Jueces
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Introducción | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21Introducción
El título del libro es antiguo, aunque no original. Mientras el libro de Josué se centra en un único protagonista, que le da su nombre, este otro se reparte entre muchos protagonistas sucesivos, que quedan asumidos bajo un título común. «Juez» es un oficio bastante definido y homogéneo; en cambio, al leer el libro nos encontramos con jefes militares, una profetisa, un extraño soldado consagrado, un usurpador y varios jefes pacíficos mal definidos, entre otros. Para ganar en claridad podríamos reunir en un grupo a los personajes que intervienen militarmente contra la opresión o la agresión extranjera –los llamados jueces mayores–, y en otro, al resto, registrado en forma de lista en 10,1-5 y 12,8-15 –los jueces menores–. De estos últimos no se cuentan maravillosas hazañas, no han merecido cantos épicos; solamente se consigna que se sucedieron en el cargo de «jueces», lo ejercieron vitaliciamente durante veintitrés, veintidós, siete, diez, ocho años, murieron y fueron sepultados en su tierra. Estos personajes aparecen en una lista de fórmulas repetidas, con todas las apariencias de lista oficial, conservada quizás en los archivos de la administración judicial. En cambio, los «jueces mayores» no se suceden continuamente, sino que surgen cuando el Espíritu del Señor los arrebata; no dirimen litigios, sino vencen al enemigo en campaña abierta o con estratagemas; rehúsan un cargo vitalicio, como Gedeón (8,22s), o mueren relativamente jóvenes, como Sansón. El sociólogo Max Weber llamó a los mayores «jefes carismáticos», con una fórmula que ha hecho fortuna, porque contrapone la institución (jueces menores) al carisma (jueces mayores).
Composición y contexto histórico del libro. ¿Cómo se explica la unificación de este material heterogéneo? Podemos imaginarnos así el trabajo del autor que compuso el libro definitivo –sin bajar a muchos detalles–: Quiso llenar el vacío histórico que discurre en el suelo de Canaán antes de la monarquía, de manera que aparezca una continuidad. Para ello echa mano del material antiguo a su disposición: por una parte, «cantares de gesta» típicos de una edad heroica, transmitidos oralmente y recogidos en colecciones menores; por otra, una lista de funcionarios centrales, que representan una verdadera institución. Con estos materiales heterogéneos construye una historia seguida, una cronología sin huecos. Realiza un trabajo de unificación, superpuesto al material preexistente.
El libro logra presentar una continuidad de salvación. Esa continuidad se desenvuelve en una alternancia irregular de momentos espectaculares y tiempos cotidianos. Todo el material está proyectado sobre la totalidad de Israel, sean los jueces institucionales (hecho probablemente histórico), sean los liberadores locales o los de la confederación.
En una primera operación tenemos que dividir el libro en una sección inicial que se refiere todavía a la conquista (1,1–2,10), un cuerpo que comprende los jueces y salvadores (2,11–16,31), un par de episodios tribales «antes de la monarquía» (17–21). En el libro de los Jueces, como en pocos del Antiguo Testamento, se puede apreciar la existencia de materiales antiguos y la elaboración artificiosa en un conjunto unificado. El material antiguo se remonta por etapas orales hasta poco después de los hechos; la composición final parece caer en tiempo del destierro, como parte de la gran Historia Deuteronomística.
El balance final es que no podemos reconstruir una historia del período. Pero sí podemos saborear unos cuantos relatos magistrales.
Mensaje religioso. La idea teológica que recorre todo el Deuteronomio, la fragilidad humana y la inagotable paciencia y providencia de Dios aparece en el libro de los Jueces como un componente del esquema narrativo con que viene tratado cada episodio: pecado del pueblo, castigo a manos de los enemigos y la aparición de un salvador carismático que lleva de nuevo a la comunidad recalcitrante a los caminos de Dios. Un paso más en la afirmación de la fe de Israel en tiempos difíciles: Dios no abandonará a su pueblo.
1,1-12 Campañas de las tribus. El autor muestra una preferencia por Judá, a pesar de que Judá confía más en su hermano Simeón que en la misma promesa de Dios. Esta preferencia se debe quizás a que Judá era la única tribu sobreviviente en la tierra de los cananeos.
1,13-36 Otoniel y Acsá. Es importante resaltar este matrimonio arreglado –como todos los matrimonios de la época– entre Otoniel y Acsá. Caleb es un padre fiel a las costumbres de su pueblo: no casa a su hija con un cananeo (3,6). En la antigüedad los matrimonios eran arreglados entre los padres, con la finalidad de proteger y conservar la tierra dentro del mismo clan. Las mujeres no tenían muchas opciones porque siempre vivían a la sombra de la figura paterna, o de algún pariente –masculino– que tenía la responsabilidad de vigilar el honor y la buena reputación de la familia. Este matrimonio que Caleb prepara para su hija con Otoniel, puede verse como un tipo de relación «ideal» entre padre e hija. Primero le consigue un esposo de su misma tribu, y lo que es más importante, la muchacha puede negociar con su padre y exigir que le dé una tierra con manantiales. El padre accede a la petición de su hija y cumple sus deseos. Hoy en día la mujer sigue siendo todavía maltratada, olvidada y relegada, no solamente en la sociedad sino también en nuestras Iglesias. Tenemos que tomar el ejemplo de Acsá que negocia y exige sus derechos ante su padre. Los hombres, podemos imitar la figura de Caleb que protege y proporciona lo mejor a su hija. A través de esta mujer valerosa, nuestras mujeres pueden ser reconocidas como protagonistas en la construcción de una comunidad más justa.
2,1-10 Liturgia penitencial. El Dios del éxodo envía a su «mensajero» para denunciar la iniquidad del pueblo de Israel. El ángel del Señor reafirma la promesa del Señor. ¡Dios nos ha fallado! Los israelitas no han aprendido de sus errores y han hecho pactos con otros dioses. Una vez que el pueblo escucha la sentencia del mensajero de Dios, no le queda más que llorar y lamentarse –aunque este dolor será momentáneo–. El episodio nos describe a todo el pueblo reunido como al inicio del libro, pero ahora por diferente motivo. En esta ocasión, el pueblo de Israel no está reunido para pedir consejo a Dios (1,1); sino, congregado para escuchar su sentencia. Israel se adhiere a otros dioses, le vienen las calamidades y entonces grita e implora la presencia del Señor, que como siempre, responde a favor de su pueblo.
2,11–3,6 Gran Introducción. El libro de los jueces refleja de una manera viva y dramática la experiencia del ser humano de todos los tiempos. Rechazamos libremente al Dios de la Vida: nos va mal, nos quejamos y a veces culpamos a Dios de nuestras tragedias. ¿Cómo nos relacionamos con Dios después que nos hemos apartado de su presencia?, ¿lloramos?, ¿nos lamentamos?, ¿reconocemos que hemos hecho mal y le pedimos perdón?
En unos versículos anteriores (2,14s) el autor nos muestra a un Dios encolerizado contra su pueblo. Este enojo no es ilógico –por extraño que nos parezca–. Los sentimientos viscerales que se atribuyen a Dios tienen la finalidad de educar y reformar al pueblo infiel, para que vuelva al camino de la Alianza. No hay en toda la Biblia ninguna otra cosa que cause a Dios tanto enojo como la idolatría y el descuido por las personas pobres. Cuando el pueblo comete estos pecados, Dios actúa enérgicamente. Sin embargo, la cólera que Dios experimenta no dura eternamente; es momentánea (Sal 30,5). Por tal motivo, vemos a Dios que cambia y pasa del enojo a la compasión.
Una de las certezas que podemos aprender de nuestra experiencia de Dios es que cuando el pobre es explotado u oprimido por cualquier sistema de muerte, Dios actúa drásticamente. Dios nunca se queda indiferente ante la opresión de su pueblo, aun cuando la comunidad sea responsable de su propia tiranía. Dios puede transformar su enojo en comprensión y misericordia a favor de las personas marginadas que claman justicia.
3,7-11 Otoniel. Parece que la maldad de Israel no conoce límites. El pueblo está en una continua decadencia. Primero, hace lo que el Señor reprueba, violando así la alianza con Dios. Segundo, se olvida de Dios. Tercero, sirve a los dioses de Canaán. Cuarto, las consecuencias de todas estas maldades, «obligan» a Dios a entregar al pueblo a los poderes del imperio invasor (4,2; 10,7). Por último, los israelitas se encuentran sometidos hasta que claman a la misericordia del Señor. Dios, los escucha y les da a Otoniel como su salvador. La gracia de Dios estará con Otoniel, verdadero israelita, que gobierna al pueblo, logrando una reforma interna. Finalmente, Otoniel se va a la guerra contra el pueblo opresor, saliendo victorioso, gracias a que el Espíritu del Señor estaba con él.
Lejos de Dios corremos el riesgo de asociarnos con los sistemas de la muerte y de los imperios. Con el Espíritu de Dios vencemos todos los obstáculos por grandes que éstos sean.
3,12-30 Ehud. En este episodio aparecen los mismos eventos que en el anterior. Apostasía, opresión, clamor del pueblo a Dios, Dios hace surgir un salvador, el salvador mata al opresor, y momentáneamente reina la paz. El estilo literario de esta historia encaja perfectamente dentro de la sátira. El personaje principal es el ridículo e ingenuo rey Eglón. Uno se puede preguntar, ¿cómo es posible que el zurdo Ehud, que no era guerrero, pueda asesinar tan fácilmente al gran rey Eglón? Ésta es una de las muchas ironías que el libro de los Jueces nos presenta. Detrás de la historia de Ehud, el lector tiene que ver la mano poderosa de Dios que siempre está dispuesto a salvar a su pueblo.
3,31 Sangar. Esta breve historia de Sangar es una sátira como la anterior. El enemigo no solamente es derrotado, sino presentado de manera ridícula. Sangar no es un guerrero y el arma mortal que utiliza es para dar risa. Nuevamente el lector tiene que descubrir que es Dios quien escucha el clamor del pueblo y que fácilmente destruye los poderes de los otros dioses.
4,1-24 Débora y Barac. Débora es sin lugar a duda la única persona prudente, sabia, y justa en toda la narración. El libro de los Jueces nos describe una sociedad dominada por los hombres, que «hacen» las cosas de los hombres: guerras, tratos, asesinatos, negocios…, y de pronto nos presenta a Débora, la madre de Israel. La visión y sagacidad de Débora hace posible que los desesperados hijos de Israel transformen su sociedad. La fe de Débora, su astucia para planear y su espíritu abierto para descubrir al Dios de la vida, hacen que aniquile las fuerzas cananeas en el norte del país (23s). Débora «oscurece» a cualquier juez o guerrero de Israel. Barac a pesar de escuchar que Dios le entregará a sus enemigos, confía más en ella que en la misma profecía que ésta le anuncia. Débora lo sabía y enérgicamente reprocha a Barac de que no es ella la que va actuar, sino Dios fuerte y poderoso, por eso reconoce que la gloria de la victoria no es ni para ella, ni para el ingenuo y miedoso Barac sino para Dios mismo, que les entregará a los enemigos por manos de una mujer (9).
En Débora las mujeres tienen un modelo a seguir y los hombres una fuerte exhortación a no despreciar las profecías y enseñanzas de las mujeres.
5,1-31 Canto de victoria. En toda las Escrituras solamente dos mujeres son llamadas «¡Bendita entre las mujeres!» En este cántico Débora llama a Yael «bendita entre las mujeres» (24) y posteriormente Isabel llama a Maria: «Bendita entre las mujeres» (Lc 1,42). Dos mujeres que son glorificadas por su solidaridad con las personas oprimidas y por la certeza que Dios derriba del trono a los poderosos. Débora la madre de Israel (7) le da voz a este poema y posiblemente ella sea la autora del mismo. Débora y Yael se solidarizan con el sufrimiento de sus pueblos, por tal motivo son las heroínas y las madres de Israel. En este cántico son las mujeres las protagonistas de la acción liberadora de Dios. Barac es un personaje secundario, que es utilizado para «hacer las funciones de los hombres» como es la guerra, mientras que Débora y Yael cooperan con Dios para experimentar la salvación. El poema también nos presenta una ironía entre Débora y la madre de Sísara. Dos mujeres con funciones y características muy similares, pero, opuestas. Por un lado tenemos a Débora, representante del verdadero Dios. Por otro, a la madre anónima de Sísara, representante de los otros dioses. Dos mujeres y madres de sus respectivos pueblos. La sabiduría de Débora, que reconoce y atestigua la victoria del Dios de Israel sobre los dioses paganos, se contrapone con el supuesto conocimiento, de la más sabia de las mujeres que conforta a la madre de Sisara, creyendo que éste está repartiendo el botín (30). Al final, la audiencia tiene que juzgar y decidir a quién seguir, a la madre de Israel (Dios) o a la madre de Sísara (dioses).
6,1–8,35 Gedeón. Con la historia de Gedeón el autor nos introduce en un nuevo ciclo. El autor le dedica tres capítulos, convirtiendo este episodio en el más importante en todo el libro. El drama del pueblo de Israel se repite: después de cierto periodo de paz –40 años–, los israelitas hacen lo que Dios reprueba (6,1); el Señor los entrega a sus enemigos, el pueblo pide ayuda a Dios, el Señor envía a su mensajero para liberar a su pueblo. Por primera vez, se informa de la severidad de la opresión. Los israelitas tienen que esconderse en los cerros y en las cuevas. Ellos no pueden ni siquiera cosechar lo que han sembrado, porque los madianitas y amalecitas destruyen todo, y esto ocasiona gran miseria en Israel. En la historia de Gedeón, los hijos de Israel no son inmediatamente liberados por un juez. Dios les envía a un profeta (6,7-10). Este detalle se vincula al episodio anterior, donde al autor nos presenta a Débora como profetisa (4,4). Posiblemente la audiencia se llenó de falsas expectaciones: si Débora, siendo mujer hizo tantas maravillas, qué no hará este profeta que viene de parte de Dios. Desgraciadamente este profeta no es tan eficiente como Débora, por tal motivo Dios tiene que ir personalmente a confirmar a Gedeón para que libere a Israel.
Gedeón con la ayuda de Dios supo organizar las tribus del norte para hacer frente a los madianitas, enemigos del pueblo de Israel. La vocación de Gedeón responde al clamor del pueblo de Israel. El llamado que Dios hace a este campesino que se encuentra ocupado en su labor, tratando de salvar su cosecha, es muy parecida al llamado de otros héroes bíblicos (Moisés, Saúl y Jeremías). El autor nos informa que Gedeón era valiente, pero aun así pide una señal para estar seguro que es Dios quien lo envía a rescatar a Israel. Gedeón comienza con reconocer su pequeñez y sus orígenes humildes. Recordemos por un momento, las objeciones que Moisés le pone a Dios: ¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel? (Éx 3,11), o la clásica objeción de Jeremías: No sé hablar. Soy todavía un niño (Jr 1,6). La respuesta del Señor es en todos los casos la promesa de una ayuda eficiente: Él estará siempre con aquel al que envía (6,16; Éx 3,12; Jr 1,8). En estos tres capítulos la presencia de Dios será la garantía de la victoria, Gedeón tendrá que aprender a caminar y a confiar plenamente en el Espíritu de Dios, sólo así el pueblo gozará de paz.
9,1-57 Abimelec. Este capítulo trata sobre Abimelec, hijo de Gedeón, medio israelita y medio cananeo (8,30-32). Abimelec no forma parte del selecto grupo de los jueces mayores, ya que no salvó de nada a los israelitas. Al contrario, con un discurso demagógico logra seducir al pueblo, olvidándose de la promesa de su padre de que nadie de su familia gobernaría Israel, sino que Dios sería su único rey (8,23). Abimelec enfermo de poder asesina a sus setenta hermanos (1-6). Irónicamente, al cabo de tres años muere traicionado por quienes le ayudaron a entronizarse. Ante la astucia y la maldad de Abimelec, surge la persona de Yotam –el único sobreviviente de la matanza de Abimelec–, que con voz potente denuncia las atrocidades y la ceguera política de Israel. Para iluminar esta historia desdichada, el narrador inserta aquí una fábula (7-15), que es una crítica mordaz al poder destructor de los reyes.
Yotán nos presenta a tres árboles, todos ellos útiles y esenciales en una comunidad agrícola: el olivo, la higuera y la vid; éstos no aceptan renunciar a producir sus frutos, con los que alegran la vida de los humanos, para controlar, manipular y gobernar sobre los demás. En cambio, la zarza, sí. Por un lado, los tres primeros dan vida, dan frutos y alegran al ser humano. Por otro, la zarza lo único que da es una amenaza de muerte. Ella no tiene nada que perder si acepta ser rey, porque no tiene nada que dar. Si la zarca acepta gobernar –y lo hará– sólo destrucción y muerte acarreará a todos los árboles que se cobijen bajo su sombra.
Yotán intenta mostrar por medio de su fábula el gran error que han cometido los habitantes de Siquén cuando han aceptado por rey a un hombre tan sanguinario como Abimelec. En su interpretación (16-20), Yotán reprueba la injusticia y la crueldad de Abimelec y de los siquemitas. Éstos, consintiendo la injusticia, tendrán en Abimelec la paga merecida: «¡Salga fuego de Abimelec que devore a los de Siquén y a los de Bet-Miló, salga fuego de los de Siquén y de los de Bet-Miló que devore a Abimelec!» (20). Los siquemitas no se entenderán con Abimelec, porque Dios –que siempre reprueba la injusticia– mandará el espíritu de la discordia entre ellos.
¿Qué sucede cuando buscamos el poder a toda costa? ¿Qué sucede cuando nos gobiernan gente inepta y corrupta? ¿Qué sucede cuando somos cómplices de los sistemas de muerte? Ojalá que en nuestras comunidades surgieran muchas personas como Yotán que valientemente denuncien las injusticias de nuestros gobiernos corruptos. La lección de los árboles nos manifiesta que la violencia crea siempre una espiral de destrucción que acaba con los mismos que la han provocado.
10,1-18 Jueces menores I – Liturgia penitencial. Después de la muerte de Abimelec, que no produjo ningún cambio positivo en el pueblo, lo único que pueden hacer los israelitas es irse a casa. Aparece fugazmente la primera lista de jueces menores, Tolá y Yair (10,1-5) –la segunda lista la tendremos en 12,8-15–. El autor nos informa muy poco de estos dos jueces. Sabemos el periodo que duro su gobierno, pero las funciones que estos jueces desempeñaron no son del todo claras.
Tan pronto murieron este par de jueces, el autor enfatiza la iniquidad del pueblo de Israel, esta vez no solo adora a los dioses de los cananeos, sino también a los dioses de Siria, de Fenicia, de Moab, de los amonitas, y de los filisteos. Después de leer esta letanía de dioses extranjeros, el lector se puede preguntar: ¿Hay alguna otra deidad que Israel no adoró? Ante esta deplorable situación, lo único que le queda a Dios es entregarlos a los otros dioses. Después de experimentar la opresión, Israel clama a Dios, pero esta vez tendrá que negociar y «hacer algo extraordinario» para que Dios se llene de misericordia. Israel confiesa y reconoce que ha adorado a los baales, pero Dios no «está» dispuesto a acceder a las peticiones de su pueblo. Dios siempre ha sido fiel, pero Israel no. Esta vez la situación de Israel es desesperanzadora, Dios ha jurado no volver a salvarlos. Sin Dios el futuro de Israel es incierto, por tal motivo tiene que hacer algo urgentemente, para que Dios muestre misericordia. Los israelitas, expertos en negociar, se mueven de modo distinto, si no son capaces de alcanzar el favor de Dios por medio de la palabra, pasan a la acción, quitando a los dioses extranjeros y adorando sólo al Señor. Ante este «cambio» que manifiesta el pueblo de Israel, Dios no se puede resistir, los perdona y les brinda su amistad una vez más.
11,1-11 Jefté. La historia de Jefté oscura y ambigua como es, sería insignificante si éste no hubiese hecho el superfluo «voto» a Dios de sacrificar a una persona humana. Quizás este sacrificio sea la ironía más grande de todo el libro. El Dios de la Vida involucrado ahora y confundido con los otros dioses, como un dios de muerte. Jefté, abusado y despreciado por sus hermanos por ser hijo ilegítimo, sin derecho a heredar la tierra, tiene que huir a la región de Tob, a vivir con gente sin oficio ni beneficio (3). El autor, aún no nos dice que el Espíritu de Dios está con este valiente guerrero (1), sin embargo se convierte en el líder de un puñado de hombres. Los medio hermanos de Jefté olvidan los antiguos prejuicios contra él cuando se hallan oprimidos por los amonitas y lo buscan para que sea también su jefe. En este momento el lector puede ver que algo no está bien, porque en vez de que el pueblo clame a Dios, recurre primero a este hijo ilegitimo de Israel.
11,12–12,7 El sacrificio de la hija de Jefté – Guerra con los efraimitas. El Espíritu de Dios viene sobre Jefté sólo después que éste defiende el proyecto de Dios frente al rey de los amonitas (29). Desafortunadamente, ni aun con la «asistencia» de Dios, Jefté es capaz de obrar con sabiduría. Jefté ha confundido a las deidades con el Señor: el sacrificio humano puede ser aceptable para los dioses paganos, pero nunca para el Dios de Israel, que categóricamente prohíbe dichos sacrificios (Lv 18,21; 20,2-5; Dt 12,31; 18,10). Jefté, aun «creyendo» en el Señor no lo adora como el Dios de la vida, sino que usurpa el papel de Dios, al disponer de la vida de su hija. Tenemos que ser muy críticos de Jefté y no tratar de justificarlo, porque la victoria que quiere alcanzar por medio del sacrificio de su hija no es para gloria de Dios, sino para su propia gloria. Dios está en silencio y es totalmente ajeno a este macabro voto. Jefté pasa a Mispá donde le hace el voto a Dios. El Señor no cede ni se compromete con Jefté a darle la victoria –ésta no es la manera de actuar de Dios–. No hay ninguna promesa para Jefté de parte de Dios, como la hubo con Josué (Jos 6,2; 8,1; 11,6); tampoco hay una advertencia de parte de Dios para Jefté, como la hubo con Gedeón (7,2); ni le da ningún signo de fuego ni de rocío (6,21.36-40); en conclusión, Jefté hace su voto solo, sin el consentimiento de Dios.
La estupidez de Jefté no tiene límites al ofrecer en sacrificio al primero que salga a recibirle a la puerta de su casa (11,34). Y no es otra persona, que su propia hija, que sale a su encuentro con panderetas. Esta inocente criatura no sabe que con su música está sellando su propia muerte. La muerte de esta virgen de Israel sólo encuentra solidaridad entre las mujeres, que cada año cantan lamentaciones en su honor (39s).
¿Cuántas maldades no hacemos en el nombre de Dios? En el nombre de Dios invadimos países, asesinamos a gente inocente, les quitamos sus tierras; condenamos al fuego eterno. Quizás sea el momento de pedir perdón y reconocer que Dios nunca ha estado apoyando la opresión de los pobres, ni aceptando sacrificios de muerte.
12,8-15 Jueces menores II. La «victoria» de Jefté no solamente es oscura por el sacrificio de su hija, sino por las muchas divisiones y conflictos que existían entre las diferentes tribus. El autor comenzó el ciclo de Jefté, con una lista donde mencionaba dos jueces menores (10,1-5), ahora concluye este dramático episodio con otra lista donde incluye tres nuevos jueces. Estos cinco jueces tienen algo en común: Tolá no tiene hijos (10,1-2), al igual que Elón (12,11). Por el contrario, Yair tuvo treinta hijos, que se montaban en treinta asnos y eran señores de treinta villas (10,4), al igual que Abdón, que tiene cuarenta hijos y treinta nietos, y cada uno de los cuales montaba un asno. Después de este segundo grupo de jueces menores, el autor comienza el ciclo del controversial Sansón.
13,1-25 Sansón. La historia de Sansón está llena de pasión, amor, agresión, violencia, corrupción y traición. Tenemos que leer el ciclo de Sansón en el contexto de todo el libro de los Jueces. Sansón contrasta enormemente con la figura de Otoniel, el «juez modelo» de la tribu de Judá, porque a Otoniel todo le salió bien (3,7-11). En cambio Sansón es objeto de sus pasiones e infidelidades. La primera parte del ciclo de Sansón se centra en la anunciación que recibe la esposa de Manoj por parte de Dios. Esta mujer, anónima y para su desgracia estéril, será bendecida no sólo con la visita del ángel del Señor, sino con un hijo. Nótese la reivindicación que Dios hace a las personas marginadas. La madre de Sansón no estaba rezando ni pidiendo un hijo, como lo estaba Ana, la madre de Samuel (1 Sm 1,10); sin embargo Dios la premia y la bendice con un hijo. La historia de esta anunciación es muy parecida a otras anunciaciones celestiales (Gn 16,7-13; 17,15-21; 18,10-15; Mt 1,20s; Lc 1,11-20), con la diferencia que Sansón es consagrado desde el vientre materno para ser un nazireo. La consagración de los nazireos era un rito muy antiguo; las leyes del Pentateuco tienen ciertas prescripciones para los nazireos, por ejemplo: se tienen que abstener de bebidas alcohólicas o de cualquier producto de la viña; no se tienen que rapar la cabeza; no deben tener contacto con las personas muertas, además el voto o consagración es durante cierto período de tiempo (Nm 6,1-21). Nótese cómo la mujer de Manoj juega un rol protagonista en esta historia; es ella la que tiene la visión del mensajero de Dios; es ella la que reconoce que es un «mensajero divino» y tranquiliza a su esposo de que no morirán por haber visto al ángel de Dios. En esta mujer anónima tenemos un modelo para descubrir a Dios que se solidariza con las personas marginadas y se presenta en medio de lo cotidiano de la vida.
14,1–16,31 Mujeres y acertijos. En este episodio comienza la pasión desordenada de Sansón por las mujeres filisteas. Sansón al parecer quiere tener una mujer en cada región de los filisteos, comenzando con Timná, donde ve a una muchacha filistea (14,1), siguiendo con Gaza, donde encuentra a una prostituta (16,1) y por último, llega al valle de Sorec, donde encuentra a Dalila (16,4). Sansón se olvida así de las exhortaciones y advertencias de Josué y se mezcla con los paganos en matrimonio (Jos 23,12; Dt 7,3). Nuestro «héroe» al querer contraer matrimonio con mujeres extranjeras está poniendo en peligro la relación de Dios con su pueblo. Los padres de Sansón saben lo vulnerable y lo difícil que resulta este tipo de alianza y le advierten del peligro. El autor es bastante benévolo con Sansón, porque nos informa que: Dios así lo quería, para tener un pretexto contra los filisteos (14,4). Inmediatamente después, el autor nos presenta a Sansón cerca de las viñas de Timná (14,5). En el contexto de la boda, las viñas son asociadas con deseos eróticos (Cant 1,2; 2,13; 4,16; 5,1; 6,11; 7,2-12; 8,2). El vino dentro del matrimonio era un símbolo de alegría y regocijo, pero no para nuestro héroe, que estaba dedicado y consagrado a Dios.
Tanto, la viña, como el león (14,6) y la miel (14,8) unen la vida de Sansón con sus mujeres filisteas. En cada historia Sansón busca desesperadamente el amor –aunque sea infiel–, y en cada escena se encuentra con el peligro. La relación de amor-muerte está acechando en cada momento al desdichado Sansón. Éste tiene que aprender una y otra vez a confiar en Dios, que misteriosamente sigue actuando en su vida. Finalmente, cuando Sansón es humillado por sus enemigos, ciego y sin fuerzas, encuentra la fortaleza nuevamente en Dios. Solamente cuando se hace vulnerable y débil Dios le da la victoria y reina la paz sobre Israel.
17,1–18,31 Micá, el ídolo y el levita – Los danitas. Con la muerte de Sansón se acaba la serie de jueces y héroes. El epílogo del libro nos reserva aún dos abominaciones que cometerán los hijos de Israel en las serranías de Efraín. Los capítulos 17s cuentan la migración de los danitas, centrando la narración en el «levita errante». En estos capítulos, la ausencia de una autoridad religiosa hace que los sacerdotes hagan lo que quieran. No olvidemos que los hombres de la tribu de Leví estaban dedicados al culto (Nm 3). La última parte del libro (19–21) nos narra la escalofriante historia de la concubina de un Levita, que es violada toda la noche. La muerte de esta victima provocará un caos político entre las tribus de Israel. El epílogo nos informa en el transcurso de la narración que por entonces no había rey en Israel. Cada uno hacía lo que le parecía bien (17,6; 18,1; 19,1; 21,25). Desde el inicio de cada sección, el lector puede esperar lo peor, porque Dios está en «silencio» y los israelitas no son capaces de hacer justicia. No hay ningún líder que tenga la suficiente fuerza moral para unir a las tribus en el culto al Señor.
¿Qué sucede cuando tratamos de vivir sin Dios? ¿Qué sucede cuando cada uno hacemos lo que es bueno a nuestros ojos?
19,1-21 El crimen de Guibeá. Con la historia del levita y su concubina, entramos a un mundo de terror. La indignación de Guibeá está rodeada de misterio y ambigüedad. Dios permanece en silencio en toda la historia. En esta narración no hay intervención divina para salvar a la concubina, como en el caso de Lot (Gn 19,8), posiblemente porque la protagonista es una mujer. No aparece ningún mensajero celestial como en el caso de Gedeón (6,12) y de la madre de Sansón (13,3); tampoco aparece ningún ángel (2,1-5) o profeta (6,7-10) que hablen a favor de la pobre muchacha. Dios no suplica ni argumenta (10,11-14), ni envía a un salvador (3,9). Parece que Dios hubiese encontrado en el sacrificio de la concubina la mejor manera de castigar a todo el pueblo por su idolatría.
En las sociedades nómadas la hospitalidad hacia los extranjeros era una obligación sagrada. La historia de Lot y del anciano de Guibeá constituye una evidencia clara de lo importante que era la protección del huésped. Lot prefirió ofrecer a sus hijas vírgenes a los sodomitas (Gn 19,8), y el anciano de Guibeá hará lo mismo para poder salvar el honor de su huésped. La historia del levita hace eco, casi literalmente, de la historia de Lot (Gn 19,1-9), con algunas diferencias. Muchas personas han querido encontrar tanto en la historia de Sodoma, como en esta historia una condenación a la «homosexualidad». Debemos evitar el anacronismo al interpretar la Biblia. La palabra homosexual aparece recién en el s. XIX. En estas dos historias el verdadero crimen es la inhospitalidad, violencia y agresión fálica contra los extranjeros. En ambas historias, el falo sirve como arma de agresión que establece la relación de dominio y sumisión, prácticas muy usadas en las guerras.
19,22-30 La tragedia. La infortunada mujer es violada durante toda la noche hasta que amanece (25). En todo el relato ella ha permanecido en silencio. Se habla sobre ella, se negocia con su cuerpo, no sabemos si ella quería volver con su marido; su padre y el levita deciden por ella. Ahora, se encuentra más sola que nunca; abandonada por su padre, traicionada por su marido y violada por algunos hombres violentos de la ciudad. La triste historia termina cuando la mujer cae en las manos del levita, en el umbral de la puerta de la casa (27). En este punto el lector se puede preguntar quién es peor, ¿la gente perversa que viola durante toda la noche a la concubina? O, ¿el «desmemoriado» levita que actúa como si nada hubiese pasado con su concubina? La actitud del levita es imperdonable, la sacrifica una vez y la vuelve a sacrificar al querer olvidar el evento de la noche anterior, cuando emerge de la casa de su anfitrión por la mañana. Y le dice las más escalofriantes palabras: «Levántate, vamos» (28) como si nada hubiese pasado. ¿Está muerta la mujer? La versión de los LXX oficialmente anuncia que la mujer está muerta; el texto hebreo es más ambivalente al respecto. Cuando el levita entra en casa, toma el cuchillo y descuartiza a la mujer en doce partes, quien, al parecer, se encuentra aún con vida. La anónima concubina, que durante toda la historia ha sido silenciada, ahora «habla» a través de su desmembrado cuerpo a todo Israel, pero su mensaje sigue siendo el de su opresor, porque el levita manipula y malinterpreta la heroica muerte de la mujer.
20,1-48 La guerra. La maldad del levita se vuelve aún más obvia cuando deliberadamente miente y manipula la muerte de su concubina para su propio interés, frente a los hijos de Israel que se reúnen en Mispá. Claro está que el levita omite decir que su negligencia y su maldad fueron las verdaderas causantes de la muerte de la concubina. En primer lugar, no dice que tuvo la oportunidad de pasar la noche en otra ciudad (19,11). En segundo, tampoco les comenta que él era el objeto de la violencia fálica de algunos hombres de Guibeá (19,22). En tercer lugar, bajo ningún concepto les informa que él fue quien empujo a la concubina fuera de la casa. Por último, el levita omite contar que encontró a la concubina en el umbral de la puerta, posiblemente aún con vida, pero, en lugar de ayudarla, terminó matándola para mover al pueblo entero a mostrar solidaridad con su deshonrada persona. El levita manipula maquiavélicamente los hechos logrando su propósito. La «indignación» que ha sufrido el levita demanda la solidaridad de todo Israel. Por esta razón, aun Dios toma partido por la causa del levita contra la gente impía de Guibeá. Dios es el que vence a Benjamín (35). El Dios de Israel reaparece, en medio del caos, para salvar a las pocas personas justas que luchan por erradicar de la comunidad la falta de respeto a las leyes de la hospitalidad.
21,1-25 La paz. En vez de cantar y bailar después de la victoria, los Israelitas se reúnen por última vez en Betel, donde vuelven a llorar amargamente (2). Los israelitas no se reúnen a dar las a gracias a Dios por la victoria, sino para quejarse de que una tribu se ha desgajado hoy de Israel (7). Con grito abierto, los israelitas le preguntan a Dios: ¿Por qué, Señor, Dios de Israel, ha pasado esto en Israel? (3). La amnesia que sufre Israel no tiene límite. No quieren reconocer que fueron ellos mismos los que hicieron desaparecer a la tribu de Benjamín. La descripción de la ceremonia que hacen los israelitas en el segundo día en Betel parece ser una parodia de la ceremonia de la alianza que Moisés realiza con Dios. Moisés también se levantó temprano y construyó un altar, colocó doce piedras, una por cada tribu de Israel, mató toros y los ofreció como holocaustos de reconciliación a Dios (Éx 24,4s). La diferencia es que en esta ocasión, los guerreros de Israel se han sentado a ofrecer holocaustos con sus manos manchadas de sangre. Lo que es más triste es que el holocausto de comunión que le ofrecen a Dios no les arranca el arrepentimiento de sus muchas iniquidades. Por entonces no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien (25), con estas palabras se cierra este libro, que nos narra una época de búsqueda, e infidelidades, de amor y desamor, entre Israel y Dios. El lector es invitado a descubrir la presencia misteriosa de Dios en lo ordinario de la vida con sus luces y con sus sombras, para no cometer los mismos errores del pueblo de Israel.