Isaías
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La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hicieron que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías –que en hebreo significa «El Señor salva»–. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1–39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40–55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56–66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.
Isaías el profeta. De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).
Su época. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo (2 Re 18,14).
Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo –antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas– el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.
1,1 Visión de Isaías. Este título introduce el libro de Isaías en su totalidad. Aunque en realidad en todo el libro se encuentran sólo dos visiones (6,1-13; 21,1-10), la palabra “visión” es usada aquí con el significado más amplio de “revelación” que adquirió tardíamente. De hecho, la mención de Judá y Jerusalén en este orden sugiere que la edición final del libro se habría realizado en el tiempo del segundo templo (2 Cr 11,14; 20,17; Esd 9,9; 10,7). El ministerio de Isaías se desarrolla entre la muerte de Ozías, posiblemente en el año 741 y el año 14 de Ezequías en 701, lo cual indica un período de 40 años, al igual que Jeremías (Jr 1,1-3). De tal manera la vida y misión de estos profetas están en la línea de Moisés, cuyo ministerio se desarrolló en cuatro décadas (Dt 1,3).
El editor final del libro usa Is 1,1-31 como un prólogo a la primera sección (Is 1–33) y a todo el libro en su conjunto. El tema central es el sufrimiento del pueblo como purificación y preparación para que Dios mismo se siente en el trono de David en Jerusalén para reinar sobre toda la creación.
1,2-9 Requisitoria de Dios y confesión del pueblo. Dios inicia un pleito contra su pueblo rebelde y para ello convoca a los cielos y a la tierra como testigos (cfr. Dt 4,26; 32,1; Sal 50,4). El Señor acusa a su pueblo que por no conocer (o reconocer) su identidad, su historia y su origen (2-3). Es un pueblo que carece de inteligencia y no sabe discernir que las calamidades que padece son fruto de su pecado y de su abandono de Dios (4-7). De todos modos, Dios no los extermina, deja un resto en Judá que se abre a las esperanzas de Salvación para Jerusalén, la “ciudad sitiada” (8-9).
Esta idea del «resto» ya la había anunciado Amós (Am 3,12; 5,15); el mismo Isaías volverá sobre el tema en 6,13; 7,3; 10,19-21; 28,5; 37,4; 37,31s; en la misma línea otros profetas: Miq 4,7; 5,2; Sof 2,7.9; 3,12; Jr 3,14; Ez 5,3; 9.
1,10-20 Segunda requisitoria. Dios llama “príncipes de Sodoma” a los dirigentes de Judá y “pueblo de Gomorra” a los que les obedecen. Esto es un tremendo insulto debido a que esas ciudades representan la rebeldía contra Dios, el pecado más abominable y la injusticia perpetrada contra el extranjero cuyo clamor llegó hasta Dios (Gn 18,20). Junto al huérfano y la viuda, el inmigrante es un representante de los pobres desamparados que no tienen el poder de hacer valer sus derechos. La ejemplaridad del pueblo con respecto al culto es pura ironía porque en realidad su liturgia es una pantomima, lo contrario del culto. Es un anticulto: Sus ofrendas están vacías y su incienso es execrable, lo cual es una verdadera profanación y una burla a Dios. La participación de cada persona en la liturgia con himnos y gestos sólo delatan sus manos homicidas, manchadas con la sangre de los pobres, desvalidos y oprimidos. El punto de inflexión es el llamado de Dios a la purificación (16) y a la conversión a la justicia (18). La obediencia traerá la abundancia en la cosecha y lo contrario la guerra y la muerte (19-20).
1,21-28 La ciudad infiel. Esta lamentación donde Jerusalén es vista como una prostituta nos recuerda la predicación de Oseas. La decadencia que subraya aquí el profeta contrasta con la fidelidad primera a la cual debe volver una vez que haya sido purificada (26a). En la Biblia, el cambio de nombre (26b) indica nuevo rumbo, nuevo destino (Gn 17,5; 32,29). La Jerusalén futura recibirá otros nombres por parte de los profetas (cfr. 60,14; 62,4.12; Ez 48,35).
1,29-31 Contra los cultos idolátricos. Se refiere a los cultos cananeos de fertilidad a la diosa Asera o Atrarté que se realizaban bajo árboles e incluían la prostitución ritual (cfr. Jr 3,6). Aquí se puede notar el cierre de la inclusión que comenzó en el versículo 21 cuando Jerusalén es acusada de prostitución. La asimilación del culto de los ídolos cananeos sólo produce sequía y destrucción. El Señor es el único Dios y no admite sincretismos ni rivales. El monoteísmo es un estribillo constante en Isaías y en los profetas en general.
2,1-5 Sión, centro del reino escatológico. Dos temas recurrentes en Isaías confluyen aquí: el Templo de Jerusalén como el único en Israel y la universalidad de la salvación. Al final de los tiempos, después de la inestabilidad y las guerras, muy presentes en su tiempo, el siglo VIII a.C., Dios mismo establecerá al Templo del monte Sión como su residencia y lugar de peregrinación de todos los pueblos. Todos aprenderán del Señor el arte de la paz, pues su “ley” o “instrucción” eliminará la violencia entre los pueblos (cfr. Miq 4:1-3). Hay un nuevo pueblo de Dios constituido por el resto fiel de Israel y por todos los pueblos que atraídos por la presencia del Señor, caminen según su palabra. La “luz del Señor” (5) brilla desde el tabernáculo del Templo (cfr. Ez 43:1-5).
2,6-22 Teofanía y juicio de Dios. El v. 6 está ligado al v. 5 por la mención a la casa de Jacob que si bien era un título usado para todo el pueblo, puede ser que estos oráculos estaban dirigidos al reino del norte antes de la caída de Samaria. Un primer oráculo (6-9) es una invitación a las tribus del norte a peregrinar hacia Sión. Al mismo tiempo el Señor los acusa de haber puesto su confianza en las riquezas, la fuerza militar y en los ídolos. En un segundo oráculo (10-22), el profeta anuncia “el día del Señor Todopoderoso” (12) cuando el Señor castigará a los arrogantes y soberbios. Los dos oráculos cierran con un tema común: es inútil confiar en el hombre y en sus fuerzas (22).
3,1-15 Anarquía en Jerusalén. El Señor de los ejércitos se aleja de Jerusalén y la deja a merced de los Asirios que acostumbraban a desestabilizar el liderazgo de los pueblos que conquistaban desterrando a las personas más capaces y dejando a los ineptos. La crisis del liderazgo es la ruina de Jerusalén y Judá y un resultado de su rebeldía contra el Señor. El colmo de todo es el descaro con que la dirigencia y el pueblo se asemejan a Sodoma: alardean de su pecado en vez de sentir vergüenza (9). La acusación más grave del Señor contra el pueblo y sus jefes es la injusticia y opresión del pobre y desvalido (13-15).
3,16-26 Contra el lujo femenino. Las mujeres de Jerusalén son acusadas por su vanidad y falta de pudor al usar la moda del momento y arte de la seducción para llevar a los hombres a la perdición.
4,1-6 Las viudas de Jerusalén. El v. 1 está conectado con el castigo y vergüenza que las mujeres vanidosas de la sección anterior tendrán que soportar ante la escasez de hombres como resultado de la guerra. El siguiente versículo anuncia la acción salvadora de Dios: El vástago del Señor, como en Jr 23,5, se refiere al mesías davídico que vendrá a reinar sobre “los santos”, el resto del pueblo que el Señor purificará. El Templo de Jerusalén otra vez gozará de la presencia de la gloria de Dios (5-6).
5,1-7 Canto a la viña. Esta parábola describe el amor de Dios en todo lo que Él hizo por su pueblo. Pero, contrariamente a lo que Dios esperaba, en vez de derecho y justicia, cosechó asesinatos y lamentos (7). Es una canción de bodas que evoca las expectativas del novio sobre su novia, representada por la viña (cfr. Cant 8,12). El Señor aparece al final como un amante frustrado (cfr. Os 10,1; Jr 2,21; 5,10; 6,9; Ez 15,1-8; 17,3-10; 19,10-14).
5,8-25 Amenazas contra los malvados. Comienza aquí una serie de seis ayes o amenazas contra los malvados, una forma muy común en la predicación profética. El primer oráculo condena a los que acumulan tierras (8-10); el segundo advierte a los que abusan del alcohol (11-14). El Señor condena también a aquellos que se burlan de los planes de Dios (18-19) y a los que promulgan leyes injustas (cfr. Am 2,4; 5,10-11; Miq 2,1-2; 3,1-3) y desprecian la Palabra de Dios (24). Para los profetas, es un deber prioritario del rey establecer la justicia para los pobres y desvalidos (cfr. Jr 7,6-7; 8,19-21; 2 Sam 23,3-4).
5,26-30 Invasión asiria. Aquí se introduce un tema que es recurrente hasta el capítulo 33: la guerra y destrucción que afectan a Palestina entre los años 734 y 540 a.C. causadas por Asiria primero y después por Babilonia.
6,1-13 Vocación de Isaías. El tiempo posterior a la muerte del rey Ozías está marcado por guerras y destrucción: el conflicto de Judá con el reino del norte aliado con Siria en 734 a.C., la caída de Samaría en 722, la devastación de Judá y el sitio de Jerusalén por el rey asirio Senaquerib en 701. Es en este trasfondo desolador que “el Señor de los ejércitos” se manifiesta a Isaías en todo su esplendor y gloria: ¡sólo el borde del manto llenaba el santuario! (1) Al estar en la presencia del tres veces Santo, Isaías reconoce su impureza y la de su pueblo y teme por su vida (cfr. Éx 33,20; Jn 1:18). De manera similar a Jeremías (Jr 1,9), necesita la purificación de sus labios porque el profeta proclama la Palabra de Dios. Su purificación se constata con su prontitud para responder a la misión que el Señor le encomienda (8): anunciar Su Palabra a un pueblo duro de entendimiento. Como dice el proverbio popular: “no hay peor sordo que aquel que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver” porque “quien obra mal detesta la luz y no se acerca a la luz para que no delate sus [malas] acciones” (Jn 3,20). Los vv. 8-9 develan el aparente fracaso del profeta tal como el de Jesús ante personas de corazón duro (cfr. Mc 4,11-12; Jn 9,40-41). Así se entiende la pregunta angustiada del profeta “¿Hasta cuándo Señor?” (11). Isaías debe confiar y esperar en el Señor; el pueblo debe pasar la prueba de la desolación y del fuego de la cual surgirá un resto, un brote nuevo y santo (11-13). El tema de la santidad de Dios ligada al pueblo (“El Santo de Israel”) está presente como un estribillo en toda la obra (Is 1,4; 5,19.24; 10,20; 12,6; 29,19; 30,11.12.15; 41,14.16.20; 43,14.15; 45,11; 47,4; 48,17; 49,7; 54,5; 55,5; 60,9.14).
7,1-9 Primer aviso a Acaz. Los datos del versículo 1 corresponden a la guerra siro-efraimita. Asiria está ganando cada vez más terreno; Damasco y Samaría quieren obligar al rey de Judá a aliarse con ellos para atacar juntos a Asiria. Contra los consejos de Isaías, Judá prefiere pedir ayuda a los asirios. Éstos apoyan al pequeño reino del Sur, pero le someten a un duro vasallaje; de otra parte, comienzan las invasiones a Samaría que terminan por destruirla en el 722 a.C.
Isaías, como la gran mayoría de profetas, predica no sólo de palabra, sino también a través de gestos simbólicos y de signos. Aquí encontramos uno de sus signos, representado en el nombre que coloca a su hijo Sear Yasub (3), literalmente, «un resto volverá»; con lo cual anuncia al rey y a los demás habitantes de Jerusalén y de Judá que un pequeño resto se convertirá y escapará a los castigos previstos (cfr. 4,3; 10,21-23).
7,10-25 Segundo aviso: el signo de Emanuel – Invasión asiria. Acaz es un rey muy joven (cfr. 2 Re 16,2). La situación política lo sobrepasa. Los reyes de Samaria y Siria le declaran la guerra para destituirlo y reemplazarlo con otro rey y así cortar la dinastía davídica. La profecía que el rey no quiere escuchar le asegura la permanencia en el trono del linaje de David. En cuanto a la madre del niño, se trata de una “virgen” (según el texto griego) o de una doncella pronta al matrimonio como el caso de Rebeca en Gn 24,14-16. Los evangelistas Mateo y Lucas se basan en esta tradición para interpretar el nacimiento de Jesús como el mesías davídico (cfr. Mt 1,16.18; Lc 1,26-34). Esa mujer misteriosa y anónima es mencionada también por el profeta Miqueas en el mismo contexto mesiánico (Miq 5,2).
Los versículos 18-25 nos presentan una serie de cuatro profecías introducidas cada una por la frase «en aquel día» o «en esos días» (18.20.21.23). Nótese que aquí los actores de guerra ya no son los siro-efraimitas sino Egipto y el reino del Sur. La mención, una vez más, de la leche y la miel vuelven a hacer pensar en los días del desierto. El desierto encierra un gran simbolismo. ¿No fue en el desierto donde el Señor creó una nación? ¿No hará falta volver al desierto para que el pueblo vuelva a su fuente y renueve la alianza con Dios? (cfr. Os 2,14s).
8,1-4 El hijo de Isaías. De nuevo una señal profética unida a un nombre simbólico. Esta vez se trata del segundo hijo de Isaías. Ya no está presente el acento mesiánico del Emanuel, sino el anuncio de la destrucción de Damasco y Samaría a manos de los asirios. El nombre del niño significa «pronto al saqueo, rápido al botín» (4). La historia confirma que, en efecto, un poco más tarde, Damasco y Samaría fueron arrasadas. Isaías no es el único en utilizar nombres simbólicos (cfr. Os 1,4.6.9).
8,5-8 Invasión. Dios se queja del pueblo por rechazar el camino de paz y confianza en Él, simbolizado por las aguas tranquilas de Siloé que es el acueducto que lleva el agua a Jerusalén desde el torrente de Gijón. Ante la amenaza de la alianza del reino del norte (Israel) con Siria (cfr. Is 7,1; 2 Re 16,5), el rey Acaz se somete totalmente a Asiria hasta el punto de introducir un altar asirio en el templo (2 Re 16,10-18). A este pedido de auxilio le sigue la brutal invasión de asiria que se describe como la furia de un gran río (el Éufrates) que inunda arrasando a Siria y a Israel pero también afectando gravemente a Judá que estará “con el agua hasta el cuello” (8) debido al enorme tributo que tendrá que pagar. Sin embargo, la mención del “Emanuel” en este versículo abre la esperanza a la liberación de Judá.
8,9-10 Liberación. El Emanuel, “Dios con nosotros” es la única garantía de la liberación. Estos versículos explicitan lo iniciado en el v. 8.
8,11-15 El Señor, piedra de tropiezo. El pueblo y su rey aterrorizados ante la amenaza de guerra, no temen a Dios y en vez de confiar en el “Señor de los ejércitos” buscan soluciones en alianzas políticas. Como Jeremías (Jr 15,6), Isaías también se siente solo y distanciado del pueblo y sus gobernantes.
8,16-20 Dios esconde su rostro. Isaías deja su legado a sus discípulos consciente del distanciamiento de Dios del rey y de su pueblo que desconfiando de los profetas acudirá a adivinos y charlatanes. Él confía que sus hijos con sus nombres significativos (18), serán un recuerdo constante para la comunidad profética de sus palabras.
8,21-23a Días oscuros. Las consecuencias de la resistencia a la palabra de Dios mediada por los profetas (cfr. Is 7,12-13) son la oscuridad, la impiedad y la debacle moral y económica.
8,23b–9,6 Profecía mesiánica. Este es un poema de entronización del rey. Isaías lee la historia como si fuese una ceremonia en el Templo: un niño nace (teofanía o manifestación de Dios) para vencer las tinieblas. La oscuridad del pueblo que sufre la destrucción del reino del Norte (Zabulón y Neftalí), es iluminada por el nacimiento del niño que reinará para siempre en el trono de David. El título de “Galilea de los paganos” (23b) indica la desaparición de las tribus norteñas. Los nombres simbólicos del rey son algo propio de los rituales de entronización en Egipto. Esos títulos muestran los roles que el rey desempeñará en su reinado. Como muchas otras profecías, ésta se puede referir a algún evento próximo al tiempo de Isaías –que en este caso se desconoce–, pero su cumplimiento más significativo se encuentra en los tiempos mesiánicos; Jesús de Nazaret creció y comenzó su ministerio en esas tierras (cfr. Mt 4,15-17) que eran menospreciadas por los judíos piadosos (cfr. Jn 1,46).
9,7-21 La ira del Señor. Este poema está conformado por tres dichos o mensajes; al final de cada uno se repite una especie de estribillo (11b. 16b. 21). Los tres se dirigen al reino del Norte, que, a pesar del golpe recibido por manos de los asirios, piensa en reconstruirse sin tener en cuenta al Señor, lo cual es considerado como un acto de soberbia. En ese panorama, tampoco el Señor se acordará de ellos, ni siquiera de los que están más cerca del corazón de Dios que son los huérfanos y las viudas. «Sigue extendida su mano», es una forma de denunciar la obstinación y la contumacia. Todos los intentos de purificación de Samaria han fallado y por eso se anuncia su destrucción total (19).
10,1-4 Malaventura. Toda la sección 10,1-34 trata de la amenaza asiria para Jerusalén. El impacto de los malos gobernantes afecta mayormente a los más vulnerables a quienes ellos deberían proteger: los pobres, las viudas y los huérfanos. Dios “extiende su brazo” por medio de los asirios para castigar a esos líderes insensatos (4).
10,5-16 Asiria, instrumento de Dios. Aún sin saberlo, el poderoso de turno es instrumento de castigo en manos de Dios (cfr. Is 13,5; 5,26; 7,18, 8,7). Cárquemis, Jamat y Arpad son ciudades sirias que habían sido conquistadas y destruidas por los asirios. Damasco fue tomada en 732 a.C. y Samaría, la capital del reino del norte, en 722. Lo que les pasó a estas ciudades es un aviso para Jerusalén. Irónicamente el Señor se vale de la soberbia y fuerza de un rey pagano para doblegar a su pueblo que lo ha abandonado para dedicarse a sus ídolos (11).
10,17-23 El resto de Israel. El amor y la pasión de Dios por su pueblo se presentan con la metáfora del fuego (cfr. Dt 4,24-30) que en “un solo día” devastará el campamento asirio que sitiaba Jerusalén (17). Este oráculo alienta la esperanza de en un tiempo determinado “aquel día” (20), en que Dios actuará en favor de un “pequeño resto” así como había ya obrado en la historia del pueblo. La referencia a la arena del mar refleja la promesa que Dios le hizo a Abrahán (Gn 22,17).
10,24-32 Oráculo de liberación – Avance asirio y derrota. La vara y el bastón en las manos de Asiria evoca la esclavitud que el pueblo sufriera en Egipto. Pero éstos se volverán en contra del opresor (Is 30,31-32) como había ocurrido también con Egipto. Las ciudades mencionadas en los versículos 28-32 fueron sometidas por el ejército asirio en su marcha desde el norte hacia Jerusalén. Aunque el rey asirio Senaquerib llegó a sitiar la ciudad en 701 a.C., milagrosamente no logró tomarla. Una plaga entre sus tropas hizo que levantara el campamento y volviera a Nínive (cfr. Is 37,36-37).
10,33–11,9 Paz mesiánica. La poda de los árboles más robustos y altos que representan a los reyes de Israel contrasta con el retoño de Jesé que surgirá: El mesías vendrá de ese “resto de Israel”. Las palabras “cepa”, “vástago”, “retoño” relacionadas con el árbol de Jesé indican el origen davídico del mesías. La sabiduría de este rey-mesías está directamente relacionada con el “soplo/aliento” creador de Dios (Gn 2,7). David también había sido invadido por el Espíritu en el momento de su coronación (1 Sam 16,13). Este líder asegurará la justicia a los pobres y oprimidos con el poder del Espíritu (cfr. Is 61,1s; Lc 4,18). Las armas de este rey-mesías serán su Palabra y el “aliento” de su boca (Sal 33,6) con las cuales derrotará a sus enemigos y restaurará la creación (Sal 72). El templo en la montaña santa está en paralelo con el jardín del Edén. El rey-mesías restituirá la paz paradisíaca y llenará la tierra del conocimiento del Señor “como colman las aguas el mar” (9).
11,10-16 Retorno de los desterrados. Esta profecía hace alusión al regreso de los desterrados de Asiria y Babilonia. Dicho destierro no había sucedido todavía en la época del profeta, luego, este pasaje es muy posterior.
El versículo 11 nos da una idea de los lugares a donde fueron dispersados los israelitas, de ahí la gran esperanza en el retorno, visto siempre como obra amorosa de Dios que recogerá a su pueblo de todos esos países (cfr. Ez 11,17; 20,34.41; Sal 147,2). Después de la caída de Samaría en 721 a.C. y después de la destrucción de Jerusalén en 586 a.C., muchos de sus habitantes fueron cautivos a Babilonia y otros se dispersaron por Egipto, Fenicia, y hasta las islas griegas donde muchos habrían sido vendidos como esclavos.
12,1-6 Himno. El profeta ha venido hablando de las esperanzas del retorno, del fin de la opresión, del acto liberador de Dios y del nuevo éxodo. Así como al terminar la travesía del Mar Rojo Moisés entona un cántico de acción de gracias (Éx 15,1-18), también este nuevo éxodo vaticinado por Isaías será motivo de cánticos y acciones de gracias.
13,1-22 Contra Babilonia. Los capítulos 13–23 conforman una colección de oráculos contra las naciones. En otros libros proféticos encontramos también la misma tendencia a poner en seguidilla todos los oráculos (Jr 46–51; Ez 25–32). Los profetas tenían un papel muy importante en la política de su tiempo y sus palabras eran dirigidas a sus contemporáneos, especialmente a los líderes de los pueblos.
El oráculo que encontramos aquí es muy posterior al Isaías del s. VIII a.C. Is 13,2-16 describe el “día del Señor” cuando Él viene a destruir a sus enemigos los Babilonios por medio de los persas y los medos en 539 a.C. Así como Dios usó a pueblos extranjeros para castigar a su pueblo, ahora castiga también a Babilonia; Él es el Señor de todos los pueblos (3); Las naciones más poderosas del mundo son instrumentos de la voluntad Divina.
14,1-4a Vuelta del destierro.
La compasión del Señor se manifiesta en su obra de repatriación de los exiliados a Babilonia y en la incorporación de extranjeros a su pueblo. Estos versos reflejan la situación histórica del Deutero-Isaías (caps. 49–55), en el siglo VI a.C., dos siglos después de la vocación de Isaías. La ira de Dios está ordenada a la conversión y purificación de su pueblo. A la amenaza y al castigo, suceden el consuelo y la esperanza.
14,4b-23 Sátira contra el rey de Babilonia.
Estos versos describen la caída de un poderoso que se había ensoberbecido. Es una imagen apocalíptica en la que Dios se venga de sus enemigos en “el día del Señor” (Joel 1,1-2; Sof 1,17-18). El capítulo 8 del Apocalipsis describe una escena similar en donde un ángel rebelde es arrojado del cielo (Ap 8,10; 9,1). También Adán y Eva fueron expulsados del paraíso por pretender ser como Dios (Gn 3,5 cfr. Is 14,14). Este oráculo puede haber sido usado antes en contra del rey Asirio Senaquerib quien después de destruir varias ciudades de Samaria y Judá y de sitiar Jerusalén, volvió a Nínive donde fue asesinado por su propia familia en 682 a.C. (Is 37,37-38).
14,24-27 Contra el rey de Asiria. Cuando Asiria está en lo más alto de su poder, Isaías anuncia su caída. Esta profecía forma parte del plan divino para Israel y para todas las naciones (26).
14,28-32 Contra Filistea. Los filisteos intentaron sin éxito aliarse con el rey Ezequías de Judá para rebelarse contra Asiria y en el año 713 a.C. fueron derrotados y humillados por Sargón II. Isaías se oponía a toda alianza militar en contra o a favor de Asiria (cfr. Is 7,1-25).
15,1-9 El luto de Moab. Moab era un pueblo hostil a Israel que había tomado las tierras de las tribus de Rubén y Gad al este del Mar Muerto. Durante la guerra Siro-Efraimita el rey de Moab había procurado la ayuda de Judá (cfr. Is 16,1-4). Esta lamentación probablemente surja de la destrucción de Moab causada por la invasión de Teglat-Falasar III en 735-732 a.C.
16,1-5 Los moabitas se refugian en Judá. Los refugiados de Moab huyen hacia Edom, al sur del Mar Muerto y desde allá piden ayuda al rey de Judá. Sela que significa “roca” es una ciudad Elamita, posiblemente sea la hoy conocida como Petra.
16,6-14 Lamentaciones sobre Moab. Como en otros oráculos en contra de las naciones extranjeras, la razón de la devastación del campo moabita es la autosuficiencia y arrogancia como defecto moral básico. La destrucción de los viñedos de Sibmá es una muestra de la ira divina (cfr. Am 8,1-3; Os 2,13-15).
17,1-8 Oráculo contra Damasco – Fin de la idolatría. La mención de Damasco, capital de Siria, y de Samaría, capital de Israel obedece a la alianza que hicieron estos dos reinos para atacar a Judá (7,1–8,4, también Jr 49,23-27; Am 1,3-5; Zac 9,1). Damasco fue conquistada por los asirios al mando de Teglat-Falasar en 732 a.C., y la misma suerte corrió Samaría en 722 a.C. a manos de Sargón. Isaías compara las consecuencias del desastre con el fin de la cosecha en el valle fértil de Refaín, al sur de Jerusalén; las pocas espigas que quedaban en el campo eran para los pobres (Deut 24,19-20), o sea que después del desastre, pocos sobrevivirán.
17,9-11 Los jardines de Adonis. Evocación de un culto pagano dedicado a Adonis-Tammuz, dios de la vegetación (cfr. Ez 8,14s). “Aquel día” se refiere a la desolación de las ciudades destruidas. La idolatría y la corrupción del culto están relacionados con el colapso de la agricultura y el duelo sin fin.
17,12-14 La marea de los pueblos. Estos versículos parecen describir la amenaza de destrucción de Jerusalén a manos de Senaquerib en el 701 a.C. y que no se realizó (compárese con 29,5-7; 37,6).
18,1-7 Contra el reino de Nubia. A Etiopía se le denominaba Kush, pero aquí se refiere propiamente a Egipto, que por esta época estaba gobernada por una dinastía etíope. Desde allí habían enviado mensajeros y embajadores a Judá para proponer una coalición contra Asiria. El profeta los invita a regresar, y al mismo tiempo les predice la invasión de la que será víctima aquel país. En efecto, así sucedió a mediados del s. VII a.C. bajo Asarjaddón y Asurbanipal. El oráculo concluye con un anuncio sobre la conversión de los etíopes. Se repiten algunas expresiones del versículo 2 y describe cómo esta gente enviará sus dones y presentes al templo de Jerusalén (Sof 3,10); era una manera de anunciar su amistad con los judíos.
19,1-15 Contra Egipto. El Señor va montado en una nube como en la visión de la gloria en Ez 1,4. La presencia gloriosa de Dios (cfr. Éx 40,34; 1 Re 8,11) juzga a Egipto y causa el caos en su tierra; sus magos y adivinos no tienen el poder para predecir lo que Dios planea hacer.
19,16-25 Conversión de Egipto y Asiria. Aquí hay cinco oráculos, cada uno comenzando con “Aquel día” que tratan sobre el futuro de Egipto y del asentamiento de judíos en ese país. Hay evidencia arqueológica de la presencia y el culto judíos en el sur de Egipto.
20,1-6 Acción simbólica: Contra Egipto y Nubia. Asdod, ciudad filistea instigada por Egipto, se había levantado contra Asiria; Sargón II, rey de Asiria, atacó a Asdod en 711 a.C., sin que ésta hubiera obtenido apoyo alguno por parte de los egipcios. En medio de todo, los egipcios instigan a Judá para atacar juntos a Asiria. El profeta es contrario a esta propuesta, pero el rey de Judá duda. A propósito de esto, el profeta realiza el gesto simbólico que nos narra este pasaje. Era normal que los profetas utilizaran signos y gestos simbólicos para reforzar su mensaje (cfr. Jr 13,1-11; Ez 4,1-5,17). El mensaje final del profeta es claro, si los egipcios terminan vencidos y humillados por los asirios, ¿de qué sirve pactar con ellos?
21,1-17 Caída de Babilonia – Contra Duma – Contra Arabia. Los versículos 1-10 son un tanto oscuros. Puede ser que se trate de una advertencia de Isaías para no poner la confianza en Babilonia que intentaba rebelarse en contra de Asiria pero que fue totalmente destruida por Senaquerib en 689 a.C. El profeta que tiene la visión es como un vigía que observa los hechos y mide el tiempo hasta que despunte el alba. La visión del desastre de Israel y otros pueblos colman al profeta de angustia (2-4). Dedán y Cadar son tribus de Arabia y Teman es un oasis en el desierto.
22,1-14 Contra Jerusalén. Mientras que el pueblo festeja posiblemente debido a la retirada del sitio del ejército de Senaquerib en 701 a.C., el profeta está compungido por la visión del “día del Señor” (v. 4; cfr. 2 Re 18,13-16; 19,9; Is 36,1s; 37,8). Isaías insiste que, a pesar de todo, el castigo sigue amenazando y critica la visión tan obtusa de los habitantes de la ciudad que en lugar de confiar en el Señor, confían más en sus armas y sus estrategias; y porque en lugar de hacer penitencia se lanzan al desenfreno (12s).
22,15-18 Contra el mayordomo de palacio. No es raro encontrar algún oráculo profético contra un individuo en particular (cfr. Jr 20,1-6; 28,12-17). Precisamente éste es uno contra un extranjero, al parecer egipcio, que ha ascendido muy alto en la corte de Ezequías. Su posición le ha permitido tal vez incidir demasiado en las decisiones reales lo cual atrae la condena del profeta (cfr. 30,2-5; 31,1-3, cfr. 2 Re 18,26; 19,2).
22,19-25 Nuevo mayordomo. El profeta no ve con buenos ojos que la función del maestro de palacio sea realizada por un extranjero; por eso apoya su destitución para que sea sustituido por un verdadero israelita. Mt 16,19 pondrá estas palabras dirigidas a Pedro en boca de Jesús, mientras que Ap 3,7 las aplica al Mesías. El sustituto del funcionario extranjero también cae en desgracia, y en su caída arrastra a todos los suyos.
23,1-14 Contra Tiro y Sidón. Este oráculo, donde se menciona tanto a Tiro como a Sidón, en realidad va dirigido contra los fenicios en general. Éstos habían prosperado mucho económicamente, lo cual les daba también un cierto poder político. La posición geográfica de Tiro le permitía beneficiarse del tráfico comercial, lo cual era aprovechado para oprimir al resto de los pueblos. No hay una descripción detallada de la caída de Tiro, pero sí queda el registro de las distintas veces en que fue amenazada y semidestruida. La destrucción total no llegaría hasta el s. IV a.C., con Alejandro Magno.
23,15-18 Tiro, olvidada y restaurada. No obstante, para Tiro también hay un mensaje de esperanza en su reconstrucción y retorno a su pasado glorioso. Comparada con una prostituta que ha perdido sus encantos de juventud, el profeta vaticina un cambio de suerte después de un largo período de decadencia.
24,1-6 Catástrofe. Los capítulos 24–27 forman un bloque que concluye los oráculos contra las naciones. Se trata ahora de un juicio más genérico contra la humanidad: el Señor hace que la tierra se seque, los pueblos se dispersen y las instituciones de la sociedad desaparezcan. Los hombres han manchado la tierra con sus crímenes (v. 5; cfr. Nm 35,33). Esta catástrofe cósmica es parte del plan de Dios que concluirá con la restauración de Jerusalén (caps. 25–27).
24,7-12 La ciudad desolada. Todo se revierte al caos (hebreo: toju) que precedía a la creación: la desolación (toju) en “la ciudad” que posiblemente sea Babilonia o Nínive. Ya no hay alegría, todo es lamento y ruina.
24,13-16a El resto. A pesar de la desolación y la muerte, algún pequeño grupo de fieles quedará para reconocer y cantar las grandezas del Dios de Israel. Ellos experimentarán la salvación de Dios.
24,16b-23 Destrucción – Juicio y reino del Señor. El júbilo inicial de los sobrevivientes es ahogado por el grito de dolor del profeta que vaticina más destrucción ahora también proveniente del cielo donde el Señor juzgará a los poderosos de la tierra (21-22). Después del juicio, el Señor reinará en Jerusalén (23).
25,1-12 Himno de los salvados. La ciudad “en escombros” (2) puede ser Nínive o Babilonia y la otra del “pueblo poderoso” (3) sería Jerusalén (Is 24,23). La autoridad verdadera se manifiesta en la justicia social para con los desvalidos y los pobres (4; cfr. Sal 72). Como en Éx 24 el pueblo sube a la montaña para festejar. Dios manifiesta su poder para destruir la opresión y abrir la salvación a todos los pueblos. Pablo enseña como el poder de Cristo libera al pueblo de la esclavitud (cfr. Rom 8).
26,1-6 Himno de victoria. La ciudad fuerte tiene a Dios como su fuerza y seguridad (“roca perpetua”; v.4). El Señor es también el portero que abre las puertas a los oprimidos y desvalidos. Esto prefigura a la nueva Jerusalén de Ap 21-22.
26,7-13 Los juicios del Señor. La justicia y salvación de Dios es ofrecida a todos los pueblos (9). Los malvados son los enemigos e invasores que infectaron la tierra con sus ídolos. Sólo la intervención de Dios trae la paz (12-13).
26,14–27,1 Resurrección. Se trata de la restauración del pueblo (cfr. Ez 37). Un pueblo diezmado por la guerra y la deportación. Sólo el Señor tiene el poder de renovar el pueblo pecador venciendo a sus enemigos y hacer que crezca otra vez.
27,2-5 Canción de la viña. Como en 5,1-6, Dios cuida de su viña, Israel. La novedad aquí es que ahora la ira del Señor se ha abatido y Él mismo la riega (cfr. 5,6).
27,6-11 Renovación de Israel. El pecado del pueblo causa su sufrimiento que a la vez Dios usa para purificarlo. “La plaza fuerte” se refiere a la ciudad sin nombre de 24,10; 25,2; 26,5.10.
27,12s Reunión final en Jerusalén. Derrotado ya el opresor, ha llegado el tiempo de reunir a los exiliados (cfr. 11,15-16).
28,1–33,24 Oráculos varios. Los capítulos 28–33 se refieren esencialmente a los acontecimientos provocados por los asirios entre el 701 y el 691 a.C. Algunos proponen como hilo conductor de los mensajes contenidos en esta sección, el «ay» que encabeza cada uno de los seis mensajes: 28,1; 29,1.15; 30,1; 31,1; 33,1.
28,1-6 Contra el reino del Norte. Los habitantes de Samaría, arrogantes y entregados a la bebida serán humillados por la fuerza de Asiria.
28,7-13 Contra los que se burlan del profeta. Los lideres no tienen entendimiento, su borrachera muestra cuán corrupto está su juicio. Éstos imitan burlonamente al profeta tartamudeando (10), rechazando así su enseñanza. En defensa de Isaías, irónicamente el Señor hablará al pueblo con el “lenguaje extraño” del invasor (11).
28,14-19 Pacto con la muerte y verdadero cimiento. La muerte representa la guerra y la violencia como resultado de la confianza que los líderes de Judá han puesto en alianzas políticas en vez de confiar en el Señor. Así y todo, Dios no abandona su alianza con su pueblo y promete colocar una piedra angular en Sión (16). Se trata de un rey de la dinastía davídica que establecerá la justicia (cfr. 1 Pe 2,1-10).
28,20-22 Contra los cínicos. Perasim y el valle de Gabaón son lugares donde Dios le dio la victoria Israel sobre los Filisteos y Cananeos respectivamente (cfr. 2 Sam 5,17-21; Jos 10,6-11). Ante la burla de los gobernantes de Jerusalén, Dios amenaza con destruir Jerusalén en vez de sus enemigos (cfr. Sal 2).
28,23-29 Instrucción agrícola. Esta es una parábola que compara el proceder de Dios con el trabajo del campesino que varía dependiendo de la estación y del tipo de grano.
29,1-14 Contra Jerusalén. Segundo «ay», dirigido ahora a “Ariel”, un nombre poético de Jerusalén que puede significar “León de Dios” o “Altar de Dios”, el lugar de los holocaustos (cfr. Is 30,33). Así como David sitió y conquistó Jerusalén, ahora el Señor hará lo mismo contra la ciudad infiel.
29,15s Malaventura. El tercer “ay” es para los líderes de Jerusalén que están ciegos (9) y dormidos (10). Ellos obran en la oscuridad (cfr. Sal 82,5) como los ángeles caídos e intentan manipular la historia (16), negando al Creador y Señor de la historia (cfr. Jr 18,6; Rom 9,20).
29,17-24 Salvación escatológica. En este oráculo Dios vaticina la restauración del pueblo. El Líbano representa la prosperidad como don de Dios (17). La conversión del pueblo se manifiesta en el hecho de que los sordos oirán y los ciegos verán (18; cfr. 35,5; 42,6-7).
30,1-5 Contra el pacto con Egipto. El cuarto «ay» de amenaza ahora va dirigido contra Ezequías, que ha decidido aliarse con Egipto para enfrentarse a los asirios. Efectivamente Judá recurrió a Egipto entre el 703-702 a.C. Isaías es contrario a esta política, no ve necesario buscar otro apoyo fuera del que ofrece el Señor. Ciertamente Egipto prometió ayuda, pero a la hora definitiva dio la espalda a Judá (cfr. Is 31,1-3).
30,6s Contra la embajada. Continúa la mofa contra los embajadores de Ezequías que, cruzando el Negueb, tienen como destino final el país egipcio. «Rahab», «Caos», «la Bestia del Sur», era un monstruo de la mitología antigua; según la tradición popular, dicho monstruo se había vuelto inofensivo (cfr. Job 26,12). Por transposición de ideas, Egipto que había sido un imperio poderoso, ahora es un inofensivo.
30,8-17 Testamento de Isaías. El v. 8 se refiere al surgimiento del libro escrito de los oráculos de Isaías. A las palabras del profeta se oponen las de su audiencia que sólo está dispuesta a escuchar lo que se corresponde con sus planes y deseos (10). El rechazo de la verdad resulta en el juicio divino (13).
30,18-26 Conversión del pueblo. El pueblo obstinado se había vuelto ciego y sordo (29,18). Dios que es fiel a su alianza y compasivo le ofrece el don de la conversión y lo guía como un maestro (20-21). El pueblo abandonará sus ídolos (22) y Dios lo bendecirá con la lluvia y la abundancia de frutos de la tierra y ganado (23).
30,27-33 Teofanía y castigo de Asiria. Este pasaje nos recuerda la inminente amenaza de invasión por parte de Asiria en 701 a.C. El Tofet, fue por mucho tiempo el lugar donde en la mismísima Jerusalén se quemaban los niños que eran ofrecidos al dios Moloc (2 Re 23,10; Jr 7,31). Isaías, que conoce muy bien sus tradiciones, vaticina que este lugar está ahora preparado para el rey asirio.
31,1-6 Contra el pacto con Egipto. En este nuevo “ay” Isaías condena otra vez los intentos de una alianza con Egipto en contra de Asiria como una falta de confianza en la protección Señor.
31,7-9 Conversión de Judá y fin de Asiria. No es la fuerza militar la que causará la derrota de Asiria sino la presencia del Señor en Jerusalén que los hará huir en pánico.
32,1-8 Reino de la justicia. Vendrá un gobernante justo que protegerá a los pobres (8) y pondrá fin a la opresión de los necios. La tozudez del pueblo cambiará en docilidad y fidelidad: ojos, oídos, corazón (mente) y lengua representan la integridad del hombre que ahora está dispuesto a seguir los planes de Dios.
32,9-20 Contra las mujeres frívolas – Restauración. El profeta usa metafóricamente la imagen de la mujer complaciente de la ciudad como una actitud del pueblo que experimentará la desolación (12-14). La restauración es obra exclusiva de Dios que como en Gn 2,7 recrea al pueblo con su aliento/espíritu (15).
33,1-24 Esperanza en el Señor. Este “ay” presenta una liturgia de expiación propia del Templo. La clave de interpretación de este diálogo entre Dios y el salmista se encuentra al final, en el v. 24 que asegura que Dios ha perdonado a su pueblo. Los versículos 2-6 resumen todo el pasaje: el pueblo pacientemente espera la venida del Señor para dispersar a sus enemigos y establecer su reino de justicia y derecho. La presencia del Señor es fuego devorador para los impíos y un refugio en las alturas para los justos (13-16)
34,1–35,10 Escatología de Isaías II. Estos dos capítulos, que reflejan un trasfondo histórico posterior al tiempo de Isaías, son como una recopilación en clave escatológica de los temas de Is 1-33. Primero se presentan imágenes del día del Señor. Su venganza conlleva la desolación, la pérdida de cosechas, espinas, caos y los animales salvajes adueñándose de la tierra vacía. Como contrapunto en el capítulo 35 el Señor viene personalmente para revertir esa situación trayendo la fertilidad de la tierra, la exuberancia de la vegetación del Líbano, del Carmelo y del Sarón, así como la curación de los ciegos, sordos y tullidos (cfr. Lc 7,18-23). La animosidad en contra de Edom reaparece (5-6) probablemente provocada por la infiltración de este pueblo en el sur de Judá después de la destrucción de Jerusalén (cfr. Is 34,5-9; 63,1). Como en el tiempo de Josué (cfr. Jos 14-21), el Señor reparte la tierra para los que vuelven del exilio (17).
35,1–39,8 Sección histórica. Con la excepción de la oración de acción de gracias de Ezequías (Is 38,9-20), este apéndice histórico es un paralelo a 2 Re 18,13–20, que narra el sitio asirio a Jerusalén en 701 a.C. y su milagrosa liberación (35–37). Isaías no menciona que Ezequías se rindió a Senaquerib y le pagó tributo como en 2 Re 18,14-16.
36,1-22 Invasión de Senaquerib. El año 14 del reinado de Ezequías corresponde al año 701 a.C., año en el que Senaquerib, hijo de Sargón II, sitió a Jerusalén con sus ejércitos (cfr. 2 Re 18,13).
37,1-13 Recurso a Isaías – Segunda versión de la embajada. Después del humillante encuentro con los oficiales asirios el rey Ezequías recurre a Isaías. El profeta le manda a decir que no tema (cfr. Is 7,4) porque el Señor hará que el rey asirio levante el sitio y vuelva a Nínive donde será asesinado por su propia familia (v. 7 cfr. 37,37-38).
37,14-20 Oración de Ezequías. Contrariamente a su padre Acaz (7,12), Ezequías recurre al Señor en el Templo presentando allí la carta blasfema de Senaquerib y reconociendo que el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel es el guerrero más poderoso (16).
37,21-29 Respuesta de Isaías. El Dios de Israel manifiesta su poder haciendo volver a Senaquerib a Asiria como si fuese su esclavo (29).
Los oyentes de Isaías, testigos del poderío asirio, deben tener claro que el único poderoso y sabio es el Dios de Israel, y que todo le está sometido, incluso los planes de las naciones más lejanas.
37,30-35 Signo para Ezequías. Isaías transmite un mensaje de confianza y seguridad para el rey y los habitantes de la ciudad. La situación no va a cambiar; el ritmo de vida seguirá igual, lo cual ilustra el profeta con la imagen del ciclo de la cosecha y del consumo de los frutos (30). Al mismo tiempo, vaticina la misión que tendrá el «resto» de Israel: echar raíces y dar frutos (31).
37,36-38 Desenlace. Senaquerib había enviado mensajeros para forzar la rendición de Ezequías. Ahora, irónicamente, el Señor envía a su ángel (mensajero) para destruir el poderoso ejército del rey asirio.
38,1-8 Enfermedad y sanación de Ezequías. Debido a que la curación del rey coincide con la liberación de Jerusalén, este capítulo debería preceder a Is 36–37. En comparación con Acaz que rechaza el oráculo del Señor (7,4) y con Osías que murió leproso por osar entrar en el santuario (2 Cr 26,16-21), Ezequías es el rey fiel que se recuperó de la peste, volvió al templo y reinó por quince años más.
38,9-20 Cántico de Ezequías. Esta oración es un salmo con dos secciones. La primera es un lamento por haber estado a las puertas del abismo (el Sheol era considerado como una cárcel) en donde se siente forzado a entrar en la mitad de su vida (10-12). En un segundo momento el rey repentinamente agradece al Señor por haber cambiado su suerte. El reconoce su pecado de haber confiado en alianzas políticas, más que en Dios (17).
39,1-8 Embajada del rey de Babilonia. Ezequías, ya recuperado de su enfermedad, recibe a los enviados del rey de Babilonia, que buscaba aliados en contra de Asiria. El rey de Judá hace alarde de su riqueza ante la embajada sin sospechar que ese mismo pueblo, Babilonia, causará la caída de Jerusalén más de un siglo después en el 587 a.C. (6).
40,1-11 La Buena Noticia. Este poema es como un prólogo para “el Libro de la Consolación” o Deutero-Isaías (Is 40–55). Se nota un diálogo que el Señor inicia al proclamar un decreto: la sentencia de la servidumbre y el exilio de su pueblo se ha cumplido (1-2). Sus interlocutores son voces de la corte celestial que a su vez interpelan al profeta (3.6). Los versos 3-5 describen el regreso de los exiliados desde Babilonia a Jerusalén en un nuevo éxodo; El Señor los guía a través del desierto en vez de pasar por los caminos convencionales de la medialuna fértil (cfr. Mt 3:3). Las voces piden al profeta que anuncie su mensaje de consuelo a Jerusalén: el Señor llega como un pastor tierno y compasivo (9-11 cfr. Jn 10:11; 21:15-17).
40,12-31 Polémica de Dios con los ídolos – Polémica de Dios con el Pueblo. En el antiguo Medio Oriente se consideraba que el poder de una nación surgía del poder de sus dioses. De ahí que muchos de los israelitas cautivos en Babilonia dudaban del poder de su Dios al compararlo con Marduk y los otros ídolos mesopotámicos. En tono apologético e irónico, el profeta presenta el poder creador del único Dios y la profundidad de su espíritu (cfr. Job 38). El pueblo debe entender que aún en todo su esplendor, Babilonia ni sus ídolos son una realidad perdurable. Sólo Dios, que conoce a los millares de estrellas por su nombre, es eterno (cfr. Job 38,31-33) y tiene el poder de renovar nuestras fuerzas.
41,1-20 Vocación de Ciro – Israel, siervo del Señor – Nuevo éxodo. Ahora es el Señor quien habla por la mediación del profeta. Así como los asirios y babilonios habían sido el instrumento de Dios para castigar a su pueblo infiel, ahora, aunque sin todavía nombrarlo, el Señor unge a Ciro con la misión de liberar a Israel (cfr. Is 44,28; 45,1). El rey persa, se rebeló contra Babilonia y después de una serie de victorias militares entró victorioso en esta ciudad sin encontrar oposición en 539 a.C. El año siguiente pronunció un edicto que permitió a los cautivos de Judea volver a sus tierras y reedificar el Templo de Jerusalén (cfr. 2 Cr 36,22-23). Is 41,1-42,9 es un poema que presenta un pleito de Dios con las naciones y sus dioses con una estructura paralela; A) Convocatoria a todas las naciones: a) 41,1.5-7; b) 41,21-22b; B) Interrogatorio de las naciones y sus dioses: a) 41,2-4; b) 41,22c-29; C) Veredicto sobre las naciones e Israel: a) 41,8-20; b) 42,1-9.
41,21-29 Pleito con los dioses. En este poema, que es una ficción literaria, el profeta denuncia irónicamente que los ídolos babilonios no tienen el poder que Dios manifestó en el pasado de Israel ni la palabra profética para anunciar los acontecimientos nuevos que se están cumpliendo. Al final del poema, y ya fuera del pleito ficticio, el profeta afirma categóricamente que esos ídolos no son nada, son sólo una ilusión, no existen (29).
42,1-9 Primer cántico del siervo: Presentación. Este es el primero de los llamados cánticos del siervo (49,1-6; 50,4-9; 52,13–53,12) dedicados a un enigmático personaje que a veces aparece como un individuo y algunas veces parece referirse a todo el pueblo de Israel. Como David, el siervo de este poema es un elegido de Dios y ungido para una misión (cfr. Mt 3,16-17). El siervo es un mediador de la revelación (el derecho) de Dios que no utilizará violencia o coacción sino que fortalecerá a los pobres y oprimidos (3-4) y les ofrecerá la salvación (7 cfr. Lc 4,17-19). Se trata de una misión iniciada por el único Dios creador del universo (5) y destinada a todas las naciones (6). La tradición de la Iglesia, desde su comienzo aplicó estos cánticos a Cristo (cfr. Mt 12,18-21).
42,10-13 Himno. Normalmente el canto y las canciones son para animar, para transmitir alegría. Aquí el profeta incita a entonar cantos nuevos de alabanza al Señor, cantos en los que toda la creación alaba a su Señor. Contrasta este tono con el de Sal 137,1.
42,14-17 Nueva salvación. La intervención de Dios es inminente, según lo intuye el profeta; y su intervención tiene como objeto transformar la realidad de oscuridad y muerte en una nueva época de luz y de vida para quienes han confiado y esperado en Él. Su acción es exclusiva, ningún otro dios es capaz de dar confianza y seguridad a quienes le invocan (17).
42,18-25 Ceguera del pueblo. Aquí el siervo es el pueblo de Israel, que debería ser el mensajero de Dios pero que no puede anunciar lo que no quiere percibir. Padece una ceguera y sordera para comprender su propia historia así como se la interpreta el profeta. Israel no ha entendido por qué ha caído en el destierro. Una interpretación meramente política sería pensar que la total destrucción de las estructuras sociales y religiosas son el resultado de la superioridad militar de Babilonia. Un discurso facilista sería decir que después de tocar fondo, todo tiene que ir mejor. No, Israel debe entender que si Dios decide restaurarlo, es para una misión.
43,1-7 Rescate del pueblo. Uno de los pasajes más alentadores del “Libro de la Consolación". Es una invitación a leer la historia desde la fundación del pueblo, un retorno a la alianza; Israel pertenece entrañablemente al Señor: “Tu eres mío” (1). Dios ama tanto a su pueblo que está dispuesto a pagar cualquier precio para redimirlo. ¿Hay algo más precioso que la sangre de Cristo? (Gál 2,20).
43,8-13 El pueblo, testigo de Dios. Dios convoca a Israel a salir de su ceguera y sordera y ser testigo ante las naciones de su experiencia histórica del poder salvador del Señor, el único Dios verdadero. Cuando Dios actúa en la historia, nadie puede evitar el cumplimiento de sus designios (13)
43,14-21 Salvación. El nuevo éxodo que Dios realizará en favor de su pueblo será aun más maravilloso que aquel éxodo de Egipto (cfr. 52,11s).
43,22-28 Requisitoria contra el pueblo. Dios está dispuesto a bendecir a su pueblo pero éste, como su antepasado Jacob, se resiste y revela en contra del Señor de dos maneras: no rindiéndole culto y sobrecargándolo con sus pecados.
44,1-8 Dios consuela a su pueblo. Teniendo en cuenta la obstinación de su pueblo, el Señor le promete una transformación desde adentro que lo hará florecer con el don de su espíritu. Dios se presenta como “El primero y el último” (6), el Señor de la historia en quién Israel debe confiar (cfr. Ap 1:8).
44,9-20 Sátira contra la idolatría. Sátira contra los ídolos y contra sus adoradores. La Biblia es contraria a esta práctica y lo demuestra el gran número de pasajes que tratan sobre este tema (Gn 35,2; Éx 20,3.23; 23,24.33; 32,31; 34,17; Dt 5,7; 6,14; 7,16, etc.).
44,21-23 Redención de Israel. Para quienes se sientan olvidados o rechazados por Dios, y están tentados a cambiarlo, este mensaje es de esperanza y de recuperación de su fe; el mismo Dios que ha creado a cada uno, se ocupa de todos, perdona y rescata.
44,24-28 Yo soy el Señor. Así como el Señor creó el universo por el poder de su palabra, ahora también decreta la liberación de su pueblo y la reconstrucción de Jerusalén, del templo, y de las ciudades de Judá. Dios se valdrá de su “pastor”, Ciro, el rey persa, superando todos los obstáculos para realizar su designio.
45,1-8 Investidura de Ciro. Dios llama a Ciro, un rey pagano que no lo conoce y lo unge para una misión muy especial que lo ennoblece: dar la libertad a su pueblo Israel. En la antigüedad, estos pueblos consideraban que su poderío militar era una manifestación del poder de sus dioses. Ante Ciro Dios se presenta como el único Dios creador y dador de la lluvia y la fecundidad. De esta manera el profeta indirectamente advierte a los Israelitas de no caer otra vez en la idolatría de los Baales. Así como los Asirios y Babilonios fueron instrumentos de Dios para castigar a su pueblo, ahora el Señor manifiesta su poder salvador en la historia de Israel por medio de Ciro.
45, 9-25 “Yo soy el Señor”. Este poema tiene una intensidad poética y teológica sin precedentes: conjuga el tema del monoteísmo con el de la soberanía de Dios sobre todos los pueblos. Con ironía el Señor se presenta como el único creador en oposición a los que fabrican ídolos. La imagen del alfarero es un llamado a dejarse formar y recrear por Él (cfr. Jr 18,1-11).
46,1-13 Contra los dioses de Babilonia – Dios, dueño del futuro. Dios descalifica a los dioses de los otros pueblos y alienta a Israel para confiar sólo en Él. Dios no tiene punto de comparación con los ídolos porque éstos son sólo fabricación humana y sólo pueden ser objetos de manipulación humana; no tienen autonomía, no existen.
47,1-15 Humillación de Babilonia y de sus magos. Ni la ciencia de los astrólogos, ni los adivinos podrán salvar la caída de Babilonia que será castigada por su arrogancia y su crueldad. Babilonia aparece personificada como una joven virgen, frágil y vulnerable a los abusos de sus captores. La caída de Babilonia se presenta en paralelo a la restauración de Israel. El Señor levanta al desvalido y derriba al orgulloso (cfr. Sal 147,6).
48,1-11 Pleito con el pueblo. El Señor se queja de la obstinación y rebeldía de su pueblo y le recuerda su infidelidad. A través del sufrimiento que culminó en el exilio, el Señor purificó a su pueblo; Ahora le ha abierto el oído para que escuche y sea fiel a su plan de liberación y restauración.
48,12-19 Misión de Ciro. Israel sólo tiene que escuchar (obedecer) la palabra del Señor para experimentar su poder creador (12-13) y recibir sus dones de paz y la justicia (18). Dios ama a quien cumple su voluntad como Ciro, el rey persa, a quien el Señor eligió y envió (14-15). Dios invita al pueblo a participar en un nuevo éxodo (17).
48,20s Salida de Babilonia. Orden de libertad que se convierte en un cántico de liberación. El Señor rescata a su siervo y tendrá cuidado de que no le falte ni siquiera el agua en su travesía hacia la tierra. Con este anuncio del fin del destierro se cierra prácticamente el tono de los discursos de los capítulos 47–48.
49,1-13 Segundo cántico del siervo: La misión. El siervo del Señor tiene las características del mesías: es elegido antes de nacer y permanece oculto hasta su revelación (cfr. Is 30,20). Él es el hombre escondido por generaciones (2) revelado por Juan Bautista que vendrá a liberar la creación entera (Jn 1,26-34). El título del “Siervo de Yahvé” a veces se aplica a Israel como un colectivo (Is 41,8-9; 43,10). Sin embargo, insistentemente en Isaías como también en los otros profetas y en el libro del Éxodo (Éx 17,3-4; 32,9), el pueblo es presentado como rebelde y obstinado. El siervo aquí, por lo contrario, es una persona de quien el Señor está orgulloso (3) que redimirá a Israel (7). Además, en los vv. 5-7 se habla del pueblo y del siervo como dos entidades distintas: a) el siervo que tiene la misión de reunir, restaurar y redimir; b) Israel es el beneficiario de la acción del siervo.
49,14-26 Consuelo de Sión. Personificada como una mujer abandonada por su marido, Jerusalén se queja ante el Señor (14). Dios le asegura a Sión que su queja es infundada porque su amor y ternura por ella es aún más fuerte que el de una madre por el hijo de sus entrañas (15). El v. 17 trata de los exiliados que regresan y encuentran dificultades y hostilidad para reconstruir la ciudad. Ellos son tan preciosos para el Señor como las joyas de una novia (18). Dios los bendecirá con una descendencia numerosa (20), a tal punto que la ciudad se sorprenderá (21).
50,1-3 Pleito con el pueblo. Otra vez el Señor responde a las quejas del pueblo. En realidad Dios no lo ha abandonado; El destierro fue la consecuencia de sus pecados. Sin embargo Israel no debe desesperarse porque el Señor no ha firmado ningún acta de divorcio. El vínculo de la alianza sigue existiendo y Dios tiene el poder para liberar a su pueblo.
50,4-11 Tercer cántico del siervo: Sufrimiento y confianza. A diferencia de los otros cánticos, aquí el Siervo se introduce a sí mismo (4-9). Como discípulo y profeta está vinculado íntimamente a la Palabra de Dios: la escucha atentamente y la proclama valientemente; No se amedrenta ante los insultos y golpes, ni ante la más grande ofensa en aquel tiempo: “Me mesaban la barba” (6). Él confía que el Señor lo defenderá (8-9). Las dificultades que el siervo había encontrado para cumplir su misión en el segundo cántico se vuelven más concretas en éste que es como un puente para el cuarto, el cántico del siervo sufriente. Respetar al Señor supone obediencia a su siervo (10). Quienes siembran discordia y violencia (atizan el fuego) contra la palabra profética se destruirán a sí mismos y serán castigados por el Señor: “Así os tratará mi mano” (11).
51,1-23 Palabras de consuelo a Jerusalén. El profeta anima y consuela a los justos que escuchan al siervo, recordándoles sus antepasados Abraham y Sara a quien siendo estériles, Dios les dio una descendencia numerosa (2). Es el Señor, el creador (9) y libertador (10) quien asegura la victoria a los que permanecen fiel a su palabra (7) y los guía entre cánticos de alegría de regreso a Jerusalén (11). La intención del profeta es despertar al pueblo que ha experimentado la ira de Dios (17). La consecuencia de su pecado es la desorientación propia de los borrachos (21). Ahora la «copa de la ira» será puesta en manos de Babilonia que también tendrá que purgar sus faltas (23; cfr. Jr 13,13; 25,15-18; 48,26; 49,12).
52,1-6 Despierta, Sión. Jerusalén, que se creía abandonada por el Señor (Is 49,14), ahora es invitada a vestirse de gala para celebrar porque el Señor la libera del yugo de la esclavitud. Como ya lo había hecho ante la opresión de Egipto y Asiria, Dios ahora liberta a su pueblo de opresión de Babilonia.
52,7-12 El mensajero de la paz. Este mensajero del Señor trae la buena noticia de que el Señor vuelve a habitar en Jerusalén (7-10). Por eso los exiliados son llamados a volver a Sión desde Babilonia en procesión portando los vasos sagrados del Templo, sin la prisa a que se vieron urgidos al salir de Egipto (11-12; cfr. Éx 12,11).
52,13–53,12 Cuarto cántico del siervo: Su pasión y gloria. El último cántico del siervo fue considerado por la primera comunidad cristiana –la Iglesia– como la profecía más importante de la muerte y exaltación de Jesús (cfr. He 8,32-35). Al comienzo del poema Dios presenta a su siervo a quién ha llamado para una misión destinada a Israel y a las naciones (42,4; 49,5-6). El Señor también concluye el oráculo calificándolo como el inocente/justo que se ofrece por el pueblo (11). El “nosotros” del poema representa a Israel que es redimido por el sufrimiento de este siervo inocente que asume el castigo que le correspondería al pueblo (4-5). Esto es lo que más sorprende al profeta: la norma de la historia deuteronomista indica que el sufrimiento es el resultado del pecado (Jn 9,2). Además, y esto es algo sin precedentes en el Antiguo Testamento, el sufrimiento del siervo es redentor, es decir justifica al pueblo rebelde (5). Esta idea es reforzada con comparación del siervo con el cordero que va a ser sacrificado (cfr. Lv 9,3; 14,13.21.24; Jn 1,29.36; 19,33). Entre la exaltación del siervo pronunciada por el Señor al comienzo y al final del poema se muestran los distintos momentos de su vida desde su nacimiento y vida oculta (2), sufrimiento (3-7), condena y muerte (8), sepultura (9) y exaltación (10-11; cfr. Fil 2,6-11). La entrega del siervo herido/traspasado por los pecados del pueblo logra la conversión y el cambio de actitud de este (cfr. Za 12,10).
54,1-10 Fecundidad de la estéril. El Señor le habla con ternura y sin reproches a Israel como a una esposa que había sido abandonada y ahora es aceptada otra vez (7-8). Por el amor y la fidelidad eternas de Dios para con su pueblo (8.10), Jerusalén y las ciudades desiertas de Judá serán repobladas con los exiliados que regresan a su tierra (2-3). La “alianza de paz” indica la plenitud de la bendición del Señor y la protección del pueblo de cualquier mal futuro (cfr. Nm 25,12; Ez 34,25).
54,11-17 Reconstrucción de Jerusalén. Estos versos se proyectan más allá de la historia. Dios está fundando una ciudad eterna (cfr. Ap 21,18-21), segura y preciosa que ya no sufrirá ni será humillada como antes (14), reforzando la promesa hecha a Noé (54,9) que nunca más las aguas destruirán la tierra. Dios controlará la industria de las armas y su poder destructor para asegurar la paz (16).
55,1-5 Alianza del Señor. Dios invita a los exiliados en Babilonia a volver y a participar en un banquete que Él mismo preparará para sellar una alianza eterna (2-3; cfr. Éx 24,9-11). En el libro de Proverbios, la Sabiduría personificada también hace una invitación similar (Pr 9,1-6). La profecía hecha a la casa de David se cumplirá (cfr. 2 Sm 7). La nación persa es el pueblo que sin conocer al “Santo de Israel” le concede la libertad.
55,6-11 La Palabra del Señor. El profeta interviene en los vv. 6-7 para exhortar a los exiliados a responder a la invitación del Señor en el tiempo oportuno. La misericordia de Dios tiene caminos y modos que son misteriosos para nosotros (8-9) y su palabra es eficaz; tiene el poder de generar vida, alimentar, sustentar y renovar la creación (10-11).
55,12s Epílogo: salida de Babilonia. Estos dos versículos finales concluyen todo el llamado «Libro de la Consolación», dejando en la mente de los oyentes las imágenes del retorno o del nuevo Éxodo (cfr. 43,19; 44,3s).
56,1-8 Fin del exclusivismo. Aquí comienza el “Tercer Isaías”. Se trata de un conjunto de oráculos de diversa autoría del tiempo inmediatamente posterior a la restauración del templo en 537 a.C. antes de la restauración de Ezra y Nehemías. La salvación está próxima y está asociada a la observancia del Sábado, que es una de las características más sobresalientes del judaísmo postexílico. En contraste con Dt 23,1-8 y la intención de Ezra y Nehemías de conservar la pureza racial excluyendo a los extranjeros, el profeta promete total integración al culto para eunucos y no-israelitas, anticipando las afirmaciones de Jesús sobre el celibato por el Reino de los cielos (Mt 19,12) y el envío de sus apóstoles a anunciar la buena noticia a todos los pueblos (Mt 28,16-20)
56,9–57,2 Perros mudos. Si bien la situación del postexilio es nueva, un problema viejo resurge: la corrupción e ineptitud de los líderes de Israel. Como contrapunto, el profeta asegura la paz para los justos (57,2).
57,3-13 Idolatría. Esta tentación se renueva en el postexilio. Al juicio y castigo de los idólatras se contrapone la recompensa para aquellos que se refugian en el Señor (13b).
57,14-21 Consuelo. Dios no es inaccesible, sino que condesciende para vivir con los humillados y oprimidos (15). El Señor sabe de la fragilidad humana y promete sanación a aquellos que ha herido con el castigo (16-18). Sin embargo, la reconciliación no es posible para el malvado que persiste en su pecado (19-21).
58,1-12 El ayuno. Este poema trata sobre el culto falso y el verdadero. De nada sirve una celebración litúrgica perfecta de acuerdo con las rúbricas sin que ésta sea acompañada por la práctica de la caridad con los desvalidos. El culto verdadero es aquél que se convalida con las obras de misericordia.
58,13s El sábado. La observancia del Sábado se convirtió en el fundamento de la piedad postexílica.
59,1-15a El pecado, obstáculo a la salvación. En continuidad con el capítulo anterior encontramos aquí una especie de liturgia penitencial que se desarrolla en forma de diálogo entre dos coros. La idea central es que la salvación prometida tarda en realizarse, pero eso no es un capricho de Dios, sino consecuencia del pecado humano (1s).
Los versículos 3-8 presentan el motivo del acto penitencial. El pueblo tiene que reconocer humildemente sus culpas (9-15).
59,15b-20 Interviene el Señor. La intervención del Señor, aunque se describe con la imagen de un guerrero, no tiene como finalidad destruir, sino salvar y restituir el orden perdido por la irresponsabilidad humana.
59,21 Oráculo de salvación. Promesa de la perpetuidad de la Alianza con Israel. Dicha perpetuidad consiste en la presencia siempre viva y actuante del Espíritu que se manifiesta –y se manifestará– a través de la Palabra (cfr. 40,7s; 51,16; 61,1; Jr 1,9).
60,1-9 La luz de la nueva Jerusalén. Esta luz es la bendición de Dios, su Gloria que vendrá a habitar en Jerusalén. Los hijos de Sión volverán a ella y hacia ella confluirán todos los pueblos con sus riquezas. Este poema se usa para la liturgia de la fiesta de la Epifanía; Jesús es la luz de las naciones (Lc 2,32).
60,10-18 Homenaje de los pueblos. El Señor llama a Jerusalén a despertar y levantarse porque su gloria llega para habitar en ella. La gloria de Dios con su belleza y su luz atraerá a todas las naciones. Así, una vez que Jerusalén y su santuario (“mi casa” v. 7) sean restaurados, se convertirán en una señal de esperanza y de paz para todos los pueblos. La frase “el orgullo del Líbano” (13) se refiere al poder transformador de Dios que obra tanto en Israel como en las otras naciones (cfr. Is 29,17; 32,15).
60,19-22 Luz perpetua. Ahora el tema de la luz reaparece pero en una forma apocalíptica como en Ap 21,23; 22,5 para indicar como la presencia luminosa de Dios o la gloria de Dios reemplaza la luz del sol y de la luna. El sueño del pueblo es la realización de la promesa que Dios le había hecho a Abraham: la posesión de la tierra y la descendencia numerosa (21-22).
61,1-3 Misión del profeta. La unción en la Biblia supone siempre una misión. El Señor envía a su ungido a anunciar el año de gracia. Este año teóricamente debía celebrarse cada 50 años dando la libertad a los esclavos, devolviendo las tierras a sus poseedores ancestrales y perdonando las deudas. Los pobres campesinos eran víctimas de las inclemencias del tiempo, de las hambrunas y de los oportunistas por lo que muchas veces terminaban sirviendo como esclavos. El año de gracia es usado como una metáfora de la salvación y restauración del pueblo que Dios obrará (cfr. Lc 4,18-19).
61,4-9 Restauración. Esta restauración implica una renovación resultando en una identidad y una misión totalmente nuevas. Ese es el significado del nuevo nombre que el Señor le impone a la ciudad (3). Se trata de un pueblo sacerdotal que ejercerá su ministerio para las naciones (6).
61,10–62,9 La nueva Jerusalén. Este poema recurre al matrimonio como metáfora para comunicar la calidad del amor de Dios para con su pueblo (cfr. 62,5). Un amor fiel y comprometido que promete renovar la alegría de la alianza (5). La sostenibilidad de la agricultura asegura la paz (8-9).
62,10–63,6 Llegada del salvador victorioso. Los temas de la luz, la gloria y la transformación se continúan desarrollando aquí con el trasfondo de los motivos nupciales. Dios no se quejará más de su Jerusalén sino que por el contrario, ahora ella será su deleite y su alegría (4). La vida en el cielo nuevo y en la tierra nueva supone que el pueblo disfrutará el producto de su trabajo (Is 65,17-25).
63,7-14 Meditación histórica. Este poema es una lamentación de la comunidad en el exilio reconociendo su infidelidad pasada y recordando los portentos que Dios obró en el éxodo. El regreso del exilio es considerado un nuevo éxodo. El profeta, representando al pueblo, invoca la protección divina.
63,15-19a Invocación a Dios Padre. Si bien Abraham es el padre de Israel (cfr. Is 51,2), en la situación del exilio no los puede ayudar porque es un padre lejano en la historia (16). Sólo Dios es un padre presente y redentor.
63,19b–64,4a El pueblo pide una teofanía. Una manifestación gloriosa de Dios, como la que el pueblo había experimentado a los pies del monte Sinaí (Ex 19,16-20), es evocada en el bautismo de Jesús cuando los cielos se abrieron (Mt 3,16; Mc 1,10; Lc 3,21).
64,4b-11 Confesión del pecado y súplica. El pecado hace que nuestra vida se marchite. Si no invocamos a Dios, Él calla y experimentamos el vacío. La obstinación de los que abandonan a Dios provoca una ruptura en la relación: Dios oculta su rostro (6). Sólo reconociendo a Dios como padre y creador el pueblo se atreve a implorarle la restauración.
65,1-7 Denuncia y amenaza. La respuesta de Dios a la pregunta del profeta “¿Te vas a quedar callado?” (64,11) se encuentra aquí “Aquí estoy, aquí estoy” (1). Dios había estado esperando a su pueblo rebelde que no quería saber nada de Él. La responsabilidad no era de Dios, sino del pueblo que se había alejado de Él practicando el culto a los ídolos (3-4). Es por eso que Dios los castigará (6-7).
65,8-16 Suerte de buenos y malos. El resto fiel de la descendencia de Jacob que busca al Señor (10), será restablecido en Sión donde prosperará. Por el contrario, los malvados que abandonaron el templo del Señor serán destruidos (v. 11; cfr. Ap 18,1-3).
65,17-25 Nueva creación. La corrupción y la impureza que ocasionó la apostasía en la naturaleza son tan profundas que Dios en su misericordia decide crear un cielo nuevo y una tierra nueva para darle a su pueblo y a la humanidad una oportunidad de comenzar de nuevo a partir del resto fiel de Israel (cfr. Ap 21,1-2). La esperanza y la alegría contrastan con el pasado de infidelidad y sufrimiento del pueblo.
66,1-4 El culto auténtico. El culto que le rinden en el templo está viciado de hipocresía, superficialidad y puro ritualismo. El profeta no está criticando el culto ni el Templo en sí, que es el corazón de la “Torah” o la ley (el Pentateuco), sino el culto que no es sincero y excluyente de todos los ídolos y que no se manifiesta en actos de generosidad y amor hacia los desvalidos y desamparados.
66,5-6 Juicio. Los humildes que “tiemblan” o “se estremecen” ante las palabras de Dios y le rinden el verdadero culto son aborrecidos por los idólatras. La comunidad postexílica experimentó tal división (cfr. Esd 9,4; 10,3). Los abusos en la liturgia de los sacrificios mencionados anteriormente van a ser castigados severamente (6).
66,7-14 Un pueblo renace. Jerusalén es personificada como una madre que da a luz al pueblo. Los dolores de parto son premiados con la alegría de la vida nueva que nace. Dios es quien “abre la matriz”, y hace que el nacimiento sea posible. El v. 13 muestra a Dios como madre (cfr. Sal 131). Todos los frutos de paz que Israel experimenta tienen a Dios como autor (cfr. Sal 126,1).
66,15-17 Juicio de los pueblos. La restauración está relacionada con el juicio en el cual Dios condena a los sacrílegos y apóstatas (cfr. Ap 18,8).
66,18-24 Reunión de todos los pueblos. El Señor convoca a los pueblos vecinos de Israel y a las naciones más lejanas envía mensajeros que proclamen allí su gloria para que todos sean reunidos en Jerusalén. Esta dimensión universal de la salvación es confirmada en el envío de Jesús a sus discípulos (Mt 28,18-20). El cielo nuevo y la tierra nueva y las lunas y los sábados representan el nuevo espacio y tiempo sagrados respectivamente a los cuales todos los pueblos son invitados (cfr. Ap 21,22-27).