Liturgia viva

El calendario litúrgico anual

Domingo de Ramos y Pasión

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Domingo 13 de Abril, 2025

 

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

Jerusalén: Lugar de sufrimiento y de triunfo

 

Y la Pasión continúa…

 

 

Nota: Tengan en cuenta que, a la celebración del Domingo de Ramos asiste un buen número de fieles que no suelen ir a la iglesia los domingos. Este es un incentivo para procurar que la liturgia “hable bien” de Dios por medio de símbolos, textos sencillos, y canciones en las que el pueblo puede participar con facilidad.

 

I. BENDICIÓN DE LOS RAMOS O PALMAS Y PROCESIÓN

 

Introducción

1. Jerusalén: Lugar de sufrimiento y de triunfo

Sabemos, por la escuela de la vida, que no todos los días son de alegría y embeleso: Hay también días oscuros y deprimentes, de sufrimiento, de frustraciones y fracasos. Pero hoy, Domingo de Ramos “de la Pasión del Señor”, se nos dice en términos bien claros que ésta fue la suerte libremente aceptada, nada menos que de Jesús mismo. Primero lo vemos el domingo aclamado en un pequeño triunfo, pero enseguida escuchamos cómo lo conducen a la muerte. Dentro de una semana, en la Noche de Pascua, oiremos el pregón pascual proclamando con claridad y énfasis que su muerte lo condujo al triunfo de su propia Resurrección; oiremos también sobre el perdón y la vida que él nos trae. Hoy nos unimos a nuestro Señor en su triunfo y en su Pasión y muerte, y le pedimos que transforme nuestra vida y nuestra muerte y las haga tan aceptables y tan cargadas de sentido como la suya.

 

2. Y la Pasión continúa…

Hoy, y durante toda la Semana Santa, nuestra atención se concentra en los sufrimientos que nuestro Señor soportó por nosotros y cómo esos sufrimientos condujeron a su Resurrección y a nuestra liberación del pecado y del mal, y finalmente de la muerte. Pero tenemos también muy presente que Jesús sigue sufriendo hoy en su cuerpo, es decir, en los que son víctimas de injusticia, de pobreza y penuria, traición, persecución. Roguemos por ellos para que se pongan de pie con el Señor, y para que nosotros los ayudemos a levantarse.

 

Oración de la Bendición de los Ramos

Oh Dios de toda vida:

Venimos hoy ante ti con ramos verdes,

símbolos de vida y juventud,

y símbolos de Jesús,

que se llamó a sí mismo “árbol verde”.

Bendícenos, y bendice (†) estos ramos

que portamos en nuestras manos.

Que estos pequeñas ramas y hojas

aclamen a Cristo como a nuestro Señor,

que nos trae plenitud de vida,

aun cuando tengamos que caminar con él

por el difícil camino del sufrimiento y de la muerte

hacia la victoria final.

Te lo pedimos por medio del mismo Jesucristo

nuestro Señor, que vive y reina

por los siglos de los siglos.

            (El sacerdote rocía los ramos en silencio.)

 

Evangelio de la Bendición de Ramos: Lucas 19,18-40: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

El pueblo aclama a Jesús, pero a los pocos días, durante su juicio, gritarán: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. ¿De qué lado estamos nosotros?

 

Nota: Se puede hacer una breve homilía. Después el sacerdote o el ministro invita al pueblo a la procesión.

                Y ahora, con los discípulos

                        y con el pueblo de Jerusalén,

                        aclamamos a Jesús con alegría

                        como nuestro Señor y Salvador.

                        Nosotros lo seguimos,

                        agitando nuestros ramos.

 

LA EUCARISTÍA

Nota: El canto de procesión sirve también de Canto de Entrada. Después de la procesión o de la entrada solemne, el sacerdote recita inmediatamente la Oración Colecta. Solamente si no hay procesión o entrada solemne, se dice el acostumbrado Acto Penitencial y el Señor ,ten piedad, según el Misal.

 

Oración Colecta

Oremos para que sepamos seguir a Jesús

en su camino de cruz, servicio y amor.

                           (Pausa)

Oh Dios, Padre nuestro:

Por medio de Jesús, tu Hijo, nos has mostrado

que el camino que conduce a la victoria

es el camino del servicio amoroso

y la disposición interior

para pagar el precio del sacrificio

por un amor fiel e inquebrantable.

Danos la mentalidad y la actitud de Jesús,

para que aprendamos a servir con él

y a amar, sin contar el precio, y sin medida.

Y que así lleguemos a ser victoriosos con él,

Jesús Resucitado, que es Señor nuestro

por los siglos de los siglos.

 

Primera Lectura: Isaías 50,4-7: No me tapé el rostro

El Siervo de Dios Sufriente permanece fiel a su misión incluso cuando es perseguido, ya que confía plenamente en Dios.

Mi Señor me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me despierta el oído, para que escuche como un discípulo. 5El Señor me abrió el oído: yo no me resistí ni me eché atrás: 6ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que me arrancaban la barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y salivazos. 7El Señor me ayuda, por eso no me acobardaba; por eso endurecí el rostro como piedra, sabiendo que no quedaría defraudado.

 

Salmo 22: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?

R. (2a) Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Todos los que me ven, de mí se burlan;
me hacen gestos y dicen:
"Confiaba en el Señor, pues que él lo salve;
si de veras lo ama, que lo libre".
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los malvados me cercan por doquiera
como rabiosos perros.
Mis manos y mis pies han taladrado
y se puedan contar todos mis huesos.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Reparten entre sí mis vestiduras
y se juegan mi túnica a los dados.
Señor, auxilio mío, ven y ayudarme,
no te quedes de mí tan alejado.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alábenlo;
glorificarlo, linaje de Jacob,
témelo, estirpe de Israel.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 

Segunda Lectura: Filipenses 2,6-11: Dios lo ensalzó sobre todo

El Hijo de Dios se humilló a sí mismo para hacerse uno de nosotros y para servirnos. Por eso Dios lo resucitó y lo hizo Señor de todo.

Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; 7sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana 8se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz. 9Por eso Dios lo exaltó y le concedió un nombre superior a todo nombre, 10para que, ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, la tierra y el abismo; 11y toda lengua confiese: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre

 

Proclamación de la Pasión: Lucas 22,14–23,56: Hagan esto en memoria mía

En la Pasión, Lucas presenta a Jesús como el que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido. Ofrece la misericordia de Dios a su Pueblo también hoy.

Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: "Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios". Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: "Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios".

Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: "Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes".

"Pero miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien será entregado!" Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar.

Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo: "Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel".

Luego añadió: "Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos". Él le contestó: "Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte". Jesús le replicó: "Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces".

Después les dijo a todos ellos: "Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?" Ellos contestaron: "Nada". Él añadió: "Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: Fue contado entre los malhechores, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a mí". Ellos le dijeron: "Señor, aquí hay dos espadas". Él les contestó: "¡Basta ya!"

Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: "Oren, para no caer en la tentación". Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: "¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación".

Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?"

Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: "Señor, ¿los atacamos con la espada?" Y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: "¡Dejen! ¡Basta!" Le tocó la oreja y lo curó.

Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: "Han venido a aprehenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las tinieblas".

Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: "Éste también estaba con él". Pero él lo negó diciendo: "No lo conozco, mujer". Poco después lo vio otro y le dijo: "Tú también eres uno de ellos". Pedro replicó: "¡Hombre, no lo soy!" Y como después de una hora, otro insistió: "Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo". Pedro contestó: "¡Hombre, no sé de qué hablas!" Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo.

El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho: 'Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces', y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente.

Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: "¿Adivina quién te ha pegado?" Y proferían contra él muchos insultos.

Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: "Si tú eres el Mesías, dínoslo". Él les contestó: "Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso". Dijeron todos: "Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?" Él les contestó: "Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy". Entonces ellos dijeron: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismo lo hemos oído de su boca". El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.

Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: "Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey".

Pilato preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Él le contestó: "Tú lo has dicho". Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: "No encuentro ninguna culpa en este hombre". Ellos insistían con más fuerza, diciendo: "Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí". Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.

Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: "Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré".

Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: "¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!" A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" Él les dijo por tercera vez: "¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré". Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: '¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!' Entonces dirán a los montes: 'Desplómense sobre nosotros', y a las colinas: 'Sepúltennos', porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?"

Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado "la Calavera", lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes.

El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido". También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: "Éste es el rey de los judíos".

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: "Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba, indignado: "¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho". Y le decía a Jesús: "Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí". Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso".

Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" Y dicho esto, expiró.

Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.

El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: "Verdaderamente este hombre era justo". Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello.

Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.
 

Oración de los Fieles

     Con Jesús, rogamos y sufrimos para que todos encontremos perdón y vida. Y así decimos: R/ Señor, salva a tu Pueblo.

  • Señor Jesús, Salvador nuestro, mientras nos unimos a tu agonía y sufrimos contigo, te rogamos por todos los que hoy estén agonizando en ansiedad y en dolor, y así te decimos…
  • Señor Jesús, arrestado como un criminal, te rogamos por todos los que sufren condena en las cárceles, y así te decimos...
  • Señor Jesús, negado y abandonado por tus mejores amigos, te rogamos por los que son ignorados y están abandonados por sus seres queridos, y así te decimos
  • Señor Jesús, citado ante jueces injustos e injustamente condenado, te pedimos por todos los que sufren injusticia, especialmente en tribunales corruptos, y así decimos
  • Señor Jesús, azotado y coronado de espinas, te pedimos por todos los que son torturados y despreciados en su dignidad humana, y así te decimos…
  • Señor Jesús, que cargaste una pesada cruz, te rogamos por los que no saben cómo soportar las cruces y aflicciones de la vida, y así te decimos…
  • Señor Jesús, que mueres abandonado en la cruz, te pedimos por todos los que se encuentran rechazados, abandonados y solos en la vida, y así te decimos…
  • Señor Jesús, resucitado de entre los muertos, te pedimos que, por tu Resurrección, nos traigas a todos vida, alegría de vivir y paz, y que un día nos resucites contigo, y así te decimos…

     Señor Jesús crucificado, escucha nuestra oración. Danos aquí ahora el pan de la Resurrección y de la Vida. Transforma nuestros caminos oscuros y tortuosos de cruz en amplias avenidas de luz, vida y alegría. Quédate con nosotros, por los siglos de los siglos.

 

Oración sobre las Ofrendas

Oh Padre amoroso,

en la víspera de su muerte,

Jesús se dio a sí mismo a sus amigos

en la forma de pan y vino,

como lo hace con frecuencia

aquí entre nosotros, en la eucaristía.

Danos un corazón agradecido por toda su bondad

y haznos lo bastante fuertes

como para entregarnos generosamente, con él,

a todos los hermanos

que encontremos en el camino de la vida.

Que esta ofrenda nos traiga reconciliación

con nuestros hermanos y contigo.

Te lo pedimos en el nombre de Jesús, el Señor.

 

Introducción a la Plegaria Eucarística

La cruz y muerte de Jesús nos trajeron perdón y vida. Él murió para que nosotros vivamos. Con Jesús, le damos gracias ahora al Padre por su Amor.

 

Líbranos, Señor

Líbranos, Señor, de todo pecado y de todo mal.

Por tu misericordia, da amor y esperanza

a los excluidos y abandonados

y a los que están sufriendo angustiosamente

a causa de sus cruces.

Condúcenos a todos hacia adelante con esperanza

hacia la venida plena entre nosotros

de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

 

Invitación a la Comunión

Éste es Jesucristo, el Cordero de Dios, que dijo:
”Quien quiera ser grande entre ustedes,

tiene que ser el servidor de todos, como yo,

que vine no a ser servido sino a servir,

y dar mi vida en rescate por muchos”.

Dichosos nosotros si seguimos al Señor.

R/ Señor, no soy digno…

 

Oración después de la Comunión

Oh Padre bondadoso:

En esta eucaristía del Domingo de Ramos,

tu Hijo Jesús se nos ha dado a sí mismo

como se dio un día totalmente en la cruz.

Queremos aprender de él

a guardar viva nuestra esperanza en ti,

y a continuar caminando adelante animosos

por nuestro camino en la vida

incluso desconociendo qué nos deparará el futuro

o cuándo tendremos que cargar pesadas cruces;

porque confiamos en ti,

y sabemos que un día resucitaremos,

por encima de nuestras miserias,

a una vida de alegría sin fin,

por el poder de Jesucristo nuestro Señor.

 

Bendición

Hermanos: Hemos percibido hoy en Jesús cómo el amor a Dios y el amor al prójimo van de la mano, son inseparables. El amor de Jesús al Padre le obligó a ir hasta el fin en su amor a nosotros. Murió por llevar a cabo esa misión. Y en su muerte todos hemos renacido. Que este pensamiento nos guíe durante esta Semana Santa e inspire también toda nuestra vida cristiana: Jesús es el Maestro y el Señor, y nosotros lo seguimos. Que él nos dé fuerza para seguirlo. Para ello, la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo ,descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.

 

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