DECIMONOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Cuando nuestra fe es débil
Saludo (Ver el Salmo Responsorial)
Escucharé la voz del Señor,
porque habla de paz.
Su ayuda está cerca
de los que le temen.
Que el Señor, con su ayuda,
esté siempre con ustedes.
Introducción del Celebrante
¿Podemos encontrar al Señor en el caos de nuestras dudas, nuestra confusión, nuestra fe vacilante? ¿Podemos encontrarlo todavía en el desorden de nuestro tiempo? Él está aquí en las tormentas y dificultades del pequeño mundo de nuestro propio corazón y también en el ancho mundo, dividido y amenazante, en donde es difícil reconocerlo. Si realmente encontramos al Señor en la fe, en la amistad y en el amor, entonces el Señor hace que todo se vuelva tranquilo, aun cuando el viento huracanado siga soplando, ya que Él nos hace sentir su presencia. Sigamos confiando, sigamos creyendo, pues el Señor está aquí con nosotros.
Acto Penitencial
Cuando nos hundimos en el pecado, gritamos:
¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Pidamos al Señor que nos extienda su mano salvadora.
(Pausa)
Señor Jesús, tú nos reprendes con cariño:
“Gente de poca fe, ¿por qué dudan?”
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo Jesús, cuando estamos muertos de miedo,
tú nos dices:
“Ánimo, soy yo! ¡No teman!”
R/ Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, te pedimos confiadamente:
Si realmente eres tú,
mándanos ir a ti a través de las olas
para seguirte hasta el fin.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Ten piedad de nosotros, Señor,
calma las tormentas causadas en nosotros por el pecado;
danos tu paz, y llévanos a las alegrías de la vida eterna.
Oración Colecta
Pidamos a Dios una fe firme que no vacile ni se debilite.
(Pausa)
Oh Dios, Padre nuestro:
Creemos en ti, en tu solicitud y en tu amor.
Pero tú sabes cómo, con frecuencia,
nuestra fe es probada por dudas,
incertidumbres y temores.
Te pedimos que creamos firmemente
que tu Hijo Jesús está con nosotros
para reavivar nuestra fe y darnos fortaleza
para vivir aun contando con los riesgos
de dudas, vacilaciones y ambigüedades,
y también para confirmar en su fe
a nuestros hermanos y hermanas necesitados.
Sostén nuestra esperanza,
y que Jesús nos tome de la mano y nos lleve a ti,
Dios y Padre nuestro
por los siglos de los siglos.
Primera Lectura (1 Re 9,9a.11-13a): Después de la tormenta vino una suave brisa
El fogoso profeta Elías se desanima cuando todos sus esfuerzos no lo conducen a resultados duraderos. Se marcha al desierto, al monte de Dios. Allí Dios se le acerca, no con fuego y tormenta sino como una suave brisa, y le da nuevo coraje para proseguir su misión.
1 Reyes 19,9a.11-13a: «Ponte de pie en el monte ante el Señor»
En aquellos días, al llegar Elías al monte de Dios, al Horeb, se metió en una cueva, donde pasó la noche. 11El Señor le dijo: «Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!» Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y resquebrajaba las rocas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. 12Después del terremoto vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue; 13al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.
Salmo 85: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación»
Segunda Lectura (Rom 9,1-5): “Que mi pueblo judío acepte a Cristo”
Pablo se siente muy triste porque Israel, sus hermanos, el pueblo de la Promesa, no han aceptado a Cristo.
Romanos 9,1-5: «Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos»
Hermanos, les voy a hablar sinceramente, como cristiano, sin mentir; y el Espíritu Santo confirma el testimonio de mi conciencia. 2Siento una pena muy grande, un dolor incesante en el alma: 3hasta desearía ser aborrecido de Dios y separado de Cristo si así pudiera favorecer a mis hermanos, los de mi linaje. 4Ellos son israelitas, adoptados como hijos de Dios; tienen su presencia, las alianzas, la ley, el culto, las promesas, 5los patriarcas; de su linaje carnal desciende Cristo. Sea por siempre bendito el Dios que está sobre todo. Amén.
Evangelio (Mt 14,22-33): “Mándame ir por el agua hasta ti”
El Evangelio nos describe la tormenta en el lago. Pedro representa a la Iglesia y también a cada uno de nosotros. Si en las tormentas de nuestro tiempo confiamos sólo en nosotros mismos, estamos en peligro. Si confiamos en Jesucristo, estamos salvados.
Mateo 14,22-33: «Mándame ir hacia ti andando sobre el agua»
Después que sació a la gente, Jesús mandó a los discípulos embarcarse y pasar antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. 23Después de despedirla, subió él solo a la montaña a orar. Al anochecer, todavía estaba allí, solo. 24La barca se encontraba a buena distancia de la costa, sacudida por las olas, porque tenía viento contrario. 25Ya muy entrada la noche Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. 26Al verlo caminar sobre el lago, los discípulos comenzaron a temblar y dijeron: «¡Es un fantasma!» Y gritaban de miedo. 27Pero Jesús les dijo: «¡Ánimo! Soy yo, no teman». 28Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir por el agua hasta ti». «29Ven», le dijo. Pedro saltó de la barca y comenzó a caminar por el agua acercándose a Jesús; 30pero, al sentir el fuerte viento, tuvo miedo; entonces empezó a hundirse y gritó: «¡Señor, sálvame!» 31Al momento Jesús extendió la mano, lo sostuvo y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?32» Cuando subieron a la barca, el viento amainó. 33Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Ciertamente eres Hijo de Dios».
Oración de los Fieles
Oremos con profunda fe a nuestro Dios, que está siempre presente en su pueblo. Él nos dirige su palabra con tono de paz. Digámosle repetidamente: R/ Señor, que veamos y experimentemos tu bondad.
Padre, ponemos nuestra esperanza en ti, nos fiamos de tu Palabra. Quédate siempre con nosotros, y que tu Hijo Jesús sea nuestro compañero en la vida, ahora y por los siglos de los siglos.
Oración sobre las Ofrendas
Señor Dios nuestro:
Tú quieres asegurarnos
de modo tan maravilloso que estás con nosotros
por medio de quien es nuestro alimento y bebida,
tu Hijo Jesucristo.
Que nos dé el valor para caminar junto a él
por el tormentoso camino de la fe,
y para arriesgarnos a amar.
Y que así depongamos nuestros miedos y temores
y hagamos de su Palabra tranquilizadora
el fundamento de nuestra vida y de nuestro trabajo,
hasta que consigamos el puerto seguro de paz en ti,
Dios nuestro, por los siglos de los siglos.
Introducción a la Plegaria Eucarística
Con un solo corazón y una sola voz, expresemos nuestra confianza en Dios, porque nos ha dado a su Hijo Jesús como nuestro Salvador y nuestro compañero en la vida.
Introducción al Padre Nuestro
Oremos con el Señor Jesús
su oración confiada a su Padre del cielo.
R/ Padre nuestro…
Líbranos, Señor
Líbranos, Señor, de todo pecado y de todo mal
y concédenos la paz en nuestros días.
Mantennos libres de todo desaliento
y de todos los temores que nos paralizan.
Ayúdanos a descubrir, por detrás de los obstáculos,
la mano salvadora de tu Hijo,
para que marchemos hacia adelante, alegres y animosos,
hacia la gloriosa venida
de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Invitación a la Comunión
Éste es Jesús, el Hijo de Dios,
que nos dice hoy:
“¡Ánimo, soy yo!
Vengan a mí y caminemos juntos
a través de peligros y obstáculos”.
Dichosos nosotros de recibir al Señor
y de que renueve nuestra fuerza y nuestra fe.
R/ Señor, no soy digno…
Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro, Padre de todos:
Por medio de Jesús, tu Hijo,
tú nos invitas a deponer nuestra tímida seguridad
y a caminar contigo por el agua
para entregarnos a ti y a los hermanos.
Aunque no veamos la mano de Jesús
que se extiende hacia nosotros para agarrarnos,
danos suficiente fe confiada
para estar seguros de que con él venceremos.
Construye el futuro que tú sueñas para nosotros,
hasta que Jesús nos lleve hacia ti,
Dios nuestro, por los siglos de los siglos.
Bendición
Hermanos: Esperamos que esta eucaristía haya sido para todos nosotros una alentadora experiencia de fe. Hemos expresado nuestra fe en que Jesús nuestro Señor nunca nos abandona, en que él está con nosotros en las tormentas de la vida extendiendo su mano amable hacia nosotros y en que con él podemos superar todos los obstáculos. Para que esta confianza y esperanza florezcan siempre en nosotros, pidamos que el Señor nos bendiga. Y así, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.
«¡Señor, sálvame!» ha sido el grito de tantos cristianos de ayer y de hoy; brota de corazones desesperados que no encuentran salida a sus problemas y dificultades. La fe, como un salvavidas, intenta sacarnos a flote, dándonos resistencia y levantándonos de donde nos encontramos postrados. Pero lo que no hace la fe es resolvernos mágicamente la vida.
El pasaje del Evangelio que leemos hoy es una catequesis para la vivencia personal y comunitaria de la fe. La vivencia comunitaria me ayuda a fortalecer la fe en lo personal y mi fe es importante al momento de sostener a la comunidad; no podemos vivir como personas cristianas aislándonos de la comunidad, como tampoco podemos diluirnos comunitariamente sin ser conscientes de nuestro propio compromiso o respuesta.
Veamos los distintos elementos que este pasaje nos presenta. Si bien es cierto que los discípulos habían estado con Jesús, él se va a orar y los deja solos. Jesús se acerca a los discípulos que estaban en la barca ya entrada la noche y con el viento en contra. Cuando Jesús se acerca no lo reconocen, piensan que es un fantasma y se llenan de miedo. Quizá este ambiente de dificultades es el que vivía la comunidad de Mateo; sentían que Jesús los había abandonado; este también puede ser nuestro mayor reto: mantener la fe ante tantas realidades de muerte o sentirnos abandonados por Dios. La invitación de Jesús a no tener miedo nos compromete a sostenernos unos a otros animándonos a no desfallecer. Esta es la señal de la Alianza del Dios fiel que acompaña al ser humano, en todo momento y situación, incluso cuando parezca ausente.
El seguimiento de Jesús nos invita a permanecer confiados, abrazando la vida con sus alegrías y contradicciones; sabiendo que él camina con nosotros y sostiene nuestro andar. Lo mejor que le puede pasar a una comunidad de fe es acompañar a quien se siente atribulado como presencia viva de la providencia divina. Esta es la mayor prueba de amor.
Una Iglesia que no acompaña a sus fieles en los momentos de mayor dificultad contradice la misión para la que Dios la conformó. Una Iglesia en salida misionera, con corazón de Madre, que sabe dar a luz con paciencia, gesta con sus sacrificios el fruto de la voluntad de Dios. Tal como ha dicho Francisco, propongámonos ser una Iglesia en salida, aunque algo accidentada. Siempre será mejor que una Iglesia conformada consigo misma, sin autocrítica ni renovación, enferma y encerrada.