Viernes 29 de Diciembre
UNA LUZ PARA TODAS LAS NACIONES
Oración Colecta
Oh Dios, Padre de la luz:
El anciano Simeón reconoció a tu Hijo
como la luz que debería iluminar a todos.
Danos a nosotros también la gracia
de saber reconocer a Jesús
cuando venga a nosotros en forma humilde,
en la persona de un niño,
un anciano, un excluido o un pobre.
Que sepamos recibirlo también
como luz en nuestras vidas personales,
y como aurora luminosa
para todas las naciones,
pues tú eres el Padre de todos
y Jesús nos pertenece a todos
como nuestro Señor y Salvador,
por los siglos de los siglos.
Primera Lectura: 1Jn 2,3-11 «Quien permanece en él, vive como él»
Uno de los textos más fuertes del Evangelio define la condición que distingue a los hijos de la Luz: amar de verdad al prójimo y comprometerse con él.
Queridos hermanos: En esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios, en que cumplimos sus mandamientos. El que dice: "Yo lo conozco", pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado a su plenitud, y precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él. El que afirma que permanece en Cristo debe de vivir como él vivió.
Hermanos míos, no les escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que ustedes tenían desde el principio. Este mandamiento antiguo, es la palabra que han escuchado, y sin embargo, es un mandamiento nuevo éste que les escribo; nuevo en él y en ustedes, porque las tinieblas pasan y la luz verdadera alumbra ya.
Quien afirma que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Sal 96: «Alégrese el cielo, goce la tierra»
R.(11a) Cantemos la grandeza del Señor.
Cantemos al Señor un nuevo canto,
que le cante al Señor toda la tierra;
cantemos al Señor y bendigámoslo.
R. Cantemos la grandeza del Señor.
Proclamemos su amor día tras día,
su grandeza anunciemos a los pueblos;
de nación en nación, sus maravillas.
R. Cantemos la grandeza del Señor.
Ha sido el Señor quien hizo el cielo;
hay gran esplendo en su presencia
y lleno de poder está su templo.
R. Cantemos la grandeza del Señor.
Tú eres, Señor, la luz que alumbra a las naciones
y la gloria de tu pueblo, Israel.
R.Aleluya.
Evangelio: Lc 2,22-35 «Mis ojos han visto tu salvación»
Dios viene a su pueblo de incógnito, como un niño llevado en los brazos de su madre. Simeón, el anciano en el templo, tomó a Jesús en sus brazos y reconoció a este niño como al Salvador esperado por los judíos en el Antiguo Testamento, pero también como la Salvación para todos los pueblos y todos los hombres. Él no nos pertenece en exclusiva: es de y para todos los hombres sin excepción.
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
"Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;
luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel".
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma".
Oración de los Fieles
Te damos gracias, Señor Dios, luz del mundo, por iluminar el camino que nos lleva a ti. Y te pedimos: R/Que tu luz remueva nuestra ceguera espiritual.
Oración sobre las Ofrendas
Oh Dios, Padre amoroso:
Un humilde pedazo de pan y un poco de vino
son suficientes
para hacer que Jesús venga a nosotros.
Aviva estos sencillos dones con tu Espíritu,
para que podamos acoger entre nosotros
a Jesús, que ilumina todas las naciones
con su alegría y con el luminoso amanecer
de la verdadera justicia y del profundo compromiso
de cariñoso servicio, y también con sentido de compasión
y generosidad sin límites.
Todo esto te lo pedimos
por el mismo Jesucristo
Salvador de todos, nuestro Señor.
Oración después de la Comunión
Oh Dios, Señor de luz:
Nos hemos sentado a la mesa festiva
de quien vino a unir todos los hombres
y a todos los pueblos,
cercanos y lejanos,
como hermanos
que pueden amarse y aceptarse los unos a los otros,
a pesar de todas sus diferencias
de raza y cultura, de nivel social y personalidad.
Haznos creer que esto es posible
solamente por medio de quien se hizo uno de nosotros
y entregó su vida por todos,
Jesucristo, nuestro Señor.
Bendición
Hermanos: Que el Espíritu Santo permanezca en nosotros para que sepamos reconocer y aceptar a Jesús como nuestro Señor y como Salvador de todos, al modo en que lo reconoció el anciano Simeón. Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Al relato del nacimiento le sigue el de la presentación de Jesús en el Templo. El evangelio de hoy presenta a Simeón: un hombre ‘honrado’ y piadoso (que cumplía los preceptos de Dios). Además, un judío que ‘se guiaba por el Espíritu Santo’ (estaba abierto a la acción de Dios). En este sentido, Simeón representa a aquellas personas que esperan con fe y apertura del corazón. En un mundo cada vez menos religioso e incrédulo necesitamos en nuestras comunidades hombres y mujeres que, como Simeón, iluminen y denuncien lo que no está bien en nuestras relaciones humanas y con toda la Creación; que también nos recuerden cómo debemos actuar para no dejarnos vencer por el mal. Estamos invitados a dejar la ingenuidad frente a todo aquello que nos está causando daño, por más novedoso que parezca. Pidamos la claridad y la sabiduría del anciano Simeón para reconocer la presencia liberadora de Dios, capaz de producir bienestar si dejamos que ilumine nuestras oscuridades y nos humanice.