Carta a Tito
1,1-4 Saludo. En contraste con la brevedad del escrito, el saludo de introducción es solemne y largo, apuntando ya al contexto en que se va a mover toda la carta. Pablo, personificado por el autor anónimo de la misma, se presenta con todas sus credenciales de apóstol para impregnar de autoridad a las exhortaciones que va a dar a su discípulo Tito. Su responsabilidad apostólica que contempla prologándose en la de «mi hijo legítimo en la fe común» (4), es de servicio a «los elegidos de Dios» que forman la «casa grande» (2 Tim 2,20), la Iglesia, y que está cimentada «en el conocimiento de la verdad» (1) cuya manifestación y anuncio «me han encomendado, por disposición de nuestro Dios y salvador» (3).
La preocupación constante de las cartas pastorales se centra en la Iglesia entendida como la casa-familia de Dios que debe ser bien administrada y protegida contra las falsas doctrinas que perturban y ponen en peligro la memoria de Jesús, transmitida por el testimonio de los apóstoles –el de Pablo en este caso– y donde la figura del obispo responsable y de sus asesores, los presbíteros, es de capital importancia. Al ímpetu por evangelizar de la primera generación cristiana, sucede el esfuerzo por mantener viva y limpia la tradición recibida. Estamos en los comienzos de una necesaria institucionalización de la comunidad creyente.
1,5-16 Misión en Creta. La primera tarea de Tito en Creta será nombrar responsables para organizar la comunidad, la gran preocupación de la segunda y tercera generación cristiana. Se trata de una especie de senado o consejo de «ancianos» –presbíteros–, que ya conocemos por Hch 14,23 y 1 Tim 5,17. El encargado o responsable supremo es el obispo, título específico que se daba a los líderes de las comunidades locales, a diferencia de los ministerios de otros líderes más itinerantes, llamados apóstoles, profetas y maestros.
Aunque los títulos de obispo y presbíteros resulten familiares a los lectores de hoy, no hay que deducir, sin embargo, que se trate ya de la misma organización eclesial que existe actualmente en la Iglesia.
La fluidez de títulos y funciones de los responsables de las comunidades cristianas es una constante de los primeros siglos. De todas formas nunca ha existido ni existirá la Iglesia sin el carisma de la autoridad como servicio a la comunidad.
Es interesante el retrato ideal de un responsable de la Iglesia local que hace el autor de la carta. Como si de un padre de familia se tratara, debe tener una vida privada intachable, pues será el testimonio de su integridad personal el que le dé la autoridad moral para dirigir a la comunidad. Pero sobre todo, debe ser un hombre «que se atenga a la doctrina auténtica» (9), la gran preocupación de las cartas pastorales. Por los epítetos que usa a continuación contra los falsos maestros, el peligro debía haber sido grave.
La descripción que hace del grupo de aquellos «insumisos, charlatanes, embaucadores» (10), está agravada por la cita mordaz de un poeta pagano –quizás Epiménides, s. VI a.C.–. En cuanto al contenido de esas doctrinas falsas, el autor de la carta no se molesta en entrar en detalles, aludiendo a ellas con un despectivo: «fábulas judías y… preceptos de hombres apartados de la verdad» (14).
Lo que verdaderamente estaba en juego era la praxis cristiana de la comunidad. Si a Pablo le preocupaba, ante todo, la salvación por la fe, independientemente de las obras de la ley, a la nueva generación cristiana le preocupan las obras que brotan de la fe (cfr. Sant 2,14-26). En cambio, esos tales «afirman conocer a Dios y lo niegan con las acciones» (16), pues una mente y conciencia contaminadas no pueden producir el comportamiento auténtico de un seguidor de Jesús.
2,1-10 Praxis cristiana de la comunidad. La sana doctrina es inseparable de una sana praxis cristiana. Un responsable eclesial «modelo de buena conducta» (7), deberá exigir de su comunidad el mismo comportamiento. Esto es lo que recomienda el autor de la carta a Timoteo por boca de Pablo. Son virtudes sencillas, domésticas, que hacen posible y armoniosa la convivencia de la comunidad como familia de Dios. Hay consejos específicos para todos y para todas, según su edad y condición. Es curioso que el responsable trate con los jóvenes y con las jóvenes sólo a través de las ancianas, que tienen que ser «buenas maestras» (3). ¿Ejercían algunas de ellas la función de catequistas? (cfr. 1,9). Una virtud, sin embargo, se exige a todos los grupos: la moderación –incluso a las ancianas–, lo que nos lleva a pensar que la bebida era un peligro para todos.
El cristianismo, en definitiva, no ofrece una moral nueva, pero sí la revelación del poder que hace posible y del horizonte final que da sentido a «vivir en esta vida, con templanza, justicia y piedad» (12). Esto lo hace el autor, ofreciéndonos, por boca de Pablo, la primera síntesis doctrinal de la carta, como fundamento de todas sus exhortaciones.
2,11-15 La gracia de la salvación. Este poder es la gracia o favor de Dios que se ha manifestado en la encarnación de su Hijo Jesús para la salvación de todos (cfr. 1 Tim 2,4) y en su muerte para «rescatarnos de toda iniquidad» (14; cfr. Sal 130,8; 1 Pe 1,18s). Y el horizonte final es la «manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y de nuestro salvador Jesucristo» (13).
Estas dos epifanías o manifestaciones de Dios delimitan el arco entero de salvación, que la comunidad cristiana vive en la fe y en esperanza como pueblo escogido por Dios. Sin embargo, esta manifestación de la gracia de Dios no es para poseerla en exclusividad, sino para proclamarla y testimoniarla a todos, siendo éste el deber y la razón de ser de la Iglesia y de la autoridad de sus líderes responsables: «habla de esto, exhorta, y reprende con plena autoridad» (15). Sólo así, la Iglesia será servidora de la Palabra de Dios y sacramento de la salvación universal.
3,1s Conducta ciudadana ejemplar. La conducta virtuosa que ha recomendado anteriormente (2,1-10) la proyecta ahora el autor a la sociedad civil de la que forma parte la Iglesia.
Un buen cristiano debe ser un buen ciudadano. El primer consejo, pues, dirigido a los levantiscos cretenses es la sumisión a la autoridad civil (cfr. Rom 13,1-10) y a que colaboren al bien común con tal de que la tarea sea honrada. Las primeras generaciones cristianas que vivían a menudo en un ambiente hostil, eran especialmente sensibles a proyectar la imagen de buenos y honestos ciudadanos, sobre todo testimoniando el comportamiento cívico fundamental que hace posible la convivencia humana: la bondad y la amabilidad para con todos.
3,3-11 Bondad y ternura de Dios. En su segunda síntesis doctrinal, el autor de la carta nos habla de la fuente de la que procede este amor universal que debe caracterizar a todo creyente: la aparición de la «bondad de nuestro Dios y Salvador y su amor al hombre» (4).
Toda la tradición bíblica habla de la bondad de Dios: a Moisés (cfr. Éx 33,19); a un pueblo entre muchos (cfr. Dt 7,7s); a todas las criaturas (cfr. Sab 11,24). De la bondad de Dios hablan los salmos (cfr. 25,7; 27,13; 31,20; 145,7). Ahora Cristo ha revelado el amor universal, definitivo, gratuito y sin condiciones de Dios. Sin méritos nuestros, según la doctrina básica de Pablo.
Es esta bondad y misericordia de Dios la que ha transformado a los creyentes de la vida –muerte– que llevaban antes, a merced de las pasiones y dominada por la envidia y por el odio a «un nuevo nacimiento y… renovación por el Espíritu Santo» (5). El autor condensa en dos palabras las dos virtualidades del bautismo: baño de purificación (cfr. Ef 5,26) que nos perdona el pecado, y el nuevo nacimiento (cfr. Jn 3,5; 1 Pe 1,3) del que es equivalente la renovación por el Espíritu. Así el creyente se convierte en heredero por la esperanza (cfr. Mt 19,29) de la vida eterna. Esta gracia transformadora del bautismo hay que vivirla y testimoniarla con una buena conducta. Y así, exhorta a Tito a que insista y enseñe esta «doctrina digna de fe» (8).
En cuanto a aquellos que rechacen esta enseñanza y que rompan la unidad de la comunidad con sus charlatanerías y sectarismo, Pablo da tres consejos a Tito: evita entrar en discusión con ellos, amonéstalos y si persisten en su actitud, expúlsalos de la comunidad.
3,12-15 Saludos finales. Como en otras cartas se dan instrucciones y saludos nombrando personas conocidas por el destinatario (cfr. Rom 16; 2 Tim 4,19-21). Al final, de nuevo aparece la preocupación fundamental del autor: las buenas obras. Los cristianos no pueden eludir el compromiso con las tareas de este mundo. Al contrario, deben destacarse en la sociedad y de esta manera dar testimonio con su estilo de vida de la salvación recibida.
El plural del saludo final («la gracia esté con ustedes») demuestra que la carta va dirigida a toda la comunidad y no solamente a Tito (cfr. 1 Tim 6,21; 2 Tim 4,22).