Los Hechos de los Apóstoles
3. La curación del paralítico
Videos por el Fr Claudio Doglio
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3. La curación del paralítico
El día de Pentecostés el Espíritu irrumpe en la casa donde se encontraban los apóstoles, y la comunidad cristiana abre las puertas y la iglesia sale iniciando la misión de anuncio. Pedro pronunció el primer discurso solemne que Lucas reelabora y propone en el capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles. Los que escucharon el discurso de Pedro se sintieron traspasados en el corazón. Esas palabras eran como una espada, como un arma que les tocó el corazón.
Pedro comenzó con el gran kerigma apostólico; anunció que Jesús es el cumplimiento de la palabra profética, que es el mensajero de Dios injustamente condenado a muerte, resucitado por Dios y es el dador del Espíritu. Les dio a los apóstoles la tarea de ser sus testigos y ahora los que fueron responsables de matar a ese justo, deben tomar en cuenta el error judicial. Si Dios intervino resucitando a ese hombre, demostró que era inocente y, por lo tanto, su sentencia fue un rotundo error judicial. ¿Cómo remediarlo? Ahora no se puede deshacer que lo que se ha hecho.
Preguntan, ¿qué debemos hacer hermanos? ¿Cómo reparar ese daño? Y la propuesta de Pedro es simple: ‘arrepiéntanse’ = ‘Μετανοήσατε,‘ – metanoésate es el verbo con el que Jesús comenzó a predicar. En griego significa cambiar mentalidad. El arrepentimiento es el reconocimiento de un error cometido y, por lo tanto, el cambio de perspectiva para creer de diferente manera a como creía antes cuando se cometió ese pecado y porque creyendo que era bueno; ahora me doy cuenta de que me he equivocado y cambio de mentalidad. Y para marcar este cambio de mentalidad con respecto a Jesús, Pedro propone que cada uno de los presentes sea bautizado en el nombre de Jesucristo para la remisión de sus pecados; después recibirán el don del Espíritu Santo.
Lo que los apóstoles han recibido ahora lo comunican, transmiten ese don de gracia a otros, pero el don pasa a través de un signo sacramental que es el bautismo, que es una inmersión. Urbanísticamente, este episodio se ambienta dentro de Jerusalén en la zona donde estaba (y aún está) el cenáculo, es decir, esa habitación del edificio que albergó a Jesús. Los discípulos todavía estaban invitados en esa casa, salen y en la calle, en una plaza cercana pronuncian el discurso. Para poder bautizar a tres mil personas, como dice el texto, se necesita agua. En esa zona habitada por familias de esenios había piletas, lavatorios destinados específicamente a las abluciones típicas de este grupo de judíos y probablemente en el barrio de los esenios tienen lugar estas primeras celebraciones bautismales.
Los apóstoles sumergen a tres mil personas… es una cifra notable… probablemente Lucas también la exageró o hizo simbólico este momento inicial; un gran número de personas en esa ocasión se adhirieron a Jesús y cuando uno desde afuera se adhiere al anuncio de los apóstoles, para ingresar a la comunidad pasa por el rito, a través del sacramento de inmersión en el nombre de Jesús, es decir, están unidos sacramentalmente a la persona del mismo Jesús y este rito obtiene la remisión de pecados y el don del Espíritu Santo.
Dos efectos: por un lado, el negativo de la remisión, se elimina el pecado y, por otro lado, está el aspecto positivo, se les concede el Espíritu. Se elimina la mentalidad negativa y se vierte el amor de Dios en el corazón de la gente disponible. En este punto, al final del capítulo 2, en los versículos 42 al 48, Lucas inserta el primer resumen. Hay algunos resúmenes en esta primera parte de los Hechos de los Apóstoles, son imágenes ideales con las que el narrador describe lo que era típico, común, habitual en la vida de la primitiva comunidad cristiana.
“Se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”. Cuatro elementos de asiduidad. El primero es la ‘didaké’ que es la enseñanza de los apóstoles; la comunidad se reúne en torno al grupo de apóstoles, testigos oculares, fieles garantes de esa experiencia fundacional que fue obra de Jesús. La segunda asiduidad concierne la ‘koinonía’, es decir, la unión fraterna, la comunión de bienes. El hecho de llevarse bien y poner todo en común.
Luego viene la ‘clasis tuartu’, que es el nombre más antiguo que tenemos de la Misa, de la Eucaristía, la ‘fractio panis’, el rito central, de hecho, requería que el pan sin levadura se partiera, que fuera un solo pan grande que se cortaba en pedazos y fuera distribuido a los comensales. Lo que Jesús había hecho en la Última Cena, como un evento extraordinario, pascual, se convierte en habitual. Todos los domingos, todos los días, partir el pan significa celebrar la Misa, vivir la experiencia de comer con el Señor Resucitado, escuchar su palabra a través de la enseñanza de los apóstoles, poner en común los bienes, partir el pan y orar. Es una especie de Misa en una formulación sintética de estos cuatro elementos. Es una celebración eucarística que se convierte en el motivo explicativo de toda la vida de esta comunidad cristiana.
“Por los prodigios y señales que hacían los apóstoles, un sentido de reverencia se apoderó de todos.” Este grupo era mirado con asombro, con respeto porque los apóstoles realizaban obras extraordinarias. “Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común. Vendían bienes y posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno. A diario acudían fielmente e íntimamente unidos al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba”.
Después de la propuesta concisa de los cuatro elementos iniciales, Lucas amplió el diseño, describió una vida comunitaria que abarca décadas; no son los primeros días, sino los primeros diez, veinte, treinta años de la experiencia comunitaria en Jerusalén. Lucas no tiene información detallada, precisa, sobre muchos hechos y, por tanto, resume con estas palabras el cuadro ideal de una iglesia que vive las consecuencias prácticas de esa palabra escuchada.
Mientras tanto, “el Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando”. Es una comunidad en crecimiento; es el Señor que trabaja y agrega nuevas personas.
En el capítulo 3, Lucas relata un episodio emblemático que le llama la atención; es el milagro realizado por Pedro que sana a un lisiado. Lucas dijo en el resumen que ‘milagros y señales ocurrieron a través de la obra de los apóstoles’, ahora cuenta uno en el que pone particulares intenciones simbólicas.
Es un gesto muy parecido al realizado por Jesús; se cuenta en el evangelio de curaciones de paralíticos y Lucas elige contar, como primer episodio milagroso, precisamente la curación de un paralítico, es decir, un hombre que no puede caminar con sus propias piernas y es habilitado por obra del apóstol para recobrar su humanidad. “Pedro y Juan subían al templo para la oración de media tarde”. Ya había dicho antes que habitualmente solían ir al templo, por tanto, no han roto con la tradición judía; los apóstoles de Cristo siguen asistiendo al templo y van para momentos de oración, por ejemplo, la hora ‘novena’, que para nosotros son las tres por la tarde. Es un momento típico de reunión para la oración. Pedro y Juan suben al templo porque el templo está en la colina más alta de Jerusalén así que desde cualquier parte de la ciudad que uno se mueva se sube al templo.
“Un hombre paralítico de nacimiento solía ser transportado diariamente y colocado a la puerta del templo llamada la Hermosa”. Es la puerta principal que daba a la explanada, daba acceso al atrio de las mujeres. “Un hombre, conocido por todos, paralítico de nacimiento”. Por tanto, no es simplemente un accidente que le impide caminar, sino una enfermedad congénita y, por lo tanto, un detalle significativo, es un hombre que nunca ha caminado, que nunca ha podido caminar y es un hombre que generalmente era llevado allí, a una de las puertas principales del templo, para pedir limosna. Por tanto, no son solo los habitantes de Jerusalén sino los peregrinos los que estaban acostumbrados a encontrarse con ese personaje.
“Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna”. Es lo que hacía con todos; así también les pide un poco de limosna a estos dos. “Pedro, acompañado de Juan, lo miró fijamente y le dijo: Míranos”. Se detiene, llama la atención, se encuentran con la mirada, de hombre a hombre, se miran a los ojos. El lisiado simplemente espera recibir una limosna, tal vez un poco más consistente ya que alguien le llamó su atención. “Pero Pedro le dijo: No tengo plata ni oro pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y camina”. Es una frase emblemática; Pedro no tiene un tesoro, no tiene dinero, oro o plata y no tiene aportes para hacer en dinero, pero tiene a algo más, tiene el poder de Cristo. No es él quien realiza el milagro, ‘en nombre de Jesucristo nazareno: camina’. Jesús decía: ‘Yo te digo, levántate y camina’ – ‘Joven, levántate - yo te lo digo’. Pedro NO. Pedro no tiene la autoridad para mandar. Pedro es un mediador, representa a Jesús; en el nombre de Jesús le da a ese hombre la posibilidad de caminar.
Es un gesto milagroso, es una intervención terapéutica; ese hombre, nacido lisiado era incurable para la medicina de la época y Pedro obtiene en un instante que ese hombre adquiera habilidades humanas normales. “Lo que tengo te lo doy” – es la imagen sintética de la predicación apostólica. Pedro tiene a Jesucristo, tiene la fuerza del Espíritu y lo que recibió lo comunica. Y se que comunica a través de los sacramentos del bautismo, de la eucaristía. Es un poder terapéutico que cura, hace que el hombre sea capaz de caminar con sus propias piernas. “Y tomándolo de la mano derecha lo levantó”.
Es una mediación simbólica: Pedro le da la mano a ese hombre, lo toma de la mano y lo levanta. Hay un contacto físico entre Pedro y el lisiado, hay una transmisión de ese poder divino que obra en los discípulos de Jesús. “De inmediato se le robustecieron los pies y los tobillos, se levantó de un salto, comenzó a caminar y entró con ellos en el templo, paseando, saltando y alabando a Dios”. imaginen la alegría de este hombre que nunca ha caminado en su vida; la alegría de poder poner los pies en el suelo y sentir que sus piernas lo sostienen; no solo camina, sino que comienza a saltar como un cervatillo y con la boca alaba a Dios, no a Pedro. Reconoce que es Dios quien realizó ese portento a través de Pedro.
“Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios; y, al reconocer que era el que pedía limosna sentado a la puerta Hermosa del templo, se llenaron de asombro y estupor ante lo sucedido”. Con destreza, Lucas introduce un motivo para proponer otro discurso. El gesto milagroso realizado por Pedro causa estupor y asombro y la gente se pregunta ¿qué paso? ¿cómo es posible si siempre lo hemos visto paralizado? Y no puede ser un truco porque lo habían visto durante años. ¿Qué le pasó a este hombre? Frente a la pregunta del asombro, Pedro ofrece la respuesta, cumple una acción y luego propone una palabra.
Notemos que el narrador siempre pone a Juan junto a Pedro, si bien es una presencia silenciosa. Pedro hace todo, pero siempre se lo recuerda junto a Juan. ‘Pedro y Juan subieron al templo’ – ‘Míranos’. El lisiado que ahora camina normalmente está con Pedro y Juan y ellos pronuncian este discurso que es un segundo discurso kerigmático, es decir, que presenta el contenido de la predicación esencial de los apóstoles. Como el que se hizo el día de Pentecostés, así en este caso, se sintetiza el mensaje central: se presenta a Jesús, enviado por Dios, Cristo y Señor, resucitado de entre los muertos, capaz de darle al hombre la capacidad de caminar con sus propias piernas. Adherirse a Jesús da esta posibilidad, la capacidad del hombre de caminar bien.
“Mientras hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, irritados porque instruían al pueblo anunciando la resurrección de la muerte por medio de Jesús”. Son los saduceos, son los sumos sacerdotes que no creían en la resurrección de los muertos y, por lo tanto, no aceptaban en absoluto que fuera cierto que Jesús había resucitado, aún más, estaban molestos porque anunciaban la resurrección de los muertos aplicándola a Jesús.
“Los detuvieron y, como ya era tarde, los metieron en prisión hasta el día siguiente”. Ya era de noche; fueron a orar a las tres de la tarde, luego tuvo lugar esa acción tan importante. Fueron a orar, sanaron al lisiado y hubo un alboroto en el templo por lo cual Pedro comenzó a hablar y a la noche llegan los jefes del templo, prenden a los apóstoles y los llevan a prisión. “Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes, los ancianos y los letrados”, los peces gordos del Sanedrín reunidos en Jerusalén los que pertenecían a familias de sumos sacerdotes … menciona a algunos: “Anás el sumo sacerdote y Caifás, Juan y Alejandro”.
A los dos primeros los conocemos por el evangelio. Son los dos responsables de la sentencia de muerte de Jesús, y los demás son miembros de ilustres familias sacerdotales. “Hicieron comparecer a los apóstoles y los interrogaban: ¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho eso?”. El episodio del lisiado continúa a producir efectos y Pedro da un tercer discurso kerigmático, que Lucas reelabora naturalmente: Pedro explica a las autoridades del Sanedrín el significado de lo acontecido.
Esta vez Pedro tiene la valentía inaudita de decirle a aquel Caifás, en persona, que es responsable. Unos días antes había tenido miedo de la sirvienta del sumo sacerdote y había jurado y perjurado no conocer a Jesús, temía comprometerse. Ahora tiene la valentía de un león: arrestado, frente a todas las máximas autoridades del sanedrín, con una gran ‘parresía’ que es franqueza, libertad de expresión, dice: 'Ustedes son los responsables; actuaron por ignorancia lo sé, pero las cosas fueron así, al que ustedes mataron Dios lo resucitó, y no hay otro nombre a través del cual se pueda ser salvado. Ese hombre que vieron caminar, fue sanado por Jesús; es su poder el que sana y es el único camino posible para salvarse’.
Los líderes del sanedrín no saben qué hacer y devuelven a los apóstoles a la cárcel. Tratan, al menos, de aplacarlos, de esconderlos, de hacerlos callar. No tienen argumentos en contra, pero quieren acabar con esta predicación que consideran negativa y peligrosa.