Liturgia viva

El calendario litúrgico anual

VIGESIMONOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

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Domingo 16 de Octubre

 

VIGESIMONOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

La Oración: Aliento de vida

 

Introducción del Celebrante

     ¿Ponemos nuestra vida en nuestra oración, o sólo recitamos fórmulas, aunque estemos de acuerdo con sus contenidos? Ojalá pudiéramos expresar en oración lo que vivimos, vocear nuestras miserias y gritar nuestras alegrías; persistir orando, sin cejar, insistiendo, contra todos los pronósticos, porque nuestra oración es contra todos los pronósticos, y porque la vida misma depende de ella, como también depende la vida de justicia y amor en el mundo. En esta eucaristía pedimos de nuevo a Jesús: “¡Señor, enséñanos a orar!” y unimos nuestras súplicas a las suyas.

 

Acto Penitencial

¿Dónde están nuestra confianza y nuestra perseverancia

cuando nos dirigimos al Señor en oración?

Examinémonos ante él.

                          (Pausa)

Señor Jesús, contigo pedimos

que se haga la voluntad del Padre, y no la nuestra.

R/ Señor, ten piedad de nosotros.

 

Cristo Jesús, contigo pedimos

que se haga justicia a todos.

R/ Cristo, ten piedad de nosotros.

 

Señor Jesús, contigo pedimos

que sepamos perdonar

a los que nos desean o nos hacen mal.

R/ Señor, ten piedad de nosotros.

 

Ten misericordia de nosotros, Señor,

y escucha nuestra oración por la que pedimos perdón.

Líbranos de todo mal

y llévanos a la vida eterna.

 

Oración Colecta

Oremos,

y pidamos el don de la perseverancia en la oración.

                          (Pausa)

Señor Dios nuestro:

Sabemos que tú eres nuestro Padre amoroso,

que nos esperas

y que estás atento a nosotros

en cada momento de nuestras vidas.

Dígnate, pues, aceptar nuestra oración

como un grito de confianza

que surge de la pobreza de nuestros corazones.

Si tú no atiendes nuestra súplica

cuando pedimos cosas perjudiciales,

concédenos lo que realmente necesitamos

y guarda viva nuestra confianza

de que tú eres bueno y nos amas

ya que tú eres nuestro Padre

en Jesucristo nuestro Señor.

 

Primera Lectura (Éx 17,8-13): En el nombre del Señor

     En esta extraña y pintoresca historia, que la liturgia emplea para acentuar nuestra perseverancia en la oración, Moisés alza su bastón en el nombre del Señor y conduce a su Pueblo a la victoria.

Los amalecitas fueron y atacaron a los israelitas en Rafidín. 9Moisés dijo a Josué: Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré de pie en la cima del monte con el bastón prodigioso en la mano. 10Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a los amalecitas; entretanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. 11Mientras Moisés tenía en alto la mano vencía Israel, mientras la tenía bajada vencía Amalec. 12Y como le pesaban las manos, ellos tomaron una piedra y se la pusieron debajo para que se sentase; mientras, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo los brazos hasta la puesta del sol.13Josué derrotó a Amalec y a su tropa a filo de espada.

 

Segunda Lectura (2 Tim 3,14–4,2): “Proclama la Palabra inspirada por el Espíritu”

     Adhiérete a Dios y a su mensaje, dice San Pablo a Timoteo, y compártelo con otros, ya que este mensaje está inspirado por el Espíritu Santo.

Tú permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste con fe: sabes de quién lo aprendiste. 15Recuerda que desde niño conoces la Sagrada Escritura, que puede darte sabiduría para salvarte por la fe en Cristo Jesús. 16Toda Escritura es inspirada y útil para enseñar, argumentar, encaminar e instruir en la justicia. 17Con lo cual el hombre de Dios estará formado y capacitado para toda clase de obras buenas. 4,1Delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te ruego por su manifestación como rey: proclama la palabra, insiste a tiempo y destiempo, convence, reprende, exhorta con toda paciencia y pedagogía.

 

Evangelio (Lc 18,1-8): “Oren con constancia y nunca se desalienten”

     La justicia y el amor de Dios son más grandes que los nuestros. Él escuchará las súplicas de los que claman a él con confianza y perseverancia.

En aquel tiempo, para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, Jesús les contó una parábola: 2Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. 3Había en la misma ciudad una viuda que acudía a él para decirle: Hazme justicia contra mi rival. 4Por un tiempo se negó, pero más tarde se dijo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, 5como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, así no seguirá molestándome. 6El Señor añadió: Fíjense en lo que dice el juez injusto; 7y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? 8Les digo que inmediatamente les hará justicia. Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?

 

Oración de los Fieles

     Escuchemos la invitación de nuestro Señor a orar insistentemente, sin cejar. Pidámosle que presente nuestras plegarias a nuestro Padre del cielo, y digamos: R/ Señor, escucha nuestra oración.

 

  • Por la Iglesia de hoy. Para que perciba con claridad cómo conservar viva la fe en los corazones de sus miembros y cómo afrontar los problemas que la desafían en el mundo de hoy, roguemos al Señor.
  • Por los miembros de la Iglesia a quienes se les confía especiales ministerios. Para que sean hombres y mujeres de oración, conscientes de aquellas palabras del Señor: “Sin mí nada pueden hacer”, roguemos al Señor.
  • Por las monjas y monjes de vida contemplativa. Para que sepamos apreciar su vida de oración y penitencia y les estemos agradecidos por las bendiciones del Señor que, con su oración, obtienen en nuestro favor, roguemos al Señor.
  • Por todos los que conocen o buscan a Dios. Para que entren en un diálogo humilde y sincero con Dios, orando desde lo hondo de su corazón, roguemos al Señor.
  • Por todos los cristianos. Para que nuestras oraciones por los pobres y los que sufren nos comprometa más seriamente a administrarles justicia, a aligerar sus cargas y a restaurar su dignidad, roguemos al Señor.
  • Por todos nosotros. Para que aprendamos a orar conforme a la voluntad de Dios, sin desanimarnos, y para que esta eucaristía nos acerque más a Dios, roguemos al Señor.

 

     Señor Jesucristo, tú nos infundes la esperanza y seguridad de que el Padre nos va a escuchar, porque tú eres Hijo suyo y Hermano nuestro, ahora y por los siglos de los siglos.

 

Oración sobre las Ofrendas

Oh Dios y Padre nuestro:

Tú no puedes oponer resistencia a nuestra oración

si tenemos plena confianza en ti.

Que el Espíritu Santo, aquí entre nosotros,

nos mueva a orar con toda confianza e insistencia.

Que él clame desde nuestros corazones

para llamarte “Padre”,

juntamente con Aquel

que se hace ofrenda:

Jesucristo nuestro Señor.

 

Introducción a la Plegaria Eucarística

     Con una sola mente y un solo corazón, y unidos a Jesús, nuestro Señor, ofrezcamos nuestra acción de gracias al Padre.

 

Invitación al Padre Nuestro

Oremos ahora a nuestro Padre

con el modelo de toda oración,

que Jesús mismo nos enseñó:

R/ Padre nuestro…

 

Líbranos, Señor

Líbranos, Señor, de todos los males

y concédenos la paz

que fluye, como un río, de la justicia.

Ayúdanos a dar a todos lo que les es debido

y, como tú, a prestar especial atención

a las víctimas de la injusticia.

Que les llevemos nueva esperanza

mientras nos preparamos

para la venida plena entre nosotros

de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

 

Invitación a la Comunión

Éste es Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.

Él nos enseñó a orar continuamente,

sin desanimarnos nunca.

Ahora nos invita a recibirlo

y a participar en su ofrenda al Padre:

R/ Señor, no soy digno…

 

Oración después de la Comunión

Oh Dios y Padre nuestro:

Con Jesús hemos alzado nuestras manos

en oración hacia ti, Dios nuestro amoroso.

Con Jesús seguimos confiando en ti.

Escúchanos, pues, aun en nuestras luchas y penas,

cuando estamos decepcionados

y vamos a tientas en la oscuridad,

ya que creemos que tú nos amas

y quieres que alcancemos la felicidad

por medio de Jesucristo, nuestro Señor.

 

Bendición

     Hermanos: Esta eucaristía nos ha recordado fuertemente que una oración perseverante y confiada debe ser necesariamente una oración de sensibilidad y preocupación por los débiles y por los pobres, y que esa preocupación debe expresarse administrándoles justicia. Que el Señor nos dé esa fuerza y nos bendiga. Y así, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.

 

 

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