Eclesiástico / Ben Sirá
Índice de comentarios
Introducción | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34 | 35 | 36 | 37 | 38 | 39 | 40 | 41 | 42 | 43 | 44 | 45 | 46 | 47 | 48 | 49 | 50 | 51Introducción
El libro, su autor y fecha de composición. El título del libro y la firma del autor se encuentran en la parte final de la obra (57,27-29), como en el Eclesiastés. Bajo el título encontramos reunidos varios términos sapienciales: enseñanza, consejo, prudencia, sabiduría. El autor es «Simón, hijo de Jesús, hijo de Eleazar, hijo de Sirá» (50,27), hombre culto y experimentado, conocedor, por sus viajes, de diversos pueblos y culturas.
El libro fue compuesto en hebreo hacia el año 197 a.C. para reafirmar a los judíos de la Diáspora en la fidelidad a la ley y a la tradición de sus mayores, frente a la influencia generalizada de la cultura helenista. El texto hebreo desapareció pronto, quizás por no ser considerado como canónico por una parte de la tradición judía. Desde finales del s. XIX hasta la fecha, sin embargo, han ido apareciendo en diversos lugares fragmentos sueltos del original hebreo que equivalen a dos tercios de la obra completa.
La traducción griega, hacia el año 132 a.C., se debió al nieto de Ben Sirá. El abuelo había escrito en una lengua hebrea más bien académica, según los módulos formales hebreos. El nieto traduce al griego, lengua culta de estructura y estilo bien diversos. Cuenta con el antecedente de otros libros traducidos al griego. Su aclaración parece tener un tono apologético frente a los clásicos de la literatura griega: quiere salvar el prestigio del abuelo y de la literatura de su pueblo.
La «Sabiduría de Ben Sirá», uno de los libros más extensos del Antiguo Testamento, fue aceptado como canónico por la tradición cristiana, y llegó a ser tan leído en la Iglesia antigua que recibió el título de «Eclesiástico».
Contenido del Eclesiástico. Con Jesús Ben Sirá llegamos a un ejercicio profesional del saber, practicado en una escuela. Según sus confesiones en el libro, el autor se ha dedicado al estudio, enseñanza y exposición de lo que era tradicionalmente la sabiduría, sensatez o prudencia. Mantiene como fuentes del saber la experiencia, la observación y la reflexión; al mismo tiempo subraya el valor de la tradición (30,25; 36,16) y la necesidad de la oración (39,5-8).
En su tiempo la sabiduría consistía en buena parte en el estudio y comentario de textos bíblicos, narrativos y legales. De ordinario no cita explícitamente el pasaje comentado, se contenta con aludirlo; supone, quizás, que sus discípulos lo conocen. Al final del libro ofrece un brevísimo resumen de historia, en forma de tratado de vidas ilustres.
El principio de su doctrina consiste en una correlación: lo supremo de la sabiduría es el respeto o reverencia de Dios, y esto se traduce en el cumplimiento de la ley, sobre todo en lo que respecta a la justicia y misericordia para con los débiles y necesitados. Es en Israel donde esta sabiduría se ha hecho presente y operante.
Hombre tradicionalmente piadoso y humano, Ben Sirá, sabe inspirar la piedad y la confianza en Dios a sus oyentes. De todas formas, el horizonte en que se mueve su enseñanza no va más allá de la vida presente donde, según la doctrina tradicional de la retribución, Dios recompensará al que le permanece fiel y castigará a los descarriados.
PRÓLOGO. Muy pocos libros del Antiguo Testamento cuentan con una información tan explícita de la totalidad de la obra, tal como lo encontramos aquí. Estas líneas escritas por el traductor del libro del hebreo al griego, nos informa varias cosas importantes: 1. Los motivos que tuvo para escribirlo: para que los lectores aprendan y puedan ayudar a los de fuera. 2. El autor: mi abuelo Jesús. Este Jesús, según 50,27 es hijo de un tal Eleazar, hijo de Sirá, de Jerusalén. 3. Las fuentes que inspiraron al autor: La Ley, los Profetas y los restantes libros paternos. 4. Motivos y destinatarios de la traducción al griego: ofrecer a los judíos de la dispersión la oportunidad de instruirse en las tradiciones de su pueblo, en una lengua que dominaban más que la de sus ancestros. 5. Contexto del traductor y de la traducción: Egipto, año 132; finalización del trabajo de traducción, año 117 a.C.
1,1-21 Sabiduría y temor de Dios. Comienza el libro estableciendo el origen de la sabiduría y definiendo quién es el único sabio y el grado de sabiduría que puede alcanzar un ser humano. Observando todo cuanto hay en derredor, arriba en el cielo y abajo en la tierra y el conjunto armonioso de todo cuanto existe, el autor concluye que sólo Dios es sabio (8); y bien, por encima de todo, como primera criatura que es derramada sobre todas las demás criaturas, está la sabiduría, creada antes de los siglos (4). Los comentaristas relacionan este primer poema con Jn 1,1-18, pero aclarando que en Juan, Jesús sobrepasa con mucho la dignidad de la sabiduría por cuanto el Verbo eterno que estaba con Dios, es el mismo Dios. Los versículos 11-21 desarrollan el tema del «camino» hacia la sabiduría: el respeto al Señor; o el temor de Dios, idea que se repite en forma de estribillo a lo largo del poema. Si la verdadera sabiduría es el temor del Señor, este temor o respeto no es otra cosa que el reconocimiento humilde y consciente de que somos criaturas y que el único sabio y omnipotente es Dios, y que, por tanto, el proyecto humano no debe pretender igualarse a Dios, «auto-divinizarse», porque ello sería el camino a la deshumanización, del cual está lleno la historia de todos los tiempos hasta nuestros días. Se desprende, entonces, que el verdadero sabio o, mejor, el camino a la sabiduría es todo lo que conduzca a la auténtica humanización del hombre y la mujer. Dios no necesita pequeños dioses en la tierra, necesita sí hombres y mujeres muy consientes y libres que sean capaces de instaurar el proyecto de Dios en el mundo, manteniendo el papel que a cada uno le corresponde; eso podemos decir que es respeto o temor del Señor.
1,22-27 Sabiduría y paciencia. El temple de los impulsos es una de las preocupaciones de quien quiere ser sabio y prudente. Por la experiencia práctica de cada día, sabemos que las reacciones impulsivas no tienen buen fin. El autor, combina el llamamiento a la paciencia y a la intervención en el momento oportuno con el cumplimiento de los mandatos del Señor. Para Ben Sirá la verdadera sabiduría consiste precisamente en conocer la Ley del Señor y cumplirla.
1,28-30 Sinceridad. En toda relación ya sea humana o religiosa, lo primero y más importante es la integridad. Una auténtica relación con el prójimo nos capacita para una verdadera relación con Dios. El autor está convencido de que Dios mismo avergonzará públicamente a quien se acerque a Él con dobles intenciones. Ahora, ¿cuál puede ser en la práctica la doblez del corazón de la que nos habla Ben Sirá? Acercarnos a Dios con un corazón lleno de odio, de resentimientos, de egoísmo y de falta de compromiso con nuestros semejantes.
2,1-18 Paciencia, confianza y obediencia al Señor. Este capítulo podemos dividirlo en cuatro secciones: la primera (1-6), dirigida de manera personal al discípulo de sabiduría, «hijo mío» como un estilo de enseñanza personalizada, donde se instruye al discípulo sobre las pruebas que tiene que afrontar si quiere ser fiel al Señor. No hay que pensar que el seguimiento del Señor y el sufrimiento son una misma cosa, o que Dios «quiere» o «necesita» el dolor y la prueba de sus fieles, eso nunca. Lo que pasa es que quien se comprometa a seguir al Señor, a serle fiel, tiene que enfrentar los rechazos, la exclusión, el dolor propiciado por quienes no aman ni respetan a Dios o por quienes en este mundo se creen dioses, amos y señores de la vida. En ese caso no se puede mantener la fidelidad a Dios y a este tipo de personas, irremediablemente la conducta y las palabras del seguidor del Señor tienen que ser una denuncia viva de todo lo que se opone al querer de Dios y ahí viene la incomprensión, el rechazo, incluso la persecución. La segunda sección (7-11), dirigida en forma impersonal, a «los que respetan al Señor», es una voz de ánimo y de confianza en Dios. El autor está convencido de la misericordia y la benevolencia divinas. El respeto o temor de Dios, atrae grandes beneficios para el creyente: la justicia de Dios, la misericordia y la paz. La tercera sección (12-14), es una amonestación o advertencia contra los de corazón cobarde y los pecadores. Quien no se define ante el Señor y sus mandatos está a un paso de dejarse llevar por la corriente de los que no aman ni respetan a Dios; el autor previene porque de ello hay que dar cuentas (14). La cuarta sección (15-17) define a los que temen y respetan al señor por medio de una serie de cualidades o virtudes: son obedientes, aman a Dios, procuran complacerle, cumplen su Ley, tienen el corazón siempre dispuesto –disponibilidad– y, finalmente, son humildes delante del Señor. El versículo 18 invita a todos en general a servir a Dios más que a cualquier humano porque sólo Dios es misericordioso.
3,1-16 Honrar padre y madre. Ben Sirá tiene en mente Éx 20,12 y Dt 5,16 donde se manda expresamente honrar al padre y a la madre. En una sociedad que daba tanta importancia a la estructura de la familia, era apenas obvio que reclamara respeto y veneración por quienes en cierto modo representan y sustentan en el mundo el orden y la autoridad divina, los padres. La familia como estructura era el primer núcleo humano donde se reflejaba la estructura social dominante; si se trataba de una sociedad tribal, como en la época de los jueces, la familia era la célula de la tribu, donde tanto padres como hijos, sin confundir sus roles obviamente, participaban de la vida económica y social en igualdad de derechos y deberes, esto en solidaridad; si, por el contrario, se trata de una sociedad monárquica como la que se configuró a partir de David y que cada vez se va volviendo más rígida y tirana como la que conoce Jesús de Nazaret, la familia igualmente es el reflejo de la monarquía, era una micro-monarquía: el padre es el primero en el orden piramidal; tal como es concebido Dios respecto al mundo y el rey respecto a la nación (sociedad); junto al padre está la madre a quien hay que venerar y respetar, mas no porque se trate de una mujer, sino porque posee una prelación que le viene por ser compañera del varón; luego están los hijos, completamente sometidos al orden social, en la familia a sus padres; en la sociedad, al rey y a sus lugartenientes. Este tipo de orden familiar o de estructura de familia es el que hay que abandonar, según Jesús de Nazaret, si se quiere ser verdadero discípulo suyo; la primera tarea del reino es, entonces, derribar ese tipo de estructura familiar; «quien no deja padre y madre...» (Lc 14,26), no significa literalmente que haya que despreciar a papá, mamá y hermanos; es a la estructura familiar, soporte por generaciones de un orden social, económico y religioso contrario al querer de Dios y obstáculo definitivo para la instauración del reino.
3,17-29 Humildad. Una de las virtudes que más debe caracterizar al hombre es la humildad, que bien puede entenderse como el procurar no ponerse por encima de los demás, no sentirse ni más grande ni mejor que los otros. Dos ventajas o beneficios atrae la humildad: el amor de los demás y la compasión y la misericordia de Dios, aparte de que es a los humildes a quienes Dios revela sus designios (20; cfr. Lc 10,21). La virtud de la humildad debe ser una de las preocupaciones del sabio; cuanto más sabio se es, más conciencia debe haber de lo lejos que se está de la máxima sabiduría. Los versículos 22-29, dedicados al hombre intelectual responden a la arrogancia de quienes creían tener gran dominio de la ciencia y del conocimiento en una época en la que el pensamiento griego hacía creer que la sabiduría era conocer muchas cosas, dominar muchas materias. Para la corriente sapiencial en Israel, la sabiduría está en temer a Dios, cumpliendo sus mandatos y en saber vivir bien.
3,30–4,10 Limosna. La práctica de dar limosna era un elemento importante de la piedad judía; ya desde mucho antes de la época de Ben Sirá había surgido la convicción de que la limosna era una forma de expiar los pecados, la cual se completa posteriormente con la observación de que además ampliaba el círculo de amigos. Para la época del Nuevo Testamento, muchos fariseos practicaban la limosna de una forma pública llamando la atención de la gente con el fin de ganar simpatía y hacerse admirar. Jesús corrige esta actitud y sugiere a sus discípulos que lo hagan de tal forma que «la mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha» (Mt 6,3). Ni con el fin de expiar los pecados, ni para aparentar ante los otros se debe compartir lo que se tiene; es pura cuestión de justicia, y ello se debe hacer con la convicción de que en el plan de Dios no existe esta diferenciación entre los ricos y desposeídos. El cristiano consciente y comprometido con la causa del Evangelio, debe buscar la manera de instaurar una práctica social que lleve a la abolición de la indigencia y, por tanto, de las raíces estructurales de la injusticia.
4,11-19 Habla la Sabiduría. El convincente discurso de la Sabiduría que se autorrevela como auténtico camino de realización humana, subraya los beneficios prácticos para quien le sigue: sensatez, instrucción, vida, alegría y bendición del Señor. No quedará defraudado quien la busca sinceramente y pone en práctica sus exigencias; de todo aquel que la busca se deja encontrar y «disimulada», caminará con él. No está exento de pruebas y dificultades quien la va alcanzando, pero ahí está justamente la posibilidad de crecimiento del sabio, en la perseverancia. Despreciarla es autocastigarse, pues queda privado de los beneficios que ella trae consigo.
4,20-31 Timidez. Este segmento contiene varias enseñanzas prácticas para la vida, el que busca sabiduría la debe ir adquiriendo y aplicando en su vida corriente: autenticidad de vida, seguridad en sí mismo, sin arrogancia ni soberbia; considerarse el más pequeño delante de Dios y mantener viva la conciencia de la propia pequeñez; reconocer con humildad y valentía los propios defectos; mantener esta autenticidad de vida personal en las relaciones con los demás y, sobre todo, tener conciencia de que lo que más nos acerca a Dios es la lucha por la justicia; finalmente, tener la actitud de recibir, pero también de dar.
5,1-8 Contra las falsas seguridades. Encontramos una prevención para no caer en el error de confiar tanto en la riqueza y en los bienes al punto de darles más valor que a Dios y de sentirse más seguros en ellos que con Dios mismo. La absolutización de la riqueza y de los bienes materiales trae como consecuencia la relativización de Dios y, por tanto, de todo lo inherente a las relaciones con Él: su perdón, su misericordia, su acompañamiento, su guía. Una vida que tiene su seguridad en la riqueza está destinada a la perdición y peor aún si dicha riqueza ha sido adquirida de manera injusta.
5,9–6,1 Sobre el hablar. Otra de las enseñanzas de la sabiduría basada en la simple observación, es la discreción en las relaciones interpersonales. Una lengua sin control causa más mal que bien, pues por lo general quien es pronto para hablar, es lento en la reflexión y el discernimiento. El llamado es, entonces, a reflexionar primero, a discernir cada situación para hablar luego de lo que conviene. En nuestro pueblo es común el refrán «piensa para hablar, no hables para pensar».
6,2-4 La pasión. Invitación al control de sí mismo. Uno de los atributos propios del ser humano son sus pasiones, sus apetitos, sus impulsos; dejarse dominar por ellos es ir perdiendo calidad de vida e ir perdiendo también el sentido mismo de la vida y por aquí se camina con gran facilidad a la degeneración de las justas relaciones con Dios y con los demás. El llamado aquí es pues, al equilibrio y la sobriedad en nuestros actos.
6,5-17 Amigos. Al autor no le interesa el discurso teórico sobre la amistad, ni siquiera se detiene para definirla ni para especificar si es necesaria o no. Basado siempre en la observación directa y en la propia experiencia, el autor da unos consejos para saber elegir muy bien al amigo; no todos los que nos sonríen o se sientan a nuestra mesa son amigos de verdad; podemos tener muy buenas relaciones con muchas personas, pero, aconseja Ben Sirá, no confiar sino en uno: «sea uno tu confidente». Los momentos críticos y difíciles de la vida, cuando sobrevienen la desgracia y las contrariedades, son la mejor ocasión para establecer quién es de verdad el amigo bueno, el amigo fiel: aquel que no nos da la espalda y que incluso asume como suya propia nuestra situación; ése es el verdadero amigo, y es comparado con un refugio seguro, con un tesoro que no tiene precio ni se puede pagar por su valor.
6,18-37 La sabiduría. Esta sección se puede dividir en tres unidades, todas tienen como factor común la invitación a alcanzar sabiduría. La primera unidad (18-23) indica que la sabiduría, si se cultiva desde la juventud, asegura una vejez sensata, el que va alcanzando sabiduría se alimenta de ella como el campesino se alimenta de lo que plantan sus manos; esto implica disciplina. La segunda unidad (24-31) presenta la sabiduría como algo a lo que uno se somete libremente para ser cada día más libre; ella es yugo suave y carga ligera; así es como presenta también Jesús de Nazaret su propuesta de vida (cfr. Mt 11,30). Y la tercera unidad (32-37) invita a buscar esa sabiduría entre los mayores; era una convicción, como sigue siendo en la mayoría de nuestras comunidades, que los ancianos del grupo son los primeros maestros de sabiduría por cuanto ellos tienen detrás de sí un camino de vida ya recorrido, lleno de experiencias y de situaciones ya superadas. Pero de los ancianos no se aprende todo; según Ben Sirá, la sabiduría que se adquiere de un anciano sensato hay que completarla con el estudio y con la reflexión constante de la Ley de Dios. Hay que decir que para Ben Sirá, la verdadera sabiduría está en la Torá o Ley de Dios. Para él la Torá no conduce a la sabiduría, es la sabiduría.
7,1-21 Proverbios varios: serie negativa. Esta serie de proverbios que comienza con una negación, invita a una vida sencilla, sin complicaciones, ya que así debe ser la vida del sabio. No encontramos aquí ninguna organización temática, pero sí podríamos resaltar algunas ideas que apuntan a ese estilo de vida sencillo que todo hombre debería perseguir: evitar el mal y la injusticia (1-3); no pedirle a Dios cargos de honor (4-7); contar siempre con la paciencia y misericordia de Dios (8s); no complicar la vida al prójimo atribulándolo o tramando violencia contra él (10-14); dignificar el trabajo (15); tener confianza y seguridad en Dios y en su respuesta (17); integridad en la relación con los demás, transparencia y lealtad al amigo, a la mujer sensata y al buen siervo (18-21).
7,22-36 Serie positiva. En esta sección encontramos prácticamente todo lo que formaba parte del universo del hombre de finales del Antiguo Testamento; Ben Sirá invita a que la relación personal con cada elemento de ese mundo sea algo auténtico y que sirva realmente de provecho y de crecimiento para el individuo; se menciona por tanto lo que un hombre poseía: ganados, hijos, hijas, mujer, padres y prójimo en general, sacerdotes y Dios. Con cada una de estas realidades, la persona debía fijar una relación de responsabilidad: conservando el ganado (22); educando a los hijos y buscándoles mujer (23) lo cual era absolutamente normal, el matrimonio de los hijos lo arreglaban sus padres; cuidando del cuerpo de sus hijas y casarlas bien; se entiende aquí que había que cuidar la integridad física de las hijas y en especial su virginidad para poder conseguirles un buen marido y, por tanto, una buena dote (24s); amando y respetando a la mujer amada, pero llegando al caso, también era lícito repudiarla (26), lo cual era una facultad exclusiva del varón; amando, respetando y venerando a los padres y auxiliándolos en sus dificultades (28s.32); siendo generoso y respetuoso con los sacerdotes (29-31) como signo de amor y respeto a Dios (30s); siendo bondadoso y generoso para con los vivos (prójimo) en general (33-35) y siendo piadoso con los difuntos (33b). En definitiva, la motivación para este recto obrar, además del temor y el respeto a Dios, es el pensamiento sobre el «desenlace final». Es probable que ya se estuviera comenzando a perfilar el concepto sobre el «juicio final» que ya para la época del Nuevo Testamento encontramos más desarrollado y que nos describe Mateo en 25, 31-46, aunque hay quienes afirman que podría tratarse también de un concepto de «desenlace» no necesariamente escatológico, sino más bien en relación con la reputación o buena fama que pervive después de la muerte de un ciudadano que haya actuado de esta manera.
8,1-7 Cautela en la relación con los demás. Un distintivo del hombre sabio es la cautela y la prudencia en sus relaciones con los demás. Una buena relación atrae beneficios, pero una mala relación puede perjudicar al hombre que no es cuidadoso; así, meterse en pleitos con un poderoso o con un rico, podría ser fatal; detenerse con un malhablado, es perder el tiempo, así como menospreciar a un anciano o un moribundo, si bien no trae perjuicios materiales, sí atrae el daño moral a la imagen o reputación del sabio.
8,8s Aprender de los mayores. Es la práctica más antigua del aprendizaje y del adoctrinamiento. La convicción es que los ancianos de la comunidad «escucharon a sus padres» es decir, son el patrimonio oral vivo de la comunidad, por tanto son ellos los que de viva voz nos enseñan lo que debemos saber para vivir bien.
8,10-19 Trato con los hombres. Retoma el tema de la necesaria cautela y de la prudencia que hay que tener en las relaciones con los demás. No hay que actuar de manera apresurada; primero hay que establecer el tipo de persona que se tiene al frente y sopesar el beneficio o el perjuicio que puede causar una relación con esa persona. Se trata de criterios muy prácticos casi siempre basados en el principio de ventaja/desventaja o beneficio/perjuicio; sin embargo, nótese que no se habla de ventajas o beneficios económicos o materiales, sino de posibilidades de complicarse la vida o de hacerla un poco más feliz y llevadera, según la clase de personas que nos rodean y según las relaciones que se establezcan con ellas.
9,1-9 Trato con las mujeres. Casi nunca sale bien librada la mujer en la Biblia a no ser que se trate de aquellos pasajes evangélicos donde Jesús aparece como el gran innovador de las relaciones con la mujer. Es obvio que una sociedad patriarcal como la que está detrás de cada escrito y de cada concepto bíblico, sólo pueda producir una visión negativa sobre la mujer. Por lo que se desprende de este pasaje, el joven que aspira a formarse como hombre de bien y más específicamente como hombre sabio, en las relaciones con la mujer debe ser mucho más cauteloso que en cualquier otro tipo de relación. En nuestro contexto actual no hay que hacer tanto énfasis en los «riesgos» que se corren tratando cierto tipo de mujeres, sino más bien educar a los niños y niñas en el respeto mutuo, hacerlos crecer con la conciencia de la igualdad de derechos y responsabilidades y, sobre todo, formar desde muy temprano la conciencia de aquella dignidad que tanto él como ella tienen delante de Dios y de los hombres.
9,10 Amigo de mucho tiempo. Un consejo de gran practicidad, no hay que hacer a un lado a los viejos amigos sólo porque en un determinado momento nos rodean otros nuevos. Estos nuevos, recomienda Ben Sirá, deben ser aquilatados por el tiempo, así como al vino nuevo hay que dejarlo añejar para degustarlo mejor, también la amistad debe darse su tiempo para llegar a comprender si es conveniente o no hacerse amigo de alguien. Podría sonar este consejo a una manera calculadora de entender las relaciones interpersonales; sin embargo, no está del todo desenfocado, la experiencia de la vida nos enseña que no todo el que nos sonríe ni nos toca el hombro, es nuestro amigo. Ya la sabiduría de nuestra gente también nos advierte, «ojos se ven, corazones no», o este otro, «más vale viejo conocido que nuevo por conocer». En todo caso, lo que aquí se subraya es el sentido de la prudencia y de la sana libertad a la hora de elegir a nuestros amigos.
9,11-16 Sobre las relaciones con los demás. Aunque es muy válido estar atentos a la calidad de personas que conforman nuestro entorno social, siempre tendremos libertad para elegir a nuestros amigos, no es ya cristiano excluir a nadie de nuestro entorno, y si bien consideramos que alguien por su forma de ser, de pensar o de actuar no se ajusta a nuestros moldes sociales de pensamiento, ahí tenemos el gran desafío de confrontarlo evangélicamente, de hacerlo entrar en razón no con mucho discurso, sino con nuestro estilo de vida, jamás excluir ni condenar, actuar siempre como Jesús que acogió a todos sin excepción porque así es también el Padre, «a todos nos ama por igual sin hacer distinción de personas» (Hch 10,34s).
9,17–10,5 Gobernantes. La parte final de este fragmento (10,4s) nos da la clave para entender la primera parte (9,17–10,3): el gobierno de la ciudad y del Estado debe hacerse con la paciencia y la destreza que usa el artesano para moldear su obra; el buen artesano produce obras hermosas, lo mismo el buen gobernante, su nación es un modelo de sociedad digna y justa; pero en definitiva, esto no es más que el reflejo de lo que es Dios, el Gran Artesano que sabiamente ha modelado el mundo y sabiamente lo gobierna.
10,6-18 Soberbia. En conexión con la idea del mal que nunca se debe hacer al prójimo, el autor desarrolla aquí el tema de la soberbia o el orgullo, actitudes humanas que, según Ben Sirá, son un «delito de opresión» tanto para Dios como para los seres humanos. La raíz del orgullo o la soberbia podrían estar en el distanciamiento de Dios, de los demás hombres y de sí mismo; se podría decir, entonces, que es un estado de enajenación cuando a causa de esa pérdida del sentido del justo equilibrio de la vida, se oprime a los demás como si fueran seres inferiores. El autor resalta lo que es el ser humano en realidad: un ser que al final de todo se convierte en polvo y ceniza, sea quien sea; luego no hay que pretender estar por encima de nadie y mucho menos sentirse superior a Dios. Cuando se cae en esta actitud, la persona es comparable a un foso de insolencia o a una fuente que mana planes perversos (13); a ése, Dios lo derriba para levantar al oprimido.
10,19-31 Valor del hombre. El honor y la vergüenza son los dos extremos en los que se jugaba la vida del hombre antiguo. Generalmente el honor estaba en relación directa con el poder y la riqueza, y en definitiva con la posición social; así que cuanta más riqueza, cuanto más cerca del poder se estuviera y cuanto más alto se estaba en la escala social, más honrada y honorada era una persona, a ese extremo había que tender; pero muchos, entonces, en una sociedad tan injusta como la que refleja la obra de Ben Sirá, estarían en el otro extremo, en la vergüenza a causa de su pobreza, de su carencia de poder y, por supuesto, a causa de su bajo estrato social. Ben Sirá enseña que hay otra medida distinta para establecer estas posiciones: el respeto al Señor, lo cual es en definitiva la acogida al plan de Dios y el ponerse al servicio de ese plan cumpliendo los preceptos del Señor. Jesús de Nazaret es mucho más claro y establece como criterio para sentirse mayor, importante o más grande en el reino, hacerse el más pequeño y el servidor de todos. De manera que pese a que en nuestra sociedad la competencia por el poder, por el prestigio y por el honor preocupa a tantos desgastando en ello sus vidas y oprimiendo a los demás, nosotros tenemos ya un criterio, el mismo que insinúa Ben Sirá y que Jesús completa con su enseñanza y ejemplo de vida.
11,1-28 Apariencias y juicio de Dios. En conexión con el tema anterior, los versículos 1-6 continúan desarrollando el tema del motivo del verdadero honor, el cual ya no debe proceder de la riqueza y el poder ni de la posición social, sino del respeto al Señor y sus mandatos. Los versículos 8-28 desarrollan varios temas: 1. Dios es la fuente de la verdadera riqueza y Él la da a quien quiere, por eso no es aconsejable desgastar la vida buscándola (10-13). 2. Dios es el origen de todo (14-17), era la forma antigua de concebir la realidad; desafortunadamente todavía muchos cristianos están convencidos de que así es, y para completar, en muchas predicaciones se refrenda esta forma de pensar; es necesario ayudar a purificar la conciencia del creyente erradicando ese concepto ambiguo de Dios, que a la vez que lo señala como responsable último del mal, de la injusticia y de la muerte, nos exime a nosotros del compromiso efectivo y necesario por erradicar el mal y la injusticia. Aquí está la raíz de esa aceptación pasiva de la injusticia y la opresión que ciertamente ni proceden de Dios, ni forman parte de su proyecto para el mundo y para el hombre y que nosotros aceptamos como si así fuera. 3. No hay que poner la seguridad y la confianza en la riqueza puesto que aunque toda la vida y los esfuerzos se hayan empeñado en conseguirla, todo termina con la muerte (18s). 4. Ocuparse del presente, centrarse en su propio oficio y no admirar a los malhechores, pues el Señor se ocupa de los justos y de los que le son fieles (20-26).
11,29-34 Cautela con el desconocido. He aquí una enseñanza basada en la observación y en la experiencia de la vida: no admitir en casa a un extraño. El sabio no debe permitir que personas extrañas invadan su hogar, pues podría tratarse de alguien que termine sembrando la discordia y la contradicción entre los miembros de la familia. Contrasta esta enseñanza con la legendaria hospitalidad del hombre oriental. Con todo, hay que recordar que la época de Ben Sirá está muy marcada por un fuerte tráfico humano, hay mucha afluencia de extranjeros que llevan y traen noticias, pareceres y conceptos nuevos, unos muy buenos, pero otros muy ambiguos que podrían desestabilizar en cualquier momento el modo de ser y de pensar de los miembros más tradicionalistas del pueblo judío.
12,1-7 Cautela en favorecer. Contrasta esta enseñanza con la de Jesús de Nazaret, «haz el bien y no mires a quién» o «no repartas tus bienes entre los que te pueden devolver...»; se ve que los parámetros que traza Ben Sirá, predicados en un cierto ambiente social, responden más a una finalidad de reciprocidad, te doy para que me des; Jesús va más allá; mucho más interesado por la práctica de una verdadera justicia, propone salirse de lo «normal», de lo establecido, y compartir generosamente sin esperar nada a cambio. Para Jesús, la dinámica del reino que pretende instaurar tiene que ser totalmente distinta a lo que la injusticia ha impuesto hasta el presente.
12,8-18 El enemigo. Otro contraste entre Ben Sirá y el ideal propuesto por Jesús de amar a los enemigos y de bendecir a quienes nos maldicen (cfr. Mt 5,43-48; Lc 6,27-36). Ante todo debe primar el amor y la misericordia con todos.
13,1-7 Trato con el rico. Según Ben Sirá, hay una incompatibilidad natural entre el rico y el pobre. Las dos imágenes que utiliza para ilustrar este punto de vista son muy sugerentes: «quien toca la brea se le pega la mano» (1), y el cacharro de hierro que no debe juntarse con la olla de barro (2). La cuestión es, entonces, que hay que evitar la compañía del rico para no terminar siendo víctima de su explotación y, por tanto, humillado por él. A la luz del Evangelio, esta advertencia no vale tanto para los empobrecidos cuanto para los ricos, para los que han amasado su fortuna con la sangre del humilde y del desposeído; si ellos no renuncian a sus riquezas, no tendrán lugar en el reino de los cielos; y a la luz de la moderna concepción socio-antropológica de la realidad habría que agregar que si no se comprometen también ellos en la lucha real y efectiva contra las estructuras que generan la injusticia, no entrarán en el reino de los cielos.
13,8-13 Trato con el noble. Otro binomio que forma parte de este dualismo tan amado por el mundo griego antiguo y que también es tema de las enseñanzas de Ben Sirá, es el noble y el humilde (de origen humilde), la recomendación que debe seguir el sabio es el trato distante, no involucrarse con el noble, pero tampoco hacerse antipático; en todo caso, lo mejor es guardar prudentemente las distancias.
13,15-24 Ricos y pobres. Una vez más el tema de aquella incompatibilidad entre el rico y el pobre. En todos los casos el pobre es el peor librado, parece como si ser pobre fuera ciertamente una maldición; ¿cómo habría que entender entonces la bienaventuranza de los pobres? ¿Cuándo y cómo ellos serán dichosos? ¿Cuándo su dignidad será respetada y su voz escuchada? Cuando se den dos condiciones necesarias e imprescindibles: 1. Cuando el rico asuma que su actitud es dañina para sí mismo porque en el fondo se ha hecho esclavo del dios dinero, del tener y del dominar, y dañina para los otros porque los convierte en objetos que le producen enriquecimiento. 2. Cuando el pobre asuma que su condición no es exactamente la que Dios quiere, que su empobrecimiento no es dignificante y que por tanto tiene que ponerse en camino de construir una sociedad más solidaria que genere denuncia y lucha contra las estructuras injustas; pero en solidaridad, generando resistencia contra la injusticia personal y estructural. Ahí sí comienzan a hacerse realidad las palabras de Jesús, porque así sí se va descubriendo que en ese proceso de resistencia y de lucha está realmente la presencia de Dios y que su proyecto va tomando forma.
13,25–14,2 La conciencia. Una de las preocupaciones del sabio es el equilibrio entre su mundo interior y su apariencia externa; eso lo podríamos llamar integridad. Una persona íntegra refleja en sus gestos externos sus sentimientos más íntimos, y esto no es tanto una virtud estrictamente religiosa, es más bien el esfuerzo por mantener una adecuada salud mental; quiera que no, la «psique» de un individuo se tiene que ir debilitando cuando vive en esa dicotomía, aparentar externamente lo que en su interior es totalmente diferente; así que en esto también es sabio Ben Sirá, vale la pena luchar por la autenticidad e integridad de la personalidad.
14,3-19 Tacaño y generoso. Para Ben Sirá hay dos clases de actitudes respecto al dinero y, en general respecto a los bienes materiales: la avaricia o tacañería y la generosidad o el desprendimiento. Por simple observación, el tacaño no se sirve ni siquiera a sí mismo y por tanto, no pude servir a los demás; su vida gira en torno a la obsesión de acumular, de tener, pero para un triste final: todo quedará en manos de quienes no hicieron nada para atesorar. El consejo de Ben Sirá es, entonces, la práctica de la generosidad: en primer lugar, ser generoso con Dios (11), ayudando a los demás (13.16a) y, obviamente, ser generoso disfrutando y gozando de los bienes (11.14.16b). La idea que subyace en este consejo es que lo que adquirimos en esta vida, es para disfrutarlo en esta vida, pues después de muertos ya no hay que buscar placeres en el Abismo; como quien dice, tanto los bienes como las personas terminan con la muerte. Nótese que las buenas obras que pueden hacerse con el dinero no tienen todavía la motivación que presentan en el Nuevo Testamento donde se enseña ya a ser generoso con los bienes para así «acumular un tesoro en el cielo donde no hay polilla ni gusano...» (cfr. Mt 6,20).
14,20–15,10 La sabiduría. Esta sección está conformada por dos unidades bien diferenciadas. La primera (14,20-27) describe al hombre prudente que sale en busca de la sabiduría, la imagen es la de un cazador que con toda paciencia espía, sigue huellas, acampa, tiende redes hasta alcanzar su objetivo. Este hombre es declarado dichoso, bienaventurado (14,20); la segunda (15,1-10) describe las ventajas y bondades que trae consigo buscar y hallar la sabiduría. Lo primero es que se adquiere conocimiento y capacidad para practicar la Ley del Señor; ésa es la base fundamental sobre la cual se perciben los frutos y beneficios de la sabiduría. Mediante las imágenes de la nutrición y del alimento, la sabiduría, personificada en una generosa mujer, da pan y bebida a quien la busca. Este comportamiento de la sabiduría está dirigido sólo a quienes la buscan y sinceramente se afanan en encontrarla; ella no tiene parte con los hombres falsos, ni con los arrogantes ni con los cínicos, ni con los embusteros ni con los malvados, pues al final de cuentas, ellos son la antítesis del hombre que quiere ser sabio y, en definitiva, de la misma sabiduría.
15,11-20 Origen del pecado. Se desarrolla aquí el tema de la libertad personal para elegir el bien o el mal, la vida o la muerte (cfr. Dt 30,15-20); el pecado, el mal y todos los demás antivalores existentes en el mundo, no son obra de Dios ni corresponden a su designio sobre el mundo. En una etapa histórica del pueblo judío, muy rica en producción teológica, ya se había abordado este tema de la supuesta responsabilidad de Dios respecto al mal y el dolor del pueblo; fue después del exilio cuando las duras circunstancias vividas por los israelitas llevaron a replantearse su fe, su identidad y sobre todo, profundizar cuál podría ser el verdadero propósito de Dios con el hombre y con el mundo. De allí surgieron, por ejemplo, los once primeros capítulos del Génesis que a través de diferentes imágenes, cargadas todas de un extraordinario simbolismo, dan cuenta de cómo Dios todo lo creó bueno, conforme a un plan armónico y justo, y cómo el hombre, el único entre todas las criaturas dotado de libertad, fue trastocando el plan original de Dios hasta convertirlo en todo lo contrario al querer divino. De manera que ya no hay ningún argumento para creer y menos aún para predicar, que de Dios pueda provenir también el mal y el pecado.
16,1-16 Dios castiga. En la época del Antiguo Testamento, todo el mundo aspiraba a tener una prole numerosa. Ser padre y madre de muchos hijos era un signo de bendición divina; con todo, en los versículos 1-4 Ben Sirá advierte que lo importante no es la cantidad de hijos, sino la calidad de esos hijos, «más vale uno que mil», «más vale morir estéril que tener descendientes arrogantes» (3). El criterio es el cumplimiento del deber que, en la mentalidad del autor, es lo mismo que amar y respetar al Señor y demostrarlo cumpliendo sus preceptos. Los versículos 5-16 son como una demostración de lo expuesto al inicio, con testimonios de su propio tiempo («lo que han visto mis ojos») y con argumentos históricos («lo que ha escuchado mi oído»). Ben Sirá hace ver cómo, distintos grupos del pasado se entregaron al mal, se rebelaron contra Dios y por eso fueron juzgados, porque Dios juzga a cada uno según sus acciones. En el fondo pues, lo que quiere enseñar el autor es que los padres actuales no se deben preocupar tanto de engendrar muchos hijos, sino de formar bien, por el camino recto a su generación aunque sea poca, pero que no repitan las mismas acciones de los antepasados.
16,17-23 Dios ve. Este fragmento parece responder a alguna situación generalizada en la que tal vez estaban cayendo mucho los israelitas de la época, quizás influenciados por ciertos conceptos sobre Dios, el hombre y el mundo, introducidos por el pensamiento griego. La enseñanza es que no hay que hacer el bien o el mal sólo porque Dios me ve o no me ve; hay que actuar bien, rectamente porque ésa es la vocación humana, la búsqueda del bien; el mal no «perjudica» a Dios, me perjudica a mí y a mi prójimo; y en cuanto al juicio de mis acciones, no hay que esperarlo directamente de Dios, primero está el de mi propia conciencia y el de ese prójimo que ha salido beneficiado o perjudicado con mis actos. Sólo entonces, sabremos cuál podrá ser el juicio de Dios, ¡no hay que adivinarlo!
16,24–17,14 Dios Creador. Meditación sobre la creación: astros, animales, plantas, el primer hombre, la primera pareja, el pueblo, todo lo creó Dios con un orden y en armonía para que cada cosa cumpla su función y así es; en la naturaleza todo tiene una función y no se sale de ella; pero en el caso del hombre, la obra creadora de Dios introdujo elementos que están ausentes del resto de las criaturas: al hombre le dio dominio sobre la tierra; lo revistió de poder como el suyo; lo hizo a su propia imagen; lo dotó de inteligencia y sabiduría; lo hizo capaz de admirar el resto de la creación y de alabar el santo Nombre; le enseñó el bien y el mal, y cuando ya el hombre en asociación con otros formó un pueblo, les dio en herencia la Ley e hizo con ellos una alianza eterna. El versículo 14 sintetiza toda la Ley y los preceptos que exige el Señor: abstenerse de la idolatría y cumplir los preceptos acerca del prójimo. La pregunta que queda en el aire es, ¿cómo ha respondido el hombre, desde la antigüedad hasta hoy, a este plan maravilloso del Creador?
17,15-23 Dios retribuye. Todas las maravillas, la armonía de la creación y las dotes especiales que Dios dio al ser humano y la posterior respuesta que dio el ser humano a Dios, queda plasmado en estos versículos; el hombre no ha sabido responder en fidelidad y sabiduría al proyecto divino, y sin embargo, Dios está dispuesto siempre a perdonarlo y a darle siempre una nueva oportunidad.
17,24-29 Arrepentimiento. Dios no desoye ni abandona a ninguno de sus hijos e hijas que se arrepienten; el motivo: Él es misericordioso y su perdón es grande para quienes vuelven a Él. El arrepentimiento implica varias cosas: abandonar el pecado, la injusticia, detestar la idolatría y suplicar al Señor. La finalidad del arrepentimiento es alabar al Señor aquí en vida, porque, según la mentalidad de Ben Sirá, en el abismo ya nadie le alaba. Todavía, como puede verse, no hay una perspectiva de vida después de la muerte, el hombre termina íntegramente en ella.
17,30–18,14 Dios comprende y perdona. Esta constatación que hace Ben Sirá aunque aparentemente es tan obvia, no deja de ser importante: el hombre no es como Dios; Dios es el único grande y sin tacha, en su poder todo fue creado y todo se mantiene en Él. Por el contrario, el hombre es finito, sus días están contados, en cualquier momento puede caer y perderse completamente; todo esto lo comprende Dios y por eso no vacila un instante para acoger y perdonar a todo el que se vuelve a Él. Ahora, ¿se puede decir lo mismo del hombre? ¿Habrá comprendido el hombre que no es Dios? Parece que no siempre. Tantos períodos azarosos en la historia de la humanidad hasta el presente, marcados por la injusticia, el poder de dominio y la opresión política, económica y religiosa, dejan ver que aún no se asume que el hombre no es Dios. No hay nada más opresor y alienante que el dominio y la autoridad de quienes se creen dioses, ya sean dirigentes políticos y religiosos, pues son personas deshumanizadas que arrastran a multitudes a la deshumanización haciéndoles perder el sentido de la justa dimensión de las cosas. En pocas palabras, no hay peor autoridad que aquella que algunos pretenden ejercer en nombre de Dios.
18,15-18 Dar con amor. Cuando las obras de caridad, llamadas en la teología tradicional, obras de misericordia, se cumplen por cumplir o por obligación o por aparentar, resultan deshonrosas y humillantes; ante todo debe primar el recto sentido de la misericordia y el criterio de la justicia.
18,19-29 Prevenir. Una instrucción muy práctica para la vida, para que ésta sea más descomplicada y para que nada nos tome por sorpresa: saber prever las cosas, y esto se logra mediante la reflexión y la observación constante de la realidad que nos rodea; esto también es signo de sabiduría.
18,30–19,3 Dominarse. La falta de autocontrol trae consecuencias muy negativas. El autocontrol, según Ben Sirá es necesario especialmente respecto de aquellos apetitos que de seguirlos, arruinan nuestra vida socioeconómica: los lujos, los apetitos sexuales, la comida y la bebida. Hoy más que nunca conviene estar muy atentos respecto a estos mismos impulsos y apetitos pues con el actual desarrollo de la sociedad de consumo y su principal vehículo que son los medios de comunicación masiva, llevan a personas de toda condición social al consumo desmedido y a crearse un tal cúmulo de necesidades que poco a poco los va arruinando, lo cual obliga en la mayoría de los casos a relegar a otros niveles asuntos tan prioritarios como la salud, la educación, la vivienda...
19,4-19 Callar y hablar. Otra norma o enseñanza práctica para vivir bien: no creer todo a la ligera y, menos aún, precipitarse a comunicar a otros lo que se ha escuchado de otras personas. ¿Cuántos conflictos no se pueden evitar controlando la ligereza de la lengua? Si algo escuchamos de alguien cercano a nosotros o de nuestro prójimo, lo más práctico es confrontarlo a solas, es más constructivo y pedagógico para ambas partes; en cierto modo concuerda con la corrección fraterna que propone Jesús a sus discípulos (cfr. Mt 18,15-18).
19,20-30 Sabiduría y temor de Dios. La síntesis de la sabiduría es respetar al Señor, y el genuinamente sabio es aquel que cumple y pone en práctica la Ley del Señor. Con esto, Ben Sirá establece una enorme diferencia entre la sabiduría que él practica y enseña y la que comúnmente se llamaría también sabiduría, pero que en el fondo es sagacidad o inteligencia común. Puede ser que el sagaz o inteligente esté muy lejos entonces de la sabiduría que proviene del respeto al Señor y del cumplimiento de sus preceptos. ¿Cómo distinguir al sabio del sagaz o inteligente? Ben Sirá da unas pistas que de todos modos no hay que tomar al pie de la letra: por su manera de vestir, de reír, de andar. Y no hay que tomar esto al pie de la letra porque nadie está autorizado para juzgar a nadie por su apariencia externa; es sólo en el trato, en la comunicación y el diálogo como podemos hacernos una idea, y eso aproximada, de lo que alguien es, y ni aun así, tenemos derecho a juzgar; en todo caso, debe primar siempre el amor y la misericordia para con el prójimo.
20,1-23 Colección de dichos. La primera parte de este capítulo está conformada por una colección de dichos varios sin ninguna unidad temática pero que de un modo u otro no dejan de ser sentencias útiles para el aspirante a sabio; no se trata tanto de instrucción propiamente tal cuanto de un «inventario» (lo que hay) de actitudes y comportamientos que el maestro ha observado y que también el discípulo va a poder observar y ante lo cual se sugiere un juicio o se deja para que el futuro sabio lo juzgue.
20,24-26 Mentira. Puestos en la balanza, el embustero y el ladrón, Ben Sirá prefiere al ladrón puesto que la lengua del mentiroso puede llegar a causar males más difíciles de reparar que los que puede causar un ladrón; sin embargo, ni lo uno ni lo otro son actitudes recomendables para el sabio porque ambos «heredarán la perdición».
20,27-31 El sabio. Apología del sabio y de la sabiduría. Es necesario revelar la sabiduría pero hay que saber cuándo, cómo y delante de quién.
21,1-11 Pecado: consecuencias y remedio. Una señal inequívoca de sabiduría es alejarse del pecado; antes de considerar los efectos del pecado, nótese que el texto nos da algunas pistas que nos permiten descubrir qué es lo que el autor entiende por pecado: la injusticia (3a.8); la crueldad y la arrogancia (3b); el desprecio a la corrección (6) y la fanfarronería (7). Estos males hay que evitarlos porque son altamente destructivos; son como una espada de doble filo, no sólo destruyen a quien cae en ellos, sino también dañan a sus semejantes. Concluye el pasaje con el consejo clave: guardar la Ley que permite dominar los pensamientos, y respetar al Señor como camino de la más perfecta sabiduría.
21,12–22,2 Necio y sabio. Mediante una serie de contrastes fácilmente verificables, Ben Sirá pone en oposición lo que es un necio y lo que es un sabio. Estos contrastes tienen que ver especialmente con su manera de ser y de ver la vida (12-17). El necio es puesto en la misma línea del impío (27), del murmurador (28) y del holgazán (22,1s). Esta clase de personas hay que evitarlas como a una piedra que ha sido ensuciada.
22,3-6 Educación de los hijos. Muchos males se pueden evitar corrigiendo desde temprano a los hijos. Nótese cómo en el caso de los hijos malcriados, se habla de desgracia, pero en el caso de las hijas, la desgracia es mucho peor. Se trata de una sociedad patriarcal que impone a la mujer unos criterios de conducta y de moral no por lo que ella es en sí misma, sino con miras a no desacreditar a su padre tratándose de una mujer soltera, o a su marido si es ya casada.
22,9-15 El necio. Según el modo de pensar de Ben Sirá, el que es necio e insensato ya no tiene remedio, no hay posibilidad alguna de que pueda cambiar su vida. Ésta era la manera de ver de los griegos, el mundo para ellos estaba dividido entre libres y esclavos, ricos y pobres, necios y sabios y, en fin, esta forma de ver la realidad no dejaba oportunidad para el cambio, pues se trataba de una realidad inamovible.
22,16-18 Ponderación. Las cosas bien hechas, la palabra bien dicha y sobre todo en el momento oportuno, son las que tienen un verdadero sentido y valor. Éste es otro ideal que el sabio debe alcanzar.
22,19-26 Amistad. Uno de los valores más importantes del ser humano es la capacidad de hacer amigos, aunque no todo el mundo tiene la capacidad de mantener ese valor en el grado tan alto que de por sí posee la amistad. Hay muchas maneras de romper una amistad y hay también la posibilidad de reconstruirla; sin embargo, hay amistades rotas que son irrecuperables; según el modo de pensar de Ben Sirá son aquellas que han terminado por traición, por descubrir secretos y por arrogancia (22). Lo más saludable es saber ganarse a los buenos amigos y mantenerles la lealtad. Ben Sirá recomienda hacerse amigo del pobre, porque en el caso de que prospere, nos será de gran apoyo, lo mismo solidarizarse con el triste y atribulado, eso es estar con el amigo en su desgracia, de un amigo así es muy difícil dudar.
22,27–23,6 Oración por el dominio propio. Las plegarias son más bien escasas en la literatura sapiencial (cfr. sin embargo, 36,1-22 y 51,1-12). Esta oración que encontramos aquí no está del todo desconectada del tema anterior sobre el cultivo de la amistad, en el sentido de que la amistad puede perderse por una ligereza de la lengua, cuando se revela un secreto, por ejemplo; ni tampoco está desconectada de las unidades siguientes que también van a tratar el tema de la lengua. La plegaria consta de dos partes introducidas cada una por la invocación «Señor, Padre, Dueño de mi vida» (1) y «Señor, Padre, Dios de mi vida» (4). La primera parte se refiere al anhelo interior de dominar la lengua ya que por medio de ella se puede llegar a causar mucho mal; y la segunda parte, es también un anhelo, un deseo interior de llegar a dominar los apetitos y pasiones desenfrenadas puesto que es otro modo de perder calidad humana.
23,7-15 Sobre el hablar. El que tiene cuidado en su hablar no quedará jamás atrapado por sus propias palabras. Hay un dicho popular en nuestro pueblo, «el pescado muere por la boca» que sintoniza con esta enseñanza de Ben Sirá. Claro que el autor se centra más especialmente en el tema del juramento y de la invocación ahí del Nombre de Dios. Jurar era muy frecuente, y para darle al juramento una mayor fuerza de verdad se hacía en nombre de Dios; ahora, si se descubría que el juramento era falso, el implicado era reo de castigo porque no sólo había pronunciado en vano el nombre de Dios, sino que había hecho aparecer como cierto lo que era falso, y esto en detrimento de su prójimo. En cierta medida estas enseñanzas preparan la enseñanza de Jesús de Nazaret (Mt 5,33-37). El otro error que sale inevitablemente por la boca es la costumbre del lenguaje descompuesto y en general del mal hablar. Ben Sirá llama en todo caso a «acordarse de los padres», lo cual quiere decir que se da por supuesta una adecuada educación familiar que se debe poner en práctica en cualquier circunstancia.
23,16-27 Pasión sexual. Esta sección comienza con un proverbio numérico, que tiene cierta frecuencia en la literatura sapiencial. Enuncia tres pecados que tienen que ver con el abuso de la sexualidad: la pasión incontrolada, el incesto y la fornicación, al tiempo que advierte sobre las consecuencias. De los pecados enunciados, se detiene en el adulterio, diferenciando el del esposo (18-21) donde critica la actitud contradictoria del adúltero que no teme al castigo de Dios, sino que se oculta a los ojos de los hombres «como si los ojos de Dios no brillaran mil veces más que el sol» (19), para decir que es a Dios a quien hay que dar finalmente cuentas del pecado. Luego se centra en el adulterio de la mujer. La legislación de Israel era muy clara y drástica y, por supuesto, el autor la conoce (cfr. Lv 20,10; Dt 22,22-24; Jn 7,53–8,11); Ben Sirá enfatiza sobre la maldición que pesa sobre la mujer pero especialmente sobre los hijos habidos en este tipo de relación. Hay un distanciamiento de la doctrina de Jeremías y más todavía de Ezequiel que habían intentado ya replantear este concepto del castigo del pecado de los padres en sus hijos (cfr. Jr 31,29s; Ez 18). Todavía en el Nuevo Testamento encontramos rasgos de este concepto (cfr. Jn 9,2). En definitiva, todo esto podría evitarse si se guardara fielmente la Ley del Señor (27).
24,1-34 Himno a la Sabiduría. Los versículos 1s introducen el himno de alabanza que sobre sí misma va a proclamar doña Sabiduría, el cual se puede dividir en tres partes: 1. La Sabiduría se autodefine como criatura (3.8.9), salida de la boca del Altísimo, conforme al concepto bíblico teológico de que Dios lo creó todo por medio de su palabra. Por más que la Sabiduría se atribuye algunas características propias de una divinidad, queda establecido que es una criatura y que está al servicio del ser humano y tiene sentido por él. 2. La primera acción de la Sabiduría es buscar una morada, fijar una residencia, cuyo significado simbólico es encontrar el sentido de sí misma (4-7). 3. El Creador le fija como morada la «casa» de Jacob, el pueblo de Israel, y ella elige como lugar concreto de su residencia el monte Sión, es decir, la ciudad de Jerusalén. Se trata de un simbolismo utilizado por Ben Sirá para decir que al mismo pueblo que Dios se eligió para sí, le otorga además el más grande don: la Sabiduría, cuya concreción efectiva es la Torá o Ley (23). Se trata de un don maravilloso que ha beneficiado al pueblo haciéndolo el más particular entre todos los pueblos. Para Ben Sirá, la sabiduría griega con toda su propaganda y todo su aparato, está muy por debajo de la Sabiduría que Dios le ha otorgado a Israel, por eso no escatima adjetivos ni elogios para ponerla por encima de toda la obra creada (25-33), y al mismo tiempo él se define como servidor incansable de ella y llama a que todos la busquen (34).
25,1s Lo que causa deleite y lo que causa disgusto. Un nuevo proverbio numérico en el cual se contraponen aquellas cosas que deleitan la vida del sabio y aquellas que le causan fastidio. El sabio se debe deleitar en lo que agrada a Dios: la fraternidad, la lealtad y la armonía de los esposos; y debe rechazar o evitar caer en extremos que contradicen la verdadera calidad humana, los cuales ilustra con las detestables figuras del pobre orgulloso, el rico tacaño y el viejo mujeriego y tonto (en muchos lugares llamado «viejo verde»).
25,3-6 Vejez. El ideal de todo hombre debe ser llegar a una vejez cargado de experiencia de vida para que aun en su situación física limitada, sus pensamientos y sus palabras sirvan de luz y de guía para los que están apenas comenzando a vivir; pero este ideal no llega en el momento de la vejez, hay que comenzar a amasarlo desde la juventud.
25,7-11 Diez bienaventuranzas. Hay muchas formas de ser feliz, y uno de los secretos del sabio está en saber encontrar dicha y felicidad en cada circunstancia de la vida. El autor dice que guarda nueve bienaventuranzas en su corazón y quiere proclamar una décima; con lo cual indica que cada aspirante a sabio puede seguir agregando una y otra bienaventuranza o, lo que es lo mismo, uno y otro motivo para sentirse feliz en esta vida. Contrasta esta perspectiva con situaciones a veces tan extremas que frecuentemente se encuentran en nuestro mundo moderno, niños, jóvenes y adultos a quienes nada les falta y, sin embargo, no son felices quizás porque interiormente están vacíos a pesar de la abundancia externa. Lo actual de estas bienaventuranzas de Ben Sirá está en que una vez más encontramos que la felicidad de la vida no está en el tener, en el poseer, sino en el ser y en el esfuerzo cotidiano de darle el mejor sentido posible a esta vida que es única.
25,13–26,28 La mujer mala – La mujer buena – Exhortación. Salen aquí a flote los conceptos socioculturales y religiosos de toda la época del Antiguo Testamento concentrados en esta instrucción. Por supuesto que una lectura femenina de este pasaje, antes de enjuiciar al autor, debe primero tener en cuenta esos parámetros socioculturales en que él se mueve, no propiamente para justificarlo, sino más bien para caer en la cuenta de que cada uno es hijo de su tiempo y que a Ben Sirá no se le puede exigir ningún giro especial en el comportamiento social patriarcal de su época, toda vez que no era su interés al poner por escrito su pensamiento. Esta aproximación descriptiva de lo que es la buena y la mala mujer no es más que la constatación del comportamiento social de una época y el reflejo de unos valores culturales que desde luego tienen que ser modificados e iluminados a la luz de las enseñanzas de Jesús, pero más especialmente a la luz de sus actitudes reales y concretas respecto a la mujer. Pasajes como este no hay que ignorarlos ni nos deben exasperar; por el contrario deberíamos mantenerlos a la mano para poder ir estableciendo con hechos reales y concretos las diferencias –si es que de verdad las hay– entre el modo de ser y de pensar de aquella «lejana» época patriarcal respecto a la mujer, y nuestras relaciones actuales con ellas y la visión que de sí misma tiene la mujer contemporánea.
26,29–27,3 Mercader. Con base en la observación del diario vivir, el autor da por sentado que mercaderes y comerciantes no se libran de la injusticia. Al parecer nunca gozaron de buena fama estos personajes; pero el mal no está en que uno sea comerciante, sino en que se deje arrastrar por el afán de lucro (27,1). Ahora bien, la clave para no caer en la injusticia la da el autor en 27,3, hay que ser firme y diligente en temer al Señor. Así, el temor del Señor no es solamente principio de la sabiduría, sino además principio fundamental de la justicia.
27,4-7 Conocer a los hombres. Usando la imagen de los metales preciosos que deben ser cribados, o la del árbol que si está bien plantado da buenos frutos, Ben Sirá nos habla del hombre auténtico que se revela en sus actos y palabras. El lenguaje, los razonamientos de un hombre nos revelan su calidad humana.
27,8-15 Bien hablar. Continúa la idea anterior. El hombre debe buscar siempre la sinceridad y ponerla en práctica en todo instante. El comportamiento del hombre sincero atrae a otros de igual calidad y busca también la compañía de otros hombres sinceros; su comportamiento externo es diferente al del hombre necio cuya compañía hay que evitar.
27,16-21 Guardar secretos. Una vez más vuelve al valor de la amistad cuyas características principales son la fidelidad y la lealtad. Cuando un amigo nos abre su corazón, seguramente lo ha pensado más de una vez y lo habrá hecho como un signo de confianza hacia nosotros, y si por ligereza o por cualquier motivo nosotros hacemos públicas las confidencias de nuestro amigo, ¿no es ésta la peor de las faltas contra la amistad? ¿Confiará otra vez nuestro amigo en nosotros? Hoy es también muy válido el cuidado que debemos tener en el cultivo de una verdadera amistad basada en el respeto y la lealtad a la otra persona.
27,22-24 Falso amigo. En continuidad con el tema de la amistad, Ben Sirá hace notar cómo hay quienes se comportan de un cierto modo en nuestra presencia, pero adoptan otro comportamiento cuando damos la espalda; de este tipo de personas no hay que fiarse; en palabras del autor, son detestables y también hay que evitar su compañía. Es importante estar atentos para que no digan eso de nosotros.
27,25-29 Quien la hace la paga. Por observación y por ley natural, el mal que buscamos para los demás siempre revierte sobre nosotros, es como quien lanza una piedra hacia arriba: le cae encima. Por eso es también sabia la enseñanza, «el mal que no quieras para ti, no lo hagas a los demás» (Tob 4,15; Jesús lo enuncia en positivo: Mt 7,12; Lc 6,31); así como tampoco está bien alegrarse del mal ajeno, pues mañana podemos ser nosotros los que tengamos que sufrir la misma suerte.
27,30–28,7 Venganza. Llamado al perdón y a la misericordia para con el prójimo. Aquí encontramos la esencia de una de las peticiones del Padrenuestro: perdónanos como nosotros perdonamos a quienes nos han ofendido, y lo cual suscita una de las más bellas parábolas sobre el perdón que necesitamos continuamente y que también continuamente debemos brindar a nuestro prójimo (cfr. Mt 6,12.14s).
28,8-12 Riñas. Las pendencias y riñas afectan las sanas relaciones; ambas son causadas por personas que Ben Sirá califica de pecadoras y que por razones obvias, el aprendiz de sabio debe evitar. Se recalca el valor de la boca, por medio de ella se puede iniciar un conflicto y por medio de ella se puede superar.
28,13-23 Calumnia. Nada hay más peligroso y destructor que una lengua murmuradora, pues puede llegar hasta acabar con la paz (13.16) y acabar con la tranquilidad y felicidad de hombres (14) y de mujeres (15). Una lengua habituada a la murmuración provoca situaciones peores que las que puede provocar hasta la misma muerte. La posición del sabio es no hacerle caso del murmurador y «maldecirlo» (13), esto es, alejarlo de su camino; el autor declara dichoso al que sabe protegerse de este tipo de influencia tan nociva para la sociedad (19).
28,24-26 Exhortación. Con esta exhortación concluye el tema de la murmuración y sus efectos. El sabio ha de poner barreras a lo que más ama y a sí mismo para protegerse del murmurador. Hay un llamado al justo discernimiento, sopesar cada palabra, cada expresión para no resbalar y caer ante los demás.
29,1-13 Prestar. En consonancia con la devoción y veneración que siente Ben Sirá por la Torá, aborda aquí el tema del auxilio al necesitado bajo el aspecto del préstamo, lo cual es visto como una obra de misericordia que ya establecía la ley mosaica (cfr. Éx 22,25; Lv 25,35-37; Dt 15,7-11; 23,19; 24,10-13), y al tiempo que recomienda auxiliar al prójimo en este sentido, también recomienda ser muy solícito a la hora de devolver lo que ha tomado prestado; hay que pagar pronto lo que se debe al prójimo. Con estas recomendaciones, el autor hace ver los «riesgos» que se corren al prestar dinero al prójimo; muchas veces se pierde lo prestado y se pierde también al amigo (4-7). En relación con este tema está también el de la limosna como una práctica que no sólo beneficia al necesitado, sino que atrae mucho bien al que la da (8-13).
29,14-20 Fianza. En relación con el tema de los préstamos, encontramos esta enseñanza sobre la fianza, como una forma también de auxiliar al amigo (14), y si uno ha sido beneficiado por un fiador, no hay que olvidar ese favor (15). También se resaltan aquí los riesgos que se corren fiando a otra persona, muchas veces podría ocasionar la ruina del fiador (17s); esto lleva a Ben Sirá a dar una recomendación general: ayudar al prójimo hasta donde sea posible teniendo cuidado de no arruinarse.
29,21-28 En casa ajena. En conexión con los dos temas precedentes, encontramos la situación del que no tiene ni siquiera lo mínimo para vivir; está expuesto al maltrato, a la burla y, en definitiva, a andar errante. En labios de un profeta este capítulo tendría unas connotaciones abiertamente de denuncia y de amenaza contra los ricos, los acaparadores y los egoístas. Sin embargo, así como nos lo presenta Ben Sirá, nos sirve para hacernos una idea de la situación socioeconómica de la época que ya podemos concluir que estaba claramente definida como una sociedad injusta donde unos pocos eran los dueños de mucho y muchos, dueños de casi nada o de nada, destinados a una lucha agobiante por la subsistencia. No tenemos que hacer demasiado esfuerzo para imaginarnos las angustias de los pobres buscando un préstamo, pero antes, buscando a un fiador, y a otros mendigando en la calle o recorriendo de casa en casa pidiendo una limosna. No nos es difícil imaginarnos todo eso porque esa es la realidad que vivimos millones y millones de hombres, mujeres y niños en nuestra sociedad actual. Por la Biblia sabemos que tratando de responder a estos extremos de empobrecimiento surgieron dos instituciones en el Antiguo Testamento que deberían haberse puesto en práctica sin ninguna vacilación puesto que ambas eran de obligatorio cumplimiento ya que están contempladas en la ley de Moisés. Se trata del «goelato» (Lv 25,25) que exigía al pariente más cercano de un endeudado rescatar el bien o la prenda dejada al prestamista, y en el caso extremo de un endeudado que hubiera tenido que someterse a su acreedor como prenda o como pago, el «go’el» debía pagar su rescate. La otra institución era el «año sabático» (Dt 15,1-11); transformada por el Levítico en «año jubilar», que contemplaba la liberación de esclavos, condonación de deudas y recuperación de los bienes dejados en prenda. Con esta institución se buscaba una nivelación periódica de la sociedad para evitar ese desequilibrio extremo entre enriquecidos y empobrecidos. Como todos los grandes proyectos que deberían beneficiar a los empobrecidos, estas dos instituciones, especialmente la segunda, no pasaron de ser un enunciado de ley muy bonito que siempre encontró mil trabas y obstáculos para su realización; si no hubiera sido así, no podríamos deducirlo del planteamiento de Ben Sirá que está escribiendo en torno al 180 a.C, ni podríamos constatarlo tampoco en la época del Nuevo Testamento. Hoy no contamos ni con «go’eles», ni con «años sabáticos» ni «años jubilares», ni nada por el estilo; pero contamos –deberíamos contar– con el Evangelio de la justicia que nos llama a todos a dar inicio a ese año de gracia, y tal vez sea mucho más efectivo que la figura de un go’el y hasta de un año sabático, la solidaridad entre nosotros los pobres. Los grandes se alían para prosperar y prosperan haciéndose cada vez más ricos, ¿no será que a nosotros nos ocurre lo contrario? Somos cada día más pobres porque somos cada vez menos solidarios, nos dedicamos cada uno por nuestro lado a «inventar» de qué vivir, incluso hasta nos hacemos la guerra. Pues bien, es hora de descubrir que tenemos muchos motivos para unirnos: el hambre, la falta de oportunidades para producir, la falta de tierra, de techo, de un futuro digno para nuestros hijos, y un arma común ante la cual tiembla hasta el más poderoso: la solidaridad y la resistencia. Si comenzamos a generar en nuestras comunidades acciones que nos ayuden a no depender tanto de los poderosos, esto es, creando fuentes de economía solidaria, sustituyendo productos de consumo por aquellos que nosotros mismos logremos elaborar; esto no sólo será una forma de resistencia sino al mismo tiempo una forma de denuncia para los opulentos. Es la única manera, cómo las palabras del cántico de María, «a los pobres colma de bienes», comenzarán a hacerse realidad, de lo contrario... ¡ahí seguiremos en las mismas!
30,1-13 Educación de los hijos. Aunque parezcan exageradas las imágenes que utiliza Ben Sirá para sugerir la corrección de los hijos, que obviamente responden a un modelo preciso de relaciones familiares, es un hecho que si soñamos con una sociedad distinta, tenemos que empezar a construirla con nuestros hijos desde su más temprana edad. Hoy contamos con toda una serie de ayudas no tanto para «domar» al pequeño, sino para acompañarlo en todo su proceso de crecimiento y desarrollo. De la corrección, junto con la violencia, no podemos esperar ciudadanos de bien; mas de una corrección fundada en el amor y en la comprensión, podemos esperar hombres capaces de cambiar el mundo.
30,14-20 Salud. Ciertamente un cuerpo sano y un buen ánimo pueden ser signos de felicidad y de bienestar que es bueno buscarlos por todos los medios posibles; sin embargo, un quebranto de salud tampoco hay que verlo como una maldición o una desgracia. En la mentalidad antigua, la enfermedad era vista como un castigo de Dios por el pecado, así que quien gozaba de buena salud podía ufanarse ante los demás como alguien libre de faltas. Hoy sabemos que las enfermedades pueden tener muchas causas, algunas las podemos prever, otras no; ahora, lo importante es que tanto en la salud como en la enfermedad, nosotros sepamos vivir con dignidad y asumir cada realidad con altura.
30,21-25 Alegría. Así como es importante la salud del cuerpo y hay que procurarla siempre, también la salud del corazón conviene mantenerla a tono, y el signo de esta salud es la alegría, que debe estar por encima de penas, tristezas y preocupaciones. No se trata de evadir aquello que nos entristece y preocupa, sino de saberlo enfrentar y superar con tal que la alegría no deje de ser siempre nuestra característica especial.
31,1-11 Riqueza y honradez. Según esta unidad, hay algo que une al rico y al pobre: la ausencia del sueño; en el rico por aumentar su riqueza y en el pobre por la preocupación sobre su subsistencia. La pregunta es, ¿es esto humano? ¿Quiere Dios esto para el hombre? Es claro que no. Tan deshumanizante es la riqueza que atrapa al hombre y lo reduce a un sediento del tener, como deshumanizante es la pobreza que reduce al hombre a un ser preocupado sólo por sobrevivir. Ninguno de estos extremos es querido por Dios ni forman parte de su proyecto con el hombre. Ya es cuestión de la codicia humana que ha subvertido el plan armónico y de justicia querido por Dios, y ha traído como efecto estos dos extremos que podemos palpar en nuestra realidad actual. ¿De dónde podrá venir la solución? Sólo de nosotros mismos, de nadie más.
31,12–32,13 Invitado – Vino – Banquetes. Otra de las formas de demostrar la calidad de una persona es manteniendo una actitud y un comportamiento digno y civilizado en la mesa. 31,12-24 hace referencia a lo que tiene que ver con el comportamiento o los modales respecto a la comida; la regla o el criterio de comportamiento es pensar siempre en lo que puede desagradar al vecino. Los versículos 25-31 se refieren a la necesaria moderación en la bebida; ésta puede tener efectos muy benéficos y saludables, pero abusando de ella se puede caer en extremos por los cuales nos pueden rechazar. Finalmente 32,1-13 presenta una instrucción para quien preside un banquete (32,1-2) o para quien dentro de él es llamado a intervenir, ya sea un anciano (3-6) o un joven (7-10), ambos deben tener talento y prudencia en sus intervenciones. Cierra esta sección la instrucción sobre cómo salir del banquete y la acción de gracias que hay que dar siempre al Creador (11-13).
32,14-24 Temor de Dios. Hay dos modos de acercarse a la Ley y, de acuerdo con ello, se puede diferenciar dos tipos de personas: el que la consulta y a partir de ella obtiene instrucción, sabiduría, y desde aquí entiende que la meta es vivir en temor y respeto al Señor; y por otra parte está el que rechaza la Ley o la acomoda a su conveniencia; ése es el que rechaza la instrucción y la corrección y, por ende, rechaza también la sabiduría, de este modo, no sabe que guardar la Ley es guardarse a sí mismo.
33,1-6 Proverbios varios. Con estos proverbios se concluye el tema anterior. El conocimiento de la Ley y, en general, el conocimiento de la Palabra del Señor habilita al hombre para una vida libre de desgracias, es decir, para una vida feliz; en cambio, desconocerla o despreciarla es caminar en tinieblas o como barco a la deriva. Vivir en la verdad es consecuencia del conocimiento de la Palabra de Dios y ya sabemos que la verdad nos hace libres (cfr. Jn 8,32).
33,7-15 Oposiciones. Encontramos una reflexión basada en la observación directa del orden cósmico. Ben Sirá ha resaltado a lo largo de su obra la existencia de unos pares antagónicos de personas: el bueno y el pecador, el sabio y el necio, el rico y el pobre, etc.; aquí amplía ese dualismo enmarcándolo en el orden natural: hay días santos y días simplemente numerarios (esto según el calendario judío); frente al mal está el bien; frente a la vida, la muerte; frente al malvado, el justo; frente a la luz, las tinieblas (14); ahora, lo complicado es su doctrina sobre la procedencia del bien y del mal, de la bendición y de la maldición, de la exaltación y de la humillación, que, según él, provienen de la misma fuente. Según Ben Sirá, todos los hombres somos piezas de barro en manos del Creador (10); hasta aquí no hay mucha dificultad; si aceptamos que Dios nos ha creado, según la misma doctrina bíblica, a su imagen y semejanza, y que hombre y mujer nos creó (cfr. Gn 1,26s), no hay problema en aceptar la metáfora del alfarero; lo realmente difícil de aceptar es que ese Alfarero «a unos los bendice y exalta, a unos los consagra y acerca a sí; mientras que a otros los maldice y humilla y arroja de su presencia» (12s). No es posible mantener esta doctrina sin caer en un extremo dualista y ambiguo también con respecto a Dios. Es cierto que el hombre antiguo atribuía a Dios todo, absolutamente todo, dado el concepto de soberanía que se tenía de Dios; pero lo importante es que hoy, no mantengamos nosotros esa misma creencia, pues eso equivaldría a tener que resignarnos ante un orden temporal injusto. Si en la predicación, en la catequesis o, en fin, en la enseñanza que llega a nuestras comunidades se mantiene esta doctrina, debemos hacer una pausa y revisar. Quienes nos enseñan esto están demasiado desactualizados, o decididamente son más servidores del orden injusto que ministros auténticos de la Palabra, porque, si bien, Dios es fuente de vida y de justicia, de Él no puede proceder sino única y exclusivamente vida y justicia, y eso es lo único que ha dado al hombre y eso es lo que espera de él en cuanto que es su criatura hecha a su propia imagen y semejanza; ahora, la constatación de que hay hombres dichosos, benditos, exaltados... y otros desgraciados y humillados, es una constatación clara del destino que el hombre mismo ha dado al plan divino de la justicia. Mantengamos que Dios es soberano, que Dios es señor absoluto de la vida, que ha dado al hombre libertad; cuando el hombre ha usado esa libertad en fidelidad a su Creador, sus obras y toda su vida han trasparentado la vida de Dios; pero cuando ha abusado de esa libertad, sus obras reflejan exactamente lo que no es Dios, ni lo que es el hombre en el proyecto de Dios, y lo peligroso de todo es que esta última parte se le atribuye a Dios sólo por el hecho de que «Dios no se opone» a ese anti-proyecto de una manera abierta y directa. La verdad es que Dios sí se opone y rechaza toda injusticia, ahí está la Escritura, ahí está Jesús, ¡Debemos escucharlos!
33,16-19 El autor. Ben Sirá se compara a sí mismo con el que va rebuscando detrás del vendimiador, es decir, recogiendo lo que va dejando el cosechero, para decir que ha dedicado su vida entera al estudio y a la profundización de las tradiciones de su pueblo. Al final de su vida puede decirlo como uno de sus grandes logros, la experiencia adquirida y la sabiduría acumulada, no son para sí mismo, ellas tienen sentido, lo mismo que sus infatigables esfuerzos, en tanto que sirven a los otros, a la generación venidera. La sabiduría, y en general todo cuanto de bueno y valioso puede cultivar el espíritu humano, tienen su verdadero valor en cuanto están al servicio de los demás.
33,20-24 Testamentos. Según estos versículos, reputación, autonomía e independencia caminaban juntos. Esta enseñanza obedece al temor de llegar al extremo de tener que someterse al servicio de alguien como esclavo, extremo al cual se llegaba con mucha facilidad dadas las características socioeconómicas de la época. Pero el autor no se refiere sólo a esta situación, también previene al futuro sabio para que no caiga en situaciones de dependencia económica, ni siquiera ceder su posición como jefe de hogar; también eso iba en contra de la reputación de un verdadero patriarca o «paterfamilias», como se lo denominó a la época del imperio romano.
33,25-32 El trato con los servidores. Con razón había que evitar caer en servidumbre. Estas instrucciones, aunque matizadas para el caso del hombre que posee un solo siervo, no dejan de ser duras y obedecen a lo que se dijo en el pasaje anterior, a una forma de ver la organización social donde los únicos con derechos propios eran los amos, mientras los esclavos eran prácticamente equiparables al resto de animales de trabajo. Es necesario insistir que no porque pasajes como éste aparezcan en la Biblia hay que tomarlos enseguida como voluntad de Dios; aquí como en todo pasaje que tomamos de la Biblia hay que hacer el discernimiento y la confrontación necesaria con el criterio de justicia que forma parte de la esencia divina. Seguramente Dios no está de acuerdo con esta instrucción, comenzando porque ni siquiera está de acuerdo con la esclavitud ni con el domino de unos sobre otros.
34,1-8 Sueños. Uno de los fenómenos con características de enigma que siempre ha impresionado al hombre son sus sueños; sobre ellos se ha dicho mucho y se ha escrito también demasiado, desde lo más serio hasta lo más ridículo y, sin embargo, nadie ha podido decir la última palabra sobre este fenómeno tan natural. Ben Sirá aconseja prestarle atención sólo a los que vienen como aviso del Altísimo (6), pero como es tan difícil, si no imposible, saber exactamente cuándo son eso, lo mejor y más sano es no detenerse en ellos ni para bien ni para mal, ni mucho menos darle crédito a tanto charlatán que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para llenar sus bolsillos haciendo ridículas interpretaciones. Más vale aprovechar lo que dice el mismo Ben Sirá: cumplir la Ley sin falta (8) ya que ello exige al menos sinceridad y da mejores frutos.
34,9-12 Viajes. No sólo viajando, sino además leyendo, instruyéndonos cada día más, aprovechando tantos medios que tenemos hoy a nuestro alcance para conocer más y más al mundo y al hombre en sus miles de formas de expresar su pensamiento, sus ideales, sus proyectos y sueños; eso también, aparte de ponernos en comunión con el resto de la humanidad, ayuda a mejorar nuestras relaciones y nos «libra» también de muchos peligros tales como la pérdida de identidad personal y cultural.
34,13-17 Temor de Dios. El verdadero temor o respeto al Señor es aquel que se traduce en esperanza y confianza en Él. La posición del hombre frente a Dios no es la de un competidor, nosotros somos sus hijos y Él es nuestro Padre, pero sobre todo un padre que protege y que no abandona.
34,18–35,10 Culto y justicia. Dos polos opuestos describe Ben Sirá en este pasaje. En primer lugar lo infructuoso de una religión cuando se practica sin relación directa con la justicia social: de nada vale y para nada aprovecha. Es muy interesante cómo la preocupación por la justicia queda aquí en estrecha relación con el quinto mandamiento que prohíbe matar; según Ben Sirá, es un homicida el que niega pan al empobrecido, y así mismo, derrama sangre el que le quita el sustento (34,21s), y recordemos que Jesús de Nazaret pone también en este nivel el maltrato verbal al prójimo (cfr. Mt 5,21s). Así un examen de conciencia personal o un análisis de nuestra actual situación sociopolítica y económica, a la luz de estos criterios, sería muy beneficioso en orden a mejorar nuestras relaciones con el prójimo y al mismo tiempo exigir con toda autoridad, respeto y atención a nuestros derechos. 35,1-10 presenta el polo positivo de la religión practicada en un sano ambiente de justicia social e invita al creyente y al aprendiz de sabiduría a que siempre lo hagan así.
35,14-26 Los gritos del pobre. Las imágenes más hermosas y con toda seguridad, las que más se acercan a la verdadera imagen de Dios, son éstas donde aparece verdaderamente conmovido y dispuesto a intervenir en favor del pobre. Ya en Éx 3,7-9 mostró esa faceta de su personalidad y es ésa la que tiene que alimentar nuestra fe, nuestra esperanza, nuestros esfuerzos y luchas por una verdadera justicia entre nosotros. Con base en ella nosotros tenemos que desacreditar y desenmascarar a ese falso dios al que se dirigen los opresores y a quienes ellos creen que agradan con sus magníficas ofrendas, mientras sus manos están manchadas de injusticia. El verdadero Dios, el que se reveló a Moisés y a los esclavos hebreos, el que de tantas formas anunciaron los profetas y el que, en definitiva, nos reveló Jesús de Nazaret, es exactamente el mismo y no cambia ni cambiará, por tanto ése no tendrá una mano estirada al empobrecido y otra hacia el opresor e injusto; ambas manos están dispuestas a acoger al humilde, al marginado, al ignorado de este mundo; pero a nosotros nos compete y obliga luchar cada día por una mayor justicia para que nadie, ni siquiera el injusto si se convierte, quede excluido de esas manos acogedoras de Dios Padre-Madre.
36,1-22 Oración por Israel. Esta oración de súplica al Señor se puede dividir en dos partes. La primera parte (1-12) pide a Dios que con urgencia intervenga contra los enemigos de Israel, contra los gentiles (2), aunque inmediatamente solicita que amenace con su mano «al pueblo extranjero» (3); se podría suponer que el autor está pensando en el imperio griego, incluso hay quienes piensan que en ese momento podría estar pensando en Antíoco III, rey seléucida que gobernó entre 223 y el 187 a.C. Pero bien, lo que importa es la situación de opresión por la que está pasando la porción del pueblo que vive en tierra judía sometido política y culturalmente a los seléucidas, quienes día a día presionan más para helenizar sus territorios lo cual va en detrimento de la mentalidad, la religión y la cultura judía. La prepotencia del opresor lo lleva a lanzar expresiones como: «no hay como nosotros» (12), a la cual, el que ora al Señor, confiesa con convicción «no hay Dios fuera de Ti» (5), convicción que implica creer que así como Dios castigó a Israel, también castigará a las demás naciones para demostrar su poder y su gloria. La segunda parte (13-22) se centra en el pueblo de Israel para el cual se pide su unificación. Hay que recordar que ya para la época del autor se habla de «judíos de la dispersión», esto es, colonias de judíos que vivían en muchas otras ciudades fuera de sus fronteras, dispersos por otros lugares del Cercano Oriente, como Mesopotamia y Egipto. Los anhelos del autor son volver a tener a todo el pueblo unificado y reunido en torno a los lugares más cargados de valor simbólico: Sión (Jerusalén) como ciudad propiedad de Dios, y el Templo como lugar concreto de su morada.
36,23-31 Elección de mujer. El ideal de la armonía de la creación se hace más real y concreto en las relaciones conyugales; es allí donde el proyecto de crecimiento, el amor y la ayuda mutua adquieren el carácter realmente humano y por tanto inteligente. Con todo, el presupuesto sociocultural de Ben Sirá no apunta a esto como ideal, sino más bien como un golpe de suerte; es que hay que recordar que los matrimonios eran arreglados por los padres de los jóvenes, no había la posibilidad de conocerse mutuamente ni de prepararse adecuadamente para asumir su experiencia de pareja como un proyecto común, ella con el hombre adecuado ni él con la mujer adecuada. He ahí por qué la expresión «la mujer acepta cualquier marido» (26); lo tenía que aceptar, porque quien mandaba hasta en sus sentimientos era su padre. Por eso pues, la felicidad, la comprensión y la armonía venían a ser algo fortuito, pero además era un beneficio económico.
37,1-6 Elección de amigo. En el diario vivir y en la frecuente relación con los demás es posible verificar esta enseñanza de Ben Sirá, quien aconseja guardarse de «los amigos sólo de nombre» (1), de aquellos que con gran facilidad se convierten en enemigos (2) y de aquellos que están ahí sólo cuando las cosas van bien (4). En cambio hay que preferir y hasta recompensar a aquel que se mantiene fiel en la adversidad en «tiempos de la batalla» (5s).
37,7-15 Elección de consejero. Después de describir la psicología del consejero (7-9), encontramos una lista de consejeros a los cuales es inútil consultar puesto que abiertamente estarían en contra nuestra (10s), para concluir que sólo dos consejeros son idóneos para la consulta: aquel que siempre respeta al Señor y que guarda sus mandamientos y que, además, siente como tú (12) y, en segundo lugar, el propio corazón, esto es, la capacidad de discernir y de intuir lo que mejor conviene para sí mismo; el mismo corazón es el que finalmente se dirige al Señor para suplicarle que guíe nuestros pasos en la verdad (14s), ideal del hombre sabio.
37,16-26 Los sabios. Del pensamiento y de la acción proceden cuatro grandes realidades que sintetizan la vida humana: bien y mal, vida y muerte, pero en definitiva, las cuatro se fraguan en la lengua. Nuestra lengua puede generar mucho bien para otras personas o puede generar el mal; puede transmitir la vida si cada palabra refleja la verdad y el amor, pero también puede atraer muerte. Ya es responsabilidad de cada uno establecer la calidad de sus palabras, determinar a qué o a quién sirve nuestra lengua, al bien o al mal, a la vida o a la muerte.
37,27-31 Salud. Un consejo muy práctico para mantener la salud es no dar rienda suelta al apetito; esta instrucción refleja un ambiente de banquetes y comilonas frecuentes, típico de un sector de la sociedad, pero a los miles y miles de hombres, mujeres y niños que pasan el día con el mínimo o con nada, ¿qué consejo aplicaremos?
38,1-15 Médico. Médicos, medicinas, boticarios y enfermos, todos han sido creados por Dios, según la mentalidad de Ben Sirá. En la enfermedad hay que suplicar a Dios y arrepentirse, pero también hay que contar con el médico, quien también debería rezar para que su medicina tenga éxito. La invitación al arrepentimiento cuando se está enfermo obedece al concepto de la época según el cual, una enfermedad era el resultado del pecado, era como un signo visible de un castigo de Dios. Aunque esta concepción está ya superada, aún quedan rezagos en nuestras comunidades de esa creencia; y es necesario erradicar completamente ese concepto; del Dios de la vida sólo puede venir vida, jamás Él nos mandará una enfermedad ni nada que sea doloroso para nosotros.
38,16-23 Duelo. También en el momento crucial y definitivo de la vida humana, la muerte, se tiene que notar la calidad de vida del sabio. En primer lugar, a la muerte hay que mirarla como una realidad absolutamente inevitable, y en segundo lugar, cuando les llega a cualesquiera de quienes nos rodean, lo más sano y justo es llorarlo, sepultarlo y hacer duelo, pero con mesura y poco a poco ir borrando su recuerdo (20.21) mientras nos llega el fin también a nosotros.
38,24-34 Artes y oficios. Según Ben Sirá a la sabiduría sólo pueden acceder aquellas personas que no tienen que jugarse la vida en la lucha diaria por conseguir el sustento; el agricultor, el herrero, el alfarero, en fin, el obrero de nuestro tiempo, el reciclador, el que se rebusca la vida en lo que puede, no podría llegar a sabio según este criterio. No olvidemos que esa era la forma de pensar de la época del autor, pensamiento influenciado por los griegos para quienes las personas dedicadas a estos oficios eran prácticamente esclavos y, por tanto, excluidos del mundo de los amos y señores.
39,1-11 El sabio. En contraposición a los hombres que no pueden hacer otra cosa que trabajar con sus manos desde que sale el sol hasta su ocaso, Ben Sirá describe la vida de quien sólo se ocupa del estudio y de la investigación. Claro que no hay referencia al estudioso de ninguna otra ciencia, no se refiere al intelectual en general, sino al que se dedica al aprendizaje y al estudio de la Ley del Señor y, en fin, al contenido de las Escrituras y sus mejores intérpretes (1-3). Este sabio o escriba, tiene un horizonte mucho más amplio: puede servir a los grandes y viajar por países extranjeros, lo cual es fuente de más y más conocimiento y sabiduría (5). Pero en medio de todo, y como componente esencial de esta «carrera», deben estar presentes la oración y la sabiduría de la Torá, pues Dios es fuente última de toda sabiduría (5-8). Una especie de recompensa final de esta vida así encauzada es el reconocimiento público y la fama, lo cual garantiza la perpetua memoria del sabio después de su muerte (9-11).
39,12-35 Exhortación: todo es bueno. Ya los autores de Gn 1,1s.4a, habían enfatizado la bondad de toda la creación como consecuencia de la misma bondad de Dios, lo mismo que la armonía y la función que desempeña cada criatura dentro del conjunto de la obra creada. Ben Sirá vuelve a reflexionar sobre ello, pero agregando ahora lo que él puede constatar desde sus observaciones. Todo es bueno, y los buenos se aprovechan de cada cosa buena; pero hay elementos malos, nocivos, que son como la porción para los malos. En esto hay que tener mucho cuidado porque no podemos pensar que un terremoto, un huracán, una inundación, sean cosas enviadas por Dios para castigar a alguien. Que sí hay elementos naturales que usados con mala intención pueden tener efectos mortales, es verdad; pero esa es ya responsabilidad humana, no de Dios.
40,1-17 La condición humana. Encontramos una descripción bastante sombría y pesimista de lo que es en términos muy amplios la condición humana: fatiga, trabajo, esfuerzo, lucha durante el día, y de noche, una especie de tormento cuando viene el sueño, y una angustiosa espera de la muerte. Pareciera que hay un acento de angustia y de sin sentido de la vida por parte del autor. Sólo le consuela una cosa, esta angustia, esta desazón, es siete veces peor para el pecador (8). Nótese que a pesar de todo, todavía no hay una perspectiva que apunte al concepto de vida eterna. El autor refleja una cierta resignación, todo esto hay que soportarlo como designio y voluntad de Dios para regresar de nuevo al vientre de la madre de los vivientes (1), la tierra.
40,18-27 Mejor que los dos. Éste es un proverbio numérico muy raramente usado en la literatura sapiencial. Plantea la bondad y ventajas de un par de cosas a las cuales antepone una mejor. En todo caso es una técnica más para enseñar y aprender sabiduría.
40,28-30 Vivir de limosna. Vivir o no vivir de limosna desafortunadamente no es algo que dependa de uno mismo, puede ser que haya excepciones, pero en términos generales todo hombre y toda mujer aspiramos a vivir del fruto de nuestro trabajo, el no poder hacerlo es ya el producto de una sociedad injusta y del injusto reparto de los bienes creados, de la injusticia en la organización política y económica de nuestras sociedades. Más afrentoso que para el que tiene que pedir limosna debería ser para el acaparador y el codicioso los millones de limosneros e indigentes que vagan por nuestras ciudades, ¿hasta cuándo?
41,1-13 Muerte. Dos efectos distintos de la muerte, efecto negativo para el hombre que vive bien (1) y positivo para el que vive mal, para el derrotado y sin esperanzas (2). El consejo de Ben Sirá es no tener ningún temor a la muerte puesto que ella es inevitable para todos, tanto para el bueno como para el malo. Sólo que para el que vive de acuerdo con el querer de Dios, la muerte no borra su fama ni su reputación; su nombre tendrá perpetuidad en su descendencia. No así para el impío cuyas obras son malas lo mismo que su generación. Como puede verse, no se piensa en categorías de perpetuidad en un más allá, sino en una especie de prolongación del nombre en medio de los vivos.
41,14–42,8 Vergüenza. La sabiduría no puede ser algo oculto, debe ser reconocida, y ese carácter público ha de servir para el discernimiento de lo que debe constituir una vergüenza para el sabio (41,14–42,1) y aquello por lo cual no vale la pena avergonzarse. Nótese que los motivos de vergüenza están en relación con el comportamiento ético y moral del individuo. Los motivos que no deben producir vergüenza (42,2-8) están en relación con el cumplimiento de la Ley del Señor y con la práctica de la justicia.
42,9-14 Cuidados por la hija. Fiel reflejo de la mentalidad de la época de Ben Sirá y, en general de los tiempos bíblicos. Si se prodigan cuidados a la hija, no es por ella misma, porque se le reconozca dignidad o valor como mujer, sino porque es un peligro latente que puede echar por tierra la reputación y la buena fama de su padre. Viendo las cosas así, se entiende por qué una hija es un tormento continuo para el padre mientras está en casa esperando el día de su matrimonio, y otro tormento para su marido... Pero esto no debe formar parte de la mentalidad cristiana de ahora, como ya se ha comentado anteriormente sobre la dignidad de la mujer en nuestras actuales comunidades.
42,15-25 El Creador. Comienza aquí un largo himno a la naturaleza y a la historia. El tema introductorio es sobre el Creador, donde se resalta la gran sabiduría del Artífice de todo cuanto existe y su designio para que todo cumpla perfectamente su función. Esta armonía y belleza de la creación son motivo para alabarlo y bendecirlo.
43,1-33 La creación. Esta parte del himno de alabanza comenzado en 42,15 se centra en las maravillas celestes y la función armónica de cada una de esas criaturas que adornan el firmamento: la bóveda celeste (1); el sol y su función (2-5); la luna, que además de iluminar la noche, marca las fiestas y las fechas (6-8); las estrellas (9s); el arco iris (11s) y, en fin, los fenómenos naturales que tienen origen en el firmamento o bóveda celeste: el rayo y el trueno (13-16), la tormenta, el huracán y la nieve (17-21). Pero todo esto, visto con ojos de admiración, es para subrayar la grandeza del Creador: «Dios es todo», no en un sentido panteísta, sino en el sentido de Hacedor y Señor, como se entiende bíblicamente. Hay una clara conciencia de la incapacidad humana de abarcar la sabiduría con la que Dios creó todo, y lo mejor es alabar y bendecir al Señor por todas sus maravillas (32s).
44,1–50,24 La historia. El himno de alabanza al Creador y el que sigue, acción de gracias y admiración por las maravillas creadas, sirven de introducción para este largo encomio o exaltación de las figuras claves de la historia de Israel. La intencionalidad es demostrar cómo el poder y la grandeza de Dios derramadas en la creación tienen finalmente un punto de concreción: Israel y su largo camino histórico que comienza con Enoc y termina con Simón (o Simeón), Sumo sacerdote a quien Ben Sirá admira y venera profundamente.
44,1-15 Introducción. Lista genérica de los grandes hombres que le dieron brillo y lustro a Israel. Ellos fueron lo que fueron no por sus propios méritos, sino porque «gran gloria les repartió el Altísimo haciéndolos grandes» (2). Esta primera mención general sólo se refiere a los dones o carisma con que Dios adornó a aquellos antepasados, por lo cual sus nombres perduran por siempre, en contraposición a quienes no dejaron recuerdo, sus nombres se acabaron al acabarse su vida (9). Aquí hay que tener en cuenta la suerte que corrían muchos personajes que aun habiendo sido figuras públicas ampliamente reconocidas en su momento, pero que a juicio de los historiadores caminaron en contra del querer de Dios, sus nombres eran borrados definitivamente como una especie de olvido simbólico o destino de los malvados. Así, por ejemplo, el olvido deliberado como rechazo y castigo a todos los reyes del reino del Norte y de aquellos de Judá que «hicieron el mal a los ojos del Señor».
44,16–45,5 Primeros antepasados. El encomio o elogio de los héroes de Israel comienza con Enoc (16) de quien se cuenta que fue arrebatado al cielo (Gn 5, 24); es puesto como ejemplo de religión para todos los tiempos pues trataba con Dios cara a cara. Noé (17) es visto como el origen más primitivo del pequeño «resto de Israel» ya que con él y su familia se dio inicio al nacimiento del pueblo después de la gran destrucción (cfr. Gn 9,8-17). De Abrahán (19-21) se resaltan varias cosas: cumplió la Ley del Señor –obviamente en tiempos en que no existía la Torá–; ¡pero es que para el rabinismo judío, antes de la creación del mundo, Dios mismo se complacía leyendo la Torá! Dios sella con él un pacto y lo bendice; lo hace padre de muchos pueblos y, además, le promete un territorio. Isaac (22), heredero de su padre, de él recibe la bendición, la promesa de la descendencia numerosa lo mismo que la alianza y la promesa de un territorio. En Israel –Jacob– (23b) se perpetúa la alianza y se confirma la bendición y la promesa de la descendencia numerosa y del territorio, el cual quedó repartido entre las doce tribus. De este pueblo numeroso viene Moisés (23c) de quien el historiador dice que es la figura más amada de todo el pueblo ya que Dios lo dotó extraordinariamente para ser cabeza y guía de su pueblo en todos los aspectos. Nótese que en este primer tramo del elogio o encomio no se tienen en cuenta otras figuras tan importantes como el primogénito de Abrahán, Ismael, también por promesa divina, padre de una gran multitud: los pueblos árabes; ni al hermano mayor de Isaac, Esaú, padre de los edomitas. Ni por accidente se menciona tampoco a ninguna matriarca de Israel: Sara, Agar, Lía, Rebeca, Raquel... En y con ellos y ellas también hizo Dios historia.
45,6-26 Aarón y Finees. Ningún comentarista afirma que Ben Sirá sea sacerdote, pero que siente una admiración y una veneración inmensas por esta institución y por ciertas figuras sacerdotales, es un hecho palpable, lo cual se puede ver en el espacio dedicado a Aarón (6-22) no sólo para elogiar sus actitudes personales, sino para describir sus arreos sacerdotales, con lo cual nos prepara al gran elogio que hará de Simón, sacerdote contemporáneo de la época de Ben Sirá.
46,1-20 Josué y Caleb, Jueces, Samuel. La admiración por Josué se debe a que es el sucesor de Moisés en la dirección del pueblo hasta llevarlo a la tierra que Dios había prometido a los antepasados. De todos los que un día salieron de Egipto, sólo Josué y Caleb pusieron los pies en aquella tierra (8) porque fueron fieles y leales al Señor. Se recuerda en términos generales a los Jueces «que no se dejaron seducir ni se apartaron de Dios», para ellos se desea mucha bendición para su memoria. Y, finalmente, Ben Sirá encomia la figura de Samuel (13-20) a quien presenta como juez (13s), como profeta (15s.20), como guerrero (17s) y, por encima de todo, como hombre justo (19s).
47,1-24 Primeros reyes: David y Salomón. El puente entre el período de los jueces y la monarquía es Natán (1) mencionado para introducir la figura de David (1b-12) y que sirve para legitimar el cambio de época, toda vez que es Natán el profeta de Dios, encargado de transmitir los mensajes divinos al rey. De David se resalta precisamente su elección divina (2s), pero además se señalan sus iniciativas respecto a la oficialización del culto en Jerusalén (8-10); no se oculta su pecado, pero para resaltar la infinita bondad y misericordia de Dios. Le sucede su hijo Salomón (13-23a), quien asumió el poder en un período de paz; se recuerda la primera época de su reinado y se resalta especialmente su sabiduría (14-17); pero a la hora de establecer el origen de todos los extravíos de Israel como pueblo organizado en torno a la monarquía, no se duda en poner en el mismo Salomón los orígenes de dichos desvíos (18-20). Con todo, se resalta otra vez la bondad y fidelidad de Dios que no destruyó a su pueblo por los pecados de Salomón, aunque sí lo castigó severamente con la división del reino y con el destierro, primero de los habitantes del Norte y luego de los del Sur. De la serie de reyes, directos sucesores de Salomón, ni de los que surgieron en el Norte, Ben Sirá hace mención alguna, más aún, llama a «no pronunciar sus nombres».
48,1–49,13 Profetas y reyes. Tal como sucedió en el desarrollo histórico de Israel, Ben Sirá presenta entremezcladas las figuras de los profetas más antiguos que coinciden en el Norte con la época de la monarquía, institución que ellos combaten con todas sus fuerzas. Se trata de Elías (48,1-11) y Eliseo, su sucesor (12-24) de quienes se resaltan las maravillas obradas por ellos en defensa de la religión israelita. De los reyes anteriores a la caída de Jerusalén Ben Sirá solamente menciona a dos: Ezequías (17-22) y Josías (49,1-3), y la explicación es que «todos se pervirtieron excepto David, Ezequías y Josías» (49,4). De los grandes profetas, Ben Sirá menciona a Isaías (49,22-24), gran consejero de Ezequías e instrumento de Dios a favor del pueblo; a Jeremías, profeta de la destrucción de Jerusalén (49,7) y a Ezequiel (49, 8); a los demás profetas los elogia refiriéndose al colectivo de «los doce» a quienes reconoce como los mejores mediadores entre Dios y el pueblo. El elogio menciona además a Zorobabel, gobernador impuesto por Persia cuando el pueblo fue liberado de la deportación y autorizado para regresar a su tierra. Zorobabel aspiraba a suceder a David. También se menciona a Josué, gran impulsor de la reconstrucción física de Jerusalén, y a Nehemías, aunque muy comprometido con la reconstrucción material, se le reconoce más su papel como reconstructor de la identidad israelita y, en definitiva, como uno de los grandes impulsores de la religión judía tal como se conoce hoy. Deliberadamente o por un lamentable lapsus, Ben Sirá no menciona a Esdras en este elogio a los héroes de Israel.
49,14-16 Primera conclusión. Una breve capitulación antes de dedicarse a hacer el elogio de Simón cierra esta serie de elogios a los grandes antepasados de Israel. Menciona de nuevo a Enoc y la tradición según la cual fue misteriosamente arrebatado al cielo (14). A José, con quien ningún varón se le compara y, sin embargo, a su muerte sus huesos fueron sepultados (15). De los tres hijos de Noé sólo menciona a Sem y a Set, Cam es ignorado quizás por la tradición bíblica de su maldición (cfr. Gn 9,20-25) y tal vez por las difíciles relaciones históricas con los pueblos que, según las mismas tradiciones judías, descienden de él. Finalmente es mencionado Adán, quien «supera a todos en gloria» (16). Esta referencia a Adán, en estos términos, es única en todo el Antiguo Testamento.
50,1-24 Elogio del sumo sacerdote Simón. Mención aparte merece para Ben Sirá la figura del sumo sacerdote Simón (o Simeón) quien ejerció su ministerio en Jerusalén entre el 219 y el 196 a.C. Por lo que se ve, Ben Sirá le conoció, y según algunos comentaristas, habría muerto un poco antes de que Ben Sirá escribiera su obra. De todos modos a los ojos de Ben Sirá, fue un gran personaje, el que más brillo y esplendor introdujo a la institución sacerdotal y quizás el que más se aproximó al ideal cultual y litúrgico; además parece que Simón mejoró bastante las instalaciones del modesto templo que había sido reconstruido unos dos o tres siglos antes que él. En todo caso Simón dejó una profunda huella en el pensamiento y los sentimientos de Ben Sirá. Los versículos 22-24 son una invitación a concluir este largo elogio de los hombres gloriosos de Israel alabando a Dios por sus maravillas y pidiendo de Él la sensatez, la paz y la fidelidad por siempre.
50,25s Tres enemigos. Este proverbio numérico no tiene ninguna relación con todo lo dicho sobre la historia israelita a no ser que el autor lo haya querido poner aquí como contrapartida de lo que él más admira y ama, la gloria de Dios reflejada en la historia de Israel y, en concreto, en unos cuantos hombres que caminaron según su voluntad. Las tres naciones que tanto aborrece el autor son: los habitantes de Seír (Edomitas, descendientes de Esaú, «primos» de los israelitas); los filisteos o «pueblos del mar», de relaciones irreconciliables desde la época de la conquista, y «el pueblo necio que habita en Siquem» (los samaritanos, hermanos de los israelitas, que por circunstancias históricas mantienen el odio entre ellos hasta hoy).
50,27-29 Envío y firma. Pocos libros del Antiguo Testamento tienen la firma del autor, y éste es uno de esos pocos casos. El autor garantiza que esta obra es fruto del trabajo, del esfuerzo y de la meditación, y la propone como medio de crecimiento, de adquisición de sabiduría y, en definitiva, de éxito si cumple todo lo que aquí se enseña. La justificación es que todo está en línea con el respeto del Señor que es la manera de alcanzar vida plena. El libro propiamente termina aquí, lo que sigue puede catalogarse como tres apéndices.
51,1-12a Primera acción de gracias. Ésta es una oración de acción de gracias al Señor por haber librado al que ora de los más grandes peligros. El modelo de oración es muy reconocido en el Antiguo Testamento. El creyente se dirige al Señor para alabarlo y bendecirlo porque lo ha librado de la persecución, de la calumnia y de la angustia, situaciones tan extremas que se asemejan al desenlace de la misma muerte.
51,12b Segunda acción de gracias. Sin relación directa con la oración anterior, este himno, también de acción de gracias parece calcado sobre el salmo 136. El autor, que no parece ser Ben Sirá, empieza por reconocer a Dios como creador de todo, para señalar luego, mediante epítetos (guardián, redentor, reconstructor...) algunas de las grandes intervenciones divinas en la historia de Israel. Todo lo ha hecho Dios y lo ha dispuesto según su gran misericordia.
51,13-30 Poema a la sabiduría. Este poema puede dividirse en dos partes. La primera, con acentos autobiográficos, atribuible al mismo Ben Sirá, describe la inclinación del autor desde muy joven a seguir el camino de la sabiduría (13) y cómo pronto la reconoce y se apega a ella (14s) habiendo adquirido así mucha sabiduría (16). En los versículos 17-22 la sabiduría es personificada con rasgos de nodriza y de maestra (7) y relata todo lo que de ella alcanzó y el deseo y la pasión con que la buscó (18-21), por lo cual el autor da gracias a Dios (22). La segunda parte (23-30) es una invitación a los jóvenes para que también empiecen como el autor a buscar sabiduría desde su edad temprana. El secreto de la sabiduría está en hacer todo con justicia, pero esto tan simple requiere de toda una formación, todo un esfuerzo, abandonando a veces criterios y gustos propios para someterse a ella y así ponerse a tono con el querer de Dios.