Apocalipsis de Juan 4
Los Siete Sellos
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
Los Siete Sellos
Juan vio un cordero de pie, como inmolado, al centro del trono y comprendió que es el símbolo de Cristo Resucitado en el centro del gobierno del universo. Se había anunciado un león de Judá, pero con un giro de escena apareció un cordero. ¿Qué fin tuvo el león? Es el cambio de perspectiva. Se esperaba un león, pero apareció un cordero. ¿Cómo venció Dios? ¿Matando enemigos? NO. Dejándose matar. El Cordero está en al centro del trono para indicar que al centro del poder de Dios está el misterio del Cristo crucificado y resucitado. Venció muriendo. Es un vencedor perdiendo la vida. Se convierte en el modelo esencial que Juan propone a la comunidad cristiana en dificultad.
El Apocalipsis es una obra de consuelo y aliento. Y para alentar y consolar, ofrece el modelo fundamental que es el Cristo sufriente pero victorioso; y reitera que para vencer se tiene que pasar por esa misma situación, coherente como Él hasta el final. La resistencia es la gran intención de Juan en la redacción del Apocalipsis.
Y para mostrar cómo el proyecto de Dios revelado plenamente en Cristo muerto y resucitado, se desarrolla a lo largo de toda la historia, ha elegido como esquema descriptivo los septenarios. Se trata de una serie de siete cuadros. Imagínense que yo les mostrara siete diapositivas de un viaje que haya hecho. O sintetizado todas las todas las experiencias que hice en siete imágenes. No es propiamente el viaje en sí, pero hay siete imágenes que lo resumen. O imagínense que visitan una pinacoteca entrando en una sala en la que están expuestas siete pinturas.
Comenzamos desde un extremo y vemos cuatro cuadros que tienen la misma dimensión, todos iguales y simétricos. Luego nos movemos y vemos un quinto un poco más grande; y en la otra pared encontramos el sexto que es un cuadro enorme, con tres tableros principales. Y, finalmente, tenemos el séptimo, que es un cuadro muy pequeño, una miniatura. Hemos entrado en la 'sala de los sellos'.
Es como decir que estos siete cuadros que tenemos la oportunidad de ver, están unificados por el símbolo del sello. El que se sienta en el trono sostiene un pergamino con siete sellos. Cada vez que el Cordero abre un sello, viene proyectada una diapositiva. Contemplamos un cuadro. Estos siete sellos juntos que aparecen como siete cuadros, muestran la historia de la salvación; algunos elementos básicos que caracterizan la historia. Han notado que, en mi descripción, el sexto cuadro es el más grande, enorme. En la serie de los septenarios, el sexto elemento es siempre el más importante, es la cumbre de la serie; es lo que muestra la decisiva intervención de Dios en la historia. Es decir, el evento salvífico de Jesucristo.
Intentemos, entonces, describir brevemente estos siete cuadros que representan el septenario de los sellos. Los primeros cuatro son iguales, tienen el mismo tamaño, el mismo marco, el mismo sujeto. Representan cuatro caballos. Aquí están los famosos jinetes del Apocalipsis. Cuatro cuadros de caballos, caracterizados por diferentes colores. El primero es blanco, el segundo rojo, el tercero negro y el cuarto verdoso pálido. El blanco es el color positivo. En el Apocalipsis generalmente es atribuido a Dios, a Cristo Resucitado o a los elegidos. Es el color de la luz y es el color de la vida, es el símbolo de victoria y, de hecho, el primer jinete que monta el caballo blanco es coronado como ganador y se dice que salió victorioso destinado a seguir ganando.
En cambio, el rojo es generalmente el color de la sangre. Es un caballo color rojo ardiente y es imagen de la violencia, del derramamiento de sangre. El negro hace alusión al hambre, a la carestía… ‘el hambre negra’. Y el verdoso es el color del cadáver, señal de enfermedad y de la muerte. Estos tres caballos: el rojo, el negro y el verdoso pueden traer la guerra, el hambre y la peste. Son tres calamidades que desafortunadamente han afligido siempre a la humanidad. Pero el primer caballo, el caballo blanco, representa un elemento inicial positivo.
La serie no comienza mal, pero degenera. Imaginen ver en el primer caballo a Adán, creado bueno y hermoso. Pero el segundo es Caín quien ha derramado la sangre de su hermano y así de la violencia nació el hambre y la pestilencia. Es una cabalgata de fuerzas, no de personas, las que marcan la historia humanidad. Empezamos bien, pero la situación empeoró rápidamente en una situación desenfrenada y desesperada. El mal domina el mundo. ¿Qué hacer?
El quinto cuadro muestra a las víctimas; personas asesinadas violentamente por un poder adverso. Es como si hubieran sido arrojadas debajo del altar, ofrenda sacrificial; y estas víctimas gritaban a Dios con voz potente: ¿Por qué no intervienes? ¿Cuándo juzgarás a los habitantes de la tierra y vengarás nuestra sangre?
Otro elemento decisivo en la dinámica histórica es la oración de las víctimas. Se hace referencia a los justos del Antiguo Testamento, a las víctimas inocentes de persecuciones, especialmente aquella de la época de los Macabeos. La respuesta está en el sexto cuadro. El inmenso cuadro con tres paneles. Es un texto mucho más largo. Yo hice el paso entre el texto literario y el cuadro. El cuadro puede ser pequeño, el texto breve. Y el texto puede ser largo y lo figuramos como un inmenso cuadro, con grandes paneles. Tres paneles porque son tres las escenas, tres tableros porque tres son las escenas que componen el sexto sello.
En la primera escena encontramos una serie de fenómenos catastróficos. Es de estas escenas que se deriva la interpretación equivocada del Apocalipsis como destrucción. ¿Qué significa ‘catástrofe’? Catástrofe es una palabra griega que significa inversión, vuelco completo. Con un gesto, cuando hablo de cambio, quiero decir que las cosas han cambiado de un modo a otro. Con mi mano hice una ‘catástrofe’, una reversión. Precisamente, el gesto que hago con mi mano, en griego si llama ‘catastrofé’. Por tanto, estas imágenes catastróficas, sirven para simbolizar los cambios, los grandes cambios en la historia. Cuando se describe que el sol se oscurece, que las estrellas caen, que el terremoto destruye todo, no se anuncian desastres, calamidades.
Con este lenguaje simbólico se pretende decir que hay un cambio radical en el mundo. Las cosas cambian, de ‘así’ a 'así´. Entonces, ¿qué quiere decir Juan? La venida de Jesucristo provocó una reversión de la situación. Después del cuadro inicial del mal que domina el mundo, y el grito de las víctimas, aquí llega la intervención que determina una catástrofe, es decir, un cambio.
El segundo cuadro es el anuncio de la salvación para los que vivieron antes Cristo. Se habla de Israel, del pueblo elegido, y se dice que los salvados son 144.000. Los números no tienen un valor cuantitativo sino cualitativo. Ciento cuarenta y cuatro corresponde a 12 x 12. Para llegar a 144.000 se multiplica por mil. Mil es el número típico divino. Es el gran número por excelencia. Doce por doce representa la porción de Israel, multiplicado por la divinidad. Quiere decir aquellos que son salvados. Simplemente es un número simbólico para decir que de todas las doce tribus de Israel fueron salvadas – ‘12.000 personas’. Son aquellas marcadas con el sello de Dios.
Aquí está nuevamente la imagen decisiva que Juan toma de Ezequiel. Es un ‘Tau’, la última letra del alfabeto hebreo; pero no debemos consultar una gramática hebrea actual porque en tiempo de Ezequiel el ‘Tau’ se escribía de manera diferente a como se escribe ahora. Era una cruz, una pequeña cruz. El ‘tau’ representa lo que nosotros hacemos al marcar, por ejemplo, a los asistentes en una lista, haciendo una pequeña marca al lado del nombre. Y Ezequiel había hablado de marcar una crucecita en la frente de los elegidos, de los justos. Adopta la letra ‘tau’ porque esa señal se llamaba así. Y la imagen permaneció. No debemos leerla según el hebreo más reciente, y menos según el idioma griego que también tiene una letra ‘tau’ que se convierte en la ‘t’, pero en el fondo, en la tradición franciscana existe la ‘tau’ = la T que representa la cruz.
Hemos regresado al origen. Es el signo, el sello de pertenencia. Cuando el obispo impone el crisma, pone su mano en la cabeza de la persona y marca una cruz en la frente, ungiendo con el sagrado crisma y diciendo: ‘Recibe el sello del Espíritu Santo que se te da como regalo’. Está ‘sellando’ a esa persona. ¿Qué quiere decir? Que la cierra. El sello es señal de pertenencia. Es colocar el sello del Espíritu en esa persona para decir que pertenece al Señor. Aún hoy hemos conservado en nuestra liturgia este símbolo muy antiguo.
En este cuadro del Apocalipsis se describe el evento de salvación para los que vivieron antes. La intervención decisiva de Cristo lleva la salvación para aquellos que vivieron antes y para los que vivieron después. Pero mientras que los que vivieron antes son simbólicamente cuantificable porque el tiempo es limitado, los que vienen después no son cuantificable porque Juan sabe que no se puede dar límite a la historia.
Y ahora el tercer cuadro. Después de la serie numerada, Juan ve una multitud enorme, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. De nuevo los cuatro elementos; universalidad cósmica. Es la muchedumbre de los redimidos. Están caracterizados por el hecho de estar de pie, delante del trono y ante el Cordero, vestidos con túnicas blancas –viven, son victoriosos– y con palmas en la mano que es la señal de la victoria, pero también del oasis, del agua. Por lo tanto, de la restauración de la frescura, de la vitalidad.
“Gritaban con voz potente: La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero”. ¿Quién nos puede salvar? El Señor Dios y el Cordero de Dios. ¿Quiénes son éstos? “Uno de los ancianos se dirigió a mí (Juan) y me preguntó: Los que llevan vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde vienen?”. Es un artificio literario para preguntar el lector y enfatizar su incapacidad. Juan dice que no lo sabe… si no se lo explica ¿cómo hará a saberlo? Y uno de los ancianos le explica: “Éstos son los que han salido de la gran tribulación”. No que ‘han pasado’ a través de la tribulación… Son aquellos que tienen su origen en la Gran Tribulación.
¿Cuál es la gran tribulación? No las dificultades de la vida de cada uno. La gran tribulación, la tribulación por excelencia es la pasión de nuestro Señor Jesucristo, es su muerte y resurrección. Los que tienen su origen en la Pascua de Cristo son los redimidos, son los que se han lavado sus vestidos convirtiéndolos en blanco, con la sangre del Cordero.
Una imagen provocativa porque es extraña. ¿Cómo se hace para volver blanco un vestido lavándolo con sangre? Si el blanco recuerda la vida, la posibilidad de vivir viene de la sangre del Cordero, es decir, el hecho de que Cristo ha muerto. Él es el modelo de salvación, es la causa de la salvación; con su sangre, es decir, con su muerte nos dio la oportunidad de vivir; hizo blanco nuestro vestido; nos ha puesto en comunión con Dios. Esta escena la leemos todos los años en la fiesta de Todos los Santos, el primero de noviembre. Contemplando la Jerusalén celestial la liturgia nos hace leer este cuadro.
Es la contemplación de la humanidad redimida que participa en la victoria y en la gloria de Cristo Resucitado. “Por eso están ante del trono de Dios, le dan culto día y noche. No pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el calor los molestará, porque el Cordero que está en el trono los apacentará…”.
Aquí tenemos otra catástrofe. Un darse vuelta de la situación. El cordero es el pastor. Uno se imagina al pastor, grande y fuerte, pero es un cordero. ¿Pondrías a un cordero para guiar a un rebaño? ¿Enviarías a un cordero contra lobos? Este es el modelo que el Apocalipsis propone. Una iglesia pobre y débil, resistente hasta la muerte; segura que solo en la participación en la muerte de Cristo hay victoria. Y cuando el Cordero abre el séptimo sello “se hizo en el cielo un silencio de media hora”. Bergman adaptó el título de una de sus famosas películas: “El séptimo sello” tomándolo de aquí, con la evocación del cielo que calla, en silencio. Pero la intención de Juan era completamente diferente.
Ese silencio no es un silencio de Dios, sino callarse del hombre que pone su mano en la boca y delante de esa belleza solo puede adorar en silencio. La cumbre del encuentro de amor se encuentra en el silencio de adoración.