Sabiduría
Índice de comentarios
Introducción | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19Introducción
El libro, el autor y fecha de composición. El título tradicional del libro, Sabiduría de Salomón, es justificado y capcioso. Justificado porque el libro pertenece al grupo o corriente «sapiencial», que se ampara al patronato de Salomón. Entronca con los Proverbios, parece polemizar contra el Eclesiastés, tiene coincidencias notables con Eclesiástico (Ben Sirá) y algún contacto con Job.
La sabiduría ocupa en el libro una posición altísima, en continuación con Prov 6 y Eclo 24. Alta, pero no exclusiva ni central. A partir del capítulo 11 la sabiduría desaparece, salvo un par de menciones. En cambio, la justicia atraviesa el libro de cabo a rabo: justicia, injusticia, justos e injustos, juicio. Un título temático del libro sería: «A los gobernantes: sobre la justicia».
En cuanto a Salomón, aparece como ficción retórica en los capítulos 7–9. No hay otra razón interna para poner su nombre en el título. El autor es anónimo. Es muy probable que haya vivido en Alejandría. La fecha de composición parece ser el tiempo de Jesús, o algún decenio antes. Es cronológicamente el último libro del Antiguo Testamento. Tiene bastantes coincidencias con el Nuevo Testamento, sobre todo con san Pablo y su escuela.
Contexto cultural. El autor realiza en su tratado una conjunción de culturas: la griega y la semita. Está embebido en los escritos del Antiguo Testamento que lee en la traducción griega de los «Setenta» (LXX); lo que tiene tan asimilado le sale de muchas formas, controladas o espontáneas. Conoce también la cultura filosófica griega, especialmente su corriente estoica, filosofía en estado de cultura poco profunda. El autor aparece como mediador sereno de ambas tradiciones culturales.
Lo que sucede con el pensamiento, sucede también con el estilo. Los recursos hebreos del paralelismo, del comentario midrásico son patentes. No menos lo son los recursos griegos: palabras compuestas, exquisitas, multiplicación de sinónimos, adjetivación refinada, alteraciones, rimas, juegos de palabras. La simbiosis de una tradición hebrea con una alejandrina engendra una obra original, a veces recargada y reiterativa, artificiosa, con alardes de artesanía estilística, rica en sorpresas y agudezas de ingenio.
Tema del libro. El libro de la Sabiduría es el más importante tratado de «teología política» del Antiguo Testamento. Si preferimos, es un tratado sobre la justicia en el gobierno, con argumentación teológica y orientación doctrinal. Ni manual práctico ni tratado profano.
El tema de la justicia en el gobierno es de buena ascendencia sapiencial: «El trono se afianza con la justicia» (Prov 16,12). Dirigirse a los gobernantes, israelitas o extranjeros, que quieran leer no es una fantasía desatinada. Lo habían hecho otros antes: Ester y el tercer libro de los Macabeos en forma narrativa, Daniel en clave apocalíptica. Quizás nuestro autor lo hace con una conciencia más lúcida y también con mayor acierto. No es extraño que su obra tuviera más lectores judíos que paganos, más súbditos que gobernantes; los que gobiernan son siempre menos.
El discurso sobre la justicia, sobre todo si es crítico, es provocado muchas veces por la práctica de la injusticia, sobre todo de la «injusticia establecida», de «los que dictan sentencias en nombre de la Ley» (Sal 94,20). Aparte las persecuciones bien conocidas, por ejemplo, la de Tolomeo II, es probable que los judíos de la diáspora alejandrina tuvieran que sufrir discriminaciones, opresión y vejaciones a manos de gobernantes griegos o romanos; también pudieron sumarse a esos opresores algunos judíos renegados e influyentes.
El libro no especifica la raza de los destinatarios, pues quiere atravesar fronteras (6,1); el libro no disimula su actitud crítica, que estriba en la justicia de Dios, en un «pensar recto del Señor» (1,1). La denuncia profética se hace aquí crítica sapiencial.
A diferencia de los otros libros sapienciales, el autor de la Sabiduría se mueve ya en otro horizonte, el del destino inmortal del ser humano: «Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser» (2,23). Es la clara respuesta a la angustia del mal y del dolor de Job y del Eclesiastés.
Es desde este horizonte que el autor nos habla de Dios como ser trascendente, omnipotente, creador de todo, pero también misericordioso y providente, cuya bondad rebasa los límites de Israel, abarcando a toda la familia humana: «a todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida» (11,26). Y también nos habla del ser humano, como el que debe rendir culto a Dios haciendo su voluntad y caminando por sus caminos, gracias al don de la Sabiduría o Palabra o Espíritu de Dios. Estamos ya en los umbrales de la «Gracia» del Evangelio.
1,1–10,21 Juicio definitivo. El sabio y el necio son los dos polos sobre los que gravitan los temas desarrollados en esta primera sección. El primero es quien se reconoce formando parte de la creación de Dios; el segundo, por el contrario, confía exclusivamente en sus fuerzas y sólo busca su propio bien. Para el libro de la Sabiduría, el juicio de Dios caerá implacablemente sobre los malvados en forma de castigo.
Dos mil años después, este mensaje puede ser comprendido por los creyentes de forma nueva: conocen a Dios quienes se saben en sus manos, formando parte del plan que Él estableció desde antiguo para todos los hombres y las mujeres de la tierra.
1,1-16 La justicia es inmortal. El título «la justicia es inmortal» (15), resume el contenido de este capítulo y es al mismo tiempo la enseñanza de toda la obra. Para el libro de la Sabiduría hay una relación directa entre Dios, la justicia y la sabiduría, y en este primer capítulo se expone del siguiente modo:
Punto de partida (1). El libro se dirige a los gobernantes, ámbito común de los discursos sapienciales de la antigüedad (Sal 2,10; Prov 31,1s), y posiblemente también porque fue atribuido a Salomón. En realidad se ofrece a los judíos amenazados por el ambiente pagano –criticados, tal vez, por la aparente despreocupación de Dios–, a los que se exhorta a la práctica de la justicia como conjunto de actitudes agradables a Dios.
Desarrollo (2-12). Con la imagen de la sabiduría personificada (cfr. Prov 8,22-31) y asumiendo la función de los maestros (cfr. Prov 1–9) se describe el comportamiento recto (2-5) y el conocimiento que Dios tiene de todas las cosas (6-10), y se ofrecen un par de consejos para el creyente-justo-sabio (11s). Detrás está el problema típicamente sapiencial de las suertes cambiadas de los fieles y los malvados.
Conclusión (13-16). La solución definitiva se presenta al identificar la justicia con la vida y la inmortalidad (Prov 8,31.36; Hch 2,2-4), y la injusticia con la muerte y la separación definitiva de Dios (Ap 6,8; 20,14). Los impíos son la heredad de la muerte, como Israel es la de Dios (Dt 32,9; Sal 16,5; 73,26). La justicia, ya sea desde el punto de vista individual o colectivo, grita desde todos los lugares y desde todos los tiempos, y su voz se silencia con toda suerte de recursos. La sabiduría verdadera se hace eco de ello y pone a Dios por testigo mientras existan quienes sufran y quienes trabajen por ella.
2,1-24 Sea nuestra fuerza la norma de la justicia. La contrapartida al capítulo primero la hallamos a continuación: «la fuerza como norma de la justicia» (11), resumen de las convicciones de los impíos –tal vez se refiera a los judíos renegados, pero también a muchas escuelas filosóficas griegas– a juicio de los justos (Job 12,6; Hab 1,7.11).
Fugacidad de la vida (1-5). Porque la creación del ser humano se debe al azar (Job 27,3) y su recuerdo tras la muerte es efímero (Prov 10,7; Is 56,5; Ap 1,18). De donde deducen las dos normas siguientes de comportamiento. El disfrute (6-10). Cfr. Ecl 2,24; 3,12; 9,7; y el ataque a los justos (10-20). Éstos son el pobre y la viuda, a los que manda respetar la Escritura, (Éx 22,21; Lv 19,32) y los judíos fieles. Se percibe una alusión al justo sufriente de Isaías (52s), que luego la Iglesia recogerá como una alusión a la pasión y muerte de Cristo (Mt 27,42s), y un recuerdo del pasado del pueblo elegido en el título «hijo de Dios» (cfr. Sab 9,7; 10,15.17; 12,19.21; 16,26; 18,4).
La respuesta a estas convicciones (21-24) se hace desde el final de la vida, que para los impíos es la muerte por la envidia del Diablo (véase Gn 3), y para los justos la bienaventuranza eterna de quien fue creado a imagen de Dios (Gn 1,26).
¿Dónde está la fuerza de los débiles, de los que siempre pierden y de los fieles a Dios? ¿En el abandono de sus convicciones? El texto de la Sabiduría responde desde el más allá. Pero aún hay palabras para esta vida: en el trabajo por un mundo más justo y solidario, en la fuerza de la comunidad fiel al mensaje de Dios y en la esperanza de que el Señor tiene la última palabra.
3,1-12 Los justos están en paz. ¿Cuál es el sentido del sufrimiento de los justos? ¿Qué premio reciben los fieles de Dios, cuando la realidad muestra que los malvados son los que triunfan? Ambas preguntas son conocidas entre los investigadores de la Biblia como el problema de la retribución. El libro de la Sabiduría ofrece esta solución:
El sufrimiento es una prueba para la purificación de la fe del creyente (Gn 22,1; Tob 12,13; Job 1,2; Sal 66,10; 1 Pe 1,6s). Al final de los tiempos habrá un juicio en que Dios intervendrá a favor del justo (Dn 12,3; Mt 13,43) y en contra de los malvados (cfr. Is 1,31; 5,24; Neh 1,10; Abd 18; Zac 12,6; Mal 3,10).
Éste es el primer texto de la Biblia en el que se habla de la esperanza bienaventurada de los justos. Hace muchos años que se escribió esta obra. La solución al problema de la retribución ha de encarnarse hoy también entre los cristianos. El sufrimiento puede ser comprendido como la llamada de Dios a la solidaridad, y la esperanza, más que como una venganza, como posibilidad para descubrir los signos del reino ya en este mundo.
3,13–4,6 Dichosa la estéril irreprochable. La mentalidad tradicional de la Biblia veía en los hijos un signo de la bendición divina (Gn 17,19s; Job 1,1-5). La esterilidad, por el contrario, de maldición (1 Sm 1,1-3). De esto es de lo que trata este nuevo apartado, aunque su conclusión es distinta. Se afirma, siguiendo el modelo del quiasmo –dos ideas que se van superponiendo–, que la falta de hijos por virtud no es maldición (13-15), mientras que el fruto de uniones ilegítimas queda en nada (4,3-6), y por otro lado, se dice que la ancianidad del malvado es deshonrosa (16-19), pero por la virtud se obtiene la inmortalidad (4,1s).
La virtud supera la idea tradicional de la bendición. En realidad, el texto está hablando de los judíos que se unían en matrimonio con no judíos (Dt 7,3; Esd 9,1s), de ahí que se les tache de infieles o adúlteros por quebrantar un precepto divino (Is 57,3; Jr 9,1; Ez 23,37; Os 3,1).
Cuando los valores personales o comunitarios son puestos a prueba por un ambiente contrario o indiferente, Dios puede manifestarse en forma de compromiso por la vida y por un mundo que no deja de lado a los más débiles. La fidelidad no ha de olvidar la misericordia.
4,7-19 Maduró en pocos años. De nuevo hallamos aquí una manera distinta de comprender las creencias tradicionales. En este caso se trata del sentido de una muerte temprana. Se afirmaba que una larga vida debía ser la herencia del justo (Dt 4,40; 5,16; Job 5,26; Sal 91,16; Prov 3,2.16; 4,10; Eclo 1,12.20), mientras que la del impío era una muerte súbita (Job 15,20-23; 18,5-20; Eclo 1,12.20). Si bien es cierto que los hechos contradecían estas afirmaciones (2 Re 23,29; Job 21,7; Ecl 8,12-14).
Para el libro de la Sabiduría la muerte prematura del justo responde a los planes de Dios que lo libra de los sufrimientos, de la corrupción de la maldad, y evidencia la vida y el final de los impíos (cfr. Is 14,16-19; 19,10; 66,24).
La pregunta por quien muere prematuramente se resuelve aquí, por vez primera en toda la Biblia, de forma positiva, porque es respondida desde Dios.
4,20–5,1 Juicio: confusión de los impíos. A continuación se va a hablar del juicio final de los impíos (cfr. Is 59,6-14). Este pequeño apartado es una introducción.
Los profetas hablaban de «aquel día...». No sólo se referían al futuro, era también una esperanza ya presente, y una convicción: las injusticias y el sufrimiento no tienen la última palabra en la historia, Dios camina con su pueblo.
5,2-14 Juicio: para nosotros no salía el sol. Tras la preparación del breve apartado anterior, viene la reflexión de los impíos en el momento del juicio final –sus propias obras los acusarán y mostrarán el vacío de su comportamiento–, contrapartida de lo que encontrábamos en el capítulo segundo (cfr. Lc 6,20-26). El discurso aparece encuadrado con palabras del narrador (2s. 14) bajo la óptica de la esperanza.
El pasaje recuerda un género literario muy utilizado en la literatura griega antigua (la retractación), aunque con imágenes propias del Antiguo Testamento: hijos de Dios (Sal 16,3; 29,1; Job 1,6; Eclo 42,17; Is 4,3; Dn 7,18; Zac 14,5), la luz de la justicia (Is 59,9), vida fugaz (Sal 1,4; Job 9,25s), etc.
La salvación o la condenación son asumidas por los textos más tardíos de la Biblia y también por la tradición de la Iglesia como una realidad que se encuentra fuera de la historia. He aquí un texto en donde una frase consigue enfocar de modo nuevo esta creencia: «para nosotros no salía el sol». La vida del creyente está llena de sentido y de felicidad ya en esta tierra.
5,15s Los justos viven eternamente. Se presenta ahora la contrapartida de la situación anterior, mientras la recompensa de los impíos es una vida sin sentido, para los justos será la vida eterna junto a Dios (Is 62,11), expresado también con imágenes típicas de la Biblia (Prov 4,9; 1 Cor 9,25).
La retribución aparece aquí descrita como el reconocimiento de los méritos realizados en la vida y una existencia junto a Dios. Pero, ¿acaso no es posible la experiencia de esto mismo en esta tierra? Pues de lo contrario, ¿no estaremos olvidando aspectos fundamentales de la encarnación de Dios?
5,17-23 Vestirá la coraza de la justicia. Se describe aquí el juicio final anunciado por los profetas (Is 28,17; Ez 13,13; 38,22; Ap 8,7; 11,19; 16,21) con términos apocalípticos (Is 24–26; Ez 38s; Am 8,8s). Dios aparece como un guerrero a cuyo lado combate la creación entera. Igualmente los elementos aquí empleados se encuentran ya en los libros más antiguos del Antiguo Testamento: la espada divina (Dt 32,41; Is 66,16; Ez 21), la tempestad (Éx 19,16; Sal 18,15; Hab 3,11; Zac 9,14) o el desencadenamiento de las aguas (Jue 5,21; Sal 18,5; Éx 14,26s).
Hay muchos lugares en la Biblia en que Dios aparece lleno de venganza y de ira contra los enemigos. ¿Cómo es posible? Normalmente respondemos que se trata de textos que reflejan una mentalidad arcaica. Pero cabe también otra reflexión: todas las realidades humanas, el amor, el odio, el trabajo, el ocio, etc., pueden estar orientadas hacia Dios, la clave consistirá en dejar de lado el egoísmo y en poner en Él el sentido de todas las cosas.
6,1-11 Exordio: el poder les viene del Señor. En este nuevo apartado se vuelve al estilo con que comenzó el libro (1,1): discurso directo, exhortación a escuchar las palabras para adquirir la sabiduría y demostración de que la sabiduría lleva a la inmortalidad.
Al dirigirse a los reyes se asume la doctrina del origen divino del poder (Sal 2,10-12; Prov 8,15s; Rom 13,1-7), y se expone, desde una perspectiva universalista, el modo de que estos aseguren la estabilidad de sus tronos.
¿Sabiduría o inteligencia? Actualmente para nuestro mundo ambas cosas son lo mismo. Se valora la sagacidad de quien logra encumbrarse a los más altos puestos de la sociedad. El texto, sin embargo, exhorta a los ahí situados, a reconocer que Dios está cerca del humilde, y Él es el dueño de la vida. Ésa es la verdadera sabiduría.
6,12-25 La Sabiduría conduce al reino. En el apartado anterior se retomaba el discurso del comienzo del libro. Ahora, se hace más explícita la idea de cómo se encuentra a la sabiduría. El texto puede dividirse en dos partes: 1. Personificación de la sabiduría (12-20): la sabiduría aparece con características personales, como una cualidad o atributo divino –como en Prov 8,22-31– que sale al encuentro de quienes la buscan. Los versículos 17-19 emplean un recurso literario típico de los antiguos griegos estoicos (sorites: el final de una idea es el comienzo de la siguiente). 2. Anuncio del discurso del rey (21-25): donde se prepara el deseo del autor de compartir con otros los misterios de la sabiduría –la atribución del libro de la Sabiduría a Salomón se inspira en el discurso que se anuncia ahora y se desarrollará más tarde–. Aquí se encuentran algunas alusiones a las religiones mistéricas de la antigüedad, en las que la revelación de la sabiduría se reservaba a los iniciados (22.23). La sabiduría es un don de Dios. Pertenece a esas realidades que hallan su lugar en quienes la buscan con corazón sincero. ¿Cómo encontrar a Dios en un mundo que tantas veces oculta su rostro incluso en su nombre? Sabio es aquel que se deja formar por la sabiduría, y Dios se manifiesta a través de él.
7,1-14 Ningún rey empezó de otra manera. A continuación comienza el discurso del rey, en su deseo de compartir cuanto ha llegado a saber de la sabiduría. Desde el ejemplo de su vida va a mostrar cómo llegó a obtenerla. Esta primera parte se puede dividir en dos: 1. Autopresentación del rey (1-6): siguiendo el modelo de la diatriba griega, el autor se sitúa, aun siendo rey, en el nivel de los demás hombres (Gn 2,7; Job 10,8-12; Sal 139,13-16). 2. Explicación de cómo adquirió la sabiduría (7-14): con posibles alusiones al sueño de Salomón en Gabaón (1 Re 3), se presenta la sabiduría como fruto de la oración y estimada más que todos los bienes –la belleza, la salud y la luz eran algunos de los valores más estimados por los griegos–.
A pesar de los siglos, hay muchos textos de la Biblia de plena actualidad. El comienzo de este texto es uno de ellos. La sabiduría de Dios no puede ser reconocida sin antes reconciliarse con la propia naturaleza humana, y desde aquí, contemplarla como un regalo que supera todos los bienes que el hombre pueda adquirir por sus propios méritos. Un don que, como todos, cuanto más se reparte, más se obtiene de él.
7,15-21 La Sabiduría me lo enseñó. El discurso del rey continúa ahora con una invocación para saber expresarse adecuadamente, seguida de una enumeración de los conocimientos que ha obtenido de la sabiduría (1 Re 5,9-14). Muchos de los elementos son una actualización del texto de 1 Re 4,32-34, según los conocimientos de la física griega –actividad del mundo, relación de los elementos naturales, etc.–. De este modo el rey se atribuye para sí la ciencia que buscaba la cultura del momento.
Hoy día el mundo hace alarde constantemente de la independencia de los distintos ámbitos de la realidad –el conocimiento, las relaciones humanas, la sociedad, el mundo laboral, la economía, el derecho, la política, etc.–, con la consiguiente deshumanización de las mismas. Para este texto, sin embargo, Dios es quien unifica toda verdad, ¿acaso no es urgente comprender esta frase desde el compromiso con el mundo más necesitado?
7,22–8,1 Reflejo de la luz eterna. En este apartado se define la naturaleza de la sabiduría, con términos de la filosofía griega aplicados a la religión judía (Eclo 24,3; Jn 1,5.9; Col 1,15). Comienza enumerando 21 características de la sabiduría (22s) y continúa estableciendo la relación de ésta con Dios y con la creación (7,24–8,1), como en Prov 8,22-31, prólogo de toda la teología en la que se inspirarán Juan (Jn 1,3.10), Pablo (Col 1,15-17) y Hebreos (Heb 1,3). De este modo, el autor del libro expresa la superioridad de la sabiduría respecto al conocimiento griego.
¿Cómo reconocer la verdadera sabiduría? ¿Es posible hallarla en medio de un mundo tantas veces alejado de la verdad y envuelto en juegos egoístas? Sí, mientras existan quienes, con sus vidas, sean portadores de esperanza y de sentido para quienes los han perdido, y mientras haya también, quienes los reconozcan.
8,2-21 La pretendí como esposa. La búsqueda de la sabiduría es el centro de esta parte del discurso del rey. El tema se desarrolla en dos planos alternativos: por un lado la decisión de alcanzar sabiduría (2.9.17.19-21) y por otro, los bienes obtenidos gracias a ella (3-8.10-16.18).
Los recursos utilizados están tomados, como ocurre en todo el libro, del Antiguo Testamento, así, por ejemplo, la sabiduría es presentada como mujer (Prov 31), de ella se obtienen riqueza, saber, virtud, etc. (1 Re 5,14-21), dichos agudos, las soluciones a los enigmas (Jue 14,12; 1 Re 5,12), etc., aunque contemplados bajo la influencia de la filosofía griega, como los conceptos de moderación, cordura, justicia y valor –que los estoicos tomaban como las cuatro virtudes principales–, o la idea del alma que penetra en un cuerpo –posible alusión a la doctrina platónica de la preexistencia de las almas–.
9,1-18 Envíala desde el cielo. Las palabras del capítulo nueve recuerdan la oración de Salomón cuando Dios se le aparece en sueños para que le pida lo que desee (1 Re 3,5-9; 2 Cro 1,8-10). El rey invoca la sabiduría (4.10.17) que requiere especialmente para su oficio de administrador de la justicia (3.5.9.12.18), pues ella es la verdadera transmisora de la voluntad divina.
En torno a la petición se aprecian algunos elementos importantes: la sabiduría como un ser personal, aquí asistiendo a Dios en sus funciones, como la creación y el gobierno del mundo (Prov 8,22-31); la alusión al templo, imagen del celeste (1 Re 5,1-3; 1 Cr 28,5s) y la convicción de que el ser humano no es nada sin Dios (Sal 86,16; 116,16; Job 4,19; Mc 13,1-3; Gál 5,17), que recuerda también al dualismo de la filosofía griega antigua.
El capítulo nueve es un texto que bien podría ser utilizado por los gobernantes de cualquier condición a la hora del desempeño de sus cargos. El ser humano es poca cosa sin la asistencia de la sabiduría, sobre todo para la administración de la justicia, su principal tarea. ¿Qué es lo que les preocupa? Demasiados son sus intereses. He aquí una muestra de la que habría de ser su principal tarea.
10,1-21 La Sabiduría salvó al justo. En este apartado se da comienzo a una serie de ilustraciones acerca del pasado de Israel a la luz de la sabiduría. Se trata de una historia sagrada embellecida con detalles imaginarios y tradiciones populares para mostrar cómo la sabiduría –que aquí toma el papel de Dios– ha salvado o castigado a los hombres a lo largo de la historia: Adán, rehabilitado de su pecado (1s, cfr. Gn 2,4b-25); Caín, cuyos descendientes, según una tradición, provocaron el diluvio (3, cfr. Gn 4,8-15); Noé (4, cfr. Gn 6,9); Abrahán (5, cfr. Gn 22,1-3); Lot y la destrucción de Sodoma y las cinco ciudades de la llanura (6-8, cfr. Gn 19; 14,2); Jacob (9-12, cfr. Gn 27,1-3); José vendido por sus hermanos (13s, cfr. Gn 27–29); y la salida de Egipto (15-21, cfr. Éx 1,1-3).
Conviene destacar algunos detalles: por ejemplo, se pasan por alto las infidelidades de Israel; la expresión «reino de Dios» (10), única vez que aparece en todo el Antiguo Testamento –parece significar los cielos–; y el término «impíos» –que ahora no serán los judíos desertores, sino las naciones no judías–.
La historia de Israel narrada en el capítulo 10 invita al creyente a recorrer la suya con ojos de Dios: los acontecimientos, tanto positivos como negativos, mostrarán que Él es quien lo conduce.
11,1–12,27 Juicios históricos I. Dos veces encontramos este título en el libro de la Sabiduría. Ambos recogen tradiciones de la Biblia, principalmente del Éxodo, y las actualizan apoyados en otras tradiciones judías o del ambiente filosófico que le rodea. En todo momento se transmite el mismo mensaje: lo que sirvió de castigo a los malvados, fue salvación para los justos.
La historia tanto personal como comunitaria, son motivo de encuentro con Dios para los creyentes. Si en otros tiempos Dios se revelaba como un ser vengador de maldades, hoy se nos manifiesta cargado de misericordia.
11,1-14 Juicio del agua. A continuación, como ya aparecía en el apartado anterior, se sigue el método narrativo del midrash –comentario de la Biblia seleccionando algunos detalles y actualizando las razones que motivaron a ello–. Se explica cómo los israelitas se benefician de las cosas que castigan a los egipcios, para fundamentar la confianza en Dios: el agua infectada del Nilo que castiga a los egipcios (Éx 7,17-24) por el decreto infanticida (Éx 1,16.22), es agua de salvación –roca del desierto– para Israel (Éx 17,5-7; Nm 20,8-11), a quien, a su vez le sirve de prueba y explicación de la sed (Dt 8,2-5). Al mismo tiempo se ignoran las murmuraciones del pueblo y se idealiza su comportamiento (como en Sal 107,6).
En otro tiempo el pueblo de Israel era invitado a contemplar la presencia de Dios en medio de las pruebas y de la liberación. Su pasado garantizaba el presente y el futuro. También para nuestra situación personal y comunitaria, textos como éste son apoyo y ocasión para encontrar los momentos en que Dios ha sido quien nos ha reconfortado y salvado.
11,15–12,1 Juicio de los animales. ¿Por qué no castiga Dios a los malvados? Ésta es la pregunta central que aquí encontramos. Se ofrece como respuesta el misterio de la creación (Gn 1,2): todas las cosas existen porque Dios quiere, y reserva, con misericordia –prolongación del poder creador divino–, un final para cada una de ellas (Gn 9,6; Jue 1,6s; 1 Sm 15,23; Prov 5,22). Como ejemplo –continuando el desarrollo del apartado anterior– expone cómo los egipcios sufrieron el castigo de las plagas de animales (Éx 8–10) porque habían pecado adorándolos –en Egipto recibían culto serpientes, cocodrilos, lagartos y sapos–.
La idolatría no es un fenómeno ceñido exclusivamente al pasado. Muchas formas de adoración actuales lo manifiestan –el dinero, el abuso de poder, etc.–. Utilizando el lenguaje del libro de la Sabiduría se puede decir que en el pecado está el castigo: al culto de lo que no es Dios le sucede la destrucción de su proyecto sobre la creación.
12,2-21 Los cananeos. De nuevo tenemos una explicación de los acontecimientos del pasado: el pecado de los cananeos (Éx 23,28; Dt 7,11.20; 18,9-12; 20,18-20). La lógica seguida es idéntica a la del apartado anterior. El ejemplo resalta la misericordia de Dios en el castigo de los pecados para dar lugar al arrepentimiento.
La misericordia es una de las experiencias que más nos acercan a Dios. Supera a la justicia y comprende que el mundo y la vida están en sus manos.
12,22-27 Juicio de burla. Aquí llegamos a la conclusión de lo tratado anteriormente: el sentido que tiene para los fieles el castigo de los malvados (22) y el juicio divino sobre éstos cuando han de reconocer al Dios verdadero (23-27). Se alude nuevamente a los falsos dioses y los ídolos (Dt 7,26; 27,15) y cómo el castigo está en relación con el pecado cometido.
A veces nos ocurre que nuestra alabanza a Dios se origina al comparar la situación personal o comunitaria de la que disfrutamos, respecto a otras situaciones conocidas. Esto mismo puede concluirse de este texto. Mas el creyente ha de hacer actuales también las palabras que completan el versículo 22: benevolencia y misericordia en los juicios. Y aún más, si cabe: compromiso con las situaciones de dolor y de castigo.
13,1–15,19 La idolatría. El ambiente que rodeaba a la composición de este libro queda plasmado en esta nueva sección. Se interrumpen los juicios históricos –continuarán en el capítulo 16– y aparece una dura crítica de la idolatría politeísta.
El mensaje de esta parte del libro sigue siendo plenamente actual. Los ídolos se multiplican en nuestra sociedad –el poder, el dinero, el placer...–. Sus consecuencias son evidentes: cinismo, injusticias, destrucción... Al creyente le queda todavía su tarea de denuncia, pero también de esperanza.
13,1-9 Fascinados por la hermosura del universo. El primer versículo del capítulo 13 expresa una idea sustentada en lo que encontraremos aquí desarrollado y en otros capítulos que vienen a continuación: la incapacidad de los idólatras para reconocer al Creador de todas las cosas –con la consiguiente evidencia de su culpa–.
En este primer apartado se critica la idolatría de los astros y de las fuerzas naturales –similares puntos de vista se hallan también en escritores judíos de la época, como Filón de Alejandría–. El Antiguo Testamento también alaba el poder y la grandeza de Dios a través de la creación (Job 36,22-26; Sal 19,2; Is 40,12-14), pero aquí se condena a los que lo ven como un fin en sí mismo (cfr. Hch 14,17; 17,27; Rom 1,19s).
La naturaleza es lugar de encuentro con Dios, sobre todo cuando quien la contempla se sabe dentro de ella y no como su dueño y señor. También a pesar de las catástrofes humanas y naturales, es posible percibir la huella de Dios en la hermosura y en la grandeza de la creación, cuando uno se reconoce instrumento para que ésta sea reflejo del amor misericordioso de quien la formó.
13,10—14,11 Ídolos de madera. La crítica a la idolatría iniciada anteriormente se hace ahora con más fuerza al dirigirse contra las creaciones humanas. Este apartado puede dividirse de esta forma: 1. Introducción (10): más miserables que los adoradores de la naturaleza son los que ponen su esperanza en los ídolos sin vida. 2. Desarrollo (13,11–14,6): se recoge un tema tradicional en la literatura bíblica –y también en la filosofía griega–, la sátira contra el culto a las imágenes (Is 40,19s; 44,9-20; 46,1-7; Jr 10,2-15; Carta de Jeremías; Sal 115,4-8; 135,15-18). En 13,10-19 se enumeran distintos tipos de culto a las imágenes y en 14,7-11 se describe el caso del culto del navegante, con lo que se recuerda el episodio del arca de Noé (Gn 6,1-5). 3. Conclusión (14,7-11): se añade que los ídolos serán sometidos a juicio porque inducen a los hombres al mal.
No está exenta de actualidad esta crítica que se hace a los ídolos hechos de manos humanas. Casos se pueden constatar en contextos tanto religiosos como profanos. El creyente de hoy día no ha de olvidar que la imagen más real de Dios se encuentra en los hermanos y hermanas más necesitados que le rodean.
14,12-21 Origen de la idolatría: la desgracia y el poder. El autor del libro de la Sabiduría sigue poniendo en duda la veracidad del culto a las creaciones humanas. Ahora critica a las estatuas que representan a los seres humanos. Se puede estructurar de este modo su exposición: 1. Idea central (12-14): siguiendo la tradición bíblica de emparentar la idolatría con la infidelidad (Éx 34,16; Dt 31,16; Os 2; Dan 3,1-7), afirma al principio que los ídolos son de origen humano y llevan a muchos males –idea ya presente en pensadores de la Grecia antigua–. 2. Ejemplos (15-21): la idea central se ilustra con dos ejemplos de culto a las imágenes, veneración a los hijos muertos (15s), como se hacía en Egipto, y divinización de los reyes (17-21).
La frescura de algunos textos de la Biblia es muchas veces sorprendente. Aquí tenemos un nuevo ejemplo de cómo una composición de hace dos mil años, criticando la idolatría de las imágenes, puede tener aplicación directa a muchos ámbitos de nuestra vida, incluido el religioso. ¿Acaso Dios puede encerrarse en una construcción humana? ¿No es su mejor reflejo las personas que nos rodean?
14,22-31 Consecuencias de la idolatría. Si en el apartado anterior se mostraba el origen de la idolatría, aquí se exponen sus consecuencias: principio, causa y fin de todos los males (27); se enumeran algunos vicios y se proyecta la situación hacia el futuro: la condena en el juicio final (30s).
El tema de la corrupción de costumbres como consecuencia de la idolatría es clásico en los antiguos filósofos griegos y en la Biblia (Lv 18,21; Nm 25; Rom 1,24-32) y manifiesta tanto el ambiente donde se hallaban inmersos como las reacciones que en ellos provocaban.
¿Cómo reaccionar ante la pérdida de valores humanos? ¿O ante ambientes similares al aquí descrito? Los antiguos creyentes no sólo hablaban de los premios futuros, sino que eran conscientes de la enajenación que todo aquello provocaba. El compromiso con la vida de los más indefensos será la bandera que hable de Dios por encima de cualquier forma de egoísmo deshumanizador.
15,1-6 Conocerte a ti es justicia perfecta. Esta primera parte del capítulo 15 gira en torno a dos experiencias: la bondad, la fidelidad, la paciencia y la misericordia divinas (1; Éx 34,6s), y aquella que señala que el conocimiento de Dios es justicia perfecta o principio de inmortalidad (3; Jn 17,3).
Conocer a Dios es una experiencia. Experiencia plena ya en esta tierra porque Él es bueno y fiel, paciente y misericordioso. Así manifiesta su fuerza y su justicia.
15,7-13 Ídolos de barro. De forma casi semejante a cuando se describen los ídolos de madera (13,10-19), se habla ahora de los ídolos de barro (Is 45; Rom 9,21), pero con una diferencia, que aquí no se incide tanto en la idolatría cuanto en que el creador humano no sea consciente de su propia vida, por ejemplo, no le preocupa que tenga que morir (9), su mente es ceniza (10), consideró la vida como un juego (12), etc., pues, aunque haga figuras de barro, forma parte a su vez de la creación de Dios (Gn 2,3; 3,19).
¿Por qué, según parece, desde antiguo los seres humanos andan preocupados por sentirse orgullosos de sus propias obras, o por competir con sus semejantes como si la vida se tratara de un juego? ¿Y si se reconociesen hijos e hijas en manos de Dios, o mirasen a los otros como seres irrepetibles, imágenes de quien a ellos los ha creado?
15,14-19 Animales divinizados. El tema de la idolatría concluye aquí recordando de nuevo a los egipcios y sus ídolos, que sirve, a su vez de transición a lo que en el capítulo 16 encontraremos. La crítica a los animales divinizados recuerda a la que se hace en Sal 115,5-7; 135,16.17, probablemente también se esté proyectando el pasado del sincretismo religioso vivido en Israel durante el período helenístico (200 años atrás).
Cuando el ambiente que rodea al creyente vaya destruyendo sus propias convicciones, y la soledad y la desesperanza crezcan en su interior, recuerde que no es de la mayoría la verdad, ni Dios está donde los ídolos o el culto sean más numerosos. Sino que aquella habita más allá de quienes intentan atraparla, y desvela el sentido de las cosas, y Éste habita, como un sacramento, en las personas.
16,1–19,22 Juicios históricos. Se continúa con la sección de los juicios históricos iniciada en el capítulo 11.
16,1-4 Codornices. En esta primera parte del capítulo 16 se establece una equiparación entre el alimento del que disfrutaron los israelitas en el desierto con las codornices (Éx 16,9-13; Nm 11,10-32), y el hambre padecida por los egipcios con las plagas de los animales que les fueron enviadas. Los detalles de los relatos bíblicos a los que se alude son interpretados libremente, como se ha podido ir comprobando en otros lugares de esta obra.
Al encontrar en la Biblia expresiones de venganza o alegría por el sufrimiento de los enemigos, es fácil que se resienta la sensibilidad del creyente actual. Para comprenderlas hay que situarse, por un lado, en su contexto histórico –estamos leyendo textos de hace más de dos mil años–, y por otro lado, tratar de percibir un mensaje teológico actual. ¿Por qué no concluir que igual que en el pasado percibían la presencia del poder de Dios en la defensa de su pueblo y en el castigo de sus enemigos, también es posible descubrir la presencia del amor de Dios en los creyentes, e incluso en sus enemigos?
16,5-14 Juicio de las serpientes. El libro de la Sabiduría se detiene aquí a explicar, en forma de midrash, el episodio de las serpientes que encontramos en Nm 21,4-6. Se emplea la misma lógica: lo que sirve de castigo a los enemigos, para Israel en este caso, es salvación y recordatorio del mandato de la Ley de Dios (6). Añade, además, que el prodigio de las sanaciones se debió al poder divino (cfr. Jn 3,14.17), que domina sobre la vida y la muerte (13; cfr. 1 Re 17,17-23; Sal 9,14; 107,17-19; Is 38,10-17).
«Como Moisés elevó la serpiente en el desierto...», ha sido aplicado por la misma Biblia, a otros acontecimientos posteriores, como el ejemplo que encontramos aquí. El mensaje sigue siendo actual: «como Moisés elevó la serpiente en el desierto...», también el Señor se hace presente en la comunidad y en la vida personal a través de las cosas negativas que sin querer llegan. No se trata de, «¿qué he hecho yo, Señor, para merecer esto?», cuanto de, «¿qué es lo que a través de esto me quieres decir, Señor?».
16,15-29 Juicio del fuego y el alimento. Lluvia de maná en vez de la plaga de tormentas, es el mensaje de este nuevo apartado que el libro de la Sabiduría hace actual para sus contemporáneos, sirviéndose como otras veces, de la técnica del midrash. Se recuerda la séptima plaga de Egipto (Éx 9,13-15), como si ocurriera al mismo tiempo que el episodio del maná (Éx 16; Nm 11), con el fin de ilustrar a los contemporáneos que el verdadero alimento es la Palabra del Señor (26), así como la necesidad de la oración (28; cfr. Éx 16,21).
Este episodio ha sido muy recordado tanto en la tradición judía –por ejemplo, el hecho de que tuviera infinidad de sabores–, como cristiana, principalmente referido a la eucaristía (Sal 78,25; 105,40; Jn 6).
La plaga del granizo y el acontecimiento del maná sirven al libro de la Sabiduría para hablar a sus contemporáneos de la importancia de la fidelidad a la Palabra del Señor y a la oración, dos puntos también centrales en la vida del creyente actual, sin pasar por alto su dimensión fraterna.
17,1–18,4 Juicio de las tinieblas. El pasaje recordado ahora por el libro de la Sabiduría es la plaga de las tinieblas de Egipto (Éx 10,21-23). Conclusión: Mientras los egipcios eran presa de las tinieblas, los israelitas eran guiados por la columna de fuego.
Igual que ocurre en otros lugares de esta obra, también aquí el relato bíblico del Éxodo está enriquecido con muchos detalles provenientes de leyendas judías y explicaciones rabínicas, con el fin de actualizar el mensaje de estos acontecimientos –que vemos claramente en algunas ocasiones, como 17,1-3.11-13; 18,4–. La orientación final de todo este apartado también parece clara: las tinieblas de Egipto son la anticipación de las del infierno, reservadas para los pecadores (17,21), mientras que la Ley es la luz que ilumina al mundo (18,4, cfr. Is 2,2-5).
De nuevo la Sabiduría invita al lector creyente a volver sobre su propia historia para descubrir las huellas de Dios. Aquella piensa, de acuerdo con las ideas de la época, en el castigo de los enemigos. A éste, sin embargo, a la luz del Evangelio, se le llama a la esperanza: vencer el mal a fuerza del bien.
18,5-19 Juicio de los primogénitos. Con la misma técnica que los pasajes anteriores, ahora se establece la correspondencia entre la décima plaga del Éxodo y la salida de los israelitas del país. En castigo por su decisión de matar a los primogénitos (Éx 1,22–2,10), los egipcios son condenados a perder a los suyos (Éx 11,4-6; 12,29-32), así entendieron que Israel era Hijo de Dios.
El libro del Éxodo no establece relación alguna entre estos dos acontecimientos, pero como ya se ha comprobado en otras ocasiones, la Sabiduría toma como base las narraciones antiguas, a las que suma otras tradiciones para iluminar la situación presente. Son interesantes algunos detalles, como la alusión a las promesas de los Patriarcas (6; cfr. Gn 15,13s; 46,3s), la transposición al pasado del modo de celebrar la Pascua en el s. I a.C., cuando se entonaba el «Hallel» (9; cfr Sal 113-118), o la palabra como instrumento ejecutor de los juicios divinos (15; cfr. Jr 23,29; Os 6,5).
18,20-25 Expiación. En este apartado, siguiendo el modo de exposición anterior, se recoge el relato de la plaga que los israelitas sufrieron en el desierto (Nm 16,44-50). No se está haciendo un paralelo con los egipcios, sino que, precisamente, se destaca la diferencia –la plaga no se prolongó, gracias al sacerdote Aarón–.
Es interesante la descripción de las vestiduras sacerdotales de Aarón, pues se entremezclan, por un lado, la tradición bíblica –por ejemplo, «las cuatro hileras de piedras talladas» simbolizaban las tribus o los patriarcas –Éx 28,15-21; y la «diadema» la grandeza de la dignidad sacerdotal (Éx 28,36)–, y por otro lado, la tradición judía –para ésta la túnica era el cielo, el ceñidor el océano y los broches de los hombros el sol y la luna–.
La historia del pueblo bíblico está llena de fracasos e infidelidades. Lo más sorprendente es que siempre es Dios quien toma la iniciativa para que la relación se restablezca. La prueba más extraordinaria está en la entrega de su propio Hijo. Por ella el creyente reconoce que más importante aún que la justicia es la misericordia.
19,1-12 Juicio del Mar Rojo. El relato del paso del Mar Rojo (Éx 14), tantas veces recordado por la Biblia, es aquí presentado, con cierto aire apocalíptico (1), como el colmo del castigo que los egipcios sufrieron con la última plaga. Aquí se destaca cómo el paso del Mar Rojo provocó una nueva creación; así, por ejemplo, las funciones que al principio Dios asignó a la tierra o al agua (Gn 1), adquirieron nuevas formas, destacándose, de este modo, el poder del Creador favoreciendo siempre a su pueblo.
El sabio refrán popular de que cuando una puerta se cierra, Dios siempre abre otra, puede servir al creyente para hacer actual este texto. Una invitación a contemplar los milagros de Dios en las cosas cotidianas: la vida, el amor, la generosidad, etc., son también la nueva creación de Dios, capaz de renovar tantos desajustes y cosas negativas de nuestro mundo.
19,13-17 Esclavizaron a unos emigrantes. El tema desarrollado en este nuevo apartado es el de la hospitalidad –ley suprema en el Cercano Oriente–. Como base, el libro de la Sabiduría hace una comparación entre el Éxodo de los israelitas (Éx 14) y el relato de Sodoma (Gn 19). Si éstos, aun considerados los más pecadores, podrían ser exculpados por su desconocimiento de los forasteros (14a), el delito de los egipcios es mucho mayor, pues esclavizaron a Israel, que era un pueblo por ellos conocido, y mataron a sus primogénitos.
Posiblemente detrás del texto hay una alusión a la experiencia de los judíos fieles a la Ley que vivían en Alejandría en tiempos en que fue compuesto el libro.
«Dios es quien guía los destinos de la historia». Es el mensaje central que hace más de dos mil años transmitía a sus contemporáneos el libro de la Sabiduría. En aquel tiempo, se expresaba como un deseo de venganza contra los enemigos. Actualmente puede ser comprendido como un mensaje de esperanza donde el mal un día será transformado en bien, la insolidaridad en compromiso y el odio en amor.
19,18-22 Metamorfosis de la creación. El último apartado del libro de la Sabiduría resulta un tanto brusco al lector actual. Algunos investigadores opinan que este final obedece a esquemas numéricos muy típicos de este tipo de escritos. Como final, sin embargo, ilustra muy bien el itinerario seguido por el libro de la Sabiduría: actualización, con la ayuda de la tradición y del pensamiento filosófico contemporáneo, de los acontecimientos del pasado del pueblo de Israel –en este caso nos encontramos con el primer intento de explicar los milagros bíblicos a la luz de la idea griega de la armonía cósmica–, para dar respuesta a la nueva situación, expresada paradigmáticamente en el último versículo.
Las últimas palabras del libro de la Sabiduría: «Porque en todo, Señor, has engrandecido y glorificado a tu pueblo, y nunca y en ningún lugar dejaste de asistirlo y socorrerlo», ¿no es, acaso, el mensaje, o la experiencia a la que estamos llamados todos los creyentes? ¿No es también nuestro compromiso?