde todos ponen su vida al servicio de sus hermanos. Sólo esta es la verdadera paz.
Continua Jesús: “No se inquieten ni se acobarden”. No se desanimen. El verbo griego empleado es ταρασσέσθω – tarassesstho = que indica la agitación de las olas del mar. También Jesús experimentó esta turbación; se recuerda tres veces en el evangelio según Juan. Jesús se turba frente a la tumba de Lázaro, Jesús se turba y se les dice a sus discípulos cuando ha llegado su hora: “Ahora mi espíritu está agitado, y ¿qué voy a decir? Para eso he llegado a este trance” (Jn 12,27). También está agitado en el cenáculo cuando, en cierto momento, Jesús dice, “Uno de ustedes me va a entregar” (Mt 26,20).
La paz de la que habla Jesús es también compatible con estos momentos de agitación que debemos tener en cuenta en nuestra vida. Jesús experimentó también momentos de agitación y de turbulencia; tenemos que aprender a encontrar la paz dentro de nosotros mismos; la paz con nosotros mismos, con nuestra conciencia, con lo que creemos, en la paz de acuerdo a cómo hemos configurado nuestra vida en armonía con el Espíritu. No podemos hacer que la paz dependa de lo que ocurre fuera de nosotros. La verdadera paz viene de la unión con Dios, del diálogo con el Espíritu. En la fe tenemos que aprender a ver las cosas de otra manera. Las alegrías y los sufrimientos se enmarcan en la luz del evangelio, en la luz del Espíritu.
Luego Jesús asegura su presencia junto a nosotros. Dice: “Me voy, pero volveré”. Su primera venida fue cuando vino a nuestro mundo que está condicionado por el espacio y el tiempo. Cuando Jesús estaba en Cafarnaún no estaba con su madre en Nazaret, y su madre sentía la distancia de Jesús. Ahora cuando Jesús Jesús ha vuelto al Padre todos estos limites han caído y, por lo tanto, él esta siempre al lado de nosotros. Por eso dice: ‘Deben alegrarse de que vaya al Padre’ porque él entra en esta nueva condición, fuera de todos los limites del espacio y del tiempo. Por tanto, Jesús está siempre al lado de cada uno de nosotros.
“Les he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”. Se trata de la invitación que nos hace para que le demos nuestra adhesión, nuestra plena confianza a su propuesta de amor porque solo esta propuesta, cuando es vivida, nos sitúa en el mundo de la paz y la alegría.
Les deseo a todos una feliz pascua.