Los Hechos de los Apóstoles
7. La vocación de Saulo
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
7. La vocación de Saulo
“Mientras tanto, Saulo, respirando amenazas contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco autorizándolo para llevar presos a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres y mujeres”. En el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles la atención retorna y se concentra en el personaje de Saulo. El narrador Lucas ya lo había presentado en el capítulo 8, diciendo que, con motivo de la lapidación de Esteban, Saulo estaba entre los que lo aprobaron. Es uno de los artífices de la persecución contra el grupo cristiano que estalla en el año 36 cuando Pilato está ausente de Jerusalén y el sinedrio tiene pleno poder.
En los Hechos de los Apóstoles, la figura de Saulo aparece al final del capítulo 7, versículo 58, donde simplemente se dice que “los testigos –de la lapidación de Esteban– habían dejado su manto a los pies de un joven llamado Saulo”. Saulo estaba de acuerdo con los que habían matado a Esteban y luego no se habló más de él. El narrador contó la misión de Felipe en Samaría, la evangelización del etíope, y ahora vuelve a este personaje que será importante y central en la segunda parte de la historia. Saulo de Tarso vivía de hecho en Jerusalén y como lo escuchamos en el momento de la lapidación de Esteban en el año 36 era considerado un joven. No tenemos la posibilidad de decir el año en que nació. Los historiadores oscilan entre el 5 y el 10 después de Cristo, así en el año 36 pudo haber tenido de 25 a 30 años. Es el momento decisivo de su vida. Saulo estaba en Jerusalén, pero provenía de Tarso.
Tarso era la capital de Cilicia, una ciudad que hoy se encuentra en Turquía. Fue un judío helenista, o sea, de lengua griega y fue uno de los fuertes opositores de Esteban. Se puede avanzar la hipótesis de que Saulo haya sido discípulo de Esteban. Saulo es un hombre tradicionalista, conservador, fanático, es un joven apegado a las tradiciones de los antepasados y probablemente sintió la elección de Esteban como una traición. Si lo había apreciado como maestro luego lo odió como traidor. Se entiende que un personaje tan fanático de la religión odie a las personas porque tienen una mentalidad diferente o toman decisiones diferentes a las suyas.
Saulo, aunque sea religioso, es un hombre exagerado; lo dice él mismo en sus cartas: superé a todos mis compañeros en esta actitud apasionada y fanática. Fue exagerado en su fuerte oposición al grupo que llamaban ‘los nazarenos’, los discípulos de Jesús de Nazaret. El nombre cristiano aún no se usaba todavía; encontraremos más adelante en los Hechos la historia del origen de este nombre. En Jerusalén simplemente se los llama ‘los nazarenos’, los discípulos del Nazareno, y es un término que conlleva una nota de desprecio. Al ser Nazaret un pueblo insignificante en Galilea, dar a este grupo el nombre de ese pueblo significa descalificarlos, presentándolos como villanos, groseros.
Saulo vino a Jerusalén a estudiar e hizo una carrera dentro de la escuela de la sinagoga; es un joven desenfrenado, es un joven ansioso por una carrera y apasionado en la defensa de las tradiciones y aprovecha esa ocasión de la ausencia de Pilato como el momento propicio para dar un golpe de gracia a ese grupo de herejes. Los considera herejes; parte de la idea de que Jesús se equivocó, que es un tramposo, un tonto y que esos pobres ignorantes se han dejado engañar por él. Se vuelven peligrosos porque van aumentando en número y, por tanto, hay que detenerlos. Es el joven que toma iniciativas; pide cartas al sumo sacerdote para poder arrestar incluso a las personas creyentes en Jesús que viven en Damasco. Es un trabajo propio de policía secreta, no es una acción normal legalmente ejecutable.
El sumo sacerdote de Jerusalén no tiene autoridad sobre la ciudad de Damasco; se encuentra en Siria, y en ese momento dependía del rey de Petra, Aretas IV, rey de los nabateos. Era una ciudad conectada con el desierto de Transjordania; evidentemente tenían noticias en Jerusalén de que en esa ciudad del extremo norte había judíos que creían en Jesús y lo reconocían como Cristo. Si usamos una metáfora médica, podríamos decir que Saulo de Tarso consideró la predicación de Jesús y sus discípulos un cáncer y se dio cuenta de que había que erradicarla. Ya había metástasis en grupos de creyentes dispersos y era necesario, según su mentalidad, intervenir y eliminar, cortar, quitarlos de en medio por todos los medios posibles, lícitos e ilícitos.
Estas cartas para la sinagoga de Damasco, son claramente licencias para recomendar a un personaje que podríamos comparar con un agente secreto, enviado para una operación confidencial en la que, con la connivencia de algunas autoridades, deben hacer desaparecer a algunos personajes que de alguna manera consideran peligrosos. Por lo tanto, Saulo, con un grupo de soldados parte para esta misión punitiva en Damasco; es una misión secreta que debe permanecer en secreto; su intención es limpiar la ciudad; debe encontrar qué judíos adhieren a Jesús reconociéndolo como Cristo y, contra la ley, arrestarlos y llevarlos a Jerusalén para tener la posibilidad de condenarlos, para purificar la sinagoga de Damasco.
Pero ocurre lo inesperado; en el camino a Damasco tiene lugar el encuentro decisivo en la vida de Saulo. Este joven rabino fanático se encuentra con el Señor Jesús, el Resucitado. En un momento se da cuenta de que se ha equivocado. Comprende que Jesús tiene razón. Lucas narra este evento con mucha sobriedad, sin darnos detalles curiosos, pero dramatizando el evento con un corto diálogo: “Iba de camino, ya cerca de Damasco, cuando de repente lo deslumbró una luz que venía del cielo. Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Contestó: ¿Quién eres, Señor? Le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que debes hacer. Los acompañantes se detuvieron mudos, porque oían la voz pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, al abrir los ojos, no veía”.
De repente este hombre cae al suelo. El caballo lo han insertado los pintores. El narrador no lo nombra y, por tanto, hay que tener cuidado para no decir que Saulo se cayó de su caballo. Se cayó al suelo, envuelto en una luz e interpelado personalmente. ‘Saulos’ es la forma griega del nombre hebreo Saulo y en este caso, en el griego original, el vocativo tiene precisamente la forma hebrea: se siente llamado por el nombre hebreo…: “Shaúl… Shaúl… ¿por qué me persigues?”.
Es interesante cómo sea típico de Lucas utilizar el doble vocativo en algunas situaciones particulares; por ejemplo, recordamos cuando Jesús reprocha a Marta porque ella está ansiosa y agitada por demasiadas cosas, la llama repitiendo su nombre ‘Marta… Marta’; también durante la última cena, cuando le responde al discípulo que se jactaba de seguirlo en cualquier situación, le dice ‘Simón… Simón’. Ahora llama a otro personaje importante repitiendo su nombre ‘Shaúl… Shaúl’ ¿por qué estás enojado conmigo? ¿por qué me estás haciendo la guerra?’. Ese hombre estaba convencido de que conocía a Dios, era religioso desde niño, leyó siempre las Escrituras, estaba defendiendo los intereses de Dios, según él; estaba luchando contra los discípulos de Jesús porque los consideraba enemigos de Dios.
Ahora oye una voz divina: ‘Tú me estás persiguiendo’. Lo llama Señor, que es el título propio de Adonai, es el nombre propio del Dios de Israel. Esa voz es divina; Saulo se da cuenta de que es Dios quien lo está llamando, y le hace la pregunta decisiva: “¿Quién eres, Señor?”. El que se jactaba de saberlo todo, pregunta humildemente, ¿quién eres? Es aceptar no saber, es un deseo de mayor conocimiento. Y la respuesta es una especie de teofanía: “Yo soy Jesús”. ‘Yo soy’ es el nombre propio de Dios.
Es lo que el Señor le había revelado a Moisés en la zarza ardiente; ahora hay una vocación de Saulo para hacerlo un nuevo Moisés, un hombre capaz de traer algo nuevo, un gran anuncio para la revelación de Jesús. “Yo soy Jesús”. El nombre propio de Dios unido al nombre propio de Jesús. En ese momento Saulo se da cuenta de que Jesús es Dios, que realmente ha resucitado, que todo lo que dijo, la afirmación que hizo de ser el Hijo de Dios es cierta, es verdadera.
Es un momento de shock, es una iluminación, se da cuenta de que Jesús tiene razón y al mismo tiempo se da cuenta de que Saulo está equivocado, que se ha equivocado, que toda su conducta fanática y violenta está equivocada. Es un colapso; cae al suelo porque su vida colapsa; su mundo, su mentalidad, todo lo que pensaba, que planeaba, que quería, toda su religiosidad se colapsa. Es un castillo de papel que se rompe y se desmorona. Se pone de pie y está ciego; no ve nada.
Esa luz lo ha cegado. Él que creía ver, se queda ciego y lo tienen que llevar de la mano a Damasco, y se queda tres días sin ver, sin comer, casi en coma. Es probable que esa caída esté ligada a un hecho patológico; podríamos hablar de un ‘ictus’, un derrame cerebral, en latín significa ‘golpe’. Hubo un golpe en la vida de ese hombre que de repente se derrumbó al suelo; perdió el conocimiento; lo tuvieron que cargar para llevarlo a la ciudad. Y permaneció casi en coma durante tres días. Después de los cuales se levanta.
Es posible que estos números hayan sido elegidos ingeniosamente; tres días Saulo pasa en la noche, en la oscuridad y son los tres días del descenso a los infiernos, de su muerte. El hombre viejo está muriendo para que pueda nacer el nuevo. Jesús simplemente lo tocó, no lo electrocutó para incinerarlo, lo tocó profundamente para despertarlo, para poder actuar con ese hombre como instrumento elegido para llevar el anuncio de la salvación a todos los pueblos. Pero en esa extraordinaria ocasión no se le revela nada.
Saulo necesita de una intervención humana y el Señor Jesús se aparece en un sueño a un cristiano de Damasco llamado Ananías; es uno de los líderes de ese grupo que cree en Jesús; era uno en la lista que Saulo tenía que secuestrar y llevarlo fuera. Jesús lo invita a ir en la casa de Judas donde se aloja este personaje. Ananías sabe quién es Saulo. Si Saulo era parte de los servicios secretos de Jerusalén, en Damasco había contrainteligencia y Ananías había sido advertido de esta expedición secreta y por eso los cristianos de Damasco estaban a la defensiva, esperaban una llegada peligrosa de Jerusalén. Jesús envía a Ananías a la casa de ese personaje peligroso; es como ir a la fosa de los leones y ponerse en sus manos. Con una extraordinaria comunicación el Cristo resucitado anima Ananías a arriesgar y enfrentarlo no como un enemigo sino como un hermano. Y el diálogo entre los dos es espléndido. Ananías le dice a Saulo: “Saulo, hermano, me envía el Señor Jesús, el que se te apareció cuando venías por el camino”.
Ese hecho no lo sabe solo Saulo; lo sabe Ananías. El mismo que actuó en Saulo envió a Ananías. Y Ananías lo llama hermano y le anuncia quién es Jesús, lo que ha hecho, le impone las manos, lo bautiza, le devuelve la vista. En el momento en que se celebra el bautismo de Saulo, las escamas caen de sus ojos y Saulo recupera la vista. Es un hecho extraordinario; es el renacimiento; es la pascua de muerte y resurrección con la que Saulo comienza una nueva vida como cristiano. Come, recupera sus fuerzas e inmediatamente comienza a predicar. El mismo Pablo, en la carta a los Gálatas, dirá que estuvo tres años fuera de Damasco, que se retiró al desierto para repensar todo; luego regresó a la ciudad de los Damascenos y comenzó a predicar en las sinagogas; y la noticia llega a Jerusalén y causa un gran revuelo.
Ese hombre tan fanático ha cambiado de bando, fue a Damasco para destruir el grupo cristiano y en cambio se convirtió en cristiano. Cuando regresa a Jerusalén se encuentra en una situación dolorosa porque es odiado por todos; los judíos lo consideran un traidor, uno que ha cambiado su posición; los cristianos no confían en él. Tienen miedo, temen un truco, una ficción para poder contactarlos mejor, conocerlos mejor y, por lo tanto, acusarlos.
No es aceptado por el grupo cristiano, aunque Bernabé lo presentó y apoyó. Es odiado por el sanedrín porque es considerado un traidor peligroso, incluso intentan matarlo. Alguien quiere matarlo y entonces el grupo cristiano le aconsejó cambiar de lugar. Lo llevan a Cesarea donde estaba el puerto, lo embarcan y lo mandan de regreso a su casa, a Tarso.
Y Pablo, al hacerse cristiano, de repente perdió todo. Ese joven que quería hacer carrera en el sanedrín, de repente se encontró sin ninguna perspectiva. Se unió a Jesús, creyó en él y perdió todo lo demás. No ha entrado en la comunidad cristiana, ha sido expulsado definitivamente de la sinagoga, vuelve a casa y vuelve a su vida privada. Sabe tejer, es tejedor o hace esteras y luego puso una tienda de artesanías, sigue trabajando y por años estuvo en su casa en Tarso trabajando.
Volverá a la escena gracias a la obra de Bernabé, pero lo encontraremos más adelante en el relato de los Hechos. Ahora, en el capítulo 10, después de narrar la conversión de Saulo, Lucas narra la conversión de Pedro.