Los Hechos de los Apóstoles
6. Se amplía la tarea evangelizadora
Videos por el Fr Claudio Doglio
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6. Se amplía la tarea evangelizadora
Saúl fue uno de los que aprobó el asesinato de Esteban. Vimos en el capítulo 7 de los Hechos de los Apóstoles la dramática historia del asesinato de Esteban, uno de los 7; uno de los líderes del grupo helenista, judíos cristianos de habla griega. Esteban era un hombre con autoridad dentro de la sinagoga y por esta razón lo observaron, fue condenado y asesinado.
Una cosa extraña es que el sinedrio decidió una sentencia de muerte y la haya ejecutado inmediatamente. Si recordamos la historia del evangelio donde sólo unos años antes de la historia de Esteban, el mismo sinedrio, el mismo sumo sacerdote Caifás, después de decidir condenar a muerte a Jesús, deben llevarlo a Pilato; y cuando Pilato dice que lo juzguen, responden: “No nos es lícito dar muerte a nadie”. Ellos necesitan que el procurador romano respalde la sentencia y de hecho Jesús es condenado por la autoridad romana y el tormento al que Jesús es condenado es el típico romano, la crucifixión. En cambio, Esteban es apedreado, es decir es asesinado a pedradas según la ley judía. O fue un golpe de la multitud y podríamos hablar de un linchamiento avalado por el sinedrio o –y esta es la posición de algunos historiadores– podemos encontrar en este particular el argumento para datar la fecha de la matanza de Esteban.
De hecho, en el verano del año 36, Poncio Pilato fiscal de Judea, fue llamado de vuelta a Roma porque fue acusado de mal gobierno; no fue removido de su cargo, pero recibió, como diríamos hoy, un aviso de juicio y tuvo que ir a la corte para defenderse. No confiando en sus colegas romanos dejó la tarea de administrar todo en Jerusalén al mismo sinedrio, pensando en regresar pronto. En vez, la corte romana condenó a Pilato y fue enviado al exilio y desapareció de la historia.
A finales del otoño de ese mismo 36 llegó un nuevo gobernador de Judea en la persona de Marcelo quien, como primera acción, depuso a Caifás del rol de sumo sacerdote y lo reemplazó por otro de sus parientes. Por lo tanto, en ese corto periodo del año 36, el sinedrio tenía plenos poderes. Caifás era la máxima autoridad en Jerusalén, no dependía de un gobernador romano y por eso se aprovecharon de esa oportunidad para atacar a la comunidad cristiana. En los años anteriores, cuando todavía estaba Pilato, el sinedrio se contentaba con arrestar a los apóstoles, golpearlos, amenazarlos, tratando de hacerlos parar con argumentos de este tipo.
Cuando Pilato está ausente y el sinedrio tiene poder absoluto trataron de eliminar a los personajes más peligrosos. Y es interesante pensar que no eliminaron a Pedro y Juan porque no los consideraban peligrosos. Eliminaron a Esteban porque lo consideraban un hombre preparado intelectualmente, un hombre a cargo de la sinagoga, un hombre que podía dar gran crédito a la predicación de los discípulos de Jesús. Se enfurecieron contra ellos, echan fuera a muchos otros, pero la víctima principal es Esteban.
En el capítulo 8, los Hechos narran precisamente este momento doloroso de la persecución. “Aquel día (la ocasión misma de la matanza de Esteban) se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén, de modo que todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por el territorio de Judea y Samaría”. Los apóstoles se quedan; los otros son enviados lejos, pero los apóstoles no son simplemente los Doce, es probablemente el grupo cristiano de habla hebrea que se encuentra junto con los Doce. Mientras que todos los demás son enviados lejos, es decir, los helenistas, los que fueron dirigidos por los Siete. Se piensa que para los de habla griega, los helenistas que se convirtieron en cristianos sea peligroso quedarse en Jerusalén. Lo matan a Esteban y los otros (Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás) son enviados lejos. Los apóstoles NO. Los Doce permanecen en Jerusalén.
“Hombres piadosos sepultaron a Esteban y le ofrecieron un solemne funeral. Saulo, por su parte, perseguía a la Iglesia, se metía en las casas, tomaba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel”. Es evidente que esto no es un hecho ocasional, como el linchamiento hecho por la gente, sino que es una auténtica organización policial; y Saúl es uno de los responsables. Entra en las casas y arresta a los helenistas que se convirtieron en cristianos. Es una persecución para eliminar de una manera fuerte a los que creían que Jesús fuera el Cristo.
Esta situación de diáspora, de dispersión, es una auténtica siembra. Claramente, los que fueron enviados fuera de Jerusalén sintieron el hecho como una desgracia, un momento doloroso de su existencia porque perdieron su casa, su trabajo, su presencia habitual en Jerusalén y tuvieron que empezar de nuevo en otro lugar. Pero, repensando el hecho años más tarde, se dieron cuenta de que esa persecución fue providencial.
Fue la ocasión en la que el Señor dispersó a los predicadores del evangelio fuera de Jerusalén. Se hace mención a las dos regiones vecinas: Judea y Samaría. Si recuerdan, al principio de los Hechos, en el capítulo 1, en el versículo 8, el narrador puso en la boca de Jesús un programa: “Serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra”. La primera parte, en Jerusalén, ya ha tenido lugar, ahora comienza la segunda parte, la predicación apostólica sale de la ciudad santa y comienza a llegar a otros lugares, a otras personas que viven en Judea y en Samaría.
Precisamente en Samaría, tiene lugar la predicación de Felipe, el segundo en la lista de los siete líderes de la comunidad helenística. El capítulo 8 está dedicado a la misión de este hombre que no se ocupa de la distribución de caridad en Jerusalén, sino que se convierte en un misionero en el extranjero; es un proclamador del evangelio fuera de Jerusalén. Su tarea, por lo tanto, era precisamente la del predicador. Más tarde en la historia de los Hechos al mismo personaje se le llama ‘evangelista’.
Es interesante observar que el único personaje que lleva el título de ‘ewanguelistés’ en el Nuevo Testamento es este Felipe, uno de los Siete, evangelizador de Samaría. “Felipe bajó a una ciudad de Samaría y allí proclamaba al Mesías. La multitud escuchaba con atención e íntimamente unida lo que Felipe decía, porque oían y veían las señales que realizaba. Espíritus inmundos salían de los poseídos dando grandes voces; muchos paralíticos y lisiados se sanaban, y la ciudad rebosaba de alegría”.
La predicación de Felipe está acompañada de gestos prodigiosos. Los había hecho Jesús, los hacían los apóstoles y ahora los realiza este discípulo de los apóstoles. Felipe no es uno de los apóstoles. Existe el apóstol Felipe, pero es otra persona. Éste es un discípulo de la segunda generación; no es alguien que ha conocido a Jesús directamente, no es alguien que ha sido discípulo de Jesús durante su vida terrenal; es alguien que aprendió a conocer a Jesús por medio del testimonio de los apóstoles; y se ha convertido a su vez en un predicador, no sólo con palabras sino también con hechos. Y los hechos realizados por Felipe no son simplemente la distribución de alimentos o ropa, sino la liberación de la gente del espíritu inmundo, de la parálisis, de las enfermedades.
Estos gestos prodigiosos al principio de la predicación evangélica son regalos de la gracia que sirvieron precisamente para convencer a la gente y mostrar con hechos fuertes que la palabra de Jesús sana; sana a la humanidad, hace que la persona sea capaz de vivir de una manera nueva. En esa ciudad de Samaría había gran alegría; allí la llegada de Felipe produce un gozo colectivo; el anuncio del evangelio cambia la vida de esas personas. Se narra luego un episodio particular donde se encuentra a un personaje extraño, se lo llama Simón, dedicado a la magia. Lo conocemos como Simón mago quien “tenía impresionada a la gente de Samaría y se hacía pasar por un gran personaje. Todos, del mayor al menor, le escuchaban y comentaban: Éste es la Fuerza de Dios, ésa que es llamada Grande”. Tenía poderes paranormales o era un habilidoso embaucador; había hecho creer que tenía grandes poderes; tal vez con trucos trataba de atraer a la gente detrás de él o de ganar dinero con estos hechizos. Se asombra del poder que tiene Felipe y quería comprar el poder de dar el Espíritu Santo.
Simón cree en el nombre de Jesucristo: “También Simón creyó y se bautizó, y seguía constantemente a Felipe, asombrado al ver los grandes milagros y señales que hacía”. Mientras tanto, los apóstoles en Jerusalén han llegado a saber que los samaritanos han aceptado la fe en Jesús y por lo tanto envían dos representantes, los dos apóstoles principales, Pedro y Juan, que parten de Jerusalén, precisamente con la intención de ser visitantes apostólicos; van a ver la realidad porque aún no había sucedido que se formaran comunidades cristianas fuera de Jerusalén y la noticia de que los samaritanos se adhieren al evangelio es una noticia importante.
Los apóstoles llegan, verifican la obra de Felipe, imponen las manos sobre los discípulos y ellos reciben el Espíritu Santo. Es un hecho importante, una nota significativa. La tradición católica ha visto en este gesto de los apóstoles que imponen las manos como una anticipación de lo que será presentado como el sacramento de la confirmación. O bien, la confirmación por parte del obispo del bautismo conferido por un sacerdote.
Felipe se adelantó y abrió el camino para evangelizar a los extranjeros que son un poco extraños, medio judíos y medio heréticos, una población híbrida y bastarda, despreciada por los observantes de Jerusalén. Hizo de ese grupo una nueva comunidad cristiana. La formación, sin embargo, aún no está completa; fueron bautizados por Felipe, pero el Espíritu Santo lo reciben en el momento en que los apóstoles Pedro y Juan les imponen las manos. Es este hecho el que desata el deseo del mago Simón, de tener el poder de dar el Espíritu Santo. Y para tenerlo está dispuesto a pagar. De aquí nace la expresión, que se hizo muy importante en la Edad Media, de la ‘simonía’, está ligada a este mago Simón. Y se llama simoníaco a alguien que dentro de la vida eclesial quiere comprar los cargos, o sea con la economía, el dinero o el poder de alguna manera obtiene documentos de poder; comprará el oficio de obispo o abad no porque esté interesado en el servicio del obispo o del abad sino porque quiere el poder conectado al cargo.
Simón mago quería el poder de dar el Espíritu Santo; lo entendió como un gesto mágico, como una fuerza paranormal. Frente a esta propuesta Pedro responde muy duramente: “¡Maldito seas tú con tu dinero, si crees que el don de Dios se compra con dinero!”. Como en el caso de Ananías y Safira hay dinero involucrado y hay una corrupción de la vida cristiana. Aquellos dos en Jerusalén habían mentido haciéndose pasar por simpáticos sin ninguna razón; el mago Simón es un bautizado, es uno que se ha adherido a Jesús, es un creyente, pero es un creyente de manera equivocada. Ha osado pensar en comprar con dinero lo que en realidad es un regalo. Se lo aparta y su caso es presentado con desprecio para advertir a la comunidad cristiana de los peligros de este tipo.
El ministerio de Felipe continúa y poco después se cuenta un episodio muy famoso donde Felipe es enviado a reunirse con un etíope, un gran ministro de la reina de Etiopía, un eunuco que regresa a casa después de hacer una peregrinación a Jerusalén. La escena se sitúa en el desierto de Gaza, en el camino a Egipto. Felipe dócil al Espíritu, a la sugerencia de un ángel de Dios, sale y alcanza a ese personaje, corre a encontrarse con él; siente que está leyendo el libro de Isaías. Comienza la conversación con una pregunta que podría ser impertinente: “¿Entiendes lo que estás leyendo?” y el etíope, aunque interesado en la biblia, admite no entender nada e invita a Felipe a subirse a su carroza si es capaz de ayudarle a entender ese texto.
Tenemos una importante escena donde el predicador cristiano hace la caminata junto con un extranjero interesado en la biblia, sube a su carroza, se sienta con él, lee junto con el etíope esa página de Isaías que habla del siervo sufriente, y a partir de esa página anuncia la persona de Jesús. Jesús es ese sirvo que fue eliminado y sin embargo es la fuente de la vida. La palabra de Felipe calienta el corazón al etíope que desea ser bautizado; hace detener la carroza en un oasis, bajan juntos al agua y Felipe bautiza al etíope y lo deja continuar su viaje solo, lleno de alegría por haber creído en Jesús.
Ese extranjero llega a Etiopía y según la tradición, será el primer evangelizador de esa región africana, llegando como bautizado y trayendo la proclamación del evangelio. Si pensamos un poco, el episodio de Felipe y el etíope es muy similar al que narra Lucas en el capítulo 24, donde Jesús resucitado camina con los discípulos de Emaús, explica las Escrituras, hace que sus corazones ardan y el encuentro culmina con un sacramento. Entra para quedarse con ellos, sus ojos se abren y lo reconocen al partir el pan, pero Jesús desaparece y ellos regresan a Jerusalén con alegría y comienzan su historia de evangelizadores.
Ahora el lugar de Jesús está siendo ocupado por Felipe. Este predicador de la segunda generación cristiana, comienza a ampliar horizontes y lleva el evangelio a un etíope que a su vez llevará la predicación de Jesús a esa lejana región de África. Y el evangelio comienza a salir de Jerusalén. Felipe podría haberse quedado en Jerusalén, pero no se lo permitieron; lo despidieran por la fuerza. Por suerte, diríamos nosotros, porque de esta manera la predicación salió hacia Judea, Samaria y está llegando a los confines de la tierra.