Cartas de Juan
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
Cartas de Juan
Para concluir nuestra discusión de las siete Cartas Católicas, nos quedan los escritos de san Juan. Las tres cartas atribuidas al apóstol, que es también el autor del Cuarto Evangelio y del Apocalipsis. Las tres cartas de Juan nos llevan al ambiente de su comunidad que vivía en Éfeso en la segunda mitad del primer siglo, hacia el final del siglo.
Son tres escritos muy diferentes; el primero es largo y sustancioso; la segunda carta es muy corta y resume la primera; la tercera es muy corta y completamente diferente. Otra cuestión es situar estos tres escritos epistolares junto con el Evangelio y el Apocalipsis. Empezamos por la tercera porque probablemente esta carta de Juan es una nota de familia y es la más antigua de estos escritos.
El autor se presenta como el presbítero, el anciano. Es un título que compete a Juan, no simplemente porque es anciano sino, sobre todo, porque es la autoridad, es la cabeza de la familia de ese entorno eclesial. Está escrita a un tal Gayo para agradecerle haber acogido a los predicadores itinerantes. Tenemos que imaginar una situación eclesial donde las diversas comunidades cristianas eran visitadas por profetas.
El apóstol Juan, en Éfeso, se rodea de un grupo de colaboradores y estos maestros, doctores, profetas que él formó, son enviados a las ciudades de la zona para seguir formando a los cristianos, para que prediquen y se pongan al día y para completar la formación. Gayo debe ser responsable de una comunidad y ha acogido bien a los que Juan había enviado, a diferencia de otro llamado Diotrefes, que en cambio es orgulloso y prepotente; le encanta mandar, quiere gobernar solo y no acepta que nadie meta sus narices en los asuntos de la Iglesia que él dirige.
Está en conflicto con la autoridad del presbítero Juan, quien amenaza con visitarle y sustituirle por otro, un tal Demetrio, que está dispuesto a colaborar. La tercera carta de Juan es una breve nota en la que se nos ofrece un pequeño retrato de una Iglesia en situaciones difíciles y conflictivas.
La primera carta de Juan, de hecho, escrita unos años más tarde, pone de manifiesto un grave conflicto que tuvo lugar en el seno de la comunidad cristiana dirigida por Juan. Se piensa que la primera carta no es una carta real y que fue escrita después del Evangelio, casi como un agregado al evangelio. Ahora está de moda, escribir prefacios y escribir conclusiones. Juan debió de hacer algo así; después de publicar el Evangelio, es decir, la gran colección de predicaciones apostólicas mediadas por él durante muchos años.
Ese texto fue malinterpretado. Hubo algunos cristianos en el entorno joánico, que malinterpretaron la enseñanza de Juan. Se trata de una herejía gnóstica, muy activa en el ambiente de Éfeso. Incluso se da el nombre del jefe de este grupo contestatario: Cerinto (Nota: El recuento más temprano sobre Cerinto lo da Ireneo en su refutación del Gnosticismo, Adversus haereses). Éstos se opusieron a Juan interpretando de forma incorrecta el escrito de Juan, y se crea un conflicto al interno de la comunidad. En un cierto momento, el grupo de Cerinto se separó, se produjo un cisma, una separación, una división.
Para ayudar a la correcta interpretación del Evangelio, Juan escribió una especie de homilía, una catequesis que se centrase en los principios correctos de interpretación. Un elemento interesante que se encuentra en esta primera carta de Juan es la presencia de frases opuestas. Si decimos que estamos sin pecado, nos engañamos; si por el contrario reconocemos nuestro pecado, Dios nos perdona. Fórmulas similares se repiten muchas veces. Podemos entender que en la fórmula ‘si decimos’, el apóstol está proponiendo las ideas principales que sostienen los secesionistas, los que se separaron. De hecho, dice: “Nos dejaron, pero no eran de los nuestros”, ‘si hubieran estado con nosotros hubieran permanecido con nosotros. En cambio, es justo que se revele que venían de otra realidad, tenían otra forma de pensar, no estaban inspirados en la auténtica revelación de Jesucristo’.
¿Cuáles son los problemas fundamentales que hicieron surgir a estos secesionistas? Podemos reducirlos básicamente a dos: dos cuestiones teológicas, una relativa a la cristología y otra a la moral.
En primer lugar, impugnan la humanidad de Jesús. Nos parece casi extraño, porque en nuestro mundo estamos bastante acostumbrados a oír objeciones a la divinidad de Jesús, es decir, a creer que Jesús era un simple hombre. En cambio, estas personas, precisamente porque son gnósticos, esto es, entusiastas del conocimiento, teóricos puros, creen que el cuerpo de Cristo, su humanidad, es quizá una simple apariencia. Y lo que cuenta es la divinidad, no la humanidad. ‘Parecía ser un hombre’. Lo que cuenta es lo que dijo, lo que cuenta son las ideas. Juan, por otro lado, contesta esta posición demasiado intelectualista que se contenta con conceptos, ideas, mensajes y desencarna la palabra. Cree que son anticristos.
En el Apocalipsis la palabra ‘anticristo’ nunca aparece, pero está presente en la primera carta de Juan. Cuando Juan usa la palabra ‘anti-cristo’ quiere decir alguien que tiene un pensamiento opuesto al de Cristo. No un personaje que sea la contraparte de Jesús. Dice que hay muchos anticristos; llama así a todos los que piensan en oposición a Cristo, los que tienen otra mentalidad y niegan la tradición apostólica. “Muchos son los anticristos que han venido al mundo”; son los que niegan que Jesús vino en la carne, los que niegan la realidad humana del Hijo. Por eso, una parte de esta reflexión de Juan sirve para subrayar la realidad de la encarnación, de la humanidad de Jesús.
La segunda cuestión es de tipo moral; es el paso entre la teoría y la práctica. Para los que han impugnado la enseñanza de Jesús, la teoría es suficiente, la práctica no sirve de nada; el comportamiento concreto es indiferente. En cambio, Juan insiste en la necesidad de las consecuencias prácticas, precisamente porque Dios es amor, es fundamental que quien conoce a Dios y vive con Dios, realice obras de amor concreto y manifieste su fe en relaciones amorosas.
Es necesario, según Juan, hacer de la fe vida concreta; este es el peligro gnóstico que Juan combate: centrar la fe en la cabeza, convirtiéndola en una cuestión intelectual, de ideas, donde no interviene la vida. La segunda carta de Juan no es más que un resumen de la primera. Contiene las mismas ideas que la primera, es muy corta y probablemente fue escrita como un resumen para ser leída rápidamente y acceder de inmediato el contenido de lo que el apóstol quería decir.
Detengámonos ahora en algunos pasajes importantes de la primera carta. En primer lugar, veamos el prólogo, los primeros versículos que introducen la reflexión y retoman de cerca el prólogo del evangelio de Juan: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, es lo que les anunciamos: la palabra de vida. La vida se manifestó: la vimos, damos testimonio y les anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que vimos y oímos se lo anunciamos también a ustedes para que compartan nuestra vida, como nosotros la compartimos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Les escribimos esto para que la alegría de ustedes sea complete”.
Notemos la continuación con el Evangelio, el subrayado del Logos que se encarnó, estaba en al principio y ha venido a habitar entre nosotros; y “nosotros –dice Juan como apóstol– somos testigos oculares, lo hemos oído, lo hemos visto, lo hemos tocado, hemos tocado la palabra de vida”. Es difícil tocar la palabra. Reconozcamos desde el principio este subrayado de la concreción. Juan dice que ha palpado la palabra, es, por tanto, testigo ocular de esta realidad de la encarnación.
Y luego subraya la koinonía, la comunión; ‘nuestra comunión como apóstoles es con el Padre y el Hijo; y para estar en comunión con el Padre y el Hijo hay que estar en comunión con nosotros los apóstoles’. Es importante este énfasis porque los apóstoles son el fundamento de la fe de la Iglesia, son aquellos hombres que concretamente tuvieron una experiencia histórica; no han aceptado una idea; conocieron a una persona, vivieron un evento, fueron cambiados personalmente por el encuentro con esa persona, vivieron un evento decisivo de su experiencia. Por lo tanto, su experiencia común se convierte en el fundamento de la Iglesia que es calificada como apostólica. Ellos entraron en comunión con el Padre y con el Hijo, y para poder obtener esta comunión también nosotros, es necesario estar en comunión con los apóstoles. No podemos ir a nuestro aire; el punto de referencia son los apóstoles.
Toda la reflexión de esta primera carta de Juan se puede dividir en dos partes, teniendo en cuenta los dos temas principales que ya he mencionado. Existen pistas literarias; en el capítulo 1 versículo 5 dice: “Éste es el mensaje que le oímos y les anunciamos: que Dios es luz sin mezcla de tinieblas”. Este es el mensaje, es el evangelio. El primer mensaje fundamental: Dios es luz. Por otro lado, en el capítulo 3 versículo 11 encontramos una frase similar que presenta otro tema: “El mensaje que oyeron desde el principio es que nos amemos los unos a los otros”. Este es el segundo aspecto del evangelio: el amor comunitario.
Entonces podríamos dividir todo el texto en dos partes; la primera parte el mensaje sobre la luz, sobre el conocimiento, el conocimiento auténtico y correcto de Dios. Dios que se hizo hombre en Jesús; esta es la luz. Segunda parte, segundo aspecto del Evangelio, la necesidad del amor mutuo. Subrayo un aspecto importante en la primera parte.
En la mitad del capítulo 2 el apóstol dice: “No amen al mundo ni lo que hay en él: quien ama al mundo no posee el amor del Padre”. ¿Qué quiere decir con mundo? No quiere decir la creación, no quiere decir toda la humanidad. Recordemos que en el evangelio Jesús dijo: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su único Hijo”, y ahora ¿cómo es que el apóstol dice ‘no amen al mundo’? En este caso quiere decir otra cosa; la misma palabra ‘mundo’ también significa la estructura corrupta de esta situación terrenal; es la mentalidad corrupta del mundo entendida como la estructura negativa que corrompe la mentalidad de cada uno, las relaciones sociales. ‘No amen la mentalidad actual del mundo; simplemente significa ‘no vayan tras el instinto’.
“Porque todo lo que hay en el mundo, los malos deseos de la naturaleza humana, la codicia de los ojos y el orgullo de las riquezas no procede del Padre, sino del mundo”.
Tres realidades importantes: la lujuria de la carne es el deseo de poseer, es un instinto básico de poseer siempre más. Por ejemplo, entre otras cosas, nosotros hoy con esta tecnología tan a la mano somos fácilmente víctimas sin siquiera darnos cuenta de esta lujuria de poseer, de tener tantos canales de televisión, de tener instrumentos que contienen miles de canciones; tenemos tantas cosas, no podemos ver más de un canal a la vez; y teniendo toneladas de comida, no podemos comer todo. Y, sin embargo, notamos cómo el instinto de tener más, de llenar la cesta de la compra, de llenarse de películas, de canciones, nos lleva a ver que es bueno tener más. Es un instinto subyacente que se manifiesta de mil maneras; es la lujuria de la carne que engaña y decepciona. La segunda es la concupiscencia de los ojos; es el deseo de aparecer; el deseo de impresionar; es la situación en la que se prefiere la apariencia al ser.
Es una cuestión muy simple ¿Alguna vez han observado a un niño pequeño cuando empieza a caminar? Si se cae lo primero que hace es mirar a su alrededor, si la madre sabiamente finge que no ha pasado nada se levanta y sigue caminando como si nada hubiera pasado, pero si alguien lo ha visto, el niño empieza a llorar y a gritar, no porque le duela sino porque la reacción instintiva es que siente haberse caído, y está enfadado porque le han visto y por eso intenta recuperar el cariño llorando.
La concupiscencia de los ojos es otro elemento instintivo del aparecer bien, del aparecer joven, del aparecer rico, del aparecer inteligente, es otro motor de la historia y de nuestras relaciones.
El tercer gran instinto del mundo es el orgullo de la vida. El orgullo de fondo donde yo soy más que todos los demás; es la hipertrofia de mi ego, la actitud básica egoísta que me considera el centro del mundo y superior a todos los demás por lo que siempre debo seguir sólo lo que me gusta y obligar a los demás a ser inferiores a mi.
Son las tres características del mundo; son los tres instintos que arruinan el mundo de muchas maneras diferentes. No amen estas cosas. Dice Juan: “El mundo pasa con sus codicias; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece por siempre”. En la segunda parte, cuando insiste en el amor, Juan formula la gran teología: Dios es amor.
“Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios”. Utiliza la palabra ‘agape’, una palabra importante en la teología cristiana que subraya este amor de plenitud, de don, de aceptación generosa y total. El amor viene de Dios. “Todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios”. Quien ama conoce a Dios.
El conocimiento se hace a través del amor, no simplemente a través del razonamiento intelectual; se conoce lo que se ama; cuanto más se ama a una persona más se la conoce; cuanto más se la conoce más se la ama. Es indispensable que la ‘gnosis’ y el ‘agape’ estén juntos. Este es el camino correcto. “Quien no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios es amor”.
Esta es la definición más bella que ha producido la teología cristiana: Dios es amor y puede ser sustancialmente amor porque es una comunidad de personas; el Padre ama al Hijo, el Hijo ama al Padre, el Espíritu Santo es el amor del Padre del Hijo. Una comunidad de personas es amor. “Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos gracias a él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y, sin tener necesidad de nosotros, vino a nosotros para hacernos partícipes de su misma vida divina”.
Esto es lo que les he escrito, concluye el apóstol, para que sepan que tienen vida eterna, ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios. Y después de tantos siglos, esta palabra sigue siendo plenamente cierta y viva. Los apóstoles siguen hablándonos para que nuestra fe esté llena de conocimiento y de amor y para que nuestro pleno conocimiento de Dios esté en la experiencia del amor. “Les he escrito para que sepan que poseen la vida eterna”, no porque la hayan conquistado sino porque les ha sido dada como un don.
Yo también he tratado de hablarles para comunicarles este conocimiento del amor. Gracias a la palabra de Dios y a la mediación de los apóstoles, tenemos la serena certeza de estar en esta vida que es eterna. Gracias y adiós.