Los Hechos de los Apóstoles
16. El discurso a los presbíteros de Éfeso
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
16. El discurso a los presbíteros de Éfeso
En el período de Pascua del año 58, Pablo hace un largo viaje de Macedonia a Jerusalén; partió inmediatamente después de la fiesta de los Ázimos celebrada en la ciudad de Filipos y quiere llegar a Jerusalén antes de la fiesta de Pentecostés, 50 días más tarde. En este período se mueve un poco a pie, un poco por el mar, y regresa para hacer una parada en algunas ciudades donde había dado vida a una comunidad cristiana. La etapa más importante que se recuerda en el capítulo 20 de los Hechos de los Apóstoles es la de Mileto porque la ciudad de Mileto se encuentra a pocos kilómetros al sur de Éfeso y Éfeso fue la gran capital de Asia donde Pablo había trabajado intensamente durante tres largos años, años muy fructíferos que habían producido muchos creyentes cristianos ya que el rico interior efesio estaba en continuo contacto con la ciudad principal, muchas personas que Pablo había conocido Éfeso regresando a sus ciudades de origen, del interior, habían traído la predicación cristiana y, por lo tanto, sin conocer directamente esas ciudades Pablo ha evangelizado por ejemplo Colosas, Laodicea Hierápolis, ciudades que nacen por la predicación de Pablo a través de los discípulos de Pablo.
Conoció a muchas personas el apóstol en la ciudad de Éfeso durante esos tres años; dio vida a muchas comunidades cristianas que se reunían en casas. El término latino que calificó esta realidad es ‘domus ecclesiae’, casa de la iglesia, donde ‘iglesia’ indica las personas, es la comunidad de personas que se encuentran en una determinada casa y por lo tanto el grupo puede ser tan numeroso como una casa puede albergar. No podemos pensar en un número mayor de los cien; eran realidades de tipo familiar, que se ampliaron, grupos de 50 a 100 personas que solían reunirse habitualmente el primer día de la semana, lo que llamamos el domingo, pero la reunión tenía lugar el sábado por la tarde.
Al no ser el domingo día de fiesta, era necesario elegir ocasiones en las que las personas estuvieran libres de compromisos de trabajo y, por lo tanto, según la práctica judía, según la cual el día comienza al atardecer, el domingo comienza el sábado por la tarde, por lo que el sábado al atardecer es el momento más antiguo en la tradición cristiana para celebrar la Eucaristía. En la noche entre el sábado y el domingo las reuniones tenían lugar en las ‘domus ecclesiae’, en estas casas que albergaban las comunidades.
Cada una de estas domus necesitaba un líder, un responsable, un animador, una persona encargada de mantener a la gente unida, de dirigir la oración, mantener el contacto con la tradición apostólica era la tarea de algunas personas. Son los presbíteros, los más ancianos, es decir, los responsables. El mejor término para traducir ‘presbítero’ es jefe de familia. Estas comunidades domésticas eran auténticas familias eclesiales dentro de las cuales estaban los responsables, los jefes de familia, llamados presbíteros. Lo que nosotros hemos llamado ‘sacerdotes’. Es el término presbítero simplemente acortado.
En Éfeso, durante esos tres años de predicación, Pablo instituyó numerosos presbíteros, es decir, jefes de familia responsables de todas aquellas domus en las que se celebraban reuniones litúrgicas y formativas. Cuando en la primavera del año 58, Pablo pasa cerca de Éfeso, quiere saludar a la Iglesia de Éfeso, pero teme que le hagan perder demasiado tiempo, quiere llegar a Jerusalén para Pentecostés y el viaje es todavía muy largo por lo que se detiene en Mileto y envía a llamar a los presbíteros, a los responsables, no a todos los cristianos, sino sólo los responsables de las comunidades y a ellos les da un discurso que Lucas narra casi como un testamento espiritual del apóstol.
Una ocasión en la que Pablo presenta su propio estilo misionero y propone a los presbíteros responsables de las comunidades domésticas, seguir un método pastoral similar: “Ya saben cómo me he comportado siempre con ustedes desde el primer día que pisé Asia. He servido al Señor con toda humildad, con lágrimas y en todas las pruebas que me han causado las intrigas de los judíos. No he dejado de hacer todo lo que pudiera ser útil: les prediqué y les enseñé tanto en público como en sus casas. A judíos y griegos les he inculcado el arrepentimiento frente a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús. Ahora, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén sin saber lo que allí me sucederá”. Pero tengo una intuición, nos dice el Apóstol, me esperan problemas, tribulaciones, cadenas, prisión. “Estoy encadenado por el Espíritu”, es una imagen espléndida.
Pablo es un prisionero, es un prisionero libre de Cristo, se ha dejado vencer por el Espíritu de Cristo y se deja llevar. Está yendo a Jerusalén como Jesús ha caminado hacia la ciudad santa. El evangelista Lucas dio en su evangelio una atención particular al viaje de Jesús a Jerusalén y así ahora, en los Hechos, el segundo volumen de su obra, Lucas subraya el viaje de Pablo a Jerusalén.
Es un viaje al sufrimiento. Como Jesús, también Pablo yendo a Jerusalén será arrestado y no sufrirá una sentencia de muerte sino largos períodos de encarcelamiento, humillación y hambre, estará bloqueado en su trabajo. Durante este viaje Pablo repite varias veces: ‘me espera prisión, me espera sufrimiento, me esperan dificultades’, y los que le escuchan inevitablemente –lo haríamos también nosotros– le decían: ‘No vayas… tienes todo el mundo disponible… ¿por qué tienes que ir a Jerusalén si sabes que en Jerusalén te van a arrestar? Evita ir y vete donde no corras el peligro’.
Para Pablo ir a Jerusalén significa cumplir el plan de Dios, significa imitar la actitud de Jesús precisamente porque es consciente de que las autoridades de Jerusalén querrán arrestarlo y va a entregarse, como Jesús se ha entregado, sabiendo que su acción generosa de entrega total de sí mismo trae una eficacia pastoral. Continúa a hablar a los presbíteros de Éfeso: “Ahora sé que ustedes, cuyo territorio he atravesado proclamando el reino, no volverán a verme. Por eso hoy declaro que no soy responsable de la muerte de ninguno, porque nunca dejé de anunciar plenamente el designio de Dios”.
Es muy importante este particular: ‘plenamente’ la voluntad de Dios. Pablo anunció toda la voluntad de Dios, no una parte. A veces los predicadores dicen lo que la audiencia quiere oírle decir, se anuncia fácilmente esa parte que es agradable. Pablo repite a los presbíteros su compromiso de anunciar toda la voluntad de Dios, por lo cual se declara no responsable de su ruina porque las cosas que ha dicho son todas y son claras; e invita a los presbíteros de Éfeso a hacer como él.
“Cuídense ustedes y cuiden a todo el rebaño que el Espíritu Santo les encomendó como a pastores de la Iglesia de Dios, que Él adquirió pagando con su sangre”. El término que se traduce con ‘pastores’ en griego es ‘ἐπισκόπους’ = ‘episcopus’; no puede ser traducido ‘obispo’, porque son los presbíteros de Éfeso, son los jefes de familia, los sacerdotes que tienen la tarea de ser guardianes, custodios, pastores de la Iglesia. Y Pablo especifica que son guardianes y pastores de esa Iglesia que no es suya sino de Dios y Dios la compró con la preciosa sangre de su Hijo. ‘Preciosa’ significa que no tiene precio. La sangre de Cristo es de gran valor que ha adquirido el pueblo que pertenece a Dios. Es administrada por Pablo y los demás, pero pertenece a Dios por lo que los presbíteros deben velar primeramente por sí mismos y luego por el rebaño confiado.
“Sé –continúa el apóstol– que después de mi partida se meterán entre ustedes lobos rapaces que no respetarán el rebaño. Incluso de entre ustedes saldrán algunos que dirán cosas equivocadas para arrastrar tras de sí a los discípulos. Por tanto, estén atentos y recuerden que durante tres años no he cesado de aconsejarlos con lágrimas ni de día ni de noche”. Los peligros existen, hay peligros que estarán al interior de ustedes.
Pablo es clarividente, se da cuenta de la situación y anuncia el surgimiento de herejías, de doctrinas incorrectas justo dentro de esa comunidad y efectivamente el ambiente de Éfeso producirá muchas de estas doctrinas erróneas. Cuando Lucas escribe ya están pululando estas varias ideologías incorrectas, al final del siglo cuando en Éfeso estará activo el apóstol Juan explotarán todos los movimientos de tipo gnósticos que tienen elementos cristianos, pero luego se desarrollarán en una dirección completamente diferente. Es necesario estar vigilante para que no se crean personas que atraigan a los discípulos a sí mismos. Esta es la raíz del problema, cuando el presbítero, el pastor de la iglesia ata a las personas a sí mismo y para tener adeptos se adapta a los gustos y para no perder el seguimiento se adapta a los deseos de los que le rodean y actúa según la moda, deja correr las cosas y trata de lograr el éxito y un seguimiento. Esta actitud egocéntrica, donde el pastor atrae a la gente a sí mismo, está en el origen de la predicación errónea… por esto tienen que vigilar, dice el apóstol.
Y concluye: “Ahora los encomiendo al Señor y al mensaje de su gracia, que tiene poder para hacerlos crecer y otorgar la herencia a todos los consagrados. No he codiciado la plata ni el oro ni los vestidos de nadie. Ustedes saben que con mis manos he atendido a las necesidades mías y de mis compañeros. Les he enseñado siempre que, trabajando así, hay que ayudar a los débiles, recordando el dicho del Señor Jesús: Más vale dar que recibir”. Pablo presenta como una gloria personal el haber trabajado con sus propias manos. Fue un sacerdote obrero comprometido concretamente en el trabajo para poder mantenerse y no fue una carga para las comunidades y lo hizo precisamente para no dar la impresión de ganar con la predicación del Evangelio.
Pablo no entendía su misión como una profesión provechosa y por tanto mostró a la gente que su compromiso con la evangelización era libre, estaba dirigido al reino de Dios y no a intereses privados y enfatiza esto con un λόγιον αγραφον’ = ‘logion ágrafon’, es decir un dicho que no está escrito en los evangelios. Pablo informa una frase de Jesús que en los evangelios no se conserva. El evangelista Lucas tenía esta expresión, la recibió de la tradición, no la incluyó en el evangelio, la pone en boca de Pablo al final de este espléndido discurso pastoral: “más vale dar que recibir”, es una bienaventuranza como comparación: hay mayor dicha en la generosidad del que da en lugar de quien recibe y por lo tanto el compromiso pastoral en el don de sí mismo, en el don de su propio compromiso, en el don de la predicación evangélica, es una fuente de bienaventuranza, de felicidad. “Dicho esto, se arrodilló con todos y oró”.
No están en una iglesia, están en el puerto, en algún lugar del puerto de Mileto, donde reunió a algunos presbíteros de Éfeso, 10, 20 o 30 personas, los jefes de esas comunidades domésticas. Se arrodillaron y rezaron. “Todos se pusieron a llorar; lo abrazaban y lo besaban afectuosamente, entristecidos sobre todo por lo que había dicho, que no volverían a verlo”. Es la última vez que se ven, es inevitable. Si un ser querido da tal anuncio el que tiene cariño a esa persona empieza a llorar y lo abraza; y lo acompañan al barco y lo saludan con cariño y un poco de tristeza.
Es una deliciosa escena de amigos, de personas que se aman, unidas por un profundo afecto. Pablo se despide de esta comunidad y confía como testamento espiritual la labor pastoral de la predicación evangélica y reanuda el viaje. Lucas todavía en el capítulo 21, ofrece información detallada sobre las etapas del viaje. A partir de Mileto el barco bordea la costa sur de Anatolia (la actual Turquía), hace una parada en Cos, luego llegan a Rodas, luego en Pátara, se detienen en Mira y al final tocan Chipre y desembarcan al sur de Siria, en Tiro, una famosa ciudad del Líbano, en Fenicia. En Tiro la comunidad se reúne; hay un grupo cristiano también en esa ciudad del Líbano y en la playa tiene lugar el encuentro de los creyentes con Pablo.
“Nos arrodillamos en la playa y oramos. Después nos despedimos mutuamente, embarcamos y ellos se volvieron a casa”. Terminada la navegación llegan a Tolemaida; es la última parada por mar. De Tolemaida proceden a pie y descienden por la costa mediterránea. Llegan a Cesarea marítima donde son huéspedes en la casa de Felipe, el evangelista. Es el personaje, uno de los siete, que conocimos junto con Esteban cuando comienza la misión de los helenistas. Este Felipe ha evangelizado la Samaría, bautizó a ese gran ministro etíope de la reina Candases de Etiopía.
Luego, este Felipe, regresó a lo largo de la costa evangelizando otras ciudades y se detuvo a vivir en la Cesarea marítima; estábamos en los años 30 y ahora estamos al final de los años han 50. Han pasado 20 años y Pablo en Cesarea encuentra a Felipe que es el jefe de la comunidad cristiana. Tiene cuatro hijas que no se han casado y tienen el don de profecía; son catequistas, son animadoras, anuncian la palabra junto con el padre, colaboran en el anuncio del evangelio. Notemos que la historia continúa en primera persona del plural; Lucas está presente y estos breves indicios de viaje son parte de su diario, ese diario en el que marcó todas las etapas del itinerario que recorrió con Pablo. De Cesarea a Jerusalén el tramo es corto, unos días de caminata llevan a Pablo a Jerusalén.
Llega a la ciudad santa, es acogido por la comunidad cristiana, liderada por Santiago, el hermano del Señor, uno de los Doce, es el que la tradición considera que era el obispo de Jerusalén, es el líder del grupo judaizante, es decir, hecho sobre todo por judíos que se preocupan por preservar las tradiciones de la ley judía; y Pablo, acogido por ellos, se prepara para convertirse en víctima de la oposición judía. Cuando las autoridades sepan que Pablo ha llegado a la ciudad le pondrán las manos encima.
Lo siente, lo sabe y fue allí voluntariamente, lo hace a propósito como Jesús se entregó en manos de los enemigos para cumplir su plan de salvación y en Jerusalén, en el Pentecostés del año 58 comienza el que será el largo período de encarcelamiento de Pablo.