Los Hechos de los Apóstoles
1. El camino de la Palabra de Dios
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
1. El camino de la Palabra de Dios
“En mi primer libro, querido Teófilo, conté todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido”.
Así comienza el libro de los Hechos de los Apóstoles que la tradición atribuye al tercer evangelista san Lucas. El comienzo hace clara referencia a una obra anterior. En griego se llama ‘logos’. Es el primer ‘logos’ que compuso el autor. ‘Logos’ en el sentido de un discurso. Es un discurso narrativo en el que presentó la historia humana de Jesús desde la anunciación hasta la muerte y resurrección, y misión universal de los apóstoles.
Los otros evangelistas se detienen allí. En vez Lucas decidió escribir un segundo ‘logos’, otro largo discurso narrativo para continuar su labor formativa. Igual que el tercer evangelio, también los Hechos de los Apóstoles son dedicado a Teófilo. Puede ser que se trata de un personaje histórico real que vivió en el entorno de Lucas al que el autor en realidad dedica este texto. Quizás fue una autoridad en el sistema de administración greco-romano. Al comienzo del tercer evangelio se lo califica con el adjetivo ‘κράτιστε’ = ‘kratiste’ que es un título de honor que de alguna manera corresponde a nuestra ‘excelencia’ y se le da a una persona de importancia social. Esta persona debe haberse acercado a la predicación evangélica en la edad adulta recientemente y Lucas decide escribir sus dos volúmenes de una obra única para este personaje específico, para ayudarlo a darse cuenta de la solidez de la enseñanza que se transmitió en la predicación, en la formación catequética.
Teófilo, sin embargo, también es un nombre simbólico; en griego significa ‘amigo de Dios’ y entonces el destinatario ideal es toda persona que de alguna manera se considera un amigo de Dios. Si la filosofía era muy estimada en Grecia y el sabio es ‘amigo del saber’, ahora en el lenguaje bíblico de Lucas, el ideal es el ‘amigo de Dios’, el que busca una sabiduría que viene de arriba y no se conforma con razonamientos terrenos.
La propuesta teológica que hace Lucas se fundamenta históricamente; no es una colección de fábulas inventadas. Las doctrinas que la comunidad cristiana está presentando al mundo, no son invenciones humanas, sino que son la revelación de Dios a través de la persona de Jesús, reconocido como Hijo de Dios; y luego a través del testimonio de los discípulos de Jesús que, partiendo de Jerusalén, llegaron a proclamar el evangelio hasta los confines de la tierra.
La intención de la segunda obra de Lucas que queremos leer y comentar en estos videos, es precisamente mostrar el camino de la palabra de Dios, desde Jesús a toda la humanidad a través de la obra de los primeros discípulos. Partiendo de Jerusalén, la predicación se extiende como la pólvora; se extiende por Judea, Samaría, llega a la ciudad de Antioquía de Siria, se extiende a Europa y llega a Roma.
El libro terminará con el capítulo 28, con la llegada de Pablo preso a la capital del imperio. Lucas no pretende contar la historia de la Iglesia, o sea, todos los hechos de esos años; ni siquiera cuenta una biografía de Pedro y Pablo porque la primera parte está incompleta, donde sobre todo emerge Pedro; y es incompleta también la segunda parte donde Pablo es el protagonista absoluto. También está incompleto, por ejemplo, porque no termina; parece una obra inacabada. Pablo llega a Roma esperando el juicio, el narrador dice que se queda dos años esperando el juicio, y se detiene ahí.
Es claro que sabe que el proceso absolvió a Pablo que vuelve a comenzar, ahora libre, su trabajo. Continúa, pero esto los Hechos ya no cuentan, por eso debemos tener claro lo siguiente: no es la historia de toda la Iglesia o las obras de todos los apóstoles, ni menos aún la biografía de Pedro y Pablo, sino actos, acciones, gestos de los apóstoles, especialmente de Pedro y Pablo, pero también otros como Esteban, Felipe y Bernabé.
Lucas, siguiendo su cultura helenista, ha recopilado una gran cantidad de material histórico y lo ha reelaborado con habilidad dramática al presentar escenas; es una historia de la predicación evangélica en cuadros; es un discurso teológico lo que hace Lucas, pero históricamente fundado; es un historiador que reconstruye los pasajes; los reconstruye de manera competente, con datos, con ubicaciones geográficas precisas, con notas de cultura local muy detalladas, pero no le interesa una enciclopedia de hechos; le interesa un mensaje teológico que transmite a través de cuadros contados con arte y dando gran peso a los discursos.
Era un sistema clásico en la historiografía griega para introducir los discursos de protagonistas a través de los cuales el autor puede presentar el pensamiento de los diversos personajes y profundizar una reflexión sobre el significado de los hechos narrados. En los Hechos de los Apóstoles encontraremos muchos discursos, primero de Pedro y luego de Pablo; discursos que de alguna manera resumen la acción evangelizadora de la comunidad apostólica.
Ciertamente no son transcripciones literales. Lucas imagina lo que pudo haber dicho este personaje en esa situación particular. Pero sigamos por orden el texto propuesto y lo leeremos enmarcando la narración y dando esas indicaciones necesarias para una lectura fructífera.
Estos momentos de conversación tienen un propósito introductorio. Lo ideal sería que el oyente a su vez se convierta en lector y vaya a buscar en su biblia, en la biblioteca bíblica, el libro de los Hechos de los Apóstoles. Después de los cuatro Evangelios, en el Nuevo Testamento, encontramos este texto y sería bueno si lo tuviesen a mano y lo lean personalmente, conectando con este tesoro, esta sabia experiencia que el evangelista Lucas quiso transmitir a Teófilo, es decir a cada uno de nosotros, para que podamos darnos cuenta de la solidez de lo que nos han enseñado.
El primer capítulo es, por tanto, una especie de cierre del evangelio, una especie de abotonadura, es decir, dar un paso atrás para poder dar un paso adelante. Por cada abotonado las telas deben superponerse y de alguna manera Lucas retoma la historia de las apariciones de Cristo resucitado para completar la narración con lo que hicieron los apóstoles después de la ascensión de Jesús al cielo.
Por lo tanto, comienza contando brevemente los encuentros del Cristo resucitado con los apóstoles. Señala que a menudo se encontraron comiendo juntos; es un detalle muy importante. El grupo de apóstoles experimentó al Señor resucitado en la mesa. Mientras estaban reunidos para comer el Resucitado se unía a ellos y les dirigía un amable discurso, fraterno, durante la cena. Esto está en el origen de la celebración de la Eucaristía; las comunidades cristianas han tomado la costumbre de cenar con el Señor, para celebrar la cena del ‘Kirios’ – del Señor, repitiendo lo que hizo Jesús en la última cena antes de su muerte, y que Jesús reanudó después de la resurrección de entre los muertos con sus discípulos.
Después de que ya no lo vieran físicamente, los apóstoles continuaron comiendo con el Señor, recordando lo que el Señor dijo, lo que el Señor hizo y así nació la Eucaristía compuesta por la liturgia de la palabra con la lectura de textos y liturgia eucarística donde se consume el pan consagrado.
En esas ocasiones de convivencia el Cristo resucitado da algunas indicaciones importantes a los discípulos; los invita a quedarse en Jerusalén esperando la promesa. Es el relanzamiento de la promesa del Espíritu Santo como un don de Dios. Es un discurso teológico muy importante; la obra del Hijo culmina con la obra del Espíritu Santo. El Hijo da el Espíritu; el Hijo resucitado y ascendido al cielo, se convierte en mediador de una efusión del Espíritu Santo que dará vida y sostendrá la acción de la Iglesia.
En ese contexto de convivencia, los discípulos le preguntan a Jesús: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?” Los apóstoles aún no han entendido completamente cuál es la misión de Jesús. Se imaginan que el Cristo resucitado, finalmente, organice un reino terrenal. Cristo es el título oficial del rey davídico y por lo tanto si Jesús es el Mesías, significa que él es el rey legítimo, el heredero al trono; y el heredero al trono debe organizar el reino.
Los discípulos esperan esta nueva organización terrenal en cualquier momento; la respuesta que el mismo Jesús da y que Lucas pone al comienzo de su libro, es programática: “No les toca a ustedes saber los tiempos y circunstancias que el Padre ha fijado con su propia autoridad”. Los tiempos y circunstancias son una expresión técnica, se refiere al ‘kairos’ y al ‘kronos’: las dos formas de indicar el tiempo: la medida general de todo el paso de los años, de los días, de los meses y la ocasión oportuna adecuada para hacer algo, ‘no depende de ustedes’.
Jesús elimina cualquier perspectiva de razonamiento y cálculo de tiempos; y Lucas lo resalta bien. Probablemente en su época, cuando compuso este texto muchos años después, unos 50 años después de la Pascua de Jesús, existía una acalorada discusión sobre los tiempos y momentos de la gloriosa venida de Cristo. No es tarea de la Iglesia razonar acerca de cuándo vendrá. Su tarea es ser testigos y ‘no lo harás con tus propias fuerzas’, promete Jesús. ‘Tendrán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y el Espíritu les hará capaces de dar testimonio en Jerusalén en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra’.
Esta expresión geográfica da el esquema narrativo de los Hechos. La primera parte se ambientará en Jerusalén; la segunda parte marcará la salida de la ciudad santa con la apertura a la región de Judea y Samaria para luego dar espacio, en la tercera parte del relato, a la gran misión de Pablo que atravesando muchas regiones llegará a Roma, entendida como los confines de la tierra.
Con brevedad y gran sobriedad narra la ascensión de Jesús al cielo; viene llevado por una nube y desaparece en vista de los discípulos que permanecen con los ojos mirando hacia arriba; y como en la mañana de Pascua, dos hombres con túnicas blancas habían dado el anuncio de la resurrección a las mujeres que habían ido a visitar la tumba, así en este día de la ascensión, 40 días después de la Pascua, dos hombres con túnicas blancas, sacuden a los apóstoles diciendo: “Hombres de Galilea, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús, que les ha sido quitado y elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”. Nuevamente notamos un punto de corrección contra esas especulaciones sobre la futura venida de Cristo: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo?”. Es como decir: ‘no se queden con los brazos cruzados’, no se pierdan en estas cavilaciones abstractas; ‘vendrá un día… no depende de ustedes saber cuándo será… ustedes estén ocupados en lo que se les ha encomendado’.
Regresaron a Jerusalén porque Jesús los había llevado fuera, al monte de los olivos, una montaña frente a la ciudad de Jerusalén, más allá del valle del cedrón. Regresan a la ciudad y se hospedan en esa casa donde habían encontrado hospitalidad para la última cena y para los días siguientes. Es lo que solemos llamar ‘el cenáculo’. En esa casa que probablemente perteneció a la familia del evangelista Marcos, la comunidad cristiana se aloja, esa casa particular se convierte en el hogar de la Iglesia; y en ese contexto familiar doméstico se reúne la comunidad.
Permanecen asiduos en la oración, juntos. Se enumeran los 11, junto con María, la madre de Jesús y con sus parientes. Es una comunidad de alrededor de 120 personas. El grupo no es solo de los 12, sino que incluye un centenar de personas. Son los galileos vinculados a Jesús y algunos habitantes de Jerusalén que lo reconocieron como el Mesías.
En estos días que preceden a la venida del Espíritu se trata de repensar el papel de los doce, y Pedro toma la palabra con el primer discurso que Lucas pone en sus labios; es un discurso en el que se reelabora el luto por la pérdida de Judas; es una herida reciente: ‘Uno de nosotros, uno de los nuestros fue responsable de la muerte de Jesús; tuvo un mal final y se alejó. Jesús nos había constituido como 12, para ser los nuevos patriarcas del nuevo Israel y por lo tanto ese número 12 debe ser reincorporado’.
Pedro guía a la comunidad a repensar la tragedia que han vivido; ha habido un traidor, hubo un desgarro, hay algo que reconstruir, es necesario retomar el discurso y elegir un nuevo apóstol. Propone criterios: debe ser alguien que haya vivido con Jesús durante todo el tiempo de su ministerio público, desde el bautismo hasta su muerte, y debe haber presenciado su resurrección. Solo dos personas corresponden a estos criterios. Hubieran podido integrar a los dos… los dos podían seguir danto testimonio, pero solo uno debe ingresar en el número de doce, precisamente para constituir ese número particularmente significativo.
Los dos son: José llamado ‘Barsabás’, apodado Justo y Matías. Los eligen en base a un criterio inteligente propuesto por los apóstoles; pero luego la alternativa entre José y Matías se deja a la suerte, se echan suertes y sale el nombre de Matías. Es interesante notar como los apóstoles antes del don del Espíritu no se sienten capaces de elegir y decidir, y de alguna manera la elección del duodécimo apóstol se deja a la intervención divina a través de la suerte. Y Judas se une a los que odiaron a Jesús y perdieron su lugar, pero Matías vendrá en su lugar unido con el colegio de los 12.
En este momento de repensar la historia y de espera del poderoso evento prometido por Jesús, termina el primer capítulo preparando la gran historia del primer Pentecostés cristiano, que es el acontecimiento que marca la apertura de las puertas y la salida de la Iglesia, el comienzo de la gran obra del testimonio apostólico.