Jeremías
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Introducción
La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.
El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14.18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.
El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18–12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46–51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1–8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).
Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.
1,1-3 Introducción. Estos primeros versículos introductorios ambientan el ministerio de Jeremías en un lugar y una época concretos. «Palabras de Jeremías...» Es el título del libro. Jeremías era de Anatot, una pequeña población a unos 5 kilómetros de Jerusalén en las tierras de Benjamín. Su familia probablemente pertenecía al clan sacerdotal de Abiatar que había sido desafectado del Templo por Salomón y reemplazado por los sacerdotes del clan de Sadoc (1 Re 2,26; 35). La sucesión de reyes mencionada en el versículo 2 nos ubica entre el 640 y el 587 a.C.; si Josías reinó en Judá del 640 al 609 a.C., el «año trece» corresponde al 627 a.C., posible año de la vocación de Jeremías. La deportación o destierro mencionado en el versículo 3 tuvo lugar en el 587 a.C. (cfr. 2 Re 25,8-21). Jeremías no fue deportado a Babilonia, permaneció por un tiempo en Jerusalén hasta que fue llevado a Egipto por un grupo de judíos que se refugiaron en aquel país (cfr. Jr 42–44).
1,4-10 Vocación de Jeremías. Los versículos del 4-10 nos narran la vocación de Jeremías. Es interesante comparar este relato con otros también vocacionales: Éx 3,1–4,17; 1 Sm 3; 1 Re 19,19-21; Is 6; Ez 2s; Lc 1,26-38. En todos podemos constatar un esquema literario similar: Dios irrumpe en la conciencia de la persona; el elegido se asombra, no entiende muy bien de qué se trata; el Señor le confía una misión; el elegido se resiste, se siente demasiado limitado o demasiado pequeño para dicha misión; el Señor pronuncia siempre una última palabra de ánimo y de respaldo, «no temas, yo estoy contigo».
Conviene destacar que el «espacio» en el que irrumpe la llamada de Dios es muy variable: en el caso de Moisés, Dios lo llama mientras cuida las ovejas de su suegro (Éx 3,1); Samuel es aún un niño que vive en el santuario de Siló bajo el cuidado de Elí (1 Sm 3,1s); Eliseo está trabajando con sus bueyes (1 Re 19,19); Isaías se encuentra en el templo participando de una impresionante liturgia (Is 6); Ezequiel se halla entre los deportados de Babilonia, esto es, en tierra extraña, en donde quizás ni se le había ocurrido que pudiera hacerse presente el Señor (Ez 1,1s). Todo lugar, todo tiempo y toda circunstancia son aptos para «escuchar» la voz de Dios que llama a colaborar con su proyecto. Dios elige al profeta antes de que éste haya sido concebido y lo consagra cuando aún estaba en el seno materno (5). La santidad es el mismo ser de Dios. Dios invita al profeta a entrar en su intimidad por la Palabra, lo separa del mundo haciéndolo Suyo para luego enviarlo con una misión que nace en el corazón mismo de Dios. Santificación y misión son dos aspectos de la misma consagración (cf. Jn 17,17-19).
Dios propone, invita, pero no condiciona ni obliga a nadie a seguirlo; por encima de todo está la libre voluntad de la persona para decir sí o no a la invitación.
La misión inherente a la vocación profética es superior a las fuerzas de cualquier humano, sin embargo, y aquí está el único aliciente para decir sí, la misión no es del profeta, la misión es de Dios; el profeta vive de la Palabra de Dios y es quien lleva el sentir de Dios al pueblo, en comunión con Aquél que siempre está con él (vv. 8.19). Jeremías es enviado a un pueblo que ha abandonado a Dios y lo ha cambiado por ídolos hechos por sus propias manos (16). Dios le anticipa que la misión será ardua y difícil (18).
1,11-19 Dos visiones de Jeremías. Un par de visiones de alto contenido simbólico cierran el relato de la vocación de Jeremías y al mismo tiempo insinúan el contenido programático de su misión. La primera visión de la rama de almendro (11), que florece antes que todos los otros árboles, simboliza el juicio que pronto llegará para Israel porque Dios cumple puntualmente su palabra. El traductor prefiere usar la palabra “alerce” para usar una paronomasia española “alerce / alerta” imitando la semejanza sonora de “almendro” con “madrugar” en hebreo. La segunda muestra el origen político de las calamidades de Israel, el caldero hirviendo en el norte que comienza a desbordarse hacia el sur (14); se trata de Babilonia, que ha comenzado a surgir en el panorama internacional y pronto hará sentir las pisadas de sus tropas; la presencia de las tropas caldeas en tierra cananea y egipcia será leída por el profeta como una intervención de Dios que castiga a todos por sus pecados e infidelidades (15s). Los versículos 17-19 terminan de enmarcar la vocación-misión de Jeremías; de nuevo se subraya que será una misión difícil en la que se verá enfrentado con todos los estratos del pueblo: rey, sacerdotes, y pueblo de la tierra (18b). Con todo, ahí estará Dios para sostenerlo, para hacerlo invencible (19).
2,1-13 Vuelvo a pleitear con ustedes. Los capítulos 2–6 contienen las primeras intervenciones públicas de Jeremías, donde queda planteado lo esencial de su mensaje: infidelidad del pueblo, castigo purificador y perdón. Jeremías recurre a la figura de la unión conyugal (cfr. Os 1–3) para resaltar la cercanía y el amor del Señor para con su pueblo desde el principio.
No se mencionan los pecados de Israel en el desierto cuando apenas salió de Egipto (Éx 17,1-7; 32; Nm 20,1-13), a diferencia de Ez 16. Dios se dirige a Su pueblo ya establecido en Canaán y le pide cuentas por haberse olvidado de Él, su Esposo.
La gran tentación del pueblo en Canaán son las divinidades y cultos de los pueblos que allí habitaban que respondían a cada situación vital: la lluvia, las cosechas, las tempestades, la fertilidad, etc.; sólo más tarde van a caer en la cuenta de que el mismo Dios que los liberó de la mano de Egipto es el que les proporciona todo lo necesario para vivir, comenzando por la lluvia (cfr. Lev 26,4; Dt 11,14; Job 5,10; Sal 68,9, etc.). La ironía es una forma de plantear la situación del pueblo que abandona al Señor que es la “fuente de agua viva” y en su lugar cava “pozos agrietados” que no logran contener el agua… (cf. v. 13).
2,14-22 Tu maldad te escarmienta. Alusión a los períodos de opresión que vivió Israel a manos de egipcios y asirios. El profeta interpreta esa dominación como consecuencia de su infidelidad al Señor. La infidelidad que se describe en esta acusación está en relación con el culto que Israel ha dado a otros dioses. Con el culto a otras divinidades se rechaza al único Dios al que Israel debe servir, un Dios que antes que nada es liberador y fuente de vida, características que no posee ningún otro dios.
2,23-37 ¿Por qué me entablan pleito? El pueblo insensato pleitea en contra del Señor aduciendo inocencia y acusándolo de enviar calamidades (30.35). Dios se defiende haciéndole ver todas las infidelidades que ha cometido al irse detrás de otros dioses, es decir, imitando la manera como otros pueblos rinden culto a sus ídolos y rigen su destino político. El texto refleja la tentación de Israel para hacer pactos o alianzas con otros pueblos, lo cual es un rechazo de la única alianza posible para Israel que es exclusiva con Dios.
3,1-5 ¿Podrás volver a mí? Aquí recurre el tema de la relación esponsal de Dios con su pueblo. Se trata de un amor de alianza, de comunión y fidelidad. Invocando un caso legal difícilmente realizable en la mentalidad semita (cfr. Dt 24,1-4), Dios estaría dispuesto a quebrantar esa ley, si Israel se convirtiera de corazón, si volviera sobre sus pasos y olvidara sus anteriores andanzas en pos de otros dioses. Pero Israel continúa en su cinismo prostituyéndose cada día más.
3,6-11 Las dos hermanas. Dios acusa al reino del Norte (Israel) de apóstata, aunque agrega que esperaba su eventual regreso, lo que no sucedió. El reino de Judá habiendo sido testigo del pecado de “su hermana” y de su destierro, no reacciona y actúa aún peor que Israel. Aunque pretende haber vuelto a Dios, su regreso no fue sincero. Esta alegoría-oráculo es un llamado al arrepentimiento de Judá.
3,12-22a Vuelvan, hijos apóstatas. Estos oráculos se sitúan en tiempos del rey Josías (v. 6), que había recuperado gran parte de las tierras que habían pertenecido al reino del Norte. La Palabra de Dios se dirigía a aquellos sobrevivientes de las tribus norteñas que no habían sido llevados al exilio después de la caída de Samaría a manos de los asirios en 722 a.C. Esos oráculos antiguos se aplican ahora para exhortar al arrepentimiento y a la penitencia a los exiliados que partieron hacia Babilonia en 597 a.C. En el trasfondo de la alegoría de “las dos hermanas” precedente se aprecia con más intensidad el juicio de Dios y su urgente llamado para que su pueblo vuelva a Él.
3,22b-25 Respuesta de Israel. Israel reconoce humildemente su desobediencia al Señor. Se ratifica que el principal obstáculo para las sanas relaciones entre el pueblo y Dios son los cultos dados a otras divinidades.
4,1-4 Nueva exhortación al arrepentimiento. Dios manifiesta su intención de volver a acoger a su pueblo sólo a condición de que su comportamiento esté más de acuerdo con Su voluntad. La circuncisión ha pasado a ser un signo meramente exterior, de ahí que el Señor llame la atención sobre la necesidad de mostrar una disposición interior que esté en sintonía con la alianza que Él selló con su pueblo. De nada vale estar circuncidado si en la vida ordinaria se desprecian los mandatos del Señor.
4,5-18 Mírenle subir. Dios, a través de Jeremías, previene a los habitantes de Judá para que se pongan a salvo. El Señor se vale de Babilonia, “un asesino de pueblos” (v. 7) para castigar a Judá. Jerusalén tiene que prepararse para ser invadida y asediada. El castigo es consecuencia de la conducta de Israel que ha corrompido su corazón revelándose contra su Dios (18).
4,19-26 El alarido de guerra. El profeta describe la situación de muerte y desolación con dos lamentos y Dios responde acusando al pueblo de su culpa. El incendio de su ira arrasa todo a su paso, pues Israel es un insensato, diestro para el mal e ignorante para el bien (22).
4,27-31 El grito de Sión. Dios responde a la visión caótica del profeta. Vendrá un castigo inevitable, aunque no será totalmente devastador. Se presenta en tres etapas. Primero la huida de los habitantes (v. 29). En un segundo momento se presenta la ilusión de una seducción engañosa (v. 30). Por último, los gritos de Sion son los de una mujer que da a luz; Al final el dolor abre camino a la esperanza (v.31).
5,1-31 ¿No he de vengarme yo mismo? El análisis de la realidad que hace el profeta y que pone en boca de Dios da como resultado que, a simple vista, los signos de comportamiento del pueblo son propios de gente ignorante, sin instrucción, fruto de puras inclinaciones naturales. Al examinar el modo de actuar de los instruidos y conocedores de la ley de Dios, su conducta es todavía peor: todos han renegado de Dios (6.12); adoran ídolos y juran por ellos (7), se han prostituido (7); además, descuidan la justicia y el derecho (26-28). La decisión divina es castigar haciendo que sobrevenga la invasión con todas sus consecuencias: servidumbre, saqueo y tributo al pueblo dominante (15-17). El mar se presenta como un ejemplo de respeto a los límites establecidos por el Señor (22). Israel, al contrario, no respeta al Señor (24) ni a los pobres del Señor (28), y por eso trastorna el orden de la naturaleza (25).
6,1-7 Amenazas contra Jerusalén. El profeta pone en guardia a los benjaminitas que habitan en Jerusalén. Podría tratarse de algunos miembros de la tribu de Benjamín que se habían refugiado allí, quizá desplazados por la violencia vivida desde la guerra siro-efraimita. Benjamín era el territorio más pequeño, ubicado entre el norte de Judá y el sur de Efraín (cfr. Jos 18,11).
Jerusalén es descrita como un pozo de contradicciones; hay mentira, engaño, opresión, y por eso será visitada; si la ciudad se cree una pradera, será invadida de rebaños y pastores, pero no para deleitarse en ella, sino para destruirla; la imagen hay que entenderla como ejércitos y jefes. Los israelitas tenían la convicción de que en sus guerras el Señor iba adelante combatiendo a favor de ellos (cfr. Dt 1,30; 20,4); sin embargo, el mismo Jeremías constatará que dicha compañía ya no será posible, puesto que el mismo Señor ha decidido no sólo abandonar los campamentos israelitas, sino atacarlos (cfr. Jr 21,5).
6,8-15 Anuncio del castigo. A pesar de la inminente amenaza de invasión, nadie cae en la cuenta de lo que sucede; el mismo profeta siente pesimismo de ser escuchado cuando hasta la misma Palabra de Dios es objeto de burla (10); con todo, mientras el ambiente moral y religioso se pinta tan sombrío, pues ni profetas ni sacerdotes dan ejemplo y hasta maquillan la realidad (14), la Palabra tiene que ser anunciada a otro auditorio que casi nunca es tenido en cuenta: los muchachos y grupos de despreocupados jóvenes de las calles (11). Es necesario que la Palabra de Dios se anuncie siempre a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella (cfr. 2 Tim 4,2) y que esa Palabra, que no es nuestra, sino de Dios, aunque no agrade a muchos, se anuncie en todo momento y que desenmascare a quienes son expertos en maquillar la realidad y adormecer la conciencia del pueblo.
6,16-21 Rebeldía de Israel. Israel es un pueblo obstinado y terco; ha sido avisado de la situación que se avecina, pero no hace caso; por todos los medios se le ha insinuado que rectifique su camino; sin embargo, continúa andando tercamente en contravía del plan del Señor. Su obstinación y su culto vacío son motivo aquí de denuncia por parte de su mismo Dios.
6,22-30 Invasión del norte. Esta sección es similar a la de 6,4-8, con la diferencia que aquí en vez de invitar a la conversión, Dios hace un llamado al luto, a llorar como por un hijo único (cf. Zac 12,10). Ante la indiferencia de Judá, la destrucción es inminente.
7,1-15 Sermón sobre el templo. Este es un momento crítico en la actividad profética de Jeremías. El templo es el centro de la tierra prometida y lleva el “Nombre” del Señor: allí los fieles y el pueblo de Israel pueden invocar al Señor y rendirle culto. Allí Él los escucha y acepta sus ofrendas. Esta presencia de Dios está condicionada a la fidelidad a la alianza: la acogida al extranjero, el cuidado de los más débiles, el respeto de la vida, la exclusión de la idolatría… (6).
En la memoria está el recuerdo de cuando las tropas asirias desistieron de destruir Jerusalén, lo cual fue para sus habitantes un claro signo del poderío del Señor (cfr. 2 Re 19,32-34; Is 37,33-35). Israel se confió demasiado y se creó una falsa seguridad absolutizando el templo y el culto con la intención de manipular a Dios a su antojo. Dios también les hace recordar lo acontecido con el antiguo templo de Silo que después de la derrota ante los filisteos, nunca volvió a ser utilizado (cf. Jos 18,1; 1 Sam 3; Sal 78,60).
7,16-20 No valen intercesiones. Tal como están las cosas, hasta Dios mismo se resiste a escuchar la oración del profeta a favor del pueblo. Ni el mismo pueblo parece muy interesado en la intercesión de Jeremías, pues están muy empeñados en rendir culto a otras divinidades; aquí se menciona, en concreto, a la «reina del cielo». Al parecer, se trataba de una divinidad muy popular conocida también como «Diosa madre»; en Mesopotamia la llamaban Istar, y en Canaán Astarte; su culto y rituales estaban orientados a la fertilidad.
7,21-28 No vale el culto. Se trata del culto mal entendido como una condición de la Alianza en la que no se encuentra ningún mandamiento sobre los sacrificios y prácticas cúlticas. A Dios no le satisfacen los sacrificios de un pueblo infiel (21). Si bien Jeremías proviene de una familia sacerdotal, es fiel a la doctrina deuteronomista según la cual el culto está supeditado a la obediencia a Dios. En el versículo 23 se cita precisamente el núcleo de la Alianza, el compromiso de adhesión que adquirió Israel en el momento de su fundación en el Sinaí: ser el pueblo de Dios, del Dios que los había liberado del poder egipcio.
7,29–8,3 Duelo por el valle de Ben-Hinón. El cabello largo significaba la consagración de los nazareos (Nm 6,5-9). Nazar es un verbo hebreo que significa consagrar, separar. Israel ya no es más un pueblo consagrado (ver 7,1-15) La contaminación del templo con ídolos y la aberración del sacrificio y holocausto de niños, siguiendo el culto de otros pueblos de Canaán, alejan al pueblo de Dios que vaticina la muerte y la desaparición de los pueblos de Judá junto con sus reyes, sacerdotes, profetas y príncipes.
8,4-17 No quieren convertirse. En el texto se percibe la invasión babilónica. Se usa seis veces la raíz del verbo “volver” pero Israel no sigue el ejemplo de las aves migratorias que retornan a su lugar de origen (7). Judá ha perdido la capacidad y la voluntad para reconocer su culpa y se resigna a su trágico destino retirándose a las ciudades fortificadas que aún quedan para llorar y esperar la muerte (14). Los sonidos de la derrota se aproximan (15-16). Algunos se niegan a aceptar que Dios pueda sufrir, pero el texto lo dice así claramente. La Biblia tiene que ser leída como un todo dinámico que encuentra su clímax en la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios.
8,18-23 Llanto del profeta. Jeremías ama entrañablemente a su pueblo y sufre las consecuencias de su obstinación. A la pregunta del profeta Dios responde con otra pregunta irónica que es una denuncia: el Pueblo lo irritó con ídolos foráneos (19). Jeremías no logra entender la incurable ceguera del pueblo que no percibe su propio pecado (22).
9,1-10 Depravación de Jerusalén. No sólo es Jeremías quien llora; Dios también sufre; Tanto que se quiere retirar de un pueblo que se resiste a conocerlo (2.5) y que usa sus lenguas para atentar en contra de la verdad destruyendo la cordialidad y la confianza. De esta manera el pueblo destruye los cimientos para construir la comunidad de la alianza (3-4). Esta corrupción del pueblo elegido afecta también a la creación (9).
9,11-25 No sabios, sino plañideras. A esta altura, el conocimiento del Señor es una empresa inútil para un pueblo terco como el de Israel, por eso ya no hacen falta sabios. Sólo queda hacer luto y llorar, de ahí la invitación a las “Plañideras” o “lloronas”. La tozudez y la dureza de corazón llevan al pueblo a un punto de no retorno (cfr. Sal 81,13).
10,1-16 El Señor y los ídolos. Estos versos presentan una sátira comparando los ídolos, hechura de manos humanas, con el Dios Rey de las naciones y creador. La idolatría practicada por los pueblos vecinos es una tentación siempre presente para Israel; Implica tanto un rechazo del Dios Creador como un volverse hacia un producto del orfebre que se convierte en un sustituto de Dios. El encuentro personal con Dios supone un compromiso y una exigencia, como se puede ver en el caso de Jeremías. Todo lo que nos hace evitar tal relación con Dios todo poderoso se puede convertir en una forma de idolatría para nosotros.
10,17-25 Los rebaños se dispersan. El fin es ya inminente e inevitable. El profeta le pide al pueblo huir del asedio (17) basándose en la palabra del Señor que le fue revelada (18). La ciudad personificada grita de dolor (19-20). El enemigo del norte está a punto de llegar para arrasar con todo (22). Los reyes son guías que prescindieron de Dios (21). Finalmente, el profeta angustiado intercede por Jerusalén (23-25).
11,1-12 Los términos de la Alianza. Dios le recuerda a su pueblo los términos de la Alianza cuyo cumplimiento no ha respetado. Dicho incumplimiento motivó a la escuela deuteronomista a proponer una vuelta a los orígenes, visto que Israel se había descarrilado casi por completo del camino propuesto en el Sinaí, al salir de Egipto. Aquella propuesta deuteronomista obtiene en parte el beneplácito del rey Josías al proclamar el 622 a.C. una reforma religiosa (2 Re 23), cuya causa aparente fue el hallazgo en el templo de un rollo que contenía la Ley original de Moisés (cfr. 2 Re 22,8). Israel había sido escogido de entre todos los pueblos y llamado a ser y vivir como pueblo del verdadero Dios, el Señor (4). Su compromiso como pueblo de la Alianza es el de obedecer a Dios (7). Pero Israel no escuchó la voz del Señor, prefirió seguir en pos de otros dioses que nunca fueron garantía de vida. Dios se propuso ser para el pueblo fuente de vida, camino de libertad (4). Por el contrario, Israel siguió a otros dioses (10.12s.17) que no ofrecen vida, sino que la absorben, llevando al pueblo a encrucijadas de muerte.
11,13-17 Ni rezos, ni culto, ni elección. Estos versículos amplían los términos de la denuncia de la sección anterior. Israel ha sido infiel a la alianza adorando a otras divinidades, que en lugar de ayudarlo a levantarse lo hunden cada vez más y lo alejan del único Dios que Israel se había comprometido a seguir. Lo que el profeta considera más grave es que, al tiempo que se da culto a otros dioses, también se le ofrezcan sacrificios al Señor y se acuda a Él como si nada.
11,18-23 Confesiones de Jeremías: Inicio de la persecución. Las palabras de Jeremías no son bien recibidas ni por el pueblo, ni por sus vecinos, ni por su misma familia, por lo cual su ministerio le pone en riesgo de muerte. Pero el profeta no da marcha atrás, pese a las amenazas contra su vida; su tarea, fijada ya en 1,4-10, tiene que seguir su curso; su convicción más profunda es que ésta es una causa del Señor, y a Él confía la totalidad de su vida y de su ministerio. Una de las características del verdadero profeta es que su mensaje no resulta muy simpático para sus oyentes, sus palabras incomodan; éste es un criterio para establecer hasta dónde el profeta habla de sí mismo o habla Palabra de Dios, es decir, habla de la causa de Dios.
12,1-5 El problema de la retribución. ¿Por qué al malvado y traidor le va bien, mientras que el justo sufre? También la literatura sapiencial se ocupa del mismo problema (cfr. especialmente Job 21; Sal 37; 49; 73). El Señor se pronuncia en el versículo 5 pero sin responder al interrogante de Jeremías. Tampoco aprueba su petición de venganza. Por el contrario, le augura más persecución y más traición por parte de sus propios hermanos. Es el camino del profeta, no porque Dios se complazca en ello; se trata más bien de la obstinación del hombre que no es capaz de reconocer en el otro la palabra que Dios le dirige. Rechazar al profeta significa rechazar a Dios de quien es su mensajero. Así Jeremías perseguido es un anticipo del Mesías (Mt 23,30-32). Dios no responde a la pregunta del “por qué” del sufrimiento, ni a Job, ni a Jeremías; ambos están llamados a confiar y a obedecer, porque como le había revelado a Isaías, “mis pensamientos no son tus pensamientos, ni tus caminos son mis caminos” (Is 55,8). No tenemos derecho a cuestionar los designios y la sabiduría de Dios. Como a los profetas, Dios nos da su palabra para caminar y obrar de acuerdo con ella en nuestra realidad concreta. Toda guerra, injusticia, opresión y sufrimiento provienen del pecado del hombre y no de Dios (cfr. Gn 3,14-19).
12,7-13 He desechado mi heredad. Los sufrimientos anunciados por el Señor (5) se cumplen en Jeremías que sufre la traición de su propia “casa” (familia) y de su pueblo que es su “herencia”, su “viña”. Él le había entregado el amor de su alma y ellos irónicamente se vuelven en su contra como una fiera salvaje, se convierten en sus enemigos más crueles. Lo que le sucede al profeta se refleja en la relación de Dios con su pueblo. Sin el Señor la tierra se vuelve árida y sólo produce abrojos (13). La responsabilidad mayor es de los pastores, o sea los reyes (10) que con su codicia e indiferencia dejaron “su heredad” a merced de la espada del invasor (11-12).
12,14-17 Cada uno a su heredad. El Señor responde la pregunta del profeta del versículo 4: “hasta cuándo hará duelo la tierra?”. Dios los arrancará de su tierra por un tiempo, pero se compadecerá de ellos y los hará regresar. Es la pedagogía de Dios que se vale del pueblo invasor para castigar y purificar a su pueblo y para que éste aprenda a obedecer a su único Dios.
13,1-11 El cinturón de lino. El profeta anuncia el mensaje de Dios no sólo por medio de oráculos sino también simbólicamente con toda su vida de acuerdo con lo que el Señor le pide como lo es su celibato (16:2-4). Esta acción simbólica subraya la adhesión de Israel con Dios, así como el cinturón de lino que debe ceñirse al cuerpo (11). Esta relación se ha arruinado y, como el cinturón, se torna inservible (10). El tema de la desobediencia del pueblo es recurrente.
13,12-27 El último plazo. La difícil situación por la que está pasando el territorio de Judá es puesta en futuro por el profeta y propuesta como un aviso por parte del Señor que aún espera un cambio de mentalidad de su pueblo. Jeremías, que sufre interiormente por la obstinación del pueblo, pone en el mismo Dios esas actitudes; es como si Dios mismo sufriera y llorara por la obstinación y la resistencia a reconocer y confesar sus desvíos. Los versículos 18-21 son un mensaje dirigido al rey y a la reina madre invitándolos a la penitencia. Podría tratarse del rey Joaquín, que con su madre y otros miembros de la aristocracia fueron los primeros en sufrir el destierro a Babilonia. Los versículos 23-27 retoman el mensaje para todo Israel llamando a la conversión, pero al mismo tiempo constatando su incapacidad para un cambio de vida, por lo cual se le augura un necesario castigo para que escarmiente, entre en razón y se lamente.
14,1-10 La sequía. Una prolongada y mortal sequía es el motivo de esta especie de diálogo entre el profeta y su Dios. Los versículos 1-6 describen los efectos devastadores del fenómeno que azota a hombres y animales, lo que da pie para que el profeta dirija una oración a su Señor en nombre del pueblo (7-9); en ella se subraya el reconocimiento de la desobediencia y de la infidelidad del pueblo (7) y se insiste a Dios para que intervenga, para que no se quede indiferente ante semejante situación (8s). El Señor responde negativamente, revelando al mismo tiempo su intención de pedir cuentas al pueblo (10).
14,11-22 Intercesión y falsos profetas. La respuesta de Dios da oportunidad a Jeremías para entablar la discusión sobre el mensaje de otros profetas que no vaticinan la guerra y la muerte cuando es un hecho que el pueblo las está sufriendo. Tajantemente, Dios califica a esos mensajeros como falsos profetas y anuncia también para ellos los mismos males –castigos– que evitan anunciar (14,11-18). De nuevo, el profeta dirige al Señor una oración en nombre de su pueblo en la que reconoce una vez más la culpa y los pecados y se insiste en que el Dios de Israel es el único que puede rescatar a su pueblo de estos grandes males (14,19-22).
15,1-4 Respuesta. Finalmente, el Señor responde (15,1-4) en los mismos términos de 14,10s: no hay intercesión que valga; el pueblo tendrá que padecer el castigo que se merece.
15,5-9 Poema sobre Jerusalén. Este poema describe la trágica situación que ha tenido que vivir Jerusalén, capital de Judá. El motivo es su obstinación, el rechazo al amor y a la compasión de su Dios quien, cansado de sus desmanes, la ha abandonado a su suerte. La realidad histórica de este poema podría coincidir con la invasión y el asedio que fue víctima la ciudad en 598/597 a.C. por parte de las tropas caldeas.
15,10-21 Confesiones de Jeremías: Crisis vocacional. Ante la negativa del Señor de cambiar la suerte de su pueblo, el profeta se quiebra y reniega haber nacido porque se encuentra en una situación que él no ha elegido: “No he prestado ni me han prestado” (10). Él no tiene ningún motivo personal para estar en diputa con el pueblo, con los reyes (36,20-26), con los funcionarios del reino (38,4), con los sacerdotes (26,7-9) ni con los falsos profetas (28). Las relaciones prestamista-deudor son fuente de pleitos y disputas. La angustia de Jeremías muestra cómo en Israel, la vocación profética depende totalmente de Dios que llama a personas y les confiere una misión específica en un tiempo histórico determinado. La crisis vocacional de Jeremías es una oportunidad que el Señor le da para purificarlo e invitarlo a un encuentro personal con Él que es su libertador y salvador y así renovar sus fuerzas y su fervor profético (20). Del mismo modo, la vocación en la Iglesia es pura iniciativa de Dios y no puede estar condicionada ni depender de nuestros planes, ideas o gustos personales.
16,1-21 Una vida profética. En varios casos utilizan los profetas signos externos para reforzar sus palabras; en otros, es su misma opción de vida la que se convierte en señal que anuncia algo (cfr. Os 1 y 3; Is 8,18; Ez 24,15-24). En el caso de Jeremías se trata del celibato asumido como anticipo de la desolación que azotará a Judá. El impacto del signo está en que el celibato era muy poco apreciado entre los israelitas (cfr. Sal 128); al verlo en el profeta caerán en la cuenta de que así quedará Judá. El simbolismo del celibato de Jeremías está reforzado por el mandato del Dios de Israel de no celebrar banquetes (8) y de silenciar la voz alegre de los novios (9). El simbolismo del matrimonio está íntimamente unido a la naturaleza de la alianza de Dios con su pueblo (cf. Os 2,16-20).
Los versículos 19-21 son una invocación del profeta, donde se pone de manifiesto el reconocimiento universal que algún día harán todas las naciones del señorío del Dios de Jeremías.
17,1-13 Pecados y castigo de Judá. La denuncia de los pecados de Judá y el anuncio de su merecido castigo (1-4) dan pie para la mención de una maldición dirigida a quien se aparta del Señor (5s) y de una bendición o bienaventuranza para quien se mantiene firme, esperando siempre confiado en el Señor (7s). Los versículos 9-13 son una especie de meditación sapiencial que llama a mantener la fidelidad y la confianza sólo en Dios.
17,14-18 Confesiones de Jeremías: Incredulidad. En esta oración sálmica se subrayan especialmente dos elementos: Por una parte, el pueblo se burla del profeta porque sus palabras no se cumplen (15); por otra, la reacción humana del profeta que pide a Dios venganza y castigo contra todos. Actitudes como éstas van a quedar superadas por Jesús cuando enseña que hay que amar a los enemigos y orar por quienes nos persiguen (Mt 5,44); reprende a sus discípulos que piden un castigo contra aquella ciudad que no quiso recibirlos (Lc 9,54s).
17,19-27 El sábado. No se trata tanto de una celebración cúltica sino más bien de una nota fundamental de la vida de Israel reforzada en la reforma de Josías. Las puertas de la ciudad registran toda la actividad comercial del pueblo que debe mostrar su confianza plena en Dios que los liberó de la carga de la esclavitud (cf. Éx 20,1.10.11 Dt 5,14s).
18,1-17 En el taller del alfarero. Dios se presenta ante Jeremías como un alfarero que del barro modela al hombre con sus manos (ver Gn 2,7). Dios paciente y amorosamente crea y recrea al hombre que es hechura de sus manos.
18,18-23 Confesiones de Jeremías: Persecución. Descripción muy realista del impacto que producen las palabras del profeta en sus espectadores; por tratarse de alguien que incomoda y desacomoda se vuelve objeto de persecución y rechazo. Sus enemigos no comprenden que la denuncia de Jeremías va acompañada de su intercesión. Acallar la voz del profeta es cortar el puente de la misericordia de Dios. En la contienda, el Señor está claramente del lado de Jeremías como se lo había prometido (1,8).
19,1s.10s.14–20,6 La jarra de barro. Rompiendo públicamente una jarra y pronunciando un oráculo, el profeta ilustra el desastre que se avecina sobre Jerusalén y Judá. Las palabras de Jeremías pronunciadas en una puerta de la ciudad y en el atrio del templo provocan la ira del jefe de seguridad del templo, y en lugar de tomar en consideración el anuncio del profeta, la respuesta es azotes y cárcel, ratificando con esta acción violenta del funcionario el castigo que merecen Jerusalén y sus habitantes. No obstante, ni esto ni lo que aún tendrá que pasar hace desistir a Jeremías de su misión.
19,3-9.12s El valle de Ben-Hinnón. En ese valle, que estaba afuera de la muralla sur de Jerusalén, se perpetraron dos pecados abominables: el culto a los dioses extranjeros y los holocaustos de niños (4). Cuando la ciudad sea sitiada por sus enemigos, sus habitantes comerán a sus propios hijos (9) (ver Lam 4,10). El Horno (en hebreo “Tofet”) donde se quemaban los niños sacrificados será el escenario de una gran matanza (“valle de las Ánimas” o “de la Matanza”) (6) y considerado un lugar inmundo (13).
20,7-18 Confesiones de Jeremías: Final. Jeremías se siente engañado por Dios que lo había atraído con bellas promesas. Ahora se encuentra abandonado ante un pueblo hostil sufriendo la burla y el escarnio. Es en ese estado de angustia que el profeta reconoce que la Palabra del Señor está íntimamente gravada en su ser y tiene que ser proclamada (8-9) y que su Dios, aún en su fracaso, está con él (11) como se lo había prometido (1,8). El profeta es el hombre de la Palabra de Dios y su fidelidad a ella le acarrea rechazo y angustia. Es desde ese lugar de intenso dolor que surge su canto de victoria y alabanza (11-13).
21,1-7 A Sedecías. Parece que se acercan las tropas babilónicas; el rey envía mensajeros a Jeremías para ver si es posible tener alguna seguridad en el Señor. La respuesta de parte del profeta no es muy alentadora. Hay quienes colocan estas palabras hacia el año 588 a.C., cuando tuvo lugar el asedio de Jerusalén por parte de Nabucodonosor.
21,8-14 A ese pueblo. Estos oráculos anuncian la inminencia del castigo de Dios a manos de los caldeos.
22,1-9 Al rey. La casa de David tenía la misión de salvaguardar la Alianza y de guiar al pueblo en el cumplimiento de la Ley de Dios. La realeza no es una institución irrevocable e incondicional (4-5). La opresión de los más débiles y desamparados contrastada con la abundancia y el lujo de los reyes que construyen sus palacios y los embellecen con la madera del Guilead y del Líbano (6) son una señal clara de la rotura de la alianza (cf. 13-16).
22,10-12 A Joacaz-Salún. A Josías, muerto a manos de los egipcios (609 a.C.), le sucedió su hijo Salún (1 Cr 3,15), llamado también Joacaz, quien a su vez fue depuesto por el faraón Necó y llevado prisionero a Egipto, tras sólo tres meses en el poder.
22,13-19 A Joaquín. El Señor lanza un durísimo juicio contra Joaquín, hijo de Josías; Otra vez menciona la injusticia contra los que construyen su faustuoso palacio mencionada antes con la metáfora de Guilead y del Líbano (6). El tono irónico muestra la indignación de Dios y la insensatez de este rey.
22,20-23 A Jerusalén. La ciudad infiel es comparada con una mujer adúltera que es sorprendida “en flagrante” (cf. Ez 16). Sus amantes son pueblos extranjeros, aliados políticos y militares con sus respectivos dioses (cf. Os 2,7-15). Esta lamentación será proclamada en regiones lejanas como el Líbano y Basán, en la Transjordania y Abarim, al este del Mar Muerto. El Líbano y sus cedros, lugar confortable y seguro, será testigo del sufrimiento del pueblo (23).
22,24-30 A Jeconías. El rey Jeconías, también llamado Joaquín, tras rendirse a Nabucodonosor fue tomado prisionero y llevado a Babilonia junto con otros miembros importantes de su corte y de Jerusalén. Estas palabras se cumplieron cabalmente: ningún descendiente de Joaquín tuvo el honor de sentarse en el trono de David; sólo Zorobabel, su nieto, ocupó un cargo de alto dignatario persa al regreso de Babilonia después del 534 a.C.
23,1-8 A los pastores. Se refiere a los reyes de Israel que en vez de guiar y reunir al pueblo lo hieren y dispersan. El retoño legítimo de la casa de David es el Mesías (cfr. Zac 3,8; 6,12); Jesús se revela como “el buen pastor” en Jn 10,11.14.
23,9-40 A los profetas. Jeremías sufre enormemente debido a la desacralización o abuso de las “santas palabras” de Dios. El profeta es el hombre de “la Palabra” del Señor: su vida y misión están definidos por “la Palabra”. Los falsos profetas, por el contrario, mienten (14) y embaucan al anunciar el fruto de su propia imaginación y no la Palabra de Dios (16). Otros profetizan sin haber sido enviados por el Señor (21).
24,1-10 ¿Quién es el resto? Después de la humillante intrusión en Jerusalén del rey de Babilonia Nabucodonosor que deportó al joven rey Jeconías (también conocido como Joaquín) y a las personas prominentes y valiosas de la sociedad, los que a duras penas permanecieron en Judea podían pensar que ellos eran los bendecidos de Dios y los auténticos portadores de la alianza. Esta visión cambia totalmente esa interpretación de la historia. De acuerdo con el plan de Dios, el Señor se acordará de los deportados, los purificará, renovará su corazón y establecerá una nueva alianza con ese “resto”. El rey Sedecías (hijo del rey Josías y tío de Jeconías), su corte y todos los que quedaron en Judea son representados por los higos podridos, los maldecidos por Dios.
25,1-14 Nabucodonosor, verdugo de Dios. Síntesis del ministerio profético de Jeremías, donde queda constancia de su fidelidad a la misión confiada por parte de Dios para transmitir sus palabras y mensajes (3); pero también queda constancia de la obstinación del pueblo, especialmente de sus dirigentes (7). El resumen termina con la noticia sobre la duración del sometimiento a Babilonia y el anuncio de que el mismo Señor los librará (11-13). Para el creyente israelita, los pueblos paganos también son servidores del Señor; dado que lo que aconteció a Israel a manos de los babilonios era un castigo, el rey Nabucodonosor es el instrumento con el cual Dios azota a su pueblo. Ello no quita que también aquel pueblo y sus dirigentes sean «visitados» (12) para ser castigados en su momento.
25,15-38 Profecía de Jeremías contra los paganos. La lista de pueblos y naciones a los cuales el profeta presenta en visión la copa del Señor coincide con todos los que en su momento sufrieron ocupaciones, saqueos y destrucción por parte del imperio babilónico. También las naciones vecinas de Israel son castigadas (29). Nótese que lo que ha comenzado como un castigo para Israel toma dimensiones internacionales y, posteriormente, dimensiones cósmicas.
26,1-24 Jeremías, juzgado y absuelto. Retoma las circunstancias en que Jeremías había pronunciado un discurso contra el templo (7,1-15) y las violentas reacciones que ello suscitó (8s). Las palabras de Jeremías generan conflicto y división: los sacerdotes y profetas lo acusan de blasfemo, por lo cual debe morir (11); los jefes del pueblo reconocen que es inocente (16); en medio está el pueblo, que al principio se muestra hostil a Jeremías (7-9), pero posteriormente lo reconoce como verdadero profeta (16).
27,1-11 A los embajadores. De nuevo, Jeremías se vale de una acción simbólica para ilustrar sus palabras; esta vez se trata de la imagen de un yugo semejante a los que imponían a los bueyes, que muestra el estado en que van a quedar todos los reinos cuando Nabucodonosor los someta. Para el profeta, es claro que el Creador y Dueño de toda la tierra puede darla temporalmente a quien quiera (5); esta vez la poseerá Nabucodonosor (6s), con la garantía de que el mismo Señor pondrá en sus manos a todo el que intente resistir (8). Ante semejante respaldo no tiene caso rebelarse (9).
27,12-15 A Sedecías. La Palabra de Dios pronunciada por el verdadero profeta se cumple.
27,16-22 A los sacerdotes y al pueblo. El profeta sigue insistiendo en el sometimiento al rey de Babilonia, de ahí su condena a las enseñanzas contrarias de profetas y sacerdotes porque contradicen abiertamente la voluntad divina. Por lo menos, el sometimiento garantiza la vida y deja abierta la esperanza de volver a la tierra y de recuperar el ajuar del templo robado por Nabucodonosor. El profeta verdadero intercede ante Dios por el pueblo (18) y no se acomoda a sus falsas expectativas (cf. Jr 15,19).
28,1-17 Jeremías y Ananías. La confrontación de un profeta verdadero con otro falso. Jeremías expone ante el pueblo el criterio para discernir la autenticidad de un profeta (8-9). Ananías reduce a dos los setenta años de exilio profetizados por Jeremías (Jr 25,11-12; 29,10). Jeremías expresa su deseo de que se cumpla lo que Ananías predice, pero la realidad es otra, y aunque sea dura, hay que enfrentarla. Jeremías sufre la humillación pública cuando Ananías en un arrebato de ira rompe su yugo de madera y se retira en silencio (11-12). Inspirado por Dios vuelve para descalificar a Ananías y predecir su muerte que ocurrió después de sólo dos meses, una prueba de la autenticidad de su profecía.
29,1-23 Cartas de Jeremías. Jeremías aprovecha la partida de un nuevo grupo de deportados a Babilonia para enviar una carta a los primeros que habían corrido esa mala suerte. Fiel a su criterio de que el exilio será largo, les ratifica esa ida para que no se hagan falsas ilusiones o para que no sigan dando crédito a quienes profetizan un período corto de dominación. Los anuncios contrarios a estos consejos no son respaldados por el Señor (8s). El mensaje mantiene el tono esperanzador de la presencia de Dios y del retorno que el Señor mismo realizará (11-14).
29,24-32 Mensaje a Samayas. Este incidente, que da lugar a una maldición contra Samayas, refleja las contradicciones y dudas respecto a la suerte de los deportados a Babilonia. Jeremías insiste en que el cautiverio será largo y quien contradiga esta posición profética es objeto de condena. Pero el asunto no era tanto la duración del exilio, cuanto la preocupación del profeta porque esta coyuntura histórica fuera suficientemente asimilada como una necesaria reprensión por parte de Dios. Afirmar en la predicación que el destierro pasaría rápido distraía de ese propósito, y eso es lo que el profeta quiere evitar.
30,1-24 Oráculo de restauración. Aquí comienza el llamado “Libro de la Consolación” de Jeremías (caps. 30–31). El Señor anuncia una vida nueva después del exilio. La imagen del parto con sus dolores abre el camino para describir esa renovación. Como en la toma de la tierra en tiempos de Josué (Jos 1,15), ahora también se pone énfasis en que es Dios quien da la tierra para que el pueblo tome posesión de ella (3). La palidez y debilidad de los hombres, y su incapacidad de dar a luz indican que no es por su fuerza que lograrán poseer la tierra y que sólo Dios puede obrar lo que para ellos es imposible. La salvación es pura iniciativa de Dios sin que Israel lo merezca.
31,1-40 Retorno de los israelitas a su tierra. Este es uno de los pasajes centrales y más importantes de este libro que parece dirigirse principalmente a los habitantes que aún quedaban en el reino del Norte. El amor de Dios por su pueblo lo motiva a liberarlo como antaño (3). Se nota un volver para revivir la historia de liberación y purificación a través de la experiencia fundacional del desierto. Hay un resto de Israel que experimentará otra vez la compasión y fidelidad de Dios, aunque ahora, de una manera totalmente nueva: El pueblo entero es concebido como una virgen llamada a ser una madre fecunda (21) con la cual se establece una nueva alianza (31-32).
32,1-44 Jeremías rescata un terreno. La compra del terreno cuando Jerusalén estaba siendo sitiada, justo antes de su caída, es una acción legal descrita en detalle. El profeta no sólo anuncia con la palabra, sino con toda su vida, sus acciones y gestos. Hay un largo paréntesis de tiempo que se abre ahora y que después del tiempo del exilio culminará con el regreso del pueblo disperso a la tierra que Dios le había dado gracias a la acción salvadora de Dios. Jeremías le pide a Baruc que guarde el contrato sellado de la tierra en una jarra de loza (que probablemente él enterraría) para que pueda conservarse por mucho tiempo (14). La tierra que Dios había dado a Israel va a ser restituida al pueblo porque de alguna manera, siempre le perteneció. Todo concluye con la nueva alianza que Dios pactará con su pueblo que tendrá un solo corazón y un solo camino (39 cfr. Jn 14,6). Jeremías es el único profeta que habla de una “Nueva Alianza” (Jr 31,23.31) que encuentra su cumplimiento pleno en la “Nueva Alianza” sellada con la sangre de Jesús (Mt 26,28; Lc 22,20).
33,1-26 Restauración. Dios, al crear la tierra, establece una alianza con ella. La catástrofe de Judá que ya no es considerada una nación por los otros pueblos será revertida por Dios con la gran restauración de su pueblo. En su infinita misericordia, el Señor perdonará a su pueblo, y lo sanará (6-8). La alegría volverá al templo de Jerusalén (11) y la prosperidad a los habitantes de Judá (12-13). Un descendiente de David traerá la justicia y la paz y los sacerdotes ofrecerán sacrificios agradables a Dios (17-18). Así como esta alianza no puede romperse, tampoco se quebrará para siempre la alianza que el Señor estableció con la casa de David y el pueblo de Israel (25-26).
34,1-7 A Sedecías. El profeta se dirige al rey para anunciarle una vez más la inminente caída de Jerusalén. Su recomendación continúa siendo el sometimiento pacífico. Sedecías fue tomado prisionero y, después de que se le arrancaran los ojos, fue llevado a Babilonia, donde murió de muerte natural.
34,8-22 Liberación de esclavos. Probablemente ante la inminencia de la destrucción, el rey Sedecías establece un pacto con los poderosos de Jerusalén para renovar el compromiso de todo israelita de liberar a sus esclavos cada siete años (Éx 21,2-6; Dt 15,12-18). Esta medida buscaba atraer quizás el favor divino. Sin embargo, el mismo profeta denuncia con qué rapidez se volvieron atrás, rompiendo así la renovación del pacto (11).
35,1-19 Los recabitas. La obediencia y fidelidad a los antepasados en esta familia es apreciada y premiada por el Señor. Esto contrasta con la desobediencia de su pueblo. El Señor aprovecha esta situación para quejarse otra vez contra su pueblo que no le hace caso ni se arrepiente.
36,1-32 El rollo de Jeremías. La palabra de Dios proclamada por el profeta que resonó “en la Casa del Señor” prevalece y renace después de ser quemada por el rey. El rey, al contrario de “la Palabra de Dios”, muere en el exilio y queda sin descendencia en el trono de David.
37,1-21 El profeta y el rey. Egipto, previendo una invasión por parte de Babilonia, moviliza sus ejércitos para detener la marcha de los enemigos que se encuentran sitiando a Jerusalén. Esta movilización egipcia (588 a.C.) se convierte indirectamente en apoyo para Judá, pues los ejércitos caldeos se retiran momentáneamente de Jerusalén. En este lapso de tiempo, el rey envía mensajeros a Jeremías para que consulte a Yahvé (7); la respuesta del profeta no es nada reconfortante.
38,1-13 Condenado a muerte y liberado. La predicación de Jeremías lo presenta como enemigo de su propio pueblo, alguien que no procura el bien, sino el daño y la desmoralización del ejército nacional (4a), motivo por el cual los ministros del rey piden la cabeza del profeta.
38,14-28 Último encuentro. El rey Sedecías busca ansiosamente una palabra del profeta que le ayude a aclarar la decisión que debe tomar; por su parte, el profeta no cambia el discurso: la salvación de la casa real y de la ciudad está en la sumisión a Babilonia, si resiste habrá destrucción y muerte.
39,1-18 Sobre la conquista de Jerusalén. Este capítulo es prácticamente la repetición de 2 Re 25,1-12 y volveremos a encontrarlo en Jr 52,4-16. Los redactores finales del libro de Jeremías ubican aquí la noticia de la conquista de Jerusalén, quizá con la intención de demostrar el cumplimiento de las palabras del profeta.
40,1–41,18 Godolías, gobernador – Asesinato de Godolías. Jeremías ha pasado a ser protegido por el gobernador Godolías, cuya familia era amiga del profeta. Los episodios narrados hasta el capítulo 44 nos dejan ver las contradicciones y divisiones existentes entre los que no fueron deportados.
42,1-22 Consulta a Jeremías. Reaparece Jeremías en escena, esta vez para ser consultado por los que han huido de Jerusalén. La respuesta de Jeremías (9-22) mantiene el tono de sometimiento a Babilonia como única garantía de sobrevivencia.
43,1-13 A Egipto. Los jefes del partido antibabilónico no tienen nada que hacer. Saben que el asesinato de Godolías les va a costar caro si permanecen en territorio de Judá, y al ser partidarios de un pacto con Egipto prefieren desechar violentamente la posición de Jeremías (7). La profecía de las dos canastas de higos (Jr 24,1-10) se manifiesta aquí: los habitantes de Judá que se quedaron en su tierra volverán a Egipto en un movimiento que es como un anti-éxodo que envuelve hasta a Jeremías con su secretario. Los exiliados (o sus descendientes) volverán siendo protagonistas de un nuevo éxodo para un nuevo comienzo.
En tierra egipcia, Jeremías realiza una nueva acción simbólica (9), en la que Egipto sale muy mal librado. De hecho, Nabucodonosor invadió Egipto entre el 568-567 a.C. y combatió contra el faraón Amasis.
44,1-30 Últimos oráculos. Jeremías se dirige a sus paisanos refugiados en Egipto para recordarles que el motivo de su situación y de la de toda Judá fue su infidelidad al Señor, y que de seguir sus mismos cultos idolátricos en Egipto serán exterminados.
En el versículo 17 se menciona de nuevo a la «reina de los cielos» (cfr. 7,18), una antigua divinidad también conocida como la diosa madre y, por tanto, vinculada con la sexualidad y la fecundidad; en Mesopotamia se la conocía como Istar, y en Canaán la denominaban Astarté. Para su culto, que era especialmente de las mujeres, se elaboraban tortas de harina que representaban a la divinidad desnuda. En el versículo 19, las mujeres responden a la invectiva de Jeremías. Nada de lo que ellas han hecho ha sido a espaldas de sus maridos, así que también ellos deben ser juzgados.
45,1-5 Para Baruc. Este brevísimo capítulo, que es en realidad un oráculo personal, recuerda que también Baruc, secretario de Jeremías, ha tenido sus horas amargas. El profeta lo reconforta con una promesa especial (5), promesa que tiene que ver con la integridad y seguridad de su vida, por la cual velará Dios mismo.
46,1 Introducción. Los capítulos 46–51 forman un conjunto de oráculos o mensajes contra las naciones; en ellos, como era de esperarse, encontraremos palabras de condena contra los enemigos de Israel y contra el mismo Israel, pero también palabras consoladoras cargadas de esperanza (46,27s; 50,4-10.17.20; 51,36; etc.). Los comentaristas nos indican que estos capítulos estaban colocados originalmente después del capítulo 25, que les hacía de introducción. La prueba está en que la traducción griega (LXX) los conservó en ese lugar. Se trata, pues, de un trabajo realizado por los redactores posteriores que juzgaron más conveniente ubicarlos en el lugar donde los encontramos hoy.
46,2-28 Contra Egipto. El primer oráculo va dirigido contra Egipto. En realidad, se trata de dos mensajes (2-12; 14-26), muy poco alentadores para los egipcios. El tono cambia cuando se refiere a Israel y Judá (27-28). El faraón Necó se movilizó contra Babilonia en 605 a.C., cuando reinaba en Judá el rey Josías, quien intentó impedir el paso de los ejércitos egipcios hacia el norte. Las tropas de Josías fueron derrotadas en Meguido y el rey, asesinado (cfr. 2 Re 23,29s); Necó continuó su expedición, pero fue derrotado en Cárquemis por el ejército de Nabucodonosor. Este triunfo babilónico hace que Nabucodonosor se adueñe de Siria y Palestina (2 Re 24,7).
47,1-7 Contra los filisteos. Los filisteos fueron por muchos años enemigos de Israel; estarán siempre presentes en las colecciones de oráculos proféticos: Is 14,29; Ez 25,15; Am 1,6; Sof 2,4; Zac 9,5-7. La mención de «aguas creciendo en el norte» (2) o río que se inunda hace referencia al imperio que procede de la región bañada por los dos ríos más importantes del norte: el Tigris y el Éufrates.
48,1-47 Contra Moab. Los moabitas habitaban al este del Mar Muerto e incursionaron varias veces en territorio de Judá ocasionando desastres. Contra ellos encontramos fuertes condenas proféticas (Is 25,10-12; Ez 25,8-11; Am 2,1-3; Sof 2,8-11). «Kemos» era el dios nacional de los moabitas (cfr. Nm 21,29; 1 Re 11,33). Nótese cómo en los conflictos bélicos la victoria o la derrota es siempre de los dioses. Lo primero que hace un pueblo vencido o derrotado es avergonzarse de su dios (13) y asumir que los dioses también pueden ser sometidos y desterrados. A este paso se puede calcular el impacto psicológico, religioso y moral que produjo en los israelitas la caída de Jerusalén, la destrucción y el saqueo de su templo y la deportación a Babilonia. Los «ayes» que encontramos en el versículo 46 pueden entenderse como lamento, compasión o maldición. El acento de este «ay» pronunciado por el Señor es de misericordia y compasión por los moabitas desterrados. También habrá perdón para los enemigos de Israel.
49,1-6 Contra Amón. Los amonitas habitaban al norte de Moab, en la Transjordania, bordeando el desierto de Siria; su capital era Rabá, hoy Ammán. Este territorio fue adjudicado a la tribu de Gad en la época de la conquista (cfr. Nm 32; Jos 13,24-28). Los amonitas, junto con su dios Malcón, reconquistaron su territorio en el año 734 a.C., dado que los descendientes de Gad fueron expulsados por Tiglat-Piliser III de Asiria. Ahora, el profeta reclama el derecho de los descendientes de Gad a habitar de nuevo su territorio.
49,7-22 Contra Edom. Al parecer, los edomitas tenían fama de ser muy sabios. Edom, también vecino de Israel, ocupaba la parte sur del Mar Muerto. De Jr 27,1-8 se puede concluir que los edomitas se habían aliado con Judá para oponer resistencia a Babilonia en la época de Joaquín; pero en la época de Sedecías, las cosas cambiaron: el rey se rebeló contra Babilonia, vinieron las retaliaciones del imperio, Judá quedó en desventaja, coyuntura que fue aprovechada por Edom para azotar duramente el territorio de Judá. A partir de entonces, Israel siempre vio a Edom como un enemigo traicionero y mortal. Otros oráculos contra Edom se encuentran en Is 34,5-17; 63,1-6; Ez 25,12-14; 35; Am 1,11s; Abd 1-18; Mal 1,2-5.
49,23-27 Contra Damasco. Este oráculo va dirigido contra tres capitales de los tres pequeños reinos arameos ubicados en territorio asirio. A partir del s. VIII a.C. estos reinos perdieron su independencia al ser absorbidos por el imperio asirio (cfr. 2 Re 18,34; 19,13).
49,28-33 Contra Cadar y Jazor. Los nombres mencionados aquí corresponden a tribus que habitan en el desierto. Si para anunciar la destrucción de una ciudad se mencionan murallas, puertas y cerrojos, aquí se habla de tiendas, camellos y ganados, lo cual da a entender que se trata de grupos nómadas. A pesar de que estas tribus fueron perseguidas por Nabucodonosor, se sabe que más tarde repoblaron poco a poco los territorios de Moab y Amón, hasta hacerles desaparecer completamente como pueblos.
49,34-39 Contra Elam. Elam es un territorio ubicado en Mesopotamia, al norte del Golfo Pérsico. Al parecer, pasó por períodos verdaderamente gloriosos hasta que fue conquistado por Ciro, rey persa, e incorporado a su imperio. El «arco de Elam» alude a la fama que tenían los arqueros elamitas (cfr. Is 22,6).
50,1–51,64 Contra Babilonia. El tema dominante de este capítulo y del siguiente será la caída de Babilonia, el castigo que recibirá y el retorno de los deportados. Jeremías insistió varias veces que era mejor someterse a Babilonia, pero nunca dio a entender que esa nación perduraría por siempre; todo lo contrario: de su misma predicación se deduce que esa nación también debía recibir su castigo (25,1-14).
51,1-64 El Señor se presenta como un esposo que no abandona a las dos hermanas, Israel y Judá, sus esposas. Éstas se encontraban en una situación de vulnerabilidad como viudas en tierra extranjera. En una muestra de amor por su pueblo, el Señor le perdona su infidelidad, lo libera y lo llama a huir de Babilonia (6.45-46) y regresar a su tierra en un nuevo Éxodo. Este extenso capítulo describe la venganza de Dios que cae sobre Babilonia a manos de los Medos (11). En contraste con el pueblo de Dios, Babilonia no tiene salvación, no tiene cura. Su destrucción es total (7-9), el juicio de Dios es inminente e irrevocable (34-37). Los ídolos de Babilonia, que parecían haber desplazado al verdadero Dios, ahora son humillados (47). A modo de conclusión, lo profetizado contra Babilonia se manifiesta en un oráculo que debe ser leído en el centro del imperio y en un gesto profético que involucra al río Éufrates, la fuente de fecundidad y de vida del imperio Babilónico (59-64).
52,1-34 Epílogo histórico. Los redactores finales de Jeremías colocaron en este lugar casi todo el contenido de 2 Re 24,18–25,30. Con ello tal vez querían demostrar la certeza y validez de las palabras del profeta, tanto la predicción sobre la destrucción de Judá y Jerusalén, y del destierro, como la caída de Babilonia y el retorno o fin del exilio.