Salmos
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Introducción | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 | 31 | 32 | 33 | 34 | 35 | 36 | 37 | 38 | 39 | 40 | 41 | 42 | 43 | 44 | 45 | 46 | 47 | 48 | 49 | 50 | 51 | 52 | 53 | 54 | 55 | 56 | 57 | 58 | 59 | 60 | 61 | 62 | 63 | 64 | 65 | 66 | 67 | 68 | 69 | 70 | 71 | 72 | 73 | 74 | 75 | 76 | 77 | 78 | 79 | 80 | 81 | 82 | 83 | 84 | 85 | 86 | 87 | 88 | 89 | 90 | 91 | 92 | 93 | 94 | 95 | 96 | 97 | 98 | 99 | 100 | 101 | 102 | 103 | 104 | 105 | 106 | 107 | 108 | 109 | 110 | 111 | 112 | 113 | 114 | 115 | 116 | 117 | 118 | 119 | 120 | 121 | 122 | 123 | 124 | 125 | 126 | 127 | 128 | 129 | 130 | 131 | 132 | 133 | 134 | 135 | 136 | 137 | 138 | 139 | 140 | 141 | 142 | 143 | 144 | 145 | 146 | 147 | 148 | 149 | 150Introducción
Los salmos son la oración de Israel. Son la expresión de la experiencia humana vuelta hacia Dios. Son expresión de la vida de un pueblo seducido por Dios. La tradición atribuye muchos de ellos al rey David, y algunos a Córaj y a Asaf; pero esto es sólo una cuestión convencional. Una cadena anónima de poetas, a lo largo de siglos, es la imagen más realista sobre los autores de estas piezas.
Como son variadas las circunstancias de la vida y lo fueron las de la historia, así surgieron, se repitieron y se afianzaron algunos tipos de salmos. Por eso resulta preferible una clasificación tipológica atendiendo al tema, los motivos, la composición y el estilo.
Los himnos cantan la alabanza y suelen ser comunitarios: su tema son las acciones de Dios en la creación y la historia. Muy cerca están las acciones de gracias por beneficios personales o colectivos: la salud recobrada, la inocencia reivindicada, una victoria conseguida, las cosechas del campo. De la necesidad brota la súplica, que es tan variada de temas como lo son las necesidades del individuo o la sociedad; el orante motiva su petición, como para convencer o mover a Dios. De la súplica se desprende a veces el acto de confianza, basado en experiencias pasadas o en la simple promesa de Dios.
Los salmos reales se ocupan de diversos aspectos, que llegan a componer una imagen diferenciada del rey: batallas, administración de la justicia, boda, coronación, elección de la dinastía, y hay un momento en que estos salmos empiezan a cargarse de expectación mesiánica. Otro grupo canta y aclama el reinado del Señor, para una justicia universal.
El pecador confiesa su pecado y pide perdón en salmos penitenciales, o bien el grupo celebra una liturgia penitencial. Hay salmos para diversas ocasiones litúrgicas, peregrinaciones y otras fiestas. Otros se pueden llamar meditaciones, que versan sobre la vida humana o sobre la historia de Israel. Y los hay que no se dejan clasificar o que rompen el molde riguroso de la convención.
Los salmos se compusieron para su uso repetido: no los agota el primer individuo que los compone o encarga, ni la primera experiencia histórica del pueblo. Como realidades literarias, quedan disponibles para nuevas significaciones, con los símbolos capaces de desplegarse en nuevas circunstancias. A veces un retoque, una adición los adapta al nuevo momento; en otros casos basta cambiar la clave.
Por esta razón los salmos se conservaron y coleccionaron. Sabemos que surgieron agrupaciones menores y que después se coleccionaron en cinco partes (como un pentateuco de oración): 2–41; 42–72; 73–89; 90–106; 107–150. En el proceso de coleccionar, la división y numeración sufrió menoscabo: algunos salmos están arbitrariamente cortados en dos (9–10; 42–43); otros aparecen duplicados, al menos en parte (70 y 40; 53 y 14). Se explica que en la tradición griega se haya impuesto otra numeración. Aquí daremos la numeración Hebrea, añadiendo entre paréntesis la grecolatina.
En general, el estilo de los salmos se distingue por su realismo e inmediatez, no disminuido por la riqueza de imágenes y símbolos elementales; sólo algunos fragmentos con símbolos de ascendencia mítica se salen del cuadro general. Es intensa la expresión sin caer jamás en sentimentalismo. El lirismo es más compartido que personal; en muchos casos podríamos hablar de planteamientos y desarrollos dramáticos. La sonoridad y el ritmo son factores importantes del estilo. No sabemos cómo se ejecutaban: muchos se cantaban, probablemente con solistas y coro unísono; algunos quizá se danzaban, otros se recitaban en marchas o procesiones; otros acompañarían ritos específicos. Algunas de las notas añadidas por los transmisores parecen referirse a la ejecución. Estas notas, que asignan una situación histórica o dan una instrucción litúrgica, no son originales, por eso han sido omitidas en el texto, aunque entren en la numeración admitida.
Los salmos son también oración privilegiada de la comunidad cristiana y del individuo aislado. Muchos fueron rezados por nuestro Señor Jesucristo, quien les dio la plenitud de sentido que podían transportar. La experiencia de Israel y del hombre pasan por Cristo y debe encontrar de nuevo expresión en estas oraciones; su lenguaje puede llegar a ser lenguaje del rezo cristiano. El libro de los salmos es un repertorio que suministra textos para diversas ocasiones y a diversos niveles; su lectura puede interesar, pero sólo rezados serán realmente comprendidos.
1–Los dos caminos
Este salmo, pórtico al salterio, contrapone dos modos de ser y de proceder. El justo es dichoso porque hace de la instrucción divina, convertida ya en Ley, su tarea. La Ley es como un caudal de agua perenne, vivifica todo y confiere al hombre justo una vitalidad como la de un vegetal que no se marchita (cfr. Sal 92,13-15). Así como todo lo que produce el árbol llega a su sazón, la vida del justo tendrá éxito, porque Dios custodia o se ocupa del camino de los justos (cfr. Jos 1,8; Sal 37,31). Los malvados son «pecadores» y «arrogantes». Se mofan del Nombre divino y desprecian su instrucción y su Ley. Por muy organizados que parezcan –en «reunión», «camino» y «sesión»–, Dios disolverá sus organizaciones cuando ejerza como juez, y los malvados se convertirán en paja a merced del viento. Quien ora con este salmo, buscando la auténtica felicidad, sabe que unidos al Señor daremos mucho fruto (Jn 15,16).
2–El Señor y su Mesías
El pórtico al salterio se completa con este salmo real. El Ungido ocupa el puesto de la Ley. Los malvados son los reyes rebeldes. El justo denuncia. Dios no juzga, sino que se ríe y se enfurece. El soberano ha elegido a un rey vasallo para que lo represente. Rebelarse contra el vasallo es una rebeldía contra el soberano: en este caso Dios mismo; es una intentona llamada al fracaso. El soberano reacciona ante la consigna de los rebeldes –«rompamos sus ataduras»– con la risa, con la ira y con la palabra. El Ungido proclama personalmente el protocolo del nombramiento: como «hijo» se le ha entregado el poder. Las medidas represivas afianzan el poder de la autoridad. Si los rebeldes no se atienen al ultimátum, serán destruidos sin remedio. Quien se refugie en Dios, por el contrario, será dichoso. Este salmo es muy citado en el Nuevo Testamento (cfr. Hch 4,25s; 13,3; Heb 1,5; 5,5; etc.). Depuesta toda rebeldía, aceptamos la invitación a adorar al Señor: «temblando ríndanle homenaje», porque el Mesías es el Señor.
3–Señor, tú eres mi escudo y mi gloria
Encontramos en este salmo el triángulo clásico en los salmos de súplica y de confianza: los enemigos (2s), Dios (4s) y el orante (6s). La súplica se recoge en los versículos 8s. Los enemigos someten al salmista a un triple y angosto cerco, cuya cima es la afirmación: «¡Ni siquiera Dios le ayuda!» (3b). Dios, sin embargo, protege al orante por todos los lados; es su «gloria», que le permite caminar erguido –con la cabeza alta– y no doblegado. Porque de un Dios de esta índole procede la salvación y la bendición (9), se le pide que humille a los asediantes (8). El orante confía absolutamente en Dios; por eso continúa sin alteración alguna el ciclo de la vida (6). El salmo tiene su proyección cristiana en la exhortación de Jesús: «tengan valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Así el creyente podrá afrontar las adversidades del momento presente.
4–Señor, tú me haces vivir tranquilo
La confianza es el tema que predomina en este salmo (6.9). El orante (2) habla de Dios a otros: a los «señores», acaso enemigos (3-6), y a «muchos», tal vez amigos (7-9). Recoge las preguntas de ambos grupos y las responde. Los «señores» han abandonado la «Gloria» y se han ido tras la mentira: son idólatras. Los amigos de antaño dudan de la eficacia divina, y el orante se ve reducido a la aflicción. Pues bien, Dios le ha sacado del aprieto, como hizo en otro tiempo con su pueblo oprimido en Egipto (cfr. Éx 9,4; 11,7). Por otra parte, la alegría interna es más profunda que la que puede proporcionar una buena cosecha (8). De ambas experiencias surge la confianza, y el orante invita a los «señores» a llorar sus desvaríos (5) y a los amigos a confiar en Dios (9). Es posible la confianza y aun el gozo en la tribulación (cfr. 2 Cor 7,4; Gál 5,22; 1 Tes 1,6).
5–Señor, por la mañana escucha mi voz
Un inocente, injustamente perseguido o acusado, apela al tribunal divino (8a), expone su causa (4b) y se convierte en centinela: a ver si Dios le es propicio (4c). Los malhechores son la encarnación del mal: se fragua en su interior, y les rebosa por la lengua y por los labios (10). Su destino no puede ser otro que el castigo, porque, en definitiva, se han rebelado contra el Señor (11c). El Señor nada tiene que ver con el mal ni con los malvados: no desea, no hospeda, detesta, destruye, aborrece (5-7). La bondad o el amor del Señor (8.13) permiten al orante mirar hacia el futuro: se pone en sus manos para ser juzgado, espera entrar y postrarse reverentemente en el Templo (8), y alegrarse con quienes se refugian en el Señor. Esto es así porque la bondad de Dios es un escudo para el orante (13b). La bondad es uno de los atributos clásicos de Dios (cfr. Éx 36,4). Pongamos nuestra causa en manos de Dios, que Cristo ha entrado de una vez por todas en el santuario (cfr. Heb 9,12).
6–Piedad de mí, Señor, que desfallezco
Ora en este salmo un enfermo. Los dolores físicos y las angustias interiores son mensajeros de la muerte. El cuerpo gime bajo el yugo del dolor y el espíritu está cerca de la locura: «¿hasta cuándo?» (4b). Es un dolor que no cesa ni aun de noche (7), mientras la luz de la vida huye de los ojos (8). Los enemigos añaden dolor al dolor (9a), y el orante sufre el máximo dolor, porque sospecha que Dios le es adverso, porque quien vive la muerte por adelantado se sabe pecador. Sólo Dios que impuso el castigo puede poner remedio, y evitar que el enfermo descienda al reino de la muerte (5s). Para la dolencia, sanación (3); para la culpa, gracia (10); y la derrota para los enemigos (11). La carta a los Hebreos menciona los gemidos y lágrimas de Jesús (Heb 5,7). Es éste un salmo apto para llorar los pecados.
7–Señor, sálvame de mis perseguidores
Tres son los actores de este salmo: el acusado que acude al Templo (2) y protesta su inocencia ante el tribunal (4-6.9); los malvados que son acusados y acusadores (2s.7.15-17) y el juez supremo (9), que pronuncia sentencia (7) de absolución (8) o de condenación (12); si ésta no es revocada, el juez desplegará todo su poder bélico (13s) y los malvados, gestantes de la perversidad (15), se hundirán en la fosa que habían preparado para el inocente (16). La vida del orante, en peligro desde el comienzo del poema (2s), será salvada por el juez justo –el Señor Altísimo (18b)–. El salmista confiesa en el versículo final que se ha impuesto la justicia divina; éste es el tema central del salmo (9s). El Señor juzga justamente (cfr. 1 Pe 2,15-23). Cuando soñamos con una sociedad más justa y nos hiere la violencia mortal, podemos orar con este salmo.
8–Gloria del creador – Dignidad humana
Una exclamación, entre admiración e interrogación, corre por el cauce del salmo y lo configura: «¡qué admirable…!» (2.10) y, «¿qué es el hombre...?» (5). La admiración se inspira en la contemplación y en el contraste: los espacios inmensos llevan al poeta hasta el baluarte en el que reside Dios; el Señor acepta la alabanza que procede del orante como la de un niño pequeño, pero el poder de los fuertes –enemigos vengativos– se desbarata a los pies del alcázar divino. El ser humano es casi un dios; como tal es coronado rey (6s); los límites de su reino son los confines de la tierra y el horizonte del mar infinito. Dios ha dejado las huellas de sus dedos en todo lo creado (4). Todo nos habla de Dios, cuyo Nombre es admirable, como sus obras. El júbilo infantil, que no pueril, es el lenguaje adecuado para alabar a tan gran Dueño (cfr. Mt 21,16). Dondequiera que se encuentre un ser humano, que es un recuerdo mimado por Dios (5), podrá cantarse este salmo, tutor de la dignidad humana y la grandeza divina.
9–Dios, refugio del oprimido
Este salmo alfabético de acción de gracias con elementos de súplica forma una unidad con el Sal 10, en el que se continúa el artificio del acróstico. A partir de aquí y hasta el Sal 147, ofrecemos una doble numeración; la más alta corresponde al texto Hebreo; la más baja –puesta entre paréntesis– al texto litúrgico. Dios, rey y juez, dicta sentencia condenatoria para los impíos y favorable para los justos. Éstos son llevados del portal de la muerte a las puertas de Sión, donde proclamarán las hazañas divinas. Los impíos, por el contrario, caerán en su propia trampa. Hch 17,31 menciona el juicio definitivo y universal. El salmo es apto para dar gracias a Dios por su presencia en las luchas y en las victorias de las personas o de los grupos a favor de la justicia.
10 (9)–No te quedes lejos, Señor
Continúa el salmo anterior. El salmista, audaz y confiado, se atreve a interrogar a Dios (1); que Dios abra los ojos y vea los pecados contra el prójimo, que son pecados de pensamiento, palabra y de obra (2s.6-10). Esta serie de pecados culmina en la blasfemia de la negación de Dios (3b-4), y el malvado se afirma en su seguridad personal (6.11). Ha de ser Dios quien intervenga en estos momentos: «¡Levántate... no te olvides!» (12). Si Dios puede rastrear la maldad, ¿no pagará al impío conforme a la maldad que cometió? (13). Dios es defensor del pobre (14); se impone que el ser humano, que es tierra y está hecho de tierra, no puede prevalecer contra Dios; ha de ser arrojado de la tierra de Dios (16). El versículo 7 es citado por Rom 3,14. Cuando constatemos que se impone el orgullo humano a costa de los inocentes, y Dios guarda silencio, será el momento de orar con este salmo.
11 (10) El Señor es justo y ama la justicia
«¡Escapa!» es el consejo desesperado de quien ve que todo se viene abajo, incluso se tambalean los cimientos de la tierra, que parecían tan sólidos, y Dios –el Justo– nada puede hacer. La violencia generalizada y la destrucción aconsejan la huida. La fe tiene una solución distinta: refugiarse en el Señor, que está en su Templo santo. Allí ha instalado su tribunal supremo; desde allí escudriña a los hombres, distinguiendo entre inocentes y culpables. La ejecución de la sentencia, recurriendo a una tormenta pavorosa, es irremediable. Porque el Justo ama la justicia, el poeta espera ver el rostro divino; sucederá en el Templo, donde habita el Soberano celeste. Es propia del Señor la función judicial (cfr. Hch 10,42). Este salmo es apto para afianzar la fe y robustecer la esperanza.
12 (11) Sálvanos, Señor, que se acaba la lealtad
El panorama social es desolador: «escasean los fieles» y «desaparecen los leales» (2). La palabra nace corrompida en un corazón escindido (3); es hipócrita, amarga y destructora, pero tiene tal fuerza, que se convierte en arma cortante. Es una palabra tan poderosa que induce al alarde: «¿Quién será nuestro amo?» (5). La palabra del humilde, por el contrario, apenas es un gemido o un sollozo (6). Pero Dios escucha esta humilde palabra y opone su Palabra, que es limpia como la plata más pura, a la palabra orgullosa (6s). Es una palabra que libera al humilde y convierte al orgulloso en un «colmo de vileza», condenado a deambular eternamente (8s). El Señor tiene palabras de vida eterna (Jn 6, 68). Mientras las relaciones humanas no se construyan sobre la verdad, será tiempo de orar con este salmo.
13 (12) ¿Hasta cuándo, Señor?
No es comparable el «tiempo» de Dios con el tiempo humano. Aquél se mide por eternidades; éste por breves días que confinan con la muerte. Si Dios no mira y atiende (4a), desaparecerá la luz de la vida y los ojos se entenebrecerán (4b). Sólo existe una disyuntiva: la mirada de Dios o el sueño de la muerte. Nace así el apremio y la urgencia con la que el salmista se dirige a Dios: la repetición de: «¿hasta cuándo?» (2s). El ser humano dispone de un tiempo muy limitado. Es urgente que Dios responda para que el enemigo no cante victoria (5). Pese a todo, se impone la confianza en la benevolencia divina (6). La muerte, en efecto, ya no es el sueño definitivo según leemos en Ef 5,14. ¡El amor vence a la muerte! Convencidos de ello, podemos orar con el presente salmo.
14 (13)–Necedad de quien niega a Dios
Existen dos formas teológicas de ver la vida. El necio niega la existencia de Dios (2). Si Dios no existe, todo me está permitido; incluso explotar al prójimo indefenso, aunque sea algo que es propiedad del Señor: su pueblo y su grano (4). El sensato busca a Dios (2); por ello hace el bien y se refugia en Dios (6). Dios no permanece pasivo, sino que inspecciona desde lo alto, y llega a la dolorosa conclusión de que el mal está generalizado (3). No obstante queda un pequeño grupo de justos y de humildes –el resto–, en cuya asamblea está Dios (5s). El desenlace es terror y bochorno frente a la protección y asistencia (5s). Esta forma de ver la vida es aplicable al destierro babilónico y al retorno de Israel tras el destierro (7). Los versículos 2s son citados en Rom 3,10-12, para exponer la corrupción universal. ¿Nos creemos de verdad que Dios está con el pobre? Este salmo es adecuado para creyentes y para ateos.
15 (14)–Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Más allá de la imagen del Templo, el creyente anhela estar con Dios, ser con Dios. Quien abriga este vehemente deseo, formulado en pregunta (1), ha de ser honrado, recto y sincero (2s). Son tres actitudes generales. Las tres condiciones siguientes (3b) se relacionan con el comportamiento hacia el prójimo. El que desea estar con Dios ha de ser partidario de los amigos de Dios; estar en contra de los enemigos de Dios –han sido reprobados por Él–; y respetar el juramento, que consagra la acción prometida (4). Son tres acciones en las que se aúnan Dios y el prójimo. Dos acciones más tienen un alcance económico-jurídico (5). Un conjunto de once o de diez mandamientos, según se relacionen el primero con el segundo, dan a quien los cumple una estabilidad semejante a la que tiene la creación: «nunca fallará» o, «no vacilará», porque se fundamenta en Dios. Nosotros nos hemos «acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo» (Heb 12,22). La observancia de los mandamientos sin el perfume del amor es mero cumplimiento.
16 (15)–¡Guárdame, Dios, que me acojo a ti!
Nadie está por encima del Señor, el único Bien (2), así confiesa quien en otro tiempo aceptaba a los dioses de la tierra, cuyos ritos practicaba (4b). Aunque los dioses se afanen por tener nuevos adeptos (4a), el fervoroso salmista ya ha tomado una resolución: ni una libación más (4b). Del único Bien procede todo bien: la tierra como herencia (5), que resulta deliciosa por ser la tierra del Altísimo (6); el Señor como consejero permanente (7) y como guía perpetuo, de cuya diestra jamás se apartará en lo sucesivo el que se ha convertido a Él (8). La presencia del Señor para el salmista es tan plena que aún lo más frágil –la carne– «habita al cubierto» (9b). El Señor no dejará a su fiel ni siquiera al borde de la tumba (10), sino que la alegría que le infunde ya aquí (9a) continuará como gozo eterno (11). El salmo es releído por Hch 2,25-28 (8-11); 13,34-35 (10). Con este salmo confesamos nuestra fe y damos gracias a Dios por todos los bienes que recibimos de su bondad.
17 (16)–Señor, atiende a mi clamor
El patrón judicial puede explicar muchos elementos de este salmo. Alguien que ha sido acusado o perseguido injustamente acude con su demanda (1) ante el tribunal de Dios. Es inocente, como puede comprobar la mirada escrutadora de Dios (3); ha ceñido su conducta a los mandamientos divinos (4s). Ahora, al amparo del Templo (7s), expone su situación de cerco y de opresión (9). Los perseguidores o acusadores son crueles como leones (12); implacables, porque en sus entrañas no cabe ni un mínimo de bondad (10s). El juez divino ha de ver, escuchar y responder (1s.6). Más aún, se le pide que se levante como juez o como guerrero y que aplique la sentencia o libere con la espada al inocente (13). Si los acusados o perseguidores son fieras, que Dios termine con ellas (14). El orante, como justo, recibirá la recompensa, y también sus descendientes (14b). Esto sucederá al despertar (15b). Podemos percibir en este salmo los dolores de la Iglesia perseguida. Es un salmo para orar con él en tiempos de tribulación.
18 (17)–Señor, tú diste gran victoria a tu rey
La introducción hímnica del salmo (2-4) tiene su paralelo en la conclusión doxológica (47-50 –el versículo 51 ha sido añadido posteriormente–). La lamentación (5-7) desemboca en la liberación (17-20). Ante la teofanía, que es simultáneamente epifanía (8-16), el salmista hace protesta de su inocencia (21-28). La acción marcial se inicia con una antífona introductoria (29) y se desarrolla en tres actos: Dios y las armas (30-37), los enemigos (38-43) y los extranjeros (44-46). El amor visceral con el que se inicia el salmo: «Yo te amo...» (2) se expande en los posesivos que vienen a continuación (2s): reflejan un amor enamorado. Dios responde a ese amor: se muestra teofánicamente (8-16) para librar a aquel a quien ama (20). Existe una complicidad y complementariedad entre ambos amores. Porque Dios ama a quien le ama apasionadamente, lo libra de las aguas mortales (5-7.10-17), le enseña el arte de la guerra (33-36), le somete los pueblos (44-46) ... Y el salmista prorrumpe en una acción de gracias ante todos los pueblos (47-50). El versículo añadido (51) permite aplicar este salmo al Ungido, a Cristo, triunfador de la muerte y del abismo. Rom 15,9 cita el versículo 50 del salmo. Quien ama enamoradamente no se cansa de acuñar nuevos epítetos para proclamar su amor. El Dios, así amado, «con-desciende» para estar con nosotros como Roca segura de nuestra existencia.
19 (18)–Gloria a Dios en la creación y en la ley
El cielo y el firmamento tienen un lenguaje propio, que es escuchado en la tierra. Aquellos hablan de orden como algo ontológico e invitan al hombre a la alabanza y a la obediencia como respuesta religiosa. El ser humano tiene la vocación de ser liturgo de la creación (2-7). Pero esta vocación no es seguida. En ese momento interviene la palabra de Dios, vehículo de la revelación y de la voluntad divina. Si el ser humano se adhiere a la voluntad divina y se comporta de acuerdo con la ley, su vida será refulgente como la norma y más valiosa que el oro (8-11). Pero el hombre es incapaz de servir incondicionalmente a Dios; de ahí que pida auxilio, y que la ley encamine al hombre hacia su liberación (12-14). Sólo quien es inocente e íntegro puede entonar la alabanza divina (15). Rom 10,18 aplica el versículo 5 del salmo a la predicación del Evangelio. Este salmo es indicado para confrontar la vida con la presencia de Dios en la creación y en la Ley.
20 (19)–Oración por el rey
Aunque este salmo sea una súplica por el rey, el protagonista del mismo es el Señor. Los hombres invocan, aclaman, alzan estandartes, se yerguen y se mantienen en pie. Dios responde, protege, ayuda, apoya, tiene en cuenta, concede, da éxito... Dios, en definitiva, es quien da la victoria. De eso precisamente se trata: el rey está a punto de emprender una acción bélica. Un grupo o una persona singular formulan una serie de peticiones a favor del rey (2-5). Una voz aislada anuncia que Dios acogerá las peticiones (6). Así lo acepta el grupo, que ahora indica dónde está su confianza: no en el poder, sino en Dios (8s). De ese poder se espera la escucha y la victoria (10). Cuando la victoria sea definitiva, diremos: «¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor 15,57). Puede orar con este salmo quien esté dispuesto a creer que nuestro auxilio es el Nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
21 (20)–Señor, el rey celebra tu victoria
Salmo real de acción de gracias. Se articula en torno a tres aclamaciones populares: inicial (2), central (8) y final (14). A la primera aclamación sigue un cántico de alabanza por las bendiciones sobre el rey (3-7). Entre la aclamación central y la final se inserta otro cántico de maldición para los enemigos (9-13). El salmo, por tanto, presenta un díptico: petición confiada (3-7) y acción de gracias por la concesión (9-13). Dios ha concedido al rey lo que deseaba. A Salomón se lo dio sin pedírselo, porque un vínculo de amor une a Dios y al rey. Éste, por su parte, confía en el Señor, y de su amor no se apartará (8). Todos, incluso Dios, celebran el triunfo regio, que es el triunfo de Dios. El Mesías es coronado de «gloria y dignidad» (Heb 2,9), y ha sido glorificado (Jn 13,31). Con este salmo damos gracias a Dios por los dones recibidos y estimulamos nuestra confianza en él.
22 (21)–¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?
Lamentación individual, estructurada en tres partes: 1. Lamentación (2-22). 2. Agradecimiento (23-27). 3. Himno al Señor, rey universal (28-32). La lamentación se articula así: A. Dramática apertura (2-4). B. Primer movimiento: lejanía y cercanía (5-12). B’. Segundo movimiento: Desmoronamiento físico (13-19). A’. Final dramático (20-22). Es el poema de un mortal convertido súbitamente en moribundo. La muerte está cerca; Dios, pese a haber sido cercano al pueblo (5s) o al suplicante (11s), se mantiene lejano (12) y silencioso (2). El salmista gusta ya el polvo de la muerte (16). Los presentes lo dan por muerto al repartirse las pertenencias del moribundo (19). La segunda parte del salmo tiene otra musicalidad muy distinta. La intervención divina da paso al reconocimiento y a la alabanza, a la postración de todos ante el Rey, Dios y Señor (23-32). El paso de la muerte a la vida nos permite decir que este salmo es «cristiano»; es citado abundantemente en el Nuevo Testamento (cfr. versículo 2 en Mt 27,46; versículo 8 en Mt 27,39; versículo 9 en Mt 27,43; versículo 16ab en Mt 27,34.48; versículo 17c en Mt 27,35; versículo 19 en Mt 27,35; versículo 25c en Mt 27,50). Con este salmo podemos gritar nuestro miedo a la muerte, sabiendo –ahora sí– que «Así actuó el Señor» (32). Tras nuestra confesión, y llenos de luz, entonaremos la alabanza luminosa del «Aleluya» eterno.
23 (22)–El Señor es mi pastor
Los símbolos elementales, las imágenes del pastor (1-4) y del anfitrión (5s), pueden haberse inspirado en la vida de un pueblo nómada o, acaso mejor, en la experiencia histórica de Israel liberado de Egipto y/o que retorna de Babilonia. En ambos casos Dios actuó como pastor, conocedor de su oficio. Abre camino al frente del rebaño. Cuando la arena borra las rutas del desierto, y sobre el rebaño planean males mortales, el pastor se pone al lado de cada oveja: «Tú vas conmigo» (4b). El cambio a la segunda persona facilita el tránsito a la imagen del anfitrión, en gran medida paralela a la anterior: pasto y mesa, lúgubres cañadas y enemigos, nada me falta y la copa que rebosa, vara/callado y Bondad/Lealtad –dos personificaciones divinas–, defensa y escolta, reposo y habitación. Dios es pastor y hospedero. Las dos imágenes están unidas en la tradición del éxodo (Sal 78,19s) y del retorno de Babilonia (Sal 77,21; Is 40,11). Alternado el camino con el reposo, se llega, al fin, a la tierra o a la casa del Señor, en la que el peregrino vivirá para siempre. El símbolo del pastor está muy presente en el Nuevo Testamento (cfr. Jn 10,1-18; 1 Pe 2,25; 5,2-4). Estaremos de camino hasta que lleguemos a la Tierra. Este salmo, mientras vamos de camino, nos infundirá luz y consuelo.
24 (23)–Himno de entrada en el Templo
Suele decirse que este salmo, como el Sal 15, es una liturgia de entrada en el Templo. Un grupo pregunta por las condiciones que ha de reunir quien pretende entrar en la casa de Dios (3). Alguien autorizado le responde (4). Nunca sabremos con qué motivo sucedía esto. Lo que es cierto es que dos planos se yuxtaponen y entrecruzan. El breve himno al Creador, que da solidez y consistencia a la creación (1b-2) cede el paso al Templo (3): de la escena universal se salta a la concentración muy particular del Templo. A este lugar santo acuden simultáneamente los fieles y el Señor (3-6). Existen correspondencias y también divergencias entre ambas escenas. La gran correspondencia es ésta: tierra/habitantes y Templo/visitantes. Las divergencias son manifiestas en las preguntas que valen para los visitantes y en los imperativos que sólo son válidos para el Señor. Los visitantes han de cumplir determinadas condiciones; el Señor, ninguna. Los fieles son identificados con los que buscan a Dios (6). Para el Señor, el Rey de la Gloria, es suficiente con su Nombre propio y con su título. 1 Cor 10,26 cita el versículo 1 para justificar la libertad cristiana. El «héroe valeroso» del versículo 8 remite a Lc 11,21. El corazón puro (4) es motivo de bienaventuranza en Mt 5,8. El espíritu religioso necesita experimentar la total alteridad divina. Así se situará adecuadamente ante el Dios creador, santo y excelso.
25 (24)–En ti, Señor, confío, no quede defraudado
Salmo alfabético de súplica y confianza con tonalidades sapienciales. El artificio del acróstico hace difícil la delimitación precisa de las estrofas. Salmos como éste fueron compuestos para que el maestro pudiera enseñar a sus alumnos. Así intuimos cómo rezaba un israelita al que no se le ocurría nada nuevo. Es fácil detectar los motivos sapienciales: el camino (4.5.8.9.12) y la enseñanza (4.5. 8. 9.12.14). El maestro humano deja el puesto al divino, que indica el camino (4.8.12) o bien lo enseña (4b.9b), encamina rectamente (9) ... Al ámbito sapiencial pertenece también la alianza con sus componentes (10.14), que, por parte de Dios es, entre otros, la lealtad (6.7.10), y por parte del hombre el respeto, la reverencia y la esperanza (2.3.5.12.14.21). En el versículo 14 confluyen Dios y el hombre: Aquel se confía a sus fieles a la vez que les enseña lealmente las estipulaciones de la Alianza. Como complemento de este mosaico el pecado (7ab.8. 11.18) y el perdón (7.11.18). Así no se interrumpe la historia de la Alianza. El Espíritu es el maestro de la nueva sabiduría (cfr. Jn 16,13). La posesión de la tierra (13) está reservada para los mansos (Mt 5,4). Este salmo, acaso escrito para la escuela, nos vale para la vida: para vivir en el día a día el amor con el que Dios nos ama.
26 (25)–Plegaria del inocente perseguido
En el Templo, donde reside la Gloria divina, se narran las maravillas del Señor y se entona la alabanza divina (6-8). A él acude el salmista para someterse al juicio de Dios. La primera palabra del salmo es «júzgame» (1). Quien comparece ante el Juez protesta su inocencia (1.3.11.12), como lo demuestra su conducta. Si existe alguna maldad en lo más íntimo del orante, que el fuego divino, que es purificador, «escrute» y «aquilate» (2). El salmista, desde luego, nada tiene que ver con los malhechores ni con los hipócritas, que acaso son idólatras (4s). En consecuencia, no ha de morir como uno de ellos (9), llenos como están de infamias y de sobornos (10). Aunque el orante se considera inocente, confía en el Señor (1b), cuenta con el amor y la fidelidad divina (3), pide compasión y liberación (11b). Pablo tiene una experiencia semejante a la descrita por el salmo: Aunque se tenga buena conciencia, no por eso está justificado (1 Cor 4,4). Este salmo no es para quien se gloría de sus propias obras, sino para aquellos otros que se someten a la mirada escrutadora y purificadora de Dios; para quien se fía de Dios.
27 (26)–El Señor es mi luz y salvación, ¿a quién temeré?
Una confianza a ultranza (1-6) y un miedo inexplicable (7-13) se entrelazan en un poema tan bello y singular como es este salmo. Las dificultades bélicas (2b-3), familiares (10) y sociales –testigos falsos– (12) pueden ser extremas, la confianza prevalece, porque el Señor es «mi luz», «mi salvación», mi «baluarte» (1). De la confianza (3) fluyen actos como los siguientes: «levantar la cabeza» (6), fiarse (13), no temer ni temblar (1), ser valiente y animoso (14). De repente irrumpe el miedo, que da paso a una súplica urgente (7-13), con cinco peticiones positivas y otras cinco negativas. Subraya la búsqueda del rostro divino; si es una invitación divina (cfr. Os 5,15), el orante responde que ya lo está buscando (8a), a la vez que suplica: «No me ocultes tu rostro» (9a); si es una voz que el orante escucha en el fondo de su ser, el salmista se pone en marcha, en búsqueda del rostro divino: que Dios no se lo oculte. La voz anónima del último verso propone y ratifica: en vez del miedo, la valentía; en lugar del desánimo, la esperanza. Esto vale también para el cristiano: ante el peligro suena una palabra de ánimo, por ejemplo en Jn 16,33; Mt 14,26. He aquí una bella oración para cultivar la confianza absoluta del creyente en Dios.
28 (27)–Prerrogativas del justo
¿De qué le servirá al salmista que Dios sea Roca (1a), que tenga ante sí «la obra de las manos divina» (5), si Dios no escucha y enmudece? ¡De nada! Será como quienes bajan al sepulcro (1b). La voz y las manos se elevan hacia lo alto, llamando la atención (2). El corazón del orante no conoce la doblez (3); no puede ser tratado como uno de los malhechores, tergiversadores de la «obra de las manos» de Dios (5). Que éstos reciban la paga de su conducta (5b). A partir de esta petición el poema es más sosegado. Los verbos ya no están en imperativo, sino en tercera persona (6-8). La súplica desemboca en la confianza, en quien, por ser «Roca» (1), es invocado como fuerza y escudo (6), o bien como baluarte y refugio de su Ungido (8). La experiencia del individuo vale para todo el pueblo (9). Esta plegaria del pasado es nueva en los labios cristianos, según lo que leemos en Ef 6,10. Quien se queje del silencio de Dios y continúe creyendo puede orar con este salmo.
29 (28)–Hijos de Dios, aclamen la gloria y el poder del Señor
El poeta tal vez adopta y adapta un antiguo poema cananeo. Celebra al Dios supremo, a quien los «hijos de Dios» le deben la gloria y el poder (1s). La presencia de este Dios lo llena todo: dieciocho veces suena el nombre divino en un poema tan breve. La voz de Dios –el trueno– y su esplendor –el relámpago– resuena y resplandece de arriba abajo, de norte a sur y de este a oeste. La voz divina, potente y majestuosa (4) doblega la majestuosidad de los cedros del Líbano y convierte a los altos montes –Líbano y Hermón– en juguetonas crías de ganado (5s). También el desierto del sur se contorsiona ante el poderío de la voz divina (7-9). La mirada creyente intuye la presencia del Señor en esta pavorosa tormenta, y se postra adorante en el Templo (2b) para celebrar la gloria del Dios (9a), cuyo trono es estable (10), y recurre al poder para bien de su pueblo (11). Mateo describe la muerte de Jesús en términos de teofanía: la tierra tiembla, Jesús da un fuerte grito, y quienes están al pie de la cruz confiesan (cfr. Mt 27,50-54). El auténtico creyente se estremece ante el misterio de Dios y se deja seducir por Él.
30 (29)–Señor, te pedí auxilio y me sanaste
La primera acción divina es sumamente plástica. «Me has librado», leemos en la traducción. Con mayor fidelidad al texto Hebreo deberíamos decir: «has tirado de mí». En el preciso momento en el que los sepultureros, ayudados por las cuerdas, están dejando caer el ataúd en el sepulcro, interviene Dios liberando al difunto, ¡vivo...! La experiencia de la muerte y de la vida, articulada en la polaridad bajada/subida o silencio/cántico, genera un significativo número de expresiones polares: abismo/vida; fosa/vida; cólera/favor; instante/vida; atardecer/ amanecer; desatar/ceñir; llanto/júbilo; desconcierto/firmeza; ocultar el rostro/ favor; luto/danza; sayal/fiesta; callar/cantar. Porque el Señor «ha tirado» del enfermo y lo ha recobrado vivo, se impone la convicción que está en el centro del salmo: sólo el Señor es estable, quien se apoya en él no vacilará (7-9), y desemboca en una incesante acción de gracias (13). Jesús también oró ante su muerte (Mt 26,39), y nos compró al precio de su sangre (cfr. 1 Pe 1,19). Pueden orar con este salmo cuantos se saben acechados por la enfermedad y amenazados por la muerte.
31 (30)–A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado
La confianza presente tiene un sólido fundamento: Dios como roca, refugio y fortaleza (2-5). Si otros traman quitarle la vida –han escondido una red (5)–, el orante pone su vida a buen recaudo: la deposita en manos del guardián que es Dios. Ello significa que se fía de Dios y que confía en Él con absoluta confianza (6). Dios no puede tratarlo como a uno de tantos idólatras (7), sino que, lejos de la angustia presente, abrirá espaciosos caminos a los pies del orante (9). Afianzada la confianza, el poeta da rienda suelta a la descripción de su dolor (10-19): tres versos dedicados a las dolencias físicas (10s); cinco a las relaciones con los demás (12-14), y, de nuevo, el retorno a la confianza, con esta heroica confesión: «Tú eres mi Dios» (15). Como los males del salmista han sido causados por otros, pide para sí mismo la protección y para los enemigos el castigo (17-19). La tercera parte del salmo es un cántico gozoso. El poeta celebra ante todo la gran bondad divina (20s). La «bondad» de Dios, mostrada en una acción del pasado –un «prodigio de lealtad» (22)–, ha enseñado al salmista a confiar plenamente en Dios: ¡qué equivocado estaba cuando pensaba que Dios le había echado de su presencia! (23). Dios, más bien, escuchaba y atendía (23b). Que otros aprendan ahora a amar al Señor, a confiar absolutamente en Él (24s). El Cristo agonizante de Lc 23,46 acude a este salmo (6a). Lo mismo hará el primer mártir, Esteban (Hch 7,59). Este salmo tiene tantos matices y tan diversas perspectivas, que quien ore con él puede quedarse donde más a gusto se encuentre. Al finalizar el recorrido del salmo, prevalece el amor.
32 (31)–Dichoso el que está absuelto de su culpa
El salmo 1 declaraba dichoso a quien no tenía nada que ver con el pecado. Este salmo es el de un pecador como nosotros, que conoce el sufrimiento percibido como castigo (4), que reacciona con el silencio o con la queja (3), que decide no encubrir el delito, sino confesarlo ante Dios (5a), que vive la dicha de ser perdonado (1s), que, desde su experiencia, enseña a los demás a que no pequen, o que, tal vez, él mismo es amonestado para que no peque en el futuro (8s) ... Un hombre de esa índole vive la dicha indecible del perdón divino. Ahora, tras el perdón, es un ser íntegro, sin engaño alguno en su conciencia (2). ¡Qué lejos está de aquel silencio que no serenaba y de aquel rugido con el que no se desahogaba! El pecador no ha encubierto la culpa, sino que la ha confesado (5), y Dios ha respondido enterrándola (1b) y perdonando al pecador (1a). Quien se obstine en el silencio sufrirá muchas penas (10a); quien confiese su pecado será envuelto en el amor divino (10b) y podrá celebrar fiesta con otros (11). Los versículos 1s son citados por Rom 4,7s. Este salmo es para quien diga de verdad: «Yo, pecador, me confieso ante Dios...».
33 (32)–Bondad y providencia divinas
La naturaleza (6-9) y también la historia (10-15) son obra de la palabra divina y del proyecto de Dios. La palabra, que es un aliento modulado (9), es sumamente eficaz. Situada entre el ser y el no-ser, todo surge ante el poder de la palabra de Dios (9). Así sucede en el ámbito de la creación: cielo, tierra y mares (6s). En el escenario de la historia existe una pugna entre el «proyecto» de Dios y el plan de los pueblos (10s). La palabra creadora es instantánea; el proyecto necesita un arco temporal de generaciones para cumplirse (11); pero no fracasará, porque el interior humano, que piensa y decide, ha sido objeto de una obra artesana de Dios (15). Lo decisivo, por tanto, no es la fuerza (16s), sino la mirada pendiente de la misericordia de Dios (18s), que llena la tierra (5). El pueblo que así confía es la heredad de Dios (17). Si mira hacia atrás es para cantar «un cántico nuevo» (1-3); si mira hacia el futuro es para afianzar la esperanza, porque la misericordia de Dios le acompaña (20-22). Quizá en el prólogo joánico estén latentes los versículos 6 y 9 de este salmo. La visión creyente del cosmos y de la historia es necesariamente optimista; genera gozo y confianza.
34 (33)–Acción de gracias por la liberación conseguida
La constante bendición y la incesante acción de gracias forman el pórtico de este salmo alfabético (2s). Dios merece ser alabado porque «este pobre clamó y el Señor le escuchó». Cuando otros pasen por la misma experiencia comprobarán el resplandor del rostro divino y advertirán que Dios en persona está junto a ellos (4-8). El respeto reverencial, el sobrecogimiento religioso, tiene sus ventajas. Entre otras, gozar de la abundancia divina reservada a los pobres y gustar la bondad de Dios (9-11). Un nuevo invitatorio (12) introduce un diálogo sapiencial (13-15) y una exhortación (16-22): Dios, que acampa entre nosotros, tiene su predilección por los atribulados: cuida de ellos, de todos sus huesos. La maldad, en cambio, o la desgracia acaba con los malvados. El versículo 9 del salmo es citado por 1 Pe 2,2s en un contexto bautismal. Los versículos 13-17 son citados en 1 Pe 3,8-12. La enseñanza fluye de la experiencia. Se convierte en «sabiduría», cuando se experimenta el cuidado de Dios hacia los suyos.
35 (34)–Pleitea, Señor, con los que me ponen pleito
Súplica individual estructurada en tres movimientos: 1. La imprecación y la promesa de alabanza (1-10) se desarrollan en cuatro tiempos: A. Invocación (1-3). B. Imprecación (4-6). C. Descripción de la situación (7s). D. Alabanza (9s). 2. En la súplica y en la promesa de acción de gracias (11-18) se describe por segunda vez la situación (11s.15s), se confiesa la propia inocencia (13s), se interpela a Dios como liberador (17) y se le da gracias nuevamente (18). 3. Una nueva serie de súplicas y una nueva promesa de acción de gracias (19-28) se desarrollan del modo siguiente: descripción de la situación por tercera vez (19-21), interpelación a Dios juez (22-24), una nueva imprecación (25s) y una acción de gracias final (27s). Tres simbolismos se suceden y superponen a lo largo del salmo: la caza del hombre, considerado pieza de caza mayor; el campo de batalla, con el paladín al frente de sus huestes; el juicio, presidido por el Señor, auténtico litigante. Son imágenes convencionales. El salmista, perseguido e injustamente acusado, pide a Dios que se haga cargo de su causa y que se levante como guerrero invencible y que le diga: «Yo soy tu victoria» (3). «Me han odiado sin motivo», dice el Jesús joánico (cfr. 15,25). He aquí un salmo para quien busque a Dios desde el dolor o desde la injusticia sufrida. Acaso quien ore con este salmo, y en esas circunstancias, vea que Dios no está lejos.
36 (35)–Justicia y providencia divinas
Salmo mixto, compuesto por una reflexión sapiencial sobre el mal o los malvados (2-5), un himno al amor de Dios (6-10) y una súplica escuchada (11-13). El pecado se ha hecho carne, y habita entre nosotros. El malvado, por ello, resuma maldad por todos los poros de su ser (2-5). ¡Qué distinto es Dios! Todo Él es misericordia, fidelidad, justicia, lealtad. «¡Que inapreciable es tu misericordia, oh Dios!» (8). Acogido a la sombra de las alas divinas, el ser humano podrá hacer frente el mal, que acecha a quienes reconocen a Dios. Así los malvados no se saldrán con la suya, sino que serán derribados, y no podrán alzarse en lo sucesivo (12s). Pablo cita una frase del versículo 2 en Rom 3,18. Quien necesite ayuda para enfrentarse con el misterio del Pecado hará bien en orar con este salmo. El Amor vencerá al odio.
37 (36)–Certeza de felicidad para los justos
Salmo alfabético sapiencial. A pesar del artificio del acróstico, es posible distinguir secciones: 1. Imperativos iniciales (1-9). Indicativos de la retribución divina (10-33). 2. Imperativos del final (34-40). Los honrados y los malvados –que son los justos y los injustos, los benditos y los malditos–, forman la trama del salmo. Los honrados tienen una apariencia insignificante, son humildes (11), despreciados y perseguidos (12.14), son pobres (16), etc., pero son los benditos (22), y «poseerán la tierra» (9.11.22.29.34), en la que habitarán siempre (27.29), sin tener que mendigar (25), porque se saciarán de los bienes de la tierra (3.11), etc. Los malvados gozan de buena posición (7.35) y están bien armados (14). No emplean sus recursos para hacer el bien, sino para asesinar (14). Son malditos (22b). Serán exterminados o excluidos de la tierra (9a.22b.28b.34b.38), se desvanecerán como el humo (20). El honrado no responde con violencia a la violencia, sino con una conducta buena (3.27), incluso generosa (21b.26) y, sobre todo, puesta su confianza en el Señor (3.5.7). Dios no permanece inactivo, sino que custodia y cuida a los honrados (5.18.23. 39). Este salmo ha entrado en el Evangelio por la puerta grande de las Bienaventuranzas (Mt 5,4). Es adecuado para todo aquel que vive fuera y lejos de la tierra, a la vez que se convierte en clamor y en denuncia contra los que despojan a otros de ella.
38 (37)–Señor, no me reprendas con ira
La antífona inicial (2) anticipa los motivos dominantes en el salmo: pecado, ira de Dios y castigo. El dolor físico, en efecto, tiene una doble causa: «tu enojo» (4b) y «mi pecado» (4d). Será necesario que Dios aplaque su ira (3) y que el pecador confiese su culpa, como hace (5.19) para que su estado físico y anímico deje de ser deplorable (5-11). Mientras no se cumplan ambas condiciones, rugirá y bramará (9), hasta que su Señor se dé por aludido (10). El enfermo, de momento, es abandonado y vilipendiado por propios y extraños. Es como un sordomudo, incapaz de defenderse y de salir a flote del mal que le aqueja. No tiene apoyo alguno (12-15). A punto de caer, expuesto a que otros se rían a su costa, rodeado de enemigos mortales y poderosos, el poeta-orante pone toda su confianza en Dios, que responderá (16); cuándo y cómo, no lo sabemos. En Dios está la salvación. Este salmo se ha convertido en plegaria de todos los pecadores, según lo que leemos en 1 Jn 1,8s. No pocos enfermos y pecadores han encontrado a Dios en el pecado o en las dolencias de la enfermedad.
39 (38)–Señor, que comprenda lo caduco que soy
Una vez más la relación entre pecado y enfermedad es estrecha. Si se habla, tal vez se yerra (Eclo 19,16) en presencia de un malintencionado (Prov 6,2); si impone silencio, se siente un fuego interior, como Jeremías (Jr 20,9), que se desahoga en susurro; pero el susurro se convierte en soplo que aviva la brasa (4). ¡Mejor hablar! (4); así el ser humano puede adquirir conciencia refleja de su fragilidad y de su caducidad (5-7). El hombre es «imagen», ya no de Dios (Gn 1,26), sino de la realidad. Sombra, soplo, palmos de vida, afán, caducidad, pequeñez; el ser humano es nada ante Dios y desconoce a sus descendientes (7). Todo esto lo sabe el poeta, pero necesita que Dios se lo muestre patentemente: «Indícame» (5). Pudiera parecer que la esperanza, que es Dios, sea el remedio de los males que acechan al ser mortal (8). Pero Dios ha actuado (10b) de un modo sorprendente y brutal: con golpes y porrazos (11s); también de un modo camuflado: lo construido es corroído por la polilla (12), de modo que llegamos al punto inicial: «Tan sólo un soplo es el hombre» (7.12b). El oído acostumbrado a la paranomasia Hebrea escucha: «todo Adán es Abel». Dios «se fijó» en Abel y murió prematura y violentamente. Si ahora se fija en el hombre –Adán–, también morirá como Abel. Que Dios deje en paz a un ser tan insignificante, es lo que pide Job (Job 7,19), y podrá sonreír antes de morir (14). El salmo se mueve entre la esperanza y la rebeldía. Jesús es más grande que Abel (cfr. Heb 12,24), tras su paso de este mundo al Padre (Jn 14,28; 16,5.16.28), podemos decir con verdad: «Mi esperanza está en ti» (8b). Orar con este salmo es un desafío y una osadía, no menores al desafío y osadía del libro de Job.
40 (39)–El Señor se inclinó a mí y escuchó mi grito
La súplica escuchada, como respuesta a la espera impaciente (2-4, o 2-6), se convierte en apoyo ante una nueva tribulación y la espera de una nueva liberación (12-18). Acaso los versículos 5s sean el texto del «cántico nuevo» (4): por mucho empeño que ponga el poeta para contar o narrar las maravillas de Dios, siempre habrá un «algo más» o «alguien más» que excede la narración –«eres incomparable» (6)–. La segunda parte del poema (7-11) está encajada entre las dos mencionadas, y se relaciona con ellas. He aquí una serie de correspondencias entre la primera y la segunda parte: tus proezas me desbordan – quiero contarlas y no puedo; no puedo contentarme con los sacrificios preceptuados – porque me has asignado otra tarea. Entre la segunda y la tercera parte constatamos algunas repeticiones: tu fidelidad y tu salvación (11b)/ tu amor y fidelidad (12); amor a tu voluntad (9a)/ Dígnate [ten voluntad de] librarme (14a); – no he cerrado mis labios (10b) / no reprimas tu ternura (12a). El centro del salmo es el cumplimiento de la voluntad divina. No es la mera ley; es la instrucción de Dios, grabada en lo profundo del ser. Es una instrucción «evangelizadora» de anunciar, decir, proclamar, etc., pero no algo aprendido en los libros, sino vivido en la existencia. Heb 10,5-10 cita y comenta los versículos 7-9. El Señor vino a cumplir la voluntad de quien lo envió (Jn 6,38). Quien ha experimentado el amor o la ternura divina se sentirá impulsado a anunciarlo, como grato mensaje, aunque sea a costa de la vida.
41 (40)–Dichoso el que cuida del desvalido
Quien cuida del desvalido tendrá un buen cuidador, cuando le visite la enfermedad (4). Antes de llegar a ese trance el Señor lo librará, lo guardará, lo conservará, no lo entregará, lo sostendrá. Ya ahora es dichoso y continuará siendo dichoso (2-4). La enfermedad y los pecados –siempre unidos–, el desprecio y los malos deseos, la calumnias de los enemigos y también de los amigos indican que ha llegado el momento de que Dios actúe como cuidador (5-10). «Ten piedad», insiste; es decir: devuélveme la salud, pues yo te he confesado mi pecado. Será una prueba concreta del amor que Dios le tiene. «Me conservarás», dijo al principio de la plegaria, ahora completa: «Me mantendrás siempre en tu presencia» (13). Con la doxología del versículo 14 finaliza el primer libro del salterio. Jn 13,18 pone en labios de Jesús el versículo 10 del salmo. La bienaventuranza de los misericordiosos (Mt 5,7) repite casi a la letra la bienaventuranza del salmo. Podemos orar con este salmo para estimular nuestra solicitud por los demás, para caminar hacia quien es nuestra esperanza, para desahogar nuestros dolores.
42 (41)–Como ansía la cierva corrientes de agua, así te ansío, Señor
Lejos del Templo, de la luminosa presencia de Dios, el salmista vive la sequedad mortal de la ausencia. Su grito lanzado al viento expresa la sed y el anhelo vehemente de volver a ver el rostro divino. De momento ha de alimentarse con el manjar salobre de las lágrimas y acariciar los gozosos recuerdos del pasado, cuando otros hurgan en la herida de la ausencia: «¿Dónde está tu Dios?». El estribillo es un desahogo para el dolor que proporciona la nostalgia (2-6). Las lágrimas son insuficientes para llorar un dolor tan intenso, cuando a la ausencia se añade la impresión de tener a un Dios adverso, convertido en torrentera arrolladora. ¡Qué lejana está la pequeña colina de Sión! El alma abatida y los huesos quebrantados inspiran la actual canción del dolor: «¿Por qué me has olvidado?». A esta voz íntima se suman las palabras, que, procedentes del exterior, agravan en la herida: «¿Dónde está tu Dios?». No existe respuesta alguna. Con el estribillo se da cauce al dolor presente (7-12). La mirada hacia el futuro se describe en la tercera estrofa del salmo, que ya es el salmo siguiente.
43 (42)–Hazme justicia, Señor, defiende mi causa
El dolor de la ausencia tal vez tenga remedio si se pone en manos de Dios y éste responda. Que responda conforme a su «justicia», ya que ningún otro ser es capaz de decirme lo que quiero. El reproche y la queja dan paso a la petición: «Envía tu luz y tu verdad». Escoltado por estas dos personalizaciones divinas aún es posible divisar el monte, llegar a la morada, acercarse al altar, dar gracias a Dios, contemplarlo. El estribillo ahora tiene tonalidades de esperanza. La invitación a beber (43,2) la escuchamos en Jn 4,14, y la llamada a la alegría suena en Flp 4,4. Ello nada quita a la tristeza de la despedida, como se aprecia en Jn 14–16. Este salmo, junto con el anterior, con el que forma una unidad, es muy apropiado para vivir la ausencia sentida de Dios y desear ardientemente su presencia.
44 (43)–Lamento por la nación y súplica
El pasado ha sido glorioso (2-9). El presente es calamitoso (10-23). El futuro puede ser espléndido (24-27). Diez versos recuerdan los beneficios del pasado: cinco de ellos refieren experiencias remotas (2-4) y otros cinco mencionan experiencias próximas (5-9). La posesión de la tierra es obra de Dios, «porque tú los amabas» (4b). También las derrotas actuales son acción de Dios (10-17). Dios actúa, pero no ayudándonos, sino rechazándonos y entregándonos en manos del enemigo, que nos ha convertido en manjar para sus mesas. Y Dios no se ha beneficiado en nada con nuestra entrega. Somos nosotros quienes pagamos el precio: escarnio, refrán, hazmerreír, vergüenza, burlas, afrenta... ¿Por qué este cambio? Cuanto ahora sufrimos es «por tu causa», no por nuestra culpa (18-23). Por el hecho de creer en Él somos conducidos al matadero. El dolor teológico o espiritual es más insoportable que el físico o político. Sin embargo, la fe, siempre grandiosa, no duda: Dios puede despertarse y espabilarse, levantarse y ayudar, alzar de la humillación y mostrar su rostro, en vez de ocultarlo. Si así lo hizo con los antepasados, ¿por qué no ha de hacerlo también ahora? Es lo que impone la lógica del amor: «¡Rescátanos por tu misericordia!» (27b). El versículo 23 ha impresionado a Pablo (cfr. Rom 8,36). Podemos orar con este salmo, escuchando en él todo el dolor de la Iglesia, todo el dolor de nuestros hermanos que son tratados como oveja de matadero. Pero existe un Redentor que nos rescatará.
45 (44)–Himno real
El poeta nos informa sobre el proceso de su composición: en su interior bulle un tema, que se traduce en palabra y se fija por escrito (2). Añade la dedicatoria: al rey bello y elocuente, porque Dios le ha bendecido (3). La espada, el cetro y el trono son simbolismos regios: guerra, gobierno y dinastía, respectivamente. Como guerrero es invencible (5a.6), como gobernante es ideal: piadoso y justo (5b), ama la justicia y aborrece la iniquidad (8a); como dinasta es sucesor, tal como acredita la presencia de la reina madre (10; cfr. 1 R 1,16.28). Esto es es porque es el ungido por Dios (8); le ha entronizado el Dios eterno e inmortal (7). El joven monarca está a punto de casarse. Se ha enamorado de una bella princesa (12). El ambiente es festivo: salas lujosas y música, aromas y vestidos suntuosos (9), séquito de doncellas y regalos de magnates (13.15s) ... Destaca, claro está, la princesa «toda esplendorosa» (14), que, en lenta procesión, entra en el palacio real (16). La joven princesa ha de olvidar su procedencia y, aceptando al rey (12b), se convertirá en madre de numerosa prole, que, a su vez, un día se convertirán en reyes (17). Es lo que la augura el poeta, que, además, inmortaliza el nombre de la pareja regia con su poema (18). Heb 1,8s cita los versículos 7s del salmo. La belleza, sea de la índole que sea, no cansa nunca; incita a ser contemplada más y más. La belleza salvará al mundo.
46 (45)–Dios, refugio y fortaleza
Himno a Dios que habita en Sión. La tierra, aunque asentada sobre sólidas y firmes bases, puede temblar desde los cimientos y desplomarse. También el mar cercado y encerrado puede desbordarse. La creación entera retorna al caos primordial. Basta la presencia de Dios con nosotros para que la existencia esté a salvo en el refugio y fortaleza que es Dios (2-4). Suponemos la existencia del estribillo (4b). El poeta pasa del posible caos primordial a la paz de Sión. Es la sacrosanta morada del Altísimo (5), quien da consistencia a la pequeña colina de Sión frente a todos los poderes hostiles. Las aguas pierden su bravura destructora y se convierten en ornato de la ciudad. Dios está con nosotros (5-7). Braman, en cambio, los ejércitos enemigos y tal vez atacantes. Pero el fragor de sus voces es dominado por el Señor que obra prodigios, con los que causa asombro en la tierra. El asombro ha de conducir al reconocimiento de Dios: es el único excelso. La victoria confirma que Dios está con nosotros (8-11). Jesús lleva el nombre de «Emmanuel» (Mt 1,23). Nuestra certeza no reposa en el Templo de Dios, sino en el Dios del Templo. Para cultivar esa certeza, que no es falsa seguridad, es bueno orar con este salmo.
47 (46)–Dios, rey de todas las naciones
Himno a la realeza divina en forma de díptico. La perspectiva de la primera parte es universal (2-6): Todos los pueblos son invitados a aplaudir y a lanzar sus gritos de júbilo, aunque el horizonte se restrinja al finalizar la estrofa. El emperador universal, el gran rey, ha elegido a un pueblo como heredad suya. Entre aclamaciones y sonidos de trompera, el rey se encamina hacia el trono para tomar posesión de su reino. En la segunda parte (7-10) se ensancha nuevamente el horizonte. Dios es «rey de la tierra, reina sobre las naciones». Todos los pueblos han de unirse al pueblo «del Dios de Abrahán» para festejar a Dios, que se sienta en su trono sagrado. «¡Él es inmensamente excelso!» Finaliza el salmo con esta aclamación llena de admiración. El Cristo glorioso es el Rey de reyes (1 Tim 6,16; Ap 4,9; 19,6). La liturgia aplica el salmo a la ascensión del Señor (cfr. Ef 4,9s). Mientras expresemos el deseo del Padrenuestro: «Venga a nosotros tu reino», será tiempo de orar con este salmo.
48 (47)–La ciudad del gran rey
Nuevo díptico en el que se canta a Sión victoriosa (2b-8) y litúrgica (10-14). La canción se abre y se cierra con una antífona (2a.15). Entre las dos estrofas, una nueva antífona (9). La grandeza del Señor (2a) queda impresa en la ciudad por Él fundada (9), desde donde Dios guía y guiará a su pueblo para siempre (10). La primera tabla del díptico nos informa sobre lo que pasa en el interior de la ciudad (2b-4) y en el exterior de esta (5-8). Sión no es la morada de los dioses, sino la ciudad del Gran Rey, a cuyos pies se desvanecen los poderes enemigos. El poeta lo describe con imágenes vigorosas: Dolores de parto, naves desarboladas y hundidas por el huracán... En la segunda tabla (9-14) se medita y celebra el amor de Dios en el interior del Templo (10-12). La contemplación detallada de la magnificencia de la ciudad ha de ser la base de la tradición posterior: Que la generación venidera sepa que la ciudad es así por obra y gracia de Dios. La nueva Jerusalén es espléndida y bellísima (cfr. Ef 5,27); tiene la victoria asegurada (cfr. Mt 16,18). ¿Cuáles son los lugares de la presencia de Dios? ¿Los suburbios de la ciudad?, ¿los campos de los refugiados?, ¿los cuerpos enfermos o mutilados...? Es necesario decir a la siguiente generación dónde está nuestro Dios.
49 (48)–La inconsistencia humana
Salmo sapiencial. Un nuevo díptico, precedido de un preludio (2-5). Cada tabla, que se cierra con una antífona (13.21), se estructura en dos estrofas: A. La ilusión de las riquezas (6-9). B. La voracidad del abismo (10-12). B’. La voracidad del abismo (14-20). A’. La ilusión de las riquezas (17-20). El autor es consciente de que propone un «proverbio», que es éste: el ser humano «apenas pasa una noche en la riqueza, se parece a las bestias que enmudecen» (13.21). Su enseñanza es también «enigma» (5), que es este otro: ¿Quién podrá pagar lo que vale la vida, de modo que sea rescatada? El tema del rescate es reiterativo (8.9.16). Nacemos desnudos, y morimos sin nada. Las riquezas no pueden ser el rescate de la vida. Existen dos confianzas opuestas: la confianza en las riquezas y la confianza en Dios (6-9). Quien confía en Dios no tiene de qué temer (6.17). Sólo Dios puede pagar el rescate (16). Las riquezas son pura ilusión. Los parabienes que el rico recibía mientras vivía no le evitarán reunirse con sus antepasados (17-20). Para el rescate de la muerte (cfr. Rom 8,21-23) Jesús mismo se da en rescate (Heb 9,12). Este salmo es apropiado para orientar nuestra vida: que no sea pastoreada por la Muerte, sino por el buen Pastor.
50 (49)–El verdadero culto
Primera parte de un pleito judicial entre Dios y el pueblo. Se abre el salmo con una teofanía, desde la que Dios convoca a la tierra de oriente a occidente (1-3) y se muestra dispuesto a juzgar (4-6). El pleito se desarrolla en dos momentos. El primero se centra en la inutilidad de los sacrificios (7-15), y el segundo en la moral violada (16-23). Dios es el juez. El juicio se celebra en la capital del reino: en Sión (2). Los testigos son cielo y tierra (4). Aparece el juez con toda su magnificencia y poder (3). El acusado es el pueblo de Dios (7). El juez no le reprocha su praxis cultual; pero es otro el sacrificio que Dios quiere: un «sacrificio de alabanza» (14.23); es decir que el acusado cumpla lo estipulado en la alianza. Pero he aquí que el pueblo de Dios es ladrón, adúltero, murmurador... No observa los mandamientos que atañen a la relación con el prójimo, mientras no tiene empacho en recitar los mandamientos divinos, que no tiene ante sí, sino a la espalda (16s). Si el acusado no se convierte, sufrirá un severo castigo (22). El pueblo, para gozar de la salvación de Dios, ha de enmendarse. La respuesta a esta requisitoria la dará el salmo siguiente. Quien ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso (1 Jn 4,20), es un ateo. Mientras oramos con este salmo, escuchemos la pregunta siguiente: «Esto haces, ¿y voy a callarme? ¿Crees que soy como tú?» (21). Que suenen estas preguntas, y honremos a Dios con un sacrificio de alabanza, que pasa por la buena relación con el prójimo.
51 (50)–Misericordia, oh Dios, por tu bondad
El acusado en el salmo anterior responde en este salmo, que se mueve entre la oscura región del pecado (3-11) y la luminosa tierra de la gracia (12-14). Los versículos 20s son adición posterior. La presencia del pecado es envolvente en la primera parte: hasta doce veces se deja constancia de su presencia, recurriendo a distintos nombres. El acusado puede decir con toda verdad: «tengo siempre presente mi pecado» (5b). Aunque los pecados denunciados en el salmo anterior se refieran a la relación con el prójimo, también es verdad este otro: «contra ti, contra ti solo pequé» (6): el pecador ha quebrantado la alianza. El acusado se sabe radicalmente pecador, o, mejor, «culpable» desde su nacimiento (7). Su pecado es mancha, que pide ser lavada (4.9) o deuda que ha de ser condonada (11). Si Dios justo actúa conforme a su justicia salvadora, si se inclina hacia el pecador mostrando piedad (3), el pecador adquirirá una blancura más intensa que la nieve, y con la purificación vendrá la alegría (10). Se anticipa en este versículo el tema de la segunda parte: la luminosidad de la gracia. El Creador recrea mediante la acción del espíritu o aliento, como sucedió en la creación de Génesis. Tres veces es pedido el espíritu (12-14): un espíritu firme y dispuesto, que se convierte en dinamismo de la acción humana. El salmista ofrece como don «un espíritu quebrantado». Es el sacrificio grato a Dios. Recreado y limpio, la lengua del pecador perdonado se desata en alabanzas (17-19). Los versículos añadidos tienen sentido: Una vez que el pueblo ha pagado el doble de lo que merecían sus pecados, en el destierro, es rehabilitado por la justicia divina. Bienvenidos sean ahora los sacrificios exteriores, expresión de la actitud interior. Cristo murió por nuestros pecados (1 Cor 15,3). Surge una nueva creación en virtud del Espíritu que habita en nosotros (Rom 8,9; 2 Cor 5,17, etc.), el amor y el perdón de Dios son la gran novedad (Rom 5,8). Es bueno orar con este salmo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas, sean contra Dios o contra el hermano y buscamos la bondad de Dios que nos justifica.
52 (51)–¿Por qué te glorías de la maldad, valeroso?
Salmo mixto estructurado en tres cuadros: A. Tú: el retrato del impío (3-6). B. Dios y los justos ante el impío (7-9). A’. Yo: el retrato del fiel (10s). El inicuo prescinde de Dios para dedicarse a la maldad. La fuerza de este «valiente» (3.9) procede de sus «inmensas riquezas» (9b). El arma que maneja es la lengua mentirosa y las palabras corrosivas (6). Su alcázar inexpugnable es el crimen (9), en vez de hacer de Dios su refugio. No confía en Dios. El poeta, por el contrario sólo tiene una riqueza: confía en la misericordia de Dios (10). El final de estos dos personajes será distinto: el malvado será erradicado del suelo vital (7); el justo, en cambio, será plantado en la casa de Dios (10). El «valiente» será arrancado de su tienda (7); el orante, en cambio, será acogido en la casa del Señor (10). El orante es una palabra viviente que proclama la bondad de Dios para con sus fieles (11). Las imágenes vegetales del salmo tienen su eco en el Nuevo Testamento (cfr. Mt 15,13; Rom 11,17-24). Donde sea afirmado el poder en detrimento de la dignidad humana, se podrá orar con este salmo, que nos plantea la disyuntiva de confiar en el dinero –poder– o confiar en Dios.
53 (52)–Denuncia de la perversidad universal
Este salmo, con escasas y ligeras variantes, es una repetición del salmo 14 a cuyo comentario remito. El terror tiene una motivación en Sal 14,5; en éste se dice lapidariamente: «sin razón para aterrarse» (6). La dispersión del sitiador y su derrota son consecuencia del rechazo divino (6); en el Sal 14,6 se habla tan sólo de bochorno porque Dios es el refugio de los humildes.
54 (53)–Oh Dios, por tu honor sálvame
Salmo de súplica con un preludio (3s) y tres actos: A. Los enemigos (5). B. Dios (6-7). C. El fiel (8s). La petición de ayuda y de defensa se fundamenta en el Nombre y en el poder de Dios (3), y está motivada por la actuación de los enemigos, que son «arrogantes» y «violentos». La arrogancia es patente, puesto que no tienen presente a Dios (5). La violencia les lleva al extremo de perseguir a muerte al suplicante (5b). Conseguirán lo contrario de lo que pretenden: el mal se volverá contra ellos y serán derrotados (7.9), porque Dios, a quien no tienen presente, sostiene la vida del inocente (6). Éste, una vez liberado, ofrecerá gustosa y agradecidamente un sacrificio a Dios, proclamando así su bondad (8s). El reconocimiento del nombre divino, junto con la afirmación de la bondad de Dios abre este salmo al Nuevo Testamento. Si soñamos en un mundo sin injusticias y descubrimos que Dios es bueno, podemos orar con este salmo.
55 (54)–Escucha, oh Dios, mi oración
Súplica y lamentación individual. A la invocación introductoria (2-3a) sigue el cántico del terror (3b-6). Entre dos soliloquios –el de la evasión (7-9) y el de la invocación (17-20b)–, se inserta el cántico de la traición (10-16). El segundo soliloquio va seguido del cántico de la hipocresía (20c-23). Se cierra el salmo con una antífona de maldición (24). El movimiento del salmo es un constante vaivén: de dentro hacia fuera y de fuera hacia dentro. La situación social y política invitan al poeta a buscar un refugio. Intenta cobijarse en la intimidad, que no es menos turbulenta que el exterior. Pavores mortales, temor y temblor, espanto y agitación..., con los inquilinos de la intimidad (3b-6). Una fuga aérea le lleva al inhóspito desierto (7-10), en el que querría fijar su residencia. Más allá del sueño, se impone la dureza de la ciudad, cuyas murallas, plazas y calles recorre el poeta. Se encuentra con estos extraños vecinos: violencia y discordia, falsedad y mentira, insidias y engaños... (10-16). Lo que más le duele al poeta es la traición del amigo, confidente y compañero de peregrinación (14s). Nada puede hacer el salmista para liberarse de tan molesta y funesta compañía; que actúe Dios: que los confunda (10) y los sorprenda la muerte (16). El orante tiene el recurso de invocar a Dios –con palabras, lágrimas y suspiros– (17s), y de encomendarle los afanes, tal como le aconseja una voz anónima (23). Así llegará a la ribera de la confianza (24). La traición del amigo nos evoca a Judas, que entregó al Señor (Mt 26,23). Sentimientos de turbación en Jesús podemos verlos en Jn 13,21; Mc 14,33, etc. Si queremos afrontar la arremetida del mal, en todas sus variedades –incluida la traición del amigo–, podemos orar con este salmo. Nos vendrá bien clamar, e incluso llorar, con tal de que lleguemos a tener confianza en Dios.
56 (55)–Grito de aflicción y de confianza
Súplica de confianza en momentos de peligro. Ya nos es familiar el triángulo: la presencia del enemigo, las penalidades del orante y la actuación de Dios. Los enemigos son fieras agazapadas, ávidas de presa (7); están dispuestos a la agresión (2s.6s) y no dudan en pisotear al suplicante (2s). Éste reacciona con temor (4), manifestado en las andanzas, en las lágrimas y en las fatigas (9), y latente en la proclamación de su confianza (5.12: «no temo»). De hecho, si pide a Dios que se incline –que tenga piedad (2)– es porque teme. Es un temor a la crueldad humana, que puede ensañarse con el acosado, cuya palabra ni siquiera es aceptada y respetada (6). El recurso a Dios, sin embargo, implica confianza en Dios. Es una confianza en la palabra o en la promesa divina (5.11). Dios hace suyas las lágrimas del orante: son tan valiosas que las recoge en su odre (9). El signo concreto de que Dios está con quien le suplica consiste en el retroceso de los enemigos (10). Al saber que Dios está de su parte (10b), el perseguido y pisoteado prorrumpirá en «alabanza» (14). Nada temerá, porque quienes le persiguen son meros mortales (5.11). Eusebio lee el estribillo a la luz de Rom 8,31. Es comprensible el miedo y la huida cuando arrecia el peligro y se vive el dolor. Pero también es posible la confianza en la Palabra de Dios, en Dios. Es bueno orar con este salmo ante tantos sufrimientos y tantas lágrimas que no encuentran respuesta humana.
57 (56)–Piedad, oh Dios, que me refugio en ti
Súplica en el peligro (2-5) con promesa de acción de gracias (7-11). El estribillo en el medio y al final del salmo (6.12). El tiempo –noche y mañana– caracteriza los dos momentos del salmo. Un contraste: el Dios Altísimo (3) –cuya grandeza supera la altura de los cielos (6a.11a.12a)–, y la postración entre leones (5), que es el lugar desde donde se eleva la súplica repetida: «piedad de mí...» (2). Es decir, se pide que Dios se incline. Antes de que esto suceda, el perseguido ha de pasar la noche en el Templo, a la sombra de las alas de Dios (2b). El Altísimo despacha dos delegados suyos: amor y fidelidad para salvar al perseguido (4). Pero no es suficiente. El orante necesita la presencia divina, que llegará por la mañana. Vendrá el «Vengador». Pero la noche es demasiado larga. Por eso, el perseguido, impaciente, pretende acelerar la llegada de la aurora con su música. Que todo esté en pie y preparado para festejar a la luz liberadora que llega: a Dios. El tema de la grandeza o elevación de Dios late en Jn 8,23.38. Este salmo puede ser la oración de quien espera, con entera confianza, que pase la calamidad. La gloria del Altísimo llena la tierra.
58 (57)–Dios juzga a los gobernantes
Este salmo, tan «escandaloso», es una súplica individual de corte profético. El poeta interpela directamente a quienes debieran impartir justicia y ser modelos de justicia: a los poderosos (2). Lejos de ser justos, son obreros del Mal e incluso la encarnación del Mal. La maldad nació con ellos (4), habita en su mente (3) y la ejecutan sus manos (3b). Son serpientes (5), animal seductor (cfr. Gn 3) y pecado (cfr. Eclo 21,2). Para neutralizar su maldad no es suficiente la actuación de un experto en conjuros, porque son unos malvados consumases, sordos a la voz del encantador (6). ¿Qué hacer con ellos? La impotencia del denunciante estalla en siete terribles maldiciones, con imágenes vigorosas y sugerentes (7-10). Pero el orante no se toma la justicia por su mano, sino que la deja en manos del que juzga justamente (11s). No podemos cerrar los ojos ante el Mal. Si existe es porque hay seres humanos dispuestos a cometer atrocidades. ¿Qué podemos hacer? Formular nuestra oración, sin temer que las palabras sean vehementes. Pedir al Dios justo que intervenga: la manifestación de la ira no está reñida con Jesús (cfr. Mc 3,5). Este salmo puede alimentar el hambre de justicia. No es anticristiano, mientras exista la bienaventuranza de los que tienen hambre y sed de la justicia (Mt 5,6).
59 (58)–Líbrame de mis enemigos, Dios mío
Esta lamentación y súplica individual se caracteriza por el doble estribillo (7.15 y 10.18). No son nuevos los imperativos de la introducción (2s), pero sí insistentes, acaso porque los enemigos son «sanguinarios» (3). Para una visión de conjunto, pueden servirnos los ámbitos y personajes: los perros, la ciudad y el atardecer. Los perros, vagabundos y famélicos, babean, y, con la boca abierta, sus colmillos afilados relucen como «espadas». Algo así son los enemigos: no se retirarán hasta que no sacien su sed de sangre. En el trazado de la ciudad descuella la fortaleza o el alcázar en el que la gente puede refugiarse en los momentos de peligro. ¿No es Dios fortaleza y alcázar? El atardecer es la hora de retirarse a la casa o al alcázar. Es también el momento del asedio y del peligro. En este momento preciso se le pide a Dios que «vea» (8), no sólo el babeo de los perros, sino también la espada desenvainada, y que escuche la pregunta blasfema: «¿Quién nos oirá?» (8b). Dios reacciona con la risa despiadada para quien no mostró piedad, pero alcázar y fortaleza para quien se refugia en Él. Cuando llegue la mañana, destruidos ya los agresores (14), el salmista proclamará el amor de Dios (17) y otros reconocerán quién gobierna «desde Jacob hasta los confines de la tierra» (14b). Sólo Jesús puede decir con propiedad de sí mismo los versículos 4s del salmo (cfr. 1 Pe 2,22). Las ciudades están llenas de «perros» y la gente vive en un permanente sobresalto. Es el momento de orar con todos los perseguidos, condenados y asesinados.
60 (59)–Oh Dios, nos has rechazado y destrozado
Amarga antífona para comenzar (3). La situación es calamitosa. La nación está desolada: ¿Por un terremoto? ¿Por la guerra? ¿Es una creación poética? Tal vez sea más convincente la segunda hipótesis. El causante de tan grande desgracia es Dios, que ha dado a beber a su pueblo «una copa», un «vino de vértigo» (5): el castigo hasta la ejecución capital (cfr. Is 51,17.22). En este hecho se fundamenta la amplia queja, respetuosa y confiada, de los versículos 3-6. El salmista pide en una nueva antífona la intervención divina (7), a la que sigue un oráculo: Dios es un guerrero que conquista y distribuye el terreno conquistado, aunque se reserve para sí algunos territorios como predio de la corona (8b-10). Pese al oráculo divino, el orante muestra su escepticismo: «¡quién me llevara...!» (11), a la vez que se interroga e interroga a Dios con confianza (12). La confianza desemboca en la esperanza de la ayuda divina (14). Pese a la evidencia presente, se impone la certeza de la confianza (14), en claro contraste con la antífona inicial. También la Iglesia perseguida se siente derrotada y pide auxilio. He aquí un salmo para orar con ella ante las catástrofes que asolan a la humanidad.
61 (60)–Escucha, oh Dios, mi clamor
Se eleva el clamor suplicante (2) desde el confín de la tierra (3a): ¿desde el campo de batalla o desde el destierro? Acaso sea mejor no saberlo y que el salmo permanezca abierto. Quien ora –¿el rey?, ¿un sacerdote?, ¿el poeta sin más?, tampoco lo sabemos– pide un doble refugio: que Dios sea su «roca inaccesible» para el enemigo o su «fortaleza» (3b-4) y también que lo acoja nuevamente en el Templo, a la sombra de sus alas (5). La experiencia del pasado es garantía de la esperanza del presente (6). Inesperadamente se pide por el rey. Acaso el recuerdo de Jerusalén y del Templo atrae por asociación la presencia del soberano –tampoco lo sabemos–. Para el monarca se pide una vida larguísima y, sobre todo, que sea escoltado por dos personificaciones divinas: Lealtad y Fidelidad (7s). La alabanza continua refleja la seguridad del fiel en la respuesta divina (9). Ser huésped en la tienda evoca pasajes del Nuevo Testamento, como Heb 11,13; 2 Cor 5,6; Ef 2,19. Orando con este salmo podemos fomentar el deseo de Dios, de morar junto a Él y con Él.
62 (61)–Sólo en Dios está el descanso
El autor de este salmo es un mensajero de la confianza. El soliloquio de los versículos 2s y 6s conduce a una doble interpelación: a los violentos, que además son mentirosos (4s) y a quienes confían en el dinero (11). Tras una serie de imágenes, el poema presenta un tema metafísico: la contingencia del ser humano. Puede labrarse un poder, apoyándose en «la opresión» (11a), convirtiendo a los demás en plataforma para afianzarse: el robo, la riqueza, la mentira... (11.5). Con ese poder conquistado arremeten contra los demás (4). Pues bien, todos los seres humanos, sean plebeyos o nobles, son una falacia. Todos juntos pesan menos que un soplo (10). El poder le pertenece a Dios en exclusiva (12b). Sólo Él puede ser roca, alcázar y fortaleza (3.7. 8.9), en la que apoyar la existencia el hombre. El ser humano tiene una disyuntiva: apoyarse en su «poder» o el poder divino, confiar en las riquezas o en Dios. Es imposible servir a Dios y al dinero (cfr. Mt 6,19.24). Sobre la confianza en Dios o en las riquezas, cfr. 1Tim 6,17; Sant 4,13s; 5,1-6. Si queremos ser mensajeros de confianza, no debemos hablar de sólo ideas; antes habrá que «experimentar» a Dios como fortaleza y refugio.
63 (62)–Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo
Salmo de confianza, estructurado en tres cánticos: la sed (2-4), el hambre (5-9) y el juicio divino (10-12). La intensa espiritualidad del salmo tiene una densidad corpórea, como detectamos en el desfile de los sentidos: la garganta sedienta y la carne desfallecida (2), la boca que alaba (6), los ojos que desean ver (3), las manos que se elevan (5b), el contacto de las manos (9), el calor del cuerpo adherido (9a), madrugar (2) y acostarse (7) ... Y todos los sentidos van más allá de lo sensible; el símbolo es trascendente. El orante vive una aguda sed de Dios (2), toca la mano divina (9b), etc. La sed es tan intensa como la del desierto: tierra «seca, reseca sin agua» (2b). ¡Ojalá que perdure esa intensidad mientras se contempla a Dios en el Templo y a lo largo de la vida! (3.5), mientras se sacia de comida y descansa en el lecho (6s), sencillamente porque «mi vida está unida a ti» (9a). La imprecación queda para quienes «intentan quitarme la vida» (10a). El Jesús de Juan ha hablado del agua y de la sed a lo largo del evangelio (cfr. Jn 4,13-14; 7,37). En la cruz dice: «Tengo sed» (Jn 19,28). El inquieto corazón humano descansará tan sólo cuando descanse en Dios; hasta que llegue ese momento, será oportuno orar con este salmo.
64 (63)–Escucha, Dios, mi voz que se queja
En esta súplica individual los enemigos actúan con cobardía y alevosía: se esconden y disparan «de improviso e impávidos» (5b). Su arma es la palabra calumniadora, más mortífera que la espada y los dardos. Son muchos –banda, tropel, camarilla– los malvados contra un inocente. Han tramado tan bien su actuación, que nadie los descubrirá (6b). No cuentan con Aquel que escruta los riñones y el corazón (7b), y llega, por ello, allá donde se preparan las armas: a la profundidad del corazón (7b). El contraataque de Dios es imprevisto (8), como lo había sido el ataque (5b), y es también certero (8b). Los espectadores han visto todo desde el principio. Una vez que han contemplado la actuación divina, se burlan de los enemigos (9b), temen ante la fulminante reacción divina, publican lo que Dios ha hecho, reflexionan y aprenden (10). Los festejos son para el Señor (11). Para las burlas con el movimiento de cabeza, cfr. Mt 27,39; para el temor ante la actuación de Dios, cfr. Mt 27,54. Cuando la vida corre peligro o somos heridos por palabras afiladas, es tiempo de orar con este salmo.
65 (64)–Oh Dios, tú mereces un himno en Sión
En este himno a Dios que mora en Sión pasamos del microcosmos del Templo (2-5) al cosmos (6-9), y de aquí a la tierra de Israel (10-14). El Templo es lugar de escucha y de perdón, de gozo y de saciedad, de abundancia y de belleza. El fiel cumple en el Templo lo prometido. ¡Dichosos quien es invitado a morar en los atrios, no en el interior del santuario! (5a). Dios escucha y responde con «portentos favorables» (6a): es el Dios liberador de los oprimidos, Señor de la creación y de la historia, ante cuyo poder se acalla cualquier otro poder. Los pueblos que confían en Él viven el sobrecogimiento religioso y el júbilo (6-9). Un Señor tan grande y poderoso no se desentiende de las minucias. El Dios que aploma las montañas allana los terrones (7.11). Se parece al solícito padre de familia que cultiva la tierra para que los suyos tengan de todo. La tierra se viste de colores. Las espigas, movidas por el viento, se yerguen para aplaudir y cantar. La Sión terrena nos remite a la Jerusalén futura (Ap 21s), la tierra nueva. El Señor de la naturaleza y de la historia se ocupa también de nuestras minucias. ¿No es motivo suficiente para entonar este himno a Dios que habita entre nosotros?
66 (65)–Todo el mundo aclame a Dios
Salmo mixto, de alabanza y de acción de gracias. Se entrelazan en este salmo las actuaciones de Dios en el cosmos y en la historia. Todo el mundo, la tierra entera, es invitado a aclamar, cantar, tributar una espléndida alabanza a Dios por su inmenso poder o por sus obras terribles. También los enemigos reciben la invitación de postrarse ante el soberano. Lo harán aunque sea a regañadientes: «te adulan» (3b-4). Venir y ver (5), venir y alegrarse (6b), venir y escuchar (16) son invitaciones escalonadas a lo largo del salmo. Se trata de ver las obras de Dios (6), de ser espectadores del paso del Río o el Mar (cfr. Éx 14), antes de entrar en la tierra de la libertad (6). Quien salvó a su pueblo en otro tiempo, también lo salvará ahora (8s), aunque tenga que ser purificado pasando por el fuego del destierro (10-12). Ya en la abundancia, el pueblo, o el orante en su nombre, cumplirá lo prometido: un holocausto o un sacrificio de comunión (13-15). En vista de lo que Dios ha hecho en el cosmos y en la historia, es el momento de escuchar. El Señor ha escuchado «la voz de mi súplica» (19). Es el gran anuncio. Por eso la alabanza y la bendición (17.20). Sobre el gobierno universal del versículo 7 puede leerse Rom 14,9; el versículo 9 puede remitirnos a Ef 2,5; el versículo 12 a Hch 14,22. Repasemos nuestra historia o la historia de la Iglesia, y veamos cuánto ha hecho Dios por nosotros. Así le adoraremos, alabaremos y daremos gracias.
67 (66)–Que te den gracias los pueblos, oh Dios
Bendición en forma imprecatoria, como comentario a Nm 6,24-26; ésta, en boca de los sacerdotes aarónidas; en el salmo en plural: «nos». Es decir, se democratiza la bendición de Números. Todo bien procede de la bondad divina. Si estamos alegres ante Dios, todos los pueblos reconocerán su poderío y su victoria (2-4). El gobierno universal de Dios es motivo para que todos los pueblos se alegren y salten de gozo (5s). La cosecha abundante es un signo de la bendición divina. Brota de aquí la alegría y el júbilo universal, como se repite rítmicamente en el estribillo (4.6). La bendición sálmica nos lleva al comienzo de la carta a los Efesios (Ef 1,3). Podemos orar con este salmo para dar gracias a Dios por los bienes de la tierra.
68 (67)–Oda patriótica y religiosa
Himno al poder divino y a su majestad. El enemigo se dispersa y huye, se disipa como humo y se derrite como cera; el justo se alegra, se alboroza y se alegra. Es el preludio del poema (2s). Viene a continuación el cántico del éxodo y de la tierra (5-11): La tierra se estremece (9) ante el «Jinete de las nubes» (5b), que muestra su poder siendo padre del pobre (6), liberando a los prisioneros (7) y preparando una tierra que será el hogar del rebaño rescatado de Egipto (9.11). El nuevo hogar es una tierra conquistada, tal como se celebra en el cántico siguiente, dedicado a la tierra (12-19). Dios abre la marcha del pueblo hacia la tierra. Los reyes huyen, y dejan tras de sí un rico botín para Israel (14). Las altas montañas del norte se inclinan reverentes ante la humilde colina de Sión, morada elegida por Dios (16s). Los reyes vencidos forman parte del cortejo divino, que llega a su santa morada flanqueado por su ejército (18s). Las gestas del alivio del pueblo, liberado de la muerte, y la derrota de los profesionales de la guerra (22) son celebradas en el culto, como se canta en el interludio (20-22). A partir de aquí, el poema es un cántico procesional hacia Sión (23-34). Los enemigos no tienen salvación: han de comparecer ante el Soberano, aunque se escondan en lo más alto y escarpado o en lo más profundo y remoto (23s). Sucede lo contrario con el pueblo de Dios. Está representado por dos tribus del norte, Zabulón y Neftalí, y por otras dos del sur, Benjamín y Judá (27s). Se dirige hacia el Templo cantando y danzando (27s). Ya en el Templo pide a Dios que derrote a los enemigos de Israel, aludidos con nombres de fieras (29-32), y que todos los reyes vengan a Jerusalén trayendo tributo al Soberano, Auriga de las nubes (33s). Finaliza el salmo con un postludio (35s), en el que se pide que todos reconozcan el poderío de Dios. El versículo 19 es aplicado a la ascensión del Señor por Ef 4,8 (cfr. Hch 2,33); el que subió es el que «bajó» para aplastar la cabeza del enemigo (21). Este salmo es apto para celebrar nuestra liberación, mientras nos encaminamos hacia la tierra prometida.
69 (68)–¡Sálvame, Dios, que me llega el agua al cuello!
La súplica de este salmo se eleva desde lo profundo del dolor. El comienzo (2-5) nos sorprende con un cúmulo de imágenes: Aguas profundas, ciénagas sin fondo, corrientes arrolladoras son otras tantas imágenes del diluvio del mal y causa de la destrucción física. De esta situación brota el grito inicial: «Sálvame, Señor». Los versículos 6-19 reitera la temática, aunque en orden inverso: un cuerpo destruido (6-13) y el diluvio del mal (14-19). Sin duda que el salmista sufre a causa de los pecados personales; pero también por ser fiel a Dios y a su Templo (8-10), por las prácticas penitenciales (11-13). Se ha quedado solo. Ahora puede presentar ante Dios un cuerpo destruido y un espíritu lacerado. ¿A quién dirigirse sino a Dios, que, sin duda, responderá por «su inmenso amor» (14b). A partir de aquí se acumulan los imperativos. El Dios fiel, de inmensa ternura y amor, no puede permanecer indiferente ante tanto apremio; mucho menos cuando Él conoce la necedad (6). También conoce «mi oprobio, mi vergüenza y mi deshonra» (20), causados por la presencia externa del mal (20-30). Los hombres inmisericordes añaden nuevas aflicciones al dolor íntimo procedente de la mano divina (27). El orante pide que Dios actúe de dos formas: descargando infortunios sobre los inmisericordes: doce improperios (23-26.28-29), hasta borrarlos del libro de la vida (29), y restableciendo al pobre malherido (30). El hecho de que Dios escuche a los pobres inspira un himno de acción de gracias, primero personal (31-34) y después cósmico (35-37), que agrada a Dios mucho más que cualquier sacrificio, según la legislación del Levítico. Son varios los versículos de este salmo citados o aludidos en el Nuevo Testamento: El versículo 5 en Jn 15,25; el versículo 10a en Jn 2,17; el versículo 10b en Rom 15,3; se alude al versículo 13 en Mt 27,27-30; al 22 en Mt 27,34 y en Mc 15,23; los versículos 23s en Rom 11,9; el versículo 26 en Hch 1,20. El registro de los vivos (29) es mencionado en Flp 4,3; Ap 3,5 y 13,8. Con el dolor de nuestros hermanos podemos recomponer el rostro del Cristo roto. Unidos a ellos podemos suplicar: «¡Sálvame, oh Dios, que me llega el agua al cuello!» (2).
70 (69)–¡Oh Dios, ven a librarme!
Esta súplica individual –que es una repetición de Sal 40,14-18 con pequeñas variantes– está formada por una maldición (3s) y una bendición (5), enmarcadas entre un invitatorio (2) y una conclusión (6). La confusión será para quienes se burlan del salmista; la bendición para quienes confiesan la grandeza divina. La urgencia del comienzo del salmo y la súplica «¡No tardes!» del final se dan la mano. Dios debe apresurarse porque tiene ante sí a un pobre y oprimido. Las burlas del enemigo son las de Mt 27,42s; su retroceso sucede en el huerto (cfr. Jn 18,6). El pobre es aquel que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros (2 Cor 8,9). Cuando deseamos suplicar por nosotros o por los demás podemos recurrir a este salmo.
71 (70)–Que no fracase para siempre, Señor
La amargura (2-12) y la esperanza de la vejez (14-24) forman el díptico de este salmo de lamentación y de súplica individual. El bochorno abre y cierra las dos tablas del díptico (1.13.25). El anciano, del que hablan algunos versos de una forma explícita y otros afectados por el contexto, hace un repaso de su vida. Aunque no sea territorio de la memoria, se remonta al nacimiento (6). Recuerda su juventud, y cómo, ya entonces, confiaba en el Señor (6). Recuerda las tribulaciones que ha vivido y los peligros por los que ha pasado (20.23b), también los que ahora debe afrontar (2.4.10). Recuerda la justicia salvadora (16) y la instrucción divina (17). A lo largo de la vida ha contado y narrado, aunque no fuera un experto (15b), lo que Dios ha hecho por él: ha sido y es su «refugio fortificado» (7b) y ha anunciado las maravillas divinas a lo largo de la vida (17b). Ahora, en la vejez y en las canas (18a), aún le queda tarea por delante: esperar y alabar (14), anunciar la justicia y la salvación (15b), y, sobre todo, entrar en la fortaleza divina (16). Cuando flaquean las fuerzas, Dios es fuerza y fortaleza (3.7.18). Este piadoso anciano no será humillado, sino que, rescatado de las simas de la tierra (20b), su voz, sus labios y su vida toda se emplean en la alabanza. La humillación queda para otros (13.24b). El anciano se acogió a Dios a lo largo de la vida, y nunca quedará defraudado (1). Los muchos años no son un signo del abandono de Dios, sino una vida mimada por el cariño del también «Anciano» (Dn 7,9), que «vive para siempre» (Ap 4,10). El anciano es maestro de vida. Aún tiene mucho que decir y mucho más que esperar. Este salmo puede ayudarle en su tarea.
72 (71)–Oh Dios, confía tu juicio al rey
Oración por el rey o por el heredero de la corona. En la solemne invocación inicial (1-4) se pide a Dios que haga partícipe de su rectitud y justicia al joven monarca que accede al trono como sucesor. Ha de ser una justicia que defienda a los pobres, que termine con los opresores, y que propicie que todos los súbditos participen de las riquezas de la tierra. Para el rey se pide también una vida tan larga en el tiempo (5), como un reino dilatado en el espacio (8); que sea el suyo un reinado próspero y beneficioso, como la llovizna que es capaz de proporcionar una doble cosecha (6s). La tercera serie de deseos afecta a la política exterior: que se le sometan todos los pueblos, desde los indomables beduinos del desierto hasta los lejanos reyes de Tarsis; que todos acepten al monarca y le paguen tributo (9-11). La concesión de estos deseos o peticiones está condicionada por el comportamiento del monarca (12-14): si cumple las condiciones expresadas en los versículos 12-14, el nombre del rey y su fama serán eternos, los reyes extranjeros le pagarán tributo, la tierra será fecunda (15-17). También este segundo libro del salterio finaliza con una doxología (18s). El Reino de Dios es un reino eterno (cfr. Lc 1,33), universal (Mt 2,2.4.11; Ap 15,4), reino de justicia y de paz (cfr. Mt 5,6.9; Rom 14,17; Sant 3,18). Los opresores serán vencidos (cfr. Lc 11,21s; Ap 18,12). El rey será defensor de los pobres (cfr. Lc 4,18; 7,22), a quienes rescatará o vengará (cfr. Mt 20,28; Tit 2,14; Ap 6,10). Para el deseo de vida duradera cfr. Ap 1,18; Rom 6,9. El rey será universalmente reconocido (Flp 2,10; Ap 14,6s, etc.). No basta con rezar por los gobernantes. Como cristianos hemos de esforzarnos para que nuestra sociedad sea más justa, solidaria e igualitaria. Nos ayudará este salmo.
73 (72)–¡Qué bueno es Dios para el honrado!
Reflexión sapiencial sobre la retribución de los buenos y de los malos. De tejas hacia abajo la pregunta es ésta: ¿Merece la pena persistir en la inocencia sin obtener ninguna ganancia? La prosperidad de los malvados incuba la envidia en los inocentes y pone en crisis su comportamiento, pese a que sabe que Dios es bueno para con los inocentes. (1-3). El retrato del malvado es magnífico: sin penalidades, sin las fatigas del resto de los mortales, orgullosos y violentos, presuntuosos y opresores, rebosantes de felicidad, se burlan de los hombres e incluso de Dios, arrastran tras de sí a otros. Con la última pincelada queda dicho todo: son despreocupados y acumulan riquezas (4-12). ¿Para qué obstinarse en ser bueno? Surge un dilema: si se comporta como los malvados, el inocente traiciona a sus hermanos; si persiste en su conducta, ¿no será un estúpido? (13-16). El poeta se eleva sobre sí mismo y enfoca el problema desde otra perspectiva: desde el santuario de Dios, desde la cercanía a Dios (17). Tras una magnífica fachada, los malvados son pura apariencia transitoria. El atractivo de antaño se convierte en horror; el terror los invade al experimentar el desprecio divino. (18-20). En diálogo con Dios se descubre la necedad de las pasadas cavilaciones. Existe un bien supremo: estar junto a Dios, ser tomados de la mano, conducidos y aun «arrebatados» por Dios. El salmista sale de la crisis intelectual y existencial afianzado en su fe (21-28). Pablo de Tarso nos transmitió su experiencia personal hablando de los opuestos: pérdida/ganancia (cfr. Flp 3,7-9). En una sociedad de consumo como la nuestra un salmo de este tipo nos viene muy bien. Quien ore con él puede preguntarse: ¿dónde está mi felicidad?
74 (73)–¿Por qué, oh Dios, nos tienes abandonados?
La destrucción el Templo, el año 587/ 586 a.C., inspira este salmo, al menos en parte. Comienza, en efecto, con una elegía por el Templo destruido (1-9). Se han desmoronado los antiguos dogmas y las ancestrales seguridades. Los enemigos han destruido con crueldad y saña el Templo de Dios, morada del Altísimo. El profeta Isaías había proclamado que este lugar santo era inviolable. Helo ahora por tierra y saqueado. Estandartes extranjeros y blasfemos presiden la asamblea otrora santa. Era el pueblo elegido por Dios. ¿Por qué, oh Dios, por qué? (1). Sólo cabe una explicación: Dios nos ha rechazado para siempre (1). Cabe, sin embargo una súplica: Acuérdate, rescata, levanta (2s) ... Es el rebaño que tú sacaste de Egipto y lo trajiste a la tierra de tu propiedad (2). Continúa el salmo con un himno a Dios rey y creador (10-17): el Señor del tiempo y del espacio, rey desde siempre y autor de maravillas (12), es capaz de actuar. Pero ¿hasta cuándo permanecerá la situación actual? ¿Hasta cuándo prevalecerá el enemigo? (10) ¿Cuándo pondrá Dios manos a la obra, a la reconstrucción? La tercera parte del salmo es una súplica al Dios de la alianza (18-23): ¿cómo tan gran Señor aguanta la afrenta de un pueblo insensato? Es necesario que retorne al recuerdo (18.22). La alianza no puede haber sido olvidada (20). La vida de los pobres está ante su mirada (19b). A los oídos divinos ha llegado, sin duda, el griterío de los adversarios (23). El pobre y el humilde no pueden quedar defraudados. (21). Dios, Pastor y Rey, Creador todopoderoso ha de cuidar con delicadeza la vida de la tórtola (19a). La salvación está cercana. El llanto de Jesús sobre Jerusalén (cfr. Lc 19,41-44) vincula esta elegía a las lágrimas de Jesús, aunque dejara dicho que de ese Templo no quedaría piedra sobre piedra (cfr. Mt 24,2). El Templo destruido fue reconstruido al tercer día (cfr. Mt 26,61; Hch 6,14). Ahora es mayor y más perfecto que el Templo antiguo, pues ha sido levantado por Dios (Heb 9,12). Jesús acaso hoy lloraría por la humanidad. Las armas de destrucción ya no son el hacha y el martillo, sino los sistemas económicos, por ejemplo. Y toda la humanidad está llamada a entrar en el nuevo Templo. ¿Por qué no orar con este salmo?
75 (74)–Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre
Este salmo de acción de gracias bien puede ser una respuesta a los interrogantes del salmo anterior. Se le pedía a Dios que juzgara, ahora juzga (3); se le preguntaba «¿hasta cuándo?», ahora responde: «cuando elija la ocasión» (3). En vez de la batalla cósmica del salmo anterior, la estabilidad (4b). En el salmo 74 dominaba el «Tú», ahora el «Yo» ... Es el Yo divino, que pronuncia un oráculo (3-6), posteriormente comentado (7-9). El oráculo va dirigido a la asamblea reunida para dar gracias (2). Ante Dios Juez de nada sirve la altanería humana, simbolizada en la cornamenta de la que habla el original Hebreo. Aunque los poderosos, bravos como toros y fuertes, levanten «su frente» –su testuz o cornamenta–, no se impondrán al Excelso (5s). Sólo Él gobierna y lo hace a su modo: abatiendo el poderío de los malvados y exaltando el poderío del justo (7-11). El tema de Dios Juez suena también en el Nuevo Testamento (cfr. Heb 12,23; Rom 3,6; Sant 4,12; 1 Pe 1,17). La profecía no se calló ante la arrogancia de los poderosos. Orando con este salmo podemos ser legítimos herederos de los profetas, en un mundo que se construye sobre el poder y la opresión.
76 (75)–Dios se manifiesta en Judá
Canto de Sión, con dos estrofas: la bélica (2-4.5-7: en Jerusalén y en los montes, respectivamente) y la judicial (8-10; 11-13: en el cielo y en la tierra). Como guerrero, Dios «quiebra los destellos del arco» (4a), «brama» (7), es «deslumbrante y magnífico» (5). Los enemigos no pueden con Él (5-7). Desconcertados y aturdidos, quedan paralizados (6s). Sus pertrechos se convierten en botín del Guerrero (5b). La sentencia es proclamada desde el cielo y ha de cumplirse en la tierra. El Dios «terrible» (8.12b.13) salva a los oprimidos del mundo (10b) y tritura encolerizado la cólera humana, pero protege a quien sobreviva a la Cólera divina (8-13). El vencedor en la batalla juzga. Ap 12 recoge y desarrolla esta imagen bélica. Puede orar con este salmo quien admita que Dios nos sostiene en las luchas y en las conquistas.
77 (76)–Alzo mi voz a Dios gritando
La penosa situación presente (2-11) contrasta con la jubilosa historia del pasado (12-21). Sin embargo no es necesario desdoblar este salmo en dos: el primero como lamentación individual (2-11) y el segundo como himno triunfal (12-21). El recuerdo es el hilo conductor (4.7.10. 12). Pero existe una diferencia: en el presente es un recuerdo nostálgico que acrecienta el dolor. Éste suena con insistencia y con apremio (2). Se incrementa con el recuerdo (4), hasta perder el sueño (6) y convertir las noches en largas vigilias de cavilaciones dolorosas (7). Las preguntas retóricas (8-10) desembocan en esta amarga confesión: «Éste es mi dolor: la mano del Altísimo está paralizada» (11). Podemos suponer como fondo de esta amargura la experiencia del destierro. Este recuerdo, tan nostálgico y doloroso, cede el paso a otro tipo de recuerdo: el que evoca las gestas del éxodo. Son patentes los contactos de Éx 15 y el presente salmo. El poeta describe la epopeya del éxodo acumulando visión, sonidos y movimiento (17-20). Ningún poeta bíblico ha hablado de las huellas de Dios. En el salmo es una bella imagen con la que finaliza la descripción. La conclusión de todo el salmo puede ser ésta: también ahora, en la situación presente, el Dios del éxodo guiará nuevamente a su rebaño, con la mano de otro Moisés y de otro Aarón (21). La Pascua es el «paso del Señor». Miramos hacia el pasado y recordamos a Jesucristo, «resucitado de entre los muertos» (2 Tim 2,8); después anunciamos la fuerza arrolladora de su resurrección (cfr. Col 3,1s). Es un salmo para el recuerdo en tiempos de aflicción.
78 (77)–Bondad de Dios e ingratitud de Israel
La presente reflexión sobre la historia santa es como una parábola o un misterio. La parábola discurre entre líneas, y se explicita al final: el pueblo es un rebaño sacado de Egipto (52-54) y encomendado a David (70-72). La destrucción del santuario de Siló también es una parábola de otra destrucción, quizás la del reino del norte el año 722 a.C. El salmo es también un misterio, acaso con una doble acepción: el poeta nos presenta la maravillosa y misteriosa actuación de Dios y un pueblo que no entiende. La historia se convierte en paradoja, que acumula rasgos contradictorios en el pueblo y en Dios. ¿No es paradójica la desconfianza del pueblo (7.22.32.), después de haber visto tantos prodigios? ¿Es explicable la idolatría (58) una vez que el pueblo ha llegado a la meta? En la travesía del desierto el pueblo depende de Dios, lo olvidan (11.42), se rebelan (8.17.40.56) o lo tientan/murmuran (18.19.41.56). Ya en la tierra, este pueblo tiene la subsistencia asegurada y excitan los celos divinos (58). ¿Quién comprende este proceder? ¿No es misterioso, paradójico o enigmático? Algo parecido sucede con Dios: reacciona con cólera y accede a la petición (23-32). Se rebelan constantemente, y continúa ocupándose de ellos (13s.23-28.44-51.52-55.65s.68-71). No acaba con el pueblo idólatra, sino que inaugura una nueva era: la de David (70-72). También Dios es ilógico. La razón del proceder divino la hallamos en el centro del salmo (38s). La finalidad de esta meditación histórica es que no se olvide el pasado, sino que sea contado a la presente generación y a la venidera, para que no imiten a la generación «rebelde y obstinada» (8) de los padres, sino que se fíen de Dios y confíen en Él. Los padres no confiaron (22); que los hijos confíen (7). El historiador, por lo demás, ha seleccionado el material. Nada nos dice, por ejemplo, del Sinaí, y relata tan sólo siete plagas (44-51). Compone su poema formando bloques, que siguen a la introducción (1-8). El pueblo olvida (8-11), Dios realiza la maravilla del éxodo (12-16). Es el primer bloque. En el segundo, el pueblo tienta (17-20) y Dios se encoleriza (21-31). Los versículos 32-39 forman un «intermedio». El tercer bloque retorna al olvido de ellos (40-43) y a las maravillas divinas, realizadas ahora en Egipto (44-55). En el cuarto bloque se repite la tentación del pueblo (56-58) y la reacción airada de Dios (59-67). Finaliza el salmo con la elección de Judá y de David (68-72). El poeta pretende, al parecer, que el lector ponga toda su atención en el «intermedio» (la ternura de Dios) y en la conclusión (la elección). El pecado no es el punto final de la historia, sino la gracia. El versículo 2 es citado por Mt 13,35. Para la relectura cristiana del salmo puede servirnos 1 Cor 10,11. Nuestra historia es escuela de vida y de oración. Basta con recordar lo que hemos hecho y lo que Dios hace. Este salmo puede servirnos de ayuda.
79 (78)–Súplica de misericordia por Jerusalén
Lamentación y súplica comunitaria estructurada en torno a los agentes: A. Ellos, tú, nosotros (1-4). B. Tú, nosotros, ellos (5-9). A’. Ellos, tú, nosotros (10-13). Ellos son los «paganos» (1.6.10) y nuestros vecinos (12). Sus acciones son las siguientes: invadir, profanar, reducir a ruinas, echar en pasto, asesinar, no enterrar, burlarse (1-4), no reconocer a Dios (6), devorar y asolar (7), blasfemar (10), afrentar (12). Dios, el Tú, está enojado (5); que no lo esté para siempre. Se le pide que derrame su ira contra los paganos (6), que no nos impute nuestras culpas ni la de los antepasados (8), sino que nos socorra, libere y perdone (9), que vengue la sangre derramada (10), que oiga el lamento de los cautivos (11), que aplique la ley de Talión (3.10 y 4.12), e incluso que vaya más allá: siete veces más (como Lamec en Gn 4,24), porque el afrentado, en última instancia, es Dios (12). El «nosotros» son siervos de Dios, sus leales (2.10), la irrisión de los vecinos (4), pecadores como sus padres (8s), gente abatida (8), cautivos y muchos de ellos asesinados (10), pueblo de Dios y ovejas de su rebaño (13). Si Dios deja su enojo, responderá conforme a su ternura (8), y nosotros daremos gracias y contaremos su gloria (13). La caída de Jerusalén y el destierro a Babilonia son una buena ambientación del salmo. El Apocalipsis recoge algunos motivos de este salmo (cfr. 6,9: la venganza de la sangre; 11,7-9: los cadáveres insepultos de los testigos). Mientras existan cautivos y se derrame sangre en esta tierra nuestra; cuando se vive bajo el peso de la culpa, es tiempo de orar con este salmo.
80 (79)–Pastor de Israel, escucha
Lamentación y súplica comunitaria. La desgracia del presente contrasta con la dicha del pasado. Cierto que quien arrancó una vid de Egipto (9), es el Señor poderoso, sentado sobre querubines (2); pero el humo cubre su rostro (5; cfr. Is 6,4). Los descendientes de José (2) invocan apremiantemente al pastor indiferente a lo largo de la primera estrofa del poema (2-8). Le piden que resplandezca (2b), que ilumine su rostro (4.8), que, una vez que haya despertado de su indiferencia, auxilie (3b), porque el momento es trágico: su pueblo come llanto y bebe lágrimas, mientras los vecinos y los enemigos se burlan de ellos (6-7). Amarga comida y salobre bebida, puesto que es Dios mismo quien se las da (6). ¡Y es el Dios Todopoderoso...! El mismo que en otro tiempo plantó la cepa traída de Egipto; el que dio a esta cepa tal anchura y altura, que con su frondosidad llegó a ser más alta que las montañas y abarcó toda la tierra: desde el mar hasta el Río (9.11s). Que el Todopoderoso mire y contemple qué es ahora de aquella antigua parra: es comida de los animales y pasto de las llamas; manos ajenas recogen su fruto (13-15.17). Sólo queda una solución para la desgracia presente: que Dios todopoderoso ilumine su rostro; así nos salvaremos (4.8.20) y los enemigos perecerán ante un bramido divino (17b). El rostro luminoso de Dios es recordado por Jn 14,9 y por Heb 1,3; también por los evangelios con motivo de la transfiguración (cfr. Mt 17,2 par; cfr. 2 Cor 4,6). La mirada de Dios es salvadora, también en los tiempos actuales.
81 (80)–Aclamen a Dios, nuestra fuerza
El pueblo es convocado a celebrar una fiesta jubilosa, cuyo motivo inmediato es la ley (5). Acaso sea la fiesta de las Chozas (cfr. Lv 23,33-43), como parecen insinuarlo el sonido de la trompeta y el tiempo: novilunio y plenilunio (3s). Lo que sorprende es la voz de un desconocido. Se dirige a los reunidos quizás con este mensaje: «Abre la boca que te la llene» (11c) –si es que podemos colocar aquí este verso por razones de ritmo y de contenido–. La boca abierta no será colmada de pan, sino de la palabra que sale de la boca de Dios (Dt 8,3). El verbo «escuchar», tres veces repetido (9.12-14), evoca la predicación Deuteronómica. Dios, a través de la voz profética, relata cuánto ha hecho por el pueblo (7s); es el «prólogo histórico» de los contratos de alianza. El pueblo ha de escuchar el mandamiento principal: no ha de tener otro dios que no sea el Señor (10s). El pecado capital del pueblo consiste en que no escuchó (12) y se fue tras otros dioses; fueron rebeldes y contumaces (12s). Si escuchara en el futuro, si se portara de modo distinto, gozaría de la bendición divina: comería el mejor trigo y saborearía la mejor miel (17). El mensaje de Jesús es nuevo y «desconocido» (cfr. Jn 3,11s). Este salmo nos insta a escuchar la voz del Señor, porque también hoy existen los ídolos.
82 (81)–Dios juzga a los jueces
Los dioses entre los que Dios juzga nos evocan el mundo religioso cananeo. Pero han sido degradados a la función de «jueces/gobernantes», y han de ejercer su oficio conforme al patrón judicial bíblico: defender al débil, hacer justicia al humilde, salvar al mendigo, librarlo de las manos del malvado (3s). Han hecho todo lo contrario (2) y la tierra se ha cubierto de oscuridad; es decir, pervertido el orden social, se tambalean hasta los cimientos de la tierra (5). La sentencia capital del Juez supremo (6s) pone cada cosa en su sitio. El pueblo que asiste al juicio, y oye la sentencia, pide que Dios sea el único juez y gobernante (8). «Ahora es el juicio de este mundo...», dice el Jesús del cuarto evangelio (Jn 12,31s). Éste es un salmo para los que no están conformes con el caos social, y esperan que alguien haga justicia.
83 (82)–¡Señor, no te estés callado!
¡Cómo hiere el silencio de Dios (1), cuando en el escenario de la historia hablan los sables! Los posesivos identifican perfectamente a la víctima: es «tu pueblo», «tus protegidos» (3s), y, por tanto, los agresores son enemigos de Dios (3). La consigna es el exterminio (5). Los pueblos conjurados suman un total de diez naciones, acaso vasallas del soberano de turno (9). El poeta da la lista de las naciones coaligadas contra Israel (6-9). No se refiere a ningún hecho histórico concreto, sino que alude a los enemigos de todos los tiempos. En la situación actual que Dios ha de ver (3-9), escuchamos a continuación doce imprecaciones (14-16). La primera serie tiene colorido histórico (10-13; cfr. Jue 4s; 6-8). Los capitanes de esta serie arengaron a sus tropas para que conquistaran las fértiles praderas (13): la tierra de Israel; como las naciones confabuladas tenían su propia consigna (5). La segunda serie de imprecaciones (14-16) se ciñe a las imágenes de un juicio divino cósmico: que Dios se convierta en fuego para los agresores, y éstos, perseguidos por la tormenta divina, sean sólo paja a merced del viento. Así las diez o doce naciones no borrarán el nombre de Israel (5), sino que buscarán y reconocerán el Nombre del Señor (17-18). El tema bélico adquiere una proyección escatológica en Ez 38 y en Ap 16,14. Para la confesión del Nombre, cfr. Flp 2,11. ¡Cuántos hombres y mujeres, ancianos y niños son hoy víctimas de alianzas internacionales! ¿No podremos orar con este salmo?
84 (83)–¡Qué delicia es tu morada, Señor!
Más allá de las múltiples formas, este salmo es un «cántico de Sión». El poeta pasa revista al atrio/la casa del Señor –en la primera y tercera estrofa (2-4.10-13)– y al camino hacia la casa de Dios (5-9). La casa de Dios, que es también refugio o fortaleza (6), es el tema dominante en el salmo. El Templo suscita vehementes deseos que afectan a todo el ser (3). El sentimiento aflora enseguida: ¡Quién fuera como el ave que tiene su casa en los aleros de la casa! (4). Algunos son dichosos porque viven en la casa (5s). Espiritualmente el peregrino ya ha llegado a la meta antes de comenzar la marcha: su encendido deseo le encamina hacia la persona querida y hacia la morada «amable» o «agradable» (2). El poeta se pone físicamente en camino (7s), y todo se transforma: en vez de llanto, lluvias beneficiosas; en vez de los baluartes (8), el refugio deseado y anhelado (6). La peregrinación ética queda para el final: quien se ha acercado a la casa ya no puede continuar siendo igual. El Señor concede el favor y la gloria a los «de conducta intachable» (12). La luz divina (12) ilumina el interior del Templo y también su umbral. Es mejor vivir en el umbral como un mendigo que morar tranquilamente en la casa de los pecadores. Por tercera vez suena la proclamación de la dicha, ahora para el hombre que confía en Dios (13). Es la síntesis del salmo. Hay alguien mayor que el Templo (cfr. Mt 12,6), que resplandece más que el sol (cfr. Mt 17,2). Quien visite el Templo sin gozar del amor de Dios, morador del Templo, y, por ello, sin enmendar su conducta, habrá puesto su confianza en el Templo de Dios, pero no en el Dios del Templo. Este salmo puede acompañarnos en las peregrinaciones.
85 (84)–Señor, has sido bueno con tu tierra
Se compone este salmo de tres piezas bien definidas: Una acción de gracias (2-4), una súplica (5-8) y un oráculo comentado (9-14). El oráculo puede ser la respuesta a la súplica. Menos clara es la relación de la primera pieza con las otras dos. Es posible que el pueblo esté viviendo una gran sequía (13). En este caso la bondad que Dios mostró con la tierra en otro tiempo (2a) se convierte en garantía para el momento presente. Si la segunda parte del versículo 2 alude al regreso del destierro, éste no fue tan grandioso. En esta situación, la restauración pasada apoya la confianza presente. En cualquiera de las dos hipótesis, entre el pasado y el futuro media la calamidad presente. Entiendo que los interrogantes de la segunda pieza (5-7) son retóricos: la vuelta de Dios hacia el pueblo (5) será una muestra de su amor (8). De hecho, en el presente, Dios dirige su palabra al pueblo, a «quienes confían nuevamente en él» (9b), prometiendo bienestar (9a). El comentario al oráculo (10-14) aclara: Dios es Salvación que se acerca y Gloria que habita en nuestra tierra (10). El cortejo divino está formado por otras personificaciones: unas se citan, otras se besan, alguna brota de la tierra, otra se asoma desde el cielo (11s). Dios visita nuestra tierra y la colma de abundancia (13). Y el Señor continúa caminando por la historia, precedido por Justicia y seguido por Belleza (14). ¿Es la Belleza que salvará al mundo, como apunté en otro momento? También el Nuevo Testamento conoce algunas personificaciones: Salvación (cfr. Lc 2,30; Hch 28,28; Heb 5,9); Paz (Lc 2,14; Ef 2,14; Gál 6,16); Misericordia (cfr. Tit 3,5; Lc 1,54.78); Justicia (cfr. Rom 14,17); Verdad (cfr. Jn 14,6); Gloria (cfr. Col 1,27; 1Cor 2,8; 2 Cor 4,4). Este salmo nos abre a todo tipo de espera y de esperanza, hasta que llegue el gran día de la manifestación de nuestro Salvador (cfr. 2 Tim 1,10).
86 (85)–Presta oído, Señor, respóndeme
La presente súplica (1-7), como tantas otras, brota de la angustia, sin que sepamos el motivo. La primera invocación tiene un matiz de letanía: súplica y motivo. El salmista apela a su humildad y pobreza y aduce la bondad e indulgencia divinas. Confía el salmista en que Dios, así apremiado, tendrá a bien responder. Antes de continuar con la súplica, el poeta dirige su mirada hacia Dios y compone un himno de agradecimiento (8-13). ¡Qué grande es Dios! ¡Qué numerosas e imponderables son sus obras! ¡Nadie hay como Dios! ¡Qué dignidad ser siervo de tan gran Señor! Retorna la petición, pero para ser fiel y leal con Dios, para seguir sus caminos y alabarlo siempre. El amor desmedido de Dios me ayudará y librará. El último motivo de la alabanza (13b) obliga al poeta a retornar a la realidad actual. Comienza una segunda súplica (14-17). La vida del salmista está en peligro. Alguien surge como adversario de los arrogantes: el Dios de ternura y de perdón, como dijo Dios de sí mismo ante Moisés (Éx 34,6). La señal «propicia» que ahora se le pide obligará a los hombres violentos a reconocer que Dios ayuda y consuela. El versículo 9 es citado por Ap 15,4. Quien ora en este salmo se llama a sí mismo «siervo». Jesús es «siervo» (Hch 4,27). Cuando vivamos momentos de angustia, por la causa que fuere, es bueno que nos desahoguemos con otro, con Dios, cuya presencia en este salmo es confortadora. Quien ore con este salmo, repare en los nombres divinos y en la insistencia con que se repiten.
87 (86)–Sión, hogar de todos los pueblos
Sión es la ciudad de Dios (1-3) y la madre de todos los pueblos (4-6). El versículo 7 es la conclusión. Jerusalén, ciudad jebusea, en realidad ha sido fundada personalmente por Dios. Es una lectura teológica de la realidad histórica (cfr. Is 14,32). A continuación el mismo Señor elogia a Jerusalén como metrópoli, como ciudad-madre. Los enemigos tradicionales y prototipos de opresión, como son Egipto y Babilonia, se hermanan entre sí y con el pueblo de Dios. Dios mismo inscribe a estos dos pueblos entre los nacidos en Jerusalén. La belicosa Filistea, la opulenta Tiro y la aventurera Nubia, también son inscritos entre los nacidos en Jerusalén. El registro es oficial. El nombre de todos esos pueblos ha sido escrito en «el registro de los pueblos» (6a). ¡Todos los pueblos hermanos en la misma ciudad! Los humillados de otro tiempo celebran la fiesta de la fraternidad (7). La Iglesia es nuestra «metrópoli», madre de todos (cfr. Ef 2,12-19; Gál 4,26). Es éste un buen salmo para celebrar la fraternidad universal o para poner en práctica el ecumenismo.
88 (87)–Señor Dios mío, de día te pido auxilio
La inminencia del sepulcro (4-8) y la soledad, es decir el silencio de la tumba y el silencio de Dios (9-19), son los dos motivos de esta súplica individual. El enfermo dirige su clamor patético a Dios salvador (2s). Como Job, es un varón de dolores, que se encuentra en los umbrales de la muerte (4). Más aún ya ha sido inscrito en el libro de los difuntos (5). Nada puede hacer, pero sí recordar a Dios, ya que Dios no se acuerda de él (6). Ha sido Dios precisamente quien ha llevado al enfermo a tan lamentable situación (7). Viene a ser Dios un mar embravecido, cuyas olas han anegado al enfermo a punto de morir (8). La antífona, como sepulturero, nos introduce en la total soledad de la muerte (9.19). Nada gana Dios con la muerte, presente en súplica con variedad de nombres: sombra, sepulcro, tumba, tiniebla, país del olvido... Dios no recuerda a los muertos (6b), y éstos han bajado al país del olvido (13b). Pero antes de hundirse en el silencio absoluto de la muerte, el salmista eleva su clamor esperanzado: «Al alba irá a tu encuentro mi súplica» (14b). Suena la terrible pregunta: «¿Por qué?» (15). La respuesta es el terror divino, que entrega al hombre a la muerte (17b-18). Pese a todo, queda sonando la leve esperanza de la estrofa anterior: «Al Alba…» Este poema va dirigido al Dios salvador. El «¿por qué?» del salmo se oye en la cruz (cfr. Mt 27,46). La respuesta llegará por la mañana (cfr. 1 Pe 3,18; 1 Cor 15,54). Esta súplica de un moribundo puede ser entonada con todos los moribundos o con quienes viven el silencio de Dios. No olvidemos que, al alba, irá a tu encuentro mi súplica.
89 (88)–Cantaré eternamente la lealtad del Señor
Por la primera palabra del salmo sabemos que estamos ante un himno, que es cósmico (6-19) e histórico (20-38), precedido de su introducción (2-5). En el versículo 39 registramos un giro lingüístico («pero tú...») y temático: a partir de este verso el salmo se torna súplica que continúa hasta el final (39-52). El versículo 53 es añadido, una doxología con la que se cierra el tercer libro del salterio. Puede ser que el momento presente, que es trágico para el rey y para la dinastía, motive la composición del himno. Es decir, aunque sea un mentís a la lealtad de Dios, yo canto y cantaré «por generaciones» el amor de Dios y su fidelidad (2). En claro contraste con el presente, el pasado motiva la presente súplica. Este salmo es, por tanto, un himno al amor fiel de Dios, pese a todo. El lector puede comprobar las veces que se repiten las palabras «amor» y «fidelidad». Forman paralelismo en los versículos 2.3.15.25.29.34.50. La «fidelidad» se repite tres veces más (6b.9b.38b). Han de relacionarse con la fidelidad: la alianza (4.29.35.40) y el contenido de esa alianza, que es el trono dinástico (5.15.30.37.45); más concretamente aún, el vasallo beneficiario de esa alianza (4.29.35.40), que es David (4.21.36.50). También la estabilidad (3.5.22.28) y la perpetuidad (2.3.5.29.37.38) han de interpretarse desde la fidelidad. El Dios fiel nunca engaña (36.50). El ser humano, aunque sea rey, puede ser infiel (31s). En este caso la reacción de Dios es terrible (39-46): en vez de la elección, el rechazo; frente al amor, la cólera; la alianza anulada; la diadema profanada; en vez de honor, ultraje; Dios exaltó antes a un muchacho, ahora enaltece la diestra del enemigo... Basándose en el pasado, sin embargo, el poeta suplica: la situación actual está prolongándose demasiado (47), el ser humano es caduco (48s), el amor de Dios es eterno y su fidelidad dura por siempre (50), los siervos de Dios son ultrajados (51) y los enemigos ultrajan al Ungido de Dios (52). Son los argumentos alegados para que Dios muestre también ahora su amor fiel. Parte del versículo 21 se cita en Hch 13,22; el versículo 28b en Ap 1,5. El título de «Mesías» lo escuchamos en labios de Pedro (cfr. Mt 16,16). El título de Elegido suena en la transfiguración (Lc 9,35); el título de Siervo en Mt 12,18-21, y se hace común en Hechos (cfr. 3,13.26; 4,27.30). He aquí un buen salmo para orar en tiempos de conflictos nacionales o internacionales. Si el ser humano es ultrajado, Dios es ultrajado. El amor de Dios es fiel. Pese a todo, el amor de Dios no tiene vuelta atrás.
90 (89)–Señor, tú has sido nuestro refugio
Este salmo es una meditación sobre el tiempo, más que una lamentación y súplica. A la introducción solemne (1s) sigue una elegía sobre lo efímero de la vida (3-10) –tiene dos movimientos (3-6.7-10)–. Una nueva invocación introductoria (11-12) da paso a una súplica para ser liberados de los males de la vida (13-16). El versículo 17 es conclusivo. Que sea una meditación sobre el tiempo parece claro si nos fijamos en el campo semántico de los días (4.9.12.14.15) y de los años (4.9.10.15), así como en las expresiones temporales: «de generación en generación» (1), «desde siempre y por siempre» (2), «vigilia nocturna» (4), por la mañana (6), o en los adverbios o expresiones adverbiales: antes (2), «¿hasta cuándo?» (13), aprisa (10)... Frente a este flujo del tiempo, el verbo de la estabilidad, que se repite dos veces al final del salmo (17b). La pregunta básica es: ¿Qué es el hombre ante Dios o Dios ante el hombre? Dios es el existente «desde siempre y por siempre» (2c), anterior incluso al parto de las montañas, según la concepción mitológica: el mito de la madre tierra y de los montes eternos. Dios está por encima del tiempo; el ser humano, inmerso en el tiempo, es un ser «para la muerte». Tan caduco como la hierba segada (5s), tan efímero como un tercio de la noche (4). Su vida, por larga que sea (4.10), es un mero suspiro (9b). Afanarse por ella es «fatiga y vanidad» (10b). Si Dios nos arrebata por la noche (5), nosotros volamos (10b). A la condición mortal se añade la pecadora, que suscita la ira divina (7s.11). La grandeza y santidad de Dios abruma y empequeñece al hombre. Le queda como solución la súplica. No pide el orante perdón por sus pecados, sino sensatez para aceptar su destino (12). No es suficiente. El poeta pide algo más: que Dios muestre su compasión (13), o que compense las penas y los gozos con su amor (14s); y también pide que Dios comience a actuar (16); así adquirirá consistencia la actuación humana para bien del hombre y también para bien de Dios (17b). En definitiva, el hombre será lo que haya hecho: él y Dios en él. Nuestras obras adquieren consistencia (cfr. Flp 2,13) y nos acompañarán (cfr. Ap 14,13). ¿Qué sentido tiene nuestra vida? ¿Cuáles son nuestros valores? No podemos elaborarnos «un mañana» sin contar con Dios. Este salmo puede ayudarnos.
91 (90)–Confianza en Dios
Una voz anónima, acaso la de un liturgo, invita a quien ya vive en el Templo a que manifieste su confianza en Dios como refugio y alcázar (1s). El liturgo continúa hablando al orante. Lo primero que le dice es cómo actuará Dios (3s) y enumerándole los cuatro peligros que le acechan: espanto y flecha, peste y plaga (5s). Unos actúan de noche, otros a plena luz del mediodía. Curiosamente son cuatro, como cuatro son los nombres divinos del comienzo del salmo (1s). No sabemos quiénes caen a diestra y siniestra, si enemigos o flechas. Quizá sean enemigos, a quienes se les da la caída como paga (8). Nada de esto sucederá a quien confía en Dios: no ha de temer (5), porque el Dios en el que confía es refugio y morada (9); su brazo es escudo que empuña y coraza que cubre todo el cuerpo (4c). Existen otros seres hostiles (13), ante los que nuevamente nada ha de temer quien confía en Dios, porque ahora Dios despacha a sus «ángeles»; ellos protegerán al viandante (10-12). Concluye el salmo con una palabra divina. No sabemos si es pronunciada por Dios o por el liturgo (14-16): me conoce y me ama, pues yo lo protegeré. Mt 4,5s y Lc 4,9-11 citan los versículos 11s del salmo. Conviene orar con este salmo para ratificar y purificar nuestra confianza en Dios, precisamente cuando nos acechen los peligros.
92 (91)–Poder y justicia de Dios
Con un pie en la canción y el otro en la enseñanza, el autor de este salmo no sabe proclamar la bondad del Señor sin desembocar en la retribución (3). Las acciones del Señor, obra de sus manos (5), son piedra de escándalo. El justo las entiende y ensalza, aunque se les escape su grandeza y profundidad (6); por eso las proclama ininterrumpidamente (3), acompañado de distintos instrumentos musicales (4) y con diversos tonos de voz. El necio, por el contrario, las rechaza, atrapado como está en sus muchas riquezas (8). Es lo que mostrará su destino final (9s). El destino del justo es muy distinto. Es admitido como comensal de Dios. Por eso se le unge con aceite tonificante (11), que relaja los músculos fatigados. Confortado, puede descubrir a sus enemigos, aunque se oculten sigilosamente (12). Ya en la casa del anfitrión, la vida del justo es comparada a una palmera, cuyo fruto es constante (13-15). Así puede proclamar lo que el poeta se proponía al comenzar su composición: la fidelidad de Dios (3b), en el que no existe falsedad (16). Únicamente los «hombres de espíritu» pueden comprender (1 Cor 2,11) la necedad y el escándalo de la muerte del Señor (1 Cor 1,23). Oramos con este salmo para dar gracias a Dios por sus grandes acciones.
93 (92)–Majestad de Dios
Himno a la realeza divina. El cuerpo hímnico (3s) está enmarcado entre dos aclamaciones (1s. 5). El orbe tiene firmeza y consistencia, como la tiene el trono regio de Dios (1s). También los decretos divinos gozan de estabilidad (5). Aunque el caos se levante contra la creación o contra la palabra divina, nada podrá, porque la voz de Dios es mucho más poderosa que el estruendo de las aguas (3s). La batalla cósmica de los versículos 3s puede ser un símbolo de las batallas histórica (cfr. Sal 65,8). Los evangelios relatan el poder de Jesús sobre las aguas (cfr. Mt 8,24.26s). El Señor de la historia y de la naturaleza es mucho más fuerte que los imponentes conflictos históricos.
94 (93)–Dios, abogado del justo
La presente súplica tiene un colorido de demanda judicial: apelación al juez, acusación de los culpables, petición de la pena; y un vocabulario frecuente en la literatura sapiencial: entender, insensatos, necios, instruir, reprender, educar, enseñar... El comienzo del salmo es una apelación a la justicia divina (1s). Sigue una primera lamentación, en la que escuchamos el clamor de la sangre derramada. Es urgente que Dios haga justicia, que sea el vengador de esa sangre, porque los criminales piensan arrogantemente que Dios no lo ve ni se entera (3-7). Tras esta lamentación, una primera lección (8-11): la mirada de Dios es tan profunda que penetra los pensamientos del hombre; son un soplo que se desvanece enseguida. La segunda lección (12-15) es una proclamación de dicha para el instruido en la ley. Es la finalidad que tiene el castigo: instruir. El pueblo de Dios, su heredad, será aliviado, y verá cómo el Justo restablece la justicia quebrantada en la tierra. Con la segunda lamentación (16-21) retornamos a la corte de justicia. Dios defiende a su pueblo. De no haber sido así, hace tiempo que el salmista sería un habitante del silencio. Pero el amor de Dios lo sostuvo, le prodigó sus consuelos, pese a que los pies del salmista ya se tambaleaban. El Juez pagará la iniquidad de los jueces corruptos y será baluarte del justo. El versículo 11 es citado en 1 Cor 3,20. 2Cor 1,3-6 glosa el consuelo del que habla el versículo 19. No es infrecuente en nuestra sociedad que aparezcan jueces corruptos, que condenan al inocente y absuelven al culpable. Existe un Dios justiciero que nada tiene que ver con la corrupción judicial. ¿No es actual este salmo?
95 (94)–Vengan, aclamemos al Señor
Se compone este salmo de un himno (1-7c) y de un oráculo profético (7d-11). El himno se articula en dos pequeños himnos paralelos (1-5. 6-7c), con su invitación (1s.6) y cuerpos hímnicos (3-5.7). Las invitaciones a la alabanza tienen sus motivaciones: Dios es nuestra Roca (1), el Gran Rey (3), el Creador y dueño de todo: simas y crestas, mar y tierra firme (4s). Todo ha sido modelado por las manos divinas (5), que sostienen todo. Todo el cuerpo ha de ser un himno de alabanza: inclinación, postración profunda, rodilla en tierra (6) ante nuestro Creador y Pastor (6s). La postración profunda es acto de sumisión y de obediencia. Evoca los momentos de desobediencia: la «querella» con Dios (Meribá, cfr. Éx 17,7) y el lugar de la «tentación» (Masá). Que la generación presente no imite a los antepasados. La permanencia en la tierra, en el descanso divino, depende de la obediencia del pueblo. Los versículos 7-11 tienen su comentario homilético en Heb 3,12–4,11. Al orar con este salmo, escuchemos el siguiente deseo: «¡Oh, si escuchasen hoy su voz...!». El cumplimiento del deseo pende también hoy de la obediencia.
96 (95)–El Señor, rey y juez
Un nuevo himno a la realeza divina. En él han desaparecido los momentos de lucha, aunque los percibamos en los gritos de victoria prorrumpidos por los árboles del bosque (12) y en la firmeza del orbe que ya «no vacila» (10b). El reino de Dios afecta a «todo», e implica a los seres humanos (7-9) y a todo lo creado (11). La invitación a la alabanza y a la fiesta es muy nutrida: en total diecinueve formas volitivas, entre imperativos y yusivos. El motivo de tanta alegría, y de que el cántico sea nuevo, es la siguiente aclamación: «¡El Señor es Rey», (10a); los dioses no existen, son nada (5a). El cortejo de tan gran Rey está formado por Honor y Majestad; Fuerza y Belleza. Estas cuatro personificaciones están en el palacio del Gran Rey, en su Templo (6). Todos los pueblos han de presentarse y postrarse obedientemente ante tan grande Rey (7-9), cuando aparezca en santidad (9b), y reconocer que la gloria y el poder le corresponden sólo a Él. El tema del reinado de Dios Padre es abundante en el Apocalipsis (cfr. 11,17; 12,10; 19,6); el reinado de Jesucristo en Ap 11,15 (cfr. 1 Cor 15,23; Col 1,13). Mientras sigamos expresando nuestro deseo de que venga el Reino de Dios, podemos orar con este salmo.
97 (96)–El Señor reina, la tierra goza
En este nuevo himno a la realeza divina asistimos al juicio de los idólatras y de los malvados. La proclamación «Dios reina» (1) pone en movimiento el salmo. Toda la tierra y las islas del Mediterráneo son invitadas a entonar la alabanza. Dios se presenta como soberano majestuoso en medio de nubarrones y envuelto en fuego (2s), mientras la tierra se convulsiona (4), como en las teofanías clásicas (cfr. Dt 4,11; Miq 3,1-7). Los cielos actúan de testigos notariales (6). La reacción de los idólatras es de bochorno, pues sus dioses son nulidades (7). El único Altísimo sobre toda la tierra es Dios (9). Las poblaciones de Judá se alegran por ello, y también porque Dios protege a sus fieles o les preserva la vida (10). A la alegría de Judá se añade el gozo de los justos (12). Heb 1,6 cita el versículo 7c, según la traducción de los LXX. La competencia del juicio se le atribuye a Cristo (cfr. Jn 5,25; 9,35-38; Hch 10,42). Hoy día no han desparecido ni los ídolos ni los idólatras. El mal continúa siendo odiado por Dios. En este contexto bien podemos orar con este salmo.
98 (97)–El rey victorioso y juez justo
Himno al Rey y Señor universal. Se inicia con una solemne invitación a la alabanza (1-3). Un nuevo invitatorio (4) introduce un grandioso coro de voces y de instrumentos (5s. 7s). Se reserva el último verso para la proclamación de la justicia escatológica (9). Si la victoria de Dios se refiera a la salida de Egipto o el retorno de Babilonia, se convierte en paradigma de todas y de cada una de las victorias de Dios. Ésta ha sido realizada a la vista de todos (2b). El Dios de Israel no es el derrotado, sino el rey vencedor que está a punto de entrar solemnemente en la capital de su reino (9). La invitación a la alabanza al Rey vencedor adquiere sonoridad instrumental (5-8). En Ap 15,3 suena el cántico de Moisés y el cántico del Cordero. Ap 5,9s cita un «cántico nuevo», que en Ap 14,2s está acompañado por el sonido de la cítara y el estruendo del océano. Conviene orar con este salmo cuando queremos celebrar la justicia de Dios.
99 (98)–El Señor reina, tiemblen las naciones
Un nuevo himno, el último, a la realeza y santidad de Dios. El estribillo separa estrofas: 1. Dios reina en Sión (1-3). 2. La justicia de Dios (4s). 3. La revelación de Dios (6-9). Las tres estrofas tienen la misma factura: Afirmación sobre Dios, invitación a la alabanza y aclamación final. En la primera estrofa se afirma la imponente realeza divina, que provoca el estremecimiento de los pueblos. Que todos le alaben diciendo: «Santo». Las virtudes que ama entrañablemente el Rey poderoso son la justicia y la rectitud. Que todos se postren ante él y proclamen: «Santo». Dios se manifestó a su pueblo, a quien entregó la ley como palabra suya. Se establece una religión del diálogo ante el Dios cercano; diálogo que se ejemplifica en Moisés, Aarón y Samuel. Que todo su pueblo se postre en el Templo y diga: «Nuestro Dios es santo», el título del Dios de la Alianza. El trisagio suena en Ap 4,8, y los cánticos resuenan en la sección de las plagas (cfr. Ap 15,3.4; 6,5). La santidad no es huida del mundo, sino compromiso con el mundo. Quien ora con este salmo desea que el Nombre de Dios sea santificado y el mundo transformado por la santidad divina.
100 (99)–Tierra entera vitorea al Señor
Himno de alabanza y de acción de gracias (siete imperativos), estructurado en dos partes paralelas y bastante simétricas (1-3; 4s). La primera estrofa destaca tres motivos para alabar a Dios: es Dios, creador y aliado con su pueblo. La segunda añade otros tres: la bondad, el amor y la fidelidad divina. Hch 17,26 se fija y ensancha la confesión: «él nos hizo». Para el tema del Pastor y del rebaño, cfr. Jn 10. Oramos con este salmo dando gracias a Dios y alabándole con todo el mundo.
101 (100)–Voy a cantar tu bondad y justicia, Señor
Este salmo ha sido llamado «espejo de príncipes» o discurso de la corona. El príncipe heredero o el joven monarca anuncia las líneas programáticas de su gobierno. La vida ejemplar que se propone es, en definitiva, una canción al amor y a la justicia del Señor. Con su vida coreará el perfecto proceder del Señor (1-2a). Quien se propone cuanto dice en el programa no es más que un vasallo, que invita al Soberano a que le visite: «¿cuándo vendrás a mí?» (2b). La conducta del príncipe o del monarca será íntegra (2c), semejante a la del Señor. No soportará a los idólatras ni a los fabricantes de ídolos (3); su corazón íntegro no tolerará junto a sí un corazón perverso (4); acabará con los difamadores y con los arrogantes (5), también con los malvados y con los malhechores (8); sus servidores serán los leales y quienes proceden honradamente (6), no los engañadores ni los mentirosos (7). Sueña con una ciudad ideal, en la que no quepan los malvados ni los malhechores, por ser la ciudad del Señor (8). Jesús vino a servir y quiso rodearse de servidores (Mc 10,41-45), a la vez que proclamó la bienaventuranza de los pobres y de los perseguidos (Mt 5,3. 10). Éste en un buen salmo para afrontar nuestras responsabilidades en la Iglesia y en la sociedad.
102 (101)–Señor, escucha mi súplica
Lamentación individual con súplica colectiva de confianza. En medio de la lamentación individual (4-12. 24-28) se ha insertado una súplica nacional (13-23); el himno se abre con una invocación inicial (2s). Tanto el poeta como la ciudad están en un grave aprieto: aquél es un mar de penas (4-12); ésta, un cúmulo de ruinas (13-23). La vida humana es transitoria y muy finita; limita con la enfermedad y con la muerte. Un conjunto de comparaciones expresa con lirismo los males de la existencia, sobre todo las dolencias (4-6) y la soledad (7s). Tras estas dolorosas experiencias está la mano de Dios, su ira (11), y el poeta llega a la conclusión de que su vida es tan breve y seca como la del heno (12). Esta experiencia del dolor y de la soledad se agranda y ensancha cuando se contempla la ciudad reducida a polvo, del que se apiada el poeta (15). ¿No deberá compadecerse también Dios, cuya vida no se mide por años, sino que es eterno? (13s). «¡Se ha cumplido el plazo!» (14c). Llega el tiempo del consuelo y de la reconstrucción (17). Cuando esto suceda, cuando Dios se incline desde el cielo (20), para escuchar y actuar, ha de ponerse por escrito la actuación divina (19). Otros leerán lo escrito, respetarán el Nombre del Señor (16), servirán al Señor (23) ... En fin, el tiempo y lo eterno, la dimensión individual y la colectiva forman el zurcido de este salmo, que finaliza con una confesión de esperanza (29). Heb 1,10-12 cita los versículos 26-28 del salmo (según los LXX) para exaltar la dignidad del Hijo de Dios. Ante el caos social y ante una muerte prematura podemos orar con este salmo, ratificando nuestra esperanza: «Los hijos de tus siervos tendrán una morada» (29).
103 (102)–Bendice, alma mía, al Señor
Acción de gracias a la misericordia de Dios, muy cercana al himno. El salmo se inicia (2s) y se cierra (20-22) con una bendición, y se articula en dos secciones: 1. Cántico del amor y del perdón (4-10). 2. Cántico del amor y de la fragilidad (11-19). Cada sección se compone de tres estrofas (4s.6s.8-10//11-13.14-16. 17-19). Son invitados a bendecir el mismo salmista (1s) y las criaturas celestes, junto con todas las obras del Señor (20-22). Los motivos para agradecer son las acciones y la actividad divina (3-6), así como el modo de comportarse que tiene Dios (8-10). Se benefician de la misericordia divina primero una persona, y, a partir del 10, la comunidad. La misericordia o el amor de Dios tiene dimensiones cósmicas (11s) y una intensidad superior a la que es propia de un padre (13). Nuestra fragilidad y nuestra condición caduca le enternecen (14-17). Es un amor que no retrocede, sino que lo manifiesta generación tras generación (17), sobre todo con su propio pueblo, que guarda la alianza (7s.17s). Dios es Padre lleno de ternura. ¿Es necesario citar algún texto del Nuevo Testamento? Valga el del hijo pródigo (Lc 15,11-32) o la oración de Jesús en la cruz (Lc 23,34), o Rom 8,31-34. Bendigamos a Dios, junto con todo lo creado, en los momentos de alegría y también en las horas de tristeza, mientras tengamos fuerzas o cuando vivimos nuestra fragilidad.
104 (103)–Himno al creador
Himno al Creador. Comienza con un invitatorio (1a), al que siguen tres grandes secciones: cielo (1b-4), tierra (5-24) y mar (25s). Todo está en las manos de Dios (27-30). El versículo 31 es la conclusión, que se alarga al versículo 32. Finaliza el poema con una dedicatoria (33s) y con una alusión a las sombras que afean lo creado. El último estiquio (35b) forma inclusión con el primero (1a). El poeta contempla la creación, y descubre en ella la actuación divina. Ha ido distribuyendo las criaturas de la creación de Gn 1 a lo largo del poema. La primera criatura mencionada es la luz, pero aquí como manto de Dios (2a). Los versículos 2b-3 presentan a la segunda criatura de Gn, pero aquí el cielo es una tienda con sus salones. Los versículos 5s están reservados para la tierra firme; el abismo (océano) ya no es caótico, sino el vestido de la tierra. La tierra fértil y cultivada también aparece al tercer día; el poema dedica a esta obra los versículos 13-15. La luna y el sol, que marcan el paso de la noche al día y las estaciones, aparecen al cuarto día; aquí en los versículos 19-20. Los animales del quinto y sexto día están repartidos por ámbitos: celeste (16), terrestre (17.20s) y acuático (24). El mar es inmenso (24a), bullen en él animales innumerables (como en Gn 1,20s), y, un dato nuevo, ofrece su dorso para que naveguen los navíos, a la vez que es el lugar pensado para que juegue en él el Leviatán o Dios mismo juegue con el Leviatán (26). Todos los animales dependen de Dios para comer (11) y piden a Dios su comida (21). El hombre, la última obra de la creación, es presentado como «homo faber», como labrador (14s.23). La vida de todos los vivientes depende de Dios (29s). Todos tienen su continuidad en la especie (30b). ¡Todo es bello!, como rubrica el autor de Génesis, o todo es gozoso (31b). Todos han de tener en cuenta que cuando contemplan la creación están viendo al rostro divino. ¿Cómo no estremecerse ante Dios? (31). El poeta dedica su canción al Creador, que Él se complazca en esta ofrenda (33s). Lo único que afea la belleza de la creación es la maldad humana: que desaparezca esa maldad (35) y todo será «muy bello». El poeta ha sabido captar lo invisible de Dios a través de lo creado (cfr. Rom 1,20). Los cristianos esperamos una «creación nueva» (cfr. Rom 8,19-23; Col 1,15-17; 2Cor 5,17; Ap 21,1-5). Este salmo nos invita a una oración contemplativa y a respetar todo lo creado. Es un buen salmo para esta época ecológica en la que vivimos.
105 (104)–Den gracias al Señor, invoquen su nombre
Himno a Dios salvador, a continuación del himno al Creador. Se inicia con un largo invitatorio (1-7) y, a continuación, despliega un gran credo histórico en cinco cuadros: Los patriarcas (8-15), José (16-22), las plagas de Egipto (23-36: cuatro estrofas: 23-27.28-30.31-33 y 34-36), el éxodo y el desierto (37-43), y el don de la tierra (44s). El gran protagonista de esta historia es Dios, a cuyo cargo corren la casi totalidad de las acciones a partir del versículo 11: da órdenes que se cumplen (31.34), envía personajes (17), hiere y golpea (33.36) ... La acción humana es muy limitada a lo largo del poema. La dinámica del salmo se pone en marcha con el recuerdo de la «alianza» o del «pacto», que forma una inclusión (8.42). No es la alianza bilateral del Sinaí, que obligaba al pueblo a cumplir determinados preceptos, sino la «alianza» unilateral de Dios con Abrahán; es una alianza «eterna» (8a) o un «pacto santo» (42). Es más una promesa que una alianza. El contenido de la promesa se explicita en el versículo 11: «Te daré el país cananeo como tu lote hereditario». El recorrido por toda la historia santa tiende hacia el cumplimiento de esa promesa, que acaece en el versículo 44: entrada en la tierra y posesión de esta. El final añade la tarea: ahora es cuando el pueblo liberado de Egipto ha de cumplir las cláusulas de la alianza dada en el Sinaí, acontecimiento que ni siquiera se evoca en el salmo. La promesa hecha a los padres continúa vigente (cfr. Rom 4,16). Pablo clarifica a quién se hizo la promesa: a «tu estirpe» en singular (cfr. Gál 3,16s.26-29). Somos los continuadores y beneficiarios de esta historia santa. Aún estamos de camino hacia la tierra. Al orar con este salmo podemos unir nuestra historia a la historia santa, y recordar que, si bien la alianza es tarea, también es Palabra de Dios, y por ello es una alianza eterna y santa. Si somos infieles, Dios es fiel.
106 (105)–Fidelidad divina e infidelidad de Israel
Lamentación colectiva: una plegaria penitencial en forma de memorial histórico. A lo largo del salmo, tras la alabanza y súplica inicial (1-3.4s), desfilan los siete pecados de Israel cometidos de una a otra frontera: Desde Egipto hasta los límites con la tierra: El pecado junto al Mar Rojo (6-12), en el desierto (13-15), en el campamento (16-18), adoración del becerro (19-23), murmuraciones en las tiendas (24-27), los cultos de la fertilidad (28-31), en Meribá (32s). Ya en la tierra continúa la historia del pecado (34-46), articulada en cuatro estrofas (34-37.38s.40-43.44-46). Termina el salmo con una súplica y alabanza (47s), formando inclusión con el comienzo. La historia del pecado iniciada por los padres se continúa en la generación de los hijos. Son pecados cometidos fuera de la tierra y también en la tierra. Contaminada por el pecado la tierra de Dios, la única solución es sufrir las consecuencias. Pero la última palabra no la tiene el pecado, sino la gracia: «Daremos gracias a tu Nombre, y alabarte será nuestra gloria» (47b). El cuarto libro del salterio finaliza con una nueva doxología (48), cuyo autor es el redactor final del libro. También nuestra Iglesia es pecadora. Recordemos, por ejemplo, los desórdenes de la Iglesia de Corinto (1 Cor 5s). Ni siquiera la celebración eucarística se libra de los reproches paulinos (1 Cor 11,17-22); «pero cuanto más se multiplicó el pecado, más abundó la gracia» (Rom 5,20). Con este salmo nos confesamos pecadores ante Dios, pecadores como nuestros padres, y esperamos ser salvados por la gracia.
107 (106)–Canto de acción de gracias
Himno comunitario de acción de gracias y epílogo sapiencial. Comienza con una invitación a la alabanza (1-3). A continuación cuatro cánticos: el de los caravaneros (4-9), el de los prisioneros (10-16), el de los enfermos (17-22) y el de los marineros (23-32), fieles a la misma estructura: situación, invocación, liberación y acción de gracias. El epílogo sapiencial está formado por tres estrofas: el cántico del éxodo (33-35), el de la tierra, (36-39) y el del exilio/retorno (40-42). El verso conclusivo es sapiencial (43). La penosa situación origina el clamor; éste fuerza la intervención divina, que, una vez experimentada, induce a los liberados o salvados a alabar el amor eterno de Dios. Si nos fijamos en los estribillos, toda la historia santa es un entretejido, cuya urdimbre está formada por el clamor y la liberación (6.13.19.28: la liberación es presentada con distintos sinónimos). La palabra final de cada una de las etapas es la acción de gracias al Señor por la manifestación de su amor (8.15.21.31). A partir del versículo 33 comienza una reflexión, que en clave histórica implica la expulsión de los habitantes anteriores (40) y la transformación de los elementos naturales. En clave teológica, el autor se remonta al plan de Dios, Señor de la naturaleza y de la historia. El colofón (43) afecta a todo el salmo. No basta con hablar del pasado y contarlo, sino que la actuación divina, muestra de su amor, induce a una meditación constante sobre el amor divino. Los evangelios nos presentan situaciones parecidas a las que ha descrito el salmo: el pueblo hambriento, alimentado por Jesús (cfr. Mc 6,30-46); el endemoniado en los sepulcros, con «grillos y cadenas», liberado por Jesús (cfr. Mc 5,1-20); diversas clases de enfermedades sanadas (cfr. Mc 6,53-56 y 7,24-37); la tempestad calmada (cfr. Mc 4,35-41) ... Quien ore con este salmo adquirirá la sabiduría, que se nutre del recuerdo y no cesa de meditar sobre el amor que Dios nos muestra a lo largo de la historia y de la vida. Es un excelente doctorado.
108 (107)–Canto de victoria
Salmo mixto de confianza y súplica comunitaria, compuesto con dos mitades de otros salmos: Sal 57,8-12 y 60,7-14 (1-6 y 7-14, respectivamente). Unidas ambas piezas, adquieren un significado nuevo. El poeta se encuentra entre los pueblos y naciones, en la diáspora. Pese a su situación, aún tiene fuerzas para cantar al Señor con toda su alma (2b). Él y la comunidad abrigan la ilusión de la llegada de un nuevo día, iluminado por la gloria del Señor. Como respuesta a su canción matinal, el poeta añade un antiguo oráculo (8-10), comentado ya por generaciones anteriores (11-13). Al final sale robustecida la confianza (14). Es un salmo, pues, que actualiza piezas antiguas y las acomoda a un nuevo momento. Podemos actualizar este salmo oyendo en él la voz de un pueblo que suplica en medio de los conflictos y de las opresiones.
109 (108)–Dios de mi alabanza, no te hagas el sordo
Es claro el planteamiento judicial, no sólo por la presencia del verbo «juzgar» (7.31), también por la actuación del fiscal que acusa ante el tribunal (6.20.29), y por el puesto que ocupa: a la derecha (6); por la acusación, condena y apelación (7), por la confusión y la infamia, como consecuencia de la derrota (29). Los versículos 21-25 son más propios de la súplica. La articulación del material puede ser la siguiente: presentación de la causa (1-5), imprecaciones de los acusadores (6-15), réplica del acusado (16-20), súplica tradicional (21-25.26-29) y recapitulación (30-31). La demanda es presentada por un hombre bueno que ha sido acusado injustamente. Acaso a continuación se deja constancia del discurso del acusador ante el tribunal (6-15): son veinte terribles impresiones. Resulta hiriente que se pida a Dios, el juez, que nombre a un malvado como acusador. Equivale a pedirle a Dios que sea cómplice. Tal vez sea posible entender el versículo 6 como expresión de un odio atroz por parte del acusador. Las imprecaciones, en este caso, afectan al acusado y a su descendencia, a su vida y sus bienes... Un quiebro sintáctico (16) introduce el alegato del inocente acusado, pidiendo para el acusador la aplicación de la ley de Talión. Que Dios mismo aplique la pena pedida (20). Un nuevo cambio sintáctico abre el poema a la súplica (21). Ahora el poeta se dirige directamente a Dios, con el recurso al triángulo clásico: tú (21.27.29), yo (22.25), ellos (28). Porque el salmista está seguro de que Dios no se ha hecho el sordo ante el himno que acaba de recitarle, se dispone ya a darle gracias. Dios es el abogado y el salvador de los pobres. El versículo 8 es aplicado a Judas por Hch 1,20. Jesús, el acusado, se puso en las manos del que juzga justamente (1Pe 2,23). Si existen jueces corruptos, otros lo pagan. Con este salmo apelamos al tribunal supremo, al Grande, que se pone a la diestra del pobre (31).
110 (109)–El Mesías, rey y sacerdote
Salmo real, estructurado en un díptico: realeza (1-3) y sacerdocio (4-7). Cada tabla del díptico sigue el mismo modelo: oráculo (1 y 4) y comentario (2-3. 5-7). Los oráculos pueden ponerse en boca de un sacerdote o de un profeta de la corte. En el oráculo el Señor (Dios) comunica a «mi señor» (el rey) su rango casi divino: «Siéntate a mi derecha», y la asistencia que prestará al monarca en tiempos de guerra: hasta que los enemigos sean convertidos en estrado de los pies del rey de Judá. El comentarista añade cómo el rey de Judá extenderá los territorios de su reino. Para ello cuenta con la ayuda divina y también con la colaboración voluntaria de lo mejor del pueblo, el rocío [«flor» en la traducción] de la juventud. Cuando el rey aparezca majestuoso, «el día de la fuerza» (que puede ser la movilización o la vista militar, como acto previo al combate), contará con una juventud presta a enrolarse entre la tropa que sirve al rey desde el primer momento de su reinado: «Desde el seno de la aurora», que es símbolo de vida y de luz, alude a una nueva era. El segundo oráculo va dirigido también al rey, que es simultáneamente sacerdote, como lo era el rey jebuseo de Jerusalén. La dinastía davídica, asentada en Jerusalén, tiene las antiguas prerrogativas propias del rey cananeo de la ciudad. El salmista comenta el segundo oráculo vinculándolo con el primero. Ahora proclama ante Dios lo que ya se ha dicho: «Mi señor (el rey) está a tu derecha». Añade algo nuevo: de la relación que tiene el monarca con Dios dimana su fuerza casi divina; por ello, extermina enemigos, sentencia, amontona cadáveres, aplasta cabezas. Si su esfuerzo en el combate le lleva casi al agotamiento, un torrente providencial, del que bebe abundantemente, permite reponerse y proseguir la campaña. Son numerosas las citas de este salmo en el Nuevo Testamento. El versículo 1 aparece en los evangelios (cfr. Mt 22,41-46; Mt 26,64; Mc 16,19; Hch 2,34s; Rom 8,34, etc.). El versículo 4 en Heb 5,6.10; y sobre todo Heb 7. Podemos orar con este salmo evocando la conciencia política de la autoridad. Una lectura cristiana pide que el salmo sea despojado de la violencia. Cristo es rey y sacerdote, pero rey de «justicia, de amor y de paz»; sacerdote que entró en el santuario a través de su propia sangre, y nos ha abierto el camino de acceso al santuario. Oremos por el pueblo de Dios, que es un pueblo de reyes y de sacerdotes.
111 (110)–Alabanza por las obras del Señor
Himno acróstico de alabanza. A la acción de gracias (1-3), sigue el cuerpo del himno (4-9), que finaliza con una máxima sapiencial (10). El poeta insiste en las obras del Señor, cuya grandeza se esfuerza en dimensionar (2). Su intención es proclamarlas ante la comunidad reunida (1). Las obras son ponderadas (2), esplendorosas, majestuosas (3), duraderas (3b) ... Son una manifestación del amor compasivo de Dios, y, por ello un memorial que nos remite a ese amor (4). El don de la tierra (6), el alimento diario (5), los preceptos (7b-8), el rescate del pueblo y la ratificación de la alianza (9) son obras concretas de Dios. Todas ellas suscitan la alabanza (1) y conducen al reconocimiento del nombre divino (9b). Lucas cita el versículo 9c en el Magnificat (1,49) y el versículo 9a en el Benedictus (1,68). Alabar a Dios por todo es la palabra última de la creación, el «aleluya» final, al que unimos nuestra voz cuando oramos con este salmo: «La alabanza del Señor permanezca para siempre».
112 (111)–La felicidad del fiel
Nuevo salmo alfabético de estilo sapiencial. El poeta constata la dicha de quien respeta al Señor (1-6) y describe su conducta confiada y generosa (7-9). El versículo 10 añade un esbozo del rostro de los malvados. El justo se caracteriza, ante todo, por respetar al Señor y por amar apasionadamente sus mandatos (1). La bendición de los versículos 2s son una consecuencia del respeto y del amor. El justo tiene ante sí un espejo en el que mirarse: la luz (Dios), con tres atributos (4), que encuentran su réplica en las tres cualidades del hombre bueno (5). Pueden llegar malas noticias a los oídos del justo, pueden levantarse los enemigos, el justo no vacilará (6) y persistirá en su generosidad. Si así se comporta, su fama será imperecedera (7-9) y eterna su memoria (6b). El rostro del malvado aparece desfigurado por la ira. Pues bien, sus deseos se frustrarán. Pablo cita el versículo 9ab al emprender la colecta a favor de la Iglesia de Jerusalén (cfr. 2 Cor 9,6-9). También nuestra sociedad actual necesita testigos que teman a Dios y sean amantes apasionados de sus mandatos; necesita hombres y mujeres que reflejen los destellos de la Luz, porque son dadivosos, compasivos y atentos. Quien quiera ser testigo de Dios en nuestro tiempo puede orar con este salmo.
113 (112)–El Dios de los humildes
Himno de alabanza del Nombre de Dios (1-3), cuya trascendencia cósmica (4-6), no le impide la actuación en la historia (7-9). Dios y el hombre ponen nombre a las criaturas (Gn 1s). Sólo Dios puede comunicar su nombre personal, y con ello se expone al uso y al abuso, si bien el abuso está protegido con un mandamiento. Conocido el Nombre de Dios, el hombre lo invoca, respeta y ama. En este salmo lo alaba a lo largo del tiempo (2) y en lo ancho del espacio (3). La alabanza surge ante la grandeza del Señor y ante el hecho insólito de que el Excelso se abaje para mirar hacia la tierra (4-6). Es una bajada operativa: levanta del polvo al humilde, que puede ser muy bien el pueblo estéril por estar desterrado (9). Por todo ello, «Alabad al Señor». El salmo evoca el himno de Flp 2,6-11. Nuestro Dios no permanece aislado en su cielo. Ha bajado hasta la tierra. Se ha hecho uno de tantos, se identifica con los desvalidos. Ensalcemos el Nombre del Señor, grande y sublime, con el presente salmo.
114 (113)–La salida de Egipto
Himno por la liberación de Egipto. La salida de Egipto y la llegada a la tierra son simultáneas (1s); el poeta prescinde de las plagas y de las lentas marchas por el desierto. Para el poeta, los dos reinos están indivisiblemente unidos (2). En vez de la tienda móvil del desierto, el santuario es Judá –también Israel– y la tierra, dominio del Señor (2). Simultáneos son también el comienzo y el final: el paso del Mar y el paso del Jordán (3). Entre ambos extremos de la epopeya el poeta alude a la teofanía del Sinaí (4). El poeta domestica lo terrorífico del Sinaí (cfr. Éx 19,18), y lo convierte en un animal entre pequeño y asustadizo (4). El poeta pregunta con apóstrofe: «¿qué les pasa...?» (5s). Él mismo, a la vez que responde, invita a toda la tierra a estremecerse ante la presencia de un Dios tan poderoso, y tan cercano que transforma lo árido en fuente de vida (8). La tierra sufre ahora dolores de parto (Rom 8,19-22) desde que se estremeciera al morir Jesús en la cruz (cfr. Mt 27,45-53). La salida de Egipto y la entrada en la tierra es el credo fundamental de Israel. Con este himno podemos celebrar el núcleo de nuestra fe: el paso, la pascua del Señor.
115 (114)–¡No a nosotros, Señor, no a nosotros!
Salmo de confianza. La primera parte es una catequesis sobre el verdadero Dios. Se compone de tres estrofas: 1. Declaración positiva sobre nuestro Dios (1-3). 2. Declaración negativa: los ídolos (4-8). 3. Declaración positiva sobre el fiel del Señor (9-11). La segunda parte es una bendición solemne, con las siguientes estrofas: A. Introducción coral (12s). B. Bendición sacerdotal (14s), C. Himno coral conclusivo (16-18). Los desterrados en Babilonia no tienen Templo ni santuario; su Dios no admite figura ni representación alguna, y, además, es un Dios vencido. Los poderosos dioses babilónicos ahí están. ¿Dónde está el Dios de Israel? Es urgente que Dios actúe por el honor de su Nombre (1), y por los desterrados, cuya fe es injuriada. La respuesta es contundente: nuestro Dios está en el cielo y ha hecho la tierra; los dioses de ustedes están en la tierra, pero son nada, como describen las siete negaciones de los versículos 5-7. El Dios que nos creó nos hizo a su imagen y semejanza (Gn 1,26), los fabricantes de ídolos sean conforme a su hechura: nada y vacuidad (8). En momentos tan poco propicios para creer se yergue majestuosa la confianza del pueblo, del sacerdocio y de los fieles (9s). Al triple acto de confianza corresponde una triple bendición (12), que ha de llegar a todos (13) y ha de mostrarse en la fecundidad (14s). El Dios del cielo no comparte su morada con ningún otro dios. La tierra sí que se la ha dado a los seres humanos y el abismo es la residencia de los muertos (16-19), con una posible alusión a quienes ahora viven la muerte del destierro. «Glorifica tu Nombre», pidió Jesús (Jn 12,28). El Padre lo escuchó (cfr. Jn 13,31s; 17,1-4). «Creo en Dios, aunque no lo veo» escribió un judío en el gueto de Varsovia. En épocas poco propicias para la fe es bueno que oremos con este salmo.
116 (115)–Liberación del peligro de muerte
Esta acción de gracias se abre con una invocación (1s), a la que siguen tres estrofas: Dios salva al postrado (3-6), soliloquio (7-12); un estribillo (13s) une la estrofa segunda con la tercera: acción de gracias en el Templo (15-19); esta estrofa incluye el estribillo (17s. 13s). El género pide el recuerdo de las desgracias. Se mencionan: peligro de muerte (3ab.8), aflicción interior (3c), situación social de desvalimiento (10b) y esclavitud (16). Quizás la esclavitud es tan sólo una metáfora alusiva a las tres desgracias anteriores. Dios escuchó la voz suplicante (2) y libró a quien clamaba (8). Es el momento de dar gracias a Dios y de cumplir los votos (14.18) formulados en tiempos de infortunio. He de subrayar la intensidad y movilidad del sentimiento. La angustia y la congoja alcanzan y aprietan (3). El poeta se desdobla, y en diálogo consigo mismo recuerda lo que pensaba y decía (10.11). De la impaciencia y del apremio queda constancia en los versículos 4b y16a: «¡Por favor...!». El amor (1a) –en el texto Hebreo sin complemento– y la fe/confianza (10) tienen un puesto destacado. El salmo se abre con el verbo «amar», y coloca la composición entera en el ámbito del amor a Dios. La fe se ratifica aun después de haber pensado y dicho sobre sí mismo (10b) y sobre los demás (11b). 2 Cor 4,13 cita el versículo 10a. El versículo 11b es citado por Rom 3,4. Podemos orar con este salmo cuando hemos superado peligros mortales o solucionado conflictos personales. Es bueno que todo quede en el ámbito del amor a Dios, en quien creemos.
117 (116)–Alabanza de la creación al Todopoderoso
Himno de alabanza a Dios. La motivación es nacional (2) y la invitación universal (1). Pablo lo cita en Rom 15,11, refiriéndose al alcance universal del Evangelio. Podemos orar con este salmo teniendo en el corazón la causa ecuménica.
118 (117)–Canción litúrgica de acción de gracias
Liturgia de acción de gracias. La invitación a la alabanza (1-4) va seguida de un primer himno en las tiendas de los justos, en Jerusalén (5-18). El segundo himno suena en el Templo (19-29). El primer himno tiene tres estrofas: A. Declaración de confianza (5-9). B. Exposición del caso (10-14). C. Cantos de victoria y acción de gracias (15-18). El segundo himno tiene dos estrofas: A. Entrada en el Templo (19-25). B. Procesión litúrgica (26-29). En ambos himnos van alternándose distintas voces. El personaje central del salmo es un individuo, no sabemos si el rey o alguien que represente al pueblo repatriado, que, liberado de un peligro mortal acude al Templo a dar gracias a Dios, porque «es eterno su amor» (1-4), porque «me escuchaste y fuiste mi salvación» (21). El personaje salvado clamó desde la prisión (5), mientras estaba rodeado de enemigos (10-14). Era una piedra desechada por los albañiles, pero el Señor le convirtió en piedra angular (22). Todo el pueblo tiene como suya la liberación del individuo, y saca su enseñanza sapiencial (8s) o ensalzan la mano liberadora (15b-16), o bien participa en la procesión y se beneficia de la bendición (27). La aventura del individuo o de la comunidad ha estado bajo el control de Dios (17s). Dios ha intervenido de un modo singular y ha convertido el tiempo de su intervención en el «día del Señor» (24), que queda abierto a posibles intervenciones posteriores del Señor. De ahí la petición apremiante del versículo 25. El salmo es, en definitiva, un reconocimiento de Dios y de su actuación (28). La «piedra angular» es Cristo (cfr. Mc 12,10s; Hch 4,11; 1Pe 2,7). Los tres sinópticos, y también Juan, citan los versículos 25-26a con motivo de la entrada de Jesús en Jerusalén (cfr. Mt 21,9; Mc 11,9s; Lc 19,38; Jn 12,13). Mt. 23,39 cita nuevamente el versículo 26a en el lamento por Jerusalén (cfr. Mt 23,39). La Iglesia nos invita a orar con este salmo en el tiempo pascual, a la luz de la muerte y resurrección del Señor. Es el día del Señor.
119 (118)–Elogio a la ley divina
Este larguísimo salmo es una meditación sapiencial centrada en la Ley. El autor recurre a todos los artificios del lenguaje para confesar su amor a la Ley. Veintidós estrofas, tantas como las letras del alfabeto Hebreo. Cada estrofa tiene ocho versos, con ocho sinónimos de la Ley. El número siete indica ya plenitud. Si se añade una unidad más (7+1), más no puede decirse, es la perfección suma. Los versos de cada estrofa comienzan con la misma letra. De modo que de la primera a la última letra del alfabeto Hebreo, todo el vocabulario humano está al servicio de un amor que excede a cualquier otro amor: el amor a la Ley de Dios, o mejor, el amor al Dios de la Ley. El lector encontrará en este salmo una sucesión ininterrumpida de géneros literarios: Meditaciones, súplicas, breves lamentaciones, declaraciones de confianza y de inocencia, acción de gracias, alabanza, etc. Dios es el constante interlocutor del salmista; se dirige a Él en segunda persona. Las repeticiones son inevitables. El artificio literario del acróstico forzará algunas estrofas. Encontraremos expresiones tópicas, presentes en otros salmos; pero también pasajes de gran belleza literaria y alta inspiración poética. Muchos títulos, símbolos y privilegios de este salmo son aplicados a Cristo: Luz, agua de la roca, camino. La gran enseñanza/revelación (Torá) de Dios es Jesús. Podemos poner su nombre donde leemos la ley o sus sinónimos.
Pascal comenzaba su jornada orando con una estrofa de este salmo. Así confesaba su amor a Dios. Es lo que nos propone la Iglesia en la Liturgia de las Horas: cada día, mediado el trabajo, nos ofrece una estrofa de este salmo. Con esa estrofa proclamamos nuestro amor al Dios de la Ley, y su Palabra definitiva: el Señor, que es la ratificación de las promesas divinas.
A
Elogio a la ley divina:
Dichosos los de conducta intachable
Esta primera estrofa es programática. El verbo «aprender» (7) aparecerá otras dos veces en el salmo (71.73); el verbo «observar» es persistente (4.5.8.9.17.34.44.57.60.63.67.88.101.106.134.136.146.158.167.168); el sustantivo «corazón/mente» retornará quince veces a lo largo del salmo (2.7.10.11.32.34.36.58.69.70.80.111.112.145.161); el tema del camino/conducta es frecuente (en esta primera estrofa hasta tres veces)... Desde el comienzo del salmo se proclama la bienaventuranza de quien ajusta su vida a la Ley. La consecuencia de este proceder llega en el versículo 6. El «tú» divino entra en el versículo 4. Todo el salmo está bajo la proclamación de la dicha inicial y es una incesante profesión de amor al Dios de la Ley, cuya compañía es necesaria para caminar según su divino querer: «¡No me abandones, oh Dios grande e inmortal!» (8b).
S
Elogio a la ley divina:
¿Cómo limpiará un joven su senda?
Los mandatos proceden de la «boca» de Dios (13b), se han adentrado en lo más profundo de la intimidad humana, en el corazón (11), que busca a Dios y su ley como en la estrofa anterior (2.10). Han venido a la lengua como susurro (15) y son contados por los labios (13a). Así se limpia el sendero (9), que se convierte en sendero divino (15b) y se disfruta la felicidad interior (14.18). ¡Bendito seas, Señor!
G
Elogio a la ley divina:
Cuida de tu siervo
El «siervo» que está al servicio de tan gran señor es un peregrino en demanda de asilo. Medita la ley ante Dios (nótese la presencia de los imperativos). En otros lugares del salterio se dice «no me ocultes tu rostro»; aquí, «no me ocultes tu ley», que es consejero íntimo como en Sal 16,7 lo es Dios. En este clima sereno se hacen presentes enemigos, arrogantes y murmuradores. El siervo reacciona meditando las órdenes divinas.
D
Elogio a la ley divina:
Mi aliento está pegado al polvo
Bella oración es contar a Dios nuestras andanzas. El piadoso, que está en camino, se halla postrado en grave enfermedad: está pegado al polvo. Pero su adhesión es más profunda. En realidad está pegado/adherido a los preceptos divinos. Así el camino, mencionado tres veces en esta estrofa, es un camino luminoso.
H
Elogio a la ley divina:
Enséñame, Señor, el camino de tus estatutos
El salmista pide y Dios actúa. Dios, en efecto, es el sujeto de los verbos con los que se inician siete versos de esta estrofa. La mala inclinación del corazón humano (cfr. Jr 22,17) es enderezada por Dios. Así el hombre no buscará el lucro ni sus ojos se fijarán en los ídolos (en la Mentira). Guiado por Dios, el hombre llegará a la vida, vinculada con el camino (cfr. 37; Prov 4,10-27).
W
Elogio a la ley divina:
Que me llegue tu misericordia, Señor
Aunque esta estrofa parece que resalta el protagonismo del hombre, al menos formulando propósitos, en realidad está encabezada por el amor y la salvación divina, en el versículo 43 retorna el vocativo de la primera estrofa: «Oh Dios grande e inmortal», y en el versículo 44 otro vocativo: «Dios eterno». Los mandatos, amados y deleite del salmista, le dan libertad al orante (como en el versículo 32), ahora para dirigirse a los reyes y hablarles.
Z
Elogio a la ley divina:
Recuerda la palabra que diste a tu siervo
Destaca en esta estrofa el recuerdo. Dios recuerda su palabra para cumplirla. El salmista recuerda la ley constantemente. Se reitera el vocativo, «oh Dios grande e inmortal» ahora ante los insolentes. Con la cercanía de tan gran Dios, el enamorado de la ley podrá mantenerse en su camino, enfurecerse contra los malvados y cantar en el destierro.
H
Elogio a la ley divina:
Mi porción es el Señor
El tema más destacado de esta estrofa es el amor. El amor divino llena la tierra. Dios es la heredad del salmista, como lo es del levita. El amor es presuroso. El salmista también se apresura a guardar los mandamientos divinos. El amor sufre por la ausencia de la persona amada: el salmista quiere «congraciarse» con Dios, retornando a Él; el amor une a quienes son semejantes: «Soy amigo de quienes te respetan».
T
Elogio a la ley divina:
Trataste bien a tu siervo
Dios es bueno y bienhechor. Cuanto procede de Él, aunque sea el castigo correccional, es bueno. Los orgullosos, por el contrario, «embadurnan» a los demás con sus mentiras y son incapaces de hacer el bien, pues tienen un corazón obstinado. En definitiva, la ley es mejor, o más valiosa que la mucha riqueza.
Y
Elogio a la ley divina:
Tus manos me hicieron y me afirmaron
Dios es creador del hombre y con él está comprometido. Lo primero que hace es enseñarle; si se extravía, le mostrará su misericordia y compasión; si la fidelidad le aflige (74s), la compasión divina le hará revivir. Retornan los «fieles» y los «insolentes». Los primeros son amigos del salmista (cfr. 63). Los insolentes quedarán avergonzados.
K
Elogio a la ley divina:
Mi aliento se consume por tu salvación
Se vuelve densa la presencia de los enemigos, que persiguen, ponen trampas y casi logran lo que pretenden. El salmista tiene otros «dolores» o preocupaciones más íntimos: Desfallecimiento por la salvación, languidez por la promesa. Espera que el amor divino le dé vida: la que está amenazada por los enemigos y aquélla por la que él suspira.
L
Elogio a la ley divina:
Tu palabra, Señor, está firme por siempre
Ésta es la estrofa de la estabilidad y de la eternidad en contraste con la condición caduca del hombre. Estable y eterna es la palabra del Señor, estable en la tierra y duradera en el cielo. El hombre, por el contrario perece por el sufrimiento y por la persecución de los enemigos. Necesita que Dios lo salve y lo mantenga en vida. Con este auxilio nunca olvidará los decretos divinos. La eternidad celebrada conduce al salmista hasta la inmensidad de Dios: «¡Qué inmenso es tu mandato!».
M
Elogio a la ley divina:
Cómo amo tu voluntad
La meditación asidua de la ley proporciona al salmista más sabiduría que la que tienen los enemigos. Ha de ser una sabiduría que se manifieste en la práctica, en la conducta, hasta odiar el camino de la mentira.
N
Elogio a la ley divina:
Tu palabra es lámpara para mis pasos
El camino oscuro se ilumina con la luz de la palabra divina. Esta nueva luz puede inducir al «disparate»: a la ofrenda de la boca, que susurra constantemente la Ley divina y no se revela, y a la ofrenda de la vida, permanentemente en las manos en actitud oferente. El piadoso conoce el riesgo de la fe: rodeado de trampas y de enemigos, de todos se libra gracias a la ley: es su herencia perpetua; se la pasará a sus hijos. En el amor a la Ley ya tiene su recompensa.
S
Elogio a la ley divina:
Detesto a los que se han desgajado
Dios es refugio, escudo y apoyo en el que confía el salmista. Dios no defraudará esta confianza. Quienes se apartan de los estatutos divinos, por el contrario, serán despreciados. El salmista vive el estremecimiento ante la santidad divina.
Elogio a la ley divina:
Practico la justicia y el derecho
Ésta es la estrofa de la actuación. El salmista ha actuado conforme al derecho: Dios responde no entregando a su siervo, sino saliendo fiador por él. Ya es hora de actuar, se le recuerda al Señor. Una ha de ser la actuación a favor de su siervo: que lo enseñe, lo instruya el Dios altísimo y fiel, y el siervo aprenderá. Distinto ha de ser el obrar divino con aquellos que han transgredido la Ley de Dios.
P
Elogio a la ley divina:
Admirables son tus preceptos
Vuelve el símbolo de la luz. La palabra de Dios ilumina y el rostro divino resplandece sonriente. De esta luz se llena la vida y el alma, como los pulmones se llenan de aire, cuando la vida necesita aliento. El poder del mal no puede enseñorearse sobre el hombre. Mientras existan los malvados, que no guardan la ley divina, el salmista llorará, sea con llanto vicario o bien de compasión por los desgraciados.
S
Elogio a la ley divina:
Justo eres tú, Señor
Ésta es la estrofa de la justicia. Justo es el Señor, rectos sus juicios, eterna su justicia. Esta repetición de la justicia atrae otros sinónimos: Recto, auténtico, fiel. La justicia de Dios y sus preceptos son eternos. Es la justicia mostrada con los pequeños. Acaso desde aquí puede explicarse el extraño versículo 143.
Q
Elogio a la ley divina:
Clamo de todo corazón
La estrofa se vuelve suplicante: Llamar y responder, llamar y salvar, gritar y escuchar, pedir auxilio y esperar. La causa de este movimiento dialogal puede ser que los idólatras se acercan al perseguido pero se alejan de la Ley divina. Dios no sólo se acerca, está cerca, permanentemente cerca, como permanentes son sus preceptos.
R
Elogio a la ley divina:
Mira mi aflicción y líbrame
La mirada tiene una importancia destacada en esta estrofa. Dios mira la aflicción, para defender la causa, vivificar y conceder la salvación, porque son muchos los perseguidores. Dios ha de mirar también el amor que el salmista tiene a los preceptos divinos. También el salmista mira y ve a los renegados, hacia quienes siente asco. La síntesis, compendio, de cuanto se viene celebrando y meditando es ésta: Tu palabra es la verdad y eternos tus mandamientos.
S
Elogio a la ley divina:
Unos príncipes me persiguen sin motivo
La observancia nace del amor y se realiza con amor. A ese amor corresponde la paz y se contrapone a la mentira y a la falsedad. El salmista siente ante «la palabra» temor y gozo; es un gozo semejante al que se experimenta ante un rico e inesperado botín. El versículo 166 une la espera y la acción.
T
Elogio a la ley divina:
Llegue mi clamor a tu presencia, Señor
La estrofa final y todo el salmo está dominado por el «clamor, la petición y la alabanza». Lo que pide el orante es «enseñanza, liberación, salvación, auxilio, vida». Pese a todo el empeño por ser fiel, el salmista puede haberse extraviado. Que Dios busque a esta oveja descarriada, porque al menos no ha olvidado sus mandamientos.
120 (119)–Lamentación confiada del justo
Esta súplica individual, con la que se inicia la serie de «cánticos de las subidas» (120–135), nos presenta al salmista –al pueblo– lejos de su tierra, como emigrante entre gente bárbara y belicosa. Masac es un pueblo mercader (cfr. Ez 27, 13) y Cadar comercia con ganado menor. No sabemos si el destierro es real o ficticio. En todo caso, es gente violenta, tanto de palabra (2s) como de obra (7). El orante clama desde la angustia del destierro (1). El Dios invocado librará al suplicante y dará su merecido a los opresores (3s). Existe la bienaventuranza dirigida a los pacíficos (Mt 5,9) y el saludo y despedida de Jesús: «La paz les dejo, mi paz les doy» (Jn 14,27). La paz entre los hermanos es recomendada por Rom 12,18; 1 Cor 7,15; 2 Cor 13,11; Heb 12,14, etc. Es un buen salmo para orar con él en los momentos de movimientos migratorios.
121 (120)–Dios cuida de su pueblo
Este salmo de confianza se compone de una proclamación inicial (1s) y de una canción al centinela divino (3-8). Domina el tema de Dios como guardián. Seis veces oímos el vocablo, sea como verbo o como sustantivo. Hay que añadir la «sombra» protectora (5b) como título divino y la vigilancia permanente de quien no duerme ni dormita (4a). Las polaridades, por otra parte, son características de este salmo: sol y luna; día y noche, abarcando todo el tiempo (Gn 1); entradas y salidas como definición de toda la vida y actividad humana; ahora y por siempre: en el presente y en el futuro. En todos estos ámbitos actúa Dios como guardián. Su tutela es eficaz por ser el creador del cielo y de la tierra (2). El creyente no tiene por qué dirigir la mirada a los montes, morada de los dioses, en busca de protección. Jesús pide al Padre que Él mismo nos guarde (cfr. Jn 17,11), como se lo pedimos en el Padrenuestro. Somos guardados y protegidos para una herencia imperecedera (cfr. 1 Pe 1,4). La confianza total, como es la proclamada por este salmo, es madura cuando persiste en medio de las dificultades y a pesar de los conflictos. En circunstancias como ésas podemos orar con este salmo.
122 (121)–¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!
Esta canción de Sión se compone de tres partes: Peregrinación (1s), alabanza a Jerusalén (3-5), y bendiciones (6-9). Tras el anuncio de un futuro, tal vez inminente, el salmista ya se ve ante las puertas de la Ciudad Santa, donde se yergue la casa del Señor. El anuncio de este futuro ya es causa de alegría (1s). La visión de la ciudad fascina al peregrino. Es una ciudad impresionante por su solidez, hechizadora por su belleza, bulliciosa por la multitud de peregrinos, tutora del derecho y de la justicia. Es la ciudad santa en la que se alaba al Señor y se administra justicia (3-5). El nombre de Jerusalén lleva consigo ecos de paz: paz dentro de las murallas, paz para los amigos, paz para cuantos habitan en Jerusalén. Junto a la paz, la prosperidad y el bien, como frutos de la paz (6-9). La belleza de Jerusalén impresionó también a Jesús; pero la Ciudad Santa no supo reconocer la llegada de Paz (Lc 19,41-44). Al orar con este salmo es bueno preguntarse: ¿Son nuestras ciudades lugar de encuentro o se pasean por ellas el miedo y la violencia? ¡Ojalá construyamos la Jerusalén terrena, mientras suspiramos por la Jerusalén celeste!
123 (122)–A ti levanto los ojos
El poema se mueve entre la altanería y la humildad, entre el desprecio y la piedad. Los orgullosos (4) son altaneros: miran hacia lo alto, tratando de conquistar mayor grandeza, aunque sea anulando a otros, despreciándolos (3b-4). Quien está postrado como esclavo o esclava dirige una mirada confiada a la mano de su señor o señora. Es una mano que no amenaza, sino que concede favores. La mirada del esclavo va más allá: levanta lo ojos a quien está entronizado en el cielo (1). De él espera confiadamente que se incline y tenga piedad (3). La mujer cananea pide a Jesús que tenga piedad (Mt 15,22-25). El publicano no se atrevía a levantar los ojos al cielo (Lc 18,10-14). Aún existen demasiados esclavos en nuestra tierra, que nos invitan a orar con este salmo.
124 (123)–Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
En este salmo se suceden los peligros del pasado (1-5) y acción de gracias presente (6-8). El yo del poema acaba de superar un peligro grave, descrito con imágenes. El asalto humano (2b) es semejante a la agresión de fieras que desgarran (6b) o la red del cazador que atrapa a la presa (7). Se parece también a aguas que arrollan y anegan (4s). Como el Abismo se habrían tragado vivo (3a) al orante y a todos los suyos. No sabemos a qué peligro concreto alude el poeta. Lo cierto es que Dios ha intervenido con su gracia, y ahora Israel ha de decir con total convicción (1b) que ha sido obra del Señor. Es obligado bendecir y alabar (6a) al Creador del cielo y de la tierra (8). «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?», pregunta Pablo (Rom 8,31). Cuando vivimos en el límite de nuestra pequeñez, surge el liberador de nuestra vida: Dios como auxilio. Él nos sostiene. A Él le damos gracias.
125 (124)–Los que confían en el Señor son como el monte Sión
La confianza (1s) se da la mano con la súplica (4s) en momentos de opresión (3). Una buena circunstancia histórica puede ser la época de los Macabeos. La sociedad está dividida. Por una parte están «Israel (5), su pueblo (2) y quienes confían» (1); por otra, «los malvados (3), los malhechores (5) y algunos justos» que tienden su mano a la maldad (3b). Quienes se deciden por la fe y mantienen la confianza tienen la estabilidad de la montaña santa, de Sión, que está firme para siempre. El símil geográfico es elocuente: así como Jerusalén está rodeada de montañas, así el Señor rodea a su pueblo «ahora y por siempre» (2). Es un abrazo de protección y de paz, en tiempos de persecución y de guerra. El abrazo cariñoso de Dios a su pueblo se convierte en presencia permanente del Señor en su Iglesia (Mt 28,20). Confiando en el Señor podemos estar seguros aun en medio de los conflictos.
126 (125)–Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, creíamos soñar
La repatriación, sea el retorno del destierro o bien en tiempos de Nehemías, explica el «cambio de suerte». No vale aquí aquella apreciación «los sueños, sueños son»: este sueño es una realidad que motiva una doble reacción; el comentario de los paganos (2d) y el canto jubiloso de los que regresan (2a.5b). Dos imágenes recogen la realidad. La lluvia torrencial caída en los secos cauces del sur (el Negueb) da vida al desierto (cfr. Job 38,25-27). Si la cosecha había sido exigua, la sementera implicaba quitarse el pan de la boca, en espera de una buena cosecha. Algo así fue el destierro y el retorno: los caminos que conducen a la tierra se llenan de gente; la sementera en Babilonia no fue estéril; ahí está la cosecha. Todo se debe a que el Señor ha hecho proezas con nosotros (2d.3a). Jn 16,20-22 habla del paso del llanto a la risa y de la tristeza al gozo. Si queremos transformar el sufrimiento en esperanza, las lágrimas en canciones, podemos orar con este salmo.
127 (126)–Si el Señor no construye la casa
Salmo de confianza con matices sapienciales. «Vano» es cuanto se hace sin contar con Dios. Ni el trabajo afanoso ni la vigilia nocturna, ni madrugar o trasnochar, ni recurrir a otros dioses distintos al Dios verdadero dará su fruto (1s). Uno de los dones divinos, su «salario», son los hijos, fruto de la bendición divina. Los hijos, por lo demás, son ayuda, defensa y apoyo para los padres en distintas situaciones; sobre todo en aquellas en las que el padre es impugnado en la sede judicial: a las puertas de la ciudad (3-5). «Sin mí no pueden hacer nada», leemos en Jn 15,5. Es necesario que el cristiano se implique en la construcción de la ciudad terrestre, pero sin dejar a Dios al margen.
128 (127)–¡Dichoso el que teme al Señor!
Celebra este salmo de las subidas la dicha de la vida familiar, como es patente por el doble «dichoso» (1a.2b), por la doble bendición (4a.5a), por el doble bien o bienestar (2b.5b) y por la paz final (6b). El trabajo del hombre no es «en vano», como en el salmo anterior, sino que lleva la bendición de Dios, porque cuenta con Dios. Todos están ocupados: el padre en el trabajo, la mujer en la casa y la familia reunida en torno a la mesa. Las imágenes vegetales (3) sugieren la fecundidad y el crecimiento. Los dos símbolos aluden a Israel. El salmo propicia un paso de la familia a Jerusalén, madre de Israel. El simbolismo matrimonial es referido a Cristo y a la Iglesia en Ef 5,21-32. Podemos orar con este salmo unidos a la pequeña familia en la que nacimos o que formamos y también en vinculación con la gran familia, la Iglesia, reunida en torno a la mesa del Señor.
129 (128)–Protección divina a los fieles
Acción de gracias (1-3) con súplica (4-8). El orante mira hacia el pasado y da gracias a Dios porque lo ha liberado. Mira también a los causantes del mal y pide que Dios haga justicia. No sabemos si la imagen del labrador alude al pueblo que es tratado como si fuera un buey atado al arado y molido a latigazos o al lucro que se obtiene de los esclavos: los largos surcos harían referencia a la codicia de los amos. En cualquier caso, los opresores no pudieron con Israel, como se ha de proclamar «claramente» (1b). El Justo ha de salir en defensa de su pueblo y tratar a los opresores como hierba de azotea (6s), a la vez que rompe las correas con las que azotan a los oprimidos (4). Los oprimidos desde la juventud son bendecidos por Dios (8). Porque nuestros hermanos aún son oprimidos, oramos con este salmo.
130 (129)–Desde lo hondo te grito, Señor
Súplica individual, con una introducción (1s) y en tres movimientos: el Tú divino (3s), el Yo orante (5s) e Israel (7s). La espera y el perdón son correlativos. Primero es Dios quien vigila atento cualquier infracción para castigarla (3; cfr. Job 7,19s; 13,27). Después es el hombre quien vigila o aguarda anhelante la llegada de la aurora, que es el momento propicio para obtener misericordia (5s). Finalmente es Israel quien espera la llegada del Señor, en el que sólo hay amor, y por tanto perdón (7s). El perdón es cosa de Dios (4a). El pecador puede clamar desde «lo hondo» (1): desde la situación trágica o desde su condición humana. El Dios de perdón ha de ser respetado con suma reverencia (4b). Rom 7 describe la situación patética del pecador. Heb 4,16 nos invita a acercarnos al trono de la gracia. Con este salmo clamamos a Dios desde lo hondo de nuestra conciencia pecadora o desde lo profundo de nuestra condición humana, porque sabemos que en Dios sólo hay amor.
131 (130)–Señor, mi corazón no es ambicioso
Salmo de confianza en negativo (1) y en positivo (2). El versículo 3 une este salmo con el anterior. La renuncia a la altanería, a las aspiraciones desmedidas, es un signo de la absoluta confianza en Dios. Como el niño se aquieta junto a su madre, algo así le sucede al creyente que se calma junto al Señor. Que Israel aprenda a confiar y a esperar en Dios. Jesús abraza a un niño y se identifica con él (cfr. Mc 9,36s). La máxima aspiración del cristiano es ser «un niño» (cfr. Mt 18,3-5; Mc 10,13-15; Lc 9,46-48). La oración de Carlos de Foucault, «Padre, me pongo en tus manos...», es una bella glosa de este salmo.
132 (131)–Oración por la casa de David
Este poema real, acaso de la época del Cronista, presenta un díptico, en el que el poeta recrea el oráculo de Natán a David. Ambas tablas del díptico comienzan con un juramento: el juramento de David (1-5) y el juramento de Dios (11s). Un coro reacciona tras cada uno de esos juramentos (6s.8-10//13-18). Cada tabla del díptico finaliza con la mención de David-ungido (10//17s). La casa en su doble acepción: morada/Templo y dinastía es el eje del salmo. No será David quien construya la casa/Templo para que en él habite el paladín de Jacob (3-5), sino que será el Señor el constructor de la casa/dinastía de David (11). El Templo es impensable sin los sacerdotes y sin el culto; es el lugar en el que habita el Señor y al que acude el pueblo en las fiestas prescritas. En el Templo se rendirá adoración al antiguo habitante del Arca (7). Del Templo, lugar elegido por el Señor (13), procede la bendición, que es fecundidad y vida (15). Los sacerdotes se visten de fiesta y el pueblo prorrumpe en aclamaciones gozosas (9.16). La casa/dinastía de David tendrá futuro. Es un futuro incondicional para el primer sucesor (11b); un futuro condicionado para los siguientes (12). El poema, por el tiempo en que se compone, es una proyección del presente hacia el pasado fundacional. La sociedad del Cronista gira en torno al Templo, al culto y al sacerdocio. El versículo 11 es citado en Hch 2,30; el versículo 5, en el discurso de Esteban (cfr. Hch 7,45-47). Se presta este salmo para asumir la realidad presente, sin olvidar que somos herederos de una historia santa. Oramos con este salmo en unión con el Ungido, que es a la vez el Sacerdote del nuevo Templo edificado sobre la carne del Señor.
133 (132)–Vean qué grato convivir los hermanos reunidos
Salmo con tonalidades sapienciales. Celebra la belleza de la fraternidad. El aceite de la unción baja hasta la barba; ésta hasta el cuello de la vestimenta; el rocío del Hermón, elevado monte norteño, baja hasta las colinas sureñas de Sión. El perfume del ungüento penetra por los sentidos. La suavidad sedosa de la barba es una caricia. El rocío del Hermón impregna las tierras secas de Sión. Algo así es la fraternidad. Es una bendición que es vida, y vida perdurable. Los cristianos somos hermanos. Nuestra misión es difundir el buen olor de Cristo (cfr. 2 Cor 2,14s). Oramos con este salmo y soñamos con una fraternidad en casa, en la comunidad, y en el mundo entero. Todos somos hijos del único Dios y Padre.
134 (133)–Alabanza nocturna
Breve liturgia de bendición. El peregrino invita a los sacerdotes a que bendigan –alaben– al Señor durante la noche. Éstos le responden implorando la bendición divina, prenda de todos los favores materiales sobre el peregrino. El cristiano puede añadir la bendición de Ef 1,3. Al orar con este salmo, encomendamos a los sacerdotes que presiden nuestras asambleas litúrgicas.
135 (134)–Alabanza al Dios vivo
Himno a la grandeza divina con su invitación hímnica (1-4), cuerpo del himno (5-18) y conclusión (19-21). El cuerpo del himno tiene tres estrofas: el Creador (5-7), el Redentor (8-14), el Viviente (15-18). Los sacerdotes, como en el salmo anterior, son los encargados de entonar la alabanza (1s). La bondad divina, el renombre de Dios, la elección del pueblo (Jacob e Israel) y la donación de la tierra son los motivos para alabar al Señor (3s). Los tres ámbitos de la creación: cielo, tierra y abismo, son obra suya (6), como en sus manos está el gobierno del universo (7). Es el Señor de la historia, sintetizada en cuatro verbos: «hirió..., envió... hirió... entregó» (8.9.10.12). Así fue como el Señor hizo justicia a su pueblo y se compadeció de sus siervos (14). Los dioses no existen (5.15-18; cfr. 115,4-8). Son nuevos motivos para bendecir al Señor. Termina el salmo como comenzó, invitando a los sacerdotes (aarónidas y levitas) a que bendigan al Señor, el morador de Jerusalén (19-21). Dios nos muestra su bondad cada día, nos da a conocer su Nombre. Por ello podemos continuar la bendición, iniciada en el Templo de Jerusalén, orando con este salmo.
136 (135)–Himno a la misericordia eterna
Himno en letanías. Comienza con una invitación a la alabanza (1-3). A continuación se proclama el credo de Israel a lo largo de tres estrofas: La creación (4-9), el éxodo (10-20) y la tierra (21-25). Termina el salmo con una nueva invitación a la alabanza (26). La creación del cielo, de la tierra y de las aguas es una muestra del amor del Señor. La alternancia del día y de la noche, también es manifestación del amor divino. Los distintos capítulos de la historia que se forjó desde Egipto hasta la tierra están rubricados por el amor de Dios. El que nos mira en el momento presente nos muestra todo su amor. El amor suscita amor y gratitud: «Dad gracias al Dios del cielo, porque es eterno su amor». El prólogo joánico describe a Jesús lleno de amor y de verdad (Jn 1,14). Ahora sí que podemos decir que es eterno el amor de Dios hacia nosotros. Este salmo ha de ir completándose con las nuevas muestras del amor divino en nuestra vida.
137 (136)–Junto a los canales de Babilonia
Lamentación comunitaria en tres estrofas: Los canales de Babilonia (1-4), el recuerdo de Jerusalén (5s), e imprecaciones, más súplica (7-9). Si ambientamos esta elegía en Babilonia, el poema es un cántico de resistencia: ¡Jerusalén por encima de todo! Si fue compuesto por quienes retornaron, es un recuerdo de las penalidades del destierro. En cualquier caso, el poema está lleno de sentimiento dolorido y nostálgico. La postura del que está sentado es una traducción corporal del llanto o del espíritu postrado por la nostalgia. La cítara, que nació para ser pulsada, ha de permanecer muda, pendiente en las ramas de árboles que tienen la copa caída, por los suelos. Cantar canciones de Sión en tierra extranjera sería una afrenta e incluso una blasfemia: el nombre de la perdida Jerusalén y el sacrosanto Nombre de Dios no han de ser mancillados en una tierra llena de sangre. Jerusalén, el colmo de la alegría, se ha tornado en vértice de la tristeza, y, pese a todo, Jerusalén continúa siendo la ciudad amada; mucho más amada que la lengua o que la mano. La primera puede paralizarse y la segunda enmudecer porque la cítara continuará silenciosa. Si los opresores quieren una canción, vaya para ellos una bienaventuranza sarcástica (9). Tampoco los idumeos han de irse de vacío. Ellos alentaron a los babilonios a desnudar a Jerusalén hasta los cimientos. Quien así alentaba a dejar denuda a la Dama amada, no ha de quedar impune: que el Señor se lo tenga en cuenta. El amor apasionado a Jerusalén y al Señor está por encima de todo. Ap 14,8; 16, 19; 17,5; 18,2.10.21 acepta el eje del salmo Jerusalén/Babilonia para referirlo a la nueva Jerusalén y a la «gran ciudad», símbolo del mal. ¿Nos duele la fe? ¿Sudamos sangre por mantener un amor fiel al Señor? ¿A quién amamos con todo nuestro ser, aun a costa de nuestra integridad física? Oramos con este salmo unidos a todos los que aman a Dios por encima de todo.
138 (137)–Te doy gracias de todo corazón, Señor
Acción de gracias del creyente (1s), de los reyes (4-6) y para el futuro (7s). El creyente que entona su acción de gracias se halla en un pueblo extranjero, lejos del santuario y rodeado de dioses. Su mirada se dirige al Templo lejano y su fe es firme: se postra en dirección al santuario y da gracias a Dios aun encontrándose entre otros dioses (1-2a). Los motivos son clásicos: el amor y la fidelidad de Dios (2b) y la invocación escuchada (3). Supone el poeta que los oráculos de Dios se oyen en todo el mundo. Al escuchar la Palabra de Dios, los reyes de los pueblos darán gracias a Dios y reconocerán su singular grandeza, que consiste en que el Excelso mira al humilde (4-6). El orante no sabe cómo será su propio futuro. Está seguro, sin embargo, de que si los peligros son grandes, la mano de Dios es salvadora y su amor es eterno. Dios no puede abandonar la obra de sus manos. La acción de gracias tiene futuro. Oramos con este salmo para dar gracias a Dios por su actuación a favor nuestro y de nuestro pueblo.
139 (138)–Señor, tú me sondeas y me conoces
Esta meditación sapiencial sobre el conocimiento y la presencia de Dios acaso tuvo su «íncipit» ante la presión de los malvados (19-22): alguien ha sido acusado injustamente, quizás de idolatría y apela a Dios. En este ambiente compone su poema, que está formado por una breve introducción (1) y cuatro estrofas: A. El conocimiento divino (2-6). B. La presencia de Dios (7-12). A’. El conocimiento/poder divino (13-16). C. El fiel y el rechazo de los ídolos (17-22). Los versículos 23s forman la inclusión con el versículo 1. Decir que Dios conoce es lo mismo que afirmar que Dios se dona amorosamente. Es un amor que abarca todo el ser humano, comprendido en las expresiones polares: sentarse y levantarse, camino y descanso, silencio y palabra, por detrás y por delante... Los verbos que se refieren a la actuación divina son de esta índole: conocer y discernir, saber y estrechar, apoyar la palma y saber... El conocimiento/amor de Dios resulta inefable e inenarrable (1-6). Dios está por doquier y nada impide su presencia: arriba y abajo, en la aurora y en ocaso, en la tiniebla primordial y en la oscuridad nocturna... (7-12). Todo queda iluminado por la presencia divina (12). Su presencia en nuestra vida se remonta a los tiempos de nuestra gestación en el seno materno (13). No se contenta con estar presente, es activo: nos formó y entretejió (15), como fue entretejido el paño que cubría el Arca: con bordados y recamados. La arquitectura humana es tan divina que lleva la huella de Dios en la carne. El ser humano es un «misterio, misteriosa obra de Dios» (14). Las andanzas de esta maravillosa obra de Dios que es el ser humano son cariñosamente cuidadas por la solicitud divina (16). ¿Puede comprenderse que alguien hable dolosamente de Dios? ¿No es irracional que alguien odie al Señor, si todo bien nos viene de Él? Irrastreables son los caminos de Dios, su sabiduría es un abismo (cfr. Rom 11,33). Dios nos estrecha y abraza no para condenarnos, sino para orientar nuestros pasos hacia su amor. Si queremos saborear el amor divino y apreciar la dignidad del hombre nos vendrá bien orar con este magnífico salmo.
140 (139)–Líbrame, Señor, del malvado
Súplica individual, desdoblada en dos (2-6//7-12), que finaliza con una confesión de fe (13s). Cada una de las súplicas tienen dos estrofas (2-4.5s//7-9.10-12). El poema, a estas alturas del salterio, nos resulta convencional. Es lo que se deduce de la descripción de la persecución: violencia (2), contiendas (3) trampas y lazos (6) ... Tópicas son también las peticiones: líbrame (2), defiéndeme (3), guárdame (5)... Conocidas son las invocaciones del acto de confianza: mi Dios (7), mi Dueño, mi fuerza salvadora... (7-9). «El día del combate» (8b) Dios actúa como yelmo que cubre la cabeza de quien le suplica, la cabeza de los enemigos, sin embargo, está desprotegida (10a): que recaiga sobre ella el mal que tramaron (10-12). Los desprotegidos –humildes y pobres (13)– son protegidos especialmente por Dios: habitarán en presencia del Señor (14b), que es una clara alusión al Templo. Rom 3,13 cita el versículo 4. Hay víctimas porque aún existen verdugos. Al orar con este salmo escuchamos el clamor de los creyentes perseguidos, que todavía tienen fuerza para decir «Tú eres mi Dios».
141 (140)–Señor, te estoy llamando, ven deprisa
Súplica individual, que se desdobla en una «gran súplica» (1-7) y en una mini súplica (8-10). Ambas comienzan con una invocación (1-2//8). ¿Qué hacer cuando acecha la maldad y se encubre en formas de fraternidad como pueden ser los banquetes (4d; cfr. Prov 1,8-18) y los agasajos (5b)? El justo puede caer en la trampa y pecar de palabra y de pensamiento (3s). El yo del salmo dirige su mirada en una triple dirección: hacia sí mismo, hacia Dios y hacia los malvados. El orante no quiere tener nada en común con los malvados: no participará en sus banquetes, ni permitirá ser ungido con perfumes refinados (5); en vez de eso, orará por los demás (5c) y por sí mismo (2). Su oración será incesante: estará siempre ante la presencia divina como lo está el incienso de la ofrenda vespertina (2). Está dispuesto a sufrir la reprensión y los golpes procedentes de los justos (5a), pero que la maldad de los malvados no le contamine. Es consciente, sin embargo, de la propia debilidad. Aquí ha de intervenir Dios. El orante dirige su súplica a Dios: que él sea el centinela, vigilante de los labios que pronuncian las palabras y también del corazón donde nace la palabra (3-4a); que le guarde y no le destruya (9). Para los malvados, por el contrario, que sea una Roca puntiaguda contra la que éstos se estrellen, a la vez que escuchan unas palabras «amables» de la Roca (7), dicho no sin ironía. Los malvados están en lo suyo: comenten iniquidades, camufladas en banquetes amigables o bien en cepos y en trampas hábilmente escondidos (9-10a). Que Dios intervenga, y haga caer a los malhechores en sus propias redes y trampas, que sean destruidos (8b.10a). En definitiva es Dios quien ha de vérselas con el inocente y con los malvados. Podemos orar con este salmo cuando vemos que la maldad nos rodea y no quisiéramos pecar, ni herir a nadie con nuestras palabras. Con este salmo pedimos a Dios que nos arranque del mal.
142 (141)–A voces grito al Señor
Destaca en esta súplica individual, pronunciada «mientras se apaga el aliento» (4a) la voz o el clamor, que es intenso en la súplica inicial (1) y reiterativo (6a.7a) en el cuerpo de la súplica (4b-7). En la conclusión del salmo es una voz de alabanza (8a). El código espacial domina la composición. El orante avanza por un sendero abruptamente cortado por una trampa (7b). No puede avanzar ni volver hacia atrás, porque le persiguen (7b). Si mira hacia la derecha, nadie le reconoce (5a). Eleva la mirada hacia arriba y advierte que se ha quedado sin refugio (5b). Tiene la sensación de hallarse aprisionado (8a) y se experimenta agotado (7a.4a). No tiene escapatoria en el espacio. La única salida está todavía más arriba, allá donde eleva su grito: Dios será su refugio y su lote (6). Al finalizar el salmo el orante se encuentra en el «cerco» de los justos, con los que dará gracias a Dios. Jesús se declara «Camino» (Jn 14,6), que conduce a la tierra de los vivientes (cfr. Jn 14,2). Oramos con este salmo en unión con cuantos están de camino, y también con aquellos que se sienten agotados por las fatigas del mismo.
143 (142)–Señor, escucha mi oración
Funciona en esta súplica individual la relación entre el soberano y el vasallo. Entre ambos reina una relación de amor o de lealtad (8a.12a). Dios ha cumplido sus compromisos con toda justicia (1b.11b). El vasallo no es inocente (2b), no ha sido fiel. Dios podía querellarse contra él (2) e incluso romper definitivamente la relación de amor: ocultándole su rostro (7b). Los enemigos serían los ejecutores de este castigo. Pero no es el momento. El vasallo se encuentra en una situación extrema: perseguido a muerte (3), con taquicardias y casi sin aliento (4), al borde de la muerte (3), cuyo sabor a polvo ya gusta anticipadamente (6b) ... La muerte es una pesadilla (3-6) y el sepulcro también (7-10). El cuerpo entero del orante es una súplica a la justicia divina: que ha de ser necesariamente piadosa y clemente, porque ningún ser vivo «es justo ante ti» (2b). La luz del alba es el tiempo propicio para que Dios, el soberano, muestre nuevamente su amor al vasallo (8a). Sabe muy bien que no es inocente, pero también sabe que Dios es bondadoso (10b). Por eso implora que lo guíe en el futuro (8.10) de modo que pueda cumplir su voluntad y caminar por un camino llano (10). Si Dios ha de recurrir a la justicia vindicativa que sea con los enemigos, pero no con el vasallo que se declara siervo de Dios (12). Cae muy bien el título de «Siervo» en labios de Jesús. En cuanto a nosotros, que Dios no entre en pleito con nosotros, pese a nuestra infidelidad, Dios permanece fiel (cfr. 2 Tim 2,13). Al orar con este salmo, caemos en cuenta de nuestra infidelidad, pero también de la fidelidad de Dios: pese a todo, por la mañana nos permitirá sentir su amor.
144 (143)–Oración después de la victoria
Es muy difícil clasificar este salmo. Tiene piezas de todos los colores y citas de otros salmos. Por ejemplo, Sal 18 está citado en los versículos 1.2.5a.6.7.10. En el versículo 3 se cita el Sal 8,5. El versículo 4 combina Sal 39,6 con Job 14,2... Pese a todo, el salmo tiene su coherencia interna procedente de la figura de David. Claro está que no se trata del David histórico, puede ser el David mesiánico, del que hablan otros libros bíblicos (cfr. Am 9,11; Miq 5,1; Ez 37,23s; Zac 12,8). La secuencia de guerra y de victoria, con la consiguiente prosperidad del pueblo (12-14), está vinculada a la figura y actuación del rey mesías. Él es el portador de las esperanzas mesiánicas; es una figura ejemplar: así como libró a David (10), del mismo modo librará a su pueblo (7-8.11). «¡Dichoso el pueblo al que esto le sucede!» (15). El cielo nuevo y la tierra nueva nos llevan más allá del salmo (cfr. Ap 21,1-4; 2 Pe 3,13; Rom 8,19-23). El pueblo de Dios que espera el nuevo reino se va formando en el seno de la historia. Será bueno que no olvidemos las vidas ejemplares; nos darán aliento, y sobre todo que pongamos nuestra mirada en el Señor que es el iniciador y consumador de nuestra fe.
145 (144)–Grandeza y bondad de Dios
Es el último salmo acróstico del salterio. El autor, más artesano que poeta, paga tributo a la forma y acarrea materiales de otros lugares bíblicos. La repetición y la reiteración son los principales recursos del poeta. La alabanza a Dios por sus proezas pasa de una a otra generación: ha llegado hasta el poeta y él ha de transmitirla a las generaciones sucesivas (4-7); así de una forma ininterrumpida (1b.2b). Son motivo de alabanza tanto los atributos divinos (8s.17), cuanto sus acciones (4-7.14-16 y 10.18-20). Digno de alabanza es sobre todo el reino-reinado de Dios (11-13). Los sujetos de la alabanza se ensanchan más y más: desde el yo del poeta (1s) hasta todo viviente (21), pasando por las generaciones (4), los fieles (10s), quienes lo aman (20). Aunque se unan muchos a alabar al Señor a lo largo de la historia, nunca ponderarán suficientemente la grandeza divina, que es insondable (3b), ni su bondad, que es inmensa (7a). Es necesario, por ello, que todas las criaturas (10), que todo viviente bendiga el santo Nombre de Dios por siempre jamás (21). El puesto céntrico del «reino de Dios» une este salmo con el núcleo de la predicación de Jesús: «El reino de Dios» (cfr. Mc 1,14s), que ha de continuar creciendo en nuestra sociedad; por eso es necesario orar con este salmo, a la vez que pedimos: «Venga tu Reino».
146 (145)–Confianza solo en Dios
Este himno a Dios, creador del universo y defensor del pobre, contrapone la fe en el hombre (3s) con la fe en Dios (5-10). Comienza con una introducción (1s) y a lo largo de la segunda estrofa desfilan «doce» bellísimos títulos divinos. Es una fe operante, que da paso a la esperanza. Nada podemos esperar del ser humano; por muy poderoso que sea, es incapaz de salvar (3); es tan efímero como nosotros. Dios, por el contrario, tiene recursos para todo. Tenerlo como protector es una auténtica dicha (5). Es el Dios fiel y justo, eterno y duradero, sus proyectos no son caducos, porque su amor es eterno. Muestra la fidelidad de su amor con todos los que son débiles y pudieran buscar su salvación en los poderosos. Quienes están en situación de inferioridad por causa de otros (oprimidos, hambrientos y cautivos) o por enfermedad (ciegos y desfallecidos) o por circunstancias de la vida (emigrantes, huérfanos y viudas) se benefician de la fidelidad amorosa de Dios. También a los justos llega el amor de Dios. La realidad divina suscita una reacción alborozada: «Alabad al Señor» (¡Aleluya!). El discurso programático de Jesús en la sinagoga de Nazaret (cfr. Lc 4,17-22) actualiza la temática de este salmo. Los proyectos humanos pueden ser ambiciosos y desafiantes; no por ello anularán el proyecto divino. Si confiamos totalmente en Dios, si de verdad creemos en Él, podemos orar con este salmo.
147 (146 y 147)–Alabanza a Dios por el cuidado de los suyos
Este poema está entre la acción de gracias y el himno. Ateniéndonos a las invitaciones (1.7.12) prevalece la acción de gracias. Se da gracias a Dios o se alaba al Señor de la historia (1-6) y del cosmos (7-11), en cuyas manos está el dominio de la naturaleza (12-20). Estamos en los tiempos de la repatriación de los desterrados y de la reconstrucción de la ciudad (1s). Las heridas del destierro aún son recientes (3). Atrás queda el culto astral de Babilonia: Dios pone nombre a las estrellas, aunque sean innumerables, porque es Señor de ellas (4). Realmente nuestro Dueño es grande; tan grande que ha abatido a los impíos y sustenta a los humildes (6). Tanto poder es digno de una alabanza gozosa (1). Infantería y caballería han sido barridas (10), porque el Señor se deleita en sus fieles, a quienes ama (11), como lo muestra el sustento diario de los animales (8s). Es necesario entonar la acción de gracias (7). Dentro de la ciudad está el pueblo de Dios, sin sacerdotes ni reyes; son simples ciudadanos. No han de temer la llegada del invierno, porque los meteoros hostiles son domesticados: la lana es blanca y protectora; la ceniza, restos del fuego del hogar; las migajas, sobras de la comida... Es decir, es un pueblo cuidado, aun cuando arrecie el frío, y alimentado con el mejor trigo (14). El mayor don es la ley divina que no se comparte con otros pueblos, sino que es monopolio de este pueblo (19). Porque Dios ha actuado de tal modo sólo con este pueblo, es preciso que la ciudad celebre y alabe (12). El pueblo de Dios, en otro tiempo desterrado y disperso, ahora ha sido rescatado y reunido. Desde el salmo es posible acudir al himno joánico (Jn 1,1-14) y desde éste retornar al salmo. Somos el pueblo de Dios, que peregrina por esta tierra y se reúne en la Iglesia. Oramos con este salmo de acción de gracias, porque es justo y necesario dar incesantes gracias a Dios, por medio de Jesucristo.
148–Alabanza universal
La presente alabanza universal a Dios transcurre en dos escenarios: en los cielos (1-6) y en la tierra (7-14a). El versículo 14bc es el colofón del himno. El director del coro lanza siete imperativos hacia el cielo y uno hacia la tierra. Siete son las voces celestes invitadas a entonar la alabanza y veintidós o veintitrés las criaturas que forman el coro de alabanza en la tierra. Los motivos para alabar a Dios se reparten en los versículos 5-6 y 13-14: creación por la palabra, nombre y majestad, exaltación de su pueblo. El hombre que pone nombre a las criaturas les presta voz, para que todos alaben al Señor en armoniosa polifonía. De este modo las criaturas son conducidas ante el Creador. Toda la creación (cielos, tierra y abismo) ha de doblar su rodilla y alabar el «Nombre-sobre-todo-nombre» (Flp. 2,9s). Para orar con este salmo es necesario tener un corazón ecuménico y ecológico, en el que quepan todos y todo. Desde el cielo y desde la tierra se entonará la alabanza a Dios en un solo coro polifónico.
149–Canten al Señor un cántico nuevo
Ya conocemos los himnos de alabanza a Dios creador y rey, después de haber recorrido todo el salterio. También nos resulta familiar el «cántico nuevo»; sólo que aquí no es una expresión convencional, sino que el cántico es realmente nuevo, tanto por quienes lo entonan cuanto por su contenido. Lo entonan los «justos» o los «leales» (1.5.9), que están dispuestos a jugarse la vida por el Nombre de Dios. El cántico es una acción bélica, previamente escrita como sentencia dictada por el juez justo (9a). Los justos o «los leales» bien puede ser un grupo combativo del tiempo de los Macabeos. En efecto, «la asamblea de los leales» sólo aparece aquí y en 1 Mac 2,42, a lo largo de toda la Biblia. Es un grupo que no acepta a ningún monarca extranjero ni cuenta con un rey davídico. Es un grupo devoto y combativo. Expresa su devoción de un modo riguroso. Se oponen a la violencia injusta con la violencia justa. Ejecutan la sentencia dictada por Dios, y lo tienen por algo honroso. Nos vale su entusiasmo religioso y su fe en Dios creador y Señor, porque el evangelio nos pide que no respondamos a la violencia con la espada (Mt 26,52-54). Nuestra batalla ha de ser contra «los dominadores del mundo tenebroso» (Ef 6,12). El mal y el pecado que hay en nuestro mundo son una afrenta al Creador; el dolor de los humildes es el dolor del Señor. Oramos con este salmo en unión con cuantos tienen hambre y sed de la justicia. Son bienaventurados.
150–Aleluya final
Doxología final del salterio. Es un himno a toda orquesta. Enmudece la palabra y surge la música. Ella traduce los mejores y más profundos sentimientos del creyente ante Dios. Diez fueron las palabras creadoras de Gn 1. Diez son los imperativos de este último salmo. Se alaba a Dios por todas las obras descritas en el libro que ahora concluimos y que fueron realizadas a lo largo de la historia santa. Se le alaba por su inmensa grandeza. Todo ser creado y redimido ha de unirse a este coro universal de alabanza. Todos los instrumentos musicales han de prestar su sonido para esta solemne alabanza final. La palabra última de todo lo creado y redimido es ésta: «¡Aleluya!». Hemos entrado en la celebración eterna, en el júbilo eterno. Este salmo nos remite a Ap 19,1-10, a los cánticos triunfales en el cielo. Nuestra comunidad, nuestro pueblo anticipa el «Aleluya» celeste cuando entona su alabanza a Dios en la tierra.