Corintios
Segunda Carta a los Corintios – Primera Parte
Videos por el Fr Claudio Doglio
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Segunda Carta a los Corintios – Primera Parte
En la primera carta que Pablo envió a los cristianos de Corinto se criticaban muchas de las posturas que mantenían algunas personas de Corinto. Pablo cuestionaba ciertos comportamientos y doctrinas teológicas, propuso correcciones, indicó los cambios necesarios que debían realizarse en la vida de la comunidad y también criticó a personas de la comunidad que eran bien conocidas. Debemos imaginar, por tanto, que cuando Esteban, Fortunato y Acaico, las tres personas de Corinto que habían ido a Éfeso para hablar con Pablo, llevaron la respuesta del apóstol a la ciudad de Corinto.
La lectura de esta carta provocó reacciones; no todos estuvieron contentos con las respuestas dadas por Pablo; no todos aceptaron sus interpretaciones. Los que se sintieron tocados y reprendidos por Pablo fueron los más acalorados e incluso los más violentos, por lo que es fácil imaginar que hubo una reacción de rechazo y contestación. La primera carta a los Corintios no fue apreciada, al menos por algunos que incitaron a la comunidad contra Pablo.
La segunda carta que el apóstol escribió a los Corintios es un texto muy complejo. Se notan notables rarezas. En el conjunto, cuando se lee en el orden en que nos fue transmitida, se encuentran saltos, cambios de tono, posiciones difíciles de entender. Es una cuestión abierta. Una solución que se ha propuesto es reconocer en la segunda carta a los Corintios una serie de cartas, por tanto, una colección de varios escritos con los que el apóstol abordó la situación después de enviar la primera carta. Nosotros podemos reconstruir algunas cartas.
Les propongo una reconstrucción yendo por orden, siguiendo la reconstrucción histórica de los eventos de aquel año, entre el 56 y 57 y la redacción con la que el apóstol se comunica con los corintios. A la reacción inmediata, Pablo responde con un escrito que podríamos llamar ‘carta apologética’, que encontramos en los capítulos 3, 4, 5 y 6 de la Segunda Carta a los Corintios.
Es un texto muy sustancioso, en el que Pablo hace su propia apología, es decir, una defensa. Tenemos que imaginar que los manifestantes de Corinto habían dicho algo así sobre él: ‘Pablo no es un apóstol. ¿Quién se cree que es? ¿Por qué quiere mandar en Corinto? Que se quede en su casa. Aquí mandamos nosotros. No tiene autoridad para imponer sus opiniones’.
Probablemente a la comunidad de Corinto habían llegado algunos predicadores judaizantes, cristianos vinculados al mundo judío, con una mentalidad que podríamos definir como gloriosa, es decir, se creen grandes personas, se hacen mantener por la comunidad, dejan caer su doctrina desde arriba, se jactan de estar directamente conectados con la comunidad apostólica de Jerusalén y desprecian a Pablo. Esta gente tuvo una notable influencia en la comunidad cristiana de Corinto, y fueron ellos los que despreciaron a Pablo, negando que fuera un apóstol; lo acusaron de ser un francotirador, un intruso, alguien que va por su cuenta, y por eso no merece ser escuchado y respetado.
Es por eso Pablo escribe su propia apología defendiendo su ministerio, pero ampliando su horizonte y habla del ministerio cristiano, del ministerio evangélico, de la obra apostólica de la evangelización como un servicio humilde. Leamos algunos pasajes de esta sección. La carta apologética comienza en la Segunda Carta a los Corintios, en el capítulo 2, versículo 14: “Doy gracias a Dios que siempre nos hace participar de la victoria de Cristo y por nuestro medio difunde en todas partes el aroma de su conocimiento. Porque nosotros somos el aroma de Cristo ofrecido a Dios, para los que se salvan y para los que se pierden”.
Aquí empieza el contraste; el buen olor de Cristo puede ser malinterpretado. Molestamos a algunos. Entonces debe presentar su propio estilo: “Porque nosotros no andamos, como muchos, traficando con la Palabra de Dios –haciéndola objeto de mercado–, sino que hablamos con sinceridad, como enviados de Dios, en presencia de Dios, y como miembros de Cristo”.
Aquí está el tono de autodefensa. En fuerza de la confianza que Pablo tiene en Cristo, habla de su ministerio como una novedad, comparándolo con la situación del Antiguo Testamento. Un mensaje antiguo, escrito en letras de piedra, en tablas de piedra, mientras –dice– que la nueva alianza está escrita por el Espíritu dentro del corazón. Pablo retoma una imagen de los profetas para contrastar la antigua y la nueva alianza; entre una norma atada simplemente a las tablas de piedra, al exterior, y un cambio interior del corazón.
Quiere decir que en el nuevo pacto hay realmente un cambio, una transformación, hay un enorme poder, aunque sea interior, invisible a simple vista, no es la manifestación del poder, la gloria, el poder que determinan la grandeza de la nueva alianza, sino la profunda eficacia de este Espíritu que cambia desde dentro. Entonces la pretensión de aferrarse a la gloria del Antiguo Testamento, del brillo del rostro de Moisés, es una pretensión equivocada; esa no es la gloria del Evangelio. Todavía hay un velo sobre el rostro; hay que levantar el velo para poder contemplar verdaderamente la gloria de Cristo.
Y la gloria de Cristo es una gloria de servicio, de debilidad. Pablo está convencido y orgulloso de ello. Pretende decir, ‘yo en Corinto trabajé, viví como pobre, sufrí opresión, me trataron mal y me siguen tratando mal incluso en Éfeso. Me pusieron en prisión, me arriesgué a una sentencia de muerte, pero esto no es un impedimento para el Evangelio, no es una señal de que estoy equivocado’. Aquí está la gloria del Evangelio; en la debilidad del apóstol se manifiesta el poder de Dios.
Se está defendiendo a sí mismo y está reprochando a aquellos predicadores que ponen en el poder humano, en la estructura rica, en la organización de la Iglesia eficiente, la prueba de la gloria del Evangelio. “Ese tesoro lo llevamos en vasijas de barro”. Es su persona concreta, débil, como una vasija de barro. “Para que se vea bien que ese poder extraordinario procede de Dios y no de nosotros. Por todas partes nos aprietan, pero no nos aplastan; andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no aniquilados; siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también en nuestro cuerpo se manifieste la vida de Jesús. Continuamente nosotros, los que vivimos, estamos expuestos a la muerte por causa de Jesús, de modo que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida”.
Pablo se enorgullece de ser débil, de su situación de sufrimiento; tiene una profunda conciencia; su muerte, de su muerte diaria, su continuo sufrimiento por el Evangelio produce un efecto de vida en la comunidad. Y dice a esos cristianos: ‘deben ser conscientes del poder regenerador que mi sufrimiento tiene para ustedes’. “Sabemos que, si esta tienda de campaña, nuestra morada terrenal, es destruida, tenemos una vivienda eterna en el cielo, no construida por manos humanas, sino por Dios”.
Los estudiosos han reconocido en este pasaje un punto de paso decisivo en la experiencia histórica de san Pablo. Precisamente en ese período fue arrestado en Éfeso y condenado a muerte. Vio la muerte de frente. Durante unos momentos pensó que su última hora había llegado. Entonces, por alguna razón que no conocemos ni podemos reconstruir, el apóstol fue liberado y enviado fuera de Éfeso. La sentencia capital no se ejecutó, pero a partir de ese momento, Pablo comenzó a darse cuenta de que sería posible morir antes de la venida gloriosa de Cristo. Cambió su perspectiva; de una inminente expectativa de la gloriosa venida de Cristo, comenzó a considerar la posibilidad de una historia de la Iglesia durante un tiempo largo.
Efectivamente, la realidad ha demostrado que este era el camino de Dios y su muerte precedió a la venida gloriosa de Cristo. Sin embargo, la glorificación de Dios también pasó también por su muerte, consciente de ser valorado en lo que hacía y en lo que sufría. “El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos murieron”. Esta es una frase especial que está en la base de la experiencia apostólica de Pablo. También el Cottolengo la eligió como lema de su vida y de su obra. La encontramos escrita en las obras de esta familia religiosa: ‘Caritas Christi urget nos’= la caridad de Cristo, su ágape, nos apremia, nos hace tener urgencia; el motor de nuestra vida es el ágape de Cristo. “El murió por todos para que los que viven no vivan para sí, sino para quien por ellos murió y resucitó”.
Aunque hayamos conocido a Cristo en nuestra vida terrenal, esto no es lo importante. Esto puede ser una indirecta a los que estaban predicando contra Pablo en Corinto, diciendo que ellos habían conocido personalmente a Jesús durante su vida terrenal y, por lo tanto, eran más importantes que Pablo que no lo había conocido. Ahora ya no lo conocemos así porque si uno está en Cristo es una nueva criatura. “Lo antiguo pasó, ha llegado lo nuevo”.
Es un versículo apocalíptico; está escrito en un lenguaje propio de la apocalíptica. Una frase similar la encontramos en el final del Apocalipsis de san Juan: Si uno está en Cristo es una nueva creación; cielo y tierra nuevos, es un mundo nuevo. La unión de la persona con Cristo, la inserción en Cristo determina una nueva creación; las cosas antiguas, arcaicas, han pasado, o sea, la realidad del mundo natural ha sido superada, han aparecido cosas nuevas. Usa un adjetivo griego para decir ‘nuevo’ que implica la absoluta novedad desde un punto de vista cualitativo. Las cosas han cambiado, la novedad es Cristo que ha creado la reconciliación entre el hombre y Dios.
Aquí está la cumbre de la carta. Pablo está defendiendo su propio ministerio, pero devuelve toda la atención a Cristo, él es el centro, él es el que trabaja positiva y activamente en reconciliar al hombre con Dios. Por tanto, Pablo está simplemente actuando como embajador y portavoz de Cristo. Escribe: “Miren, éste es el tiempo favorable, éste el día de salvación. Por Cristo les suplicamos: Déjense reconciliar con Dios”. ‘Déjense’, permitan que Dios trabaje en ustedes, no pretendan ser ustedes los artífices de su salvación, acepten esta palabra de reconciliación y, en consecuencia –dice el apóstol– reconcíliense conmigo también. Hagamos las paces, no tengan esa actitud de polémica y rechazo.
“Para ustedes, corintios, mi boca se abre con franqueza, mi corazón está dilatado. Dentro de mí están todos ustedes, aunque en su corazón, no hay lugar para nosotros”. Es decir, los amo con todo mi corazón. ‘Son ustedes los que no tienen lugar para nosotros en sus corazones. Son ustedes los que tienen una mentalidad pequeña y son incapaces de ver las cosas; razonan con anteojeras puestas. Se han desquitado conmigo incorrectamente. No soy yo quien los ha perjudicado, que les he hecho mal; son ustedes los que no me han entendido’.
La carta apologética termina con una invitación: ‘háganme lugar en sus corazones, recíbanme, escuchen lo que les he dicho con buena actitud; no les he escrito para hacerles violencia, sino para ayudarles; tomen lo que les he escrito en buen sentido’.
En ese mismo tiempo, Pablo escribió a los corintios y a otros cristianos de la zona dos notas independientes de esta situación, que se conservan en el capitulo 8 y en el capitulo 9 de la Segunda Carta a los Corintios. Son dos textos separados que se refieren a la recolección de una colecta para ayudar a los cristianos de Jerusalén. Había surgido una situación de hambre y, por lo tanto, de dificultad económica para los cristianos que vivían en la iglesia madre; y Pablo quería sensibilizar a los cristianos de Grecia para que ayudaran a los cristianos de Jerusalén reconociendo que son la Iglesia madre.
En estos dos capítulos encontramos dos breves escritos paulinos de tipo práctico, pero incluso en estos momentos el apóstol no se olvida de ser un teólogo. Básicamente invita a la gente para que sea generosa, para dar ofrendas y recoger algo de dinero para ayudar a los cristianos en dificultades, pero, por ejemplo, en el capítulo 8 escribe: “Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza”.
Cristo es el modelo fundamental; Cristo siendo rico se hizo pobre para salir al encuentro de la humanidad. Se convierte en un modelo; no se trata de perderlo todo, de despojarse de todo para hacerse pobre y ayudar a los demás, sino que –dice Pablo– Cristo es el modelo de igualdad, de la solidaridad concreta. Cristo es el modelo de esta solidaridad.
Y en el capítulo 9, en la otra nota para la colecta, con un tono moral, exhortativo dice: “Tengan en cuenta que a siembra mezquina cosecha mezquina, a siembra generosa cosecha generosa. Cada uno aporte lo que en conciencia se ha propuesto, no de mala gana ni a la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría”. Una vez más el anuncio práctico se hace sólido con el anuncio teológico. Hay un estilo de Dios que da con alegría, y el que ama, imita este estilo divino de dar generosamente.
¿Cómo fue recibida la carta apologética? ¿Aceptaron a Pablo o siguieron reaccionando mal? Lo trataremos en la próxima reunión.