Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
También disponibles videos subtitulados y doblados los mismos lenguajes.
Un buen domingo para todos.
En tiempos de Jesús, como también hoy, el judío piadoso al despertarse toma el Tallit, el manto de la oración, lo coloca sobre sus hombros y se vuelve hacia su Dios. Es la Shacharit, la oración de la mañana. Shachar es la luz de la mañana. Elevar la mirada al Cielo, entrar en diálogo con Dios es el gesto más noble que el hombre puede realizar. Pero en nuestro mundo secularizado esta oración está en crisis y creo que para muchos se aplica la famosa frase de Friedrich Hegel, que decía que la oración matutina del hombre moderno es leer el periódico. Y añadiría que antes del periódico, hoy tomamos nuestros teléfonos móviles.
Pero al dejar de lado nuestra relación con Dios de esta manera, ¿estamos seguros de que hemos ganado con esto y que nos hemos vuelto más humanos? Perdiendo de vista la llamada a Dios y nuestro destino último y volviendo a las realidades de este mundo como si sólo fueran suficientes para dar pleno sentido a nuestras vidas, ¿nos enriquecemos como seres humanos o nos empobrecemos?
La oración está hoy en crisis y hay varias razones para ello. Hay muchas distracciones e intereses; estamos abrumados por el activismo frenético, la gente está sobrecargada de compromisos y entonces hay que recortar un poco; y la primera rama seca que se corta es de la que sentimos menos necesidad, la oración. El hombre, la mujer modernos piensan poder ser autosuficientes, confían en la ciencia y tecnología, porque están convencidos de que éstas resolverán todos sus problemas. Pero a esta desafección por la oración contribuye de manera determinante la idea errónea generalizada de lo que es la oración.
Para muchos, todavía hoy, significa repetir fórmulas y de esta oración se siente cada vez menos necesidad. Y Jesús ya había puesto sobre aviso sobre este peligro cuando dijo: “Cuando recen no multipliquen las palabras como hacen los paganos”. Existe una segunda forma de oración que presenta todavía más dificultad: Es la de quien se dirige a Dios para obtener de él algún favor para sí mismo o para los demás: buena salud, éxito en los negocios, éxito en su profesión, paz familiar.
Ante esta oración el hombre de hoy siente una cierta inquietud porque se pregunta qué tiene que ver Dios con estos problemas que tenemos que resolver. La inquietud aumenta después cuando se ven a personas creyentes que, para obtener estos favores de Dios, ponen la intercesión de los santos de por medio, recurriendo a veces a reliquias de aquí y de allá, objetos benditos milagrosos. No queremos despreciar estas manifestaciones de fe popular, pero tengamos cuidado porque rozan la magia y degradan la oración.
En conclusión, diría que las objeciones que oímos hoy a la oración se deben únicamente a que no hemos entendido lo que significa orar. El pasaje del Evangelio de hoy nos da la oportunidad de reflexionar sobre este tema para entender lo que significa orar, y comienza precisamente presentándonos a Jesús en oración. Escuchemos:
“Una vez Jesús estaba en un lugar orando. Cuando terminó, uno de los discípulos le pidió: Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”.
El evangelista Lucas presenta a Jesús en oración siete veces y nota que enseñó la oración del Padre Nuestro a petición de los discípulos, después de que le vieron orar. ¿Qué les impulsó a hacer es Jesús esta petición: ‘Enséñanos a orar’? Debieron notar que algo hermoso ocurría en Jesús cuando rezaba. Durante su vida pública Jesús experimentó a menudo la decepción, se sorprendió de la incredulidad de sus compañeros de pueblo en Nazaret y también de su propia familia. Luego, a veces se indignaba ante la hipocresía de los que le ponían continuamente trampas para condenarle; a menudo se amargaba por la dureza de corazón de sus propios discípulos.
¿Cómo vivía Jesús estos momentos? Ciertamente, como nosotros, ha probado el impulso de reaccionar de forma contrariada, pero nunca consintió a este impulso; mantuvo siempre la serenidad, la paz interior. Los discípulos, en esos momentos, veían a Jesús retirarse a orar y en el diálogo con el Padre, Jesús descubría cómo comportarse de una manera nueva con estas personas que le eran hostiles, con los discípulos que eran duros de cabeza y a los que amaba y quería conducir a la verdad.
Terminada la oración, los discípulos veían a Jesús como envuelto en una hermosa luz, esa misma luz que brillaba en el rostro de Moisés cuando bajó de la montaña, después de haber dialogado con el Señor. Los discípulos también veían en Jesús a una persona buena, amable, disponible para todos, uno que no temía los conflictos, sino que siempre era leal; y debieron hacer la conexión con el hecho de que era un hombre de oración, uno que hacía todas sus elecciones después de dialogar con el Padre y empezaron a desear aprender a orar como él para llegar a ser tan buenos como él. Y le dijeron, “enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”.
Los rabinos solían resumir en una oración su espiritualidad y los valores que querían inculcar a sus discípulos; y el Bautista también había enseñado una oración, por eso los apóstoles le pidieron a Jesús que les enseñara una oración que les hiciera identificarse como sus discípulos. Antes de comentar esta oración que es el Padre Nuestro, es necesario, sin embargo, hacer algunas observaciones que nos ayuden a entenderlo mejor.
En primer lugar, tengamos en cuenta que hay dos versiones del Padre Nuestro, una más larga, la que se encuentra en el Evangelio según Mateo, que es la que normalmente recitamos; y otra más corta, la que se encuentra en el evangelio de hoy que nos ha transmitido Lucas. Y existe una tercera, que es más antigua que las dos que encontramos de Mateo y en Lucas y se encuentra en la Didajé. Entonces surge espontánea la pregunta: ¿Cuál de las tres versiones fue enseñada por Jesús? La respuesta es: ninguna de las tres.
Vayamos a la segunda observación: El Padre Nuestro no es una fórmula de oración que se añade a las demás; no es una fórmula de oración como el Avemaría, el Ángelus, la Salve, no. El Padre Nuestro es la síntesis en forma de oración de todos los temas fundamentales del mensaje cristiano. En el Padre Nuestro se tocan todos los temas de nuestra fe y de nuestra vida moral. San Agustín decía que si lees toda la Sagrada Escritura, no encuentras nada que no esté incluido en el Padre Nuestro. Entonces, ¿qué es el Padre Nuestro si no es una fórmula como todas las demás? Se recitaba tres veces en las comunidades primitivas pues era como un espejo de frente al cual todo discípulo es llamado a hacer un chequeo para verificar su identidad de creyente en Jesús.
El Padre Nuestro nos dice cómo debe ser, cómo debe pensar, cómo debe vivir quien recita esa oración. Es el espejo en el que estamos llamados a contemplar, ver si la belleza de nuestro rostro si corresponde a esa oración; pero también notar los defectos, los límites. Es un espejo en el que podemos comprobar si estamos bien, si todo está en orden en nuestra vida de bautizados. Es decir, si correspondemos a la imagen del verdadero cristiano que nos ha presentado en esta oración que estamos llamados a recitar tres veces al día. En la iglesia primitiva los discípulos se colocaban delante de este espejo.
Tercera observación: Los biblistas están de acuerdo en afirmar que el Padre Nuestro no ha sido pronunciado por Jesús. Es una composición hecha por la comunidad cristiana que quería sintetizar en forma de oración toda su fe. Y esto se hizo muy temprano, ya en los primeros años de la vida de la Iglesia. Por eso nos acercamos a este texto con emoción porque nos pone frente al espejo con el que no sólo nosotros sino todos nuestros hermanos y hermanas en la fe han comprobado ante Dios su identidad como cristianos y su fidelidad al Evangelio.
En la iglesia primitiva el Padre Nuestro se entregaba a los catecúmenos al final de la catequesis preparatoria al bautismo; se les entregaba como compendio de todo lo que habían aprendido sobre Dios y la vida que debían llevar como bautizados. Tratemos de reflejarnos hoy en esta oración. Escuchémosla:
“Jesús les contestó: Cuando oren, digan: Padre”.
“Digan: Padre”. Jesús nos dice quién es el interlocutor de nuestras oraciones y a quién debemos dirigirnos con la certeza de ser escuchados: Al Padre. Es importante comprobar quién es nuestro interlocutor porque si nos equivocamos corremos el riesgo de dirigirnos a un Dios que no existe. El ateo, por supuesto, no puede rezar porque no tiene un interlocutor; y tampoco puede rezar quien cree en un absoluto del que forma parte como ocurre en el panteísmo o en ciertas formas religiosas orientales que no creen en un Dios personal. El cristiano cuando reza es invitado a hacerse la pregunta ¿Es realmente el Padre a quien me dirijo? Para algunos cristianos Dios es todavía el ‘gran soberano’ al que uno se acerca con temor y temblor y ante el que hay que arrodillarse o postrarse.
Esta es la razón por la que muchos se sienten más cómodos rezando a los santos; pero si los interlocutores son los santos no se está rezando al Padre. Es hermoso rezar con los santos, con María, con san Antonio, con nuestras hermanas, con nuestros hermanos que nos han precedido a la casa del Padre, que han resucitado con Cristo, pero no necesitamos intermediarios que intercedan ante Dios para obtener de él aquellos favores que no tenemos el valor de pedirle directamente.
El Padre Nuestro nos enseña que la oración del cristiano se dirige al Padre y solo a Él, con la confianza de quien se siente hijo o hija amado. Tratemos entonces de colocarnos frente al espejo del Padre Nuestro y verifiquemos si realmente el Dios en el que creemos es el que en la oración Jesús llamó siempre ‘Abbá’, Padre. Cuando Jesús habla de Dios siempre lo llama Padre. En los evangelios encontramos 184 veces este apelativo en sus labios, de hecho, sólo es él quien llama a Dios de esta manera; sólo hay una excepción, es Felipe que, durante la última cena, se dirige a Jesús y le dice: “Muéstranos al Padre y será suficiente”.
La imagen de Dios Padre recuerda el ambiente afectuoso de la vida familiar, no el del soberano sentado en el trono; al faraón ante el que temblamos y vivimos sujetos. La palabra ‘Padre’ nos hace sentir que Dios está cerca de nosotros, implicado en nuestras alegrías y nuestras penas, que nos acompaña en cada momento de la vida cuando las cosas van bien y cuando derramamos lágrimas; no es el Dios que será infinitamente feliz, aunque fuéramos al infierno, como algunos piensan, NO. Desde que nos creó, el Padre ha puesto en juego su alegría en nuestra respuesta a su amor. El Dios al que Jesús quiere que nos dirijamos es Padre, Padre bueno y solamente bueno. No castiga, no hace pagar a los que hacen la infeliz elección de no escucharle. También rezando a Dios Padre, tomamos conciencia de que somos sus hijos e hijas, hechos a su imagen y semejanza, tanto los buenos como los no tan buenos porque la semejanza de su rostro puede estar muy desfigurada pero la imagen de Dios Padre nunca se puede borrar; siempre seguiremos siendo sus hijos e hijas. Finalmente, cuando nos dirigimos a Dios llamándole Padre recordamos que somos y debemos vivir como hermanos.
Ahora escuchemos las peticiones que Jesús nos invita a hacer al Padre:
“Santificado sea tu nombre, venga tu reino”.
La primera petición: “Santificado sea tu nombre”. El nombre es importante también para nosotros; basta pensar cómo nos sentimos cuando estamos en medio de una multitud y oímos que alguien nos llama por nuestro nombre; nos sentimos arrastrados fuera del anonimato. Soy yo, precisamente; alguien está interesado por mí, no por el apellido que tienen muchos de mis familiares, sino por el nombre. Para los semitas el nombre era aún más importante porque identificaba a la misma persona. Si uno iba a un mago porque quería bendecir o maldecir a una persona, el mago le preguntaba cómo se llamaba, y actuaba en base a ese nombre.
Entonces “Santificado sea tu nombre” significa que tu persona debe santificarse, debe mostrar que tu persona o Dios es santo. ¿Qué se entiende por ‘santo’? ‘Kadosh’ en hebreo significa ‘separado’, ‘diverso’. Cuando decimos ‘santuario’ (ténemos en griego) viene del verbo ‘temno’ que significa cortar. ‘Ténemos’ es el espacio entendido como santo en medio del espacio profano; y cuando en el templo se usaban los vasos para las liturgias eran vasos santos, no podían usarse para usos profanos.
Recordemos la profanación que había hecho el rey Baltazar de Babilonia; cuando estaba borracho una noche en medio de todas sus esposas y concubinas hizo traer los vasos sagrados que su padre Nabucodonosor había robado del templo de Jerusalén. Fue una terrible profanación la de los vasos sagrados que no podían ser utilizados para usos profanos. ¿Qué significa entonces cuando decimos al Padre: ‘Muestra que tu nombre sea santo, sea separado, muestra que eres diferente de todos los demás dioses que los hombres han inventado’? ¿Cuál es esta santidad de Dios que lo hace único? Es su maravillosa identidad de Dios, que es amor y sólo amor; ningún otro dios es como él.
El Padre Nuestro nos recuerda a esta diversidad del Dios de Jesús de Nazaret y nos invita a borrar y repudiar a todos los dioses en los que quizás incluso los cristianos o algunos cristianos siguen creyendo. Pongámonos ante el espejo del Padre Nuestro. Si seguimos predicando al Dios legislador, justiciero que castiga, este Dios no es diferente, es igual a los otros ídolos que nos hemos creado; y son ídolos que nos gustan, porque se parecen a nosotros, porque piensan como nosotros.
Entonces, si predicamos a este Dios, blasfemamos su nombre, ensuciamos su identidad. Podríamos parafrasear la primera petición que hacemos al Padre de esta manera: ‘Haz que, a través de nosotros, tus hijos e hijas, todos vean brillar tu nombre santo, de Dios amor y solo amor, porque como tú, nosotros también que hemos recibido tu misma vida y tú mismo Espíritu, mostramos que somos capaces de amar incondicionalmente como tú, incluso a los que nos hacen daño’.
La segunda petición: “Venga tu reino”. ¿A qué reino queremos pertenecer? Porque hay un reino viejo que es el que se caracteriza por la competición, por la voluntad de imponerse, de dominar, de esclavizar a los más débiles. Y en este mundo viejo de la competición sólo puede haber guerras y abusos, violencia y explotación de los más débiles. Jesús vino a comenzar un mundo nuevo, a su reino, que no es diferente, es lo contrario del reino antiguo.
Es el mundo al que Jesús dio comienzo, en el que es grande no el que domina sino el que sirve; y, entonces, el espejo del Padre Nuestro nos pone delante de la elección que ya hemos hecho, y el Padre Nuestro nos recuerda que pertenecemos al reino de los corderos que dan vida, no al reino de los lobos que es el viejo mundo. “Venga tu reino” significa: ‘Danos la luz, la fuerza para ser constructores de este nuevo mundo.
Ahora vienen las peticiones que conciernen a la vida moral del cristiano; escuchemos la primera:
“El pan nuestro de cada día danos hoy”.
Recordemos la prueba a la que Dios había hecho pasar a su pueblo en el desierto. Les había dado el maná y había decretado que cada uno podía recoger sólo lo suficiente para un día. Quería que su pueblo aprendiera a controlar su avaricia, su codicia, el impulso de acumular y acaparar más de lo que necesitaba. Quería educar a su pueblo para que se contentara con lo que necesitaba la vida de un día. Pidiendo el pan de cada día recordamos esta verdad, que los bienes de este mundo no son nuestros, son un regalo de Dios, le pertenecen a Él.
“Del Señor a la tierra y a todo lo que contiene, el universo y todos sus habitantes”, dice el primer versículo del salmo 24. No somos dueños, somos huéspedes, comensales de un banquete al que hemos sido invitados. El Padre Nuestro cuestiona nuestro criterio sobre el uso de los bienes de este mundo. Entonces, no puede pedir a Dios el pan de cada día quien acapara para sí mismo, para satisfacer sus caprichos, quien colabora en la construcción de una humanidad que está dividida en dos, donde algunos mueren de indigencia y otros despilfarran, los que pueden permitirse despilfarrar. Pedimos a Dios que nos dé ‘nuestro pan’, por tanto, es un don suyo, pero también es nuestro porque es el fruto de nuestro trabajo. El pan no crece en el campo, crece el grano. Para que se convierta en pan se necesita el trabajo del hombre.
La oración del Padre Nuestro recuerda la responsabilidad en la producción de lo necesario para la vida. Los que no trabajan, los que viven en la ociosidad, no pueden recitar el Padre Nuestro; estarían mintiendo porque no pueden decir que el pan que nos da es también nuestro.
Escuchemos ahora las dos últimas peticiones que hacemos al Padre:
“Perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación”.
¿En qué consiste el perdón de Dios? ¿Cómo nos perdona Dios? Existe una imagen todavía muy común de su perdón y es la que se refleja en la oración que alguien todavía recita cuando va a confesarse: ‘Pecando merecí tu castigo’. Es la imagen del gran soberano que se ofendió por los que se atrevieron a desafiarle transgrediendo sus órdenes; y le pides que te disculpe porque Él es bueno, perdona y olvida todo. Pero si no le pides que te disculpe, entonces se ve obligado a castigarte.
Esta es una imagen blasfema del perdón de Dios y quien dice estas cosas profana su nombre, no lo santifica. Este es un dios que es muy parecido a nosotros, es nuestro ídolo. Le amamos porque piensa como nosotros. Si así fuera el perdón de Dios, incluso nosotros que somos sus hijos e hijas, estaríamos llamados a perdonar sólo a los que reconocen su error y nos piden disculpas. En cambio, debemos perdonar a todos, como hace el Padre celestial que perdona a todos, incluso a los que no le piden perdón. El pecado hace daño al hombre, no a Dios.
Dice Eliú a su amigo Job: ‘Si pecas ¿qué daño haces? Si multiplicas tus delitos ¿qué le importa a Dios? No estás haciendo daño a Dios’. El pecado empobrece a los que lo hacen: la violencia, el adulterio, el robo, la mentira destruye a las personas, las embrutece. Esta es la razón por la que Dios, que ama al hombre, le muestra el camino de la vida y le señala lo que le deshumaniza; y cuando el hombre peca Dios no puede añadir más mal es el que el hombre ya se ha hecho a sí mismo.
El perdón de Dios precede al arrepentimiento del pecador. El pecador se arrepiente después de que Dios le haya perdonado, es decir, después de que Dios haya conseguido hacerle comprender que estaba en el camino equivocado. Y ¿cómo realiza Dios este perdón? Primero, con su palabra; esa palabra que es la luz que sigue indicando el camino correcto; y luego, a través de sus ángeles que son sus hijos e hijas que sienten como propio el dolor de su hermano que se ha desviado y que no es feliz, y se interesan por él, estudian todas las formas posibles de hacerle entender que se está haciendo daño a sí mismo y que también está haciendo daño a los demás.
Perdonar es no darse tregua hasta conseguir la paz, hasta que el hermano pecador se recupere. El pecador no es perdonado porque se arrepiente, sino que se arrepiente después de que Dios le haya perdonado. Entonces no tenemos necesidad de pedir disculpas a Dios; nunca Jesús en el evangelio dice que tenemos que pedir disculpas; tenemos que pedir disculpas a nuestro hermano o hermana al que hemos hecho mal. Cuando Dios nos perdona, nos arrepentimos; nos damos cuenta de que nos hemos desviado de camino y estamos invitados a celebrar porque en el cielo hay fiesta, no hay necesidad de hacer penitencia.
En la carta de Santiago, la última frase del capítulo 5 dice: “Hermanos míos, si uno de ustedes se aparta de la verdad y otro lo endereza, el que convierte al pecador del mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de una multitud de pecados”. La oración del Padre Nuestro nos mantiene en este ambiente de atención al hermano o hermana.
La última petición que hacemos en el Padre Nuestro, “no nos dejes caer en la tentación”. Antes se traducía: No nos induzcas en la tentación'. Sabemos que las traducciones de esta petición que hacemos al Señor presentaban algunas dificultades; antes decíamos, ‘no nos induzcas en la tentación’. Esta traducción era errónea porque Dios no nos induce en la tentación. No. Otra traducción dice: ‘no nos abandones en la tentación’. Seamos claros, no es bonita; si acaso fuera más correcto decir, ‘en la tentación no nos abandones’. No es que le pidamos a Dios que no nos abandone en la tentación como si quisiera abandonarnos y le pedimos que no lo haga. No está muy bien expresada. Incluso estas traducciones no respetan el texto griego original.
En el texto griego encontramos el verbo ‘eisperein’, que en griego tiene un solo significado: ‘no llevarnos dentro’. Por lo tanto, no es abandonarnos, no. No ‘llevarnos dentro’. Segundo término: ‘Tentación’. ‘Peirasmos’ - ‘no llevarnos dentro de la tentación’. Peirasmós puede significar tentación, pero también puede significar ‘prueba’. Esta es la traducción correcta; le pedimos al Señor que no nos lleve dentro de la prueba. Dios guía nuestra vida; en esta vida tenemos que pasar por muchas situaciones, tenemos que enfrentarnos a muchas pruebas de las cuales podemos salir maduros o derrotados. Y existen ciertas pruebas que nos asustan.
Las pruebas no son solamente las enfermedades, las desgracias sino también los éxitos, golpes de la suerte. Todos conocemos a personas que han perdido la cabeza o familias que se destruyeron cuando les llegó la riqueza de improviso. Esa prueba no se vivió bien. Entre las muchas pruebas inevitables que encontramos en el camino de la vida, hay algunas que nos dan miedo porque nos sentimos débiles, frágiles. Las que más miedo nos dan son el dolor, cuando vamos a un hospital y vemos tanto sufrimiento le decimos al Señor: ‘No me hagas pasar por esta prueba porque soy débil, tal vez hasta podría perder la fe y llegar a la blasfemia’. Estas pruebas me asustan, y le pido al Señor que me libre de ellas. Incluso Jesús hizo esta petición y en el Padre Nuestro está su pregunta al Padre: si es posible aparta de mí este cáliz’, no me lleves dentro de esta prueba. No es Dios quien nos manda pruebas, no. Son las que se encuentran en la vida y le pedimos al Señor que nos libre de las que nos asustan. Y cuando oramos, si luego nos encontramos en estas pruebas, sabemos que precisamente a través de la oración sintonizaremos nuestros pensamientos con los de Dios y él nos dará la fuerza para salir de estas pruebas madurado.
Esta invocación nos mantiene constantemente alerta para vivir a la luz del evangelio todo lo que sucede en nuestras vidas; mantiene viva en nosotros la conciencia de tener siempre un Padre que está a nuestro lado, sobre todo en los momentos difíciles cuando estamos asustados.
Ahora Jesús concluye su enseñanza sobre la oración con una parábola que sólo relata el evangelista Lucas. Escuchémosla:
Y les añadió: Supongamos que uno tiene un amigo que acude a él a medianoche y le pide: Amigo, préstame tres panes, que ha llegado de viaje un amigo mío y no tengo qué ofrecerle. El otro desde dentro le responde: No me vengas con molestias; estamos acostados yo y mis niños; no puedo levantarme a dártelo. Les digo que, si no se levanta a dárselo por amistad, se levantará a darle cuanto necesita para que deje de molestarlo. Y yo les digo: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá, porque quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abre. ¿Qué padre entre ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? O, si le pide pescado, ¿le dará en vez de pescado una culebra? O, si pide un huevo, ¿le dará un escorpión? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!
Varias veces en los evangelios Jesús nos invita a rezar, nos asegura que el Padre celestial nos escucha y responde a nuestras oraciones. “Todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los concederá". Y en la parábola de hoy: ‘Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá’. Y luego insiste: ‘Quien pide recibe, quien busca encuentra, quien llama se le abrirá’ y si todavía no se les responde, insistan hasta cansar al Padre celestial.
¿Cuándo es respondida una oración? Pensamos que la oración es respondida cuando podemos hacer que Dios haga lo que queremos, no. La oración es escuchada no cuando Dios cambia, sino cuando Dios dándonos su luz, –porque en la oración nos preparamos para recibirla–, empezamos a pensar como Él, a ver el mundo y las cosas y la vida como Él las ve.
Y para llegar a poner nuestros pensamientos en sintonía con los suyos hace falta tiempo. Esta es la razón por la que Jesús dice que la oración debe ser larga si quiere ser respondida. Hace falta tiempo para ponerse en sintonía con los pensamientos del Padre celestial. Pensemos en lo difícil que es dar sentido a ciertas situaciones dolorosas, enfermedades, injusticias, traiciones, abandono, soledad … ¿Cómo vivir a la luz de Dios estas pruebas? Es necesario permanecer en diálogo íntimo con Él para asimilar sus pensamientos. ¿Cuál es el regalo que nos quiere dar? El regalo que solo podemos recibir si ponemos nuestro corazón en la oración. Es su vida, su Espíritu; entonces, cuando oramos, el Espíritu que hemos recibido de él puede actuar y puede manifestar en nuestra vida la presencia y la vida de Jesús de Nazaret porque es el mismo Espíritu que le animó. Y cuando su Espíritu actúa en nosotros significa que la oración que hemos hecho ha sido escuchada.
Les deseo a todos un buen domingo y una buena semana.