Los Hechos de los Apóstoles
13. El segundo viaje de Pablo
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
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13. El segundo viaje de Pablo
Después del Concilio de Jerusalén, Pablo y Bernabé se preparan para una nueva misión. En Jerusalén los apóstoles y los sacerdotes se reunieron para examinar una cuestión muy importante planteada por el mismo Pablo y Bernabé. Habiendo anunciado el evangelio de Cristo a muchos no judíos, la cuestión surgió si antes de ser cristianos uno debe ser judío y, por lo tanto, hacer pasar a los nuevos conversos por la completa observancia de la ley de Moisés.
Los apóstoles en Jerusalén evaluaron bien la situación y decidieron solemnemente que para ser salvados Jesucristo es suficiente y, por tanto, es suficiente adherirse con fe a Jesús reconociéndolo como Mesías, Hijo de Dios, Señor. Reforzado por esta aprobación apostólica Pablo emprende una nueva misión, pero con Bernabé hay un pequeño desacuerdo. Recordemos que durante el primer viaje fueron acompañados por Juan llamado Marcos, el evangelista, pariente de Bernabé, pero este joven de Jerusalén llegado a Atalía se asustó y no continuó el viaje atravesando las montañas del Tauro; decidió regresar a Jerusalén. Cuando ahora Bernabé quiere llevar consigo a Marcos, Pablo se opone, cree que ya que se fue una vez, no es bueno para su misión. Los dos discuten y deciden separarse. Pablo parte con Silas, mientras que Bernabé junto con Marcos se dirigen a Chipre.
Pablo quiere volver al corazón de Anatolia –así se llama lo que hoy en día se suele llamar Turquía–. Allí, Lucas, el narrador de los Hechos, ha presentado el nacimiento de algunas comunidades cristianas en las ciudades de Antioquia de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe. Pablo quiere visitar esas comunidades donde algunos años antes ha anunciado el evangelio y quiere continuar la labor de formación. Pasa por Tarso, su ciudad natal; la salida es siempre de Antioquía porque es la iglesia madre de Pablo. A través del camino de Cilicia, un estrecho desfiladero y hoy un lugar turístico escénico por excelencia, Pablo y Silas llegan a la meseta de Anatolia, y Timoteo se une al grupo.
Timoteo es un joven, hijo de una señora que se hizo cristiana durante la primera misión de Pablo; tal vez cuando su madre se hizo cristiana Timoteo era solo un niño, ahora es un joven, ha crecido en la fe cristiana y Pablo lo lleva con él y llegará a ser su discípulo ideal. Continúan el itinerario a través de la región central de Anatolia, algunas veces cambian la dirección de su viaje a causa de imprevistos.
Es interesante cómo el narrador, al principio del capítulo 16 de los Hechos, donde se narran estos cambios de dirección, da motivaciones teológicas. En una ocasión dice: “El Espíritu Santo no lo permitió”. En otro caso dice: “El Espíritu de Jesús lo impidió”, como diciendo que ante algún imprevisto que ha determinado un cambio de itinerario, lo han leído como una intervención divina para guiar el camino de los apóstoles hasta Tróade, una ciudad helenista cerca del antiguo lugar de Troya, la ciudad cantada por Homero. En esta ciudad, Pablo, Silas y Timoteo encuentran también a Lucas, el autor del libro.
Lo recordamos porque precisamente en este punto, en el versículo 11, cambia de tercera persona a primera persona. La narración pasa de tercera persona a la primera persona del plural. “Una noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba: Ven a Macedonia a ayudarnos”. Por la mañana comenta con sus colaboradores ese sueño nocturno y entienden que es una invitación a cruzar el mar y llegar a Macedonia, el norte de Grecia. Es Europa. Este pasaje es fundamental; el evangelio llega a Europa y en este punto el narrador dice: “Apenas tuvo esa visión, intentamos ir a Macedonia, convencidos de que Dios nos llamaba a anunciarles la Buena Noticia”.
Este ‘nosotros’ sugiere que también está quien escribe. Comienza en este punto una sección que los estudiosos han llamado sección ‘nosotros’. En el libro de los Hechos hay varias de estas inserciones y poniéndolas juntas tendríamos una especie de diario de viaje. Probablemente Lucas, colaborador de Pablo, su apreciado compañero, ha llevado un cuaderno de abordo, anotando las etapas en la navegación y cuando, varios años después, en la tranquilidad de la vejez, revisa todos estos apuntes, utilizó ese diario de navegación y es capaz de darnos detalladas y precisas indicaciones sobre la duración del viaje, sobre las paradas.
Se trata de una típica nave antigua, de pequeño cabotaje, donde los desplazamientos son de puerto a puerto. La navegación es diurna y por la tarde el barco debe amarrar en un puerto seguro y reanudar la navegación a la mañana siguiente. Así, saliendo de Tróade, navegan hacia Samotracia, que es una isla al norte del Mar Egeo, y a la mañana siguiente reanudan la navegación y desembarcan en Neápolis, que es el puerto de la ciudad de los Filipos, que se encuentra inmediatamente en el interior en una gran llanura. Llegados a Filipos, los cuatro predicadores se encuentran de frente a una gran ciudad romana helenística, habitada principalmente por extranjeros, con una presencia muy pequeña de judíos. No hay sinagogas en Filipos. Pablo solía comenzar siempre su predicación desde la sinagoga porque así tenía la oportunidad de anunciar a los judíos la venida de Cristo. Donde no había sinagoga los judíos tenían la costumbre de reunirse para la oración del sábado, cerca del agua o un río o la orilla del mar o un manantial, una fuente.
Entonces, Pablo y sus colegas sabiendo dónde es el lugar de reunión los sábados, se acercan y encuentran solo mujeres. Las antiguas reglas para la oración en la sinagoga los sábados, preveían la necesidad de al menos diez hombres adultos y si no se tenía ese mínimo número, no se podía hacer la oración oficial del sábado. Solo había mujeres y, por lo tanto, no se podía hacer. Han llegado cuatro hombres, pero son solo cuatro. Pablo no deja pasar la ocasión porque solo haya mujeres, sino que se dedica igualmente a predicar y proclamar el evangelio con ese público femenino; y en medio de esa gente hay una señora llamada Lidia, viene del interior, de la tierra de Éfeso, de la ciudad de Tiatira; es una comerciante de púrpura, probablemente una empresaria industrial textil, emprendedora, que ha abierto un negocio también en el rica y animada ciudad de Filipos.
Esta mujer escucha el discurso de Pablo y, como dice el narrador, “el Señor le abrió el corazón para que se adhiriera a las palabras de Pablo”. Acepta esa predicación y ofrece hospedaje a los cuatro evangelizadores. Lucas, con una fina ironía, comenta: “Nos rogaba: Si me tienen por creyente en el Señor, vengan a hospedarse a mi casa”. Probablemente estaban muy contentos con esa hospitalidad porque no tenían alojamiento; habrán dormido bajo los puentes quizás y, por lo tanto, ser huéspedes en la mansión de esta señora era una ventaja considerable.
La casa de la señora Lidia se convierte en una ‘domus ecclesiae’, se convierte en la casa de la Iglesia. En ese ambiente se reúnen las personas creyentes; ella pide el bautismo, junto con la familia. No se nombran al marido y los niños; tal vez estaban o quizás están las familias de los empleados, de los dependientes. Es una señora con gente alrededor; y detrás de su opción, sus empleados aceptan la predicación de Pablo y se convierten en cristianos. Partiendo desde esa sede, Pablo comienza su actividad de predicación y realiza un gesto de liberación hacia una niña esclava que era explotada porque tenía un espíritu que sabía predecir el futuro; podríamos decir que ella tenía poderes paranormales. El narrador especifica que ella está dominada por un espíritu demoníaco que le da estos poderes paranormales. Siendo una niña esclava, los amos la explotaban; ella tenía la habilidad de leer las manos, de hacer el horóscopo, de predecir el futuro y el dinero ganado iba derecho a las arcas de los amos. Cuando esta niña ve pasar a Pablo y los otros los identifica como predicadores del verdadero Dios. Durante unos días Pablo la deja hablar, luego interviene y la libera.
Es interesante reflexionar sobre esto porque la niña está haciendo publicidad positiva a Pablo. Está indicando a la gente que ese hombre y sus compañeros son predicadores del verdadero Dios, pero Pablo no acepta ser cómplice con la acción de esos amos que explotan ese poder diabólico y la libera de esos poderes paranormales, y la muchacha se encuentra libre del dominio diabólico, pero sin las cualidades que daban lucro a los amos, los cuales, viendo desvanecerse una ganancia, denuncian a Pablo como un personaje peligroso que perturba el equilibrio social.
La ciudad está habitada principalmente por romanos; los amos tenían que ser romanos y la autoridad imperial sin demasiada discusión arresta a Pablo y Silas; los soldados los tratan mal, los golpean y los arrojan malamente en la celda más profunda de la prisión. Esa noche, mientras están adoloridos por la paliza y los maltratos sufridos, Pablo y Silas están en oración, recitan salmos, cantan himnos que saben de memoria. Imaginemos la escena de una oscura prisión subterránea donde se oye una delicada voz de dos hombres que están rezando y de repente hay un terremoto. La prisión se sacude, las puertas se abren de par en par, los soldados están aterrorizados, el guardián de la cárcel, encargado de la prisión, tiene miedo de que en ese tumulto los presos se hayan escapado, enciende una antorcha y entra a ver y Pablo lo frena para que no se haga daño, garantizando: “Todos estamos aquí”. Ese hombre se sorprende y está maravillado ante la serenidad de Pablo y a su seguridad. Se arrodilla ante él y le pregunta qué tiene que hacer para salvarse y Pablo aprovecha esa oportunidad que aparecía decididamente negativa y la convierte en una buena ocasión para el anuncio evangélico; evangeliza al guardián de la prisión, un romano que lleva a los prisioneros a su casa, les lava las heridas, las cura donde hay necesidad de una intervención curativa; les da de comer, se hace bautizar y se convierte en cristiano.
Es una inversión del destino, es una noche de Pascua, una noche de liberación, de la oscuridad se enciende una luz, de la oscuridad, de la actitud negativa y violenta de los soldados, se pasa a la luminosidad del encuentro benévolo. El que había herido, se convierte en un sanador; el que tenía a los apóstoles prisioneros, se convierte en un libertador; pero en realidad es él quien ha sido liberado. También observamos la otra paradoja: Pablo que liberó a la niña de ese poder paranormal es encarcelado porque quien libera da fastidio a la estructura corrupta del mundo.
El libertador encarcelado sigue siendo un libertador y libera al carcelero que de violento se convierte en un benefactor… se arrodilla para lavar los pies de los apóstoles. Viene a la mente la escena del lavado de los pies; el carcelero de Filipos no sabe nada todavía de Jesús; es solo por la estima, la maravilla que Pablo ha provocado en él, y se convierte en un imitador de Cristo. Una vez bautizado se hace partícipe de la vida de Cristo. Descubre que Pablo es un ciudadano romano y no podrían haberlo tratado de esa manera. Los dirigentes de la ciudad, enterándose de esto, querían ponerlo en libertad sin decir nada, pero Pablo se pone firme, dice: ‘Nos has paseado en público y ahora nos dejas libres en secreto. NO. Que vengan las autoridades a liberarnos reconociendo públicamente que se han equivocado en su comportamiento’. Pablo es muy humilde, recibe la paliza, pero conoce el derecho y, pedagógicamente, quiere que se reconozca que el procedimiento ha sido equivocado.
Filipos fue una bella oportunidad para la evangelización y en esa ciudad nació una hermosa comunidad cristiana que permaneció en contacto con Pablo por mucho tiempo; años después el apóstol escribirá a los filipenses, es decir, a los cristianos que vivían en la ciudad de Filipos. Y al menos conocemos a esta señora Lidia, al carcelero porque también él está bautizado con los de su casa. Ya hay dos casas, dos ‘domus ecclesiae’, dos casas de la Iglesia, dos comunidades cristianas que luego probablemente se multiplicaron y a esa comunidad se dirige la carta a los filipenses. Pablo deja la ciudad de Filipos y procediendo por el camino principal, la gran arteria de conexión romana, llamada Egnatia, llega a la ciudad de Tesalónica, capital de Macedonia y también en Tesalónica comienza la actividad evangelizadora, comienza desde la sinagoga; encuentra dificultades; también en este caso debe afrontar oposiciones y persecución.
No es arrestado porque no fue encontrado en casa, pero es arrestado el que le daba alojamiento; se llama Jasón y es puesto en libertad bajo fianza; como si dijera, si Jasón les entrega a Pablo puede recuperar el dinero que tenía que pagar como fianza. Jasón prefiere perder ese dinero y hace que Pablo escape. Pablo abandona rápidamente Tesalónica y no volverá allí más porque había una recompensa sobre él y por lo tanto era peligroso regresar a Tesalónica. Se mueve a Berea y luego decide bajar al sur.
Lucas se detiene en Filipos. ¿Cómo lo sabemos? En un cierto momento, la narración vuelve a tercera persona; en lugar de decir ‘fuimos’, dice que ‘se fueron’. Significa que el viaje continuó con Pablo, Silas y Timoteo. Lucas se detiene en Filipos; Timoteo y Silas se detiene en Tesalónica y en Berea. Y Pablo continúa solo; llega en Atenas solo. Ha dejado a sus colaboradores para seguir a esas jóvenes comunidades que acababan de nacer en las ciudades de Macedonia. El evangelio llegó a Europa.