Malaquías
Introducción
El profeta y su época. Malaquías aparece en la Biblia como el último de los profetas, pero lo que nosotros tomamos por nombre propio es sólo un simple título, que significa «Mensajero del Señor». Aparece en 3,1 y de ahí pasó a 1,1 para encabezar algunas profecías anónimas. El autor es desconocido. Por algunos indicios del texto conjeturamos que es del s. V a.C., antes de la reforma de Esdras y Nehemías, entre el 480 y el 450 a.C. El templo está reconstruido y el culto funciona (1,10.12s), sacerdotes y levitas están organizados (2,3-9).
Desanimado el pueblo al ver que las antiguas promesas siguen sin cumplirse, cae en la apatía religiosa y en la desconfianza. Duda del amor del Señor y de su interés por el pueblo, lo cual repercute en el culto y en la ética. Es la impresión que nos deja el breve libro; pero no sabemos si sus rasgos diseñan el cuadro completo.
Mensaje religioso. En un estilo directo y amenazador se enfrenta con los sacerdotes y levitas que degradan el culto al Señor en el templo, con ofrendas miserables que delatan la falta de disposición interior y la falsa relación que mantenían con Dios. Al igual que Ageo y el Cronista, nuestro profeta ve en la purificación del culto del templo la fuerza espiritual que devolvería la identidad a un pueblo pobre y sometido, y adelantaría la futura restauración mesiánica.
Es en ese futuro mesiánico donde Malaquías, o una adición posterior, contempla un sacrificio puro ofrecido a Dios más allá de Jerusalén y de de su templo: «en todo lugar me ofrecen sacrificios y ofrendas puras, porque mi fama es grande en las naciones» (1,11). Los antiguos cristianos y el Concilio de Trento lo entendieron como una profecía del sacrificio eucarístico de Cristo.
1,1 Título del libro. A diferencia de los demás libros proféticos, no aparece tan claro su autor. Según muchos, se trata de un autor anónimo que de algún modo fue denominado con el sustantivo «malaquí» (3,1), que significa «mi heraldo», «mi mensajero».
1,2-5 Amor de Dios y elección. Quizás una historia vista más desde el dolor, el sufrimiento y la opresión, no permita percibir con claridad las acciones de Dios a favor de su pueblo. De ahí la pregunta amarga, y cargada de escepticismo: ¿en qué se nota que nos ama Dios? El profeta resalta el amor gratuito de ese Dios que por encima de todo y de todos ha preferido a Israel, pese a que este pueblo nunca le ha sido fiel. En el resto de este capítulo y del siguiente, Malaquías va a demostrar cuán distante se halla Israel del ideal de pueblo elegido y amado por Dios más que cualquier otro.
1,6–2,9 Delitos cúlticos. Malaquías vive una época muy distinta a aquélla que le toca vivir por ejemplo al Primer Isaías, donde se podía hablar del esplendor y la belleza en el templo y en el culto. Ahora las condiciones son de pobreza y de sencillez extremas. Con todo, el profeta no critica ni la pobreza ni la sencillez, lo que critica es la manera como se está pervirtiendo el culto. Una cosa es que haya pobreza y otra cosa es que ni los sacerdotes, ni el pueblo hagan las cosas como debe ser. La crítica de este pasaje va dirigida a los sacerdotes; de ellos depende que el pueblo viva un culto digno. Si ellos no propician esto, el pueblo rebaja también la calidad de dicho culto.
Nótese la manera cómo se acentúa el valor del culto y los sacrificios realizados fuera de Israel (1,11), para decir dos cosas: primera, que todos los cultos de todos los pueblos, en definitiva, corresponden al mismo y Único Dios –universalidad–; y segunda, que a lo mejor esas naciones de todo el mundo dan mayor gloria a Dios en sus cultos que el mismo Israel. Si las cosas no cambian, el Señor retirará de su presencia a sus sacerdotes y a toda actividad cultual porque en lugar de agradarlo, lo irritan con tanta falacia.
2,10-16 Justicia y lealtad. Otras dos causas que descubre el profeta para agregar a su tesis de que Israel no ha correspondido al amor de Dios son el matrimonio mixto y el divorcio. La preocupación del profeta es que de nuevo comiencen a introducirse otras divinidades en Israel, pues al casarse con un extranjero o extranjera, había que reconocer también como propios los dioses del cónyuge no judío, dándoles el mismo valor que al Dios de Israel. Recuérdese la época tan delicada en que el profeta está ejerciendo su ministerio: estamos en plena época de restauración nacional, pero también restauración de la conciencia. Se recurre pues a la figura de Dios como padre de todos con miras a no «cambiar» de padre. Ahí es donde radica el problema de los matrimonios mixtos.
El otro aspecto es el del divorcio (13-16). El profeta fija la postura de Dios frente a la unión conyugal cuando afirma que «el Señor es testigo que has sido infiel a la mujer de tu juventud» (14). Se deduce que hay una tendencia al abuso respecto a la libertad de repudio, atributo exclusivo de los varones. El profeta, basándose en Gn 2,24, sanciona esta desviación tildándola de violenta (16), contraria a la intención de Dios en el momento de la creación.
2,17–3,5 Juicio de purificación. En medio de la demostración de todos los pecados de Israel, el profeta abre un paréntesis para referirse a la llegada del «día del Señor», quien se presentará para juzgar. En su juicio tendrá en cuenta a todos los que de algún modo tergiversaron la religión, contaminándola con prácticas mágicas, hechicería y perjurio (3,5a); pero también a los que tergiversaron la justicia (3,5b). La justicia adquiere aquí identidad propia: obreros, viudas y huérfanos. Cuando todos hayan sido juzgados y purificados (3,2s), se podrá hablar de perfección en el culto y en las ofrendas.
3,6-12 Diezmos y cosechas. Otro elemento que seguramente estaba causando problema en relación con el templo y su sostenimiento era la cuestión de los diezmos. El profeta, hijo de su tiempo, insta a la fidelidad también en este aspecto y achaca su descuido a la pobreza material que ahora vive la mayor parte del pueblo. Sólo cuando cada uno cumpla sagradamente con esta obligación, el Señor derramará bendiciones en abundancia. No podemos trasladar sin más esta doctrina a nuestra época, pues caeríamos en abusos injustificados. Hay que recordar que el profeta habla en una época en la que se tenía por seguro que el Señor tenía que retribuir materialmente las ofrendas, diezmos y primicias que se presentaban al templo, estableciendo así una especie de trueque o intercambio. Era la manera de pensar, y de manejar el concepto de la retribución. Con el paso del tiempo, este concepto tuvo que ir evolucionado hacia una manera muy diferente de entender las relaciones con Dios, y esos modos son los que nosotros tenemos que conocer e incentivar en nuestros pueblos. No hay justificación ninguna para promover en nuestro tiempo el «comercio» religioso o los trueques de fe con base en doctrinas que no se pueden descontextualizar por más que estén escritas en la Biblia.
3,13-21 La justicia de Dios. El profeta intenta responder a una preocupación que ya se venía constatando de tiempo atrás: ¿por qué al malvado le va bien, mientras que al justo le va mal? O, ¿por qué el malhechor prospera, mientras que el justo padece estrechez? El profeta abre un poco el horizonte de esta espinosa cuestión y proyecta en el futuro el sentido final de todo: en el día definitivo se hará sentir la justicia divina. La suerte de los malvados y de los justos no podrá ser igual. Ese día se sabrá por qué era necesario caminar según los preceptos y normas del Señor.
Obvio que hoy no podemos descuidar el aspecto presente de esta diferencia. El creyente y la comunidad deben estar empeñados en hacer posible y atractivo el camino de la justicia como vía única y segura de sintonía con el plan divino. La injusticia debe ser continuamente denunciada, desenmascarada, en orden a que desde ya el que ama y respeta la justicia de Dios experimente el gozo de la fidelidad, y en orden a que el grito de los pobres sea escuchado.
3,22-24 Vuelta de Elías. Tal vez por la división propia de la Biblia hebrea en Ley, Profetas y Escritos, se evoca aquí la figura de Moisés como símbolo de la Ley, y a Elías como símbolo de los Profetas; dos cosas que no pueden estar ausentes de la vida del pueblo. La Ley, entendida como proyecto de vida en camino de construirse en la tierra, y los Profetas entendidos como la conciencia siempre viva que endereza, rectifica, anuncia y denuncia lo que va apartando del camino.
El Nuevo Testamento ve en estos versículos el anuncio del retorno de Elías, pero más que eso, estos versículos abrieron el camino a la esperanza y a la realización de lo que hoy llamamos «Encarnación» (Jn 1,14).