Apocalipsis de Juan 2
Cartas a las Siete Iglesias
Videos por el Fr Claudio Doglio
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Cartas a las Siete Iglesias
El Cristo Resucitado le dio a Juan la tarea de escribir a las siete Iglesias que se encuentran en la provincia de Asia. Son las comunidades cristianas que vivían en el ambiente guiado y animado por Juan en tiempos de dificultad: enfrentamientos con las autoridades romanas, con la cultura griega, con la estructura religiosa hebrea. Juan consuela y alienta a los cristianos.
Dijimos que el Apocalipsis es un libro de consuelo y aliento; un trabajo que invita a la resistencia porque además de los diversos problemas exteriores que existieron con los griegos, los romanos, los judíos, los problemas más graves se dieron dentro de la comunidad cristiana y fueron causados por enfrentamientos entre diversas mentalidades que los grupos cristianos estaban desarrollando.
A fuer de ser simple y sintético menciono dos diferentes mentalidades. Por un lado, estaban los más conciliadores, un poco laxistas que estaban dispuestos a ser tolerantes con la mentalidad y hábitos del tiempo y de la sociedad. Del otro lado estaban los más rígidos, con la intención de resistir a la mentalidad corriente y para mantener una fuerte consistencia con el mensaje cristiano.
El problema se debió al hecho de que, en la antigua sociedad grecorromana, toda la estructura de la vida era caracterizada por el elemento religioso. No eran sociedades laicas, sino altamente religiosas, de acuerdo con la religiosidad pagana del mundo grecorromano. Por ejemplo, todo comercio estaba estrechamente relacionado con una divinidad. Para nosotros hoy son los registros profesionales o las categorías sindicales, en la antigüedad eran hermandades, corporaciones religiosas. Para poder ejercer una profesión como ser el médico, el abogado, pero también el panadero o el campesino tenían que pertenecer a estas hermandades, participar en los cultos y fiestas, comer carne inmoladas a los ídolos, participar en actos de adoración de las diversas deidades…
Si un cristiano, por coherencia, se negaba a participar en estos gestos era expulsados del tejido social. Es por eso que algunos dijeron que debían adaptarse. Si estas divinidades no existen, puedo participar en el culto de la diosa Artemisa, ofrecer sacrificios, comer carne inmunda que yo no lo considero tal: ningún problema. ¿Por qué tengo que arruinar mi vida por no hacer estas cosas?
La otra parte tenía una interpretación más seria y coherente, y Juan pertenece a este grupo; sostiene la necesidad de la resistencia valiente frente a estas estructuras sociales corruptas; por tanto, un cristiano no debe participar en esos cultos, no debe participar en esos banquetes, no debe comer esas carnes inmoladas a los ídolos y si le cuesta profesionalmente, paciencia. Acepta ese daño.
Juan teoriza el camino del martirio, es decir, el testimonio. ‘Mártir’ significa testigo. En griego mártir es simplemente el testigo, no es necesario morir, dar la vida. Y es precisamente a través de la teología joánica que el concepto de testigo está conectado al derramamiento de sangre. Testigo hasta perder la vida, dispuesto a seguir de manera coherente a Cristo hasta el punto de perder todo.
Juan critica fuertemente el comportamiento laxista y apoya con todas sus fuerzas una actitud valiente, coherente y rígida, consistente hasta la muerte. En los siete mensajes que Cristo resucitado le dicta a Juan se ven estas variadas sombras, si se leen las recomendaciones que el señor confía a su profeta para que las trasmita a la iglesia para que revise su propia posición. Dijimos que el Apocalipsis se presenta como una especie de liturgia cristiana. Incluso podríamos decir una celebración eucarística.
Y como en cualquier celebración eucarística, al principio está el reconocimiento de los pecados y la invocación del perdón, así el Apocalipsis comienza con un examen de conciencia, con una revisión de la vida. El Cristo resucitado lee la vida a las diferentes Iglesias. Pone en evidencia cuáles son sus méritos, pero también sus fallas, sus errores concretos. La revisión de vida conduce al reconocimiento de los propios pecados, de tal manera que las iglesias sean capaces de ver más allá.
La fórmula litúrgica que tenemos al comienzo de la Misa podría ser aplicada tranquilamente a este contexto: “Para celebrar dignamente los santos misterios reconozcamos nuestros pecados”. Las cartas a las siete iglesias son una invitación a reconocer los propios pecados, para poder contemplar los santos misterios que se describirán a continuación en el Apocalipsis.
Por tanto, los capítulos dos y tres contienen siete mensajes enviados a siete comunidades cristianas que viven en siete ciudades diversas. El primer mensaje es para Éfeso; luego subiendo hacia el norte se llega a Esmirna, y luego a Pérgamo; luego yendo hacia el interior y haciendo un círculo que vuelve a Éfeso se encuentran las ciudades de Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea.
Siete iglesias de las que aún permanecen señales arqueológicas; en algunos casos restos arqueológicos notables y en otros pequeños recuerdos en medio del campo. Son ciudades importantes, animadas con una historia, con una situación especial al final del primer siglo después de Cristo, ciudades que Juan conoce bien.
Y a cada una de ellas les dirige un mensaje, pero todos estos mensajes están estructurados de la misma manera. No se trata de cartas auténticas, que fueron realmente enviadas por Juan a la comunidad; es más bien un artificio literario en el que con siete cartas similares, paralelas entre sí, vuelve al mismo tema para insistir en la exhortación a las distintas comunidades, con diferentes tonos para que se conviertan y resistan. Vamos a leer la primera y la última carta, para una referencia concreta.
La primera está dirigida a la capital, la ciudad principal donde Juan vivía. “Al ángel de la Iglesia de Éfeso escríbele”. Primer elemento: la dirección. La carta se envía al ‘ángel de la Iglesia”. De alguna manera, a la realidad trascendente de la Iglesia. No concretamente a las personas sino a lo que representan en el proyecto de Dios.
Segundo elemento: la típica formula del profeta: “Esto dice…”. Y esta expresión se encuentra en las siete cartas. Son algunas características que se utilizaban para describir al Cristo resucitado en el primer capítulo. Por ejemplo, en este caso se dice: “Esto dice el que sujeta en la mano derecha las siete estrellas, el que camina entre las siete lámparas de oro…”. Esto es, reina sobre las potencias cósmicas y es el centro de la vida eclesial.
Tercer elemento: “Conozco tus obras…”. El Cristo Resucitado conoce bien la situación de cada comunidad y hace el diagnóstico de la situación eclesial. “Conozco tus fatigas, tu paciencia, que no toleras a los malvados, que has sometido a prueba a los que se dicen apóstoles sin serlo y has comprobado que son falsos; has soportado y aguantado por mi causa sin desfallecer”.
Este es el aspecto positivo, pero hay también un aspecto negativo: “Tengo algo contra ti: que has abandonado tu amor del principio”. Notemos cómo en este diagnóstico de la situación, la atención está dirigida especialmente hacia la constancia, la paciencia, a la capacidad de distinguir a los mentirosos, que son los que enseñan las doctrinas laxistas. Al interior de la comunidad cristiana existen los malos y los mentirosos e, incluso, pueden ser los maestros de errores. Juan insiste poniendo en evidencia la distinción necesaria. El aspecto negativo es que la comunidad ha perdido amor, ha perdido entusiasmo.
Cuarto elemento: la exhortación. Al diagnóstico sigue la terapia. Después de haber visto cómo están las cosas, es necesario dar una solución; se interviene y se cura. Estos son los consejos dirigidos a la comunidad de Éfeso: “Fíjate de dónde has caído, arrepiéntete y haz las obras del principio. De lo contrario, si no te arrepientes, vendré y removeré tu lámpara de su puesto. Sin embargo, tienes a tu favor esto, que detestas la conducta de los nicolaítas como yo la detesto”.
Los nicolaítas eran esos predicadores cristianos laxistas que argumentaban una actitud conciliadora con la mentalidad social y religiosa del mundo grecorromano. Juan está en abierta controversia contra los nicolaítas y enseña que el Cristo Resucitado no puede tolerar a los nicolaítas, ni tampoco él (Juan).
Por tanto ¿cuál es la terapia? La conversión. “Arrepiéntete” – cambia de mentalidad. ‘Recuerda…” – ejercita la memoria… “fíjate de dónde has caído” … ya no tienes el amor del principio. Detrás de esta carta se pueden también ver las referencias simbólicas al Antiguo Testamento. Se puede apreciar en las siete cartas una progresión que resume la historia de la salvación.
En esta primera carta a Éfeso, podemos reconocer la referencia inicial a Adán, que no tiene más el amor primero, que cayó… ‘recuerda de dónde has caído y regresa a la santidad primordial'.
Quinto elemento: Una fórmula que se repite siempre igual en todas las cartas: “El que tenga oídos escuche lo que dice el Espíritu a las Iglesias”. Es el Cristo Resucitado el que habla, pero es el Espíritu que dice a las iglesias alguna cosa. Juan profeta, portador del Espíritu, dice lo que el Cristo Resucitado le ha revelado. Cristo envió su Espíritu para que haga comprender al profeta cristiano el sentido de la historia momento a momento.
Último elemento: la promesa al vencedor. “Al vencedor le permitiré comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios”. La referencia al origen de Adán se retoma al final. Existe una promesa que hace referencia al fin: el cumplimiento escatológico. Lo que al principio fue quitado, se promete para el final. El vencedor, el que en la carrera resiste y llega a la victoria tendrá acceso al árbol de la vida que es el paraíso. Precisamente aquello de lo que el hombre se había alejado, el hombre caído que había perdido el primer amor.
Estos elementos se repiten en cada una de las otras cartas, solo con variaciones de tono y modo, haciendo referencia a las condiciones precisas de las diversas comunidades hasta llegar por fin a la última, la séptima, la carta a Laodicea, la carta más dura que esconde una referencia contemporánea.
Si la primera carta hacía referencia a la caída de Adán, y la segunda a la liberación de Egipto; la tercera al Éxodo y al camino del desierto; luego las referencias a la situación de los profetas contra la monarquía corrupta, el drama del exilio, el regreso del exilio y la reconstrucción, la séptima carta habla del judaísmo contemporáneo, de la situación precisa de aquel momento.
“Al ángel de la Iglesia de Laodicea escríbele: Así dice el Amén, el testigo fidedigno y veraz, el principio de la creación de Dios. Conozco tus obras, no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; pero como eres tibio, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”. Es una frase tremenda en boca de Cristo. Es el anuncio de una condición de mediocridad. La comunidad es tan tibia que da náuseas a Cristo.
“Dices que eres rico, que tienes abundancia y no te falta nada; y no te das cuenta de que eres desgraciado, miserable y pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro refinado para enriquecerte, vestidos blancos para cubrirte y no enseñar desnudas tus vergüenzas, y medicina para ungirte los ojos y poder ver”.
La situación es dramáticamente mediocre. La terapia es reconocer el propio límite y depender de Cristo, el único que realmente puede enriquecer a todos. “A los que amo yo los reprendo y corrijo”. Es una declaración de amor de Cristo que quiere educar, formar la iglesia. Le reprocha precisamente porque la ama.
“Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”. Así termina esta primera parte del Apocalipsis. El Cristo Resucitado quiere cenar contigo, llama a tu puerta; si le abres y si escuchas su voz y le abres puedes sentarte a cenar juntos.
Reconocemos fácilmente la referencia a la celebración eucarística. Cristo quiere sentarse a la mesa contigo. Escucha su voz, ábrele la puerta, acógelo. Habiendo reconocido los pecados, la Iglesia se purifica para celebrar los santos misterios. Esto es lo que presentará Juan a partir del capítulo cuatro.