Efesios
Carta a los Efesios
Videos por el Fr Claudio Doglio
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Carta a los Efesios
Después de la crisis con la comunidad de Corinto, el apóstol Pablo llegó a la ciudad del istmo y pasó el invierno entre el 57 y el 58. Durante este período escribió la Carta a los Romanos, pero en la primavera del 58 el apóstol Pablo reanudó sus largos viajes regresó a Macedonia y luego fue a Jerusalén. Durante la fiesta de Pentecostés estaba la Ciudad Santa y allí fue arrestado.
En ese período comenzó un momento de dificultad porque el apóstol fue arrestado y retenido durante dos años en la fortaleza romana de Cesarea y luego trasladado a Roma. El traslado por mar fue desafortunado, incluso con un naufragio; el apóstol y sus compañeros de navegación se refugiaron en la isla de Malta donde pasaron el invierno; y, finalmente, en la primavera del 61 llegaron a Roma; pero Pablo llegó allí como prisionero; tuvo que alquilar un piso y allí fue mantenido en confinamiento forzoso en el régimen llamado por la ley romana ‘custodia militis’, es decir, Pablo estaba atado con una cadena a un soldado que no lo dejaba ni de día ni de noche; estuvo siempre vigilado.
Permaneció así durante dos años, siempre a la espera del juicio, que no llegó porque en el año 63 el juicio no se celebró porque no había acusadores, no había pruebas, el hecho no se sostenía, al fin y al cabo, la acusación era de tipo judío y la legislación romana no contemplaba ningún delito de ese tipo.
Durante el período de encarcelamiento romano, el primer período, porque después hubo otro período de detención, Pablo escribió unas cartas que se llaman "cartas de la cautividad”. En la lista de cartas paulinas, cuatro muestran esta característica. Se trata de las cartas a los Efesios, a los Colosenses, a Filemón y a los Filipenses. Consideremos la primera de estas cartas de cautiverio, escrita a los cristianos de Éfeso.
Según la tradición, fue enviada por el apóstol durante este período de cautiverio romano, es decir, entre el 61 y el 63. Muchos estudiosos creen hoy que la carta a los Efesios, tal y como la tenemos, no está escrita por el propio Pablo, sino que es una reelaboración de algunos discípulos que elaboraron una catequesis paulina unos años después. Partimos de la consideración tradicional que ve al apóstol preso en Roma, escribiendo a una comunidad en la que había estado mucho tiempo, casi tres años, un récord, teniendo en cuenta que Pablo no permaneció mucho tiempo en la comunidad. Daba comienzo a la vida cristiana, organizaba la comunidad y luego, impulsado por su ansia misionera, iba a otro ambiente para fundar una nueva iglesia.
En Éfeso se quedó del 54 al 57, evidentemente porque había encontrado un terreno especialmente fértil, porque en ese período no sólo se ocupó de la ciudad de Éfeso, sino que inició varias comunidades en los alrededores. Éfeso era una capital, una de las ciudades más importantes del mundo antiguo, capital de la provincia de Asia. Nosotros llamamos ‘Asia’ a todo un continente, mientras que en lenguaje romano era una de las principales provincias de Anatolia, esa región que ahora llamamos Turquía. Éfeso la capital de Asia, era una de las ciudades más importantes del mundo antiguo especialmente por razones religiosas y culturales.
En consecuencia, se había convertido en importante política y económicamente; pero el punto de partida de la importancia de Éfeso era el templo de Artemisa, conocido precisamente como Artemisa de Éfeso. Su santuario estaba catalogado entre las maravillas del mundo antiguo; una estatua representaba a la diosa y se consideraba una estatua prodigiosa, caída del cielo, una estatua milagrosa.
La Artemisa de Éfeso era el destino de peregrinaciones religiosas de todas las partes del mundo y se producían muchos recuerdos, por lo que diríamos objetos de turismo religioso, estatuillas de esta deidad de todos los tamaños y en diversos materiales, llevadas por todo el mundo como recuerdo, como amuleto, como objeto religioso de buena suerte.
La veneración de Artemisa no era simplemente un culto pagano, era también una expresión de una mentalidad religiosa y filosófica porque la Artemisa de Éfeso era de alguna manera la personificación de la naturaleza, la φύση = füse. El culto de esta diosa correspondía al culto de la naturaleza y de todas las fuerzas naturales, por lo tanto, el cielo, la tierra, el agua, el viento, la fuerza que hace brotar la vegetación, el principio vital, toda la dinámica que rige el mundo de la naturaleza.
El ambiente de Éfeso, ya desde la antigüedad clásica, ha sido un testigo del pensamiento filosófico. La filosofía griega nació en esa misma zona; los primeros filósofos reconocidos como tales, Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Heráclito, procedían del entorno de Éfeso; y fueron testigos de una mentalidad que tenía en cuenta las fuerzas de la naturaleza. La forma de pensar de los habitantes de Éfeso era extremadamente receptiva, acogedor, disponible.
Pablo había encontrado un terreno favorable para la predicación del evangelio, pero no se había dado cuenta inmediatamente de que esta disponibilidad era básicamente demasiado fácil. Los efesios estaban dispuestos a aceptarlo todo y a insertar toda nueva figura, forma divina, en su gran complejo religioso, y así aceptaron fácilmente a Cristo, pero no como el único, sino como uno de tantos. Insertaron a Cristo con sus fuerzas, su dinámica, sus características, en el gran complejo de su reflexión natural. Uno más no crea problemas. Desde su mentalidad, que ampliaba el horizonte de las fuerzas, acoger a Cristo quería decir ubicarlo en un gran cuadro de la naturaleza y de la fuerza de la naturaleza.
Esto creo problemas y descompensa teológica y Pablo fue enterado muy pronto. Incluso, cuando escribe a los Colosenses, lo hace sobre este mismo argumento y hacia la misma fecha. Pero la carta a los Efesios trata de un tratado aún más profundo que Pablo quiso escribir de forma sistemática. De hecho, una peculiaridad de esta carta que asombra a los expertos es que hay muy pocas referencias a la gente de Éfeso, a la experiencia concreta de Pablo en esa ciudad.
Les decía que el apóstol vivió allí tres años y conoció a mucha gente. En otras cartas menciona nombres, recuerda episodios, envía saludos de forma muy concreta. Pero en la Carta a los Efesios, no hay ninguna referencia particular, ninguna mención de recuerdos, ninguna mención a hechos, a personas. Parece un texto frío y genérico; probablemente no es una carta que el apóstol escribió directamente a los efesios, sino que podríamos definirla, en nuestro lenguaje moderno, como una ‘carta encíclica’, o sea, una epístola teológica sistemática enviada a muchas iglesias, una carta circular que se dirigía simultáneamente a las distintas comunidades que vivían en el entorno de Éfeso. Y por eso no pudo haber referencias particulares porque el mismo texto tuvo que ser leído en muchas comunidades. Quizás pudo haber notas personalizadas, acompañando la carta, pero nada de esto se ha conservado.
Por tanto, la carta a los Efesios es una epístola teológica enviada como carta circular a la comunidad cristiana que vivía en la zona de Éfeso; y trata de la centralidad de Jesucristo, su papel único como salvador y el consiguiente nacimiento de la Iglesia como cuerpo de Cristo, como realidad histórica que continúa la obra de Cristo.
La carta se divide en dos partes; los tres primeros capítulos y los otros tres. La primera parte es dogmática, teológica, en la que el apóstol profundiza en el mensaje doctrinal. La segunda parte, a partir del capítulo 4, es moral, exhortativa. Pablo extrae las consecuencias de la doctrina y las aplica a la vida concreta de la comunidad.
La primera parte, capítulos 1 al 3, incluye una primera introducción solemne, en forma lírica, un poema teológico, una especie de himno en el que el apóstol celebra la obra de Dios en forma de bendición y luego retoma este mismo tratamiento lírico de forma más discursiva, subrayando de nuevo la obra de Cristo y completando el discurso con una oración de exhortación a Dios para que conceda el pleno conocimiento.
Aquí también el problema es de tipo gnóstico, la gnosis es conocimiento, y en el mundo griego esto es un problema fundamental porque era precisamente un ambiente gnóstico el que rodeaba el culto de la Artemisa de Éfeso. Veamos entonces el comienzo con la gran bendición, una forma litúrgica de tipo semítico, o sea típica de la tradición judía que comienza inmediatamente las oraciones con la forma ‘bendito sea el Señor, Dios nuestro, rey del universo’.
“¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo!, quien por medio de Cristo nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales del cielo”. Notemos la insistencia en la referencia a Cristo. Todo tiene lugar dependiendo de él, es decir, en Cristo, Dios Padre “antes de la creación del mundo, nos eligió para que por el amor fuéramos consagrados e irreprochables en su presencia”, destinándonos desde el principio, esto es, antes de la creación del mundo, “a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo”. Al principio nos eligió en Cristo y estableció que fuéramos sus hijos por medio de Jesucristo. Todo esto en alabanza y gloria de su gracia, es decir de su amor generoso, que nos ha dado en su Hijo amado. “Por él, por medio de su sangre, obtenemos el rescate, el perdón de los pecados”. O sea, de manera generosa, gratuita.
“Según la riqueza de su gracia. O sea, derrochó en nosotros de manera generosa, gratuita. Él ha volcado gratuitamente sobre nosotros esta gracia con toda clase de sabiduría y prudencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad”. Aquí tenemos otra palabra importante en esta carta a los Efesios: ‘misterio’. No significa algo que no puede ser entendido; significa un plan que es superior a la inteligencia del hombre, en el sentido de que nunca habríamos llegado a conocerlo.
El plan de Dios que ha permanecido oculto durante siglos ha sido finalmente revelado en Jesucristo. Dios ha dado a conocer el ‘misterio’, que podemos traducir como ‘proyecto’, el proyecto secreto de su voluntad según lo que había establecido graciosamente y lo ha realizado en la plenitud de los tiempos. Este diseño implica recapitular todas las cosas en Cristo.
‘Recapitular’ es un verbo técnico interesante. Saben que en la antigüedad los libros no se encuadernaban como los nuestros, sino que se escribían en tiras de pergamino de papiro que luego se enrollaban y en el centro había un palo, un perno que mantenía unido todo el rollo. Este bastoncito salía fuera, era el más largo que el papiro y solía terminar con una pequeña cabeza decorada. Por esta razón, en latín se llamaba ‘capitulum’, con un nombre correspondiente también en griego, es decir pequeño ‘caput’- ‘testolina’ (pequeña cabeza), por lo tanto, re-capitular en latín y en griego significaba envolver todo el libro alrededor del perno central.
Recapitular todo en Cristo significa reconocer que Cristo es el perno sobre el que se enrolla todo el libro del universo. Él es el centro, él es el principio, el núcleo fundamental, por lo tanto, el proyecto secreto de Dios, que se ha realizado en la plenitud de los tiempos, consiste en recapitular en Cristo todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra.
¿Reconocen una referencia a la mentalidad cósmica efesina? “Por medio de él –es decir en Cristo– y tal como lo había establecido el que ejecuta todo según su libre decisión, nos había predestinado a ser herederos”. No solamente centrados en él, sino que hemos recibido una herencia desde el momento en que estaba asignada desde el principio según el plan de quien obra efectivamente de acuerdo con su voluntad.
Existe un proyecto y lo realiza; se necesitan siglos y milenios para llevar a cabo un plan, pero al final se lleva a cabo. Y el plan encuentra efectivamente su conclusión, “de modo que nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, fuéramos la alabanza de su gloria”. Somos la prueba, la demostración evidente, de que Él ha conseguido llevar a cabo el plan, nosotros que hemos esperado en Cristo. “Por él –por Cristo– también ustedes, al escuchar el mensaje de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, creyeron en él y fueron marcados con el sello del Espíritu Santo prometido”.
El sello es la señal de pertenencia, han sido marcados con el Espíritu Santo. Ahora pertenecen a Cristo y el Espíritu Santo, que es la vida misma de Dios, ha sido entregado a ustedes “garantía de nuestra herencia, y prepara la redención del pueblo que Dios adoptó: para alabanza de su gloria”. El depósito ha sido pagado, el saldo vendrá a su debido tiempo.
Así hemos visto este gran poema introductorio que ofrece el tema central de la Carta a los Efesios. Este mismo texto retoma el tema en el capítulo 2: “También ustedes estaban muertos por sus pecados y trasgresiones. Seguían la conducta de este mundo y los dictados del jefe que manda en el aire, el espíritu que actúa en los rebeldes…”.
Aquí una operación interesante. Pablo demoniza las fuerzas que gobiernan el cosmos y, de hecho, en esta carta también hablará de los principados, de las potencias, de los señoríos, de todos los diversos elementos cósmicos que dominan el mundo. Pablo habla del príncipe de estas potencias, describiéndolo como el diablo. “Lo mismo que ellos, también nosotros seguíamos los impulsos de los bajos deseos, obedecíamos los caprichos y pensamientos de nuestras malas inclinaciones, y naturalmente, estábamos destinados al castigo como los demás”.
Literalmente dice Pablo en griego, ‘éramos por naturaleza hijos de la ira’. Si recuerdan este lenguaje de la Carta a los Romanos, es fácil comprender el valor de la expresión. Por naturaleza somos hijos de la ira, es decir, en mala relación con Dios. “Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente!–; con Cristo Jesús nos resucitó y nos sentó en el cielo, para que se revele a los siglos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia y la bondad con que nos trató por medio de Cristo Jesús”.
Por lo poco que hemos leído, se ha notado una insistencia muy fuerte en la persona de Jesucristo. En un ambiente de dispersión donde se siguen tantas fuerzas la Carta a los Efesios pone el acento sólo en Jesucristo, diciendo que él es el capítulo uno, él es el centro, él es el eje, todo deriva de él, todo tiende a él; él es el camino de la salvación, él es la forma concreta en que la comunidad cristiana se realiza plenamente.