Carta a los Hebreos – Segunda Parte
Videos por el Fr Claudio Doglio
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Carta a los Hebreos – Segunda Parte
La Carta a los Hebreos presenta a Jesucristo como sacerdote y desarrolla un tema original en el Nuevo Testamento. Ya hemos visto en el anterior video cómo el autor ha reflexionado sobre la vida de Jesús, sobre su actual situación como resucitado, y sobre el fundamento bíblico de la doctrina del sacerdocio de Cristo. Nos habíamos detenido en la idea de mediación.
Vamos a partir desde aquí para profundizar el concepto. En lenguaje bíblico, el sacerdote es el mediador entre Dios y el hombre y entre el hombre y Dios. Ahora, para ser mediador tienes que estar en buenos términos con ambas partes. Imaginen que tienen que ser intermediario entre dos personas que han discutido. Para poder llegar a un acuerdo hay que tener buena relación con uno y con el otro; si uno de los dos no te estima, no te aprecia, no te considera, entonces, no puedes ser mediador.
Una forma particular de mediación es la traducción; para poder traducir, es decir, para poder hacer entender a dos personas que hablan dos idiomas diferentes, el traductor debe conocer los dos idiomas, no sólo uno. Si no conoce los dos, no puede actuar como mediador. Tiene que entender a ambos y poner a los dos en contacto. La traducción es una la mediación lingüística. Ahora bien, nuestro autor razonó precisamente sobre este principio de mediación; y entendió que Jesús, en virtud de su naturaleza, era naturalmente el mediador.
Es decir, Dios hecho hombre, tenía en sí mismo ambas características para poder ser un mediador entre el hombre y Dios y entre Dios y el hombre. Habla los dos idiomas. Él es quien consigue reunir divinidad y humanidad, pero esta mediación se desarrollado de forma sacerdotal. El autor se refiere a los ritos del antiguo Israel, en particular a dos grandes celebraciones: la institución sacerdotal, es decir, el rito con el que un sacerdote era consagrado y el rito del Kippur, que es el rito de la expiación, tarea más importante confiada a un sacerdote.
En estos dos rituales del Antiguo Testamento, el autor de la carta a los Hebreos, encuentra una referencia a lo que hizo Cristo o, más bien, ve la obra de Cristo como la realización de esos antiguos rituales. Cumplió en realidad lo que los antiguos ritos significaban. En estos antiguos ritos estaba previsto el sacrificio de un animal y el derramamiento de su sangre; en virtud de esa sangre, el sacerdote era consagrado, quedaba habilitado para entrar en contacto con Dios. Y su tarea fundamental era ofrecer el sacrificio de expiación con el fin de llevar el perdón de Dios al hombre.
Intentemos resumirlo de forma sencilla. El sacrificio de investidura hace que un hombre esté habilitado para entrar en el mundo de Dios. El sacrificio de expiación permite al sacerdote llevar el perdón, del mundo de Dios a la humanidad. Encontramos el típico movimiento de mediación: del hombre a Dios y de Dios al hombre. El sacerdote es el elemento que está en el medio. En el ritual de Israel, el sacrificio cruento, es decir, con el derrame de sangre, era decisivo para ambos. Nuestro autor razonó aplicando este esquema a la vida de Cristo, donde el elemento decisivo fue precisamente su muerte cruenta, su muerte en la cruz, con el derrame de sangre.
Aunque la terminología sacerdotal no era empleada, desde el principio, la Eucaristía fue presentada como el sacramento de la sangre derramada para la remisión de los pecados. En la antigua comunidad cristiana, Jesús era considerado el Cordero inmolado como nuestra Pascua. Los elementos ya estaban presentes. El genial autor de la carta a los Hebreos, partió de esa doctrina elemental y la desarrolló en el gran tratado teológico del sacerdocio de Cristo.
Jesús no es sacerdote desde siempre, no es sacerdote según el orden levítico. El fundamento de su sacerdocio es la encarnación. No se convirtió sacerdote con la encarnación, pero en el momento en que Dios se hizo hombre, se puso la condición indispensable para tener un mediador. Cuando Jesús, el hombre-Dios, se ofrece a sí mismo en sacrificio, se convierte en sacerdote. Cristo se convierte en sacerdote en el misterio Pascual, esto es, en el momento del ofrecimiento de su propia vida, en su muerte y en su resurrección.
A través de la muerte ha entrado en el mundo de Dios con su propia sangre, no con la sangre de los animales. Ha entrado en el santuario. No en ese ambiente cerrado del templo de Jerusalén donde solo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año, sino que ha entrado en el mismo cielo. Entró en el mundo de Dios. Se hizo en todo solidario con sus hermanos para convertirse en un sumo sacerdote, digno de fe y misericordioso, garantizado desde el punto de vista de Dios, porque Dios es misericordioso, porque es solidario con sus hermanos, verdaderamente unido a ellos, carne de la misma carne, y se convirtió en mediador con el ofrecimiento de sí mismo.
Así ha entrado en el santuario celestial y con la resurrección trajo a la humanidad una redención eterna. Ha podido transmitir a la humanidad el perdón definitivo. En sustancia, el autor de la carta a los Hebreos, dice con categorías sacerdotales lo mismo que ya había dicho la tradición apostólica sobre Jesús, pero la gran ventaja es la de haber mostrado a Cristo como el cumplimiento de todas las tradiciones litúrgicas y sacerdotales del Antiguo Testamento, ofreciendo una reflexión fundamental sobre la realización de la obra de salvación.
La carta a los Hebreos está estructurada de una manera esplendida pero extremadamente compleja. Fue el padre Albert Vanhoye quien ofreció la estructura que muestra la belleza con la que el autor organizó su enseñanza. Partiendo de una profundización de la cristología tradicional, mostrando al Señor Jesús superior a los ángeles, y luego desarrollando los elementos comunes, el Cristo es como Moisés encargado de toda su casa, como Aarón solidario con sus hermanos, pero luego llega al punto central diciendo que Jesús es sacerdote de una manera diferente, según el orden de Melquisedec.
Y aquí el autor explica el simbolismo de Melquisedec como sacerdote del que se habla en el Antiguo Testamento, superior a Abrahán, superior al mundo levítico descendiente de Abrahán; así que Jesús es como los antiguos sacerdotes, pero más que los antiguos sacerdotes; completa de manera perfecta esa antigua tradición.
En el corazón de la carta, el punto principal de lo que estamos diciendo, es el texto que nuestra liturgia propone que leamos cada año el Viernes Santo; el corazón mismo de la meditación sobre el misterio pascual. En el capítulo 9, versículo 11 dice: “Cristo, ha venido como sumo sacerdote de los bienes futuros. Él a través de una morada mejor y más perfecta, no hecha a mano, es decir, no de este mundo creado (la morada de su carne, su humanidad… no el velo del templo que separaba el lugar más sagrado) entró de una vez para siempre en el santuario (o sea en el cielo) llevando no sangre de cabras y becerros, sino su propia sangre, logró el rescate definitivo”.
Este es el auténtico Kippur cristiano, la expiación definitiva. De este modo, la comunidad cristiana ha interpretado el rito del Kippur como una profecía de la muerte del Mesías. No tenemos la fiesta de Kippur, aunque hayamos tomado toda la estructura del mundo judío, porque la fiesta cristiana de Kippur es el Viernes Santo. Ejemplo de correspondencia en la tradición bíblica, el día del Kippur es un día de ayuno, ayuno absoluto y penitencial.
Por eso, en la tradición cristiana, el Viernes Santo es un día de ayuno, precisamente por esta continuidad litúrgica con el Kippur, mostrando en Jesús al sacerdote que no ofrece el cordero, sino que se ofrece a sí mismo, entra libre y conscientemente en el mundo de Dios con su propia sangre y, ofreciéndose a sí mismo, obtiene la reconciliación entre Dios y el hombre.
El autor argumenta que, si creemos, teniendo en cuenta toda la tradición judía, es: “Porque si la sangre de cabras y toros y la ceniza de becerra rociada sobre los profanos los santifica con una pureza corporal, cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestras conciencias de las obras que conducen a la muerte, para que demos culto al Dios vivo”. No es simplemente un rito de augurio, sino que es la realidad. El ofrecimiento de sí mismo, a través del Espíritu eterno, se convierte en la forma en que la humanidad es redimida de las obras muertas; es decir, obtiene una fuerza vital para vivir de manera espiritual.
El fuego transformaba a las víctimas hasta hacerlas salir, y así el autor explica que Jesús se ha ofrecido a sí mismo en el poder de un Espíritu eterno. Es el Espíritu de Dios que ha transformado la vida de Jesús en un sacrificio agradable a Dios, y este sacrificio ha obtenido el efecto, ha reconciliado, ha creado una buena relación entre Dios y el hombre. La obra de mediación está cumplida, entonces Jesús era realmente un sacerdote, ha cumplido efectivamente la mediación sacerdotal. Ahora, el Cristo resucitado, está vivo e intercede por nosotros.
Un poco mas adelante, en el capitulo 10, encontramos otra declaración particularmente significativa que dice: “Con una sola oblación, Cristo ha hecho perfectos para siempre a los santificados”. Encontramos la palabra ‘perfecto’, es un termino que aparece varias veces en la carta a los Hebreos, especialmente en la forma del sustantivo ‘perfección’. Es un concepto difícil, no significa lo que pensamos en nuestro idioma. Si lo buscamos en el diccionario no encontraremos la respuesta. Por tanto, esta palabra tiene que ser entendida en el contexto litúrgico judío. Cristo hecho perfecto, o la perfección de Cristo, significa la ordenación sacerdotal de Cristo.
Es el lenguaje técnico usado en el libro de Levítico para hablar de la institución del sacerdocio: un hombre es habilitado para acercarse a Dios. En este sentido se dice que es hecho perfecto, es completado; nosotros decimos ‘ordenado’. Pensemos un poco: nuestro concepto teológico sacramental de la ordenación es algo totalmente diferente que poner en orden una habitación; una persona ‘ordenada’ puede significar simplemente que es preciso, que pone todas las cosas en orden, pero si se usa en el concepto teológico, una persona ordenada significa una persona que ha recibido el sacramento de la ordenación; por lo tanto, que ha intervenido un evento de gracia que ha marcado a esa persona haciéndola capaz de hacer algo que está más allá de su propia fuerza humana.
Lo que llamamos ‘ordenación’ en sentido técnico, se llama ‘perfección’ en la carta a los Hebreos, según el lenguaje levítico. Entonces, el Cristo hecho perfecto es el Cristo ordenado sacerdote, hecho capaz de mediación auténtica. En el versículo 14 del capítulo 10, dice que Cristo, con la ofrenda de su vida nos ha hecho perfectos también a nosotros, nos ha hecho sacerdotes como él; y se utiliza una expresión que quiere decir un cumplimiento definitivo; con una sola ofrenda ha completado definitivamente nuestra consagración; y, sin embargo, se especifica que somos santificados. Por lo tanto, la santificación es un trabajo en progreso, mientras que la perfección es un regalo inicial realizado por Cristo.
Dicho en otras palabras, en el bautismo, precisamente porque estamos unidos a Jesucristo, nos hemos convertido con él en reyes, profetas y sacerdotes. Nos ha hecho partícipes de su realeza, de su misión profética y de su sacerdocio. El término ‘sacerdote’ en nuestro lenguaje teológico es competencia de todos los bautizados; los cristianos en la medida en que están unidos a Cristo, son sacerdotes, hechos perfectos en virtud de su Pascua, pero todavía en camino de santificación.
Para que todos los cristianos puedan vivir su sacerdocio bautismal, de auto-ofrenda y mediación de salvación hacia el mundo, algunos son constituidos presbíteros. El término técnico es ‘presbítero’ para indicar el ministerio que algunos bautizados desempeñan al servicio del sacerdocio común. Todos los bautizados son sacerdotes, algunos son presbíteros, diáconos u obispos al servicio de este sacerdocio común.
Es una doctrina muy importante, es una enseñanza original y básica que este sabio autor ha transmitido a la comunidad de la Iglesia. Y concluye su espléndida obra con un deseo que llevamos como promesa y garantía de formación en el camino de la santificación: “El Dios de la paz, que sacó de la muerte al gran pastor del rebaño, a Jesús nuestro Señor, por la sangre de una alianza eterna, los haga a ustedes buenos en todo para que cumplan su voluntad. Que él haga en nosotros lo que le agrada, por medio de Jesucristo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.