Job
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Introducción | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34 | 35 | 36 | 37 | 38 | 39 | 40 | 41 | 42Introducción
El libro. El libro de Job es un drama con muy poca acción pero con mucha pasión. Es la pasión que un autor genial, anticonformista, ha infundido en su protagonista. Disconforme con la doctrina tradicional de la retribución, ha opuesto a un principio un hecho, a una idea un hombre. Ya el salmo 73 (72) había opuesto la experiencia a la teoría de la retribución, y había encontrado la respuesta al entrar «en el misterio de Dios».
Nuestro autor extrema el caso: hace sufrir a su protagonista inocente, para que su grito brote «desde lo hondo». La pasión o el sufrimiento de Job enciende la pasión de su búsqueda y de su lenguaje; ante ella se van estrellando las olas concéntricas de los tres amigos, que repiten con variaciones y sin cansarse la doctrina tradicional de la retribución: el sufrimiento es consecuencia del pecado.
La acción es sencillísima: entre un prólogo y un epílogo, cuyas escenas se desarrollan en el cielo y en la tierra, se desenvuelven cuatro tandas de diálogo. Por tres veces habla cada uno de los amigos y Job responde; la cuarta vez Job dialoga a solas con Dios. En los diálogos con los amigos, más que un debate intelectual se produce una tensión de planos o direcciones: los amigos defienden la justicia de Dios como juez imparcial que premia a buenos y castiga a malos; a Job no le interesa esa justicia de Dios, que desmiente su propia experiencia, y apela a un juicio o pleito con Dios mismo, en el que aparecerá la justicia del hombre; por llegar a este pleito y por probar su inocencia frente a Dios, Job arriesga su propia vida. Dios, como instancia suprema, zanja la disputa entre Job y sus amigos; como parte interpelada, responde y pregunta a Job para encaminarlo hacia su misterio.
Dios y el ser humano en el libro de Job. A través de los diálogos, del hombre bueno convencional, que da gracias a Dios porque todo le sale bien, surge un hombre profundo, capaz de asumir y representar la humanidad doliente que busca audazmente a Dios. De un Dios sabido y hasta encasillado surge un Dios imprevisible, difícil y misterioso. En el espacio de un solo libro, nuestro conocimiento de Dios, del ser humano y de sus relaciones ha crecido. Porque Job, como otro Jacob en su visión nocturna, ha luchado con Dios; porque el autor ha empeñado su genio literario y religioso en sacudir viejos esquemas explorando en profundidad.
El libro de Job es un libro singularmente moderno, provocativo, no apto para conformistas. Es difícil leerlo sin sentirse interpelado y es difícil comprenderlo si no se toma partido. El autor es un genio anónimo, que vivió probablemente después del destierro, que se ha alimentado en el rezo de los Salmos y ha conocido la obra de Jeremías y Ezequiel.
La sacra representación de Job es demasiado poderosa como para admitir lectores indiferentes, sean de ayer o de hoy. El que no entre en la acción con sus preguntas y respuestas internas, el que no tome partido apasionado, no comprenderá el drama; pero si entra y toma partido, se hallará bajo la mirada de Dios, sometido a prueba por la representación del drama eterno del hombre Job.
Significado del libro de Job. El problema del sufrimiento del inocente. Este tema importante constituye la sustancia del debate entre Job y sus amigos. El sufrimiento, dicen ellos, es el castigo que produce el pecado (4,7; 8,20; 11,4-6; 22,4s). Cuando Job, basado en su propia experiencia, rechaza semejante aseveración, los amigos responden que todos los humanos son pecadores (14,1-4; 15, 14; 25,4-6). Niegan la posibilidad de que exista alguien que sufra siendo inocente.
La situación, sin embargo, es más complicada y da paso a otras respuestas. El sufrimiento es un misterio, y nosotros no podemos comprender los caminos de Dios (11,7-10; 15,8s.28; 42,3). El sufrimiento es el método utilizado por Dios para imponernos disciplina y hacernos mejores (5,17s; 36,15). El sufrimiento es permitido por Dios para probar la virtud de los justos (1–2). Todas estas respuestas nos permiten salvaguardar tanto la justicia divina como la inocencia humana.
Sin embargo, por más dominante que aparezca el tema, no parece que sea éste el propósito principal del libro. Por una parte, nosotros los lectores conocemos desde el principio la respuesta al caso que Job plantea: sus sufrimientos son una prueba (1,9). Por otra, el problema no tiene respuesta en el contexto del libro. Si la finalidad del escrito fuera solamente ésta, podríamos considerar el libro como un fracaso.
El misterio del sufrimiento y la relación con Dios. Un primer enfoque nos lleva a ver el sufrimiento como un problema que debe ser tratado a nivel intelectual. Un problema es algo que está ahí, frente a nosotros. Podemos ver todos sus componentes, todas sus dimensiones. La cuestión consiste en poner todas las piezas juntas, en dar un sentido a ese rompecabezas. Por el contrario, el misterio es una situación en la que «yo», en tanto que persona humana irrepetible y única, me encuentro tan sumergido que no puedo distanciarme de él lo suficiente como para contemplarlo «ahí, fuera de mí». El amor es un misterio, como lo es la muerte, como lo es el sufrimiento. Los problemas están para ser resueltos; los misterios son para ser vividos, y vividos en relación con otros.
La pena más grande de Job surge de la confusión acerca de su relación con Dios. ¿Es Dios realmente su enemigo? (13,24). Desde esta perspectiva, los discursos del Señor ofrecen realmente una respuesta. El mero hecho de que el Señor responda muestra claramente que ha estado presente, escuchando todo el tiempo, es decir, manteniendo y afirmando una relación. Job no sabrá nunca el porqué de sus sufrimientos, pero sabe que no está solo, y esto le da la fuerza para sobrellevar la lucha. Y así, el punto de mira del libro es menos un problema de teología y más un misterio de fe: nuestra relación existencial con Dios.
Job ha hablado de mí con rectitud. Esta poderosa e irónica afirmación del Señor (42,7s) nos hace descubrir otro aspecto. A lo largo de todo el libro, la clave ha sido lo que Job iba a decir en medio de la adversidad. ¿Blasfemará flagrantemente contra Dios como había predicho dos veces Satán? (1,11; 2,5). ¡No!
Job acusa a sus amigos de hablar falsamente de Dios (13,7-9), mientras que él se niega a callar (7,11; 10,1; 13,13; 27,4) hasta que no haya terminado todo lo que tiene que decir (31,35). Para contrarrestar los dos desafíos de Satán en el prólogo, el Señor afirma dos veces en el epílogo que Job ha hablado rectamente de Él (42,7s). ¿Cómo debe entenderse «rectamente»? Gramaticalmente, la palabra puede emplearse como adverbio («de manera correcta») o como nombre («cosas justas»).
El sentido del texto se extiende a ambos significados. En primer lugar, Job ha hablado de manera adecuada. Se ha lamentado, ha discutido, ha rezado, se ha mostrado desafiante con Dios. A pesar de la constante presión en contra, ha mantenido enérgicamente la integridad de su experiencia, pues era ya lo único que le quedaba. A Dios no se le sirve con mentiras, aunque sean bien intencionadas (13,7-9). Job conoce instintivamente que toda sana relación con Dios sólo puede basarse en la verdad.
Pero, en segundo lugar, Job ha hablado también las «cosas justas», es decir, ha sido capaz de intuir y afirmar la presencia de un misterio. Dios y nuestra relación con Él son realidades demasiado grandes y profundas como para ser reducidas o abarcadas por razonamientos intelectuales. Los discursos del Señor (38–41) lo han dejado meridianamente claro. Y Job, envuelto en la experiencia del misterio, ha dejado espacio para la libertad de Dios.
Los amigos, por el contrario, no han percibido el misterio, por eso han falsificado tanto a Dios como a Job. Han caído en el perenne peligro de muchas personas seudo-religiosas de ayer y de hoy: buscar todas las referencias de Dios en el pasado, sin comprender que el Dios bíblico nos está siempre sorprendiendo e impulsándonos hacia la novedad del futuro (cfr. Gn 12,1-3).
Es en esa frontera misteriosa de la novedad y de la sorpresa donde Dios esperaba a su amigo y su amigo no le ha fallado. Job ha hablado de su experiencia personal (la del misterio) con sinceridad y rectitud, y justamente por eso, ha sido capaz de hablar de Dios de la misma manera. En definitiva, Job se ha portado como un hombre de fe; sus amigos no han pasado de ser personas superficialmente pías.
El significado de la amistad. Una dimensión final del libro es el rol y la función de la amistad. En primer lugar, está el ejemplo negativo de los amigos. Movidos por una genuina simpatía, dejan sus tierras lejanas y vienen para estar junto a Job. Viendo al amigo en aquellas condiciones, se sientan junto a él en afligido (y sabio, 13,5) silencio. Pero tan pronto como Job comienza a hablar, sus palabras resultaron tan ofensivas que sus amigos brincaron para salir en defensa de Dios. Cabe la pregunta: ¿para defender a Dios, o a sus preconcebidas y atildadas ideas acerca de Dios?
Aun en las más extremas condiciones, un amigo debe lealtad a sus amigos (6,14). Job se lamenta de no encontrarla en los suyos (6,13-27), por eso suspira por alguien en quien apoyarse: primero, un árbitro imparcial (9,33); después, un mediador (16,19); por último, un vindicador (19,25). Pero no cuenta con nadie; «me he vuelto hermano de los chacales y compañero de los avestruces» (30,29).
Por el contrario, Job se ha portado siempre como un amigo con los necesitados y los oprimidos y ha enjugado las penas de los otros (30,24s). Sofar le había dicho antes que se arrepintiera; y así alcanzaría la prosperidad y los otros vendrían a él pidiendo su intercesión (11,19). Al final (42,7-9), son sus tres amigos los que piden a Job que interceda por ellos, y éste, fiel a la amistad, lo hace y evita así el castigo que tenían merecido.
La verdadera importancia de libro de Job es la experiencia humana que nos relata y que nos transmite desde aquellos tiempos remotos. En la persona de Job podemos ver reflejados nuestros momentos de sufrimientos, duda y confusión. Pero la ventaja que tenemos sobre nuestro héroe es que nosotros contamos con un amigo: el autor del libro, por cuya boca habla el verdadero amigo que estará siempre a nuestro lado y cuya lealtad no fallará nunca, Dios. La voz del autor, eco de la voz de Dios, forma ya parte de la sabiduría que hemos recibido de las «generaciones pasadas» (8,8). Si nosotros nos rendimos a las «ortodoxias» de nuestros días, habremos falsificado nuestra experiencia y falseado también a Dios, y a Dios no se le sirve con mentiras (13,6-9).
1:1–2:13 Prólogo. Un prólogo en prosa compuesto de cinco escenas alternando entre el cielo y la tierra abre el libro, presenta el escenario e introduce a los personajes. De un comienzo sereno y feliz se pasa rápidamente al sufrimiento y a la confusión.
1,1-5 Primera escena: En la tierra. La figura de Job parece ser la de un viejo y legendario héroe de la fe (cfr. Ez 14,14-20). Uz está ciertamente situada en el ancho territorio que se despliega al oeste del río Jordán, pero es difícil precisar su exacta localización. Aunque nuestro héroe no pertenece al pueblo de Israel, es sin embargo un modelo de vida virtuosa. Su «temor de Dios» no es mera emoción servil, sino fruto de una fe obediente. En el contexto teológico de los libros sapienciales, el temor de Dios es el principio de la sabiduría (cfr. Job 28,28; Prov 1,7; 9,10) y la garantía de una vida larga y feliz (Prov 3,13-18). Y así, Job ha sido bendecido con hijos, ganados y siervos.
1,6-12 Segunda escena: En el cielo. El Señor, como un rey presidiendo su corte, aparece rodeado por los «hijos de Dios», sus criados y sus cortesanos, entre los que se encuentra Satán. Ni aquellos son los ángeles de nuestra teología cristiana, ni éste es, todavía, el demonio. Satán, «el adversario», es nombre del oficio que desempeña: rondar por la tierra en misión de espía. Dios está orgulloso de la integridad de Job, pero Satán se muestra escéptico, y frente a toda la corte celestial sugiere que Job es un hombre virtuoso simplemente por la cuenta que le tiene. Si perdiera todo, ¿se podría decir lo mismo? En el contexto de una cultura del honor y la vergüenza, Dios se está jugando ahora su prestigio, y permite que Satán ponga a prueba a Job.
1,13-22 Tercera escena: En la tierra. En rápida sucesión, van llegando mensajeros anunciando desastres. Fuerzas destructoras, naturales y humanas, se alían y se abaten sobre Job despojándolo de todos sus bienes. Con dramáticos gestos, típicos de la desesperación y del lamento, Job desgarra sus vestiduras, se afeita la cabeza (Is 15,2; Jr 7,29) y se arroja a tierra. Pero cuando abre sus labios es para bendecir a Dios. El honor del Señor está a salvo, Satán ha perdido en su insinuación.
2,1-6 Cuarta escena: En el cielo. La corte celestial está de nuevo en sesión. Lo que Job va a defender a lo largo de todo el libro, queda patente ante todos: no hay conexión entre su vida virtuosa y sus sufrimientos. Satán replica con un proverbio tan enigmático que nos deja sin saber qué quiere proponer. Parece insinuar una apuesta: si Job es atacado en su mismo cuerpo, con seguridad prorrumpirá en blasfemias contra Dios.
2,7-13 Quinta escena: En la tierra. Job es atacado por una repulsiva enfermedad cuya descripción es demasiado general como para poder ser diagnosticada. La tradición sapiencial de la Biblia reconoce y alaba a la mujer sabia (Prov 31,10-31), pero a la mujer de Job sólo se le ocurren consejos estúpidos. No obstante Job no va a caer en la tentación de decir estupideces: «A pesar de todo, Job no pecó con sus labios» (10).
Tres amigos reciben la noticia de la situación de Job y, movidos por la compasión, se reúnen desde sus respectivas tierras lejanas –no podemos identificarlas con exactitud– y se ponen en camino para ofrecerle consuelo. Pero al llegar y ver el estado de Job, también ellos prorrumpen en lamentaciones y se sientan en el polvo junto a él, en silencio.
Y así termina el prólogo. El escenario está completo: Job, sentado en el polvo; Dios, desde el cielo, mira atentamente. La apuesta en juego es: ¿Qué va a decir Job? La audiencia –Dios, los amigos y nosotros, los lectores– espera con ansiedad.
3,1-26 Monólogo de Job: Lamentación. La proverbial «paciencia de Job» termina dramáticamente, para no reaparecer más, en un desahogo de lamentos lanzados a todos y a ninguno.
3,1-10 Maldice el día y la noche. Job no maldice a Dios, sino el día en que nació y la noche en que fue concebido, deseando que ese día se transforme en noche y que esa noche sea borrada del calendario. La traducción y el significado del versículo 8 son inciertos.
3,11-19 Ansias de morir. Job ha invocado a la oscuridad; ahora invoca a la muerte. Aparecen dos características de las lamentaciones: El «¿Por qué?» (cfr. Sal 22,2), que implica «No comprendo»; y la fijación en el «yo» (cfr. Sal 77,1-6). Ante un sufrimiento tan intenso es difícil mirar fuera de uno mismo. Job desea la muerte, la que iguala a todos, para encontrar reposo.
3,20-26 ¡Líbrenme de Dios! El grito «¿Por qué?» aparece de nuevo en el versículo 23b, pero esta vez con un fuerte acento irónico. En 1,10, Satán ha echado en cara a Dios que «rodee» a Job con sus bendiciones; aquí, Job usa la misma palabra para lamentarse de estar siendo acorralado por Dios.
4,1–14,22 Primera sesión de discursos. Horrorizados por los lamentos de Job y sus repetidos «¿Por qué?», los tres amigos abandonan su sabio silencio y se creen en el deber de responder. Los discursos que siguen a continuación se desarrollan en tres sesiones: 4,1–14,22; 15,1–21,34; 22,1–27,23. En las dos primeras hablan cada uno de los amigos y Job responde largo y tendido. La tercera sesión aparece un poco desordenada, debido quizás a la confusión del texto.
4,1–5,27 Primer discurso de Elifaz. Elifaz comienza en tono cortés. En típico estilo sapiencial, apela a su experiencia y reflexiona a partir de ella (4,7-8; 5,27), pero, extrañamente, recurre también a una revelación especial que ha recibido de noche (4,13-21).
En el desarrollo de su discurso subraya cuatro puntos básicos: 1. ¿Quién es el inocente que perece?, es el malvado el que sufre (4,7). 2. ¿Qué ser humano puede presentarse sin mancha ante el Creador? (4,17-21; cfr. 11, 11; 15,14-16; 25,4). 3. Los seres humanos engendran ellos mismos la desgracia (5,7). 4. El sufrimiento puede ser el correctivo que Dios impone como corresponde a un buen padre (5,17); la fidelidad a Dios trae abundancia de vida (5,23-26).
Elifaz concluye su discurso con una insistente llamada a la experiencia (5,27). Desgraciadamente, Job no lo sabe.
6,1–7,21 Respuesta de Job a Elifaz. Job replica en un fuerte arrebato emocional. Su angustia y sufrimiento son demasiado grandes como para expresarlos en palabras comedidas (6,1s), pero puede hablar, es más, debe hablar. Job, entonces, recurre a la oración. Como en el capítulo 3, aún ansía la muerte, pero este deseo no le lleva nunca a contemplar el suicidio. Job no es una estatua de piedra o de bronce sin sentimientos (6,12), sino una persona de carne y hueso que ha tocado fondo.
Reconociendo, por fin, la presencia de sus amigos les da una lección de lo que significa para él la amistad. De un amigo se espera la lealtad y la amabilidad en tiempos de aflicción. Por el contrario, estos amigos suyos se parecen a los arroyos de Palestina que tan pronto se llenan de lluvia como se vuelven secos. No se puede uno fiar de ellos (6,14-21): vinieron, vieron y se marcharon (6,21). Job les desafía a que le digan en qué ha pecado para merecer tal tratamiento (6,24).
La vida es como una carga pesada y los humanos, unos esclavos. Él desaparecerá pronto para no regresar más, tragado por el abismo. Ésta y otras afirmaciones por el estilo indican claramente la ausencia en el libro de Job de la esperanza en la resurrección o de una vida después de la muerte (cfr. 10,21;14,10-12;16,22).
Job no se calla. En el contexto de todo el libro, el versículo 7,11 es verdaderamente importante. La finalidad de la apuesta sugerida por Satán era ver cómo Job iba a reaccionar, qué iba a decir. Ahora habla. ¿Por qué Dios no lo deja en paz, o al menos el tiempo suficiente para recobrar el aliento? (7,19). Aun en el caso de que haya pecado (¡de nuevo la cuestión!), ¿no puede Dios simplemente perdonar? Un abismo separa toda posible culpa de Job de sus sufrimientos. Pronto estará muerto y entonces ya será demasiado tarde (7,20s).
8,1-22 Primer discurso de Bildad. Con una insultante observación, el segundo amigo de Job entra en la refriega y se lanza inmediatamente a defender la justicia de Dios. Aunque estaba implícita antes, es ahora cuando la cuestión aparece tan claramente (3).
De acuerdo con la mejor tradición sapiencial, Bildad apela a la sabiduría acumulada en el decurso de los tiempos y transmitida por los antepasados (8-10). Haciéndose eco de ella, cita un proverbio de colorido Egipcio: así como las plantas necesitan del agua para desarrollarse y florecer, así los humanos necesitan de Dios para crecer y prosperar (11s). A continuación, Bildad desarrolla el ejemplo de la persona que se olvida de Dios. Semejante amnesia espiritual sólo puede acarrear tristes consecuencias; y aun en el caso de que esa persona alcance cierta prosperidad, ésta estará siempre pendiente de un hilo (13-19).
Por el contrario, Dios no se olvida del justo (20-22). Si Job se arrepintiera, de nuevo se llenaría su vida de risas y alegría. Irónicamente, Bildad nos hace entrever lo que efectivamente ocurrirá al final del libro (42,7-17).
9,1–10,22 Respuesta de Job a Bildad. Aunque estos capítulos presentan muchos problemas de texto y traducción, es claro que abundan en imágenes tomadas de la justicia legal. Job se asemeja, a veces, a un demandante que quiere llevar a Dios a los tribunales (9,3) pero, desafortunadamente, siendo el encausado y el juez la misma persona, ¿qué posibilidades tiene de obtener justicia? Otras veces, Job mismo es el encausado que tiene que responder, pues en ello le va la vida (9,14). La impotencia de nuestro héroe se va haciendo cada vez más patente, sobre todo frente al abrumador poder creador de Dios.
A pesar de todo, el lenguaje de Job se hace progresivamente más atrevido y franco. No puede ser justificado (declarado inocente), cuando el encausado y el juez son la misma y tan poderosa persona. No sabe qué hacer ni qué decir, pues diga lo que diga no va a servir para nada. A lo largo de los versículos que siguen, la abundancia de preguntas condicionales muestra a un Job perplejo, tanteando una u otra posible vía de salida.
La vida de Job se va consumiendo rápidamente, con la velocidad de un corredor o de un barco navegando por el Nilo o de un águila en la trayectoria de su vuelo. No puede salir victorioso de la contienda. Y aun en el caso de que lograra limpiar su reputación, Dios simplemente volvería a mancharla de nuevo (9,25-31).
Olvidado por sus amigos, Job desearía encontrar una tercera persona, un árbitro imparcial (cfr. 16,19; 19,25) que estableciera justicia entre Dios y él, pero sabe que esto es imposible. Presa de la desesperación, comienza de nuevo a aborrecer la vida (9,33-35b).
Job recurre de nuevo a las lamentaciones. A falta de otra cosa que decir, desea, al menos, desahogar su queja (como en 7,10): «qué tienes contra mí» (10,2). Job apela a la memoria de Dios, recordándole aquellos días felices en que el creador lo formó, al igual que un alfarero o artesano de quesos o un sastre que realiza su trabajo con cuidado y maestría (10,9-12). ¿Por qué Dios lo persigue ahora, acorralándolo como a un animal salvaje? (10,16). Como en 3,11 y 7,15, invoca de nuevo a la muerte de la cual no se regresa (10,18-22).
11,1-20. Primer discurso de Sofar. El ataque con que abre Sofar su discurso hace aparecer el de Bildad, por comparación, comedido y cortés (8,2). ¿Cómo es posible que el que más habla sea declarado inocente? (2). Contrariamente a 11,4, Job no ha pretendido enseñar nada a nadie, sólo ha querido dar voz a su confusión y a su pena ante los oídos sordos de sus amigos.
Censurando a Job por mostrarse tan seguro de sí mismo sin respetar el misterio de la sabiduría (7-17), Sofar revela su pretendida seguridad y la ignorancia de los límites de su propia sabiduría. Su consejo podría resumirse así: olvídate de esas ideas tan radicales, reza tus oraciones y enmienda tu vida (13s).
Si Job lo hace, de acuerdo con la doctrina de la retribución de su amigo, gozará de una próspera existencia y encontrará, por fin, la paz. También recobrará el honor, sus virtudes serán reconocidas y muchos acudirán a él pidiendo su intercesión (19b). La ironía del consejo está en que al final (42,8s) serán precisamente los amigos los que implorarán la intercesión de Job.
12,1–14-22 Respuesta de Job a Sofar. Indiferente a la acusación de Sofar, Job se lanza a lo que será su discurso más largo, con excepción de los capítulos 29–31. El capítulo 12 abunda en ideas y terminología sapienciales; el 13, en expresiones legales; el 14, en lamentaciones.
En una cultura del honor y la vergüenza, «lo que diga la gente» es muy importante, y así, en 12,4-6 Job manifiesta cómo sus desventuras le han traído el deshonor y la desgracia al convertirse en la burla y el menosprecio de sus vecinos y allegados. En 8,8-10 Bildad había apelado a la autoridad de la tradición transmitida por los antepasados. Aquí Job hace una parodia de esta tradición, apelando a su vez a los estúpidos animales, los cuales saben muy bien lo que, por lo visto, sus amigos desconocen: que la desgracia no está siempre conectada a una mala conducta. El proverbio citado en 12,11 subraya que la sabiduría tradicional debe ser sometida a examen por la experiencia, al igual que la boca paladea el alimento.
Elifaz ha hablado antes (5,10-13) del Dios que crea. Aquí (12,13-25), Job habla del Dios que introduce el caos en el mundo natural (12,15; 19,21s), haciéndose eco de la historia del diluvio universal (Gn 6-8). También en la sociedad humana, el orden social (es decir, la justicia) depende del sabio gobierno de los reyes, consejeros y jueces (12,17; 18,20). El poder y la fuerza de Dios se conjugan con su sabiduría y su prudencia (12,13-16); el problema está en que no podemos imaginar cómo, por eso los mortales nos movemos a tientas en la oscuridad (12,24s).
De nuevo, Job quiere llevar a Dios ante los tribunales (13,3). En una cultura oral, las palabras constituyen el verdadero tejido de la sociedad y esto alcanza su máxima expresión en la formalidad de un tribunal de justicia. Ésta es la razón por la que el Antiguo Testamento hace hincapié en la obligación de dar testimonio fidedigno (Éx 20,16) y en la necesidad de la comparecencia de dos o tres testigos para establecer legalmente una acusación (Dt 19,15).
Job tiene ciertamente tres testigos, pero su testimonio, ¡es falso! ¿Se piensan acaso que están sirviendo a Dios con su falsedad? ¿Están mintiendo para hacer un favor a Dios o para defenderse a sí mismos y a su segura teología? –He aquí una buena pregunta para los ministros de la pastoral–. Los versículos 13,9-11 anticipan lo que va a suceder en 42,7-9.
Para demostrar que las palabras de su amigo ni le han intimidado ni reducido al silencio, Job afirma que está dispuesto a defender su causa ante el mismo Dios y, ¡salir con vida! Esto demostrará que tiene razón, pues los pecadores no pueden vivir en su presencia (13,16). Job se dirige, pues, a Dios (13,20-27) y le dice con osadía que, sin condiciones, un debate con Él lo tiene ya perdido de antemano. Dios debe prometer a Job no abrumarlo con su divino poder («mano») que deja desarmado e impotente a todo aquel a quien toca (cfr. Éx 23,27). Con esa condición Job aceptaría comparecer como acusado (13,22a) o bien como demandante (13,22b).
Job se da cuenta de esta insensata confianza y rápidamente vuelve a lamentarse. Se encuentra en un callejón sin salida: Dios está o demasiado lejos (13,24a) o demasiado cerca (13,24b). Su situación viene gráficamente expresada (en hebreo) con un juego de palabras: Dios está tratando a Job (´ivyob) como a un enemigo (óyeb), y ésta es la fuente de su pena constante.
Ciertamente no puede considerarse sin pecado (13, 26), pero cualquiera que sea su falta, no es para merecer esto. Su lamento desvela el lado oscuro de la existencia, deteniéndose en dos aspectos: la vida humana es frágil y transitoria (14,1-6) y no hay esperanza de vida después de la muerte (14,7-22). Morimos, y ahí termina todo. Solamente el dolor corporal y la zozobra interna acompañan al afligido en su soledad (14,18-22).
Con esta lúgubre nota de desesperación termina la primera serie de discursos. Para los amigos es la justicia de Dios lo que está en juego; para Job, la integridad de su experiencia. Aquellos han tomado el partido de Dios, o mejor, de sus ideas acerca de Dios, que son las que frecuentemente las «personas piadosas» confunden con el verdadero Dios. Job se aferra a su experiencia y, lo que es peor, se niega a quedarse callado.
15,1–21,34 Segunda sesión de discursos.
15,1-35 Segundo discurso de Elifaz. Al principio (4s), Elifaz se mostraba respetuoso, ahora cambia de tono. Job no habla con prudencia, es más, está completamente loco. Su misma boca, lengua y labios –todos los órganos de la palabra (5s) lo condenan–. Continuando su ataque contra la pretendida sabiduría de Job, Elifaz le pregunta con sarcasmo si es un místico o un sabio primordial (cfr. Ez 28,11-19), engendrado de una manera especial antes de la creación (7). La misma imagen, con casi idénticas palabras, es aplicada en Prov 8,25b a la figura personificada de la sabiduría de Dios. ¿Acaso Job ha tenido acceso al Consejo de Dios? (8). La ironía está en que precisamente allí, en el Consejo de Dios, es donde comenzaron los problemas de Job.
Elifaz se incluye a sí mismo entre los sabios, ancianos de cabello blanco (10a). El versículo 10b sugiere que quizás Job no fuera tan entrado en años como comúnmente se lo retrata. Si después engendrará hijos e hijas, debe rondar ahora en la mediana edad. Elifaz apela a la tradición antigua (17s; cfr. 8,8), y lanza una seria advertencia sobre el destino de los malvados (17-35), concluyendo con un comentario proverbial contra la futilidad de la insensatez (30-35).
16,1–17,16 Respuesta de Job a Elifaz. Job se impacienta. Le gustaría que sus amigos estuviesen en su situación para administrarles la misma medicina. En el lenguaje típico de las lamentaciones (cfr. Sal 22,7-9,13s; 17,22) habla del acoso de sus enemigos. A veces, su pensamiento divaga entre el cielo y la tierra, ya dirigiéndose a Dios, ya a sus amigos. Job reacciona no con expresiones de arrepentimiento sino con gestos de dolor y de pesadumbre (16,15; cfr. 1,20), como quien siente la muerte cercana (16,18–17,2).
Existía la creencia en el Antiguo Testamento de que la sangre de una víctima inocente clamaba desde la tierra pidiendo justicia –por ejemplo, la sangre de Abel (Gn 4,10)–. Job espera que después que la muerte haya cerrado sus labios, su sangre siga gritando. Antes, olvidado de sus amigos, buscaba un árbitro entre él y Dios; ahora espera un testigo, un intercesor allá arriba (16, 19), seguramente un miembro del Consejo celestial que, contrariamente a lo que hizo Satán, interceda a su favor.
El texto hebreo de 17,3-10, no es muy claro; parece como si Job pidiera a Dios que permita a alguno de sus consejeros hacerse cargo de su defensa, como acontece en los juicios (cfr. Gn 38,17; Dt 24,6-17). Pero no hay ninguno. Definitivamente se ha convertido en el escarnio de todos; su destino es la vergüenza. Olvidado, solo, burlado, su pensamiento retorna a la muerte (17,11-16), presentada con una serie de imágenes negativas: el país de los difuntos (17,13-16), oscuridad (17,13), corrupción y gusanos (17,14), polvo (17,16).
18,1-21 Segundo discurso de Bildad. Tras unas breves palabras de reproche, Bildad prorrumpe en una extensa descripción de la suerte de los malvados (cfr. 15, 20-35). Usa seis términos diferentes del argot de la caza, cuya significación no es muy clara. Las alusiones a la tienda destruida (14b-15) o a morir sin descendencia (16-19) probablemente se hacen eco de las aflicciones de Job en el capítulo primero. En aquel tiempo, a falta de una esperanza de vida después de la muerte, la sola supervivencia a la que se podía aspirar era el nombre y la memoria que preservarían los descendientes. Sin ellos, era como si la persona jamás hubiera existido. No se podía imaginar destino peor (18s).
19,1-29 Respuesta de Job a Bildad. Job comienza con una típica pregunta de las lamentaciones: «¿Hasta cuándo?». Las «diez veces» del versículo 3 hay que tomarlas en el sentido de «a menudo y repetidamente». Aunque no muy claro textualmente, los versículos 4s implican: «aunque yo sea culpable, éste es mi problema, y ustedes no tienen derecho a alegrarse a costa del sufrimiento ajeno». Como para dejar constancia, Job afirma de nuevo que Dios le está tratando injustamente (6), mencionando las veces que se ha comportado así con él (7-14). No sólo le ha abandonado Dios, también sus amigos y familiares (13-22). Se encuentra solo y avergonzado. El exacto sentido del versículo 10 no es muy claro, pero debe significar algo así como «he sido reducido a tal extremo que apenas me mantengo vivo».
Solo y cercano a la muerte, Job se aferra a la última esperanza que le queda de reivindicar su causa (23-29). Desea que su declaración de inocencia sea esculpida en piedra para que hable por él después de su muerte (23s). Seguidamente (25-27) busca otra clase de reivindicación, pero ¿cuál?, ¿cuándo?
Nos encontramos ante unos de los más famosos y difíciles versículos del libro (25). El «defensor» –algo así como nuestro «Defensor del Pueblo»– era un oficio de la sociedad tribal que llevaba consigo la obligación de defender y proteger a los miembros más débiles de la familia. Aunque sus funciones eran varias (cfr. Lv 25,23s; 47-55; Dt 25,5-10; Rut 4,1-6), la primera obligación del «Defensor» era mantener la unidad vital de la familia o de la tribu.
Job acaba de decir que todos sus amigos y afines le han olvidado; ahora se aferra al último hilo de esperanza: a lo mejor le queda algún familiar por ahí que aparezca, se presente en el tribunal y reivindique su inocencia.
¿Quién es ese defensor? Algunos comentaristas opinan que es Dios; otros, más convincentemente, opinan que se trata de una tercera persona que, junto a Job, pueda hacer frente al que es al mismo tiempo juez, acusador y ejecutor, es decir, a Dios. Pero ¿cuándo ocurrirá esto?
San Jerónimo en su traducción de la Vulgata –de donde lo ha tomado Hendel para su Messiah– afirma que eso ocurrirá en el día de la resurrección, pero tal versión va en contra de la posición que se mantiene a lo largo de todo el libro: no hay vida después de la muerte (cfr. 14,10-22). Job parece que se aferra a un posible rescate de última hora, mientras está aún vivo. Éste es, al menos, su ardiente deseo (26b). Dado el estado confuso del texto cualquier interpretación es tentativa.
Job termina con una advertencia –y previsión–. Los que persisten en condenarlo serán finalmente sometidos, ellos mismos, a juicio (28s; cfr. 42,7-9).
20,1-29 Segundo discurso de Sofar. Como Elifaz (15,17-35) y Bildad (18,5-21), Sofar se apresura a describir el destino de los malvados. Para contestar a Job, Sofar se apoya, siguiendo el estilo sapiencial, tanto en su reflexión personal (2) como en la tradición transmitida por los antepasados (4).
Los malvados ignoran a Dios y sus mandamientos y se ponen ellos mismos en el lugar de Dios. Los malvados son orgullosos y arrogantes (6), pero perecerán para siempre al igual que su estiércol (7). Hablando de la injusticia social (15-19), dice que la avaricia les conduce a oprimir al pobre y al necesitado (17-22). Pero el gozo de las riquezas mal adquiridas no durará, pues Dios, cual formidable guerrero, asaltará al malvado con todo el despliegue de su armamento cósmico (23-28).
Si, de verdad, Job está experimentando la ira de Dios, ¿qué otra cosa puede esperar? Éste es el destino de los malvados (29).
21,1-34 Respuesta de Job a Sofar. Este discurso de Job es realmente una respuesta a los argumentos de sus amigos, entrando así en un genuino diálogo con ellos. Contiene numerosas referencias (demasiado para referirlas todas aquí) a lo que ha hablado anteriormente. Si sus amigos no pueden ofrecerle el beneficio del silencio (13,5), al menos podrían prestar oídos a lo que está diciendo, pues no está hablando de generalidades sino de su propio sufrimiento personal (5s).
El argumento de sus amigos se ha centrado últimamente en el destino de los malvados. Job lo retoma y lo rechaza. Los malvados no sufren; al contrario, la mayoría crecen, prosperan y mueren contentos. Es más, ¡se burlan de Dios! (14). Era creencia común de entonces que los efectos de los pecados de una persona se prolongaban en su familia y descendientes. Puede que sea verdad, dice Job, pero es injusto. El que peca debe sufrir personalmente el castigo. Lo que ocurra después de que muera, le importa ya muy poco (18-21). Pero no, los malvados no sufren, al contrario, prosperan y mueren contentos. Así han sido siempre las cosas, lo son y lo serán. Los vanos consejos de sus amigos no son más que mentiras (34). Así termina la segunda ronda de discursos.
22,1–27,23 Tercera sesión de discursos. Las primeras dos sesiones de discursos discurren ordenadamente: los amigos hablan y Job responde a cada uno de ellos. La tercera, sin embargo, aparece desordenada y confusa. Elifaz habla y Job responde. El discurso de Bildad, de solo cinco versículos, está seguramente truncado; Sofar permanece callado. Es más, parte de lo que Job dice parece más apropiado en boca de sus amigos. Los expertos siguen intentando llegar a una conclusión coherente, pero da la impresión de que Job y sus amigos están gritando todos al mismo tiempo, lo cual podría ser muy bien el final adecuado de un «diálogo» de sordos acerca del orden cósmico y moral.
22,1-30 Tercer discurso de Elifaz. Elifaz reacciona a la refutación de Job y le acusa de una serie de graves pecados (6-11), justamente los que suelen cometer los poderosos contra los pobres y desvalidos (8). En el antiguo Medio Oriente las viudas y los huérfanos eran considerados como los más necesitados de la sociedad, ya que no tenían a nadie que los defendiera en un tribunal de justicia. A lo largo de todo el Antiguo Testamento, el deber de los poderosos era el de tomar partido por los débiles y desvalidos y establecer así la justicia, no pervertirla.
Elifaz persiste en su arenga. Por última vez urge a Job a que arregle sus asuntos con Dios (21-30). Si se arrepiente, gozará nuevamente de la luz de los cuidados de Dios (28); y con esto pone fin a su alegato. Elifaz nos muestra el triste retrato de la degeneración a que puede llegar la «persona religiosa» cuando confunde sus pobres intentos de conocer a Dios con la misma revelación. Esto ocurre también en nuestros días; sería ingenuo considerarlo solamente como un problema antiguo.
23,1–24,25 Respuesta de Job a Elifaz. Job ansía de nuevo poder llevar su caso a un tribunal de justicia. Los versículos 23,3-7 abundan en terminología legal. Curiosamente, Job parece no necesitar un mediador (árbitro, testigo o defensor) sino que está dispuesto a litigar él mismo su caso, con la seguridad de que podrá probar su inocencia.
Pero las cosas no son tan fáciles. Dios ha desaparecido (23,8s). La ironía de 23,10b es llamativa: nosotros, los lectores, sabemos que Job está siendo probado, y que al final se le hará justicia, pero mientras tanto Job atraviesa la noche oscura del alma. Ha permanecido completamente fiel, pero Dios tiene sus caminos misteriosos (23,11-14). Job se pregunta por qué Dios no ha fijado fecha para sentarse en el tribunal y tomar decisiones (24,1).
Retomando el tema de la injusticia social, Job describe el trabajo de los malvados oprimiendo a los débiles y desvalidos (24,2-4); después, continúa con una larga descripción de la lucha de los pobres por la supervivencia. De nuevo estamos ante un problema de entonces que se repite diariamente en nuestras calles de hoy.
La unidad siguiente (24,13-17) es una especie de reflexión sapiencial sobre los dos caminos, el de la luz y el de las tinieblas, haciendo hincapié en aquellos que aman las tinieblas. Día y noche simbolizan dos opciones de vida. El asesino, el adúltero y el ladrón aman y se amparan en las tinieblas para cometer sus fechorías. Trastornando el orden natural de las cosas, el anochecer es para ellos como el amanecer cuando se levantan para comenzar su trabajo.
25,1-6 Tercer discurso de Bildad. Bildad comienza su último alegato alabando al Dios creador que establece la paz en el cielo. Los versículos siguientes (4-6) vuelven al tema familiar: todos los humanos están corrompidos y llenos de iniquidad (4,17-21; 11,11; 15,14-16). La pretendida inocencia de Job es simplemente imposible. ¿Una persona humana inocente? No existe semejante cosa. Estas reflexiones sobre la condición humana son las últimas palabras registradas de los amigos de Job.
26,1–27,23 Respuesta final de Job. Los siguientes dos capítulos son problemáticos; parecen ser más bien el resultado de fragmentos recogidos y yuxtapuestos. Job comienza con la típica mofa de sus amigos y los increpa con la abundancia de la clásica terminología sapiencial: consejos, avisos, reflexiones (26,2s). Se han apartado del auténtico camino de la sabiduría al no tomar en consideración un dato fundamental: la experiencia por la que él, Job, está pasando.
La magnífica descripción de la creación que viene después (26,5-14) podría muy bien ser la continuación del himno de Bildad al Creador (25,2-6). Tal y como está el texto, parece que Job interrumpiera a Bildad para terminar, él mismo, el himno comenzado por su amigo, describiendo la actividad creadora de Dios en términos que recuerdan a Gn 1.
Con un solemne juramento, Job continúa, de nuevo, manteniendo su inocencia. Es Dios quien le hace injusticia a él, pero, a diferencia de sus amigos, Job no servirá a Dios con la mentira y la falsedad (27,4; cfr. 13,7-9). El hecho de que mantenga «mi justicia» no quiere decir que no haya sido o sea un pecador, sino que su posición es justa y la de sus amigos, falsa (27,6).
Los siguientes versículos (27,7-21) suenan, curiosamente, como fuera de lugar en boca de Job. Parecen ser más bien el eco de lo que los amigos le reprochan. Algunos expertos han tratado de reconstruir, a partir de ellos, un perdido tercer discurso de Sofar. Intentando, no obstante, de buscar un sentido al texto tal y como está, éste podría ser su significado: según la ley del antiguo Israel, a aquel que ha sido reconocido culpable de falso testimonio contra una persona inocente se le deberá imponer el mismo castigo que habría recibido la parte inocente. Ésta es la suerte que Job desea a sus pretendidos amigos (27,7), especificando después los castigos con que ellos le han amenazado (27,8-23).
28,1-28 Poema sobre la sabiduría. Este capítulo no encaja bien en el libro. La mayoría de los expertos coinciden en que se trata de una composición independiente. Su función en el texto sería la de un descanso intermedio, o mejor aún, un comentario editorial del narrador. El tema lo toma del refrán que se encuentra en 12.20: «¿Dónde se podrá encontrar la sabiduría?». A veces el texto hebreo es difícil.
28,1-12 La sabiduría no se puede extraer de la tierra ni comprar. Los seres humanos usan su imaginación y su destreza para excavar en la tierra valiosos minerales: oro, plata, cobre, hierro, piedras preciosas. Sin embargo, en toda esa búsqueda de cosas preciosas, ¿dónde está la sabiduría? Ni las aves de vista aguda ni las bestias que vagan por la tierra la han visto jamás.
28,13-23 Nada ni nadie en la creación conoce el camino a la sabiduría. Inútil es todo esfuerzo humano, y nada en la creación puede servirle de ayuda. La sabiduría es más preciosa que el oro y la plata (cfr. Prov 3,14s) y de todo lo que se pueda encontrar en un muestrario de joyas (15-19). La búsqueda de la sabiduría aparece como una empresa imposible, pero ¿lo es en realidad?
28,24-28 Dios sí conoce el camino. Solamente Dios, en la plenitud de su conocimiento y poder creador, conoce el camino de la sabiduría. La actividad creadora de Dios es descrita primero (28,3; 9,11). La asociación entre la creación y la sabiduría recorre toda la tradición sapiencial del Antiguo Testamento (cfr. Prov 3,18-20; 8,22-31). Es a través de la creación como Dios establece, abre y despliega el camino de la sabiduría. De la misma manera que la sabiduría humana se manifiesta en el comportamiento de los humanos, así la sabiduría de Dios se revela en su divina actividad.
Si antes dijo que la búsqueda de la sabiduría por parte de los humanos era una empresa inútil, ahora dice que hay un camino para llegar a ella: el temor de Dios y el alejamiento del mal (Job posee estas virtudes, cfr. 1,1-8) es el comienzo de la sabiduría. En otras palabras, la búsqueda de la sabiduría debe comenzar estableciendo buenas relaciones con Dios.
El capítulo 28 mira hacia atrás, al debate precedente, y sugiere que la búsqueda apuntada allá era una pretensión demasiado ambiciosa. Después, mira hacia las palabras del Señor y hacia el final del libro donde se afirma que la sabiduría está con Dios, revelada, sí, en la creación, pero fuera del alcance de los humanos.
29,1–31,40 Monólogo de Job: Fin de su defensa. Job ha agotado todos los recursos. Su búsqueda de arbitraje ha caído en oídos sordos. No puede realizar una citación a Dios, pues ha desaparecido. Por otra parte, los testigos son falsos y declararían contra él en el tribunal.
El largo discurso de Job se prolonga a lo largo de los capítulos 29–31. Comienza con la descripción de su ya pasada y feliz relación con Dios (29), después se refiere a su situación presente (30) con un penoso lamento, para concluir suspirando por su futura reivindicación con un vibrante juramento de inocencia, corroborado por la larga serie de sus comportamientos morales (31).
29,1-25 ¡Qué buenos tiempos aquellos! Job comienza recordando la cercanía y las bendiciones de Dios que experimentó en aquellos tiempos felices en que era honrado por todos. A las puertas de la ciudad, donde el pueblo se reunía para hablar de negocios y tratar asuntos sociales y legales, Job era considerado como un sabio, sobre todo por el respeto con que eran acogidas sus palabras (21-23). En el contexto de todo el libro, estos recuerdos están llenos de amarga ironía.
Su comportamiento honorable se manifestaba en la manera como trataba con justicia a los demás, especialmente a los pobres, las viudas, los huérfanos, los ciegos, los cojos, los necesitados, los extranjeros, las víctimas de los malvados (12-17). Por tanto, tiene todo el derecho para esperar las correspondientes bendiciones que le aseguren una vejez feliz.
30,1-31 Ahora se han vuelto las tornas. Ahora, en vez de honor, ¡desgracia y vergüenza!, despreciado aun por la escoria de la sociedad. El lamento de Job se vuelve hacia Dios (20-26). Ahora, en la necesidad, ¿quién está a su lado (24-26)?
Job ha hablado de sus enemigos y de Dios, ahora describe su propia situación (16.17.28-31). Su vida se desvanece; le duelen hasta los huesos; se siente solo y abandonado. Durante todo este tiempo ha suspirado por un amigo que le tenga compañía. Y ahora, sus únicos amigos se han convertido en chacales y avestruces –bestias del desierto conocidas por su «lenguaje» ofensivo (29)–.
31,1-40 ¡Juro que soy inocente! Dos veces ha citado antes Job a Dios para que comparezca en juicio y responda a los cargos que tiene contra él (13,13-19; 23,2-7); ahora pronuncia un largo juramento de inocencia. Pide a Dios, en primer lugar, que lo pese en la balanza de la justicia, es decir, en una balanza verdadera (6). Después presenta un sumario de comportamientos morales a los que Job se ha adherido estrictamente. El texto es a veces incierto, pero podemos citar, al menos, los siguientes apartados:
- Falsedad y engaño (5-8). 2. Lujuria y adulterio (9-12). 3. Derechos de los esclavos (13-15) –Job no sólo ha tratado bien a los esclavos, sino que para él todos los hombres y las mujeres eran iguales, pues todos son criaturas del único Creador (cfr. Prov 14,31; 17,5; 22,2; 29,13)–. 4. Malos tratos al pobre y al necesitado (16-23). 5. Idolatría (24-28) –el versículo 25 se refieren al ídolo de las riquezas y al dinero; los versículos 26s son una advertencia contra las religiones paganas circundantes, adoradoras del sol y de la luna–. 6. Odio a los enemigos (20-30) –la maldición contra los enemigos es corriente en los salmos de lamentaciones (cfr. Sal 29,23-29), pero Job no ha maldecido a nadie–. 7. Hospitalidad (31-33) –en la sociedad antigua, la hospitalidad hacia los extranjeros era una obligación especialmente sagrada–. 8. Hipocresía (33s) –de nuevo Job se centra en actitudes de integridad personal–. 9. Explotación de la tierra (38-40). En la crisis ecológica por la que atravesamos en nuestros días, esta preocupación del Antiguo Testamento por la integridad de la creación debe hacernos pensar.
Job ha cubierto todas las relaciones que tejen la vida de los humanos: con Dios, con uno mismo, con los demás –amigos, enemigos, siervos, pobres y necesitados–, y con el medio ambiente. Todo ello entra en el concepto bíblico de justicia. Por última vez, Job afirma su inocencia (35-37).
32,1–37,24 Discursos de Elihú. Job ha terminado su defensa pidiendo una respuesta de Dios. ¿Qué va a suceder ahora? Cuando menos se esperaba, aparece un intruso llamado Elihú. Se trata de un joven colérico que, aparentemente, ha estado escuchando el debate y no puede contenerse más. Irritado por lo que acaba de oír, está reventando por meter baza en el asunto (32,19). Y lo hace con cuatro discursos que, aunque no dicen nada nuevo, manifiestan su convicción, su apasionamiento y su abundante verborrea.
32,1–33,33 Primer discurso de Elihú. A pesar de su juventud, Elihú se cree en el deber de hablar. La sabiduría no siempre –o no necesariamente– va unida a la edad, pues es un don del espíritu/aliento de Dios (32,8-18). A diferencia de los amigos, el joven llama a Job por su nombre (33,31). Después de un largo preámbulo (32,6b–33,7), finalmente entra en materia. Job ha reclamado su inocencia, afirmando que Dios lo está tratando como a un enemigo e ignorando sus gritos de auxilio. Pues bien, Job está equivocado (33,12). Dios habla; seguramente Job no ha escuchado. Y habla, ya sea por medio de sueños y pesadillas o a través de la enfermedad, para advertir al pecador y hacer que vuelvan al camino de la vida (33,14-22).
Elihú menciona, además, a un mediador celestial, miembro de la corte de Dios (33,23), que ayuda a los pecadores a que se arrepientan. Job ha deseado ardientemente un mediador (16,19-22), pero seguramente esperaba de él otra cosa.
34,1-37 Segundo discurso de Elihú. Después de censurar a los amigos, Elihú emprende una larga defensa de la justicia y equidad de Dios (10-29). Dios lo ve todo y dicta sentencia. Aquellos que se alejan de Dios sólo pueden culparse a sí mismos (24-27).
Al igual que los amigos en la primera serie de discursos, el joven sugiere a Job lo que tiene que decir en señal de arrepentimiento (31s). Los versículos finales (34-37) son tan duros, crueles –e irrelevantes– como los que hayan podido salir de la boca de los amigos.
35,1-16 Tercer discurso de Elihú. Elihú continúa desarrollando el tema de la grandeza y trascendencia de Dios. Los oprimidos claman por su liberación, y Dios parece que no escucha. Pero Dios sí escucha; quizás no responde porque aquellos permanecen encerrados en sí mismos y no han esperado lo suficiente (14). Ésta es la respuesta simplista y banal de siempre para proteger «nuestras» ideas de Dios.
36,1–37,24 Cuarto discurso de Elihú. La primera parte del discurso (36,1-21) continúa con el debate de las sesiones previas. Los destinos del justo y del malvado son sometidos de nuevo a revisión. La segunda parte (36,22–37,13) alaba la grandeza del Creador. Su poder, sabiduría y conocimiento sobrepasan nuestra capacidad de comprensión (36,26). Elihú se centra en el don divino de la lluvia (36,27–37,13): ¿Considera Job las maravillosas obras de Dios? (37,14). En otras partes del Antiguo Testamento, las «maravillas de Dios» se refieren a las grandes proezas que hizo liberando a Israel de la esclavitud de Egipto. En la tradición sapiencial, las maravillas de Dios son sus obras de la creación.
Elihú lanza una serie de cuestiones a Job a las que, por supuesto, éste responde siempre con un «No» (37,15-21). Por más sabios que seamos, nunca podremos pedir cuentas a Dios. Lo único que podemos hacer es «temer» –adorar y reverenciar– a Dios, y en esto consiste, después de todo, el comienzo de la sabiduría (28,28).
Elihú es una comparsa en la escena, una simple figura de transición. Sus observaciones previas han versado sobre las discusiones de Job y sus amigos; ahora, mira hacia delante centrándose más y más en Dios, y terminando con la descripción de la tempestad, y con una serie de cuestiones encaminadas a humillar a Job. El Señor va a hablar desde la tempestad con una lista de cuestiones semejantes.
38,1–42,6 Discursos del Señor. El Señor ha estado oyendo y tomando nota (35,13), ahora habla. Los amigos pensaban que no había necesidad de que Dios hablara. Job, por el contrario, sí; le ha pedido o bien una lista de cargos o bien un veredicto. Todos quedan sorprendidos. El Señor entra como uno más en el debate, y responde con dos discursos (38,1–40,2; 40,6–41,26), a los que Job, a su vez, contestará brevemente con otros dos (40,3-5; 42,1-6). El Señor no responde a ninguna de las cuestiones planteadas; en realidad, sus palabras ofrecen solamente una serie de contra-cuestiones encaminadas a sacar a Job de su pequeño mundo y abrirle a un horizonte más amplio.
38,1–40,2 Primer discurso del Señor. Dios habla desde la tempestad. Ahora le ha llegado el turno a Dios de preguntar y a Job de responder. Job es invitado a entrar en el misterio primordial del cosmos. En primer lugar, la fundación de la tierra viene descrita como una casa que se construye de acuerdo con un plan de detallada arquitectura (38,4-7). Después, a una orden del Hacedor, nace el mar y es vestido y confinado a sus límites cósmicos. Y, ¿qué decir de la mañana (38,12-15) cuando el alba tiñe todo de color y saca a la luz las acciones de los malvados? ¿Es Job capaz de comprender las aguas primordiales o las fuentes de la luz? (38,16-20). En el versículo 38,21 podemos percibir un toque de divina ironía.
Después de hablar de la estructura básica del cosmos, el Señor vuelve a los misterios que encierra el universo, especialmente los fenómenos atmosféricos (38,22-30). Los intereses de Dios van mucho más allá del pequeño mundo de las humanas preocupaciones de Job. Su poder creativo manifiesta asimismo su providencia –en la antigüedad muchos creían que el destino humano estaba escrito en las estrellas–. Ahora son citadas las constelaciones celestes (38,31-33). ¿Puede Job producir la lluvia, envolviéndose a sí mismo con la nube de la tormenta como con un manto? (38,34s). Verdaderamente el Señor ha creado todo con sabiduría (38,33-38; cfr. Prov 3,18-20; 18,22-30; Sal 104,24).
El resto del discurso es dedicado al mundo animal (38,39–39,30). Se mencionan cinco pares de animales salvajes: el león y el cuervo (38,39-41); la cabra montaraz y la cierva (39,1-4); el asno y buey salvajes (39,5-12); el avestruz y el caballo de guerra (39,13-25); el halcón y el águila (39,26-30). En la cultura del Medio Oriente, todos esos animales eran asociados con imágenes negativas (demonios, caos, desierto). El Señor está sugiriendo que no sólo conoce a esos animales, sino que también están bajo su control, y esto es una bendición para la humanidad.
Así terminan las dos partes del primer discurso, con el que el Señor responde a la acusación de Job de que no existe un plan ni providencia en el mundo.
40,3-5 Respuesta de Job al Señor. El Señor se toma un descanso para recobrar el aliento y dar a Job la oportunidad de responder. Antes, Job ha mencionado cómo la gente se cubría la boca con las manos ante sus palabras en señal de respeto (29,9). Ahora es él el que se cubre la boca respetuosamente. Job no confiesa pecado alguno, está simplemente anonadado ante el misterio de Dios y del universo.
40,6–41,26 Segundo discurso del Señor. El Señor lanza de nuevo un desafío. ¿Es realmente necesario que Job condene a Dios para afirmar su propia inocencia? (40,8). Sigue a continuación la descripción de dos grandes monstruos: Behemoth (40,15-24) y más extensamente Leviatán (40,25–41,26). Los expertos quieren ver en ellos al hipopótamo y al cocodrilo –y así lo hemos traducido–, pero en la cultura del Medio Oriente son también mitos/símbolos del caos primordial a los que el Señor, creándolos, domina y controla. Probablemente estamos ante una mezcla de zoología y mitología.
Dios desafía a Job: ¿Puedes, tú, acaso pasar una soga por sus narices?, ¿puedes capturarlos? (40,24). Ambos se pavonean por el mundo embistiendo y atacando para hacer que todo regrese al caos, pero no son ellos los que mandan, ¡es Dios!, y Dios no los destruye, los controla.
42,1-6 Respuesta de Job al Señor. Finalmente, Job reconoce el poder y las intenciones de Dios y admite que van más allá de su capacidad de comprensión. Antes, Job ha sabido de Dios por las enseñanzas de la tradición, ahora, sumergido en el Misterio, tiene un conocimiento más directo de Él, y reniega de todo lo que ha hablado. ¿Está mostrando arrepentimiento por sus supuestos pecados? Seguramente no, pues a Dios no se le sirve con mentiras. Job puede haber ido demasiado lejos en su ansia de comprender, pero sus sufrimientos no son el resultado del pecado. Lo que verdaderamente entiende ahora es la fragilidad y el límite de la condición humana (6, «polvo y ceniza»).
42,7-17 Epílogo. El libro concluye con un epílogo en prosa. Job es reivindicado por Dios. La conclusión se desarrolla en tres escenas: 1. Dios censura a Elifaz y a sus dos compañeros: «no han hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job» (7). Esto es tan irónico como importante. Y para más énfasis, se repite en el versículo siguiente. Si los amigos quieren evitar el castigo, tienen que pedir perdón a Job; éste lo concede y Dios lo acepta. 2. Además del honor, Dios devuelve a Job sus propiedades (10s), aunque nunca las ha mencionado ni pedido. Familiares y amigos vienen ahora a darle verdadero consuelo. 3. Finalmente, Dios bendice a Job (12-17) con nuevos ganados (doble cantidad de la que tenía antes), y con una nueva familia: siete hijos y tres hijas cuyos nombres reflejan su atractivo, Jemimah (Paloma), Keziah (Acacia) y Keren-happuch (Azabache). Job muere feliz, lleno de años y rodeado de sus hijos e hijas hasta la tercera generación.