Oseas
Introducción
Época. Según el título del libro, el profeta Oseas, hijo de Beerí ejerció su actividad en el reino del Norte, durante el reinado de Jeroboán II (782-753 a.C.). Jehú, jefe militar de una guarnición, se levantó a vengar violentamente los crímenes pasados y selló la venganza haciendo asesinar a Jezabel en el campo de Yezrael –con matanzas criminales vengó crímenes pasados–. Fundó una vigorosa dinastía que contó cinco reyes y duró cien años (841-753 a.C.); el penúltimo rey de esta dinastía fue Jeroboán II. Durante su reinado restableció las fronteras nacionales, desde el Paso de Jamat hasta el Mar Muerto, sometiendo de nuevo el reino transjordánico de Moab.
Con la paz vino la prosperidad, y con ella graves diferencias sociales, lujo, confianza en los bienes de la tierra, corrupción de costumbres. Pero también cultivo de las artes: con dependencia extranjera en las artes plásticas, con soberana maestría en la literatura. En este siglo comienza una edad de oro literaria –al menos una época clásica– que culminará con Isaías, y que cuenta con poetas tan importantes como Amós y Oseas, y magníficos narradores como los autores de tantas páginas incorporadas en el libro de los Reyes.
A la muerte de Jeroboán II comienza la rápida decadencia del reino del Norte. En treinta años se suceden cuatro dinastías por asesinato y usurpación. El reino dejó de existir en el 722 a.C. El título del libro, con su cronología parcial, da a entender que la actividad de Oseas continuó tras la muerte de Jeroboán II; de hecho en sus páginas se reflejan los cambios violentos de dinastías. No sabemos si el profeta llegó a contemplar la destrucción de su patria.
Temas de su profecía. Oseas es sobre todo un profeta acusador. El pecado capital que denuncia es la infidelidad al Señor, presentada como fornicación, prostitución y adulterio. Esa infidelidad se muestra ante todo en el culto de los ídolos, con sus altares y sacrificios, las consultas a los adivinos, los cultos de fertilidad y la prostitución sagrada. Otra forma de infidelidad son las alianzas políticas, especialmente con Asiria y Egipto cuyo poderío militar y político ocupa el puesto de Dios. Sus consecuencias son la dependencia económica, tributos onerosos, y al final la represión y la deportación (7,8-12; 8,9s).
En sus profecías se puede resaltar la denuncia a la confianza del pueblo en sus fortificaciones militares y en sus riquezas (8,14; 11, 13s; 12,9); su ambición, con sus secuelas de usurpaciones, la inestabilidad política, y la debilidad del rey (7,3-7; 10,15; 13,10s). Finalmente, aunque con menos desarrollo que en otros profetas, denuncia las injusticias sociales (4,1s; 6,6.8s; 7,1; 10,12s).
Mensaje religioso. Domina en la predicación de Oseas la articulación pecado-castigo, muchas veces con la correspondencia inspirada en la ley del Talión: porque rechazan son rechazados, por olvidarse serán olvidados, una infidelidad engendra otra, los cultos de fertilidad producen esterilidad, la paloma atolondrada cae en la red, la novilla atrae el yugo, el arco falso provoca la espada certera. A veces se enuncia genéricamente (5,5; 7,2), y en forma de aforismo suena así: «Siembran vientos, cosechan tempestades».
Sin embargo, esta «ley del Talión» no es la última palabra del Señor; su amor es su última palabra, y porque sigue amando habrá salvación. Es más, el perdón está concedido antes de que el pueblo se convierta. Esta inagotable paciencia y fidelidad de Dios a su pueblo viene expresada en la imagen más importante del libro: el símbolo conyugal con que Oseas representa las relaciones de Dios con su pueblo.
Quizás el amor inquebrantable a su esposa infiel, le hizo al profeta penetrar en el misterio del amor de Dios a su pueblo. Dios es como un esposo, celoso pero paciente, siempre tendiendo la mano y esperando que su pueblo le corresponda con la fidelidad de una obediencia amorosa.
1,1 Ubicación histórica del profeta y de su ministerio. Oseas Ben-Beerí ejerció su ministerio profético en el siglo VIII a.C en reino del Norte durante el reinado de Jeroboán II (782-753).
1,2-9 El mal amor. Toda la vida del profeta es un mensaje simbólico de Dios, inclusive su vida matrimonial, como lo es el celibato en el caso de Jeremías. La figura del matrimonio hace referencia a la alianza de Dios con su pueblo y, en este caso, la infidelidad de Gomer, refleja la de Israel para con el Señor. Salvo el primero de los hijos, que sí es de Oseas, los otros dos parecen ser fruto del adulterio de su esposa. Sus nombres muestran las consecuencias de la infidelidad de Israel.
2,1-3 Salvación. La amenaza de Dios significada por los nombres de los dos hijos del adulterio es revertida por su acción misericordiosa. El fruto del pecado es el rechazo de nuestra pertenencia a Dios y de su misericordia. El resurgimiento es fruto de un nuevo acto creativo de Dios en Jesucristo que llamamos redención (cf. Rom 5,20).
2,4-25 El buen amor: pleito y reconciliación. El matrimonio es una metáfora de la alianza. Dios es el esposo de Israel que le es infiel cometiendo adulterio con los Baales, los ídolos cananeos de la fertilidad. En el primer oráculo, Oseas se divorcia de Gomer pidiéndole a sus hijos que la acusen (4-6), luego le advierte de lo arduo que es vivir lejos de él mostrándole las consecuencias de su infidelidad al negarle el sustento y el vestido (10-15). El v. 16 muestra un quiebre con la acción seductora de Dios que llama a su pueblo otra vez a ese lugar de conversión y transformación que es el desierto. Allí le confiesa su amor y renueva su alianza matrimonial con Israel para siempre (20-22).
3,1-5 Matrimonio simbólico. La esposa (Israel) ha sido infiel otra vez: Las tortas de uva son ofrendas a la diosa de la fertilidad, Astarté (cfr. Jer 7,18). Como el Señor en 2,13-22, Oseas ofrece una dote para desposarse otra vez con Gomer. Como consecuencia de este pecado, Israel perderá por muchos años sus instituciones cúlticas y políticas, pero al final habrá reconciliación (5). Los dioses cananeos Baal y Astarté, que eran patronos de la lluvia y de la fertilidad, fueron una tentación irresistible para los Israelitas que debieron asentarse en una cultura agrícola de una tierra semiárida.
4,1–9,9 Esta sección de manera cada vez más detallada la lectura que hace Oseas del comportamiento del pueblo, teniendo como punto de referencia el comportamiento de su propia esposa.
4,1-10 Pleito con los sacerdotes. Tanto los sacerdotes como el pueblo carecen de las dos cualidades propias de la alianza: fidelidad y amor (1-2), lo cual repercute en toda la creación (3). La inmoralidad del profeta significada por el verbo “tropezar” (5) y el olvido de la Ley por parte de los sacerdotes (6), que ignoran su tarea de enseñarla al pueblo, traen consecuencias de muerte y deshonra para todo el pueblo (7-8).
4,11-19 Fornicación idolátrica. El pueblo sin instrucción queda abandonado al descontrol de su propia sensualidad cayendo en las prácticas del culto de los ídolos cananeos que incluían la “prostitución sagrada”. “Bet-Avén” (casa de iniquidad) es como el profeta irónicamente llama a “Bet-El” (casa de Dios), donde se había erigido un santuario en el reino del norte (15). Israel se rebela, separándose de Dios y resistiéndose como una vaca brava (16) al arrepentimiento y a la guía que Dios le propone (la ley de la alianza).
5,1-7 Sentencia sin apelación: no vale el culto. Mispá, Tabor y Sitín son sitios del reino del Norte en donde se había propagado el culto falso de los ídolos cananeos liderado por los sacerdotes. El pecado y la arrogancia de Israel no pueden engañar al Señor (6-7).
5,8-15 No valen las alianzas. Correr los mojones significa apropiarse de lo ajeno (10). Dios se vale de la fuerza del invasor asirio para castigar a Efraín (Israel), destruyéndolo como la polilla lo hace con la ropa y a Judá como la carcoma (12). El último rey de Israel, que se llamaba Oseas igual que el profeta, logró una alianza con Tiglat-Pileser III de Asiria a quien tuvo que pagar un tributo muy caro. Los asirios no venían a solucionar los problemas del pueblo sino a subyugarlo. La decisión del rey Oseas de no pagar más tributo causó la inmediata y brutal destrucción del reino del Norte en el año 721 a.C. Sólo subsistió el reino del sur, Judá.
6,1-6 Conversión auténtica. Finalmente, Israel regresa al Señor, pero con un arrepentimiento pasajero y no sincero. Además, se nota un intento descarado de manipular al Señor sólo con la luz de la razón calculando los ciclos de la naturaleza (3). Las palabras de Dios matan porque son la verdad que descubren la falsedad (cfr. Jn 3,19). Los sacrificios de un culto hipócrita no agradan al Señor, sino el honesto conocimiento de Dios y la fidelidad a su alianza (6; cfr. Mt 9,13).
6,7–7,2 Llevo cuenta de sus maldades. El reino del norte (Israel) ha quebrantado la alianza con la violencia y la idolatría. La sanación presupone el reconocimiento del pecado (6,7) que el pueblo con sus líderes había tratado de encubrir (7,1).
7,3-7 Conjuras de palacio. En la corte del rey se vive una vida secular y festiva sin tener en cuenta a Dios (3.5). En ese ambiente se van gestando intrigas y violencia (4.6). Al contrario del reino de Judá donde se mantuvo la dinastía de David hasta la destrucción de Jerusalén en 587 a.C., en Israel, en 206 años se sucedieron 10 dinastías hasta la caída de Samaría en 721 a.C.
7,8-12 Alianzas funestas. Se sigue cocinando una ingenua alternancia de alianzas con los dos poderes de turno: Asiria y Egipto. La falta de continuidad política y de coherencia afecta las relaciones exteriores. Todo se hace al margen de la voluntad de Dios.
7,13-16 Insinceros e ingratos. Dios está dispuesto a “redimir” a su pueblo como lo había hecho al liberarlos de Egipto (cfr. Deut 7,8; 9,26; 13,5), pero debido a las mentiras que se dicen de Dios, no habrá “éxodo” para las tribus del norte que están entregadas a los dioses del pan (Ceres) y del vino (Baco). Dios "redimió" a su pueblo al precio de la sangre de su Hijo único (cfr. 1 Pt 1,18-19).
8,1-6 Han roto la alianza. El águila es probablemente el rey invasor asirio. En Israel, el rey no es elegido por Dios, sino el fruto de intrigas y asesinatos. El culto a los ídolos deja al pueblo en la perdición, que es lo contrario a la redención.
8,7-14 No valen alianzas ni fortalezas. Israel se obstina en su idolatría y ya no se identifica con el Dios de la Alianza (12). El rey asirio destruyó las ciudades fortificadas de Judá (14), excepto Jerusalén y después se dirigió al reino de Israel que “volverá a Egipto”, es decir a la esclavitud (13).
9,1-9 Cultos de fertilidad: ni pan ni vino. Israel se fía de los dioses de los pueblos vecinos buscando la fertilidad de la tierra para producir pan y vino que luego ofrecen a los ídolos (4). Su resistencia a la conversión llevará al pueblo al exilio (3).
9,10–14,10 Comienza aquí una serie de poemas breves que tienen como denominador común algún aspecto de la feliz historia inicial de Israel, en contraste con su situación actual. A cada momento se subraya la infidelidad y prostitución de Israel en contrapunto con la fidelidad del Señor.
9,10-17 Uva en el desierto. Con las metáforas de las uvas y los higos, el Señor recuerda cómo en los orígenes, Israel era su deleite. Pero la deslealtad del pueblo causará su infertilidad y la catástrofe de la invasión asiria. Los frutos de la infidelidad son la pérdida de la tierra y la descendencia (cfr. Gén 13,16-18).
10,1-15 En la tierra: vid frondosa. El corazón dividido se refiere al sincretismo religioso. Esto sumado a la inestabilidad política (3) y a la corrupción de la justicia (4) provocan el destierro (5-6). “Bet-Avén” (5) significa “casa de iniquidad” (ver nota en 4,15).
11,1–12,2 La niñez de Israel. La metáfora marido-esposa da lugar a la de padre-hijo. La infancia de Israel se remonta a su salida de Egipto. Para Mt 2,15, esta profecía se aplica a la vuelta de Jesús niño desde su exilio en Egipto. El Señor había cuidado de Israel como a un niño (4), y al hacer memoria de los orígenes de Israel, el Señor cambia su ira en compasión (8). Admá y Seboín (8) eran ciudades próximas a Sodoma y Gomorra que fueron destruidas junto con ellas (Gén 19,24-25).
12,3-15 Jacob, adulto. El patriarca Jacob a quien Dios da el nombre de Israel, y cuya tradición se origina en el norte del país, es puesta en paralelo con la historia del reino del norte. Como Jacob, astuto y engañoso, Israel está llamado a convertirse a la lealtad y a la justicia (7).
13,1–14,1 Síntesis histórica. Jeroboán, de la tribu de Efraín, fue el primer rey del reino del norte (Israel) después del cisma de 931 a.C. El “pecado original” de este rey que marcó el comienzo y el fin del reino de Israel, fue establecer santuarios idolátricos en Dan y Betel. Israel había pedido un rey al Señor (1 Sam 8,1-9), pero el pueblo se olvida fácilmente que sólo Dios tiene el poder de salvar (13,9-10).
14,2-10 Conversión – Epílogo. El libro de Oseas concluye con una llamada a la conversión; Dios está dispuesto a curar la apostasía de su pueblo (5) ofreciendo imágenes tiernas que alientan la esperanza y consolación de un pueblo abrumado por su propio pecado (6-9).