El Evangelio
según San Juan
Parte 5. La mujer samaritana
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
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5. La mujer samaritana
Al comienzo del Evangelio según Juan, la sección de los signos muestra un pasaje de las instituciones del Antiguo Testamento a la novedad traída por Jesús. Hay una parte del capítulo 2 al capítulo 4 caracterizada por dos signos y ambos tienen lugar en Caná de Galilea.
Entre los dos episodios, hay algunas otras narraciones en las que se muestra a Jesús en contacto con diferentes personas, y con su palabra, ofrece una novedad institucional. Ya hemos visto la realidad de la alianza renovada en Caná con el signo del vino, la novedad del templo que es la persona misma de Jesús, la novedad de la ley que Jesús muestra en el diálogo con Nicodemo, la novedad de los mediadores destacando al propio Juan Bautista quien, amigo del esposo, se retira, dando paso a Jesús que es el esposo. Jesús que había ido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua decide regresar a Galilea.
En el capítulo 4 encontramos un largo episodio donde simplemente se narra un encuentro; el encuentro de Jesús con una mujer de Samaria. En el versículo 4, el evangelista comienza el episodio diciendo: "tenía que atravesar Samaria". Para ir de Judea a Galilea en realidad uno pasa por Samaria, pero no era la ruta habitual que los peregrinos utilizaban porque los samaritanos eran considerados un pueblo excomulgado, una raza hostil. Eran seguidores de una religión híbrida que en parte tenían algunos elementos comunes al judaísmo: conservaban el Pentateuco, pero agregaron otros elementos de su propia creación, una especie de herejía judía. Los samaritanos eran considerados impuros.
Un judío no pasaba por Samaria porque temía las emboscadas, pero, sobre todo, se suponía que un judío observante no pasaba por Samaria porque se contaminaría al tocar objetos impuros, al comer alimentos inmundos, al entrar en contacto con los samaritanos impuros. Así que, por lo general, los peregrinos de Jerusalén bajaban a Jericó, cruzaban el Jordán y subían hacia el norte en la otra orilla del río, y luego volvían a cruzar el Jordán en Bet She'an y de ahí iban a Galilea.
Por tanto, la indicación que el evangelista coloca al principio, "tenía que pasar por Samaria" es una declaración provocadora. No se ajusta a la práctica y costumbres de la época, más bien es contrario a los hábitos. ¿Por qué tuvo que pasar Jesús por Samaria? Porque el camino de Dios lo llevó a la apertura hacia los extraños a Israel, hacia la realidad de la religión adulterada.
La mujer de Samaria representa precisamente esa humanidad religiosa, pero, a su manera, religiosos de una manera equivocada. Y Jesús también tuvo que conocer a ese tipo de personas. No pasa nada en particular en este episodio. No es una curación, quizás una conversión. Si hubo un diálogo, no se subrayó de manera visible el hecho de la conversación. Hay un cambio, pero todo se debe al encuentro con Jesús. Esa mujer que se encuentra con Jesús se da cuenta de que ha encontrado el sentido de su vida y su existencia cambia. Pero leamos el texto con atención, porque en los detalles, el evangelista esconde enseñanzas preciosas. “Llegó a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob dio a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, se sentó tranquilamente junto al pozo. Era mediodía (la sexta hora)".
Es importante notar la referencia al número seis, un número particular que a Juan le gusta mucho como una indicación de imperfección. El seis es el número de la humanidad. Es el número de lo incompleto que tiende a la plenitud del siete. El pozo es un lugar simbólico importante. En la tradición del Antiguo Testamento, el encuentro de los enamorados tenía lugar alrededor de los pozos. Los matrimonios se combinaban fácilmente en los pozos porque las mujeres jóvenes iban a sacar agua.
Era una de las raras ocasiones en las que uno podía encontrarse con doncellas a solas. Por lo general, era temprano en la mañana o al atardecer, los momentos de menos calor del día, cuando las mujeres, tras las tareas del hogar iban a sacar agua del pozo. Jesús está agotado, cansado del viaje y se sienta junto al pozo. Es la sexta hora, la más calurosa del día, y se supone que no hay nadie. Sus discípulos han ido al pueblo a comprar provisiones para el almuerzo. Inesperadamente, una mujer viene a sacar agua. Está sola en una hora inconveniente.
El evangelista no dice nada al respecto. Pero deja entender a los oyentes que esa mujer que va al pozo en un momento inusual, tenía la intención de no ver a nadie. No quería encontrarse con la gente del pueblo. Evidentemente, tenía algo que ocultar o no compartir con los demás. La mujer de Samaria viene con un ánfora para sacar agua, pero no puede porque Jesús está sentado junto al pozo. El pozo es un gran agujero en el suelo que se adentra en la tierra y permite sacar agua de las profundidades de la tierra.
Es un símbolo de la vida, de la vida primordial que emerge de las profundidades. Es un símbolo materno de nacimiento, de profundización, de interioridad. El pozo de Jacob era, en el lenguaje contemporáneo del judaísmo en tiempos de Juan, imagen de la ley, fuente de vida, es decir, esa profundidad de enseñanza divina que emerge y hace vivir. Jesús, sentado junto al pozo, toma el lugar de la ley y esa mujer para sacar agua, debe pasar por él. Jesús toma la iniciativa simplemente diciéndole a la mujer "dame de beber".
Ella reacciona bruscamente. De alguna manera, se siente ofendida. Reconoció por el acento que es judío. Ella vio que es un hombre y luego reacciona de manera hostil diciendo: 'eres hombre y judío, me desprecias como mujer, me desprecias como samaritana. Ahora que lo necesitas me pides agua’. Lo extraño del hecho es que un judío, que se siente superior desde un punto de vista religioso, pide un trago de una jarra de una mujer samaritana. No es normal; es un personaje extraño, el que hace tal solicitud. La mujer reacciona con asombro e incluso con una reprimenda.
Jesús, sin embargo, eleva el nivel de la conversación. Es él el que pidió un trago de agua, pero de inmediato se revela como el que puede dar de beber a la mujer. Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”. Jesús reacciona de manera educada pero teológica. Comienza diciendo a la mujer que no sabes quién es. ‘Si supieras me habrías pedido agua porque tengo un agua que te hace vivir para siempre’. La mujer reacciona casi en broma burlándose de él: ‘pero ¿quién te crees que eres? ¿Eres, acaso, más poderoso que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebían él, sus hijos y sus rebaños durante siglos?”.
Cuenta la leyenda que cuando Jacob cavó ese pozo el agua subió al nivel de la tierra y se desbordó durante mucho tiempo, para que los rebaños pudieran beber pacíficamente de esa agua. ¿Jesús es más grande? No tiene nada para sacar agua, no tiene jarra, no tiene vaso. ¿Cómo puede sacar esa agua? Jesús responde aceptando el desafío, pero elevando el nivel del discurso. "El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás”. Agua que realmente apaga la sed, es decir, que satisface el deseo de toda persona.
Es el don de Dios. ¿De qué don está hablando? Es el don del Espíritu Santo; el Espíritu es el don de Dios. Si esa mujer lo supiera, le preguntaría por el Espíritu, por esa agua viva, esa agua que Jesús puede dar. Por ahora, es una promesa: el agua que apaga la sed. La mujer no comprende el discurso teológico de Jesús. Ella continúa con los pies en la tierra, pensando materialmente en el agua. Sintió que este extraño personaje podría tener algunos poderes. Si realmente tiene un agua que calme definitivamente la sed, sería una ganancia. No tendría que volver todos los días a sacar agua.
Ella le pide a Jesús: "Dame de esa agua". Jesús trae a colación un discurso muy extraño: "Ve, llama a tu marido y vuelve acá". La mujer se siente descubierta. Había comenzado la conversación con un extraño hablando sobre el agua. Ahora le preguntan sobre su vida personal. Debe admitir que no tiene marido. Y Jesús sigue con serenidad revelándole su propia vida o más bien mostrándole que la conoce, y la conoce en sus errores. “Tienes razón al decir que no tienes marido porque has tenido cinco hombres, y el que tienes ahora tampoco es tu marido".
Son seis. Nuevamente regresa el simbolismo de cinco. Esa mujer de Samaria, una mujer que tenía una historia de inestabilidad matrimonial y de un matrimonio tormentoso, pero es sobre todo una imagen del pueblo samaritano, de una humanidad religiosamente equivocada, con una multiplicidad de ídolos, de divinidades. La imagen del esposo recuerda a Dios como el esposo del pueblo. El seis tiende al siete. Jesús se presenta como el séptimo, como la plenitud del encuentro conyugal.
El verdadero esposo que junto al pozo concertó un matrimonio; aquí se perfila una nueva relación conyugal de Cristo con la humanidad. Esa mujer pecadora, imagen de la humanidad religiosamente equivocada, es corregida y redimida por Cristo. La mujer se asombra, golpeada en el signo de su vulnerabilidad humana, profundiza el discurso religioso: "Señor, veo que eres profeta". ‘Entonces, dime: ¿Dónde está el lugar que deberíamos adorar?’ “Nuestros padres daban culto en este monte; ustedes en cambio dicen que es en Jerusalén donde hay que dar culto”. ‘Tú que sabes, dime ¿cuál es el lugar?’
Y Jesús le respondió con una fórmula espléndida de carácter trinitario. "El Padre debe ser adorado en espíritu y en verdad". Muchas veces, esta frase se explica incorrectamente. El espíritu no es opuesto a la materia y por tanto no se hace referencia a un culto sin concreción ritual, simplemente vinculado a la conciencia del individuo. De la misma manera, ‘verdad’ no significa sin hipocresía, de manera inconsistente. El espíritu es el Espíritu Santo y la verdad es Jesús en persona.
En lengua joánica, "verdad" corresponde a "revelación". Jesús es la verdad porque es el revelador del Padre. Por lo tanto, el Padre quiere y debe ser adorado en el Espíritu dado por Jesús que es la verdad. El Padre busca tales adoradores. Y la mujer ha encendido el tema. En el centro de este episodio de la samaritana se encuentra el lugar de culto. ¿Dónde se puede adorar a Dios? Jesús dice: ‘Ni en el monte ni en el templo, sino en el Espíritu Santo dado por mí, que soy la revelación’. Es la superación de un culto ligado a la naturaleza, la montaña; o un culto ligado a la estructura religiosa, el templo. La adoración cristiana se lleva a cabo en el Espíritu Santo, que es un don de Jesucristo que nos hace hijos e hijas y nos pone en comunión con Dios Padre.
Esta es la novedad que trae Cristo a la mujer religiosamente equivocada. Ella abandona el cántaro y corre a la ciudad para llamar a la gente. Un detalle importante: deja ese recipiente con el que vino a sacar agua. No pasó nada; no casó agua, no dio de beber, no recibió agua materialmente de Jesús. Hablaron entre ellos, pero se produjo un cambio en ella. Esa mujer que fue a sacar agua cuando no había nadie para no encontrarse con nadie, llama a los aldeanos y los reúne para que vengan a ver a Jesús. Ella dice: "Encontré a un hombre que me contó todo lo que hice". Probablemente la gente de la aldea sabía lo que había hecho. Podrían habérselo dicho a ella también. Ella evitó encontrarse con ellos precisamente para no ser reprochada ni insultada por lo que había hecho.
En Jesús, encontró a una persona que, aun conociendo sus errores, le ofreció una nueva posibilidad. Y ella se convierte en evangelizadora. Su vida ha cambiado desde el encuentro con Jesús. Y reúne a sus aldeanos para que ellos también encuentren a Jesús. Los samaritanos se apresuran a ver a Jesús.
Mientras tanto, sus discípulos han llegado y comienza la otra parte del encuentro. Los discípulos compraron algo de comer y le dijeron a Jesús que comiera, y Jesús comienza un extraño discurso. "Yo tengo un alimento que ustedes no conocen". Los discípulos razonan con los pies en la tierra, como la mujer samaritana, imaginan que alguien debe haberlo traído algo para comer. Jesús eleva el nivel de su discurso a partir de elementos materiales.
Siempre son símbolos con los que Jesús quiere mostrar una realidad más elevada, más teológica. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió ... levanten los ojos y observen los campos que ya están madurando para la cosecha”. Está mostrando los campos con la mano. Debemos imaginar que vienen los samaritanos y Jesús muestra a los samaritanos como cosecha madura la llegada de los samaritanos.
En este punto precisa: ‘He trabajado y ustedes tienen que hacerse cargo de mi trabajo. Yo trabajé y sembré para que nazca una mies. Ustedes, mis discípulos, son enviados a recoger lo que yo trabajé’. Recuerden que al principio Jesús se presentaba cansado y sentado junto al pozo. Esa actitud de cansancio de Jesús que le lleva a sentarse es imagen de su pasión. Jesús volverá a sentarse en el pretorio de Pilatos, a la hora sexta, cuando será presentado de manera despectiva como el rey de los judíos. La fatiga de Jesús es su vida y su obra misionera, y es su pasión y muerte.
Esa es la fatiga que da a luz a la mies y los discípulos en su tiempo la recogerán. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que, primero Felipe, uno de los siete, luego Pedro y Juan bajaron a Samaria y muchos samaritanos reciben el Evangelio. ¿Cuándo pasó Jesús por Samaria? Cuando los discípulos Felipe, Pedro y Juan evangelizaron ese territorio, muchos cristianos describieron como la mujer de Samaria, los que anteriormente eran adoradores de ídolos dispersos en muchos cultos ahora se adhieren a Jesús reconociéndolo como la verdad y recibiendo de él el Espíritu Santo que los une en plena comunión con Dios Padre haciéndolos auténticos adoradores del Padre en Espíritu y verdad.
El viaje termina en Galilea, nuevamente en Caná. Y el círculo se cierra. En Caná de Galilea donde todo empezó, Jesús regresa y realiza allí la segunda señal sobre un hombre sanado que no muere, sino que vive. Finaliza la primera parte y se inaugura la segunda.