Samuel I
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El libro de Samuel se llama así por uno de sus personajes decisivos, no porque sea él el autor. Está artificialmente divido en dos partes, que se suelen llamar primer libro y segundo libro, aunque en realidad constituyen la primera y segunda parte de una misma obra.
Tema del libro. El tema central es el advenimiento de la monarquía bajo la guía de Samuel como juez y profeta. Samuel actúa como juez con residencia fija e itinerante. Aunque prolonga la serie de jueces precedentes como Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, Samuel recibe una vocación nueva: ser mediador de la Palabra de Dios, ser un profeta. Al autor le interesa mucho el detalle y proyecta esa vocación a la adolescencia de su personaje. En virtud de dicha vocación, el muchacho se enfrenta con el sacerdote del santuario central; más tarde introduce un cambio radical: unge al primer rey, lo condena, unge al segundo, se retira, desaparece, y hasta se asoma por un momento desde la tumba. Cuando muere, toman su relevo Gad y Natán.
En otras palabras, el autor que escribe en tiempos de Josías, uno de los reyes buenos, o el que escribe durante el destierro, nos hace saber que la monarquía está sometida a la palabra profética.
Marco histórico. Con razonable probabilidad podemos situar los relatos en los siglos XI y X a.C. Hacia el año 1030 Saúl es ungido rey, David comenzaría su reinado en Hebrón hacia el 1010 y Salomón en el 971. Los grandes imperios atraviesan momentos de cambios y crisis internas y durante este largo compás de silencio pueden actuar como solistas sobre el suelo de Palestina dos pueblos relativamente recientes en dicho lugar: filisteos e israelitas.
Maestría narrativa. Si lo referente a la historicidad es hipotético, lo que es indudable e indiscutible es la maestría narrativa de esta obra. Aquí alcanza la prosa hebrea una cumbre clásica. Aquí el arte de contar se muestra inagotable en los argumentos, intuidor de lo esencial, creador de escenas impresionantes e inolvidables, capaz de decir mucho en poco espacio y de sugerir más.
El autor o autores sabían contar y gozaban contando; no menos gozaron los antiguos oyentes y lectores; del mismo deleite debemos participar en la lectura del libro, recreándolo en la contemplación gozosa de unos relatos magistrales.
Samuel. En su elogio de los antepasados, Ben Sirá –o Eclesiástico–, traza así el perfil de Samuel: «Amado del pueblo y favorito de su Creador, pedido desde el vientre materno, consagrado como profeta del Señor, Samuel juez y sacerdote» (46,13). Sacerdote porque ofrecía sacrificios. Juez de tipo institucional, porque resuelve pleitos y casos, no empuña la espada ni el bastón de mando. Cuando su judicatura intenta convertirse en asunto familiar por medio de la sucesión de sus hijos, fracasa. Profeta, por recibir y trasmitir la Palabra de Dios. Hch 13,20s lo llama profeta; Heb 11,32 lo coloca en su lista entre los jueces y David.
Un monte en las cercanías de Jerusalén perpetúa su nombre: «Nebi Samwil». ¿Y no es Samuel como una montaña? Descollante, cercano al cielo y bien plantado en tierra, solitario, invitador de tormentas, recogiendo la primera luz de un nuevo sol y proyectando una ancha sombra sobre la historia.
La monarquía. Fue para los israelitas una experiencia ambivalente, con más peso en el platillo negativo de la balanza. En realidad pocos monarcas respondieron a su misión religiosa y política. Aunque es verdad que los hubo buenos: David, Josafat, Ezequías, Josías (cfr. Eclo 49a). Por otra parte, los salmos dan testimonio de una aceptación sincera y hasta de un entusiasmo hiperbólico por la monarquía. Antes de ser leídos en clave mesiánica los salmos reales expresaron la esperanza de justicia y de paz, como bendición canalizada por el Ungido.
Pues bien, el autor proyecta la ambigüedad y las tensiones al mismo origen de la monarquía –remontarse a los orígenes para explicar el presente o la historia es hábito mental hebreo–. Explícita o implícitamente el libro nos hace presenciar o deducir las dos tendencias, en pro o en contra de la monarquía. Es un acto de honradez del autor el haber concedido la voz en sus páginas a los dos partidos.
1,1-28 Nacimiento de Samuel. Se abre el Primer libro de Samuel con la historia del nacimiento de quien será el personaje central de la obra, y quien le da el nombre al libro. El nacimiento de Samuel encuadra muy bien en el género literario «nacimiento de héroes»; mas la intencionalidad del autor no es tanto subrayar las condiciones extraordinarias en que nace el niño, de una mujer estéril, amada por su esposo, pero repudiada y humillada por otra mujer fecunda, la otra esposa de su marido; la verdadera intencionalidad es ilustrar el estado en que se encuentra la historia misma del pueblo, un pueblo al que Dios ama, pero que no produce los frutos que se esperan de ese amor, de esa relación. De entrada, pues, se comienza a percibir el sabor profético del libro que con cierta razón en el canon hebreo figura entre los profetas. Israel ha de sentir el rechazo y la burla de otros –pueblos– y debe volverse al Señor con fe y confianza, tal vez el Señor tenga piedad y lo haga fecundo. Así como Ana en su esterilidad ha concebido un hijo, del mismo modo, Israel, también en su esterilidad, traducida en estancamiento y decadencia social, religiosa y política, pueda evolucionar hacia un proyecto de pueblo más acorde con el proyecto de la justicia y de la vida, al que el Señor lo ha llamado.
2,1-10 Canto de Ana. En sentido estricto, este cántico se puede denominar «Salmo real», ya que se inspira en la victoria de un rey y, además, porque el versículo final revela quién es el que lo canta, el rey, el ungido del Señor. Se trataría, por tanto, de un canto compuesto en la época de la monarquía, y el redactor final del Primer libro de Samuel lo ubica aquí y lo pone en labios de Ana que acaba de obtener una victoria: la infecundidad, señal de muerte, rechazo, humillación, el Señor la ha convertido en fecundidad, señal de vida. Se subraya la confianza en el poder del Señor y el fracaso de los prepotentes y poderosos que ponen su confianza en sus propias fuerzas. El soberbio siempre va a fracasar aunque por momentos todo parezca que está a su favor; se reconoce, pues, la total soberanía de Dios que es quien al final de todo dirige el curso de las acciones, no porque desconozca la libertad humana, ni porque tenga interés alguno en entorpecer la acción del hombre, sino porque la experiencia histórica enseña que jamás los planes de muerte pueden anular el plan de vida que de algún modo siempre se hace presente. Es el mismo sentimiento y la misma visión que Lucas pone en labios de María cuando canta las acciones justas de Dios por encima de las acciones injustas de los hombres, en el «Magnificat».
2,11-36 Samuel y Elí. El joven Samuel, signo de la vida nueva y de la época nueva hacia la cual debía orientarse la vida de Israel, iba creciendo, y su conducta agradaba tanto al Señor como a los hombres (26); en contraposición, el narrador describe el comportamiento pecaminoso de los hijos de Elí, sacerdote legítimo y bueno, pero que no puede ya hacer nada para que la institución como tal recobre su sentido original. De este modo «los hijos de Elí» son la encarnación de una institución, la religiosa, en decadencia, cuyas obras, el triple pecado de sus representantes: pecado contra el culto, contra las mujeres que servían en el santuario y contra su padre, máxima autoridad de la institución, comprometen la estabilidad no sólo religiosa, sino también sociopolítica del pueblo. Así lo interpreta el profeta anónimo e inesperado que anuncia el final de Elí y de sus hijos, y así queda descrito e ilustrado el sentido simbólico que posee la historia personal de Ana. El juicio que hace la corriente Deuteronomista (D), responsable de esta relectura histórica de los libros de Samuel, es que una institución tan importante para la vida de Israel como era la religiosa no produjo los frutos esperados, y por tanto era necesario dar paso a nuevos actores que estuvieran más a tono con el querer divino. Ahí está Samuel, creciendo en presencia del Señor; sin embargo, también sus hijos serán en el futuro, protagonistas de la decadencia y hundimiento de la institución que representan. Cabría preguntarse, entonces, ¿qué es lo que en definitiva tiene que cambiar cuando comienzan a registrarse estos rasgos de decadencia, los actores o las instituciones y estructuras como tal? Para nosotros hoy, que contamos con criterios nuevos y con la luz del Evangelio de Jesús, aunque pueda parecer doloroso, el camino lógico es lograr que las instituciones y las estructuras «revienten» para que den paso a formas de vida nueva; pero como es obvio, el cambio, o si se prefiere, la caída de las estructuras anquilosadas y monolíticas, tiene que darse desde el interior mismo de las personas, un cambio institucional y estructural no se da por sí solo, ni por más oráculos, ni amenazas, ni decretos; sólo hay cambio cuando las personas deciden cambiar desde dentro, cuando se llega a la conciencia clara de que «a vino nuevo, odres nuevos» (Mc 2,22).
3,1–4,1 Vocación de Samuel. Continúa el contraste entre la decadencia religiosa encarnada en los hijos de Elí y el florecer de una época nueva, encarnada en el joven Samuel. El triple llamado al cual responde Samuel dirigiéndose al anciano Elí, ilustra en cierto modo la desorientación y la incertidumbre por la cual avanza el pueblo. Con toda razón se puede afirmar que en este pasaje los protagonistas no son ni Elí, ni Samuel; la protagonista es la Palabra de Dios que irrumpe en la oscuridad, en las tinieblas y en la vida recién comenzada del joven Samuel. Se trata, por tanto, de la Palabra de vida que llama a su servicio, servicio que se orienta esencialmente a la vida. Samuel, que ha estado a las órdenes de Elí, pasará ahora a servir en exclusiva a esa Palabra. Es Dios mismo que apela a este instrumento humano para hacer cosas nuevas; y Samuel adquiere renombre en todo Israel, de norte a sur, no por sí mismo, sino por su servicio a la Palabra; como profeta «acreditado» conoce la voluntad de Dios, sus propósitos, y por su medio todo Israel también puede conocerlos.
4,2-11 Victoria filistea. A partir de este momento, y hasta el capítulo 6, encontraremos varias alusiones al Arca de la Alianza como figura central de la narración; se trata de una manera de aludir a la presencia de Dios en medio de Israel, pero parece que no siempre el Arca está acompañada de esa presencia divina. Precisamente en este pasaje queda consignado cómo Israel fracasa dos veces en la guerra contra los filisteos, una vez porque sale a la batalla sin ella, y la segunda, aunque ha recurrido a ella y la llevan a la guerra, la presencia de Dios, sin embargo, no está ahí. Es apenas lógico que Israel tenga que sufrir estas derrotas sucesivas, pues poco a poco ha ido olvidando sus compromisos como pueblo, la calidad del proyecto de la justicia, base principal de la Alianza, ha ido degenerando y, por tanto, no está en condiciones de enfrentar las hostilidades externas. No se trata, pues, de una ausencia real de Dios, es más bien la manera como el narrador quiere enseñar que cuando el pueblo se aparta de su Dios, necesariamente sus empresas van al fracaso. He ahí la respuesta al conmovedor interrogante de los ancianos del pueblo, «¿Por qué el Señor nos ha hecho sufrir hoy una derrota...?» (3). La segunda derrota es mucho más estruendosa que la primera y con consecuencias mucho más funestas: el Arca ha sido capturada por los filisteos y con ello, se puede decir, que el enemigo ha atrapado el mejor botín de guerra, han dejado «huérfano» a Israel. El signo de la consecuencia de esta ausencia del Arca es la muerte de los hijos de Elí.
4,12-22 Muerte de Elí. En línea con la cadena de desgracias que trae consigo la ausencia del Arca, se narra la muerte de Elí al conocer la noticia de este suceso, y la de su nuera al momento de dar a luz antes de tiempo. El nombre del nieto de Elí está cargado de simbolismo: «Sin-Gloria», la Gloria de Dios ha sido desterrada de Israel, el impacto para el pueblo será verdaderamente mortal, pero aleccionador.
5,1-5 El Arca en el templo de Dagón. La presencia del Arca en territorio filisteo y más concretamente en el santuario de Dagón, dios de los filisteos, se convierte en signo de amenaza, primero para la propia divinidad filistea y luego para el pueblo mismo. Nótese la sutileza con que se enseña quién es el verdadero y único Dios; por dos días consecutivos los habitantes de Asdod encuentran la estatua de su deidad tumbada delante del Arca, el segundo día la hallan incluso mutilada, destruida. Según la manera de pensar de la época, los filisteos debieron haber creído que al derrotar a Israel y tras capturar su máximo emblema religioso, también habían derrotado a su Dios, por eso lo traen al santuario de Dagón a poner bajo sus pies el trofeo de la victoria. Sin embargo, aquí las cosas cambian, si los filisteos han derrotado a Israel, el Dios vivo de Israel somete y domina a Dagón. Los versículos siguientes dan cuenta de la victoria del Dios de Israel sobre Dagón y sobre el pueblo filisteo.
5,6–6,1 El Arca en territorio filisteo. La presencia del Arca de Dios se ha convertido en un verdadero azote para los filisteos, trasladándola de un lugar a otro, lo único que consiguen es acrecentar la desgracia entre la población. El Dios de Israel decididamente no favorece a los filisteos que por fuerza tienen que deshacerse del Arca para conjurar el peligro.
6,2—7,17 Devolución del Arca. El pueblo filisteo, junto con su Dios, no pueden soportar por más tiempo la presencia del Arca en su territorio y tienen que recurrir, por tanto, a sus sacerdotes y adivinos para que digan la manera de proceder con respecto a ella. La descripción de la salida del Arca del territorio filisteo junto con las condiciones para su transporte y la indemnización que se debe pagar, reflejan la mentalidad sacerdotal de Israel. Nótese que desde el capítulo 4, la gran protagonista de la narración ha sido el Arca, Samuel no se ha vuelto a sentir. El Arca se ha movido de aquí para allá, y sus movimientos han causado verdaderos estragos. ¿Qué es lo que la corriente deuteronomista (D) pretende enseñar a través de estas escenas? No olvidemos la decadencia religiosa, social y política que caracteriza el momento histórico de Israel, su proyecto de sociedad tribal, solidaria e igualitaria cada vez pierde mayor calidad, y no se sabe cuál será en definitiva el destino socio-político del pueblo; esta inestabilidad puede verse reflejada en los movimientos del Arca que producen distintos impactos, es como si Dios estuviera manifestando algo, su voluntad, pero nadie entiende, nadie explica, la Palabra no se revela aún con suficiente claridad; esa «No-Gloria» expresada en el nombre del recién nacido nieto de Elí expresa el divorcio, la ruptura del compromiso de Israel y el estilo y calidad de vida que experimentan en este período de su vida. El Arca regresa a Israel, pero su regreso no produce automáticamente la bendición; esto es, nadie sabe qué hacer; el proyecto del pueblo sacramentalizado en el Arca de la Alianza está totalmente empantanado y ahora sí aparece Samuel como alguien que de algún modo tiene que expresar lo que está haciendo falta en Israel, un vocero de Dios que explique, que aclare, que haga las veces de conciencia del pueblo; y sus primeras palabras son precisamente lo que el pueblo necesitaba para desenredar su destino histórico: «si se convierten al Señor de todo corazón deben dejar de lado a los dioses extranjeros… y él los librará del poder filisteo» (7,3), como queda constatado inmediatamente en 7,7-15; pero no se trata sólo de la liberación de la amenaza de un pueblo más fuerte que Israel; la conversión y el abandono del servicio a otros dioses le abre de nuevo el horizonte para retomar al camino acompañado de nuevo por su Dios. Pablo les hubiera predicado sobre la necesidad de abandonar el hombre viejo para dar paso al hombre nuevo (cfr. Ef 4,22-24); Jesús les hubiera exigido nacer de nuevo del espíritu (cfr. Jn 3,3-7). El período que resume 7,15 ilustra, pues, el giro que tenía que dar Israel; ¿cómo fue ese giro y qué calidad de vida y cuáles debían ser sus compromisos? Los capítulos siguientes nos lo van a ilustrar.
8,1-22 Los israelitas piden un rey – La monarquía. La institución de los jueces, último estadio en la vida de Israel representada por Samuel comienza también su etapa de decadencia y desaparición. Acertadamente se describe en pocas líneas lo que originó esa decadencia y pérdida de calidad del proyecto socio-religioso: Samuel nombró jueces a sus hijos que no se comportaron como él; atentos sólo al provecho propio, aceptaban el soborno y juzgaban contra justicia (1-3). De la institución del régimen monárquico nos da el libro dos versiones discordantes: una negativa y otra positiva. Samuel se opone a la petición del pueblo. Israel debe tener al Señor por único rey, debe confiar en él en su vida política y militar, el profeta será el intermediario que hará conocer en cada caso la voluntad de Dios dirigiendo la historia. Además, la monarquía se volverá contra el pueblo por sus exigencias despóticas. Samuel recita al pueblo lo que significa tener un rey: esclavitud más que liberación. Recordemos que cuando el autor quiere hablar, lo suele hacer por boca de alguno de sus protagonistas. Pero ¿no exagera Samuel? Un mediador humano no desbanca la soberanía del Señor. El rey es el defensor del pueblo frente a la prepotencia de los poderosos, es garante de la justicia y defensor en la guerra. Eso justifica la otra postura, y los hechos lo comprueban. El libro cuenta que Samuel lo ungió, el pueblo lo aclamó, el rey comenzó bien su tarea salvadora. Para explicar la presencia de las dos visiones opuestas en el libro, algunos proponen una sucesión temporal. En tiempo de Salomón se redactó la versión positiva, favorable a David, prolongando la conciencia «premonárquica» del final de Jueces. A medida que creció la oposición de varios profetas a varios monarcas, fue cuajando la postura hostil o crítica representada en el libro por Samuel. En el capítulo 8 asistimos, entonces, a la versión antimonárquica en forma dramática de diálogo. Para el pueblo, el rey representa gobierno firme y defensa militar; para Samuel representa impuestos y servidumbre. El drama consiste en que ambos tienen razón. La verdadera libertad y seguridad está en reconocer y servir al Señor, que libera y no esclaviza; sólo cuando el rey sea servidor del Señor al servicio de la comunidad, protegerá sin esclavizar (cfr. Dt 17,14-20). Hay que recordar la historia de José culminando en Génesis 47,25: «Nos has salvado la vida... seremos siervos del Faraón».
9,1-25 Samuel y Saúl. El relato de la elección y unción de Saúl nos traslada a un mundo de sencillez y viveza aldeana, en fuerte contraste con las deliberaciones formales del capítulo precedente. Las burras perdidas, el estipendio para el profeta, las aguateras, el pernil en el banquete, la estera en la azotea, definen la tonalidad de la narración. En este mundo destaca la figura corpulenta, ingenuamente ignorante, de Saúl, y el saber milagroso de Samuel, que le permite adelantarse a los hechos y pronunciar palabras enigmáticas. El argumento parece desenvolverse casualmente, a fuerza de coincidencias; pero lo fortuito encaja en el plan de Dios, que se cumple por etapas y se revela a Samuel paso a paso.
9,26–10,16 Unción de Saúl. Sin mucha pompa, Samuel unge a Saúl. No le comunica lo inherente a los deberes del ungido, eso lo deja para comunicárselo después de cierto tiempo (10,8); por el momento Saúl tendrá que estar atento a ciertos incidentes, en los cuales de uno u otro modo se comprobarán las palabras del profeta.
10,17-27 Elección del rey a suerte. Después de haber leído el pasaje de la elección y unción «privada» de Saúl por parte de Samuel (9,26–10,16) uno podría pensar que este relato, o está de más o que se trata de un acto poco serio de Samuel que convoca al pueblo para nombrar el rey que le han pedido y que lo que aquí hace es una farsa, pues ambos saben que ya Saúl no sólo ha sido el elegido, sino además ungido. Pero no, lo que sucede en realidad es que se trata de dos versiones, dos tradiciones sobre la elección y unción de Saúl como primer rey de Israel, las cuales aparecen aquí una después de la otra como la cosa más normal. Al parecer la primera versión es la que defendió la institución de la monarquía como la mejor salida a la problemática y a la decadencia de la institución de los jueces que ya no se comportaban como Samuel (8,5); se trataría, entonces, de una búsqueda de recuperación de la justicia social; la segunda tradición a la cual responde la versión del modo como es elegido y ungido Saúl, responde a un enfoque de carácter nacional; Israel enfrenta las amenazas de otros pueblos vecinos más fuertes y poderosos sin que nadie lo defienda; la monarquía debía ser el remedio para librarlos de esas amenazas. Saúl cuenta ya desde su elección con un bando del pueblo que lo apoya, pero también con otro sector que lo rechaza y desconfía de él: «¡Qué va a salvarnos ése!».
11,1-15 Saúl vence a los amonitas. Saúl ya elegido y ungido, continúa sus labores agrícolas, típico modo de actuar de los jueces. Cuando surgía un nuevo juez, éste no cambiaba su «modus vivendi», pues no había estructuras, ni una ciudad, ni un palacio, ni una corte que rodearan a la institución. El marco propicio para la inauguración de la monarquía y para la coronación del rey es la victoria de Saúl sobre los amonitas, con lo cual ya definitivamente Samuel declina para dar paso a una nueva época, a la época de la monarquía. Los que no creyeron que Saúl podría salvarlos tuvieron que tragarse, por ahora, sus palabras.
12,1-25 Despedida de Samuel. Después de la primera victoria y de la inauguración solemne del reino, o sea, cuando Samuel reduce su autoridad, el autor del libro inserta una de sus recapitulaciones teológicas, puesta en boca de un personaje importante. El conjunto de la ceremonia de despedida consta de los siguientes elementos: juramento de inocencia (2-5); requisitoria (6-15); teofanía que la confirma (16-18); confesión del pecado (19); exhortación conclusiva (20-25).
13,1-15 Amenaza filistea – Samuel condena a Saúl. La impaciencia de Saúl que espera a Samuel y el miedo de los israelitas ante la amenaza filistea lo llevan a ejercer un ministerio que no le correspondía aunque fuera el rey: el religioso. Ello trae como consecuencia la condena de Samuel y la amenaza divina de acortar su reinado y el anuncio de la elección por parte de Dios de otro hombre para el reino con un perfil más adecuado al querer divino. Podríamos decir que este breve diálogo entre Samuel y Saúl es la justificación teológica que la corriente deuteronomista (D) presenta para el derrocamiento de Saúl por parte del partido liderado por David, o por lo menos de la pérdida de importancia de Saúl, representante de la monarquía, a los ojos de Samuel, representante del decadente período de los jueces.
13,16-23 Saúl y Jonatán. Termina el capítulo con la descripción de los modestos medios con que Jonatán, hijo de Saúl pretende enfrentar la amenaza filistea. Los datos sobre el importe que debían pagar los hebreos –y los demás pueblos vecinos– a los filisteos por la adecuación de sus instrumentos de hierro indican que éste era el medio por el cual filistea controlaba la región y tenía poder sobre un sinnúmero de pueblos pequeños: la tecnología del hierro. Pensemos en nuestros países empobrecidos, sometidos también a las tecnologías extranjeras, ¿será eso correcto a los ojos de Dios?
14,1-52 Hazaña de Jonatán. En este capítulo se ve la intención de exaltar la figura de Jonatán, mientras que el papel de Saúl es menos feliz. Los filisteos se encuentran en una altura escarpada, que desaconseja un ataque frontal; precisamente de esta circunstancia se aprovecha el joven príncipe para un ataque por sorpresa; su hazaña desencadena una batalla de cierta amplitud y una victoria importante para los israelitas. Jonatán se atreve a criticar una decisión de su padre y se gana el favor del pueblo: es el héroe de la jornada. La narración se distingue por lo bien planeada que está. Mientras otras suelen ir dando informaciones a medida que lo pide el desarrollo, ésta adelanta los elementos esenciales de la situación.
15,1-35 Saúl es rechazado. En este capítulo Samuel se presenta con autoridad profética, definiendo las coordenadas del capítulo: el ungido ha de estar a disposición de su Soberano, y esa misión genérica se concreta ahora en una orden específica. Desde el principio sabemos que está en juego para Saúl seguir sus propios planes políticos o aceptar sin reserva el plan de Dios. Saúl seguirá actuando como rey, pero su reino comienza a dividirse y no pasará a un sucesor de su familia. Es fácil de entender la sentencia de Samuel: «Por haber rechazado la Palabra del Señor, el Señor te rechaza» (26). Es difícil de comprender la causa de tan dura condena. ¿Es justo acabar con todo un pueblo, incluidos mujeres y niños, y esto por un crimen cometido hace siglos? Cuando las guerras son productivas, porque terminan en saqueo, porque dan mujeres y niños para el trabajo y la esclavitud, un pueblo puede sentirse tentado a declarar la guerra nada más por interés: tal guerra sería un acto de bandidaje legalizado. Cuando está prohibida toda clase de saqueo, la guerra no será tentación, solo se emprenderá en legítima defensa. Este resultado secundario de la ley del exterminio total es bueno; pero ¿justifica dicho exterminio? Y si la guerra tiene por finalidad ejecutar una sentencia, ¿por qué han de pagar justos por pecadores? Y si admitimos que accidentalmente los inocentes sufran no como culpables castigados, sino como miembros de un cuerpo social de cuya suerte participan, ¿por qué, concluida la guerra, se ha de ejecutar el exterminio total? Éste es el problema que nos plantea el presente capítulo y otros semejantes del Antiguo Testamento. A la luz de la enseñanza de Cristo, el mandato de Samuel nos desconcierta, nos repugna. Mirado como etapa superada en la historia de la revelación, todavía no acabamos de comprenderlo. Lo más que se nos ocurre es esto: el Señor elige un pueblo, con sus costumbres e instituciones, para conducirlo lentamente a niveles más altos y puros. El Señor de la vida, que no anula sin más la mortalidad infantil, que castiga a los padres en los hijos hasta la cuarta generación, que no impide los accidentes mortales ni las catástrofes naturales, acepta provisoriamente una institución guerrera que causa la muerte de inocentes. El autor sagrado transforma esa aceptación genérica en un mandato concreto y formal al contar la historia. Por lo demás, que Saúl no acabó con los amalecitas lo demuestra su presencia en tiempos posteriores: 27,8; 30,2 (cfr. 1 Cr 4,43); aunque sí es cierto que Amalec desaparece como pueblo autónomo. Pero no intentemos disimular el estupor ni reprimir la protesta.
16,1-13 David, ungido rey. El giro que va a tomar la institución monárquica en Israel estaba ya en cierto modo anunciado en 13,14; 15,28, de manera que este relato es la confirmación de ese anuncio. Es doctrina clásica que David ha sido elegido expresamente por el Señor. La primera aparición de David en el libro encaja ya en esta doctrina, gracias al recurso literario de la anticipación: la unción, que probablemente vino a sancionar un proceso ya adelantado, se coloca en la primera juventud o adolescencia de David, en la primera página de su historia. El Señor toma la iniciativa, Samuel es el ejecutor oficial, el pueblo no cuenta. Comparémosla con la elección de Saúl: iniciativa de los israelitas, viciada desde el comienzo, aceptada por Dios como concesión tolerante. En el caso de David el Señor ha aceptado el principio monárquico y lo toma en sus propias manos. El contraste está ligeramente marcado con la presentación del primer eliminado: Eliab era de buena apariencia y gran estatura –como Saúl–, por dentro no era como el Señor quería –también como Saúl–. En el descubrimiento del elegido, el autor utiliza el conocido motivo del hermano menor que se antepone a sus hermanos, tan común en el folklore hebreo, y que de todos modos busca enseñar que Dios no piensa igual que los hombres porque no se fija en apariencias.
16,14-23 David en la corte de Saúl. Comienzan a entrelazarse los hilos de los dos personajes centrales de estos capítulos, David y Saúl. Mientras que de David se dijo que después de su unción el Espíritu del Señor lo invadió y estuvo con él en adelante (13), a Saúl le ha sucedido todo lo contrario, un mal espíritu lo agitaba y sólo lo calmaba la música; para ese oficio es traído David, único que puede calmar al rey con el arpa. Según la narración, Saúl ignora todavía que David ha sido ya ungido por Samuel como el nuevo rey de Israel. Los capítulos siguientes nos van a ir mostrando diversas imágenes a través de las cuales se va ilustrando el destino político de ambos personajes: la decadencia de Saúl y la carrera ascendente de David que culminará con su entronización definitiva como rey.
17,1-58 David y Goliat. La historia de David y Goliat presenta sus dificultades. Primero, el relato desconoce todo lo precedente, Saúl no conoce todavía a David; segundo, según 2 Sm 21,19, es Eljanán de Belén, uno de los campeones de David, quien mata al filisteo Goliat de Gat; se podría pensar en una victoria de David sobre un soldado filisteo que la tradición ha confundido con otro. Por otra parte, la victoria sobre Goliat se supone en 19,5; 21,10; 22,10.13. A pesar de las dificultades, el autor del libro tenía razón al conservar este capítulo: es una narración clásica. Clásica porque se ha incorporado a la tradición occidental, como una de las páginas favoritas del Antiguo Testamento. Junto a la construcción tenemos que considerar a los personajes. De las dos multitudes presentadas al principio se destacan dos: Goliat y David; lo cual significa que Saúl está relegado a la multitud de Israel, con la que se confunde en el miedo (11). Lo lógico es que Saúl hubiera salido a responder al desafío de Goliat: éste se llama a sí mismo «el filisteo», a Saúl le tocaría ser «el israelita». Retirado en su tienda, deja el protagonismo a David quien se enfrenta a Goliat, representantes de los dos pueblos y ejércitos. Hay otra oposición que recorre todo el relato y es más significativa: el contraste del guerrero y del pastor. La figura pastoril de David es el «leitmotiv» del episodio.
El motivo del pastor tiene dos complementos, por un lado, la insistencia de su pequeñez y juventud (14.28. 33.43.55.56); por otro, el apoyo divino. Además, este motivo tiene un cargado valor simbólico. El pastor cuida de sus ovejas, las defiende de las fieras; el rey debería cuidar de su pueblo, defendiéndolo del enemigo; rey/ pastor, pueblo/rebaño, enemigo/fieras. Saúl no es capaz de cumplir su oficio, David lo cumple, mostrando su capacidad de reinar. El pastor asume el cuidado del pueblo y lo defiende del enemigo.
18,1-16 Envidia de Saúl. Este capítulo reúne noticias y episodios diversos ligados por dos temas contrapuestos: el éxito creciente de David y el temor creciente de Saúl. La oposición produce un movimiento dialéctico, porque precisamente el temor de Saúl provoca el éxito de David y viceversa. El éxito de David es general y rápido: el hijo del rey se encariña con él, la hija del rey se enamora, cae bien a la tropa, lo estiman los ministros, lo quieren Judá e Israel; triunfa en la guerra, escapa de un atentado; finalmente, el Señor está con él. Por su parte Saúl, a raíz del triunfo sobre Goliat, se irrita, después teme, siente pánico, atenta contra su vida, se vuelve su enemigo. No es este capítulo modelo de imparcialidad. Por algo temía Saúl: el principio monárquico era reciente en Israel y el principio dinástico aún no había cuajado; si Saúl había sido aceptado por sus victorias militares, ahora había otro que lo ganaba en ese terreno; el pueblo podía muy bien elegirse otro monarca. Además Saúl ya había tomado posición contra él. A estas razones objetivas se unió el proceso patológico que sufrió el rey.
18,17-30 David, yerno de Saúl. Pese al miedo y los celos que Saúl siente por David, sus planes son hacerlo yerno suyo; la idea es que Saúl, a pesar de que gustosamente haría desparecer a su rival, prefiere no echarse encima al pueblo dada la gran popularidad de David, de ahí que decide mantenerlo en su ejército para que sean los filisteos quienes lo maten. Sin embargo, varias veces se ha repetido desde que David fue ungido rey que el espíritu de Dios estaba con él mientras que de Saúl se había retirado y lo afligía un espíritu de mal. La carrera política de Saúl va cada vez más en descenso, mientras la popularidad de David, por la forma como sale victorioso en cada enfrentamiento contra los filisteos, va en ascenso. Y con todo, David comienza a formar parte de la familia real gracias a la decisión de Saúl de entregarle a su hija Mical haciéndolo así su yerno.
19,1-10 Saúl y Jonatán. Jonatán intercede ante su padre por David. Su recurso es la palabra, naturalmente apoyada en su doble amor por Saúl y David: tiene que librar a David de la muerte, a su padre del crimen. Su brevísimo discurso es una maciza apología: David es inocente, sería injusto hacerle mal; David es un benefactor, sería injusto no pagárselo; David ha sido instrumento del Señor, sería peligroso atentar contra él. Jonatán enuncia aquí el gran tema de los capítulos que siguen: el duelo entre David y Saúl acerca de la inocencia y culpabilidad de ambos. Los versículos 8-10 son un paralelo de 18,10s, tradición que narra el intento homicida de Saúl contra David.
19,11-17 Mical salva a David. Este breve relato narra otra tradición más de los intentos de Saúl por eliminar a David; parece que no conoce, o no tiene en cuenta el juramento que hace poco Saúl hizo en 19,6. Se trataría pues, de dos tradiciones populares sobre el mismo tema, rivalidad y celos de Saúl hacia David; en la primera tradición el salvador de David es Jonatán, primogénito del rey; en la segunda, es también alguien de su propia casa, la hija, esposa de David, quien salva al perseguido burlando a su propio padre. Detrás de estos relatos hay que ver la posición que el redactor o redactores finales han fijado: David es asistido por Dios, Saúl ya no cuenta con esa asistencia y todo lo que hace es acelerar cada vez más su caída.
19,18-24 Saúl en trance. En medio de las tensas relaciones entre Saúl y David, se recuerda una vez más la tradición sobre algún contacto de Saúl con un grupo de profetas en el cual él mismo entró en trance (cfr. 10,6-11) y de donde surgió un dicho popular «¡hasta Saúl está con los profetas!» (10,11; 19,24). El sentido de este relato es mostrar las peripecias de David por escapar de la persecución de Saúl.
20,1-42 David y Jonatán. Jonatán y David renuevan su pacto de amistad, que los une fuertemente en el momento en que han de separarse. David apela al pacto, oprimido por el peligro de muerte que aprecia con claridad; Jonatán, lleno de presentimientos sombríos, quiere alargar el pacto más allá de la muerte. Saúl los separa: intenta quebrar la lealtad de Jonatán apelando al deber filial y a la esperanza de su sucesión en el trono; no lo consigue, pero los separa de por vida. Jonatán confía en el éxito de su primera intercesión: la primera escena del capítulo precedente resuena aquí, y obliga al lector a tender un puente de continuidad narrativa. David tiene que desengañarlo de tal confianza en la bondad última de Saúl. La salida al campo de los dos amigos (12-23) nos recuerda sin querer aquella otra de dos hermanos llamados Caín y Abel. Jonatán comienza respondiendo a la petición de David, pero muy pronto se remonta mirando al futuro: en sus palabras está renunciando prácticamente a sus derechos de sucesión, está viendo a David como sucesor de Saúl, invoca el favor de Dios para el nuevo rey y el favor del nuevo rey para su persona y su familia. Lealtad más allá de la muerte. Es como si Jonatán rindiese el homenaje que no podrá rendir en vida; como anticipando su muerte, pone a sus descendientes bajo la protección de David. Ésta es la fuerza de la amistad y de la alianza. En los versículos 30-33 Saúl reacciona con violencia inusitada: se trata de la traición del heredero. La orden obliga a Jonatán a tomar partido contra David, pero ante su negativa, Saúl ve consumada la traición, no puede contar con su heredero; en un nuevo arrebato intenta matarlo allí mismo.
21,1-10 David en Nob. El sacerdote conocía a David y su alto cargo en la corte, pero no sabe nada de la nueva situación. No parece tener relaciones con Samuel, el juez-profeta. David busca dos cosas elementales: pan para mantener la vida y una espada para defenderla. Lo que encuentra es de buen augurio: pues, ¿qué mejor pan que el consagrado al Señor?, ¿y qué mejor espada que la del filisteo? Mt 12,1-4 aduce este uso profano del pan consagrado, en caso de necesidad, para defender a los discípulos hambrientos que arrancan espigas en sábado.
21,11-16 David en Gat. David utiliza la astucia para escapar vivo de una posible venganza del rey de Gat por los grandes estragos infligidos a los filisteos. Nótese el recuerdo de lo que las muchachas cantaban al paso de David, «Saúl mató a mil, David a diez mil». David entiende que se ha metido en territorio equivocado.
22,1-5 David, huido. En su refugio de Adulán, David es visitado por su familia, pero además hay ya un primer dato sobre la cantidad de gente que se le une y se pone a sus órdenes. Nótese la descripción que hace el texto de la calidad de toda aquella gente: «en apuros… llenos de deudas o desesperados de la vida» (2). Podría tratarse de una forma de anticipar el anuncio del reinado de David y la calidad de vida del pueblo sobre el cual va a reinar.
22,6-23 Matanza de los sacerdotes. La narración empalma con los sucesos de Nob. Está construida linealmente, como un proceso ante el tribunal regio: denuncia, interrogatorio, sentencia, ejecución. Se acumulan los detalles para mostrar lo odioso del hecho: denuncia de un extranjero, no se admite la respuesta justa del reo, por la supuesta culpa de uno paga toda la población, hay una matanza de sacerdotes, la ejecuta el mismo extranjero, porque los demás se niegan a herir a personas consagradas. Saúl intentó cortar, con un castigo ejemplar, posibles adhesiones a su rival; pero quebrantó la justicia, ofendió a sus militares, mató sacrílegamente. Saúl queda totalmente condenado al actuar como juez inicuo, él, que debía ser defensor de la justicia. Saúl da por descontado que David está conspirando contra él; por eso, todo acto de colaboración con David es delito de lesa majestad. Y mezclar a Dios en la conspiración, pidiendo un oráculo, es un agravante imperdonable –Saúl no dispone ya de oráculo profético una vez que ha roto con Samuel, y no leemos que siga consultando el oráculo sacerdotal–. El epílogo nos muestra, frente al Saúl temible, al David protector.
23,1-13 David en Queilá. Aún en situación de huida, David continúa siendo el defensor y protector de muchos, lo demuestra el aviso desesperado de los habitantes de Queilá que sufren los ataques de los filisteos, y se subraya la valentía de David y su especial relación positiva con Dios, y al mismo tiempo las ansias de Saúl por acabar con su rival.
23,14-18 David y Jonatán. Esto es lo que a Jonatán le gustaría para la monarquía de Israel, David como rey y él como segundo hombre del reino. Los hechos dirán otra cosa.
23,19-28 David perseguido. No cesa Saúl en su empeño por destruir a David; el rey aún cuenta con adeptos que le informan detalladamente el lugar donde se esconde el perseguido y no quiere desaprovechar la ocasión; sin embargo, David también cuenta con personas que le cuidan la espalda. Una vez más David escapa de las manos de Saúl, primero porque alguien le advierte el peligro y segundo porque Saúl tiene que regresar de su campaña para enfrentar el saqueo de los filisteos.
24,1-23 Saúl y David en la cueva. Sólo un fiel devoto como David podría poner tan en alto la lealtad al legítimo, aunque impopular, rey de Israel y su profundo respeto por la vida del ungido. Saúl ha estado en manos de David y, sin embargo, queda con vida; tan solo un pedazo del manto real servirá de testimonio y de prueba para que Saúl reconozca públicamente la calidad del corazón y de los pensamientos del futuro rey. Saúl reconoce lo justo del planteamiento y las razones del adversario y habla bajo el impacto de sentir que ha estado a un paso de la muerte; su llanto es mezcla de terror y arrepentimiento. Al reconocerse culpable, la causa está terminada, y no hace falta apelar al Señor juez; mejor invocar al Señor benefactor, que igualará con sus beneficios el desequilibrio de mal y bien causado por el rey. Saúl, que se ha librado de la venganza de David, quiere librarse también de la temible venganza de Dios; para ello invoca al Señor a favor de su rival y pide a éste un juramento que contrarreste la apelación del versículo 14. El autor va más lejos y aprovecha el momento para poner en boca de Saúl un acto de homenaje anticipado al futuro rey de Israel; lo decía Jonatán en 22,17. El juramento de David incluye mentalmente a su amigo Jonatán.
25,1-44 David, Nabal y Abigail. En silencio desaparece Samuel de la escena histórica dejando en marcha el futuro de Israel; y el autor le ofrece el homenaje de todo Israel. ¿Quiere decir que asistió también Saúl a los funerales? Samuel juez ya no tiene sucesores; como profeta, le suceden Gad y Natán. Entre tanto David torna a su región preferida, no lejos de su patria. En el versículo 2 comienza una de esas narraciones bíblicas, con personaje femenino protagonista, en las que parecen complacerse los narradores luciendo su talento y sensibilidad; nos recuerda la historia de Rebeca o de Rut. La acción es sencilla y está llevada con habilidad: tras la presentación del lugar y de los personajes (2a) la primera escena está ocupada por el mensaje de David y la respuesta de Nabal (4-11); en la escena siguiente se ponen en movimiento David y Abigail hacia el encuentro (12-22); sigue la gran escena del encuentro, con el discurso de Abigail y la respuesta de David (23-35); los versículos 36-42 cuentan el desenlace. El mensaje de David es cortés en la forma, si bien está respaldado por seiscientos hombres a sus órdenes. Apela al principio común de la hospitalidad, particularmente en un día de abundancia y alegría; es lógico invitar en tales ocasiones. Además apela a los beneficios prestados a los pastores, que son más bien negativos, no haber abusado; la vieja condición del pastor asoma en esta actitud. El saludo con la triple «paz» indica las buenas intenciones y es augurio de prosperidad; David no viene en son de guerra. David se ha llamado siervo e hijo de Nabal, este retuerce los títulos: hijo de Jesé –de condición inferior– y esclavo huido. La respuesta es tacaña e insultante, y crea una situación de beneficios pagados con ofensas. Claro que el título de esclavos huidos no les va mal a algunos de los hombres de David. Hábilmente presenta el autor escenas distintas y paralelas. Nabal se ha retirado dejando el puesto a David y Abigail. Ambos reaccionan con decisión y rapidez: David en son de guerra, Abigail en son de paz –nótese la acumulación de regalos sabrosos–. Abigail tiene que contrarrestar y deshacer las ofensas del marido, es decir, las injurias verbales y el haber negado las provisiones. El segundo delito, en su aspecto material, es fácil de reparar; el insulto que contiene y que expresaron las palabras es delito que hiere más profundamente. Abigail pronuncia un discurso más psicológico que lógico. Pide protección a David: «cuando el Señor colme de bienes a mi señor; acuérdate de tu servidora» (31), como anticipando su viudez y su futuro matrimonio con el joven rey David, más generoso que su marido Nabal.
26,1-25 Último encuentro de David y Saúl. La narración retorna a Saúl, que sigue persiguiendo a David. David espía el campamento de Saúl. Aprovechando la oscuridad, junto a Abisay penetra en el campamento y se plantan ante Saúl mientras éste duerme. Abisay desea matar a Saúl con un solo golpe de su espada (8), pero David no se lo permite, se conforma con la espada y la cantimplora que están a la cabecera del rey y se marcha. Desde la otra parte del valle, David hace sentir su voz acusando a Abner, general de Saúl, de incompetencia en la custodia del rey, y su voz es reconocida por Saúl. Como antes, Saúl responde con una llamativa confesión: «¡He pecado... He sido un necio, me he equivocado totalmente» (21). David confía su propia vida a la protección del Señor. Saúl lo bendice y le desea éxito. Al final de la escena, se separan siguiendo cada cual su propio camino. Se subraya en esta escena la confianza de David en Dios. Una vez más David ha vencido a Saúl y a su incompetente ejército. Saúl va por el mal camino. David pone su confianza en Dios y consigue de Saúl su promesa y bendición.
27,1–28,2 David entre los filisteos. David tiene que retirarse del territorio de Judá. No se trata propiamente de una salida a servir a dioses extranjeros, pero tiene que someterse a los filisteos. Temiendo un ataque mortal por parte de Saúl, en cuyas promesas es mejor no confiar (1), David se pone al servicio de Aquís, rey de Gat. Se menciona explícitamente su tropa de seiscientos hombres y sus dos esposas. Después de su servicio a Aquís permanece en aquel territorio dieciséis meses (5-7). Los procedimientos de David en esta región no son propiamente un modelo para imitar. Pareciera que sus acciones se rigieran por el criterio según el cual «el fin justifica los medios». No es la primera vez que la Biblia nos relata los horrores y pecados de los personajes que de un modo u otro han sido exaltados por la historia; la historia misma y el lector de cada época debe encontrar en relatos como éste lo que contradice a la voluntad divina y hacer su propio juicio.
28,3-25 Saúl y la nigromante. La historia de Saúl es una tragedia: al empezar el último acto de su vida, una escena misteriosa y sombría derrama el presentimiento hasta hacerlo certeza inevitable. Saúl surgió para salvar a Israel de los filisteos: va a acabar pronto a manos de ellos, arrastrando consigo a Israel. El que lo ungió rey, el que pronunció su primera condena, le habla ahora desde la tumba conminándole la próxima ejecución de la sentencia. Saúl, consciente de su condena y ejecución, camina valientemente hacia su propia muerte. El que sea culpable no resta intensidad y grandeza a su figura trágica; el que el autor esté contra él, no le impide presentarlo como héroe extraordinario. El silencio de Dios significa realmente que ha abandonado a Saúl, que la última palabra de Dios para Saúl ha sido una sentencia condenatoria; y no hay más que añadir. El silencio es ya castigo.
29,1-11 David, excluido de la batalla. Continúa la narración comenzada en 28,1s. Para entender los movimientos de las tropas hay que tener presente la posición de la llanura de Esdrelón, de oeste a este, al norte del Carmelo, dividiendo las tribus centrales de las del sur. Los filisteos han subido por la costa y han penetrado por occidente en la llanura. Las tropas de Saúl van bajando desde Siquén, hacia la parte oriental de la llanura. Se concentran o se repliegan en la zona montañosa que se alza al sur de Yezrael, porque se sienten más fuertes en la montaña que en la llanura. Es una campaña en regla, más ambiciosa que las penetraciones desde la costa hacia la montaña, a través de valles y desfiladeros. Cada uno de los cinco príncipes filisteos reúne sus tropas, hay un mando unificado. Tropas mercenarias es cosa normal en la época, pero el batallón de desertores que manda David no es de fiar en una batalla contra los israelitas. De modo inesperado, sin intervención explicita de Dios, se libra David de alzar la mano contra su pueblo. El narrador aprovecha el momento para acumular los testimonios extranjeros en la cadena de alabanzas a su héroe, citando una vez más el famoso estribillo de las muchachas israelitas.
30,1-31 David en Sicelag. La declaración de David tiene algo de sentencia motivada, estableciendo derecho por costumbre, y el motivo es teológico. El botín es don de Dios y como tal se ha de distribuir entre todos; así todos se alegrarán por igual de la victoria. La sentencia tiene ritmo de proverbio, fácil de retener de memoria. El epílogo ensancha el alcance de esta última campaña de David: ha sido una guerra «santa», contra los enemigos del Señor, ha sido una victoria para todos los amigos de David en una gran extensión, dentro del territorio de Judá. La lista repite varios nombres de Jos 15; con esta lista el autor está preparando de cerca la coronación de David en Hebrón. Todo el capítulo tiene puntos de contacto con Gn 14: el robo de personas y posesiones, la persecución y liberación, el reparto del botín, los obsequios; aunque cambian las relaciones entre los personajes. Como no podemos datar Gn 14, no podemos decir si hay mutua influencia. Tal como leemos la Biblia hoy, el parentesco es llamativo, y nos hace pensar en una dimensión «patriarcal» de David; incluso su presencia en Hebrón recuerda al gran patriarca Abrahán.
31,1-13 Muerte de Saúl. De los dos acontecimientos históricos, la derrota de Israel y la muerte de Saúl, el autor se interesa más por el segundo. La batalla fue importante, y la victoria concedió a los filisteos una supremacía indiscutible: al ocupar el valle de Esdrelón y el de Yezrael, hasta el borde del Jordán, los filisteos se han adueñado de una región fertilísima, han aislado a las tribus del norte, poseen nuevas vías de acceso hacia la zona central de Efraín. Muchos poblados, antes cananeos y después israelitas, cambian de mano. La llanura ya ha sido testigo de la importante batalla de Débora y de la estratagema de Gedeón. La muerte de Saúl empalma directamente con el capítulo 28, pero el autor no explota el aspecto psicológico, la angustia de los presentimientos. Por otra parte, los narradores hebreos no sabían describir batallas, se contentaban con datos generales y se solían concentrar en algún personaje. Esta vez le toca a Saúl con su familia y escolta.
Samuel II
Índice de comentarios
Introducción | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 | 24Introducción
1,1-27 David llora la muerte de Saúl y Jonatán. El anuncio de la derrota y muerte de Saúl es una narración que recuerda a 1 Sm 4. El mensajero amalecita conoce la residencia de David y la hostilidad de Saúl; considera a David desertor de los suyos y vasallo fiel de los filisteos. La victoria filistea, la derrota de Israel, la muerte de Saúl y su heredero serán una buena noticia para David, que le hará merecedor de generosas recompensas. Corre a ser el primero, lo cual indica que la noticia no ha llegado a territorio filisteo ni han comenzado los festejos ya narrados. Se discute si la narración del mensajero es verídica o embustera. El amalecita trae las alhajas reales: sólo puede haberlas recogido si ha llegado muy pronto al lugar donde murió Saúl, antes que otros, antes que los filisteos. David toma su narración por verídica y por ella lo sentencia y hace ejecutar. Es inverosímil esa rapidez del mensajero; la indicación al tercer día podría ser una fórmula estereotipada. El autor subraya la rapidez de los sucesos y la simultaneidad de las batallas. La aparición del mensajero es espectacular, realzada con signos de luto; no necesita recomendaciones para obtener pronta audiencia. Los versículos 17-27 son una elegía o lamentación de David por la gran pérdida que supone la muerte de Saúl y Jonatán.
2,1-7 David ungido rey en Hebrón. David para abandonar su destierro voluntario en Sicelag y trasladarse a su patria, ha tenido que esperar las siguientes situaciones: primera, la muerte de su rival y perseguidor; segunda, la aprobación de sus señores, a los que ha servido como vasallo durante dieciséis meses; tercera, la aprobación divina. El autor pone en primer lugar la consulta y el oráculo como bendición formal de la nueva etapa del elegido. Judea es la región de su nacimiento, de sus correrías, de sus regalos bien calculados (1 Sm 30,26-31). Allí es un capitán conocido, un terrateniente bien relacionado. Para los habitantes de Judea tener un rey de la propia sangre o tribu es mejor que depender de los del norte, que tan ineptos se han mostrado. Si alguna esperanza queda para el pueblo de Judea, ésa la encarna David. El jefe militar sube a la categoría de rey: es un momento histórico, 1000 a.C.
Yabés de Galaad, al otro lado del Jordán, es una ciudad lejana y partidaria de Saúl; en cualquier momento puede constituir un fuerte punto de oposición. Por eso David se apresura en congraciarse con sus habitantes.
2,8–3,5 Abner y Joab. Abner ha salido vivo, no sabemos cómo, de la batalla contra los filisteos, e intenta conservar en el poder a la familia de Saúl, nombrando a Isbaal rey de Israel. Esto origina un enfrentamiento entre los partidarios de David y los de Isbaal.
Es difícil explicar los episodios de 2,12-32, ¿son dos episodios autónomos?, o, ¿son continuación lógica el desafío y la batalla? ¿Se trata de un desafío a muerte, con consecuencias militares, o de un torneo con desenlace trágico? La segunda parte, ¿es la persecución de un vencido que huye?, o, ¿es un desafío de velocidad y maña?
Parece tratarse de una batalla en la que los contendientes no quieren perder mucha gente, y se plantea una tregua.
3,6-39 Asesinato de Abner. Después de algunos años, Abner cae en la cuenta de que el reino de Isbaal no tiene porvenir. La monarquía, nacida para defender al pueblo contra los filisteos, ha fracasado en Saúl y en su hijo; sólo David podrá realizar de nuevo la independencia. El estado de opinión a favor de David se va haciendo fuerte, incluso en la tribu de Saúl, Benjamín. Abner lo reconoce y a tiempo decide montarse y marchar hacia el sur. Así, tomando la iniciativa, podrá poner condiciones a David y conseguir un puesto relevante en la corte del nuevo señor, incluso desbancando a Joab, sobrino de David. Falta un pretexto para comenzar la acción, y el mismo Isbaal se lo procura. Tomar la concubina del rey difunto es en primer lugar una injusticia, porque el harén toca en herencia al sucesor; además puede significar pretensiones de alzarse con el trono. La queja del rey es justificada, pero Abner no tolera reproches de su protegido real; se considera gravemente ofendido en su lealtad a la casa real, y por ello libre del deber de lealtad. Por si fuera poco, puede invocar uno de los oráculos que David ha recibido de algún profeta. La formulación del oráculo bien puede deberse al narrador, pues si la primera parte responde a palabras de Samuel (1 Sm 15,28s), la segunda parte define a posteriori los límites del reino de David. David comprende la importancia de la oferta; más o menos lo que venía esperando, y antes de aceptar pone una condición importante. Pidiendo a Mical, reclama un derecho, pone a prueba al general Abner con un asunto comprometido, tantea la capacidad de resistencia de Isbaal, restablece su vínculo familiar con Saúl consolidando así su pretensión al trono unificado. Parece que David reside en Hebrón (22-27), dedicado a gobernar, y ha delegado en Joab el ejercicio militar de las incursiones por el Sur. Joab es impulsivo, violento; se atreve a reprochar al rey, su tío, y a obrar sin su consentimiento en asuntos graves. Pero es que tiene sus motivos para enfrentarse con Abner: en primer lugar, le toca vengar la sangre de su hermano Asael; en segundo lugar, fácilmente descubre que Abner es una amenaza para su posición en el reino de David; por eso, su acusación contra Abner parece un simple pretexto. Lo más probable es que Joab estuviera al corriente de las negociaciones y del cambio de opinión en Israel. El modo de ejecutar la venganza es más eficaz que noble. El desenlace (28-39) perjudica seriamente a David. Ahora que la fruta deseada estaba madura y a punto de caer, el asunto se complica: le han quitado el hombre de poder y prestigio que iba a realizar la transmisión pacífica de poderes; además se ha creado la impresión de que todo ha sido urdido por David, de que ha sido un acto de traición; ¿se podrán fiar de él? Dentro de su reino la persona de Joab se vuelve peligrosa para el mismo rey. David reacciona con toda energía. Primero hace un juramento público de inocencia, como se estilaba entonces, y que tiene valor decisivo, porque el Señor castiga al perjuro. Al mismo tiempo hace recaer públicamente la culpa sobre Joab. No puede castigar al vengador de la sangre fraterna, pero lo maldice, dejando el castigo a Dios. Después ordena un funeral solemne por el muerto, al que encabeza dedicándole una elegía personal; y obliga al asesino a su asistencia. Joab tiene que someterse públicamente al mandato real y escuchar la elegía que lo afrenta. Al funeral sigue un ayuno de corte. La reacción de David hizo gran impresión allí y probablemente se divulgó fuera de su reino de Judá; es lo que quiere decir el narrador en el versículo 37.
4,1-12 Asesinato de Isbaal. Muerto Abner, Isbaal se ha quedado sin apoyo y sin iniciativa. Los que esperaban en la dinastía de Saúl están desconcertados, los que esperaban en la unión con David, organizada por Abner, no saben lo que va a suceder. El rey Isbaal, esa sombra de monarca, impotente y apenas consciente muere en la quietud e inconsciencia de un sueño. En la capital prestada de Transjordania, en un palacio que custodia una mujer desarmada y soñolienta. ¡Qué lejos de la muerte en campaña de Saúl y Jonatán! Sistemáticamente los redactores, favorables a David, subrayan su inocencia en el derramamiento de sangre de sus principales rivales; dicha inocencia queda demostrada con el exterminio de quienes han matado a los principales del partido de Saúl, al mismo Saúl, a su general y a su hijo Isbaal.
5,1-5 David rey de Israel. Eliminados Abner e Isbaal, David atrae todas las esperanzas. La oposición de Israel a Judá queda relegada por un sentimiento más fuerte de hermandad. Lo que Abimelec decía a los de Siquén para apoyar su candidatura real (Jue 9) lo confiesan las tribus a David. El pacto entre rey y pueblo tiene algo de constitución: implica un juramento de lealtad mutua y contiene normalmente una serie de cláusulas. Los ancianos, como responsables de todo el pueblo, hacen de intermediarios en la unción.
5,6-16 Conquista de Jerusalén. La conquista de Jerusalén y su establecimiento como capital del reino sucedió ciertamente después de la victoria definitiva sobre los filisteos; probablemente después de otras campañas exteriores. El autor tiene mucho interés teológico en juntar la elección de David rey y la de Jerusalén capital. En adelante van a formar una fuerte unidad, como una nueva elección del Señor y arranque de una nueva etapa histórica. En este sentido es justo poner los dos hechos juntos al inicio de la narración. La intención teológica impera sobre la cronología. Saúl se había quedado en su aldea, como los jueces tribales, para gobernar desde allí. David ha residido en Hebrón, sitio excelente para un rey de Judá, ciudad bastante céntrica y aureolada con el recuerdo de Abrahán. Pero para unificar y gobernar a todo Israel, Hebrón no basta: está demasiado ligada a una tribu y hacia el sur. David decide estrenar capital: una ciudad sin vínculo tribal, bien situada y de gran valor estratégico. Es la antigua Jerusalén, ciudad hasta ahora inexpugnable para los israelitas, enclave cananeo en la montaña central, que ha dividido las tribus. Jerusalén es un símbolo de la persistencia y resistencia cananea no dominada. La decisión de David es un acto de audacia y de clarividencia. De audacia, porque es dificilísimo conquistarla, y un ataque fracasado podría desprestigiar al nuevo rey. Clarividencia, como muestra la historia sucesiva hasta hoy: Jerusalén adquiere para Israel, y más tarde para los judíos, un valor espiritual que supera ampliamente su valor geográfico, estratégico, y urbanístico. Jerusalén será el segundo polo de la escatología. Pero más inexpugnable que la ciudad parece el texto bíblico, que muchas generaciones de exegetas y arqueólogos no han logrado descifrar. Aun reuniendo los datos de Samuel con los de Crónicas, no llegamos a una explicación satisfactoria. Una de las hipótesis más atractivas ve las cosas así: David pone asedio a la ciudad, los defensores se burlan de los atacantes, ciegos y cojos bastan para rechazarlos –tan segura es la fortaleza–; David, quizás después de ataques infructuosos y de largo asedio, promete algún privilegio a quien penetre en la ciudad; entonces algunos soldados logran colarse y subir por el túnel de acceso al manantial, y desde dentro facilitan la entrada de los demás. Se trata de una hipótesis acerca del modo; la sustancia es que David, con esta conquista, se suma a los héroes de la conquista bajo Josué, somete el baluarte simbólico de los cananeos, dispone de una capital. Meditando sobre los hechos, derrota de filisteos y cananeos y fundación de la nueva capital y apertura comercial internacional, David llega a comprender su destino religioso: es un rey por la gracia de Dios al servicio del pueblo. Elección, no como privilegio, sino como función. Dado que el pueblo es del Señor, David es un vasallo y mediador al servicio de ese pueblo. Su especie de vasallaje en Gat y el probable vasallaje en Hebrón son pura sombra de la nueva situación histórica. Los versículos 13-16 anticipan el origen del heredero: será uno de los hijos nacidos en Jerusalén, no de los de Hebrón.
5,17-25 Batallas con los filisteos. Cronológicamente ésta es la primera tarea de David en cuanto rey de la monarquía unificada. El autor resume en brevísimo espacio sucesos que debieron de durar varios años; se fija en un par de batallas. A esta época pertenecen algunos datos que se leen en el apéndice (capítulos 21–24). David presenta batalla en la zona montañosa, donde los filisteos se desenvuelven con menos medios y mayor dificultad. Valle de Refaím o Valle de los Gigantes –para el pueblo Valle de las Ánimas– está situado junto a Jerusalén, donde los filisteos se encuentran protegidos por el enclave jebuseo de Jerusalén, mientras David, evitando las ciudades, se refugia en el paraje que tan bien conoce de Adulán (1 Sm 22,1.4; 24,23). Desde allí iría agrupando tropas y despachando pequeñas incursiones contra los filisteos. Del capítulo 23 se desprende que éstos están instalados también en Belén. Los filisteos acampan en terreno ventajoso, llano, en el valle que arranca al sudoeste de Jerusalén y se alarga hacia el oeste. David parte de Adulán, rodea por occidente, sube a Perasim, y desde el norte ataca y pone en fuga al enemigo. Los ídolos se llevan al campo de batalla como protección. Israel paga ahora a los filisteos la captura del Arca (1 Sm 4). Son el trofeo más valioso. Los filisteos insisten en el mismo sitio que consideran ventajoso (22-25); el oráculo del Señor ofrece esta vez un signo no tan fácil de entender: se trataría del rumor del viento en las copas de las moreras. Otros interpretan el nombre como toponímico, en las alturas de Becaim.
6,1-23 El Arca transportada a Jerusalén. Para que Jerusalén tenga plena fuerza de unificación, tiene que ser también centro religioso de las tribus. Saúl ha descuidado este aspecto. El Arca estuvo en Siló en tiempos de Elí, fue capturada por los filisteos, y cuando la devolvieron, pasó a Quiriat Yearim. El Arca es el objeto religioso por excelencia, emblema en la guerra y testimonio de la alianza, cuyo documento guarda. David decide trasladarla a su nueva capital y concentrar allí a los principales sacerdotes. David quiso hacer del traslado un acontecimiento religioso nacional, una ocasión para robustecer la conciencia de unidad religiosa, cuyo centro en adelante será Jerusalén –eso no quiere decir que la cifra de participantes sea objetiva–. Un accidente mortal (6s) es interpretado por los asistentes como castigo de Dios, debido a una profanación objetiva. La sacralidad todavía está vista de manera muy concreta, casi material, aunque el autor personaliza el efecto mortífero de lo sacro. Como el hombre no puede ver a Dios sin morir, así el profano no puede tocar impunemente el objeto sagrado; recuérdese la sacralidad de la montaña del Sinaí. La respuesta de David a la ironía de Mical (20-22) contiene un principio importante de espiritualidad: ante Dios y para Dios David siente el ímpetu de jugar o bailar; ocupación poco seria y que puede parecer humillante para un rey, mirada con criterios de soberbia humana; pero David se sabe elegido por el Señor como vasallo suyo, su gloria será festejar al soberano, y la gente sencilla comprenderá el valor del gesto.
7,1-29 Promesa dinástica y oración de David. Lo culminante en la historia de David no son sus empresas, su valor militar o su clarividencia política; lo culminante es la promesa que Dios le hace. Este capítulo es el verdadero centro de la historia de David. Por encima de David como protagonista, se alza como verdadera protagonista la Palabra de Dios, creadora de historia. Natán es su profeta privilegiado. Probablemente el oráculo original fue breve, montado en el doble sentido de la palabra casa: edificio y dinastía. David quiere construirle al Señor una casa: templo, el Señor lo rehúsa y en cambio promete construirle una casa: dinastía. Este oráculo produce una reacción viva en el pueblo que lo recibe, creando una corriente histórica; entonces el pueblo receptor reacciona a su vez sobre el oráculo, explicándolo y enriqueciéndolo. Sobre todo, los profetas hacen resonar en sus oráculos el de Natán, colocándolo en una perspectiva siempre más rica y tensa hacia el futuro.
Doble sentido de casa. En su sentido normal, la casa es propia de la cultura sedentaria, urbana: espacio material fijo, hogar que acoge y protege, término de reposo y centro de convergencia (véase Gn 4,17 y 11,4). En sentido metafórico es la familia, que se construye con los hijos y sucesores (Gn 16,2); de la familia ordinaria se puede pasar a la familia reinante. Esta segunda casa no es espacial, sino temporal, es vida histórica, ramificación o estrechamiento. En el espacio puede derrumbarse la casa material, en el tiempo puede extinguirse la casa familiar; las dos tienen su propia estabilidad. David ha querido dar al Señor una casa; algo así como fijarlo en un espacio sacro, centro de atracción inmóvil y permanente, con el que se puede contar. En él está presente el Señor del espacio. Pero el Señor se ha revelado a su pueblo en movimiento, sacando, guiando, conduciendo; Dios, desprendido del espacio fijo, compañero de andanzas y peregrinaciones. Incluso cuando termina la peregrinación y el pueblo se establece en la tierra, durante una larga etapa el Señor conserva su movilidad original: una tienda de campaña es el símbolo adecuado de su habitación. A tanto llega esta concepción teológica, que una escuela posterior hablará de la tienda no como morada, sino como lugar de cita y encuentro. El Señor no acepta la oferta de David. Si se deja llevar en procesión a Jerusalén, es para seguir allí en una tienda, libre para moverse. El Señor quiere revelarse como dueño de una nueva etapa histórica que de algún modo continuará sin término. Él funda una dinastía con su palabra, la consolida con su promesa, la acompañará en su peregrinar histórico; un peregrinar expuesto a lo imprevisto, al peligro dramático, incluso a la tragedia. La historia humana de una dinastía en un pueblo será el ámbito móvil de la presencia y revelación del Señor. David no puede dar estabilidad al Señor, asignándole un espacio habitable; el Señor puede dársela a David, paradójicamente, lanzándolo al torrente de la historia mudable.
8,1-18 Victorias de David. Capítulo de síntesis sobre las conquistas de David. Quedan fuera las campañas contra los filisteos. También queda fuera la campaña contra Amón, porque será la ocasión en que se desenvuelvan otros acontecimientos importantes, a partir del capítulo 10. Cronológicamente parece ser la primera campaña contra Amón, al cual prestan ayuda algunos reinos arameos del norte y noroeste, y así se extiende la lucha. Después vendría la campaña contra Moab al sureste y la de Edom al sur. En este momento histórico descansan los grandes imperios de Occidente y Oriente. Egipto está dividido por luchas internas. Babilonia es importante. Asiria apenas se eleva en el horizonte histórico. Es el momento propicio para David, si sabe consolidarse en el puente costero entre Egipto y Mesopotamia. David comienza a reinar en un territorio amenazado por reinos vecinos; en cuanto comienza a consolidarse y a ganar poder, quizás tiene que sufrir la provocación de esos vecinos, asustados ante el poder creciente del nuevo reino. El libro nos cuenta la provocación amonita y supone la penetración de los edomitas por el sur. En su comienzo o en su desenlace, estas guerras davídicas son guerras de expansión. Al final de ellas, David es un rey afirmado en su país y soberano de reinos tributarios en una gran extensión: desde el Torrente de Egipto por el sur hasta cerca del Éufrates por el nordeste y hasta el desierto inhabitado a oriente.
9,1-13 Meribaal acogido por David. El gesto de David es un acto de lealtad o fidelidad a un juramento (1 Sm 20,11-17.42). Es también un gesto magnánimo para con la familia de su rival. Además es una sagaz medida política: trayendo a la corte al descendiente de Saúl, lo tiene vigilado y neutralizado. Ese favorecer tiene otro sentido especial: es una concesión que liga a Meribaal con el vínculo de lealtad. En Meribaal la Casa de Saúl se prosterna y rinde homenaje al nuevo rey, cumpliendo el homenaje anticipado de Saúl y de Jonatán; expresamente se declara siervo, que puede significar vasallo. David otorga las posesiones de familia, que se convierten ahora en don suyo (9). El honor de comer a la mesa real es un reconocimiento cotidiano de dependencia. Hubo un tiempo en que David comía a la mesa de Saúl (1 Sm 20). Si tenemos presente la promesa dinástica a la Casa de David, que acabamos de leer en el capítulo 7, sentiremos el contraste al oír nombrar cuatro veces a la Casa –familia– de Saúl; como la primera se establece por la gracia de Dios, la segunda subsiste por la gracia de David.
10,1-19 Guerra contra los amonitas. Desde aquí los sucesos se encadenan con rigor trágico. El autor ha reservado para el final la campaña de Amón porque en ella se inserta el arranque de la nueva trama. Por primera vez el autor nos dice algo sobre la estrategia de una batalla y no se conforma con expresiones genéricas de victoria y derrota. La guerra contra Amón ocupa varios años, y sólo al final del capítulo 12 se narra el desenlace. Aquí se narran dos batallas importantes, la primera dirigida por Joab, la segunda por David –el esquema se repetirá en la toma de la ciudad–. Del versículo 2 podemos deducir que David, cuando andaba huido y perseguido por Saúl, recibió asilo o auxilio del rey amonita, lo cual estableció una relación de lealtad. Con un gesto sencillo y sincero David intenta continuar en buenas relaciones con los vecinos de oriente. Pero la subida política de David ha creado en torno un clima de miedo y sospecha, que explotan los cortesanos del nuevo rey amonita. Recuérdese cómo Joab intentó sembrar sospechas contra Abner. Una cosa es proteger a un súbdito acosado, otra cosa es apoyar a un rey vecino en ascenso.
11,1-27 David y Betsabé. Hasta ahora la historia de David, su vida, su carrera política y el ejercicio de su reinado, han sido narrados dejando su figura prácticamente impecable. Pero debía llegar el momento en que los redactores tenían que contar también sus pecados y debilidades. Del David músico, poeta, piadoso practicante, guerrero, pasamos aquí al David violador y asesino. Varias veces, a lo largo de la narración se ha informado de la cantidad de concubinas que posee, mas no contento con ello, roba la mujer a uno de sus soldados. Una vez avisado por Betsabé de su embarazo, manda llamar a Urías, se imagina que Urías no dejará pasar la oportunidad de su regreso a Jerusalén para acostarse con su mujer, de ese modo quedaría borrada su huella en Betsabé; sin embargo, contra toda previsión, Urías duerme a las puertas del palacio una y otra noche, con el argumento de su solidaridad con el Arca, con Israel y con Judá que viven en tiendas, y con Joab y sus oficiales que duermen al descampado (11). Gran gesto de parte de un no israelita, recordemos que Urías era hitita; y con todo, es la sentencia de su propia muerte, él mismo lleva a Joab las instrucciones de David para hacerlo desaparecer. Como cosa muy natural se narra su muerte, el aviso a David, el luto de Betsabé y el traslado de ésta al palacio. ¿Tan normales eran las cosas? ¿Le era lícito a David proceder así? ¿Quién enjuicia este proceder? Ya 1 Sm 8,11-18 nos había advertido de la cadena de abusos que tendría que soportar el pueblo por parte del rey, y esa cadena de abusos apenas comienza. El reproche y juicio divino a esta acción abusiva y traicionera vendrá por parte de Natán, el profeta que ha transmitido también la promesa dinástica a David. Con las palabras de Natán quedará claro que no es el rey quien establece el derecho, porque el rey humano es vasallo de Dios; y ante la injusticia del poderoso, Dios se pone de parte del débil ofendido. Ante la mirada de Dios no valen oficios ni dignidades, ni siquiera méritos adquiridos; su juicio sobre la historia es decisivo.
12,1-31 Penitencia de David. Cuando los hombres callan, la Palabra de Dios se alza para acusar. Quizás corrían por Jerusalén comentarios maliciosos, reprobatorios o indulgentes de la conducta real. El autor no recoge la voz del pueblo. Lo más grave es que la conciencia de David también calla. Al profeta que pronunció la promesa dinástica, le toca ahora pronunciar la acusación y condena, en nombre de Dios. Es encargo arriesgado, y el profeta prepara el oráculo con una parábola. El primer verbo es enviar: el Señor toma la iniciativa. La parábola es breve y eficaz. Todo es anónimo, reducido a tipos elementales: el hombre rico, el hombre pobre, el hombre viajante; anónima es la ciudad. A la oposición de los personajes se añade la del desarrollo: el rico simplemente tiene, el pobre cuida, atiende, convive; lo que en uno es relación de posesión, en el otro es relación casi personal –y por aquí se hace transparente la parábola–. Tres palabras miran al capítulo precedente: comía, bebía, se acostaba. David escucha la parábola como un caso que él tiene que sentenciar con su autoridad suprema, y lo sentencia sin preguntar nombres. La compensación del cuádruplo está prevista en la ley (Éx 21,37); el reato de muerte, no previsto en la ley, parece sugerido por la tiranía de la acción. Entonces el profeta da un nombre al rico de la parábola, y con él nombra también al pobre y a su cordera. La narración bíblica, aun simple ficción, interpela y acorrala al hombre, es luz que penetra y delata, como dice Heb 4,12. Los versículos 7-12 son el oráculo propiamente dicho, que personaliza fuertemente la ofensa al Señor (cfr. Sal 51,6). En rigor se diría que David ha ofendido a Urías; pero el Señor toma por suya la ofensa, y ésa es su última gravedad. Ello crea un nuevo sistema de relaciones: David es en la parábola el rico malvado; con relación a Dios había sido la cordera elegida y tratada con cariño especial como una hija. Al abandonar ese papel, toma el puesto del rico, y ofende a su Señor, el cual se convierte en vengador del pobre y de su corderilla. La apertura trascendente del hombre hacia Dios y el interés personal de Dios por el hombre confieren su grandeza y gravedad a la caridad y justicia humana. La respuesta de David (13s) es brevísima: iluminado por la Palabra, se descubre como es ante Dios, y confiesa sin comentario su pecado contra el Señor. Dios perdona anulando la sentencia de muerte. ¿Acaso porque David perdonó a Saúl? ¿Sólo por el arrepentimiento actual? Eso es lo que buscaba la Palabra de Dios, salvar. Pero a David se le impone una pena. En términos forenses: se le conmuta la pena de muerte en la pérdida del hijo del pecado. El padre es castigado en el hijo al perderlo, no es castigado el hijo.
13,1-22 Tamar violada por su hermano. Respecto a Saúl, David ha aumentado el número de mujeres y concubinas, que pueden ser señal de riqueza y prestigio. Los hijos de estas mujeres viven en casa propia con servidumbre personal, las hijas no casadas viven recluidas en una sección aparte. Las relaciones familiares se realizarían en ocasiones especiales, quizás en fiestas. En la legislación antigua no está prohibido el matrimonio entre parientes; la legislación de Lv 18 y Dt 27,22 prohíbe el matrimonio entre hermanos de padre o madre. El matrimonio de Amnón y Tamar estaría permitido en la legislación antigua. Según Dt 22,28s, quien viola a una doncella tiene que pagar una compensación al padre y casarse con ella. Como fondo de esta historia debemos tener presente el adulterio de David: se repite una historia parecida, el primogénito imita los pasos del padre.
13,23–14,33 Asesinato de Amnón. La venganza de Absalón se alarga en los preparativos y en las consecuencias, mientras que el núcleo, el asesinato, se menciona indirectamente: los criados cumplieron sus órdenes. De esta manera subraya el autor la paciente espera; además hace resaltar el carácter familiar: el rey mismo ha de entrar en el juego y todos los príncipes han de participar. La venganza va a tener testigos de excepción, la tragedia va a tener un marco familiar y festivo. No olvidemos que esta familia es la Casa de David, y como tal está incluida en la promesa dinástica. Por la misma razón, el autor nos da el punto de vista de la corte, los efectos de la acción más que la acción misma. El hecho llega a la corte en tres tiempos, cada uno con valor propio: primero es una falsa noticia que se adelanta, después un tropel de jinetes que suben, finalmente son los hijos del rey. La falsa alarma implica algo gravísimo: si han muerto todos los hijos de David y sólo queda el asesino de todos ellos, ¿quién sucederá al trono?, ¿qué será de la promesa de fundar una dinastía? El caso de Abimelec, hijo de Gedeón, parece repetirse. ¿Tendrá David que ajusticiar al hijo asesino? Jonadab, el cínico consejero de Amnón, conserva la calma para interpretar correctamente la noticia y tranquilizar al rey. Sus palabras tienen más lucidez que tacto, cuando pide al rey que no se preocupe, como si la muerte del primogénito no fuera una mala noticia. Lo cierto del caso es que las semillas sembradas por la violación y el asesinato de David están empezando a despuntar. Amnón violó a Tamar. Absalón asesinó a Amnón. Ha empezado una cosecha de desgracias.
Una vez más demuestra Joab su percepción aguda y su capacidad de obrar rápidamente. Por una parte, el rey comienza a echar de menos a su hijo Absalón, pero razones de estado lo cohíben; con un empujón discreto podrá hacer el rey lo que en realidad desea, y Joab se habrá apuntado un tanto. Por otra parte, Absalón es un probable candidato a la sucesión: muerto el primogénito, podría el tercer hijo ser el pretendiente –del segundo no se habla en esta historia, sólo se recoge su partida de nacimiento en 3,3–. Si Joab ayuda eficazmente a repatriarse a Absalón, podrá contar con su favor y conservar el puesto de segundo en el reino. Pero Joab no quiere atacar de frente, y por eso prepara una astuta escenificación: una mujer de Tecua, diestra en imitar y fingir, allanará el camino, tanteará al rey. Si el resultado es favorable, Joab dará la cara. El núcleo de la escena será un caso de conciencia, que se presentará personalizado, como objeto de una representación dramática. El caso es la colisión de dos principios de justicia: el deber de vengar el homicidio y el deber de conservar el apellido. En el antiguo Israel hay una institución, que podemos llamar goelato y que se basa en la solidaridad de la familia o clan: cuando una propiedad ha sido o va a ser enajenada, uno de la familia o clan, por orden de parentesco, tiene que comprarla o rescatarla para que quede en el seno familiar; cuando un miembro se hace esclavo, ha de ser rescatado en las mismas condiciones; si un miembro es asesinado, hay que vengar su muerte matando al asesino y restableciendo la justicia. Sin pertenecer a la familia o la tribu, el rey puede asumir el papel de goel: rescatador o vengador. ¿Y si el asesino es miembro de la misma familia? ¿Tiene que matarlo el pariente más próximo? ¿Hay que restablecer la justicia duplicando las muertes? El caso llega al extremo cuando en una familia hay sólo dos hermanos: vengar la muerte de uno significaría acabar con el apellido. Pero conservar el apellido, significaría no vengar la injuria de uno de los hermanos. Esto es a grandes rasgos el caso de los hijos de David, que a la letra no se puede aplicar puesto que le quedan más hijos. Pero la formulación extremada sirve para subrayar el dilema.
15,1-12 Conspiración de Absalón. Absalón se considera con suficientes méritos a la sucesión y no quiere esperar demasiado. Hijo del rey y de una princesa extranjera, es ahora el primero por edad –muerto Amnón y desaparecido Quilab–. Dejando las cosas al curso normal, Absalón teme perder sus derechos, porque el rey puede elegir un sucesor distinto. A lo mejor ya el rey mostraba preferencia por Salomón, al menos no ocultaba su preferencia por Betsabé. Además, los sucesos precedentes han puesto al joven en posición desventajosa, el perdón del rey no ha sido incondicional. Absalón no puede esperar indefinidamente. Pero sabe esperar lo suficiente para prepararse bien, explotando una serie de ventajas. Primero, su prestancia física, cualidad que en el caso de Saúl y David probó su validez; esa apariencia se realza con el aparato principesco de carroza y escolta; se trata de imponer una imagen al pueblo. Segundo, las tensiones latentes nunca resueltas entre las tribus del sur y las del norte, Judá e Israel; Judá ha salido favorecida en la presente situación, provocando envidias y rencores. Tercero, consecuencia de lo anterior, la deficiente administración de la justicia central; es tarea específica del rey en tiempo de paz, y la desempeña con sus tribunales de la capital o personalmente (Sal 122,5). Muchos, sobre todo de Israel, están quejosos de esta situación. Absalón ofrece generosamente una imagen, una cordialidad fácil, unas promesas hipotéticas. Durante cuatro años realiza una tarea de proselitismo a su favor en el pueblo, probablemente en los consejos, incluso en la corte. En esta primera parte domina el lenguaje de los procesos: la justicia es el lema del candidato a rey. En el momento de la sublevación (7-12) Absalón invoca motivos religiosos. Por lo visto David ha tolerado hasta ahora el comportamiento de su hijo; el hecho es que ahora acepta sin discutir el motivo de piedad religiosa –no había aceptado tan fácilmente el motivo profano del esquileo–. Sin saberlo, pronuncia las últimas palabras a su hijo, vivo: Vete en paz, despedida en realidad trágica.
Hebrón está bien escogida: allí comenzó David, es la ciudad natal del príncipe y ha sido relegada por Jerusalén. Todavía puede atraer a los clanes del sur de Judá. Simultáneamente Absalón asegura la sublevación en el norte, por todas las tribus, de modo que la capital y el rey se encuentren copados. Entre los convidados se supone la presencia de gente principal, que con tal maniobra son alejados de la corte y se vuelven inofensivos.
15,13-37 Huida de David. David intuye la gravedad de la situación y la enfrenta. Respecto a la dinastía: luchando dividiría más a su familia exponiéndola a grandes matanzas; huyendo, aun dispuesto a perder el trono, continuaría en Absalón. Respecto a la capital: David sabe muy bien lo fácil que es defender Jerusalén; probablemente está ahora mas guarnecida que en tiempo de los jebuseos; con todo, un asedio y una defensa pueden condenar la ciudad y sus habitantes a la ruina; huyendo salva la capital. Respecto al Arca, queda en la ciudad. Respecto al reino: la difícil unificación del norte y del sur quedaría gravemente comprometida con una guerra civil, mientras que Absalón parece capaz de mantener unida la nación. Es sorprendente la actuación de David frente al futuro, su síntesis de aceptación resignada y cálculo previsor. Dispuesto a todo, no lo abandona todo. El cimiento último de esta actitud es el Señor. David, villano en su esplendor, se rehace en su desgracia.
Huye en dirección oriental, la única escapatoria prudente, bajando al torrente Cedrón. Quereteos y peleteos forman la escolta. Itay debe al rey una lealtad limitada, por su condición de extranjero y por el tiempo de su servicio; por si acaso, el rey lo desliga de toda obligación. No pudiendo darle nada en este momento, invoca para él la protección del Señor. Itay podrá pasar al servicio del nuevo rey: así llama David a Absalón. A sí mismo se ve como en otros tiempos, huido y sin rumbo; pero esta vez, perseguido por su propio hijo. Desde la cima pueden ver por última vez la capital. En este momento introduce el narrador la noticia de la entrada de Absalón en Jerusalén.
16,1-13 Sibá, Semeí y David. La actitud de Sibá es ambigua para el lector. Por una parte, acusa a su amo de deslealtad con David e implícitamente lo acusa de ingenuidad, pues Absalón no va a sublevarse para restaurar la monarquía de Saúl; más adelante (19,25-31), Meribaal acusará al criado de haberlo engañado. Por otra parte, Sibá no gana mucho pasándose al bando de Absalón, mientras que su obsequio a David cuesta poco y vale mucho. Como administrador de los bienes de Meribaal, puede fácilmente cargar dos burros con provisiones. En el momento de la desgracia David acepta conmovido el gesto. Semeí se siente solidario con la familia o clan de Saúl, y su acusación principal es de homicidio: puede referirse a la muerte de Abner y de Isbaal y probablemente también a las ejecuciones que cuenta 21,1-10. Sus palabras desde la cresta del monte tienen algo de acusación pública; el apedrear es intento simbólico de ejecutar al criminal, al mismo tiempo que invoca al Señor como vengador de la sangre derramada. En la frase ha entregado el reino (8), resuenan las amenazas de Samuel a Saúl (1 Sm 13,14; 15,28). Ésta es la visión de un benjaminita, un intento de explicación teológica de la historia viva. Algo en el corazón de David responde a esa interpretación teológica: hace poco ha llamado rey a su hijo, y también es cierto que ha derramado sangre inocente; en su desgracia actual ve cumplirse la sentencia pronunciada por Natán (12,11). Pero no pierde toda esperanza, precisamente confiando en el Señor que defiende a humildes y humillados. En este momento David se somete a la justicia del Señor, como vasallo, y renuncia formalmente a hacerse justicia como soberano.
16,14-23 Absalón en Jerusalén. Estableciendo la simultaneidad narrativa, el autor pasa ahora hablar sobre Absalón. La sección esta unificada por el tema de la traición. El joven aspirante a rey se ciega y sucumbe a ella. En los versículos 16-19 el diálogo quiere probar la lealtad. El narrador introduce a Jusay con el título amigo de David; pero, ¿podrá fiarse Absalón de un traidor? Jusay apela a esa misma lealtad, que traspasa toda entera del padre al hijo: cosa lógica en un servidor de la casa. David ha sido rey por la elección del Señor y del pueblo; ahora la elección ha pasado al hijo: ¿no es justo secundar el deseo de Dios y del pueblo? La lógica de Jusay es tan halagadora que Absalón se rinde; además está acostumbrado a ganarse a la gente. Se está cumpliendo aquí la segunda parte de la sentencia de Natán. Absalón se declara en posesión del palacio y con prerrogativas reales de sucesión. Las concubinas se trasladan públicamente del harén a la azotea, y Absalón entra ostentosamente en la tienda allí dispuesta.
17,1-16 Ajitófel frente a Jusay. Por primera vez se cuestionan los consejos de Ajitófel, de quien se dijo en el capítulo anterior que eran recibidos como un oráculo, lo mismo cuando aconsejaba a David que a Absalón (16,23). Es que la oración de David, según la intencionalidad del narrador, comienza a ser escuchada; así lo manifiesta en el versículo 14. No hay que olvidar que estos pasajes donde aparece Dios tomando partido por uno u otro personaje son recursos literarios y modos de expresión que es necesario depurar muy cuidadosamente. Hemos de recordar que el Dios bíblico es ante todo el Dios de la justicia y que siempre va a estar del lado del oprimido, por más que una corriente política o religiosa, que en un momento dado ostente el poder, quiera presentarlo en sus filas.
17,17-29 David y Absalón en Transjordania. La campaña de Absalón es sobriamente descrita como destinada al fracaso con la narración del suicidio de Ajitófel; mientras que de otro lado David y sus hombres reciben el apoyo desde Jerusalén con avisos y noticias, y en Transjordania con alimentos y acogida.
18,1-18 Derrota y muerte de Absalón. Ya Ajitófel había anunciado el designio de Absalón: tenía que morir David y salvarse todo el pueblo. David se preocupa de la vida de su hijo más que del bien de su ejército; incluso querría haber muerto en lugar de su hijo. Los soldados ponen la vida de David por encima de la vida de medio ejército. A Dios toca decidir. Hasta el último momento David no sabe si ha de morir en la batalla –como Urías– o en la cama –como Isbaal–, o si la venganza del Señor se detendría antes. Absalón traza la parábola de un cohete: después de largos preparativos, en una jornada se ha proclamado rey; entre cielo y tierra queda truncado su ascenso, y su vida se apaga lejos de Jerusalén. El texto no dice expresamente que se enredase con la frondosa cabellera, ni lo excluye; es la lectura tradicional. Lo importante es que queda colgado del árbol. Un texto legal –probablemente posterior– dice que Dios maldice al que cuelga de un árbol (Dt 21,23); por semejanza, algunos lectores posteriores han visto en el hecho una ejecución por mano de Dios. El mulo es cabalgadura de reyes o príncipes: el privilegio se vuelve fatalidad. Absalón se queda sin mulo y sin reino.
18,19-32 David recibe la noticia. Surge una disputa para llevar la noticia al rey. Joab es quien determina quién debe ser el mensajero; pero Ajimás es quien finalmente llega primero aunque, de hecho, la noticia la comunica efectivamente el cusita.
19,1-8 David llora la muerte de su hijo. Los lamentos del rey son vistos por Joab como un desprecio al resto de la tropa. Sus palabras suenan duras, pero hacen que David entre en razón y otra vez se mezcle con los soldados.
19,9-44 Vuelta de David. El regreso de David y los sucesivos diálogos con quienes se precipitan a brindarle su apoyo esconden una realidad respecto a la monarquía, realidad de contradicciones, de ambiciones y de celos. La historia la van construyendo siempre los mismos, el pueblo permanece mudo, ausente.
20,1-26 Sublevación de Sebá. Sebá ha reunido a sus hombres en una ciudad amurallada, como temía David (6). Una mujer, reconocida por su sabiduría, entabla un diálogo con Joab, en el que se da mayor valor a la vida de toda una ciudad en comparación con la cabeza de un solo rebelde; ella transmite su punto de vista a sus conciudadanos. Joab consigue lo que desea: la cabeza de Sebá y el final de la revuelta. Las tropas se dispersan. Joab vuelve a Jerusalén donde el rey. Así termina la historia, o esta parte al menos. Es una historia de revueltas, de fuga del rey y de vuelta a casa. Refleja decisiones humanas y poder político. Plantea numerosas preguntas, pero no responde a ninguna. Su naturaleza es decididamente secular; el papel concedido a Dios es mínimo. Resulta ambivalente; los intérpretes han puesto de relieve elementos tanto favorables como desfavorables a David. Joab queda al frente de todo el ejército de Israel. Benayas está a cargo de los mercenarios; desde 8,18 no había sido mencionado. Yorán se ocupa de las obras públicas; Josafat será el heraldo; Sisá, el cronista; Sadoc y Abiatar, los sacerdotes, así como Irá, el jairita, un personaje desconocido hasta ahora.
21,1-14 Venganza de sangre. Los gabaonitas son un ejemplo de población cananea incorporada pacíficamente a los nuevos habitantes: tenían una alianza con Israel, con derecho a la vida a cambio de algunas prestaciones (Jos 9). Saúl, en su exclusivismo fanático, había cometido un crimen gravísimo contra el derecho de entonces; es perfectamente razonable que el delito exija reparación. Lo que no parece tan razonable es que la justicia vindicativa se encarnice en los sucesores de Saúl. El derecho de entonces hace responsable a toda la familia. Un valor positivo de aquella legislación era sancionar y robustecer los vínculos de solidaridad y disuadir a los criminales; el aspecto negativo es que, a nuestro parecer, castiga a los inocentes. El delito de sangre exige sangre, y los parientes, por orden de proximidad, tienen que vengarlo: es la institución social del goelato. Cuando el hombre se desentiende, Dios escucha el clamor de la sangre y realiza o exige la reparación de la justicia. El oráculo interpreta el hambre pertinaz como una reclamación de Dios. En algunos casos se podía aceptar una compensación en dinero, otras veces tal compensación estaba prohibida. Una vez que el Señor ha intervenido, la ejecución es un acto en su honor, las víctimas se le ofrecen, en una especie de consagración al Señor de la vida. Las víctimas pueden quedar a merced de fieras o aves; la legislación posterior pide que se retiren los cadáveres antes de la puesta del sol (Dt 21,22s); y los cadáveres de los ajusticiados se entierran en una sepultura común.
21,15-22 Batalla contra los filisteos. Empieza aquí una serie de apéndices que intentan completar la historia de David. Las campañas con los filisteos pertenecen a la primera etapa del reino (capítulo 5). Las cuatro hazañas son semejantes y también lo son las fórmulas, como si se tratara de una lista de menciones honoríficas. Lo más curioso es encontrar otra vez a Goliat el de Gat, esta vez matado por Eljanán y no por David. La serie da a entender que entre los filisteos había algunos soldados de enorme corpulencia. Detalles pintorescos o expresiones poéticas animan la sobriedad de la lista. Gob se encontraba probablemente en las cercanías de Jerusalén.
22,1-51 Salmo de David. Este salmo, con ligeras variantes, es el salmo 18 del Salterio. La atribución a David no es segura. La forma es de acción de gracias al Señor recitada en presencia de la comunidad; el contexto litúrgico explica el paso de la segunda a la tercera persona. El favorecido cuenta a los presentes el beneficio insigne recibido de Dios; puede desdoblarlo en una descripción de la situación desesperada, una descripción del acto salvador, y algunas reflexiones. El cantor se hace testigo de Dios ante la comunidad. En algunos versos el favorecido le cuenta al Señor los favores que él mismo le ha hecho. No parece lógico contar al protagonista su proeza, mucho menos si el protagonista es Dios que la conoce mucho mejor; pero semejante modo de orar indica un momento de intimidad y de profundo reconocimiento. No necesita saberlo el Señor, pero quiere escucharlo, plegándose al oyente de lo que sabe. Hablando así al Señor en segunda persona, la sinceridad es absoluta. La primera parte del salmo tiene una construcción muy clara. Después de una invocación, describe el peligro mortal en que se encontraba, la teofanía del Señor y la liberación; después reflexiona sobre el motivo de esa liberación y enuncia un principio general sobre la conducta de Dios. En la segunda parte se repiten los mismos temas de modo irregular. Es posible descubrir un par de veces el siguiente esquema: acción de Dios en segunda persona, efecto en los enemigos, acción del salmista. El final empalma con el comienzo en la invocación, a la vez que repite el tema dominante.
Teología. Supuesta la concepción del universo en tres planos, cielo, tierra, abismo, el salmo se proyecta sobre un eje vertical que domina el plano horizontal. El protagonista, situado en la tierra, se encuentra rodeado, envuelto, sin escapatoria; la invasión del océano abismal cierra definitivamente el cerco. En su dimensión, el hombre es impotente, necesita trascenderla con una tercera dimensión de altura: es la dimensión de Dios. Dios aparece en la altura, cerniéndose sin límites, bajando para auxiliar; y ya la visión empieza a liberar al hombre de su estrechez insuperable. Después viene la acción, que se expresa en dos direcciones: romper el cerco, dar anchura y espacio (20.37); y más aún levantar, poner en lo alto (34.49). Varios títulos divinos expresan directa o indirectamente esa altura: roca, alcázar, baluarte. El mundo de la muerte y del peligro extremo están vistos como elementos profundos: abismo (6), fondo del mar, cimientos del mundo (16). Paralelamente al movimiento en el eje de los elementos, se colocan verticalmente la afrenta y el contraataque: el creyente perseguido y amenazado es salvado por Dios. Dios vence a los enemigos de sus fieles. Ahora bien, esta victoria que se canta como don de Dios, ha exigido la lucha humana. Muchos términos hablan de la guerra, pero era Dios quien enseñaba, entrenaba y auxiliaba a David. A este campo pertenecen los motivos de flaqueza y firmeza, y los títulos divinos Refugio, Escudo.
23,1-7 Últimas palabras de David. Hay bastantes razones para pensar que este poema es antiguo y original de David. En la construcción del libro el oráculo tiene función conclusiva: el contexto de la próxima muerte de David es una indicación importante para explicarlo. En cuanto a la forma, se presenta como oráculo; es decir, como enunciado profético; muy semejante en el comienzo a los oráculos de Balaán, el adivino transformado en profeta por el poder de Dios (Nm 24). El versículo 2 aclara sin dejar dudas el carácter profético de la pieza. Pero cuando leemos el contenido, nos sentimos transportados al mundo sapiencial de la reflexión humana con valor didáctico. Aunque esa reflexión esté iluminada por Dios de manera genérica, lo sapiencial es específicamente tarea humana diversa de la profética. Sapiencial es la oposición de los destinos de justos y malvados. Sapiencial es la comparación del justo con imágenes de luz (Sal 112,4), o la imagen del tamo o la paja (cfr. Sal 1), como ejemplo de plantas inútiles; el presente oráculo escoge la imagen de las zarzas, que en la literatura profética y en algún salmo (118,12) describe al enemigo. Muy sapiencial es el tono sentencioso de los dos enunciados contrapuestos. Y también es sapiencial la instrucción sobre el buen gobierno y sus consecuencias. En cuanto al versículo 5, recuerda al oráculo de Natán, pero en sí no suena a enunciado profético –recordar una profecía no es en sí otra profecía–. Entonces, ¿qué significa esa tensión entre la solemne introducción profética –más de un tercio del poema– y la común enseñanza sapiencial? David pudo resumir su larga experiencia y trasmitirla a sus sucesores sin necesidad de tanto aparato. En este momento David recuerda rápidamente su historia: hombre elevado a lo alto, ungido del Dios de Jacob, favorito de los cantores de Israel. En este momento se siente invadido por el Espíritu del Señor para anunciar el futuro, que comienza precisamente en él. Se trata de su dinastía: reafirmando la profecía de Natán, la trasmite como profeta a sus descendientes con autoridad divina, no como simple repetidor. La promesa dinástica levanta a la esfera profética los elementos sapienciales; la promesa es vista como pacto, es decir con exigencias que condicionan los dones. Si ha sido elegido rey, es para vivir como mediador de la justicia divina que da paz y bienestar a su pueblo; si los malvados dentro o fuera intentan turbar ese reino de justicia, el hierro y el fuego los consumirá. No tiene otro sentido su elección y sus victorias. Sólo en esas condiciones se transmitirá a sus sucesores. Pero es un pacto eterno: David anuncia y desea el reino de justicia. Es su programa, su legado, su esperanza. Lo siente germinar en sí y prevé su crecimiento sin más detalles. De este modo el oráculo de David es germinalmente mesiánico: tocará a lectores posteriores, aleccionados por la historia e iluminados por Dios, ir descubriendo su sentido y hacer que siga creciendo hacia el futuro.
23,8-39 Nombres de los guerreros de David. Esta colección de tradiciones davídicas es importante porque nos revela las estructuras de la administración de David, que de otro modo nos serían totalmente desconocidas. Estas estructuras están integradas por los grupos conocidos como los Tres y los Treinta. Los Tres eran Isbaal, Eleazar y Samá. Fuera de aquí, nada sabemos de ellos ni de sus hazañas. La historia de la ofrenda de los héroes en los versículos 13-17 parece ahora estar asociada a estos tres guerreros. Por lo que respecta a los Treinta, conocemos a cuatro de sus miembros: Abisay, Benayas, Asael y Urías, el hitita. Las hazañas atribuidas a Abisay y Benayas también nos eran desconocidas. Se hace una clara distinción entre los Tres y los Treinta. Abisay era comandante de los Treinta, pero no formaba parte de los Tres (19). Benayas era famoso entre los Treinta, pero tampoco formaba parte de los Tres (23). El total de las personas suma treinta y siete (39). Probablemente no todos fueron miembros simultáneamente. Estos dos grupos, importantes en apariencia, son totalmente silenciados en las tradiciones davídicas, exceptuando este pasaje.
24,1-25 La peste. Se compone de tres secciones: el censo (1-9), la peste (10-15), el altar (16-25). La primera tiene un carácter administrativo, la segunda es numinosa, la tercera es cúltica. Las tres se organizan perfectamente: partiendo del hecho de la peste, el censo es su causa, el altar su remedio. No cuesta comprender que la peste aparezca como castigo de Dios: el enviado del Señor hiere de peste al ejército de Senaquerib, el exterminador hería a los egipcios, hambre-espada-peste-fieras son cuaterna clásica de vengadores divinos. Concretamente la peste, más que otras desgracias, aterrorizaba extrañamente al hombre antiguo: su difusión rápida e incontenible, su ejecución sumaria y sin distinción de edades o personas, unido a la ignorancia de sus causas y proceso, envolvían a la peste en un aura numinosa. Era una fuerza demoníaca o un verdugo al servicio de un Dios misterioso. En la concepción yahvista (J), que reconoce un solo Dios –al menos para Israel–, la peste no puede ser instrumento de otra divinidad adversa, sino que ha de estar sometida al Señor. Por eso denuncia violentamente un estado de pecado o contaminación, que se ha de remover expiando, aplacando, confesando la culpa. David confiesa su pecado y edifica un altar para aplacar la cólera divina. En su afán de comenzar y concluir con la acción del Señor, el autor dificulta la comprensión de su relato; queda muy clara la gran inclusión, la soberanía del Señor que abarca todo el arco de los sucesos, causas y efectos y remedios; resulta extraño, sin embargo, su modo de obrar. Si todo hubiera comenzado con el pecado de David, no nos costaría entenderlo: al fin y al cabo David es mediador de bienes y desgracias para su pueblo. Pero el versículo 1 dice que Dios instiga a David a cometer un pecado, para castigar con tal ocasión al pueblo –que se supone pecador–. El Primer libro de las Crónicas (21,1) corrige diciendo que fue Satán quien instigó a David; Satán, el adversario de Israel y del plan de Dios. El narrador primitivo no intenta racionalizar a Dios, acepta su santidad incomprensible, reconoce su dominio sobre los motivos humanos y expresa a su manera, en términos antropomórficos, su misteriosa acción en la historia humana.