Palabras de alegría y esperanza
Videos del P. Fernando Armellini
Video semanal destacado
* Voz original en italiano, con subtítulos en inglés, español & cantonés
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Un buen domingo para todos.
El domingo pasado, Jesús se había dirigido a los discípulos que habían hecho la opción de aceptar su propuesta de vida diciéndoles: “Felices ustedes”. Ser ‘feliz’ no quiere decir ‘hacer todo lo que les digo’, sino que es una felicitación, un cumplido; han asegurado sus vidas. Y la última de estas bienaventuranzas era: "Felices cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten…”. El hecho de que el mundo no los ame, significa que son diferentes porque si los amase quiere decir que son iguales a todos los demás. En cambio, la opción de vida que yo les propongo y que ustedes han aceptado es muy diferente a la del mundo. Y cuando decimos ‘mundo’ entendemos a aquellos que siguen los impulsos naturales en la vida.
En el texto evangélico de hoy, veremos que no es tan sencillo aceptar la propuesta de vida de Jesús pues es muy distinta a la que sugiere nuestro instinto. Por tanto, si el cristiano no fuese hostigado, tendría que preguntarse y verificar si, quizás, no se haya convertido en la sal que ha perdido su sabor y que solo sirve para ser arrojada fuera y ser pisada por la gente, como dijo Jesús. Si el cristiano razona y habla como todos los demás, si sigue los mismos principios y los mismos valores, si se adecua a la manera de vivir de aquellos que no conocen el Evangelio, ciertamente lo dejarán tranquilo. No será perseguido. No molesta a nadie. Pero si el cristiano encarna el Evangelio, cuestiona con su vida el orden establecido, es inevitable que sea perseguido.
Jesús dice: “Felices ustedes” cuando tengan esta experiencia dolorosa. Es entonces cuando uno se pregunta cómo debe comportarse el discípulo cuando es perseguido; cuando se encuentra frente a personas que le hacen el mal o utilizan la violencia, cuando es marginado, cuando sufre injusticias y puede, incluso, perder la vida. Y no es solamente una experiencia de los primeros siglos; es una experiencia que la Iglesia está viviendo también hoy. ¿Qué dice el Maestro? El instinto natural lleva al discípulo a reaccionar, a pagar con la misma moneda, a responder a la violencia con la violencia, al mal otro mal y con venganza.
Escuchemos lo que les pide Jesús a sus discípulos que se encuentran en esta situación. ¿Se deben dejar llevar por el instinto o de la vida nueva que han recibido del Padre del cielo: el Espíritu? Escuchemos:
“En aquel tiempo, dice Jesús: A ustedes que me escuchan yo les digo: Amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian; bendigan a los que los maldicen, recen por los que los injurian. Al que te golpee en una mejilla, ofrécele la otra, al que te quite el manto no le niegues la túnica; da a todo el que te pide, al que te quite algo no se lo reclames”.
Se trata de cuatro inequívocos imperativos, seguidos de cuatro ejemplos prácticos tomados de la vida cotidiana. Por tanto, Jesús quiere ser muy claro con lo que le pide a sus discípulos cuando sufren injusticias y persecuciones. El primer imperativo: “Amen a sus enemigos”. El verbo que se emplea aquí no es el que se traduce por ‘amistad’ = ‘filei’. Es otro verbo. Alguna vez nos preguntamos, ¿cómo puedo ser amigo de quien me hecho el mal? No lo puede hacer… Y es claro, esto no es posible. Jesús no te pide que seas su amigo, te pide que lo ames. El verbo aquí empleado es ‘agapán’. Se trata de un verbo que, en la literatura griega clásica, no se emplea ni siquiera una decena de veces. Es muy raro. Pero, para los cristianos, se ha convertido en el verbo que indica el amor firme, que no se origina en la naturaleza humana—que te llevaría en la dirección opuesta— sino que se origina en la vida que te ha sido donada por el Padre del cielo, que es su misma vida. Y su vida es ‘amor’.
‘Agapán’ significa disponibilidad a hacer el bien y solamente el bien de manera incondicional. En la confrontación con el enemigo que me hacho algún mal, incluso un mal grave, y que, de hecho, está haciendo todo lo posible para crearme problemas, el ‘hacerle el bien’ no es algo que viene espontáneamente. El instinto natural nos lleva en la dirección opuesta. Jesús pide ‘amor’. La prontitud de responder al pedido de ayuda incluso del enemigo. Cuando el enemigo tenga necesidad, a pesar de cualquier mal que me haya hecho, debo ponerme a su servicio. Este es el primer imperativo: aceptarlo o rechazarlo, pero esta es la propuesta de Jesús de Nazaret.
Segundo imperativo: “Traten bien a los que los odian”. El odio no es simple antipatía o la aversión que uno siente frente a aquellos que no le caen simpático. Estos son sentimientos que todos tenemos. El peligro es que estos sentimientos se transformen en odio. El que odia quiere destruir al otro. El que me odia, quiere que me pase algo malo y piensa que sería mucho más feliz si yo no existiese. Si uno me odia, el instinto natural—lo que se deriva de mi naturaleza humana—¿dónde me lleva? Me lleva a hacer lo posible para destruirlo. Él me quiere destruir a mí, entonces yo lo anticipo y le deseo que le suceda algún mal… quizás que se lo lleva una enfermedad… Esto es responder al odio, a quien me quiere hacer mal, con otro odio. Esto se deriva de la naturaleza.
Está claro que si uno me odia no me caerá simpático. Esto no depende de mí. El peligro es cuando esta antipatía se transforma en odio en mí. El Espíritu de Cristo va en sentido contrario. Jesús pide que se deben buscar todas las oportunidades de hacerlo feliz, de hacerle el bien. Es tu enemigo que te odia, que desea destruirte, que no quiere que existas en este mundo, y tú debes hacer lo posible para hacerlo feliz. Hacer el bien no significa ‘acariciarlo’, a consentir los caprichos. Esto no es amor para los que nos hacen el mal. ‘Hacer el bien’ quiere decir tomar decisiones fuertes en la confrontación con la persona, porque la quiero hacer crecer, la quiero humanizar. Está en una condición en que si consiento con sus caprichos será peor para ella… entonces, esto no lo puedo hacer. Pero debo hacer todo lo posible para que esa persona pueda crecer, pueda humanizarse, pueda ser feliz.
En todo caso, el discípulo de Cristo no puede hacer otra cosa que amarla. A veces nos preguntamos: ¿dará resultado? No lo sé. Es que yo, siendo hijo de Dios, no puedo hacer otra cosa que amarla. Quizás se cierre más, me odiará aún más… Pero yo me dejo guiar de la vida divina, de la vida del Padre del cielo que es amor… aun cuando la otra persona se cierre, yo no puedo hacer otra cosa. La vid no puede hacer otra cosa que producir uva, es su naturaleza. El jazmín no puede hacer otra cosa que dar perfume, es su naturaleza, aunque si uno lo pise, seguirá dando perfume. La naturaleza del cristiano es la del hijo de Dios, no puede hacer otra cosa que amar, incluso a los que le hacen el mal, a los que lo odian.
Tercer imperativo: “Bendigan a los que los maldicen”. Maldecir quiere decir desear la muerte del otro. Bendecir quiere decir desearle la vida. Bendecimos a Dios cuando reconocemos que de Él nos llega toda la vida. Y Dios nos bendice dándonos la vida. Cuando nosotros bendecimos a otra persona, quiere decir: ‘deseo que tu vivas’. Y ‘vivir’ no solo significa ‘sobrevivir’. Quiere decir que tú tengas la plenitud de vida, la plenitud de alegría. Y cuando un cristiano bendice a alguien que lo ha maldecido, quiere decir que desea que el otro sea feliz y que está dispuesto a hacer todo lo posible para que lo sea. Y esto no es fácil.
Y por eso el cuarto imperativo: “Recen por los que los injurian”. Practicar los tres primeros imperativos es difícil y por eso la necesidad de rezar. Solo la oración auténtica—no la repetición de fórmulas—sino la oración auténtica que quiere decir ponerse en sintonía con el pensamiento de Dios, ver como Dios ve, al que me odia, al que me hace el mal. Y cuando descubro que Dios lo ama… no me está diciendo que el otro es bueno y que todo lo hace bien; me dice que ese su hijo es maravilloso, aunque esté haciendo cosas malas. Dios odia a las cosas malas que hace, pero lo ama a él. Solamente en la oración puedo entrar en sintonía con los sentimientos de Dios.
Cuando estamos delante del Señor no se puede mentir; y le pedimos que colme de sus bienes al que n os está haciendo el mal. Y cuando uno ora de esta manera, el corazón está en sintonía con el corazón del Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, que hace llover sobre los justos y sobre los injustos. Y ahora Jesús explica su propuesta de mundo nuevo con cuatro ejemplos prácticos.
Aclaremos inmediatamente, que Jesús está utilizando imágenes paradójicas: poner la otra mejilla después que te han dado una bofetada… no hay que tomarlo a la letra… ni Jesús lo ha tomado a la letra. Pero vamos a tratar de entender qué es lo que Jesús pretende de sus discípulos, que quiere que se dejen mover por su Espíritu, de la vida divina que ha recibido, no de los impulsos que le vienen de la naturaleza. Y para presentar esta ley del amor incondicional estos son los ejemplos que Jesús da.
El primero hace alusión a la violencia física: ¿qué debe hacer el esclavo? Dice: poner la otra mejilla. Quiere decir: ‘Tú no debes responder con la violencia’. Nosotros experimentamos muchas clases de agresividad en nuestra vida, incluso en los momentos más simples, más banales… podemos estar en la carretera conduciendo y estamos junto a otros coches, esperando poder seguir y detrás está uno que grita… y con esto me está diciendo: ‘tú no debes existir’. Es una violencia que se nos hace. ¿Cómo reaccionar? El cristiano no puede reaccionar sino con amor. Debes poner la otra mejilla. Si no puedes cambiar la situación, no debes reaccionar con la violencia.
Segundo comportamiento: la del ladrón que te roba lo primero que encuentra. ‘Al que te quite el manto no le niegues la túnica’. Es paradójico. Pero, si un día encuentras a quien te ha robado el manto—si lo encuentras en la calle y se está muriendo de frio, tú debes darle tu túnica… y tú pasar frio y dársela a tu hermano. Lo puedes aceptar o rechazar, pero esto es el Evangelio.
El tercer ejemplo: no buscar excusas: ‘Da a todo el que te pide’. Es el pedido de ayuda. A veces se hace sin discreción y crea situaciones desagradables, pero no hay que buscar excusas. Si puedes ayudar al hermano, tú lo debes ayudar, aunque sea un enemigo. Atención sobre esto de hacer el bien, dar limosnas. Estemos atentos. Tenemos una hermosa frase que se encuentra en el libro de la Didajé, que ha sido escrito en Antioquía, antes del Evangelio de Mateo. Dice: “Mantén la limosna en tus manos sudorosas hasta que sepas a quién es mejor darla”. Es una frase muy importante. ‘Piensa bien antes de dar limosna, antes de hacer algún bien al otro, pues debes saber cómo será empleado el bien que hacer’. Por tanto, sabiduría cuando haces el bien.
El cuarto ejemplo hace relación a la justicia económica: “Al que te quite algo no se lo reclames”. Alguien que se apodera de algo que es tuyo. ¿Cómo reaccionar? Jesús no está diciendo que debes permanecer pasivo, resignarte. NO. El cristiano no es un ingenuo o tonto. Jesús sugiere una acción positiva para humanizar al malvado. Y lo primero es no comportarse de la misma manera que el malvado. Por tanto, no se pide al discípulo que no haga justicia y defienda lo que le pertenece, el honor propio, la propia vida. El cristiano no es imbécil, no tolera la injusticia.
Amar tampoco significa soportar en silencio sin reaccionar. El cristiano se empeña activamente a poner fin a las prevaricaciones, a los robos, a la injusticia. Pero no utiliza métodos condenados por el Evangelio. Cuando no llega a establecer la justicia con los medios evangélicos, cuando la única vía que permanece abierta es la de hacer el mal a un hermano, se debe mostrar discípulo de Cristo: que prefiere soportar el precio de la injusticia antes que hacer el mal a un hermano. Y ahora llega lo que se ha llamado ‘la regla de oro’ que Jesús ha dado para ayudarnos a hacer las opciones justas cuando no estamos seguros qué hacer.
Escuchemos:
“Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Si aman a los que los aman, ¿dónde está la gratuidad? También los pecadores aman a sus amigos. Si hacen el bien a los que les hacen el bien, ¿dónde está la gratuidad? También los pecadores lo hacen. Si prestan algo a los que les pueden retribuir, ¿dónde está la gratuidad? También los pecadores prestan para recobrar otro tanto”.
Jesús comienza con un sabio consejo. Para saber qué hacer, para ayudar a quien se encuentra en dificultad, y no se sabe bien qué opción tomar. Jesús sugiere ponerse esta pregunta: ‘Si tú te encontrases en la situación del otro, ¿qué desearías que el otro hiciera por ti?’ “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes”. Y luego introduce el tema de la gratuidad, del amor cristiano. Lo que caracteriza al ‘agapán’ es la disponibilidad para hacer el bien gratuitamente, sin esperar nada en cambio.
Muchas veces, la traducción del texto que acabamos de escuchar, traducen el paralelo de Mateo quien dice: “Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen?; si hacen el bien a los que les hacen el bien, ¿qué mérito tienen?; si prestan a los que les devuelven lo prestado ¿qué mérito tienen?” (Mt 5,46ss). Y emplea el término ‘mistós’ = ‘mérito’. Pero Lucas, con mucha finura, utiliza otro término: ‘jaris’, que significa gratuidad. Entonces, el significado de este término es diverso. Si uno ama a los que los aman…. ¿qué haces gratis? Y lo que caracteriza el amor auténtico de Jesús de Nazaret, es el amor que no pide nada en cambio. Lo hace en pura pérdida porque es feliz, porque no puede hacer otra cosa que amar, que hacer el bien.
Esta es la ‘jaris’, la gratuidad. Si haces el bien a quien te hace el bien ¿dónde está la gratuidad? Esto lo hacen todos. Se deriva de la naturaleza humana. Hacer el bien sin esperar nada en cambio es lo característico del amor de Cristo. Y hacer el bien sin esperar nada en cambio, o sea gratuitamente, se refiere también a no hacer el bien para acumular méritos en el paraíso. Esto es todavía egoísmo. No es ‘jaris’. Si amo al pobre ya que luego, allá en el paraíso, acumulo bienes… entonces soy todavía un egoísta. No he entrado en la ‘jaris’ que caracteriza al amor del discípulo.
Es este amor gratuito el que transforma a la persona en espléndida, en un verdadero discípulo de Cristo. Espléndida porque de él o de ella sale la luz que caracteriza a la persona espléndida que es Jesús de Nazaret. Cuando Jesús dice: ‘Deben ser luz del mundo’ quiere decir: ‘deben dejar salir de sus vidas la luz que es mi propia vida’. Y ahora llegamos al ápice de la ética cristiana: el amor al enemigo: Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados.
El amor al enemigo: esta es la situación privilegiada donde es posible mostrar la gratuidad del amor. Solamente el amor total de Jesús de Nazaret puede llegar a este nivel. Esta propuesta de Jesús ha sido ya preparada por varios textos del Antiguo Testamento. Recordamos el libro del Éxodo: “Si encuentras extraviado el buey de tu enemigo o su asno, ciertamente se lo devolverás” (Ex 23,4). “Cuando veas el asno de tu enemigo caído bajo su carga y quisieras negarte a levantarlo, debes, sin embargo, ayudarle a levantarlo” (Éx 23,5) … pues si pierde el asno no tiene ya recursos para vivir. Ayuda a tu enemigo que está necesitado.
Por tanto, ya en el Antiguo Testamento. Incluso los sabios paganos tenían expresiones similares y muy conocidas. Por ejemplo, Epicteto, quien decía: “El sol no espera a que se le suplique para derramar su luz y su calor. Imítalo y haz todo el bien que puedas sin esperar a que se te implore”. Séneca: “Si quieres imitar a los dioses, haz el bien también a los ingratos porque también el sol se alza sobre los malvados”. Estas afirmaciones de los filósofos estoicos parecerían idénticas a las de Jesús y las del Evangelio, pero en realidad son muy diferentes por razón de la ‘gratuidad’.
Los filósofos estoicos proponían estos comportamientos para lograr la paz interior, la imperturbabilidad de frente al sufrimiento y a la injusticia. Querían mostrar el total control de sí mismos, por tanto, en el fondo se buscaban a sí mismos, faltaba la gratuidad. Y, lo he mencionado antes, también para los cristianos que buscan una ventaja personal por el bien hecho. NO. Se hace el bien porque es bien.
El discípulo no se debe dejar embaucar por un pensamiento egoísta, buscando alguna gratificación personal. Experimentará la alegría de amar, que es la del Padre del cielo. ¿Cuál es la recompensa prometida? Recibirán una gran recompensa… ¿cuál es? “Serán hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados”. No es la promesa de un mejor lugar en el paraíso. NO.
La recompensa grande, la más grande es que serás ‘hijo del Altísimo’. Sé como Él, que ama y solamente ama. Y Dios manifiesta su misma identidad de un Dios que ama especialmente en el amor al enemigo, en el que le hace el mal. Y el hijo o la hija de Dios se comporta como el Padre del cielo, porque el malvado hijo de Dios y de uno sale la expresión de la vida de este padre para amar al malvado.
El texto concluye con la exhortación para los miembros de la comunidad cristiana para que hagan visible a los ojos de la gente este rostro del Padre celestial:
“Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados. Perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida generosa, apretada, sacudida y rebosante. Porque con la medida que ustedes midan serán medidos”.
Este adjetivo ‘compasivo’ o ‘misericordioso’ no reproduce el significado que tiene el término ‘rajum’ que la Biblia atribuye a Dios. Cuando Dios se presenta en el libro del Éxodo, capítulo 34, dice: ‘aní rajum’ que se traduce: ‘soy misericordioso’. ‘Rajum’ que es la primera imagen de Dios es una imagen femenina. Viene de ‘rejem’ que es el seno materno, el útero. Dios presenta su amor como visceral, como maternal. No dice ‘el corazón de Dios’. Dice el útero. Es femenino porque el corazón lo tenemos todos, pero el útero solamente las mujeres. Y Dios ha escogido esta imagen para mostrar su amor incondicional para cada persona.
Esto no significa que Dios dice que todo vaya bien. NO. Nadie como Dios odia el mal, pues la primera víctima del mal es aquel que lo comete, porque el mal lo deshumaniza y, por tanto, Dios odia el mal, pero no puede hacer otra cosa que amar a todas las personas. Pongamos el ejemplo de una madre. Todos hemos escuchado expresiones similares a estas: cuando se le dice a una madre: ‘tu hijo ha cometido un crimen enorme… ¿qué pasó?’. La madre responde: ‘NO. Mi hijo es bueno… es un crimen, pero mi hijo es bueno’. Enjuicia con el ‘rajum’. Esto es una imagen pálida del amor incondicional de Dios para cada hijo o hija suyo. Dios odia el mal, más que ningún otro, porque se hace el mal a sus hijos; pero ama a cada persona. Reaccionar de esta manera, probar el amor para todos, a nosotros no nos viene espontáneamente. Nosotros no amamos espontáneamente a aquel que nos hace el mal.
Dios odia el mal, pero ama y ama especialmente a aquel que hace el mal. A nosotros no nos viene espontáneamente, pero esta es la naturaleza de Dios. Propiamente en el hecho de no poder no amar al peor criminal revela la naturaleza del amor de Dios. Pensemos en la blasfemia que se dice cuando se habla de un Dios que castiga a quienes no tienen excusa de desobedecer sus mandatos. Son blasfemias contra la identidad de Dios que es su amor incondicional. Y porque Dios es así, nosotros sus hijos e hijas debemos ser como Él: odiar el mal, pero amar y solamente amar hasta al mayor criminal.
¿Qué hay que hacer para que se realice esto? Dos comportamientos que hay que evitar y dos comportamientos que hay que asumir. Evitar: no juzgar y no condenar. ¿Qué quiere decir Jesús con ‘no juzgar y no condenar’? ¿Significa que tenemos que hacer la vista gorda a todo, negar los errores como si no fuesen? NO. Debemos siempre distinguir entre en juicio que hacemos sobre una acción que se ha realizado y el juicio a las personas.
La que juzga es la palabra del Evangelio: te dice si una opción es humanizante o te deshumaniza. Pero la palabra indica el bien, invita a discernir, pero no condena a la persona, condena a la acción. Dios no juzga, no condena a nadie. Si nosotros juzgamos y condenamos, estamos condenando a Dios que no condena… solamente ama. Estas son las cosas que hay que evitar para no ser juzgados y condenados. Algunos dicen: ‘yo no juzgo ni condeno así Dios tampoco me juzgará y condenará’. NO. No es así, de lo contrario estamos equivocados… pensamos aún en un Dios que condena. Si juzgo al otro, asumo como criterio que yo puedo ser condenado, me estoy condenando a mí mismo. Si seguimos este principio de condenar, estamos en la condición de ser condenados nosotros mismos.
Lo que hay que condenar es el mal, el pecado, no del pecador. La persona no puede ser juzgada porque juzgarla quiere decir ligarla a la mala acción que ha cometido. NO. La acción mala es una cosa, pero la persona es alguien al que hay que amar. Si asumimos en pensamiento y los sentimientos de Dios, veremos a esas personas como dignas de amor.
Y ahora los dos mandamientos: Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes. Perdonen y serán perdonados. “Perdonen”. Este verbo ‘perdonar’ en griego ‘polùein’ que significa ‘desatar’. Significa no tener atada la soga al cuello a las personas que han cometido un error. Suéltenla de ese error y de esa manera también tú te soltarás. Esto es muy hermoso porque si nosotros ‘soltamos’ a los demás de sus errores, acabamos por soltarnos a nosotros mismos de nuestros errores. Para vivir feliz debemos desatarnos a nosotros mismos de los errores que hemos cometido. No los negamos, pero los miramos serenamente, sabiendo que Dios no nos tiene atados a nuestros errores, no nos espera para llamarnos a cuenta y para el castigo. NO. Tomamos conciencia que ha habido un error, vemos lo que podemos hacer para reparar este error para no repetirlo, pero luego desatamos a los demás y así lograremos desatarnos a nosotros mismos.
Finalmente, “Den y se les dará: recibirán una medida generosa, apretada, sacudida y rebosante. Porque con la medida que ustedes midan serán medidos”. ¿Qué significa este ‘dar’? Dar significa donar todo. Regresamos a ‘Bienaventurados los pobres’, los que se han desprendido de todo; los que han hecho de sus vidas un don. Estos recibirán una medida generosa, abundante, en proporción a lo que han dado, reciben un don sin medida. ¿Cuál este don? No es un puesto mejor en el paraíso. Este don es una semejanza mayor con el Padre del cielo que dona todo. Mientras más donemos, esta medida de semejanza con el Padre del cielo será abundante.
Les deseo a todos un buen domingo y una buena semana.