Macabeos I
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Introducción | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16Introducción
Contexto histórico. A la muerte de Alejandro, su imperio, apenas sometido, se convierte en escenario de las luchas de los herederos. En menos de veinte años se realiza una división estable en tres zonas: Egipto, Siria y el reino macedonio. Palestina, como zona intermedia, vuelve a ser terreno disputado por los señores de Egipto y Siria. Durante todo el siglo III a.C. dominaron benévolamente los tolomeos, siguiendo una política de tolerancia religiosa y explotación económica. En el 199 a.C., Antíoco III de Siria se aseguró el dominio de Palestina y concedió a los judíos en torno a Jerusalén autonomía para seguir su religión y leyes, con obligación de pagar tributos y dar soldados al rey.
En el primer siglo del helenismo, los judíos, más o menos como otros pueblos, estuvieron sometidos a su influjo, y se fue realizando una cierta simbiosis espiritual y cultural, sin sacrificio de la religión y las leyes y tradiciones paternas. El siglo siguiente, las actitudes diversas frente al helenismo fraguan en dos partidos opuestos: el progresista, que quiere conciliar la fidelidad a las propias tradiciones con una decidida apertura a la nueva cultura internacional, y el partido conservador, cerrado y exclusivista. En gran parte, las luchas que narra este libro son luchas judías internas o provocadas por la rivalidad de ambos partidos.
Antíoco IV hace la coexistencia imposible al escalar las medidas represivas (aquí comienza el libro). Los judíos reaccionaron primero con la resistencia pasiva hasta el martirio; después abandonaron las ciudades en acto de resistencia pasiva; finalmente, estalló la revuelta a mano armada. Primero en guerrillas, después con organización más amplia, lucharon con suerte alterna desde el 165 hasta el 134 a.C.; hasta que los judíos obtuvieron la independencia bajo el reinado del asmoneo Juan Hircano.
En tiempos de este rey y con el optimismo de la victoria se escribió el primer libro de los Macabeos, para exaltar la memoria de los combatientes que habían conseguido la independencia, y para justificar la monarquía reinante. Justificación, porque Juan Hircano era a la vez sumo sacerdote y rey, cosa inaudita y contra la tradición. Si la descendencia levítica podía justificar el cargo sacerdotal, excluía el oficio real, que tocaba a la dinastía davídica de la tribu de Judá.
Mensaje del libro. El autor, usando situaciones paralelas y un lenguaje rico en alusiones, muestra que el iniciador de la revuelta es el nuevo Fineés (Nm 25), merecedor de la función sacerdotal; que sus hijos son los nuevos «jueces», suscitados y apoyados por Dios para salvar a su pueblo; que la dinastía asmonea es la correspondencia actual de la davídica.
Más aún, muestra el nuevo reino como cumplimiento parcial de muchas profecías escatológicas o mesiánicas: la liberación del yugo extranjero, la vuelta de judíos dispersos, la gran tribulación superada, el honor nacional reconquistado, son los signos de la nueva era de gracia.
El autor no vivió (al parecer) para contemplar el fracaso de tantos esfuerzos e ilusiones, es decir, la traición por parte de los nuevos monarcas de los principios religiosos y políticos que habían animado a los héroes de la resistencia. Fueron otros quienes juraron odio a la dinastía asmonea y con su influjo lograron excluir de los libros sagrados una obra que exaltaba las glorias de dicha familia.
Por encima del desenlace demasiado humano, el libro resultó el canto heroico de un pueblo pequeño, empeñado en luchar por su identidad e independencia nacional: con el heroísmo de sus mártires, la audacia de sus guerrilleros, la prudencia política de sus jefes. La identidad nacional en aquel momento se definía por las «leyes paternas» frente a los usos griegos, especialmente las más distintivas. Por el pueblo, así definido, lucharon y murieron hasta la victoria.
El libro es, por tanto, un libro de batallas, con muy poco culto y devoción personal. Dios apoya a los combatientes de modo providencial, a veces inesperado, pero sin los milagros del segundo libro de los Macabeos y sin realizar Él solo la tarea, como en las Crónicas. El autor es muy parco en referencias religiosas explícitas, pero el tejido de alusiones hace la obra transparente para quienes estaban familiarizados con los escritos bíblicos precedentes.
1,1-9 Introducción histórica. El autor aprovecha los dos primeros capítulos para presentar los protagonistas del libro: el imperio, que llevado por la codicia pretende dominar el mundo a través de la guerra, el saqueo y la muerte (1); y el pueblo judeo-macabeo, que resiste para mantener su unidad, cultura y autonomía (2). Lamentablemente, la historia macabea que nació como resistencia, terminará repitiendo los males del imperio que combatió.
Un nuevo imperio, cuyo centro de poder es Grecia, se une a la lista de imperios que invadieron y sometieron al pueblo de Israel. Antes habían sido Egipto, Asiria, Babilonia y Persia. A la cabeza del imperio griego está Alejandro Magno (356-323 a.C.), quien haciéndose honrar como dios, establece su poder a través de la invasión, dominio y sometimiento tributario de pueblos soberanos. A la muerte de Alejandro sus generales entran en conflicto por la ambición de poder (cfr. Josefo Ant. 11.8,7). Finalmente, el reino quedó dividido en cuatro partes: Siria bajo el dominio de Seleuco I; Egipto para Tolomeo I; Tracia para Lisímaco, y Macedonia para Casandro. Los sucesores de Alejandro no cambian el esquema de poder, por el contrario, «multiplican las desgracias en el mundo».
1,10-64 Persecución de Antíoco Epífanes. Aparece en escena uno de los mayores símbolos del mal para Israel: Antíoco IV Epífanes, rey de la dinastía Seléucida y nuevo representante del poder imperial. Se puso el sobrenombre de «theos Epiphanes», que significa «dios manifestado». Es significativo, que inmediatamente después de Antíoco IV el autor presente un nuevo e importante actor: el grupo de judíos llamados «renegados» que abogan por la helenización del mundo judío como vía de progreso y modernidad (11-14). Cuando hablamos de helenismo nos referimos a la cultura de origen griego. En contraposición al grupo de los judíos «renegados», están los judíos de corte tradicional articulados en torno al proyecto macabeo. El autor deja claro desde el principio su postura pro-macabea, tanto que cuando habla de «Israel, pueblo» se refiere a este grupo.
Aprovechando el viejo lema imperial de «divide y vencerás», Antíoco IV hace alianza con los judíos helenistas o «renegados» (15) para alcanzar sus objetivos de imponer la cultura helenista –gimnasios–, establecer un régimen tributario, saquear los tesoros del Templo de Jerusalén para financiar la conquista de Egipto (21-24), imponer un nuevo sistema religioso con dioses y cultos idolátricos, hasta el punto de colocar al dios Zeus en el altar del Templo, prohibir el cumplimiento de la Ley (culto, circuncisión, normas alimentarias, sábado, etc.), y asesinar a todos los opositores (41-50). Jerusalén, la ciudad de Dios, termina siendo una ciudadela griega (33s), y la Alianza con el Dios de la liberación se cambia por una alianza con el imperio pagano (15). El autor recoge en una elegía los tiempos de muerte, sacrilegio y abominación que llenan de luto y dolor al pueblo de Israel (25-28.37-40; cfr. Sal 79,3; 106,38; Jr 7,6; 22,3; Lam 5,2).
2,1-70 Rebelión de Matatías. Así como la historia de los patriarcas la dividimos en ciclos: Abrahán, Jacob y José (Gn 12–50), igual podemos hacer con el primer libro de los Macabeos: ciclo de Matatías (2,1-70), de Judas (3,1–9,22), de Jonatán (9,23–12,53) y de Simón (13,1–16,24).
En oposición a Antíoco IV Epífanes, representante del poder imperial, surge Matatías, que significa «don de Dios», como líder de la resistencia judía. Matatías, un campesino de familia sacerdotal, hace una lectura de la realidad y constata que su pueblo, nacido para la libertad, ha sido esclavizado y saqueado. Su conciencia religiosa le dice que no es posible seguir viviendo sin hacer algo por cambiar tal situación.
Los funcionarios del imperio intentan comprar la conciencia de Matatías y de sus hijos ofreciéndoles títulos y riquezas. En clara opción por el Dios de los padres y del éxodo, rechazan la oferta del imperio y organizan la resistencia armada –«guerra santa»– desde las montañas de Judá.
Muchos judíos tradicionalistas huyen al desierto para escapar de la avalancha helenista. La persecución del imperio no se deja esperar y asesinan en día sábado un grupo de judíos que eran estrictos en el cumplimiento de la Ley pero que no participaban de la resistencia armada promulgada por los Macabeos. La muerte pasiva de estos israelitas por no violar la ley del sábado, hace que Matatías y sus hijos reinterpreten este precepto, decidiendo que si son atacados, aún en día sábado, responderán.
Al ejército de Matatías se une el grupo de los «leales» o «piadosos», de donde nacerán más tarde los fariseos y los esenios. El ejército macabeo organiza una campaña militar por el país con el fin de «rescatar la Ley de manos de los paganos». A pesar del éxito de la campaña militar, a cualquier cristiano le resulta difícil entender que se exalte un procedimiento que repite exactamente las actitudes del opresor: violencia, venganza, ira e imposición religiosa (45s). Es una «guerra santa» comprensible dentro de su época y contexto. Con Jesús se dará otro modelo de resistencia.
El testamento de Matatías recuerda el de Jacob (Gn 49) y Moisés (Dt 33). En el testamento quedan consagrados dos consejos con sabor imperativo: perseverar en la lucha y dar la vida por el proyecto de Dios (50). Además, un catálogo de virtudes para imitar: fe, fidelidad, celo, observancia, testimonio, misericordia, confianza y resistencia activa. Seguir el camino de los antepasados es garantía de triunfo contra los paganos. La comandancia del ejército es entregada a Judas (66), que sin ser el mayor es el más aguerrido.
3,1-26 Actividad de Judas en Judea. Con un canto para exaltar su misión guerrera, comienza el ciclo de Judas (3,1–9,22). Se apoda «Macabeo» –nombre que asumirán los libros sagrados–, que significa «martillo» porque golpea con fuerza y sin descanso a sus enemigos. Cuenta con el apoyo de todos. Es presentado como un hombre sabio, valiente y de fe. Sus acciones y hazañas recuerdan al patriarca Judá, a Saúl y Jonatán por la metáfora del León (Gn 49; 2 Sm 1,23); a Moisés y los jueces en su liderazgo liberador; a David en sus hazañas militares. Judas Macabeo está convencido de ser un instrumento en las manos del Señor.
En el año 166 a.C., Apolonio, gobernador de Samaría y responsable del saqueo de Jerusalén, es el primero en salir derrotado a manos del ejército de Judas Macabeo. Después de su muerte, Judas le arrebata la espada, tal como hizo David con Goliat (1 Sm 21,9). Serón, general del ejército sirio, animado por el deseo de fama y poder, será el segundo en la lista de derrotados. La batalla se desarrolló en Bet-Jorón (16), un lugar famoso en la conquista de la tierra prometida (Jos 10,10). El miedo de Judas ante una derrota militar por inferioridad numérica es superado por la fe en el Dios de los «débiles», que da la cara por su pueblo en cada batalla y apoya a los que luchan por la vida y la Ley (21). La Ley, promulgada como un conjunto de señales que indicaban el camino correcto para una convivencia justa, fraterna y en paz (Éx 20,1-17), se convirtió con el tiempo en un instrumento de poder que las autoridades religiosas utilizaban para imponer al pueblo «duras cargas» (Lc 11,46), situación que permite entender la postura crítica de Jesús (Mt 23,23). En la victoria de Judas, además de la fe cuenta su genialidad estratégica, al acomodar su pequeño ejército en la cima de la montaña, desde donde con sorpresa lanza su ataque. A partir de esta victoria Judas y su proyecto político, militar y religioso comienza a ser tomados en serio.
3,27–4,35 Batalla de Emaús. La victoria de los «débiles» pone en alerta al imperio. Antíoco se ve en la necesidad de abrir dos frentes de batalla, uno contra Persia con el fin de conseguir dinero para mantener la guerra contra quienes amenazan su poder y riqueza –Aún hoy, se siguen haciendo guerras por razones económicas sin importar las personas que mueren en ellas–; el otro frente, bajo el mando de Licias, busca aplastar la sublevación judía y borrar su nombre del lugar (3,35). El número de cuarenta mil soldados de infantería y siete mil jinetes elegidos para esta tarea coincide con las cifras de 1 Cr 19,19, dejando ver en el autor la intención de comparar a Judas con David. El ejército macabeo, consciente de su inferioridad, saca fuerzas para el combate, recordando la cruel situación que atraviesa el pueblo, la ciudad y el Templo (59), consultando la Palabra de Dios (48), haciendo ayuno y oración (47), respetando las normas para participar en el combate (56), pero sobre todo, poniendo todo en las manos del Señor (60). La lucha por la paz, con libertad, justicia y dignidad lo merece todo, aun la propia vida.
El imperio a pesar de su superioridad sigue siendo derrotado por varias razones: la inteligencia de Judas, al mejor estilo de David, en su estrategia militar; la memoria en un Dios liberador que siempre vence a cualquier faraón; y el sueño por mantener una Alianza que los hace libres e hijos predilectos de Dios. Cuando los pobres luchan con inteligencia por una liberación integral y unida al amor de Dios, no hay causa que se pierda.
4,36-61 Purificación del Templo. Con el enemigo derrotado y expulsado de la Ciudad Santa, todas las energías son puestas en la purificación, reconstrucción y consagración –dedicación– del Templo. La fiesta de la Dedicación se celebró el 25 de diciembre del año 164 a.C., exactamente tres años después de la profanación, con una ceremonia que duró ocho días. Esta fiesta, que quedó institucionalizada para celebrarse anualmente, es conocida con varios nombres: Dedicación –«Hanukkah»– que es el más usado, Purificación o fiesta de las Luces –cada día se enciende una luz–. Jesús antes de su muerte participó en esta fiesta (Jn 10,22). El texto nos sugiere una buena lección de liturgia: la materia prima de toda celebración litúrgica deben ser los acontecimientos más significativos de la vida. Es importante anotar que en este momento de la historia, el Templo es el centro de la vida y la religión judía; con Jesús las cosas cambiarán, será la vida del ser humano o su humanización, lo que estará en el centro del proyecto de Dios.
5,1-68 Hazañas de Judas fuera de Judea. Los judíos exiliados y desplazados en tierra extranjera sufren la venganza del imperio (2). Una asamblea democrática, liderada por Judas y sus hermanos, deciden responder con la misma moneda: atacar, someter y eliminar los pueblos vecinos que asesinan a sus hermanos. Hay que recordar que los edomitas y amonitas son enemigos tradicionales de Israel (Gn 19,37s; Nm 20,14-21; 1 Sm 14,47). Las batallas son acompañadas de oraciones de alabanza, petición y acción de gracias a Dios, pero también con acciones tan sangrientas (51), que es necesario insistir en la premisa de entender estos hechos desde el contexto de un pueblo que hasta ese momento concebía a un Dios vengativo y hasta sangriento por defender a los suyos. La conciencia del pueblo llegará a su madurez con la presencia de Jesús quien nos mostrará el verdadero rostro de un Dios misericordioso. El texto sin embargo nos permite reflexionar sobre la situación de muchos hombres y mujeres que como exiliados o inmigrantes sufren la persecución xenofóbica de algunos gobiernos o sectores de la población.
Todas las batallas fueron ganadas, excepto las de José y Azarías, oficiales del ejército macabeo (56s), por dos razones: la primera, porque sus motivaciones no eran de solidaridad sino de intereses personales: fama y prestigio (57); la segunda, porque el autor considera que no pertenecen a una raza especial (62) como Judas Macabeo y sus hermanos.
6,1-17 Muerte de Antíoco. Antíoco Epífanes, al enterarse que los judíos han vencido sus tropas y han purificado el Templo que él había profanado, cae en un estado crítico de depresión. La descripción de su estado psicológico hace honor al apodo que le tenían algunos de sus súbditos: «epimanes», que significa loco. Su confesión, aparentemente arrepentido por haber saqueado el Templo (1 Mac 1,54), no obedece a un acto de conversión sino más bien al reconocimiento de su fracaso. Antíoco encarga a Filipo la administración del reino y la custodia de su hijo –en 1 Mac 3,33 la había encomendado a Lisias–. Antíoco muere probablemente en la primavera del año 164 a.C., en Babilonia, ciudad que simboliza tragedia y muerte para Israel (2 Re 24s; Ap 18,8; 16,19; 17,5; 18,2.10.21), y se une a la lista de faraones o emperadores, que desde los tiempos de Egipto, han fracasado en su objetivo de desafiar el amor de Dios por los pobres y oprimidos.
6,18-63 Antíoco Eupátor. La seguidilla de triunfos se interrumpe. Aunque el autor no lo dice explícitamente, el ejército macabeo es derrotado por el nuevo emperador Antíoco Eupátor. Un grupo de israelitas helenizados y traidores claman al emperador de turno con palabras que deberían ser para Dios (22). También la acción heroica de Lázaro Macabeo resulta ser un fracaso al no lograr el objetivo de eliminar al rey. Las contradicciones entre los poderosos –Lisias y Filipo– a causa de la ambición y los celos, permite aliviar la situación de los judíos. A pesar de que Lisias derrota militarmente a Judas Macabeo, firma con éste un pacto donde le concede a Israel libertad religiosa, pero no la libertad política, militar y tributaria. Para un autor enamorado de Dios y de la gesta macabea, es comprensible que en este capítulo con sabor a derrota no se mencione en la negociación ni a Dios ni a los macabeos. El principal culpable de la derrota judía no es el rey de turno, sino los israelitas «renegados» que vendieron su conciencia y su libertad, acusando ante el enemigo a sus propios hermanos. Comprar la conciencia de hombres y mujeres en las naciones sometidas sigue siendo una tarea prioritaria de los nuevos imperios. También son muchos los que hoy venden su conciencia, la vida y la dignidad de su pueblo, por obtener privilegios y favorecer sus propios intereses. En este tipo de opciones es lógico que Dios esté ausente.
7,1-25 Demetrio I. Demetrio I, heredero legítimo de Seluco IV no pudo ocupar el trono al morir su padre, ya que siendo todavía un niño fue arrestado y llevado a Roma. Asumió el poder su hermano Antíoco IV y luego su sobrino Antíoco V, a quien Demetrio considera un usurpador. Demetrio escapa de Roma y con el apoyo de una parte del ejército, retoma el poder y se proclama rey en el año 161 a.C. Sus generales asesinan a Antíoco V y a Lisias. Con la llegada de Demetrio al poder, se agudiza el conflicto entre los dos grupos judíos: los «renegados» –pro-helenistas– y los tradicionales –pro-macabeos–. Los judíos «renegados» acuden nuevamente ante el emperador para acusar de traidores a sus propios hermanos. Para esta misión se apoyan en Alcimo –nombre helenizado de Joaquín–, nombrado sumo sacerdote por el emperador (9) pero rechazado por los judíos tradicionales por su corte helenista y su actitud servil ante el imperio de turno. Alcimo y los «renegados» les declaran la guerra a sus propios hermanos (21-25). Judas Macabeo responde de igual manera (23s). Es triste ver cómo la ausencia en los dirigentes de una conciencia alimentada por el diálogo, la tolerancia, la justicia y el amor, termina dividiendo y enfrentando a los propios hermanos, mientras los poderosos, verdaderos causantes del mal, aprovechan las circunstancias para perpetuar su dominio.
7,26-50 Derrota de Nicanor. Alcimo pide ayuda a Demetrio, quien manda a Nicanor, su mejor general, para atacar a los judíos y quitarles la poca autonomía que mantenían. La estrategia de Nicanor se basa en el engaño so pretexto de un proceso de diálogo y negociación. ¿Cómo lograr que la palabra, igual que la de Dios en el primer capítulo del Génesis o la de Jesús, sea siempre una palabra creadora de vida, sincera y confiada, y no una palabra que se utiliza para engañar y destruir la vida? Ser hombres y mujeres de palabra es un buen punto de partida para que los diálogos de las personas y los pueblos sean fructíferos y eficaces.
La batalla final sigue un esquema conocido en el Antiguo Testamento: presentación de los ejércitos, oración pidiendo la intervención de Dios, la batalla, derrota y muerte del invasor, huida del resto del ejército enemigo y fiesta de los triunfadores (cfr. 2 Re 18,17–19,37). El triunfo macabeo se convierte en una fiesta con intenciones de repetirla anualmente. Sin embargo, muy pronto dejó de celebrarse, probablemente por su proximidad con la fiesta de Purim (14 de marzo). Este final, con sabor a triunfo liberador y tiempo de paz, recuerda las gestas narradas en el libro de los Jueces.
Dos hechos para reflexionar desde una perspectiva cristiana. El primero, la actitud poco tolerante y violenta de Judas Macabeo, quien después del pacto firmado con Lisias, recorría el país matando y maltratando los judíos «desertores» (7,23). La segunda, colocar a Dios como un general del ejército que manda a sus ángeles a matar los enemigos de quienes elevan sus oraciones al cielo. Aunque Jesús es duro con los enemigos del pueblo y de los pobres, la justicia y la paz no se consiguen con la violencia, sino con la concientización y la organización de los pueblos.
8,1-32 Judas pacta con Roma. El autor hace un paréntesis en su relato –continuará en 9,1– para presentar a Roma, nuevo actor imperial que ha entrado en escena y que para mediados del s. II a.C. ya dominaba todo el Mediterráneo. A pesar del esfuerzo que hace el autor por justificar el pacto del pueblo judío con Roma, sus mismos comentarios lo hacen contradictorio. Los elogia por su lealtad (1.11), su poderío militar (2-12), porque gobiernan sin soberbia a pesar de su poderío (14) y por su organización política interna en cabeza de un senado que busca siempre el bien público (15). Cabría preguntar: ¿el bien público de quién? De ellos mismos, es decir de los que tienen ciudadanía romana, pues su política exterior está claramente caracterizada por la discriminación, el aniquilamiento, la esclavitud, el sometimiento, la imposición de gobernantes y de un modelo económico tributario (4.5.7.11).
En poco difieren las características del nuevo imperio romano con las de todos los imperios, bien señaladas en 1 Sm 8,4-22. ¿Cuál será entonces la motivación real para que los Macabeos firmen con los romanos un pacto de «amistad y mutua defensa» (20s), precisamente cuando se disfrutaba de un triunfo liberador y de un tiempo de paz? (1 Mac 7,48-50). Según los macabeos, buscan sacudirse del yugo de los griegos (18). Estos tratados se grababan en tablas de bronce. Se hacía un original en latín que reposaba en el capitolio romano, y otra copia en griego que se entregaba al estado con el que se firmaba el pacto. El autor de Macabeos omite el preámbulo y el final del pacto porque se mencionan los dioses romanos Júpiter y Capitolio. Comienza así una nueva etapa en la historia de Israel, que como se verá con el tiempo, antes que beneficios aumentará la opresión y esclavitud. Se dice que los judíos llegaron a odiar tanto a los romanos que será una de las razones para excluir el libro de los Macabeos del canon judío.
9,1-22 Muerte de Judas. Continúa el relato del capítulo 7. Judas no se conforma con la autonomía religiosa sino que continúa luchando por una autonomía política. Demetrio, rey sirio, queriendo vengar la muerte de Nicanor, pero también preocupado por los acuerdos de los judíos con Roma, envía un gran ejército para aniquilar la resistencia judía, cuyo ejército se encuentra desintegrado, desanimado y temeroso. Llama la atención que Judas, a pesar de la inferioridad numérica, no invoca a Dios como en otras ocasiones (1 Mac 4,10.30-33; 7,41s), sino que decide enfrentar la batalla con la convicción de ofrecer la vida por la causa liberadora del pueblo judío (10). Es como si presintiera la derrota y la muerte (8-10). Judas, tras una férrea resistencia muere en su ley. Llama la atención que el autor no acuse a Roma de violar el pacto al no acudir en defensa de su aliado. Ésta es la primera prueba que el pacto con el imperio romano antes que beneficios sólo significó ruina y muerte para los judíos. La elegía por la muerte de Judas recuerda la reacción de David ante la muerte de Saúl y Jonatán (2 Sm 1,19-27) y refleja el amor que le profesaba su pueblo. El título de salvador es el mismo que se daba a los jueces de Israel. Judas hizo muchas hazañas que no se recogen en este libro (cfr. Jn 20,30; 21,25).
9,23-73 Jonatán y Báquides. Comienza el ciclo de Jonatán (9,23–12,53). El vacío dejado por Judas es aprovechado por el grupo de los «renegados» para aumentar su poder e influencia. Para eso cuentan con el apoyo de los gobernantes sirios. La situación se vuelve insoportable para los judeo-macabeos, que deciden acudir a Jonatán, hermano menor de Judas Macabeo, para pedirle que se ponga al frente del ejército judío. Un mal cálculo militar de Jonatán causa la muerte de Juan, su hermano mayor (1 Mac 2,8) a manos de una tribu árabe, la familia de Jambrí, por robarle todo su equipaje. La reacción de Jonatán es ejecutar una venganza que asedia, roba y mata a la familia Jambrí mientras celebraba una boda. La alegría de la boda se convirtió en luto y lamento (cfr. Am 8,10). Una acción que hay que comprenderla dentro del contexto de la época, pero que todavía está lejos del espíritu evangélico.
El relato continúa describiendo las batalles entre Báquides, representante del imperio Sirio, apoyado por los judíos «renegados» (9,23) y Jonatán, representante del grupo judeo-macabeo. La actitud de los «renegados» de acusar a sus hermanos ante los sirios y ganarse el favor del imperio, esta vez se vuelve en su contra, dado que Báquides al fracasar en su intento por derrotar a Jonatán, acusa a los «renegados» de su fracaso y humillación, hasta el punto de castigarlos y romper toda relación con ellos. Situación que aprovecha Jonatán para lograr un pacto de no agresión con Báquides. Jonatán va consolidándose como un gran comandante militar y un hábil negociador, hasta el punto de que el autor lo presenta con las características de los Jueces de Israel (73). En medio del relato se cuenta la muerte del sumo sacerdote Alcimo después de haber derrumbado el muro del Templo (54s) que separaba los atrios de los judíos y los gentiles (1 Re 7,12; Ez 44,9). Recordemos que si un gentil, en el Templo de Jerusalén, pisaba el patio de los judíos era sometido a la pena de muerte. El autor considera la enfermedad y muerte de Alcima como un castigo por esta acción sacrílega. Respetando el contexto de la época, tendríamos que decir que la actitud reprobable de Alcima, al quitar el muro que separaba a judíos y gentiles, será por el contrario, parte de la misión de Jesús y de los cristianos de todos los tiempos. Por ejemplo, el desgarro del velo del Templo de Jerusalén al momento de la muerte de Jesús (Mc 15,38), se interpreta también como el derribamiento del muro que separaba a Dios de su pueblo.
10,1-50 Jonatán y Alejandro Balas. En el año 152 a.C. entra en escena Alejandro, que se hace pasar como hijo de Antíoco IV Epífanes. Con el reconocimiento de Roma como legítimo sucesor de Antíoco IV, y el apoyo de Egipto, Pérgamo y Capadocia, Alejandro se proclama rey y establece la sede de su reino en Tolemaida. Tanto Demetrio como Alejandro, se apresuran a buscar el apoyo de Jonatán como aliado estratégico, a cambio de concesiones militares y tributarias. Jonatán aprovecha la primera propuesta de Demetrio para retomar a Jerusalén, pero se inclina finalmente por apoyar a Alejandro, probablemente porque tenía más perspectiva de triunfo por su buena relación con Egipto. La elección resultó acertada, dado que Demetrio morirá en combate contra Alejandro. Jonatán logra de Alejandro el nombramiento de sumo sacerdote, vacante desde la muerte de Alcimo, que inaugurará en la fiesta de las Chozas. La vestidura de púrpura y la corona de oro son signos del sumo sacerdocio. Este nombramiento tiene varios problemas: Jonatán, aunque de familia sacerdotal, no era de la dinastía sacerdotal sadoquita; se ponen las bases para establecer la dinastía asmonea, continuadora de los macabeos y a la que pertenecerán en adelante los sumos sacerdotes, y lo que es peor, el sacerdocio queda sometido al imperio de turno y supeditado a intereses políticos y partidistas. Esta situación hizo que en el futuro la dinastía asmonea fuera odiada por gran parte del pueblo judío. Algunos especialistas afirman que muchos de los opositores al nombramiento de Jonatán como sumo sacerdote se retiraron al Mar Muerto y fundaron la comunidad de Qumrán. La ambición de acaparar no solo el poder militar y político, sino también el religioso, es un pecado común de todos los faraones y emperadores, que parece contaminar el corazón de Jonatán. Aquí ya no podemos decir que hay que comprenderlo por el contexto, pues la ambición y la codicia son rechazadas por Dios desde siempre.
10,51-66 Alejandro, Tolomeo y Jonatán. Reaparecen los judíos «renegados» en un intento vano por indisponer a Alejandro contra Jonatán. Sin embargo, las relaciones entre estos se fortalecen. Jonatán no solo es invitado a Tolemaida para presenciar la boda de Alejandro con Cleopatra, hija del rey Tolomeo de Egipto, sino que es revestido de más poder político y militar. El autor sigue obsesionado en mostrar el poder que va acumulando Jonatán. Nada se dice de la situación del pueblo.
10,67-89 Actividad de Jonatán en tiempo de Demetrio II. El sumo sacerdote Jonatán aparece como un excelente estratega militar. Vence sin problemas a Demetrio que lo había desafiado militarmente. Es aclamado por su pueblo. Felicitado por el rey Alejandro, quien le da más poder y le obsequia una propiedad en el territorio de Ecrón. Jonatán, además de haber concentrado todo el poder político, militar y religioso, es ahora un verdadero latifundista. Esta carrera macabea por el poder y la riqueza, a pesar de ser presentada con toques de alabanza, es inaceptable cuando se mira con los ojos de Jesús.
11,1-18 Tolomeo VI en Antioquía. Estamos ante una página magistral que demuestra la fragilidad de los pactos entre emperadores o poderosos, al estar mediados casi siempre por el engaño, la calumnia, la muerte, la codicia y la ambición de poder. Todo lo contrario con el pacto o alianza de Dios con su pueblo, mediado siempre por la fidelidad y la misericordia. Cristo también selló con su sangre un pacto de amor con la humanidad, que se rompe cuando la injusticia y la violencia excluyen el proyecto de Jesús para incluir el proyecto de los codiciosos y ambiciosos. Restablecer el amor y la justicia en el mundo es la única manera de respetar y hacer visible la alianza con Dios y su Hijo Jesucristo en el mundo de hoy.
La mujer es presentada como un premio mayor en manos del padre, que lo entrega al que más se acerque a sus intereses. Así, Cleopatra pasa de Alejandro a Demetrio sin que en algún momento se le consulte. Un signo de patriarcalismo que aún sigue vigente.
11,19-53 Demetrio II y Jonatán. La historia y los personajes se repiten, solo cambian los años y la descendencia. Demetrio II llega al poder y los judíos «renegados» aprovechan para hablarle mal de Jonatán. La diferencia con los relatos anteriores es que Demetrio, antes de iniciar una guerra, invita a Jonatán a un diálogo en Tolemaida. El autor entusiasma a sus lectores contando los detalles de la habilidad diplomática de Jonatán y la «bondad» de Demetrio II, que ratifica sus privilegios y concede otros al pueblo judío.
Cuesta entender que el ejército judío termine al servicio de emperadores que han tejido por siglos historias de opresión y esclavitud para él. El autor, en su intención de resaltar la figura de los Macabeos, describe el contraste entre la fidelidad de Jonatán a lo pactado y la traición de Demetrio II, quien en la primera oportunidad incumple los acuerdos. De nuevo se confirma que los pactos de los poderosos son flor de un día.
11,54-74 Intrigas de Trifón. La historia se repite. Los herederos de Lisias y Antíoco V siguen enfrentados: Demetrio II contra Antíoco VI. Jonatán vuelve a estar en medio de los oponentes. Antíoco VI lo confirma como sumo sacerdote y como «grande en el reino» (57). Hay que resaltar la entrada en escena de Simón, hermano de Jonatán, nombrado gobernador militar y protagonista de una importante acción militar. El autor comienza a prepararnos para el traspaso de poder de Jonatán a Simón Macabeo. Pero antes de la despedida, el autor le tributa un homenaje a Jonatán, describiendo una batalla «fantástica» donde abandonado por su ejército, decide él solo, acompañado de dos oficiales y en una actitud de penitencia y oración, enfrentar el ejército enemigo compuesto por millares de militares. Lo que se presagiaba como una segura derrota se convierte en una sólida victoria.
12,1-38 Embajada a Roma. Después de la victoria militar, el autor presenta la victoria diplomática de Jonatán al enviar una comisión para ratificar con los romanos y con los espartanos pactos firmados anteriormente por su hermano Judas (1 Mac 8,17) y por el sumo sacerdote Onías. La verdad es que los romanos hasta ahora no han sido mencionados, tampoco los espartanos. A los romanos poco les interesa intervenir como mediadores, prefieren la agudización del conflicto entre los países hermanos para aprovechar la división en su propio beneficio. De otra parte, dice el autor que los judíos tampoco solicitaron el apoyo de sus aliados por una razón eminentemente teológica: para qué importunar, si con la ayuda de Dios como aliado mayor, pueden derrotar a sus enemigos. Por primera vez se menciona un «consejo de la nación» (6) que luego se convertirá en el Sanedrín. En 12,9 se habla de los «libros santos», para referirse a los libros de la Ley, los Profetas y otros Escritos. Por esta época las autoridades religiosas judías están fijando el canon o lista de los libros considerados inspirados.
El autor cierra el paréntesis sobre la acción diplomática, para continuar con el relato del capítulo 11 que involucra la hostilidad permanente de los sirios. De nuevo el ejército de Demetrio huye ante la presencia del ejército judío. La intención del autor en este caso no busca mostrar la dimensión militar de los hermanos Jonatán y Simón, sino su liderazgo en la construcción y reconstrucción de Judá y Jerusalén (35-38), tras un ejercicio democrático que involucró «la asamblea de los ancianos». Lástima que las construcciones se reduzcan a fuertes militares, murallas y barreras de separación, y no se mencione soluciones concretas para los más pobres de la población. Un ejemplo de cómo los gobiernos con el discurso de la guerra invierten los recursos en armas antes que en inversión social.
12,39-53 Secuestro de Jonatán. La ambición de Trifón incluye la eliminación de su «amigo» Jonatán y de su protegido Antíoco. Trifón sabe que no puede vencer a Jonatán en la batalla, pero también sabe de la ambición judía por controlar el puerto de Tolemaida. Trifón le ofrece Tolemaida a Jonatán, quien la acepta cayendo ingenuamente en la trampa. Al llegar a Tolemaida es hecho prisionero mientras sus soldados son asesinados. La ciudad, que tiempo atrás le había tributado riqueza, honor y poder, le ofrece ahora una cárcel. Mientras el pueblo llora a su líder prisionero, los pueblos vecinos buscan aprovechar el vacío de poder para «atacarlos y borrar su recuerdo de entre los hombres» (53). Con Jonatán termina el tercer ciclo de la familia de los Macabeos.
13,1-30 Simón asume el mando. Comienza el ciclo de Simón (13,1–16,24), el último de los hermanos Macabeos. Recordemos que Lázaro murió aplastado por un elefante en un intento fallido por matar al rey (6,43), Judas murió en el campo de batalla (9,18), Juan fue asesinado por una tribu árabe (9,42) y Jonatán que aunque prisionero, se le da por muerto (12,50). Simón está preocupado porque sabe que su pueblo ha estado siempre rodeado de imperios que sueñan con eliminar al pueblo judío de la faz de la tierra. Pero también preocupa que Israel, cuando alcanza un poco de poder, cae en la misma tentación de eliminar, discriminar o someter a los más débiles.
El pueblo aclama por unanimidad a Simón como su líder. Éste sigue justificando la guerra santa con los argumentos de la defensa de la Ley y el Templo, pero sabemos que éstos ya han sido conseguidos, lo que busca en realidad es la conquista de la independencia nacional y del poder político.
El misterio de Jonatán comienza a despejarse, no está muerto sino prisionero en manos de Trifón, situación que quiere aprovechar el secuestrador para chantajear a Simón, buscando una oportunidad para aniquilar el ejército judío. Simón, sabiendo que Trifón lo engaña, accede a entregar el rescate exigido por la liberación de Jonatán, pues temía los comentarios del pueblo. Una actitud comprensible pero típicamente populista. Trifón no solo falta a su palabra sino que mata a Jonatán, demostrando que los que ejercen el poder de dominio eliminan a quien sea por alcanzar sus ambiciosos intereses.
13,31-53 Actividad político-militar de Simón. Con la muerte de Antíoco VI, asesinado por Trifón, Simón queda libre de los pactos firmados anteriormente. Conociendo los planes usurpadores de Trifón, Simón retoma los contactos con Demetrio para establecer un nuevo pacto. Demetrio se muestra generoso, confirmando los poderes religiosos y políticos, la exención de impuestos y el permiso de seguir las fortificaciones, que ya antes le había concedido (11,27-53). Solo añade el de «amigo de reyes». Es comprensible la actitud positiva de Demetrio, porque su poder es todavía muy débil, porque debe un favor a los judíos que lo habían salvado en una ocasión precedente (11,46-52) y porque la alianza con los judíos lo hace más fuerte frente a Trifón, quien le disputa el trono del imperio sirio. Los títulos de general y caudillo que le otorga Demetrio a Simón demuestran que la independencia no es total y que sigue bajo la tutela del rey. De todas maneras, este tratado de paz, que incluye la exención del tributo de la corona, se convierte en un momento especial en la historia de Israel al recobrar después de 25 años de lucha macabea, gran parte de su libertad e independencia.
Simón comienza a contar los años a partir de su asunción al poder, tal como lo hacían los faraones en Egipto. No hay duda de la fidelidad de la familia macabea con la justicia y la libertad del pueblo judío, pero también se nota con el pasar del tiempo que los pecados propios de la ambición del poder comienzan a tocar sus corazones. Hacer las cosas como el faraón es un mal recuerdo y un mal presagio para el futuro de Israel.
La independencia política será confirmada con la recuperación de la ciudad de Guézer y de una fortaleza griega enclavada en la misma Jerusalén, a las que el imperio sirio nunca había renunciado. Simón, aprovechando que Trifón y Demetrio están ocupados en sus disputas por el poder, conquista ambas ciudades y las purifica de todas las impurezas paganas que allí se habían alojado. Recordemos que la población que allí vivía estaba compuesta por pagano-helenistas y judeo-helenistas o «renegados». La fiesta de Purificación de la ciudad se llevó a cabo el 4 de junio del año 141 a.C. Fue declarada fiesta nacional y quedó fijada para celebrarse anualmente. Simón nombra general a su hijo Juan quien en poco tiempo además de sumo sacerdote se convertirá en rey.
14,1-49 Gloria de Simón. Después de 25 años de lucha macabea, Simón alcanza por fin el poder religioso, político y militar. Israel se cubre de gloria y esperanza porque el territorio soñado es una realidad. Sus fronteras se han ampliado, los enemigos externos e internos han sido vencidos. Toda esta alegría la expresa el autor a través de un poema, muy semejante al de Judas (3,1-9), que describe las gestas de Simón, el último de los hermanos Macabeos, protagonista de este glorioso momento. El poema es una síntesis de recuerdos bíblicos: 14,4 (Jue 5,31; 1 Re 5,4; Sal 72), 14,5 (1 Re 9,27), 14,6 (Éx 34,24; Is 26,15), 14,7 (Is 40,5; Jr 31,12; Ez 39,28), 14,8 (Lv 26,34; Zac 8,12), 14,9 (Zac 8,4-6); 14,10 (1 Re 24-26); 14,11 (1 Re 1,40), 14,12 (1 Re 4,25; 5,5; Zac 3,10; Miq 4,4), 14,13 (Sal 18,38-40; 45,6), 14,14 (Sal 72; Is 11,4), 14,15 (1 Re 5,15–9,25). Vale la pena notar la relación justicia, paz y ecología en el poema, pues cuando en un país reina la justicia y la libertad, las personas pueden vivir en paz y los campos dar sus frutos en abundancia (8).
Era costumbre de la época renovar los pactos cuando llegaba un nuevo gobernante. Recordemos que el primer pacto con Roma lo firmó Juan Macabeo en el año 161 a.C. (8,1-32), lo ratificó su hermano Jonatán en el año 144 a.C. (12,1-23), y ahora lo hace Simón (24). El hecho que Roma y Esparta tomen la iniciativa de renovar el pacto con Israel demuestra el alto grado de independencia y soberanía alcanzado por Israel.
La renovación de los pactos con Roma y Esparta coloca a Simón como continuador del proyecto diplomático de sus hermanos Macabeos. Llama la atención el interés del autor por reiterar y elogiar los pactos con imperios de tinte faraónico, como el de Roma, haciendo caso omiso a las advertencias de los profetas sobre este aspecto (Ez 17,15; Os 12,1). Además que el pacto con Roma de nada ha servido a los judíos, pues en los momentos críticos nunca pudieron contar con su ayuda. No hay duda de que la diplomacia es algo fundamental para mejorar la convivencia internacional, sin embargo, uno esperaría que el proyecto macabeo hubiera dado ejemplo en este campo, estableciendo primero alianza con los países pobres, y los pobres unidos, si es necesario, establecer acuerdos con los países poderosos. Entre los pobres se hacen pactos, con poderosos acuerdos. El pacto de Israel con Roma mantiene la dependencia y la esclavitud tributaria, actitudes faraónicas rechazadas por el Señor, Dios de los excluidos y de la liberación.
El autor aprovecha el elogio del pueblo para destacar los méritos de la vida y obra de Simón, igualmente, para hacer una síntesis histórica de toda la gesta macabea. La doble datación de los hechos (27) es signo de la conciencia que había en el pueblo de haber comenzado con Simón Macabeo una nueva etapa en la historia de Israel. El pueblo decide otorgar a Simón los títulos de sumo sacerdote, caudillo y jefe militar con carácter vitalicio y hereditario (41.47) dejando las bases para el establecimiento de la dinastía Asmonea. No aparece todavía el título de rey, probablemente por dos razones, la primera, porque a pesar de la soberanía alcanzada, todavía era un estado vasallo del imperio Sirio (14,38). La segunda, porque no tenía la confirmación de los profetas (cfr. Dt 18,15-22). Cabe la pregunta, ¿por qué una gesta nacionalista de tanta envergadura no tuvo el respaldo de algún profeta o al menos una resonancia profética? Es cierto que para esta época la profecía estaba en crisis, pero también es cierto que algunos hechos del proyecto macabeo van en contravía del modelo bíblico-profético, por ejemplo, la alianza con los países imperialistas o faraónicos; la preocupación por acaparar todo el poder político, militar y religioso en una sola persona, tal como lo hacía el faraón, los reyes de Asiria, Babilonia, Grecia o los mismos reyes de la fracasada monarquía israelita; el establecimiento de una dinastía (41), posteriormente llamada Asmonea, con pretensiones de perpetuarse en el poder, quitándole la posibilidad a Dios y al pueblo de elegir sus propios gobernantes y dirigentes religiosos.
15,1-41 Antíoco y Simón. Entra en acción Antíoco VII repitiendo el proceso utilizado por sus antecesores: deseos de recuperar el poder ante el usurpador, constitución de un ejército, búsqueda de aliados a través de concesiones de todo tipo, ataques al enemigo, triunfo, traición a los aliados, etc. En este contexto se entiende la iniciativa de Antíoco VII de enviar una carta a Simón para ratificar los privilegios otorgados por sus antecesores, pero también, para recordarle, sutilmente, su condición de vasallo. En el año 138 a.C. Antíoco lanza su ataque contra Trifón que se ve obligado a huir y refugiarse en Dor.
Los versículos 15-24 cierran a manera de inclusión, un tema planteado desde el primer capítulo (1,1), y que ha sido recurrente a lo largo del libro: la presencia de los llamados «renegados» (6,18; 7,4; 9,23.58.69; 11,21.25) o «judíos traidores» (21), constituido por judíos que optaron por el helenismo, abandonando algunas de sus tradiciones culturales y religiosas. El grupo contrario es el de los judíos tradicionalistas liderado por la familia de los macabeos. Uno de los objetivos del libro es resaltar el proyecto macabeo y señalar al grupo de los «renegados» como traidores y responsables del sufrimiento del pueblo judío. Sin demeritar la gesta macabea, muchos de sus relatos son ambiguos o contradictorios, lo que no obsta para encontrar una enseñanza de parte de Dios. Veamos un ejemplo. ¿No es contradictorio, que el proyecto macabeo establezca alianzas con los poderosos y no sea capaz de al menos establecer un diálogo con sus propios hermanos judíos «renegados»? ¿No son más apóstatas y traidores los emperadores? ¿Por qué se envían comisiones donde los emperadores con regalos de oro y plata, mientras a los hermanos judíos «renegados» que se encuentran en el exilio, se les persigue sin descanso? De los macabeos aprendemos que hay que luchar por la libertad y conservación de la cultura, pero también hay que desaprender la tarea de eliminar a quienes piensan diferente, buscando más bien el camino del diálogo tal como lo enseñó Jesús.
Pareciera propio de los emperadores-faraones, que cuando alcanzan el poder son seducidos por la ambición de tener más y más poder, olvidando los pactos y arremetiendo militarmente contra otros pueblos soberanos. Siguiendo esta lógica, Antíoco VII rompe sus relaciones con Simón y lo acusa entre otras cosas de ocupar territorios extranjeros, cosa que no es cierta, porque el territorio recuperado es la herencia de los antepasados (Éx 23,31; Dt 11,24; Jos 11,23).
La reacción de Atenobio ante el «esplendor de Simón, sus aparadores repletos de vajillas de oro y plata…», recuerda las riquezas de Salomón (1 Re 10,14-29), pero también recuerda, que fueron riquezas logradas a costa de esclavizar a su pueblo (1 Re 12,4). El énfasis que hace el autor en la riqueza de Simón Macabeo hay que entenderlo como una manera de demostrar no sólo la soberanía sino también el potencial económico alcanzado. Queda una pregunta por resolver, ¿hasta qué punto el pueblo pobre participa de esta riqueza? Desde la perspectiva de Jesús, es preferible que Atenobio se hubiera asombrado no por el lujo del palacio de Simón, sino por ver un pueblo con sus necesidades básicas satisfechas.
16,1-10 Primer éxito de Juan. Sin ningún preámbulo entran en acción Judas y Juan, hijos de Simón y representantes de la tercera generación de la familia de los Macabeos. Simón aún puede ejercer las funciones de gobierno, pero por su edad, ya no puede ir al frente de batalla, misión que delega en sus hijos, de la misma manera que tiempo atrás lo hizo Matatías, antes de morir, con su hijo Judas (2,49-68; cfr. 12,15; 13,3; 14,26). La audacia militar y la inteligencia estratégica de Juan le procuran el triunfo en la batalla contra Cendebeo. Actitudes que recuerdan a sus tíos y lo identifican plenamente como uno de los macabeos.
16,11-24 Muerte de Simón. Las divisiones y traiciones no son ahora entre reyes o gobernantes, sino entre la misma familia. Parece que prácticas nepotistas llevaron a que miembros de la familia macabea vieran crecer rápidamente su riqueza y su poder, como en el caso de Tolomeo de Abubo (11; cfr. 2 Sm 13,28), nombrado por su suegro Simón, gobernador de la región de Jericó. Los deseos libertarios de otros tiempos se cambian por la codicia y la ambición de poder. Tal es el caso de Tolomeo, que en el año 142 a.C. asesina de manera vil y traicionera a Simón, el último de los hermanos Macabeos. Juan, el hijo de Simón, logra salvarse al ser avisado de los planes para asesinarlo. De esta manera queda «bautizado» Juan Hircano como el continuador de la obra macabea. Los dos últimos versículos de nuestro libro (23s) son muy importantes al compararlos con la fórmula clásica utilizada en el Libro de los Reyes de Judá (1 Re 11,41; 14,19; 15,23). ¿Cuál será la intención del autor? Probablemente quiere colocar a Juan Hircano, que reinó entre los años 134-104 a.C., en la misma línea de los reyes de Judá, y a la dinastía Asmonea, que es la misma de los macabeos, como la continuadora de la dinastía davídica y de la monarquía judía, interrumpida por más de cuatrocientos años. Una pregunta para la reflexión: ¿Realmente querrá Dios «resucitar» el proyecto monárquico cuando fue un rotundo fracaso en la historia de Israel? La respuesta es no, prueba de ello es que en poco tiempo la dinastía Asmonea va a ser tan odiada, que ni siquiera el libro de los Macabeos fue aceptado en el canon judío. El proyecto macabeo que comenzó como un proyecto libertario contra el emperador idólatra y esclavizador, terminó siendo una monarquía tan cruel e idólatra como aquella que combatió.