Judit
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Introducción | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16Introducción
Contexto histórico. Siempre tuvo Israel que enfrentarse con culturas extranjeras, sin perder su identidad o casi recreándola por contraste. Fue relativamente fácil con la cultura egipcia, cananea, babilónica, etc., pero la penetración y difusión del helenismo plantea al pueblo una de sus mayores crisis históricas.
El helenismo representa algo nuevo, sobre todo como irradiación de una cultura atractiva y fascinadora. Si las armas de Alejandro Magno vencieron, la cultura helénica convence. ¿Será una amenaza para Israel, para ese pueblo extraño que vive separado de los demás? ¿Podrá asimilar Israel la cultura griega del helenismo como un día asimiló la cultura cananea?
Hay que distinguir, a corto plazo, dos épocas en el desafío del helenismo. En la primera etapa, algunos espíritus críticos saben volver su mirada inquisitiva y crítica sobre sus propias tradiciones y doctrinas. A esta época podrían pertenecer el libro de Jonás y el Eclesiastés. Sin embargo, la posible asimilación pacífica queda violentamente truncada por la conjunción de dos fuerzas: los excesos de los círculos progresistas y la opresión de un tirano extranjero, Antíoco IV Epífanes, el gran enemigo del pueblo judío, del que hablan los libros de los Macabeos y al que parece referirse el libro de Judit.
El libro de Judit. En estas circunstancias, durante los azares de la rebelión de los Macabeos, nuestro autor anónimo se pone a componer una historia –probablemente hacia finales del s. II a.C.– que sirva para animar a la resistencia. Será una historia conocida y nueva, ideal y realizable; sonará a cosa vieja, pero tendrá una clave de lectura en el momento actual. La acumulación de datos precisos le sirve para enmascarar la referencia peligrosa a los hechos del día; los lectores de la época entendían fácilmente ese guiño malicioso, que suena ya en el nombre de la protagonista («La Judía»).
El argumento, reducido a esqueleto, es de pura ascendencia bíblica, aunque es nuevo el hecho de que el pueblo no haya pecado. Tradicional es el motivo de la mujer que seduce y vence al enemigo (Yael-Sísara, Dalila-Sansón); Judit toma algunos rasgos proféticos, denunciando a los jefes su falta de confianza, presentándose a Holofernes como confidente de Dios. También son tradicionales los motivos del extranjero alabando a Israel, el descubrimiento del asesinato, las danzas y el canto de victoria, la soberbia del extranjero agresor, el castigo del enemigo por la noche y la liberación por la mañana.
A esto se añade la abundante fraseología tradicional, que sumerge al lector en un lenguaje familiar, bastante concentrado. Este recurso literario tiene una función decisiva: el pasado todavía es presente y puede volver a repetirse, incluso adoptando formas nuevas.
El autor narra los hechos con amplitud, en proceso cronológico lineal (salvo dos síntesis históricas). Es maestro en el arte de sustentar y estrechar la acción, en la creación de escenas sugerentes, en la aceleración rítmica cuando llega el momento culminante. Descuella su manejo de la ironía a diversos niveles: caracterización de Nabucodonosor y Holofernes, las palabras de Judit al general enemigo, las alusiones del autor al partido colaboracionista.
En su estilo destaca el amor a las enumeraciones que expresan riqueza, extensión, universalidad, y la expresión enfática, retórica, y los discursos que piden una recitación dramática.
Texto. A través de la complicada y literal traducción griega es fácil, muchas veces, leer el texto del original hebreo que se encuentra detrás, con suficiente seguridad para mejorar dicha traducción.
Mensaje religioso. Es la destacada personalidad de Judit, «La Judía», la que encarna el mensaje religioso del libro, personalidad más simbólica que individual. Judit es encarnación del pueblo, como novia (por la belleza) y como madre, según la tradición profética. Encarna la piedad y fidelidad al Señor y la confianza en Dios, el valor con la sagacidad. Es una figura ideal que podrá inspirar a cualquier hijo de Israel. Como viuda puede representar el sufrimiento del pueblo, aparentemente abandonado de su Señor (Is 49 y 54); puede concentrar toda su fidelidad en el único Señor del pueblo. No teniendo hijos físicos, puede asumir la maternidad de todo el pueblo y convertirse en «bienhechora de Israel». Judit aconseja como Débora, hiere como Yael, canta como María.
1,1–7,32 La gran amenaza. Esta primera parte del libro gira en torno a la creciente amenaza que se cierne sobre el pueblo judío. El emperador no se contenta con imponerse como mandatario único, sino, además, como dios, con todo lo que ello implica. Así pues, esta pieza literaria, aunque cargada de ficción, se convierte en una invitación a resistir a todo aquello que por encima de Dios, pretende imponerse como única alternativa de vida en el mundo. Ayer fueron emperadores y reyes, hoy son gobernantes elegidos, a veces por voto popular, sin títulos demasiado pomposos, pero con herramientas tan poderosas y mortales como las ideologías o corrientes políticas y económicas actuales… Estos imperios se presentan como única tabla de salvación en el caos mundial que ellos mismos promueven y estimulan con fines nacionalistas y particulares.
1,1-16 Planes de Nabucodonosor. Desde el primer versículo el autor está pidiendo a sus lectores que no tomen la narración como historia objetiva. Los dos nombres reales están históricamente descoyuntados, mostrando que representan una ficción. Nabucodonosor no reinó en Nínive como rey de Asiria, sino en Babilonia, como rey del imperio babilónico. Arfaxad es, según Gn 10,22.24, descendiente de Sem y, según la tradición, fue el antecesor de los caldeos, a los que perteneció Nabucodonosor. En consecuencia, el comienzo del libro nos ahorra de golpe todo trabajo de identificación histórica y nos orienta hacia una lectura de ficción cargada de simbolismo. Nótese, por ejemplo, la expresión simbólica, «convirtiendo en humillación la hermosura de la ciudad» (14), que es importante en el libro. Las ciudades, especialmente las capitales, son como doncellas por la belleza; conquistarlas es un poco como violarlas, deshonrarlas. En el libro aparecerá otra mujer bella que el enemigo quiere inútilmente poseer y deshonrar (13,16).
2,1-13 Órdenes de Nabucodonosor. Nombramiento oficial de Holofernes como el gran lugarteniente del rey, quien se encargará de someter a todos los que no quisieron aliarse con el emperador para atacar a Arfaxad. Se deduce que el trabajo de Holofernes va a ser gigantesco, pues según se nos informó en 1,7-11 fueron muchísimos los pueblos que desdeñaron la orden real. Nótese el lenguaje soberbio con que el rey comunica sus órdenes al general y la prepotencia con que decreta el final trágico de innumerables pueblos. La arrogancia y el orgullo de un poderoso desdeñado no puede más que pensar en la matanza y el exterminio.
2,14–3,10 El general Holofernes. Las órdenes de Nabucodonosor, como palabras divinas, son cumplidas de inmediato por su general. En pocas líneas se describe una campaña que tardaría meses en realizarse, el avance del exagerado ejército es sencillamente avasallador. En 3,1-4 encontramos tres expresiones de la más absoluta y absurda sumisión: sumisión de las personas, entrega de los bienes de sustento y entrega de ciudades y territorios. Con todo, al imperio no le basta sólo el sometimiento político y económico, también es necesario el sometimiento religioso, el cual hace valer Holofernes: destruye todo santuario, todo árbol sagrado, toda divinidad para entronizar a Nabucodonosor a fin de que «todas las naciones adoraran sólo a Nabucodonosor y todas las tribus lo invocasen como dios, cada una en su lengua» (3,8). En este punto, no sólo geográfico –el ejército se halla en la misma frontera judía– sino también ideológico, se van a desarrollar las escenas siguientes. Israel no se resignará tan fácilmente –al menos un sector– a dejarse contar entre los que pacíficamente se han sometido a las pretensiones del emperador.
4,1-15 Resistencia israelita. El autor nos presenta un Israel unificado, regido por el sumo sacerdote y un senado. No hay rey. El Templo está en pie y ha sido de nuevo consagrado tras una profanación. Las noticias del avance de Holofernes equivalen a una calamidad nacional para Israel. Rápidamente se toman medidas de seguridad que buscan atajar el avance del enemigo aprovechando ventajas topográficas, a lo cual se suma la disposición espiritual y religiosa con que se proponen resistir: ayuno, penitencia, oración y sacrificios. En eso se involucra a toda la nación, inclusive a los animales.
5,1-24 Informe de Ajior. Ninguna embajada israelita ha salido a postrarse ante el máximo representante del imperio como lo han hecho ya otros pueblos. Holofernes y sus tropas están en la misma línea fronteriza de Israel, pero no hay señales de sumisión. Por el contrario, hay noticias de resistencia (1). El autor quiere subrayar que debió ser un extranjero el que dio razón del comportamiento de Israel porque no había israelitas a mano que respondieran a los requerimientos del general. En el fondo, la intención es que los extranjeros sepan y conozcan la calidad del Dios de Israel, sus acciones a favor de ese pueblo y, por tanto, la imposibilidad de ser desplazado y sustituido por otro dios. Con las palabras de Ajior, queda en entredicho la pretendida divinidad de Nabucodonosor y la confianza tan absoluta en su poderío militar, de ahí la cólera que suscita en todos la magistral síntesis de historia sagrada que acaba de exponer Ajior. Con gran habilidad el autor deja en el ambiente esta desproporción: poderío de Nabucodonosor y debilidad de un pueblo sin ejército ni fuerzas para aguantar un combate (24). Para el creyente judío, ésta podría ser la constatación real de lo que significan las palabras de Dt 7,7-11; 9,1-8.
6,1-21 Condena y liberación de Ajior. Irónicamente los asirios, que pretenden condenar a Ajior a una muerte humillante cuando caiga el pueblo que él les ha dicho que tiene al mismo Dios por defensa, lo que están haciendo es salvarlo de la muerte. Ajior, tratado como un vendido a los judíos, es dejado en manos de los habitantes de Betulia, quienes lo acogen y lo escuchan alabándolo por la forma en la que se expresó ante los asirios. Este personaje podría ser símbolo de tantos prosélitos a quienes por un lado les atrajo la moral superior de Israel y por otro lado les repelió la cruel ambición de los poderosos.
La breve plegaria que encontramos en el versículo 19 es clave de toda la narración, la cual es a su vez cifra de toda una historia.
7,1-32 Asedio de la ciudad. El excesivo número de soldados movilizados para atacar a una ciudad que con toda seguridad no era demasiado grande, es solamente un artificio simbólico para resaltar una vez más la extrema desproporción entre el poderío asirio, en el que ponen toda su confianza, y la limitación del objetivo militar (10). Los versículos 9-15 son el contrapunto al discurso de Ajior. Mientras este hombre desaconseja a Holofernes el ataque, aquí encontramos los prácticos consejos de un habitante de la región que con toda seguridad pondrán a la ciudad y sus habitantes en manos asirias. El inminente peligro de caer en manos de Holofernes llega a su máximo punto con la escasez de agua en la ciudad y, con ello, el amotinamiento de la población (20-29) que, además, nos recuerda las rebeliones en el desierto (cfr. Éx 15,22-24; 16,2s; 17,2s), quedando, además, planteada la oposición entre dos corrientes contrarias: la que prefiere entregarse pacíficamente aunque queden reducidos a servidumbre, y la que prefiere resistir mientras aguarda una intervención del Señor que les devuelva la libertad y los mantenga con vida.
8,1–16,25 La gran liberación. La segunda parte del libro va a girar en torno a la gran protagonista, Judit, que apenas ahora se hace presente. Es por este lado por donde se va a romper el dilema: entrega o resistencia. Judit va a orientar la resistencia pero corrigiéndola: hay que resistir confiando no en una intervención milagrosa de parte de Dios, sino poniendo los medios que tiene a su alcance al servicio de la comunidad y al servicio de la acción divina: su belleza y su libertad, pues siendo viuda no depende de un marido y, finalmente, su sagacidad y astucia. Resistir no equivale, por tanto, a esperar intervenciones extraordinarias que muy difícilmente se van a dar. Resistir implica emprender la marcha con lo poco que se tiene, pero con la firme esperanza de que es más que suficiente para enfrentar cualquier fuerza hostil al proyecto de Dios.
8,1-36 La mujer sabia y valiente. La presentación de la protagonista del relato consta de dos partes: en primer lugar se describe su genealogía para demostrar su genuino origen israelita (1), y en segundo lugar se describen algunos aspectos personales: era viuda (2); muy hermosa (7) y practicaba un ascetismo muy particular: ayunaba todos los días excepto las principales fiestas y sus vísperas; vestía ropas ásperas, oraba permanentemente y, al mismo tiempo, manejaba una gran riqueza (7b).
Los versículos 12-27 son las palabras que Judit dirige a los ancianos, que en realidad es lo que el autor quiere enseñar a sus contemporáneos. En ellas Judit da una verdadera cátedra de sabiduría y cordura a los ancianos. Éstos no solamente representaban la autoridad, sino que de ellos se esperaban soluciones sabias en las calamidades del pueblo. Los ancianos aún no entienden nada (13b); creen ingenuamente que la resistencia que proponen consiste sólo en esperar una intervención espectacular, extraordinaria: esperan que en el plazo fijado por ellos, Dios enviará la lluvia (31).
Judit, pues, corrige esa manera de pensar subrayando que este tipo de resistencia es una forma de tentar a Dios y, por tanto, un pecado. La resistencia se tiene que dar emprendiendo acciones concretas, y eso es precisamente lo que ella va a hacer. Pero también las palabras de Judit son una forma de alertar a la otra corriente, a la que propone la sumisión y la entrega pacífica. Judit encarna, en cierta forma, la conciencia israelita que a lo largo de la historia tuvo que jugársela para sobrevivir en medio de la tensión interna, pero más aún externa. Estaba amenazada por potencias extranjeras que permanentemente tenían los ojos puestos en la tierra de Canaán por tratarse de un corredor estratégico que media entre Mesopotamia y Egipto, polos de grandes imperios en la historia.
9,1-14 Oración de Judit. Después de su discurso con fuerte acento profético, Judit pronuncia una plegaria personal, una súplica inspirada en motivos de diversos salmos. El piadoso judío sabía por experiencia que ante Dios no valen arrogancias, que ante él, el arrogante y el soberbio son como si no existieran, y que la mirada de Dios está fija en el humilde. En una palabra, Judit suplica a Dios que se cumpla la convicción fundamental de su fe y de la fe del pueblo: Dios es la única fuerza de los débiles y pequeños.
10,1-23 Judit ante Holofernes. El autor se detiene a describir los arreglos personales con que se adorna Judit para penetrar el campamento enemigo. Así como le había descrito como una asceta vestida de sayal y untada de ceniza, ahora Judit luce todas las galas posibles para realzar su belleza. «Vestida de sayal» daría a entender que buscaba la compasión del prepotente asirio, y eso no es lo que ella busca. «Vestida y adornada de fiesta» es presentarse convencida de una victoria cuya celebración anticipan sus galas y sus adornos. Su avance a través del campamento asirio es el cumplimiento de las palabras de su súplica (9,13). El enemigo, en efecto, cegado ante semejante beldad, ni se le ocurre siquiera poner en tela de juicio ni sus palabras ni su propia presencia.
11,1–12,9 Informe de Judit. En este encuentro se resalta la postura de Holofernes, general vanidoso y arrogante, confiado en su poder y en sus éxitos militares. Cree que lo puede tener todo: la ciudad rebelde y esta hermosa dama que ha llegado hasta su propia tienda. Judit sabrá manejar perfectamente estas debilidades del general que él a su vez considera sus fortalezas.
11,11-15 podrían ser una crítica que el autor hace a sus contemporáneos y que pone en boca de Judit: se trtaría de una corriente político-religiosa que está cobrando fuerza en Jerusalén y que se caracteriza por una cierta laxitud y descuido respecto a las tradiciones y preceptos religiosos de Israel. El autor sabe que ésta es la puerta de entrada para que los enemigos contemporáneos entren a socavar la religión, con lo cual vendrá la pérdida de identidad nacional, cultural y, por supuesto, religiosa. En el campamento asirio, Judit mantiene su identidad judía tanto en la comida como en las prácticas de piedad (12,1-9).
12,10–13,10 La noche decisiva. La noche fatal para Holofernes, noche de salvación para Judit y su pueblo, se enmarca en un banquete ofrecido por el general, ocasión para invitar a la huésped y oportunidad para poseerla. Hay un diálogo en el cual Judit, una vez más, va realizando una de las intenciones que contenía su plegaria: engañar con sus palabras. Esas palabras engañosas (12,4.14.18), únicas intervenciones de Judit son suficientes para mantener a su enemigo tranquilo y confiado, lo demás será obra de la comida y el vino... Por su parte, Judit espera confiada.
El autor no revela aún en qué consiste el plan de la protagonista, pero ella sabe que este momento es decisivo, que es ahora o nunca que debe proceder, y se dirige al Señor interiormente para pedirle fuerzas en esta acción que, por demás, la hará famosa como irónicamente había vaticinado ya Holofernes (cfr. 11,23d). El plan de Judit se describe en 13,6-9. Con esto Judit ha cumplido una acción en la cual ha puesto en peligro su vida, pero sabe que es una acción de Dios el que haya tenido la valentía y el arrojo suficiente para hacerlo.
13,11-20 La ciudad victoriosa. Antes de la victoria final comienza el tono festivo de celebración. El anuncio de la victoria, todavía desde lejos, es un grito de acción de gracias al Señor; domina el canto festivo sobre la acción. Judit, consciente de su hazaña, no reclama para sí honores ni reconocimiento alguno. Todo ha sido cuestión de su belleza que ha seducido a Holofernes, pero para su perdición (16) y, por encima de todo, ha sido la obra del Señor que una vez más ha actuado en favor de su pueblo. Las palabras de Ozías, anciano de la ciudad, sintetizan el sentir de un pueblo que ve cómo las amenazas y peligros han desaparecido e incitan al creyente judío a no perder la esperanza en momentos de dificultad.
14,1–15,7 La mañana triunfal. Terminada esa especie de vigilia nocturna, Judit se transforma en estratega y comienza a dar órdenes que han de poner en marcha la acción y que adelantan los sucesos próximos. Muerto el jefe, es tradicional que se desbarate y huya el ejército.
15,8-14 Acción de gracias. Estas palabras de alabanza a Dios, coronando la narración de los hechos, imitan los dos casos más notables de liberación en al Antiguo Testamento: el canto de Miriam por el paso del mar Rojo (Éx 15) y el canto de Débora (Jue 5).
16,1-18 Himno de Judit. El cántico final de Judit está inspirado en otros cánticos de liberación conocidos en el Antiguo Testamento. La muerte de Holofernes y la desbandada del ejército asirio son el motivo de este cántico de victoria que resalta el don de la vida ofrecido por Dios a su pueblo. Ahora bien, ¿no es una gran contradicción celebrar la vida sobre la sangre aún fresca de las víctimas, una realidad que se repite con frecuencia a lo largo del Antiguo Testamento? La cuestión está en que obviamente no es posible darle a este relato un valor literal. Hay que tener en mente el valor simbólico que el autor ha dado al argumento de su relato, lo mismo que el simbolismo que hay detrás de cada personaje y de cada una de sus palabras y acciones.
Como quedó dicho desde un principio, no hay que ponerse a la tarea de verificar la autenticidad histórica de los hechos y de los personajes porque no la hay; pero lo que sí es real e histórico, y que aún hoy se constata, es la soberbia y la prepotencia de gobernantes y naciones con pretensiones exactamente iguales a las de Nabucodonosor, encarnación misma de la opresión y del despotismo. En la Biblia este tipo de actitudes son abiertamente condenadas y rechazadas por Dios por ser la antítesis de su plan de libertad y de vida propuesto a la humanidad. Para la época del autor de Judit, el «pequeño pueblo judío» había visto caer imperios tan grandes y aparentemente invencibles como el egipcio, el asirio, el babilónico y, quizás, el persa que estaba ya agonizando en manos de los griegos. De modo que éste sería el argumento más contundente para que la fe bíblica se afianzara en la idea de que los grandes y prepotentes se hunden por sí mismos, pues siendo la antítesis de la vida, cada una de sus acciones, que son de muerte, son un aproximarse más y más a su propia destrucción. Así hay que leer, por ejemplo, las plagas de Egipto, especialmente la última, la muerte de los primogénitos (Éx 12,29-42). Desafortunadamente, la Biblia no plantea las cosas así, y lo que encontramos es una serie de relatos donde ruedan las cabezas de los enemigos de Israel que resultan ser también enemigos de Dios, unas veces muertos a manos del mismo Dios y otras a través de los israelitas. Pero todo ello con la misma finalidad: demostrar que todo lo que se opone al proyecto de la vida termina pereciendo. De manera que los cánticos que celebran la vida sobre los cadáveres enemigos, vistos desde esta perspectiva, no son ningún extremo de sadismo, son más bien una forma de invitar a los enemigos de la vida a que se conviertan y a que se pongan al servicio de ella.
16,19-25 Conclusión. En cuanto a la fama de Judit, perdura hasta nuestros días. Quizá menos que en otros tiempos, cuando la tomaban por figura histórica, cuando excitaba los deseos de imitación. Como figura literaria, Judit conserva hoy un buen puesto, y el autor escribe una especie de firma cifrada en esa nota sobre la fama de su criatura poética.