Los Hechos de los Apóstoles
20. El viaje de traslado con naufragio
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
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20. El viaje de traslado con naufragio
Hemos llegado al final de la historia de los Hechos de los Apóstoles. Los dos últimos capítulos narran el viaje de traslado de Pablo desde Cesarea Marítima a Roma. Pablo fue arrestado en Jerusalén, trasladado a Cesarea a la espera de juicio, el nuevo gobernador Festo le pregunta si quiere ir a Jerusalén y Pablo prefiere apelar al César y, por tanto, al César irá. Cuando surge la oportunidad el prisionero es embarcado. Junto con Pablo también se embarcan Lucas y Aristarco; son confiados a la custodia de un centurión llamado Julio.
La navegación sigue la costa y partiendo de Cesarea se dirigen hacia el norte, la primera parada es en el puerto de Sidón donde Pablo tiene la oportunidad de visitar la comunidad cristiana que vive allí. Lucas cuenta en primera persona este viaje citando notas de viaje que se habían anotado durante la misma aventura. “Zarpando de Sidón, costeamos Chipre, porque el viento era contrario. Después, atravesando mar abierto a lo largo de Cilicia y Panfilia, desembarcamos en Mira de Licia.” Mira está mucho más adelante, está en la costa sur de Turquía. “Allí encontró el centurión una nave de Alejandría que navegaba a Italia y nos embarcó en ella”.
No tienen un barco militar destinado a este uso; probablemente utilizan un barco mercante o destinado al transporte de los pasajeros. Ese barco en el que habían subido se dirigía a Éfeso, pero ellos quieren ir a Roma, por tanto, en Mira hacen el cambio; habrán tocado muchos otros puertos porque las navegaciones eran solo diurnas, cada noche se pasaba en un puerto.
Llegados a Mira el prisionero con los compañeros bajan y cambian de barco porque encuentran un barco que se dirigía a Italia. “Por varios días avanzamos poco y nos costó llegar a Cnido”, probablemente porque había poco viento, por lo que la navegación era lenta. “Como el viento no era favorable, costeamos Creta a lo largo de Salmona, y pegados a la costa alcanzamos con dificultad un lugar llamado Puerto Bueno, próximo a la ciudad de Lasaya. Habíamos perdido mucho tiempo y la navegación se volvía peligrosa, porque había pasado la época del ayuno, Pablo aconsejó detenerse”.
Antes no había viento, luego hay demasiado viento y el barco corre peligro. Pasando bajo la isla de Creta para estar al abrigo de la tramontana, se dan cuenta que tienen dificultad para amarrar en algunos puertos. Ya ha pasado la fiesta de la expiación, el Yom Kippur, que cae el 10 del séptimo mes, por lo tanto, seis lunas después de la Pascua y, por tanto, estamos en los meses de septiembre - octubre o principios de noviembre. Estamos en el otoño avanzado. La navegación se hace peligrosa; en la antigüedad se suspendían las navegaciones en invierno porque los barcos no podían enfrentar los vientos invernales y las consiguientes tormentas marinas.
Pablo usa su inteligencia para exhortar a los que tienen la responsabilidad de su vida: “Observo, señores, que la navegación va a acarrear peligros y pérdidas, no sólo a la carga y a la embarcación, sino a nuestras vidas”. Es un razonamiento de sentido común. ‘La navegación no puede continuar más, detengámonos. Estamos amarrados en buenos puertos… paremos… si tenemos que pasar el invierno hagámoslo aquí’. “Pero el centurión confiaba más en el capitán y en el patrón del barco que en Pablo. Como el puerto no era apto para invernar, la mayoría prefería hacerse a la mar, con la esperanza de alcanzar e invernar en Fénix, un puerto de Creta orientado a noroeste y suroeste”.
Probablemente los responsables de la nave se preguntaron: ‘¿Qué hacemos todo el invierno en este agujero de puerto? Vayamos por lo menos en un puerto más grande donde hay algún pasatiempo’. “Se levantó un viento sur, y pensando que el plan era realizable, levaron anclas y costearon de cerca Creta”. El viento viene del sur y tienen que ir hacia Roma y por lo tanto es el viento propicio, parece haber llegado la buena oportunidad de llegar a Italia. “Muy pronto, del lado de la isla, se desató un viento huracanado, que llaman Euroaquilón”.
Es un viento muy fuerte. “El barco fue arrastrado, y como no podíamos navegar contra el viento, nos dejamos llevar a la deriva. Mientras pasábamos al reparo de un islote llamado Clauda, logramos con mucho esfuerzo controlar el bote salvavidas. Lo izaron a bordo y aseguraron la embarcación con sogas de refuerzo. Por temor a encallar en las Sirtes, soltamos los flotadores y navegamos a la deriva”. En lugar de ir al norte, el barco se dirigió al sur, hacia Libia, donde hay poca profundidad y si es un riesgo la tormenta es igual de arriesgado varar el barco en un fondo poco profundo. “Al día siguiente, como la tormenta arreciaba, empezaron a tirar parte del cargamento; al tercer día, con sus propias manos, se deshicieron del aparejo del barco. Durante varios días no se vio el sol ni las estrellas, y como la tormenta no amainaba, se acababa toda esperanza de salvación.”
Merece la pena escuchar directamente la historia de Lucas porque casi en vivo nos cuenta este viaje con la tormenta y el naufragio; es un hermoso relato marinero en el que el apóstol aparece como una persona entre los muchos insertos en una historia de desastre. “Llevábamos días sin comer cuando Pablo se puso de pie en medio y dijo: Amigos, debían haberme hecho caso y no salir de Creta, nos hubiéramos ahorrado estos peligros y pérdidas. De todas maneras, les ruego que tengan ánimo, que no se perderá ninguna vida; sólo la embarcación. Anoche se me apareció un ángel del Dios a quien pertenezco y venero y me dijo: No temas, Pablo; tienes que comparecer ante el emperador; Dios te concede la vida de los que viajan contigo. Por tanto, ¡ánimo, amigos! Confío en Dios que sucederá lo que me han dicho. Encallaremos en una isla”. Pablo también con este público pagano, secular, público, tiene a una palabra de consuelo y hace entrar su visión de fe en una situación dramática en medio de tantas otras personas que ni siquiera lo conocen y no comparten su fe.
Su intercesión consiguió la salvación de todos los compañeros de viaje. “Era ya la decimocuarta noche y seguíamos a la deriva por el Adriático. A media noche los marineros presintieron que nos acercábamos a tierra. Descolgaron la sonda y midieron treinta y seis metros; al poco rato la soltaron de nuevo y midieron unos veintisiete metros. Temiendo estrellarse contra los arrecifes, soltaron cuatro anclas a popa y rezaban para que se hiciese de día.
Los marineros intentaban abandonar el barco. Ya descolgaban el bote con el pretexto de soltar anclas a proa, cuando Pablo dijo al centurión y a los soldados: Si ésos no se quedan en el barco, ustedes no se salvarán. Así que los soldados cortaron las cuerdas del bote y lo dejaron caer al mar”. Los marineros tratan de ponerse a salvo y abandonan a los pasajeros, por suerte Pablo se da cuenta y los soldados evitan que los marineros escapen. “Cuando amanecía, Pablo invitó a todos a comer algo: Llevan catorce días a la expectativa y sin comer nada; les aconsejo que coman algo, que les ayudará a salvarse. Nadie perderá ni un pelo de la cabeza. Dicho esto, tomó pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y se puso a comer. Se animaron todos y comieron”.
¿Ha celebrado Misa? ¿O fue simplemente una comida a bordo? Notemos que el narrador usa los verbos técnicos de la celebración eucarística: tomó el pan, ‘eukaristesen’ = hace Eucaristía. Dio gracias, partió el pan y comenzó a comer. Muy probablemente el narrador alude a una celebración eucarística. En ese contexto de tormenta, mientras todos tienen miedo, cuando los marineros tratan de escapar, Pablo invita a comer y no es simplemente una comida profana, es la celebración de la Eucaristía como alimento que da fuerza y que ayuda a enfrentar las tormentas de la vida. “Se animaron todos y comieron. Éramos en la nave doscientas setenta y seis personas”.
No se trata de un pequeño grupo, es un gran barco. Lucas tiene la información precisa hasta del número de pasajeros. “Comieron hasta saciarse y después vaciaron el barco arrojando el grano al mar”. Probablemente no comían por las náuseas porque el movimiento de la tempestad había descompuesto el estómago de todos. “Se hizo de día. Los marineros no reconocían la tierra, pero distinguieron una ensenada con una playa, y decidieron, como pudieran, varar la nave allá. Soltaron las anclas y las dejaron caer al mar, a la vez que aflojaban las correas del timón; izaron la vela de popa a favor del viento y enfilaron hacia la playa. Pero, al pasar entre dos corrientes, la nave se encalló, la proa se hincó y quedó inmóvil y la popa se deshizo por la violencia del oleaje. Los soldados decidieron matar a los presos para que ninguno escapase a nado; pero el centurión, queriendo salvar la vida a Pablo, se lo impidió y ordenó que los que sabían nadar saltaran los primeros y ganaran tierra. Los demás seguirían en tablones o en otras piezas de la nave. De ese modo todos llegaron con vida a tierra”.
Pablo había dicho: ‘Nos salvaremos todos, pero perderemos el barco’. Había pensado bien. Era una práctica de los soldados matar a los prisioneros en caso de naufragio. El centurión Julio que tiene en custodia a Pablo, se ha encariñado, ha aprendido a apreciar a ese hombre y quiere salvarlo, intercede por él, confía en que no escapará. “Ya a salvo, pudimos identificar la isla de Malta”. Habían navegado 15 días de Creta a Malta, 15 días a merced del mar y al final, aunque perdieron el barco, se habían salvado todos. “Los nativos --los habitantes de la isla-- nos trataron con desacostumbrada amabilidad. Como llovía y hacía frío, encendieron una hoguera y nos acogieron. Mientras Pablo recogía un haz de leña y la arrimaba al fuego, una víbora, ahuyentada por el calor, se sujetó a la mano de Pablo.
Cuando los nativos vieron el animal colgado de su mano, comentaban: Mal asesino tiene que ser este hombre, que se ha salvado del mar y la justicia divina no lo deja vivir. Pero él sacudió el animal en el fuego y no sufrió daño alguno. Ellos esperaban que se hinchase o cayese muerto de repente. Tras mucho esperar, y viendo que no le sucedía nada de particular, cambiaron de opinión y decían que era un dios”. Es un detalle importante que recuerda una promesa de Jesús: “Agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño” (Mc 16,18).
Esta imagen de la serpiente que asalta a Pablo es una metáfora del mal que trata de atacarlo de todas las maneras para reprimirlo, pero no logra superar ese poder divino que opera en él. El naufragio no lo quebró, la mordedura de la serpiente no lo mató, al revés, de hecho, se hizo famoso de repente. En medio de aquellos 276 pasajeros, uno emerge inmediatamente y la gente de Malta lo considera un dios. “En aquella región tenía una finca el primero de la isla, llamado Publio”.
Es interesante cómo Lucas es preciso hasta en estas cosas y también en este caso llama al jefe de la isla de Malta con el título que se usaba en ese momento: ‘el primero’ – ‘πρώτῳ’ = protos. “Nos hospedó amablemente tres días. El padre de Publio estaba en cama con fiebre y disentería. Pablo se acercó a él, oró, le impuso las manos y lo sanó. Como consecuencia del suceso, los demás enfermos de la isla acudían y se sanaban. Nos colmaron de honores y, cuando partimos, nos proveyeron de lo necesario”. El naufragio fue una desgracia y se convirtió en una gracia, se convirtió en la oportunidad de evangelizar Malta. Y aún hoy en día los malteses se enorgullecen de haber recibido a Pablo como fundador de su Iglesia cristiana, el primer evangelizador de la isla. Pasaron tres meses invernales en la isla de Malta. Llagada la primavera del año 61 “zarpamos en una nave alejandrina que había invernado en la isla y estaba dedicada a los Dióscuros”.
El barco que habían utilizado se rompió y por lo tanto deben tratar de abordar otro barco. “Arribamos a Siracusa, donde nos detuvimos tres días. Desde allí, dando una vuelta, alcanzamos Regio”. Se da información precisa sobre todas las etapas y estas ciudades están orgullosas de haber sido nombradas en los Hechos de los Apóstoles y haber acogido a San Pablo. En la fachada de la catedral de Regio Calabria, está escrito precisamente en caracteres griegos este versículo: “Dando una vuelta, alcanzamos Regio”.
No es una gran frase, pero es una cita de los Hechos de los Apóstoles de esa ciudad y por lo tanto a la catedral lo recuerda como memoria histórica fundamental. “Al cabo de un día se levantó un viento sur, y en dos días llegamos a Pozzuoli”. En un día de Reggio Calabria llegan al puerto de Pozzuoli. “Aquí encontramos unos hermanos que nos invitaron a quedarnos con ellos una semana”. Parece que es Pablo quien manda el centurión Julio está dependiendo de Pablo. Llegados a Pozzuoli hay un grupo de cristianos que acogen a Pablo; desembarcan del barco y son huéspedes de la comunidad durante una semana.
El viaje por mar ha terminado; desde Pozzuoli a Roma se sigue la Vía Apia y se prosigue a pie. “Así llegamos a Roma. Los hermanos de allí, al oír noticias nuestras, salieron a recibirnos al Foro Apio y Tres Tabernas”. Lugares precisos de las afueras del sur de Roma que Lucas vio y conoce precisamente porque está presente en esa última expedición con Pablo. “Pablo al verlos dio gracias a Dios y cobró ánimo. Llegados a Roma permitieron a Pablo alojarse por su cuenta con el soldado de guardia”.
Pablo en Roma está detenido en el régimen llamado ‘custodia militis’, o sea, debe alquilar un apartamento y está encadenado con esposas a un soldado que nunca lo abandona; o sea, se mantiene bajo vigilancia, a la vista. El soldado cambia, hace los turnos de trabajo, pero siempre un soldado está presente atado a Pablo, por lo tanto, nunca tiene un momento de privacidad, sirve sólo para impedir que el prisionero organice su propia defensa y soborne a los jueces o se reúna con personas que puedan desviar el juicio.
Evidentemente el centurión Julio trajo la carta del gobernador Poncio Festo a la corte del César para un juicio contra este acusado, pero el estado Romano no tiene nada en contra de este acusado; deben presentarse los acusadores. Para que haya un juicio; es necesario que las autoridades del sinedrio de Jerusalén envíen oponentes para condenar a Pablo. Es evidente que desde Jerusalén no enviaron a nadie, sabían muy bien que si hubiesen podido hacer fuerza en un tribunal local no habría sido necesario lograr convencer a un tribunal Romano en Roma porque las cuestiones que tenían en contra de Pablo sólo estaban relacionadas con las creencias judías y por lo tanto no se podía establecer un juicio penal Romano con esos cargos.
Entonces Pablo se quedó en Roma esperando el juicio otros dos años. La tradición coloca la casa que albergó a Pablo en el área de Via Arénula, en Roma, detrás –ironía del destino– del actual Ministerio de Justicia; y hay una pequeña iglesia llamada “San Pablo alla Regola”, construida en la casa que tradicionalmente recibió al apóstol bajo el gobierno militar. En esa casa Pablo recibió a muchas personas. “Pasados tres días convocó a los judíos principales y, cuando se reunieron, les habló…”. Les dio un discurso muy importante. Les contó lo que había hecho, lo que lo sostenía y se enfrentó a las autoridades judías de Roma. “Señalaron una fecha y acudieron muchos a su alojamiento”.
Y Pablo les dio un discurso programático en el que resumió su predicación cristiana a los judíos mostrando que Jesús es el Mesías, y terminó su discurso con una frase programática: “Sepan entonces que esta salvación de Dios va a ser anunciada a los paganos y ellos la escucharán”. ‘Ustedes los primeros destinatarios no la han aceptado, pero esta palabra no se detiene, se dirigirá a todos los pueblos y verán que ellos la aceptarán’. En este versículo 28 del capítulo 28 se utiliza la palabra ‘σωτήριον’ = ‘sotérion’, una palabra un poco rara que significa salvación, y es considerada por los estudiosos como la gran inclusión de la obra lucana.
En Lucas 3, la presentación de Juan el Bautista culmina con una cita de Isaías en la que se dice que: “Toda carne verá este ‘soterion’ del Señor”. Del otro lado de la obra lucana, al final de los Hechos de los Apóstoles, Pablo dice: ‘este ‘soterion’ obrado por Dios, será visto por todos los pueblos’. Esta palabra rara para indicar la salvación hace de cornisa entre el evangelio y los Hechos de los Apóstoles. La gran obra lucana está enmarcada por el tema de la salvación para todos los pueblos. Los Hechos de los Apóstoles terminan de manera abierta. “Pablo vivió dos años enteros por sus propios medios. Recibía a todos los que acudían a él proclamando el reino de Dios y enseñaba con toda libertad y sin estorbo lo concerniente al Señor Jesucristo”.
¿Cómo se desarrolló el juicio? ¿Se presentaron los acusadores? Pablo no nos lo dice. Lucas termina la historia sin decírnoslo. No tiene intención de contarnos la vida de Pablo. Lo hizo a propósito. Diciéndonos que se quedó dos años, significa que después de dos años fue puesto en libertad. El juicio nunca tuvo lugar, los acusadores no aparecieron y Pablo en el 63 quedó libre y reanudó la vida… la vida de pastor, de mensajero del evangelio. Morirá en el 67 cuando regresó a Roma durante la persecución de Nerón.
Lucas lo sabe porque en el 67 estará presente en Roma y acompañará a Pablo en el último momento de la su vida, pero no cuenta los últimos años porque su intención no es contar la biografía de Pablo. Así como interrumpió la historia de Pedro, así ahora interrumpe la de Pablo. Lo que Lucas quería, lo que le interesaba era contar la llegada del evangelio a Roma. Así llegó el evangelio; y termina de una manera programática: Pablo anuncia el reino de Dios con parresía y sin impedimento.
Es un hombre prisionero, pero sin impedimento el reino de Dios se está haciendo realidad, y lo que había comenzado en el tiempo de Jesús, treinta años después llega a los confines de la tierra, llega al centro de la capital y sin ningún impedimento el reino de Dios está trabajando y viene a nosotros hoy, agradecidos de haber podido leer los Hechos de los Apóstoles que, como un álbum familiar, nos contaron los primeros pasos de nuestra maravillosa experiencia cristiana.