Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
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Un buen Domingo para todos.
El que lee la narración de la boda de Caná tiene la impresión de encontrarse frente a un episodio muy simple, aunque quizás un poco extraño y hasta embarazoso para un creyente. Sorprende, ante todo, la importancia que Juan da a este episodio. Lo coloca, prácticamente, al principio de su evangelio como el primero de los siete signos que se narran en el evangelio de Juan. Luego, concluye el episodio con una afirmación solemne: “Jesús manifestó su gloria y creyeron en él los discípulos”. Y, uno se pregunta: ¿con tan poca cosa? Esta afirmación sería comprensible si se hubiese colocado, por ejemplo, después de la reanimación de Lázaro. Allí Jesús manifestó verdaderamente su gloria venciendo a la muerte. Pero aquí parece un poco excesiva esta manifestación de la gloria de Jesús y la adhesión que le dan sus discípulos por el hecho de cambiar el agua en vino.
Luego, considerando el episodio en sí mismo, quedamos un poco desconcertados. Los invitados a la Boda de Caná ya habían bebido mucho, al punto que habían acabado el vino. Alguna explicación que se da y que suscita un poco de risa—incluso hoy algunos lo siguen diciendo— y dicen que el vino se acabó porque el invitado era Jesús, pero después él se trajo a los 12 discípulos. Éstas eran personas trabajadoras, ocupadas… luego, habían hecho un viaje largo… llegaron y enseguida acabaron el vino. Se trata de explicaciones que—como decía—suscitan sonrisas. No se comprende cómo Jesús, en vez de dar alguna recomendación, había puesto a disposición otros 600 litros de vino. Esta era la capacidad de estas seis tinajas de piedra.
Además, aunque si hubiera sido oportuno dar más vino para la fiesta, ¿hacía falta recurrir a un milagro? Hubiera sido suficiente haber hecho una colecta entre todos los invitados para comprar un poco de vino. Nos parecería mejor a nosotros que Jesús hubiese reservado su capacidad de hacer milagros para algo más útil y más urgente. En el pasado se trataba de explicar diciendo que Jesús no tenía ninguna intención de hacer un milagro pues aún no había llegado el momento, pero a causa de la insistencia de la mamá, Jesús quiso complacerla, aunque de mala gana. Y, por su parte, la mamá quería evitar una situación embarazosa para la familia de los dos esposos… porque eran pobres. No hay que prestar atención a estas explicaciones.
Y, añadamos inmediatamente, no es verosímil que fuese una familia pobre, porque en la narración se dice que tenía siervos; luego, la presencia de seis tinajas de piedra indica que la familia era pudiente; solamente los judíos ricos se podían permitir tener las tinajas tan grandes para las purificaciones. Las anteriores explicaciones no ayudan a comprender la narración, sino que crean otras dificultades y más problemas. También nos preguntamos: ¿Por qué habla de la ‘madre’ y no dice ‘María’? Luego, también, ¿por qué Jesús responde de esa manera a la madre, llamándola ‘mujer’? No existe ningún ejemplo en toda la inmensa literatura rabínica de un hijo que haya hablado de esa manera a su madre.
Si este episodio se interpreta como un hecho de crónica, en la mejor de las hipótesis, esta narración continuará a provocar alguna sonrisa benévola. El único mensaje que se sacaba de este episodio en el pasado, era la recomendación de recurrir con confianza a la Virgen María, pues ella era capaz incluso de hacer ceder a su hijo para complacer nuestros pedidos. Desde hace ya mucho tiempo los cristianos se han comenzado a darse cuenta del hueco teológico-bíblico que acompañaba esta manera de interpretar el Evangelio, como si fuese una vida de Jesús y una forma de devoción mariana. La narración no es tan sencilla como parece. No se trata de un relato de crónica sino una ‘señal’.
La primera de las señales que el evangelista presenta con un lenguaje y con las imágenes bíblicas que hay que decodificar. De otra manera, no se comprende el mensaje que el evangelista nos quiere dar. Nosotros vamos a tratar de ir en profundidad; no nos quedaremos en la superficie de este relato. Escuchemos cómo comienza: En aquel tiempo se celebraba una boda en Caná de Galilea; allí estaba la madre de Jesús. También Jesús y sus discípulos estaban invitados a la boda. Se acabó el vino, y la madre de Jesús le dice: No tienen vino. Jesús le responde: ¿Qué quieres de mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora.
Si nos atenemos a este relato como si fuese un hecho de crónica, nos quedaremos confundidos. Ya los campesinos de Algeria, en tiempos de San Agustín, decían: ‘¡Aquí estamos al nivel de Baco! Nosotros no nos quedaremos en la superficie de esta narración pues el evangelista nos invita a ir en profundidad; a comprender el significado de las imágenes bíblicas y del lenguaje bíblico que él utiliza. Y la primera de estas imágenes es la fiesta de boda. Se nos presenta una boda que es un poco extraña, pues si miramos alrededor, la primera sorpresa es que los esposos no son presentados.
La esposa está totalmente ausente y el esposo tiene un papel insignificante. No dice una palabra: solo el encargado del banquete se lamente con él porque no ha ofrecido al principio el vino bueno. ¿Cuál es la razón de que no se presente —como nosotros lo hubiéramos hecho—la narración de este hecho? La razón es muy sencilla. Aquí el evangelista está hablando de ‘otro matrimonio’. Es la fiesta de boda anunciada por el Bautista cuando dijo: “Yo soy el amigo del esposo; no soy el esposo. Yo exulto de alegría porque siento la voz del esposo que llega”. Y el esposo era Jesús de Nazaret.
Observen en la pintura del fondo cómo, con el simbolismo del color, los iconos orientales han comprendido el mensaje de esta página de Juan. Es fácil comprender quién es el esposo: los colores de su ropa lo indican claramente: debajo hay una túnica roja. El color rojo indica la naturaleza divina. Y arriba está el manto azul que es el símbolo de la naturaleza humana que ha asumido. Jesús es el esposo. Y la esposa que vino a buscar es la humanidad, porque Dios se ha enamorado de esta humanidad. Vino al mundo para dar comienzo a esta fiesta de boda, tan mencionada en el Antiguo Testamento. El matrimonio en la Biblia es una imagen, una espléndida parábola del amor de Dios con Israel.
Les voy a leer algunos textos de los profetas—textos muy famosos y hermosos, porque el Dios de Israel no quería comunicarse con su pueblo como un patrón que da órdenes y luego paga al final del día. NO. Dios ha querido presentarse como el esposo que ama perdidamente a Israel, la esposa. Oseas 2,18.21-22: “Dice Dios: Te haré mi esposa para siempre. Aquel día –oráculo del Señor– me llamarás Esposo mío, ya no me llamarás ídolo mío Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en fidelidad, y conocerás al Señor”.
Isaías 62,5: “Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó la alegría que encuentra el esposo con su esposa la encontrará tu Dios contigo. La gloria de Dios es ver feliz a la esposa”.
Jeremías 2,2, cuando habla del compromiso: “Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra sin cultivar”. Nuevamente Isaías 54,10: “Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no te retiraré mi lealtad ni mi alianza de paz vacilará –dice el Señor, que te quiere–“. Dios es un esposo que no traiciona nunca a su esposa. Aun cuando la esposa lo abandonase, él va a buscar de nuevo a su esposa porque no puede echar en menos a este amor. Ha estado envuelto en el amor pasional por Israel. Esta esposa representa a toda la humanidad de la cual Dios está perdidamente enamorado.
Nos preguntamos: ¿Era realmente una fiesta de boda la relación entre Dios e Israel? La respuesta es NO. Porque Israel había establecido una relación con Dios como la del trabajador, del dependiente que tenía que presentarse puntualmente al trabajo. Basta recordar, por ejemplo, como el primer sacrificio en el templo debía ser hecho a la hora exacta, de lo contrario no era válido porque este sacrificio se debía ofrecer al Señor a la hora señalada.
Era una relación comercial. El israelita piadoso se acercaba al templo para ofrecer sacrificios y así conseguir los favores del Señor. Observaba los mandamientos y preceptos y así se garantizaba la benevolencia del Señor para que bendiga la familia, los hijos, la buena salud, los campos que los animales fuesen fecundos. El Señor era considerado un legislador, incluso legislador severo y exigente, a tal punto susceptible de castigar a los que transgredían sus mandatos. Si leen el capítulo 27 del Deuteronomio verán que hay 52 maldiciones para los que desobedecen las órdenes del Señor. Entonces, en esta situación, en esta forma de relacionarse con Dios eran necesarias purificarse continuamente porque no se sentían dignos. Se convirtió en la religión de las purificaciones.
Notemos en esta narración la importancia que tienen esas seis tinajas de piedra. El número 6: indica la imperfección, que se consigue solamente llegando al número 7. Son de piedra: la ley de piedra, escrita sobre la piedra. Están vacías: perdieron su función. Esta religión del deber, del servicio esperando ser pagado según los méritos y, por tanto, sentirse siempre deudores de alguna manera… ¿puede dar alegría esta religión? La respuesta es NO. Crea solamente ansia, aprehensión, inquietud. Había que observar 613 mandamientos. Era difícil cumplirlos a todos y, por tanto, imposible sentirse a gusto con Dios; siempre había algo de qué purificarse.
Los fariseos que eran los ejecutores escrupulosos de los mandamientos más pequeños, recibidos de la tradición de los antiguos, decían—lo menciona el evangelista Juan— “Esta gente que no conoce la ley es maldita”. ¿Cómo se hace a estar alegres con esta relación con Dios? Faltaba el vino, que4 es símbolo de la alegría. Esta es la segunda imagen bíblica. En la Biblia se habla a menudo del vino y de la vid.
En el Antiguo Testamento se habla del vino 141 veces y 34 veces en el Nuevo Testamento. También se habla mucho de la vid: 56 veces en el Antiguo Testamento y 9 veces en el Nuevo Testamento. En la Biblia se condena la embriaguez, pero el vino es símbolo de la alegría, del amor. Les voy a leer algunos textos que ayudarán a comprender el significado de esta imagen. Del libro del Sirac 19,19: “Disfrutan celebrando banquetes y el vino les alegra la vida” Sirac 31,27: “El vino es vida para el hombre si lo bebe con moderación. ¿Qué vida es ésa cuando falta el vino, que fue creado desde el principio para alegrar?”. Salmo 104,15: "El vino alegra el corazón del hombre". Recordamos también el famoso texto de Isaías 25 que anuncia el gran banquete que el Señor preparará para todos los pueblos…: “un festín de manjares suculentos, un festín de vinos añejados, manjares deliciosos, vinos generosos”.
Esta es la segunda comparación: la del vino que falta en esta relación que Israel ha hecho con su Dios: falta el vino. Es una fiesta de boda donde no hay alegría. Y no existe alegría si no entra un amor incondicional que no la ejecución de mandatos, sino un entrar en sintonía en esta relación de amor con el Señor. Algunos, pero no todos en Israel, habían instaurado esta relación comercial con Dios, relación de dependencia, de asalariados.
También estaban aquellos que habían cultivado una relación íntima de amor con el Señor: los salmistas, los profetas. Por ejemplo, el Salmo 16,11 donde el salmista concluye y dice al Señor: He llegado al término de mi existencia, pero ambos estamos enamorados. ¿Cómo harás para estar sin mí? No sé cómo harás, pero no puedes dejar que tu enamorado vea la corrupción. Es alguien que vivió antes de la Pascua, pero comprende que el enamoramiento no pude acabar. Luego también el Salmo 139,1.13 que todos conocemos muy bien: “Señor, tú me sondeas y me conoces… Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el seno materno”.
Existían, pues, en Israel algunos que habían cultivado una auténtica relación con el Señor. Pero los escribas, los fariseos, los sumos sacerdotes del templo habían inculcado otra espiritualidad: la observancia de los mandamientos impuestos por un Dios legislador. No existía la alegría; faltaba el vino en esta fiesta de boda. ¿Quién se da cuenta que esta situación es insostenible? No son los sumos sacerdotes… aquellos que eran los guías espirituales… no son ellos.
Es la ‘madre’. ¿Quién es esta ‘madre’? El texto no dice ‘María’, dice ‘la madre’. ¿De qué seno ha nacido el Mesías? Ha nacido del seno de Israel, de esta esposa del Señor. Y en este pueblo de Israel existe un resto fiel que ha cultivado la relación con el Señor y se ha dado cuenta que la situación es insostenible. No existe la alegría en esta fiesta de boda, reducida así – como la habían reducido los guías espirituales del pueblo. El seno del cual ha nacido Jesús—sí, ciertamente nació del seno de María… pero el ‘seno’ del que está hablando aquí es el seno de la esposa Israel.
Al final del Evangelio, Juan presenta a esta ‘madre’ al pie de la cruz. La ‘madre’ que es confiada al discípulo y que representa a la comunidad que nace del seno de Israel. Jesús, poco antes de morir, dice al discípulo: recuerda que Israel es tu madre; has nacido de este seno, ama, recibe a tu madre. Y, a la madre, que cuando Juan escribe su evangelio, ha rechazado al hijo, le dice a la madre: ‘este es tu hijo’.
Este mensaje es muy profundo, muy comprometedor lo que nos presenta el evangelista Juan. Por tanto, el que se da cuenta de que falta alegría en esta fiesta de boda es esa parte de Israel que ha asimilado la espiritualidad de los profetas, que había predicado una relación de amor con el Señor. Y esta parte de Israel es la madre que recurre a Jesús. Es el único que puede dar el vino para que, quien la reciba, se convierte en surgente inacabable de alegría.
Notemos que el texto no dice que ‘se acabó el vino’. Dice: οινον ουκ εχουσιν que quiere decir: no tienen vino, no existe el vino en esta religión. Falta la alegría. La madre—esta parte fiel de Israel—dice a los que servían: Hagan lo que él les diga. Pero antes, cuando la madre le dice al hijo: ‘no tienen vino’. La respuesta es muy extraña. Jesús le responde: “¿Qué quieres de mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora”.
¿Qué significa esta frase? Es una expresión del lenguaje diplomático. Es para tomar distancia de alguien. La expresión indica una separación neta entre esa parte de Israel que no ha comprendido, que no ha acogido el mensaje de los profetas. Y ahora llega la novedad. Además, algunas comentaristas dicen: Jesús dice a su madre, ‘No quiero hacer milagros porque no ha llegado mi hora’. NO. En los manuscritos antiguos no existía la puntuación, y entender la frase como una afirmación es correcto. De hecho, luego Jesús actúa y es interpretado como un pedido – todavía no ha llegado mi hora. Ha llegado el momento que en esta fiesta de boda llega el vino, llega la alegría.
La ‘hora’ de Jesús es el momento decisivo, el momento en que Jesús manifiesta su gloria. Esta ‘hora’ se recuerda a menudo en el evangelio de Juan. Cuando intentan capturar a Jesús, dice: ‘No había llegado su hora’. Luego, hacia el final, cuando Jesús, orando al Padre, dice: ‘Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu hijo’. ‘Glorificarlo’ no significa ‘lo aplaudirán’. NO. La gloria de Dios es cuando Jesús llegue a manifestar la plenitud de su amor. Desde el comienzo del evangelio Jesús anuncia que ha llegado su hora, la hora en que él donará ese vino que es la alegría de la nueva relación con el Señor.
Escuchemos ahora lo que dice la ‘madre’ – el Israel fiel, este Israel que espera que el Señor proclame el banquete de alegría, la fiesta prometida por los profetas. Escuchemos lo que dice:
“La madre dice a los que servían: Hagan lo que él les diga. Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, con una capacidad de setenta a cien litros cada una. Jesús les dice: Llenen de agua las tinajas. Las llenaron hasta el borde. Les dice: Ahora saquen un poco y llévenle al encargado del banquete para que lo pruebe. Se lo llevaron”.
La madre, este resto fiel, ha comprendido de dónde puede venir la alegría. Y dice a los siervos: si quieren tener el vino de la alegría, vayan a buscar de su agua. Es el agua del esposo, de Jesús, su Espíritu.
Y aquí entra el personaje central en este texto—son las tinajas. Estas tinajas representan la antigua religión; están vacías. De estas tinajas… de esta relación con Dios nunca saldrá la alegría. Eran 6. Es un matrimonio que sobrevivo, pero las falta los arrebatos de la juventud, se cumple todo lo que está establecido por la tradición. Se parecen a esos matrimonios que han llegado a un tope y ya no hay más alegría. Están juntos porque la tradición indica que deben estar juntos.
Este texto está también escrito para nosotros hoy. La tentación de regresar a la religión, representada por las tinajas, es siempre actual. Hemos heredado una espiritualidad de méritos, a tener méritos delante de Dios. Esto es típico del dependiente, del asalariado. Es la espiritualidad que ha sido inculcada. No es la relación esponsal de quien se siente amado de forma incondicional. Aunque la esposa traicione al esposo, él permanece fiel. La relación con Dios es diferente.
Preguntémonos: ¿Qué quieren decir las expresiones como ‘práctica religiosa’, ‘vida en convento’? ¿Van unidas a la fiesta, a la alegría, a la sonrisa, al canto, a la danza? ¿O van unidas al sacrificio, a la seriedad, a la observancia de reglamentos, de disposiciones de los superiores? No llaman a la alegría y a la fiesta. Nuestras comunidades cristianas que en el Día del Señor se reúnen para celebrar la Eucaristía… ¿cómo se presentan las personas? ¿Llegan a la iglesia felices y sonrientes porque después de una semana de duro trabajo, finalmente tienen la alegría de encontrarse con los hermanos y hermanas para cantar junto con ellos la alegría de sentirse amados por Dios y por Cristo? ¿Son estos los rostros que vemos? ¿O llegan a menudo personas que se encuentran porque deben participar en una fiesta? ¿O deben tener cuidado en no hacer enojar mucho al Señor con un pecado mortal si no se participa de la Eucaristía? ¿¡Qué relación con Dios es esta!? ¿Se puede ‘mandar’ a encontrar a la persona amada bajo pena de pecado mortal? ¿Cómo se puede llegar a tener alegría con este tipo de relación con el Señor? ¿Estamos contentos con la forma cómo es experimentada la vida de nuestras comunidades cristianas? ¿Qué ven los no creyentes? ¿Se respira juventud en nuestras comunidades cristianas o un olor de moho y estancamiento? ¿Qué es eso de volver a la misa en latín, de devociones piadosas o de credulonería que tanto gustaban a la gente pero que tienen muy poca relación con el evangelio? ¿Producía alegría esta espiritualidad? ¿Eran felices la gente? ¿Son ahora personas felices por las opciones que han hecho de seguir a Cristo? ¿Cómo nos ven los que están fuera de la comunidad cristiana? ¿Se respira alegría en nuestra comunidad o es la religión de las vasijas vacías?
No es de maravillarse que si las personas no ven esto en las comunidades cristianas no se sienten atraídas. Entonces, ¿no cabe la duda que hayamos recubierto el evangelio con un velo de tristeza y que es por eso que el evangelio no es comprendido, acogido? Luego, muchos se alejan. Si viesen a gente realmente feliz buscarían la alegría en alguna otra parte. Después de esta figura de las tinajas, está la figura de los siervos. Pienso en esas personas que son necesarias pues son ellas las que trabajan para presentar esa agua que se transforma en vino y en alegría.
Pienso en los catequistas; en esos cristianos comprometidos que pasan la tarde del sábado al servicio de la comunidad cristiana; y son incansables. Su trabajo es indispensable para que se realice este milagro de la alegría. Y dice Jesús: “Ahora saquen un poco y llévenle al encargado del banquete para que lo pruebe”. La figura del encargado del banquete: se lo cita cinco veces. Se trata de quien debe preparar la fiesta; para que la fiesta llene a todos de alegría. Pero él no se da cuenta que falta el vino. Este encargado del banquete representa a los guías espirituales del pueblo. Ellos eran los que organizaban la fiesta de boda… pero unan funerales, no producían ninguna alegría.
Los encargados del banquete estaban atareados en otras cosas. Nos lo dice el evangelio. No se daban cuenta que la religión que ellos predicaban no era una relación auténtica con Dios; lo que buscaban era hacerse ver, pensaban en hacer carrera y de llegar y afirmarse en el poder y en su prestigio. Se presentaban con esas pantallas para recibir inclinaciones, besamanos y obsequios. Jesús no soportaba estas comedias. No se dieron cuenta que faltaba la alegría. Por tanto, estaban sorprendidos que alguien les hiciese ver que habían preparado un banquete para personas tristes.
Escuchemos ahora su reacción a las palabras del encargado del banquete:
“Cuando el encargado del banquete probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde procedía, aunque los servidores que habían sacado el agua lo sabían, se dirige al novio y le dice: Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los convidados están algo bebidos, saca el peor. Tú, en cambio has guardado hasta ahora el vino mejor. En Caná de Galilea hizo Jesús esta primera señal, manifestó su gloria y creyeron en él los discípulos”.
Ya hemos dicho que los encargados del banquete representan a los jefes religiosos que habían organizado una relación con Dios que no producía ninguna alegría. Y ahora estos encargados se sorprenden que el vino nuevo sea mejor que el viejo. El término empleado no significa ‘el vino bueno’ que ha llegado. El vino ‘hermoso’: ton kalón oicon. Se repite dos veces. Es el vino ‘hermoso’ – ha entrado la belleza finalmente en la práctica religiosa que antes no daba ninguna satisfacción, solamente ansia, miedo y angustias.
Pongamos atención porque el regreso a lo antiguo es una tentación que regresa siempre. A veces sentimos a ciertos nostálgicos que dicen: ‘la práctica religiosa antigua... esa sí que era hermosa’. No era para nada hermosa. La belleza viene cuando uno se da cuenta de esta relación de amor incondicional de Dios. Jesús nos ha puesto en guardia empleando esta comparación del vino.
Dice Jesús en el evangelio de Lucas en el capítulo 5: “Nadie luego que ha probado el vino viejo desea el nuevo porque dice que el viejo es mejor”. Este es el peligro de regresar a esas seguridades que daba la práctica religiosa antigua. Y aquí Jesús manifestó su gloria. ¿Cuándo es que Dios manifiesta su gloria? Cuando, finalmente, logra convencernos de lo mucho que nos ama. ¿Qué gloria ha manifestado en esta señal? Mostró su rostro amable; el rostro de Dios que quiere que todos sus hijos e hijas sean felices; y que solo quiere la alegría para sus hijos e hijas. Que no quiere asalariados que obedezcan sus órdenes para recibir una paga al final de la vida. Él no da órdenes para ser respetado; su palabra es una participación de amor, porque solamente podemos ser felices si comprendemos que nos quiere bien y que nos quiere dar vida. No da órdenes para ser obedecido y para mostrar que Él es el que manda. No quiere gente que si no tienen excusas son castigadas.
Esta es la religión de las tinajas para las purificaciones… que nunca dieron alegría a nadie. La gloria de nuestro Dios es la revelación de su amor gratuito e incondicional. Aun cuando la humanidad no responde con amor, él no merma su fidelidad al amor que ha jurado a la humanidad. El que se siente amado de esta manera no puede menos de estar perennemente en la alegría. Si aquellos que no han acogido la propuesta de vida de Jesús de Nazaret, no ven esta alegría en nuestros rostros, ¿cómo se sentirán atraídos en este compromiso religioso con el Señor? Si la religión no es la que nos une a Dios con un amor incondicional, no verán en nuestros rostros la alegría que Jesús vino a traer.
Les deseo a todos un buen domingo y una buena semana.