Eclesiastés / Qohelet
Introducción
El libro. En el momento en que la experiencia y la reflexión se constituyen en fuente de conocimiento y enseñanza, se siembra la semilla de la crítica. Esto sucedió en Israel bajo la palabra de los profetas (Is 29,14; Jr 8,9), que era crítica desde fuera. Pero sucedió también desde dentro, desde el seno de esa venerable tradición sapiencial. Qohelet y Job son los dos exponentes máximos de esa crítica interior al ejercicio de la sabiduría, dos momentos de un proceso dialéctico.
Qohelet se ha formado en una escuela y tradición sapienciales. Conoce las enseñanzas tradicionales. Cita proverbios viejos o fabrica otros semejantes que le pueden acreditar el título de maestro. No ha conseguido por ellos fama imperecedera, sino por su inconformismo consecuente y honrado. Paradójicamente, Qohelet, que niega la supervivencia del hombre, tiene fama inmortal.
En la mente tormentosa del autor, rebelde sin violencia, contestador sin arrogancia, la sabiduría entra en conflicto consigo misma. Y esto de modo entrañable, apasionado, si pudiéramos hablar de pasión fría.
Qohelet quiere comprender el sentido de la vida, da vueltas en torno a ella –como el viento de 1,6– y se estrella siempre en el muro de la muerte, que le lleva a acuñar la frase que le ha hecho inmortal, y con la que comienza sus reflexiones: «Pura ilusión… pura ilusión, todo es una ilusión» (1,2).
En algunos momentos le parece que la muerte aniquila por adelantado todos los valores de la vida, y comenta con ironía amarga, desoladamente: «los vivos saben… que han de morir, los muertos no saben nada»; otras veces, con más lucidez, comprende que la muerte relativiza simplemente los valores de la vida. Pero, al mismo tiempo, la muerte exige, impone, el aprovechamiento de la vida no para realizar obras inmortales que, si sobreviven al autor, de nada le aprovechan muerto, sino para acertar con el ritmo menudo y humilde de la tarea y disfrute cotidianos.
El «Eclesiastés» no es pesimista, sino realista. En él, la sabiduría se apea, llega al borde del fracaso; así encuentra su límite y se salva, barruntando un horizonte trascendente que dé sentido al sinsentido de la vida humana. Otros escritos de la Biblia comenzarán donde termina el Eclesiastés.
El libro es para ser leído lentamente, despacio y con pausas, hasta que sus peticiones estilísticas y temáticas se conviertan en resonancias internas del lector. En ese momento, el de la resonancia interna, comienza de verdad la comprensión y madura el disfrute.
El autor. El autor anónimo que vivió probablemente después del destierro, entre el siglo IV y III a.C., se presenta bajo el nombre genérico de «Qohelet», término misterioso que parece aludir al sabio o al maestro que va desgranando sus reflexiones ante una asamblea. El nombre ha llegado hasta nosotros en su traducción griega de «Eclesiastés», traducido a su vez en nuestras lenguas, quizás incorrectamente, por «El predicador».
Imposible averiguar cómo compuso el autor su obra. Puestos a ilustrar su aspecto, escogeríamos el modelo de un diario de reflexiones. Tienen algo de líricas estas páginas; un lirismo que se intensifica en algunos momentos. Escribe un libro brevísimo, y aun del valor de sus palabras no está seguro: «Cuantas más palabras, más vanidad». ¿Hay autor menos dogmático en el Antiguo Testamento que este enigmático Eclesiastés? Su lucha es contra la teología que ignora la realidad de la experiencia humana, presentando así el lado escéptico de la sabiduría convencional.
1,1s En los versículos 1s encontramos: 1. La identidad del autor, quien se identifica con Salomón. No quiere decir que Salomón, el hijo de David, sea el autor material de la obra. Se trata de un recurso literario para darle importancia y ubicarla dentro de la sabiduría bíblica (cfr. 1 Re 5,9-14). 2. La expresión «discurso» o «palabras», que aunque puede tener un sentido general, recuerda el comienzo de los discursos proféticos (Jr 1,1; Prov 30,1). 3. El marco del libro. En el versículo 2 se recoge el estribillo que de una u otra forma se irá repitiendo frecuentemente hasta que al final sirva para cerrar la obra (12,8).
«Pura ilusión» es traducción de «vanidad de vanidades», es decir, «la gran vanidad» o «la gran ilusión»; se trata de un superlativo, como «cantar de los cantares» es «el gran cantar». Se refiere a la fragilidad humana. No alude a todo lo que hay en el cielo y la tierra, sino a las actividades de la vida, a lo ilusorio de las cosas y la decepción que éstas reservan a los humanos.
Qohelet, nombre del Eclesiastés en hebreo, es el símbolo de quien lo ha tenido todo en la vida: bienes, sabiduría, etc. Al final, cuando le ha llegado el momento de recoger el fruto de sus años, concluye que todo es «pura ilusión». ¿Es posible que un creyente llegue a sentirse de esta manera? Todavía sorprende más que, sintiéndose así, no se enturbie su fe. Ésta es seguramente la mejor enseñanza de la que parte la obra.
1,3-11 Nada hay nuevo bajo el sol. Al comienzo de este apartado se hace una pregunta, no para ser respondida, sino para exponer de manera directa las palabras o frases clave del libro a las que ya aludía en los versículos anteriores: 1. «Provecho»: la palabra se refiere en su origen a la ganancia en el comercio; en la obra se repite 13 veces. 2. «Esfuerzos»: es el lado duro de la vida, es decir, el trabajo fatigoso (cfr. Dt 26,7); aparece 33 veces en el libro. 3. «Bajo el sol»: lo que pertenece a la experiencia humana y al sentido de la existencia. Equivale a «durante su vida» (Ecl 11,8) y la expresión no se encuentra en otro lugar de la Biblia.
A continuación se desarrolla el tema de la observación de la vida cotidiana: todo es un ir y venir sin que nada sea nuevo. Parece una composición dividida en dos partes (4-7; 8-11) por una pregunta que en sí misma lleva la respuesta. En la primera parte se incluyen las generaciones, el ciclo del sol –para los antiguos éste era un disco plano que daba vueltas alrededor de la tierra–, los giros sin rumbo del viento y el constante fluir de los ríos. Después se centra en los acontecimientos históricos en general.
Qohelet se aparta desde el principio de la sabiduría tradicional, donde el ser humano podía conocer todas las cosas y expresarlas (Is 42,9; Jr 31,22.31; Ez 11,19; 36,26), y se sale de la línea de quienes, por olvidar el pasado (Eclo 44,8s; 1 Re 10,4s; 5,9s), pensaban que la modernidad era sinónimo de progreso. No se refiere a que todo es un eterno retorno pesimista, sino a la monotonía de la vida y a que lo básico ya está hecho.
La reflexión va tomando cuerpo. La convicción de que todo es «pura ilusión» se concreta para el autor en que nada de la experiencia humana es extraordinario. Tarde o temprano, los acontecimientos se repiten, ya sean naturales, sociales o de otro orden.
1,12–2,10 Doble experimento. Este apartado se comprende en relación con el siguiente: el primero describe el doble experimento que Qohelet hace a conciencia, y el siguiente, su evaluación. Se presenta como si fuera un testamento de Salomón, modelo de sabiduría y esplendor (1 Re 5,9-14), que al final de sus días recoge el fruto de sus esfuerzos.
Primer experimento: la experiencia de todo lo que se hace bajo el sol (1,12-18). Distingue entre las actividades de los hombres (1,13-15) y las de la sabiduría (1,16-18), aunque sus resultados son los mismos: «pura ilusión» y «querer atrapar el viento». ¿Qué significa esto para Qohelet? En primer lugar, que Dios ha dado a los hombres la dura tarea de las diversas labores –la palabra utilizada es «inyán», que sólo la encontramos en este libro–. En segundo lugar, que todas estas son, en definitiva, «querer atrapar el viento». En tercer lugar, que la sabiduría que ha adquirido Qohelet con esta investigación es algo vano, de nuevo «querer atrapar el viento». Los versículos 15 y 18 son proverbios populares de la época que expresan esta misma experiencia –una reflexión similar se halla en el famoso «Poema de Gilgamés», texto antiquísimo perteneciente a un pueblo vecino de Israel–.
Segundo experimento: el disfrute y la alegría (2,1-10). Se describen las obras propias de un gran señor de Jerusalén en el ámbito agrícola y comercial y su vida cortesana (Gn 9,20; 1 Re 10,12; 11,1-3; 21,1; Is 5,1-3). La conclusión a la experiencia de la vida opulenta la expresa el autor con ironía: «ésa fue la recompensa –en hebreo, ‘jélek’ indica lo perecedero– de mis fatigas». También se encuentran ejemplos de este pesimismo en la literatura mesopotámica y egipcia de la antigüedad.
Trabajo o vida «muelle», para el sabio Qohelet da lo mismo. Lo que uno recoge son fatigas. El lector o lectora creyentes no tienen por qué terminar aquí su reflexión. Qohelet ofrece una pista interesante: ¡el corazón hay que ponerlo en lo que, o mejor dicho, en Quien concede una carga llevadera! (Mt 11,29s).
2,11-26 Evaluación: nada se saca bajo el sol. Con la expresión «nada se saca bajo el sol», Qohelet evalúa sus experimentos anteriores. ¿Cuáles son los resultados de sus esfuerzos por adquirir bienes y sabiduría? 1. En primer lugar (12-14a), aunque la sabiduría es mejor que la necedad, aquélla no proporciona ventaja sobre ésta, pues la muerte equipara a sabios y a necios (3,19; 9,2s). 2. En segundo lugar (14b-17), todo esto produce dolor y sin sentido (cfr. Jr 20,14.18; Job 3,1-3). 3. En tercer lugar (18-21), y lo que parece más importante en este apartado, al dolor del esfuerzo en conseguir las cosas –«yitrón» es el esfuerzo en sentido general– se une el del tener que dejarlas a quien no se ha fatigado, con el agravante de no saber si será «sabio» o «necio». En resumen (22-26): «el único bien del hombre es comer...» (texto paralelo a 3,12.22 y 8,15, cfr. Is 56,12; 1 Cr 29,22; Neh 8,10; 1 Cor 15,32).
Con estas conclusiones, el Predicador se separa de la sabiduría tradicional, como en Prov 10,7.9.16.17, y llega incluso a burlarse de la insuficiencia de la doctrina que justificaba el escándalo de las riquezas otorgadas al malvado (Prov 11,8; 13,22; Job 27,16s). El autor no habla de pervivencia después de la muerte, sino de que sabio y necio comparten una misma suerte (no así en Sab 2–5). Sin embargo, Qohelet se mantiene en lo más ortodoxo de la fe israelita cuando afirma que todo es don de Dios (25).
Si probamos a leer este apartado comenzando por el final, tendríamos: «el único bien del hombre es comer y beber y disfrutar del producto de su trabajo, y aun esto he visto que es don de Dios...». Aquí ha llegado el sabio después de haber examinado lo que queda de su sabiduría y sus bienes, como si dijera que el lugar donde se esconde el tesoro deseado está en lo más cotidiano: en el Dios de las pequeñas cosas.
3,1-15 El momento oportuno. Esta nueva sección del libro del Eclesiastés está claramente dividida en dos, un poema sobre el tiempo (1-8) y una parte en prosa (9-15).
El poema está desarrollado a partir de conceptos contrarios, sin una estructura clara. Así, en el versículo 1 se hace una afirmación general; en el 2 se habla de «nacer» y «morir»; los versículos 3-5 se centran en la vida social; 6s recogen acciones de la vida cotidiana; en el versículo 8 se habla de «amor» y «odio». Lo que da unidad a estos versos es el «tiempo» –expresión que se repite 28 veces– y la convicción de que el ser humano no puede hacer nada frente a él.
En cuanto a la parte en prosa, el tema central es Dios –cuyo nombre aparece seis veces–; se trata, por tanto, de una profunda reflexión teológica. Algunos versículos están relacionados con temas tratados anteriormente; el versículo 10 responde a 2,9; el versículo 11 parece un reflejo de 2,24; los versículos 14s recuerdan a 1,4-11. Otros resultan un tanto problemáticos; por ejemplo, el versículo 11 no cuadra bien con lo dicho en el 10 y, además, no todas las Biblias lo traducen de la misma forma.
En resumen, los temas teológicos tratados aquí son: el origen de todo está en Dios (10s; cfr. Éx 7,3; 10,1.20.27; 2 Sm 24,1); todas las cosas son hermosas (11; cfr. Gn 1,7.16.25.31); Dios tiene el señorío sobre el pasado, presente y futuro (15). En los tres casos están tratados bajo estos dos puntos de vista: 1. La imposibilidad del ser humano de conocer los caminos de Dios (11.14). 2. Disfrutar del trabajo es el don de Dios al que podemos aspirar.
Pero, ¿no resultan contradictorias todas estas ideas? Sí, desde un punto de vista lógico. Mas para comprender el Eclesiastés hay que situarse en su punto de partida –recordemos lo dicho al principio–: frente a la experiencia tradicional de que todo tiene su momento (Prov 15,23) y que lo negativo y la muerte son consecuencia del pecado, Qohelet afirma que no son sino la consecuencia de la debilidad de la condición humana, que nada tienen que ver con la virtud y la justicia.
La sabiduría más tradicional del Antiguo Testamento afirmaba que el sabio verdadero es el que conoce lo que hay que hacer en cada situación, aquél que sabía el momento oportuno. La vida, sin embargo, muestra que no todas las situaciones se resuelven de manera lógica; para el autor está claro que el ser humano no ha de afanarse por descubrir el sentido profundo de aquéllas, su tarea es más bien otra, buscar el don de Dios en las cosas cotidianas.
3,16–4,3 Injusticia. En este apartado y en los cuatro siguientes se tratan algunas de las miserias de la vida humana: la opresión de la fuerza y derrota del justo (3,16–4,3), la pasión por el trabajo (4,4-12), la fugacidad de la gloria (4,13-16), el abuso de los votos (4,17–5,6) y la tiranía de las autoridades (5,7s). El punto de partida que le lleva a las siguientes conclusiones es «puesto que hay injusticia...»: 1. Al justo y al malvado los juzgará Dios, porque en la tierra la iniquidad favorece a los poderosos –hay afirmaciones semejantes en lamentaciones babilónicas–. 2. Hombres y animales tienen la misma suerte. No sugiere la maldad, la constata –de ahí el parecido entre hombres y animales– y expresa la imposibilidad de escapar de la muerte («aliento» y «muerte», cfr. Gn 2,7.19). 3. El único bien del hombre es disfrutar de lo que hace, idéntica conclusión a la del apartado anterior. 4. Es mejor no haber existido, porque así no se han visto las maldades que se cometen bajo el sol.
¿Cómo puede haber para Qohelet un abanico tan dispar de respuestas ante la constatación de la injusticia? ¿Acaso una misma situación provoca una misma respuesta en personas distintas, o en las diferentes situaciones por las que atraviesa una misma persona? Pero entonces, ¿qué doctrina se puede seguir a partir de lo que aquí se expresa? Más que buscar una doctrina, deberíamos dejar que el Eclesiastés ilumine y rectifique nuestras propias conclusiones personales sobre las situaciones injustas.
4,4-12 Trabajo. El nuevo campo de observación es el trabajo. Como en la sección anterior, parte de una constatación que interroga e ilumina al lector: «Puesto que hay trabajo...»; desde aquí llega a las dos siguientes conclusiones: 1. «Más vale un puñado con tranquilidad que dos con fatiga», pues la fatiga y el éxito tienen que ver con la rivalidad y la envidia. 2. «La cuerda triple no se rompe fácilmente»; es mejor dos que uno solo, pues el fruto del trabajo de uno no tiene sentido.
Probablemente, se trata de dos proverbios antiguos que expresaban la sabiduría tradicional. Qohelet hace uso de ellos para expresar el fruto de su reflexión sobre la experiencia.
4,13-16 Sabiduría. El tercer ámbito de observación es la Sabiduría. También aquí emplea un refrán popular como conclusión: «Más vale joven pobre y sabio que rey anciano y necio...», pues éste no acepta consejos, y además, aunque sea aclamado, los que vengan después no se alegrarán de lo que ha hecho. Hay quien ha visto una alusión a la historia bíblica de José, pero es muy difícil confirmarlo, ya que sólo se exponen datos muy generales. Al igual que en la reflexión de 3,16–4,3 también aquí hay que dejar que el Eclesiastés cuestione nuestras conclusiones acerca de la sabiduría y la necedad.
4,17–5,6 Votos y promesas. El Predicador observa ahora el culto y la religión. Basa la diferencia entre el comportamiento del sabio y el del necio sobre los votos y las promesas –sobre los pecados por inadvertencia, véase Lv 4; Nm 15,22–.
Habla del respeto que le merece el lugar sagrado; rechaza la incoherencia (Os 8,18; Am 5,21-24) y valora la actitud obediente (4,17); subraya la trascendencia de Dios (5,1; cfr. Dt 26,15; Sal 115,3; Jos 2,11), de ahí que el silencio sea la manera más respetuosa de dirigirse a Él –así la instrucción egipcia de «Ani», de alrededor del año 1000 a.C–; y advierte del cumplimiento de lo que se promete (5,3s). Todo ello está coloreado con algunas sentencias que suenan a proverbios populares: «la obediencia es más aceptable que los sacrificios»; «en lo que soñamos asoman nuestras preocupaciones»; «muchas preocupaciones traen pesadillas» … Por último, alude al «mensajero» (5,5), que puede referirse al sacerdote (Mal 2,7) o al ángel ante el que no es posible disculparse, pues lleva la cuenta de las obras (Tob 12,12; Hch 10,4), y concluye que lo mejor es alejarse de las vanas ilusiones y temer a Dios.
El cumplimiento de los votos es algo propio de todas las culturas (Gn 28,20-22). La importancia de la prontitud en llevarlos a cabo ya la encontramos en Dt 23,22, cuya advertencia está dentro de la antigua tradición sapiencial que mantiene cierta distancia de los sacrificios rituales. La argumentación es que la desgracia la da Dios, pero la provoca el hombre (cfr. Éx 32,10-14; Sal 106,23).
Las palabras que hallamos en este apartado son lógicas y llenas de sentido común. Para nuestra reflexión, sirva un ejemplo en la misma línea de las secciones anteriores: «Puesto que hay votos y promesas...», la obediencia es más grande, porque actúan mal los que obran al contrario.
5,7s Autoridades. En 3,16, Qohelet se expresaba en un tono muy parecido al tratar de la administración de la justicia. Aunque pueda aludir a acontecimientos históricos –el colaboracionismo con los tolomeos en la época helenística–, las expresiones siguen siendo de carácter universal.
El versículo 8 resulta enigmático; quizás su sentido sea exaltar el cultivo del campo por los gobernantes. Puede verse una alusión a las injusticias cometidas, so pretexto de obediencia a una autoridad superior, injusticias cuya consecuencia es privar a los pobres de las rentas de sus tierras.
El Predicador no se admira de la opresión del pobre o del que está en un grado inferior, ya que son situaciones de hecho. Su reflexión parte, como siempre, de la experiencia. Pero todavía queda una pregunta: ¿acaso pertenecen a la categoría de lo que hay que aceptar sin remisión las situaciones de injusticia y explotación?
5,9–6,12 Riquezas. Parece que riquezas y felicidad han intentado ir siempre de la mano. Qohelet centra su atención en este tema y va desgranando sus ventajas e inconvenientes. El discurso no resulta difícil de comprender, y no es extraño estar de acuerdo con sus afirmaciones. La misma sabiduría tradicional muestra expresiones y sentimientos semejantes: la fortuna no satisface a su dueño (Prov 19,4.6); el rico sufre insomnio (Eclo 31,1a) y no puede disfrutar de sus bienes (Eclo 30,19); existe un paralelismo entre pobre-sabio y rico-necio (Prov 11,28a; 14,21b; 17,5), etc. Pero el Eclesiastés, como ya decíamos al principio, sostiene su particular enfrentamiento con esta sabiduría presentando como aval su propia experiencia.
5,9 es una sátira, no del rico malvado, sino del dinero bien o mal adquirido y bien o mal empleado. 5,12-16 coincide con Job –obra que hemos de situar también entre aquellas que critican la tradición sapiencial clásica del Antiguo Testamento– en el «destino trágico del ser humano»: se va como el vino, pues nada se llevará del trabajo de sus manos (Job 1,21). Paralelo al versículo 16 es Job 14,1; 6,4s también coincide con Job cuando afirma que el aborto es mejor que el viviente (Job 3,13).
La inutilidad del esfuerzo humano corre paralela a la insatisfacción de las riquezas (6,7-9; cfr. 5,9-11). De nuevo expresa su convicción de que no hay que dejarse llevar por el deseo de conocer lo incomprensible –expresado con un proverbio popular en 6,9–. 6,12 es otro enfrentamiento directo con los proverbios tradicionales, paralelo a Os 13,3; Job 7,9; Sal 39,7.
La conclusión se encuentra en 5,17-19; no es una renuncia a la posibilidad de ser feliz, sino una llamada al realismo: comer, beber y disfrutar (2,24s; 3,12s).
Una vez más debemos situarnos ante la realidad de la conexión entre riqueza y felicidad desde el punto de vista que lo hace el Eclesiastés, es decir, no en sentido moral, sino simplemente como quien observa y experimenta. De aquí parte su reflexión, y desde lo que le ha enseñado la sabiduría tradicional. Está convencido de que la felicidad no consiste en acumular bienes (cfr. Mt 6,19-21.24.25-34), sino en el don de Dios que consiste en disfrutar de las actividades cotidianas.
7,1-14.18 Más vale. El título de este nuevo apartado resulta muy general. No encuadra el tema del que va a hablar Qohelet, sólo nos indica la forma en que están construidas las frases. Y es que una de las características de este libro, como ya hemos dicho, es la dificultad para estructurarlo temáticamente. Una muestra palpable la encontramos aquí: sentencias o grupos de versículos que tienen sentido en sí mismos y que raramente dependen unos de otros. Son como máximas o proverbios para ser leídos y meditados despacio. Lo que les une es la expresión «más vale...», forma clásica utilizada en los libros sapienciales de la Biblia.
Una débil división podría ser: 1-4: sabiduría y dolor; 5-7: sabiduría y alabanzas; 8-10: sabiduría y paciencia; 11s: sabiduría y riquezas; 13-18: sabiduría y temor de Dios. Tampoco aquí resulta difícil participar de los pensamientos expresados, llenos de sabiduría, experiencia y sentido común. Resulta fácil encontrar las referencias a la sabiduría clásica del Antiguo Testamento, por ejemplo: el versículo 1 es afín a Prov 10,7; 22,1, donde se hace un paralelo entre «Nombre» y «Perfume»; el versículo 5 es clásico en la educación de los jóvenes (Prov 13,1.18); en los versículos 11s aparece la unión de sabiduría y riquezas, como en Prov 8,18-21. Lo más característico de la sabiduría del Antiguo Testamento se expresa en los versículos 13-18: el ser humano no puede averiguar los destinos de Dios, el sabio es quien se reconoce dentro de los mismos.
Pero las discrepancias de Qohelet respecto a la sabiduría tradicional también son palpables; por ejemplo, en el versículo 2 se critica la idea de que la fama se adquiera al final de la vida (Eclo 11,28); en el versículo 7 se indica la dificultad que debe superar el sabio –tal vez se expresa aquí la debilidad del sabio que no puede soportar serenamente ni la desgracia ni el excesivo favor–; en el versículo 10, las palabras acerca del tiempo pasado están en contra de lo expresado por los antiguos sabios; por último, el versículo 12 emplea seguramente de forma irónica un proverbio tradicional.
El Eclesiastés acaba de establecer su relación entre la sabiduría y otros asuntos –dolor, alabanzas, paciencia, etc.–. ¿Cuál es la relación que personalmente establecemos nosotros? El sabio invita ahora a meditar despacio sus sentencias; no es una sabiduría para aprender, sino para meditar y profundizar.
7,15-17.19-24 Honradez y sabiduría. Qohelet disputa de nuevo abiertamente con la tradición sapiencial: el versículo 15 se muestra en contra de Dt 4,40; los versículos 16s aconsejan con ironía no tomarse la vida demasiado en serio –tal vez por influencia helenística del «justo medio»–; los versículos 23s afirman que la sabiduría es inalcanzable, como Job 28,1-27. Pero en el fondo, su interés principal sigue siendo, como en la sabiduría clásica, ser sabio –el versículo 19 compara la sabiduría y al sabio con el poder en lo que parece una cita de Prov 24,5–.
La mirada a la realidad y a la experiencia es siempre el punto central de la reflexión del Eclesiastés, incluso contra lo que siempre se haya considerado o transmitido como verdadero. De aquí arranca su crítica, mas también su sincero deseo de alcanzar la verdadera sabiduría.
7,25-29 La mujer. El tema de la mujer es muy frecuente en la literatura sapiencial de la Biblia y también de los pueblos circundantes de Israel, Egipto y Mesopotamia. Generalmente, la valoración que se hace es negativa. La mujer como trampa se encuentra en Jue 16,4-6. Previenen contra la mujer la sabiduría antigua egipcia de «Ptah-hotep» y la más reciente de «Ani», o el «Diálogo babilónico de un amo con su esclavo». Véanse también Prov 22,14; 23,27-29, etc. No ha de sorprender, por tanto, lo que Qohelet concluye en esta nueva sección.
No sabemos por qué muchos de los textos de la Biblia, entre los que se incluye Qohelet, resultan tan misóginos. Una vez más, hemos de ser conscientes de que debemos interpretar y estudiar, no simplemente asumir, los textos de la Escritura; de otro modo no llegaríamos al centro de lo que quieren expresar. El Eclesiastés habla como lo hacían sus contemporáneos. Lo más importante es ese fondo de pensamiento que estamos descubriendo: la reflexión parte de su experiencia personal, y en su deseo de alcanzar sabiduría no teme enfrentarse incluso a las afirmaciones clásicas plenamente asumidas.
8,1-9 Consejero real. El apartado anterior se ubicaba perfectamente dentro de los grandes temas de la sabiduría tradicional de Israel y de los pueblos vecinos. Lo mismo podemos decir de esta nueva sección, aunque la reflexión gira en torno a otro asunto distinto: el consejero real. Son normas de comportamiento en la corte que ocupan gran parte de la sabiduría egipcia que tanto influyó en Israel –véase, por ejemplo, 2 Sm 7; Sal 89–. Muchas de estas instrucciones consisten en el adiestramiento que un anciano ejerce sobre el joven rey.
Nos encontramos de nuevo con el típico recorrido que hace Qohelet: experiencia personal «versus» sabiduría tradicional y conclusión. En este caso, la actitud del consejero real ante el rey es el material de su experiencia. La exposición de la sabiduría tradicional se halla en el versículo 1: sabio es el que conoce la interpretación de las cosas (Is 7,1-9; Jr 18,1-12), y se le conoce por su manera de actuar y su semblante (Job 29,24). La conclusión llega en los versículos 6-8, donde critica palpablemente la convicción de la sabiduría clásica de que al sabio no le podía ocurrir ningún mal.
Nos vamos convenciendo a lo largo de la lectura del Eclesiastés de que sólo la sabiduría es la que sale bien parada en todas sus conclusiones. Pero, ¿qué es la sabiduría? No la define de manera universal, hay que ir tratando caso por caso desde la experiencia personal. Para el Predicador no hay una fórmula infalible que convierta a alguien en un sabio.
8,10-15 Retribución. Otra vez arremete Qohelet contra lo que dijeron los sabios antiguos, y ahora con una resabiada ironía a partir de dos postulados clásicos que encontramos en los versículos 12b y 13 (cfr. Prov 14,27; Sal 37): existía la firme convicción de que al que obra bien no le podía ir mal, y a la inversa.
El sabio vuelve al tema de las injusticias del mundo (3,16-18; 4,1-3; 5,7-9; 7,15): los malvados que pasan por piadosos, la sentencia contra el crimen no ejecutada y la suerte que no toca a los honrados. La experiencia es su mayor aval. ¿Solución? Qohelet no la ofrece, o mejor, la deriva hacia otro lugar: la felicidad mayor es alegrarse con lo que uno tiene –como en 5,17-19–.
Decíamos al principio que el Eclesiastés reflexiona al final de su vida. Desde quien lo ha tenido todo se van planteando diversas cuestiones y ofrece sus propias conclusiones, sin importarle enfrentarse a las tradiciones. Aquí, el tema en cuestión es la felicidad del ser humano, o empleando el término técnico, la retribución. Para el Predicador, la única retribución a la que se puede aspirar es a disfrutar de las cosas cotidianas, dado que las situaciones injustas pertenecen a la urdimbre con que está tejido el mundo. Fracasaría, según él, quien se empeñase en obtener su recompensa por medio de la justicia. ¿Y por qué no buscar la felicidad, no tanto para conseguir la justicia, sino para luchar por ella?
8,16–9,12 El destino humano. Los temas que trata el Eclesiastés no son nuevos –el trabajo, la búsqueda de conocimiento, el destino común a hombres y animales, las injusticias, etc.–, pero la forma en que los presenta hace que se agrupen en torno al destino humano, expresado de dos formas distintas: 1. Es imposible averiguar el destino del ser humano y de la creación –el temor del Señor, que ya comentábamos en 7,1-14.18–. 2. Una misma suerte toca a todos. La conclusión a la que llega se encuentra en 9,7-10, idéntica a la expresada en la sección anterior y en otros lugares ya comentados: disfrutar de las acciones cotidianas.
De todos los temas tratados, el más insistente en este apartado es el de la muerte. Qohelet coincide en 9,5 con la enseñanza tradicional más clásica, que afirmaba que la muerte era un lugar sin esperanza, «sheol», oscuridad (Nm 16,30-33; 1 Sm 28,8-14; Is 14,9-11; Sal 88,12; Job 10,21s). Se separa de algún movimiento contemporáneo suyo, posible precursor de Dn 12,2 e Is 26,19, cuyas creencias terminaron triunfando, por ejemplo, que los justos recibirían una recompensa después de la muerte.
A estas alturas del libro, la experiencia del Eclesiastés ya nos es familiar. Comprobamos de nuevo que sus reflexiones no están exentas de sentido común, ni realizadas al margen de la realidad. La imposibilidad de conocer el destino de las personas, la muerte que iguala a todos y parece destruir todas las cosas, la justicia no retribuida al menos en esta tierra, son algunas de sus conclusiones. Quizá lo más importante de su enseñanza sea la afirmación de que, aun contando con la sabiduría recibida desde antiguo, ésta no es determinante en sus observaciones y resultados. ¿Acaso no ha sido la religión, en sus más variadas realizaciones, un factor que ha entenebrecido la imagen y la experiencia de Dios?
9,13-18a Más vale maña que fuerza. Ejemplo claro de ironía es este pequeño apartado, en el que Qohelet contrasta la sabiduría popular de los refranes con la experiencia real. Para él, lo mismo que para otros textos tardíos del Antiguo Testamento como Eclo 13,23, la verdad se relaciona de hecho con el poder, y contra esta realidad se dirige precisamente su irónica y mordaz crítica.
La parábola de los versículos 14s podría ser histórica, o no. Habrá que entenderla más bien, al igual que en otras ocasiones, como un recurso para expresar su enseñanza.
Curiosamente, todavía empleamos el refrán que da título a esta sección con mucha frecuencia. ¿Expresa nuestro deseo de encontrar la sabiduría? El Eclesiastés también busca la sabiduría y parece que se encuentra con simples alardes, mientras se busca el reconocimiento y la estima social. Habremos de delimitar más claramente los términos «sabiduría» y «sabio», como él mismo hace, sin caer en el error de relacionarlos con la fuerza o el poder.
9,18b—10,20 Proverbios varios. Lo más característico de los textos sapienciales del Antiguo Testamento es que están repletos de proverbios que, en la mayoría de los casos, están agrupados sin seguir una temática común, como si lo más importante fuera que se tratase de dichos de los sabios, al margen de que estén o no ordenados sistemáticamente.
El Eclesiastés participa de esta misma suerte, y este nuevo apartado es paradigmático. Los temas tratados son de lo más variado: errores y aciertos, la mente del sabio y mente del necio, relación con las autoridades, la injusticia en el desempeño de los cargos públicos. En realidad, si quitáramos 10,5-7, bien podríamos decir que este texto pertenecería al libro de los Proverbios o a cualquier otro exponente de la sabiduría tradicional veterotestamentaria. Veamos unos ejemplos: de 10,4 hallamos rastros en Prov 8,2-5; 10,13 tiene paralelos con Prov 18,6-7; del muchacho impotente de 10,16 se habla en Is 5,11; 10,20b es un proverbio ya acuñado, y aparece uno semejante en la sabiduría de Ajicar –texto mesopotámico del siglo VI a.C.–.
En el Antiguo Testamento se tiene la convicción de que los sabios son aquellos que, entre otras muchas facetas, han sido capaces de recoger y componer muchos proverbios, expresión de la sabiduría que nace de la experiencia. Qohelet ofrece en este apartado una buena muestra de ello.
Al leer esta sección nos encontramos con el deber de acrecentar nuestra sabiduría de la vida, no por el afán de hacer más extensos nuestros conocimientos, sino de sensibilizarnos para apreciar los caminos de Dios en la historia.
11,1-6 El riesgo. Qohelet desarrolla en este apartado el tema del atrevimiento y la prudencia. Las formas de expresión a las que nos tiene acostumbrados han cambiado; ahora usa imperativos, sentencias pareadas, afirmaciones numéricas, repeticiones verbales, palabras clave. No nos encontramos con las expresiones típicas empleadas anteriormente.
Los versículos 1 y 5 ofrecen una dificultad especial. El proverbio del versículo 1 ha dado lugar a muchas interpretaciones. Se le ha relacionado con los versículos 2.5.6, que hablan de la ignorancia acerca del futuro; también se ha pensado en la imagen del cebo arrojado al agua por el pescador, o que la instrucción de Qohelet no ha querido desanimar por capricho a su discípulo, sino ahorrarle desengaños. El versículo 5 es una expresión sapiencial que habla de la formación del embrión (cfr. Job 10,11). Al igual que en 1,6; 8,8, se trata de una acción misteriosa de Dios que se escapa a la sabiduría humana (cfr. Prov 21,30).
Al lector del Eclesiastés se le ofrecen nuevamente una serie de sentencias que no están limitadas a un único significado. Son más bien sugerencias, intuiciones, incentivos, estímulos en torno a una faceta de la vida, cuya finalidad no es expresar una verdad, sino proponer una meditación y una actuación.
11,7–12,8 Juventud y vejez. Para terminar, Qohelet habla de la juventud y la vejez con el tono característico de los maestros antiguos que enseñan a un discípulo, aunque está ausente la expresión «hijo mío», típica de estos escritos. El tema de la juventud (11,7-10) se desarrolla de manera positiva. Es una invitación al joven al gozo y la felicidad. En cierto modo, se aparta de la sabiduría tradicional, aunque no está lejos de ella en las condiciones que pone para el disfrute (cfr. Eclo 30,21-23). De la vejez (12,1-7) habla en sentido negativo, como el final de la vida y de la alegría. Los distintos elementos de la naturaleza le sirven de metáforas para desarrollar este tema –se puede pensar, incluso, que los versículos 3s son una alegoría de los miembros del cuerpo humano–.
En 12,8 acaba la enseñanza del sabio Qohelet con la resonancia de la última instrucción que le otorga un aire como de testamento –género literario muy cultivado entre los siglos II a.C. y II d.C.–, y por ello, una fuerza especial. El libro concluye como había comenzado, pero se tiene en cuenta el camino recorrido: ha mostrado al ser humano sus miserias y sus grandezas en los ámbitos más relevantes de su existencia.
Hemos de comprender el último mensaje del sabio como cuando iniciamos la lectura del libro: para el Eclesiastés, la juventud es el símbolo de la vida, mientras que la vejez lo es de la muerte. El creyente actual, ¿desde dónde habrá de valorar las cosas, las personas y las distintas fases de la existencia?
12,9-14 Epílogo. Esta sección es un apéndice proveniente de los discípulos del autor. Se pueden apreciar dos partes distintas: 1. Los versículos 9-11 son palabras de elogio: se identifican las «palabras de Qohelet» a las «palabras de sabio». 2. Los versículos 12-14 son de estilo distinto a los versículos anteriores: la expresión «hijo mío» es propia de la sabiduría tradicional. Además, el autor parece no estar muy de acuerdo con Qohelet, aunque lo acepta –busca la rectitud de doctrina y piensa en él como creyente ortodoxo–. El versículo 14 se separa del pensamiento del libro en una línea más tradicional.