Los Hechos de los Apóstoles
2. El primer Pentecostés Cristiano
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
2. El primer Pentecostés Cristiano
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos”. El capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles que comenzamos a leer juntos, presenta el relato solemne del primer Pentecostés cristiano. Lo digo así porque Pentecostés era una fiesta judía y ya se había celebrado muchas veces en los años y en los siglos anteriores; pero en esa ocasión, el Pentecostés después de la Pascua de la muerte y resurrección de Jesús, sucedió algo extraordinario que marcó el inicio de la misión eclesial. El día de Pentecostés es el quincuagésimo.
Pentecostés es un término griego usado por los judíos helenistas, que hablaban el idioma griego. Es el día 50 desde la Pascua. Se cuentan 7 semanas después de Pascua, por lo que 7 x 7 = 49 y el día de cierre de las siete semanas, símbolo de perfección, es el quincuagésimo día. Es la fiesta que en hebreo se llamaba ‘de los juramentos’ o ‘de la cosecha’. Es la fiesta de la cosecha, es la fiesta de la Alianza, es el recuerdo de la estipulación del pacto entre Dios y el pueblo de Israel en el Sinaí, después de la salida de Egipto. Pentecostés era la fiesta de la Alianza y para los judíos de hoy sigue siendo el recuerdo del don de la ley; una fiesta tranquila que debe ser vivida en el recuerdo y en el estudio de la ley. Los rabinos decían: ‘¿Qué mejor manera tenemos de celebrar la ley que estudiándola? Por tanto, pasemos el día de Pentecostés estudiando la ley’.
El día de pentecostés, 50 días después de Pascua, 10 días después de la ascensión al cielo de Jesús, toda la comunidad estaba reunida, estaban juntos. Ese ἐπὶ τὸ αὐτό· = epí to autó, como dice el griego, significa no solo que estaban en el mismo lugar, sino que también tiene un valor metafórico de unión, de cohesión; se unieron en el mismo propósito, se orientaban hacia el mismo fin; y en ese momento de encuentro eclesial ocurre un fenómeno teofánico. Lucas utiliza un lenguaje simbólico, propio de las teofanías, es decir, aquellos hechos en los que Dios se manifiesta; y los fenómenos mencionados son los que caracterizan la aparición de Dios en el Sinaí.
“De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban. Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos”. Notemos que dos veces el narrador dice ‘como’ – no hay viento, no hay fuego, pero hay un ruido como de viento, y aparecieron lenguas como de fuego. Por tanto, es una referencia simbólica al viento impetuoso y al fuego que viene del cielo, un relámpago… un trueno… un viento fuerte.
Es un fenómeno de conmoción de la tierra, pero se describe en clave doméstica. Es como un ruido repentino que abre las ventanas y hace entrar una violenta ráfaga de viento; y aparecen especies de llamas que se posan sobre la cabeza de cada uno de los presentes. Es un descenso simbólico que debe explicarse. Todos estaban llenos de Espíritu Santo. El Espíritu de Dios, que se llama ‘santo’ porque pertenece a Dios que es el único santo, es el Espíritu, es decir, la vida, es la fuerza creativa de Dios, es amor divino y se manifiesta con esta irrupción.
El Espíritu toma la forma de una lengua de fuego. El término ‘lengua’, en este caso tiene, un sentido metafórico. Nosotros también podemos hablar de una ‘lengua de tierra’ sobre algún promontorio o llamamos la ‘lengua de los zapatos’ o de las latas… El término ‘lengua’ se usa en otro sentido, pero aquí se elige precisamente porque está ligado a la palabra. La lengua no es simplemente el órgano en la boca, sino también es el idioma como en nuestro idioma; o griego o hebreo para los discípulos de la primera comunidad. La lengua (el idioma) es la forma en que nos comunicamos y hablamos.
Lengua de fuego es, por tanto, una imagen para indicar una capacidad divina que se le da a los apóstoles, a toda la comunidad eclesial reunida. Es el fuego divino; el fuego es un símbolo importante; es el símbolo del tiempo que pasa; es la imagen que calienta, que ilumina, que consume, transforma y destruye. El fuego tiene un valor positivo: es luz, es calor, da la posibilidad de cocinar la comida, pero también un valor negativo, destructivo; el fuego arde, el fuego duele; si pones la mano dentro del fuego se quema, deja un signo negativo. Recuerden la vocación de Moisés, estaba ligada precisamente a este símbolo. Moisés es atraído por un arbusto que arde y no se consume. Dios habla a Moisés a través de un fuego especial, que tiene características positivas y no negativas.
Así, la lengua de fuego que aparece y se posa en cada uno de ellos es el signo de un don de la gracia que se les hace para permitirles hablar con el fuego de Dios; es el Espíritu Santo comparado con el fuego, es decir, la luz, la energía, el calor, la pasión; el amor a menudo está relacionado con el fuego, al color rojo, a la llama. Es difícil imaginar un amor frío; el calor está íntimamente ligado al fuego; es una característica típica del amor y el Espíritu de Dios se manifiesta como calor divino, como luz, como energía que hace que los apóstoles sean capaces de hablar a toda la humanidad.
Este es el efecto inmediato que sorprende a los apóstoles y a sus oyentes; hablan en otros idiomas ya que el Espíritu les da el poder de expresarse. No es que aprendan automáticamente idiomas como el inglés, el alemán, el francés, aprenden el idioma humano con el que pueden comunicarse con todo tipo de persona; son capaces de transmitir ese mensaje esencial de Jesús llegando al corazón de cada uno. Y esta escena del primer Pentecostés cristiano es, para Lucas, una figura simbólica de la apertura universal.
Los apóstoles estaban adentro; después de la poderosa manifestación del Espíritu salen, abren las puertas, tenían miedo de los judíos y por eso estaban en casa encerrados por temor a perderlo todo. No ha cambiado nada, el problema externo permanece, solo que los apóstoles ahora tienen el valor de afrontar las dificultades. Salen y empiezan a hablar. Los primeros oyentes son todos judíos, pero, como sucede aún hoy, en Jerusalén vivían judíos de todas partes del mundo porque durante siglos los judíos estuvieron en la diáspora, es decir, dispersos en varias regiones y frecuentemente pasaba que judíos nacidos en Mesopotamia o en Galia o en Cirene decidieran mudarse y comprar una casa en Jerusalén; o ir en peregrinación a Jerusalén.
Por tanto, al ser una fiesta de peregrinación, había judíos observantes en Jerusalén que venían de muchas regiones diferentes. Los judíos de Roma hablan italiano o romanesco. Los judíos rusos hablan ruso, los judíos estadounidenses hablan inglés; si están en Jerusalén todos son judíos, pero de diferentes idiomas. Por tanto, la apertura inicial no es para todos los pueblos, para todas las culturas, para las diferentes religiones, sino que esta apertura se simboliza a través de los idiomas; los oyentes son todos judíos, pero vienen de muchas naciones diferentes.
Con un interesante artificio narrativo Lucas hace que la propia multitud cuente de dónde provienen. Mediante una especie de catálogo geográfico que repasa los diversos pueblos donde los judíos se habían asentado. Parte desde Oriente: “Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia (actual Turquía) y Capadocia, Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y los distritos de Libia junto a Cirene, romanos residentes, judíos y prosélitos, cretenses y árabes”. Lo raro es que todos los escuchan hablar en su propio idioma y escuchan las grandes obras de Dios.
El milagro de Pentecostés diríamos que no sucedió en boca de los apóstoles sino en los oídos de los oyentes. Los apóstoles de Jesús tuvieron la valentía de salir fuera y anunciar las grandes obras de Dios. Es la síntesis de la predicación apostólica; las grandes obras realizadas por Dios en la intervención histórica de Jesús. El Espíritu los capacitó para ser testigos valientes, capaces de anunciar. La gente se presentó alrededor de la casa donde estaba reunida la comunidad apostólica porque escucharon esos fenómenos extraños, una ráfaga de viento, una especie de trueno que parece una explosión. Son espectadores que acuden a ellos y Pedro les ofrece una explicación.
Presenta el mensaje programático; después del evento extraordinario del descenso del Espíritu, Lucas menciona el primer discurso kerigmático de san Pedro. Kerigma, en griego, significa ‘contenido de la predicación’, del anuncio; no la acción de anunciar sino lo que es anunciado. Llamamos kerigmático a un discurso que presenta el contenido esencial de la predicación. Lucas ciertamente no tenía la grabación de este discurso. Pedro no escribió el texto; cuando Lucas escribe cincuenta años después de este discurso lo reconstruye idealmente y nos ofrece un ejemplo admirable de síntesis kerigmática, es decir, propone lo esencial predicado por los apóstoles desde el principio, desde la primera ocasión en que salieron y comenzaron a presentar el evangelio de Cristo.
La gente se asombra al escuchar este discurso y se asombra precisamente porque perciben en su propio idioma, es decir, sienten aplicada a cada uno esa palabra; se sienten tocados hasta la médula. Se dice que son las nueve de la mañana; la hora se especifica precisamente porque algún malicioso fue diciendo que estaban todos borrachos y alguien más reaccionó diciendo ‘son solo las 9 de la mañana’. No es posible que ya estén borrachos a esta hora. Es una ‘sobria ebrietas’, como la llamará san Ambrosio, es decir, una ‘borrachera sobria’ producida por el Espíritu que invadió a los apóstoles y les ha permitido anunciar las grandes obras de Dios.
Por tanto, el discurso kerigmático comienza con una motivación: ‘Hombres de Judea que están en Jerusalén, han escuchado estos fenómenos y se preguntan qué está pasando; no están borrachos, lo que ha pasado es lo que dijo el profeta Joel…'. Es un texto largo profético en el que se anuncia la efusión del Espíritu Santo. “En los últimos tiempos había dicho el Señor (a través del profeta Joel) derramaré mi espíritu sobre todos: sus hijos e hijas profetizarán, sus jóvenes verán visiones y sus ancianos soñarán sueños”.
Pedro, junto con los otros 11, dice: 'Ahora se realiza lo que había dicho el antiguo profeta. Los apóstoles comienzan a interpretar las Escrituras; todavía no existe el Nuevo Testamento. La experiencia de Jesús la han hecho ellos, personalmente, y la están comunicando, y la explican a la luz de las antiguas escrituras proféticas de Israel. Lo que han intuido es el don del Espíritu, como había dicho el profeta Joel, ‘ahora el Espíritu ha sido derramado y nosotros que lo hemos recibido tenemos la oportunidad de comunicarles el mensaje de Dios, de explicarles el significado de su obra’.
Segunda parte del discurso: “Israelitas, escuchen mis palabras”. Es una síntesis de la historia del evangelio, un evangelio en miniatura con pocos rasgos el apóstol habla de Jesús de Nazaret, “un hombre acreditado por Dios ante ustedes con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien saben. A éste hombre, entregado conforme a los planes y propósitos que Dios tenía hechos de antemano, ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley. Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte, lo resucitó, porque la muerte no podía retenerlo”. Les contó la vida pública de Jesús, sus obras prodigiosas, el trágico momento de la muerte y el final glorioso de la resurrección.
“Ustedes lo crucificaron” – el discurso se hace a los judíos que viven en Jerusalén 50 días después de los eventos de la muerte de Jesús y por lo tanto puede decirles que son irresponsables, hicieron que los romanos lo condenaran, pero la iniciativa fue de ellos; pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Y la tercera parte del discurso es una explicación, a través de citas bíblicas. Jesús es el del que habla el salmo 15: “No me dejarás en la muerte ni permitirás que tu devoto conozca la corrupción.”
No se trata de David, se trata de Jesús. ‘David murió y fue enterrado y su tumba todavía está aquí’, justo al lado del cenáculo, pero él era un profeta y, por lo tanto, David previó la resurrección de Cristo y habló de ella; y en ese salmo alude al Mesías, al hijo de David, heredero legítimo al trono, que no verá corrupción y Jesús no ha visto la corrupción. Lo mataron, fue puesto en el sepulcro, pero no se corrompió. ‘Al tercer día Dios lo resucitó y se apareció a nosotros y nos eligió como sus testigos y estamos aquí para testificarles que Jesús está vivo y es el Mesías y es quien puede salvar sus vidas’.
Este es el gran final: “Sepan, entonces, con certeza, toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a ese Jesús que ustedes crucificaron”. Dos títulos importantes: el hombre Jesús fue constituido Señor y Cristo. Cristo alude a la cualidad mesiánica del rey, pero Señor lo califica como semejante a Dios porque ‘Señor’ es el nombre propio de Dios. Ese Jesús a quien crucificaron es el Señor y es el Cristo.
Los oyentes frente a este mensaje se sienten interpelados. Para algunos será un discurso de un loco o un borracho, mientras que otros lo toman en serio y preguntan ¿qué debemos hacer? Y comienza la práctica de formación, de iniciación cristiana. Ese día bautizan a tres mil personas. La multitud acepta el discurso de Pedro y reconoce a Jesús como Señor y Cristo.