El Evangelio
según San Lucas
Parte 5. El centro del tiempo
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
5. El centro del tiempo
Terminada la narración de la infancia, el evangelista Lucas, en el capítulo 3 de su obra, comienza a contar el ministerio público de Jesús. Y a partir de este momento sigue el mismo orden narrativo de Marcos y Mateo. Estos tres evangelistas son de hecho llamados sinópticos porque se pueden leer de manera casi paralela. Si fueran publicados en columnas paralelas podríamos seguir fácilmente la historia de los tres con una sola mirada. Por supuesto no todo es idéntico; hay detalles que se agregan, otros movidos, otros retocados; esto es parte del trabajo editorial que lleva a cabo cada evangelista.
Lucas, en particular, ha elaborado mucho material que la tradición le ha aportado y reorganizado según sus criterios teológicos, por lo que introdujo dos capítulos larguísimos de material exclusivamente suyos, fuentes que encontró en su investigación cuando conoció a la comunidad judeocristiana de Jerusalén y publicó esos textos con sus inevitables reelaboraciones lo que los testigos oculares de la infancia habían puesto por escrito como un momento importante de anuncio, de recuerdo, de la fundación del anuncio cristiano. En el capítulo 3 Lucas comienza como historiador helenista enmarcando el evento de la manifestación pública de Jesús con un cuadro histórico.
Los antiguos no tenían una numeración absoluta de los años; no podían dar un número a los años como hacemos nosotros, pero siempre se hacía referencia a los grandes líderes y así Lucas especifica que la palabra de Dios le llegó a Juan, hijo de Zacarías en el desierto en un momento muy preciso: “En el año quince del imperio de Tiberio César”. Esta es la referencia más precisa que tenemos en todos los textos evangélicos. Lucas según su reconstrucción histórica data el inicio del ministerio de Juan el Bautista y, por tanto, inmediatamente después, del mismo Jesús, en el decimoquinto año del emperador Tiberio. Según nuestro cálculo del calendario podemos hablar del año 28 o 29 posterior a Cristo.
Continúa su presentación de la situación histórica diciendo:
“Siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítida, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, la Palabra del Señor se dirigió a Juan”.
Es una expresión típicamente semítica; en griego no es una hermosa expresión, pero da la idea de un evento importante. La palabra de Dios se concretiza, entra en la vida de ese hombre Juan, hijo de Zacarías, que vivía en el desierto. Hijo de un sacerdote debería haberse quedado en el templo; debería haber estudiado en la escuela sacerdotal del templo y a la edad de treinta años comenzar el servicio sacerdotal. En cambio, ese niño, como ya dijo Lucas en el evangelio de la infancia, creció en las regiones desérticas y se manifestó a Israel cuando tenía unos treinta años.
En lugar de ir a servir de manera levítica en el templo, Juan se presenta con la actitud de Elías, vestido como Elías, en el mismo lugar donde Elías fue llevado al cielo, como dice el segundo libro de los Reyes en el capítulo 2. En la orilla del Jordán, en la orilla límite de Jordania. Juan Bautista se sitúa al otro lado de la tierra de Israel y recibe a los peregrinos que se dirigen directamente a Jerusalén o que regresan de Jerusalén y tienen que cruzar el Jordán, precisamente en el punto donde existe el vado. Y a esas personas Juan anuncia la inminente venida del mesías.
Al igual que Marcos y Mateo, Lucas también presenta la cita de Isaías 40 para explicar el significado de lo que le sucedió a Juan Bautista: “Una voz grita en el desierto: Preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos”. El antiguo profeta del exilio había anunciado la llegada del Señor que prepararía el camino para el regreso por el desierto, de babilonia a Jerusalén; por allí pasa el camino de regreso a la patria. Juan Bautista adapta esta expresión; se considera a sí mismo la voz que grita en el desierto y grita para preparar el camino del Señor.
Marcos y Mateo se detienen aquí en la cita de Isaías; Lucas en cambio continúa y menciona otros dos versículos: "Todo barranco se rellenará, montes y colinas se aplanarán, lo torcido se enderezará y lo disparejo será nivelado y todo mortal verá la salvación de Dios”. Lucas sigue la tradición que usaba estos versículos de Isaías, pero alarga la cita porque le interesa llegar al versículo en el que se menciona la salvación de Dios. Para preparar el camino al Señor es necesario realizar una obra de aplanar la tierra, bajar de las alturas, llenar los valles.
Son imágenes metafóricas para indicar el cambio de nuestras actitudes para poder recibir al Señor, pero el anuncio evangélico fundamental es que ‘toda carne –dice literalmente el texto hebreo de Isaías y la cita griega de Lucas–, ‘toda carne’, todo ser viviente, verá la salvación de Dios. En griego se usa una palabra rara; no es el término habitual ‘sotería’ que significa salvación, sino que se usa la forma neutra ‘τὸ σωτήριον’ = ‘to sotérion’. En castellano lo traducimos como ‘todo mortal’, pero en el griego original la variante es importante.
Podríamos decir que cada ser vivo experimentará la obra salvadora realizada por Dios. Esta palabra agrada particularmente a Lucas hasta el punto de que determina una especie de gran inclusión. Es un término técnico con el que los literatos indican un fenómeno literario que abraza un texto. Una palabra un tanto extraña al principio y al final de una obra da una especie de marco temático.
Esta expresión se repite al final del libro de los Hechos. Sabemos que Lucas escribió dos obras: el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles. Aquí comenzamos a escuchar la historia de Jesús con un anuncio: “Todo mortal verá la obra salvadora de Dios”. Cuando llegamos al final de los Hechos de los Apóstoles encontramos a san Pablo en Roma, muchos años después, que dice a los judíos de la capital: “Sepan que esta obra salvadora de Dios se ha realizado y ahora se les anuncia a los gentiles” (Hch 28,28).
Toda la obra de Lucas está enmarcada por la referencia a la salvación. Aquí se anuncia y al final de los Hechos se muestra como acontecida. El centro de todo es Jesús. La teología de san Lucas, de hecho, parte de la idea que Jesús es el centro del tiempo.
Es el título de una famosa obra del erudito alemán Hans Conselmann, la primera obra que adoptó el método de la ‘historia redaccional’ y se aplicó precisamente al evangelio según Lucas. Cristo es el centro del tiempo, pero para imaginarlo como centro hay que pensar en un antes, y esto es fácil, es el Antiguo Testamento, pero también en un después. Y Lucas tiene la idea de que después de Cristo está la historia de la Iglesia. Y tal es así que escribe los Hechos de los Apóstoles como la continuación del camino de la Palabra de Dios.
Para Lucas, Cristo es el centro hacia el cual se dirige toda la historia del Antiguo Testamento, y desde donde comienza toda la historia de la Iglesia. Existió una historia que precedió a Jesús, y habrá una historia que continuará la obra de Jesús. Él es el centro y el centro como salvador. Esta rara palabra griega ‘σωτήριον’ = sotérion, también aparece en el evangelio de la infancia cuando Simeón en el templo toma en sus brazos al niño Jesús, agradece a Dios porque sus ojos han visto la obra salvadora hecha por Dios. Ese niño concretamente es la salvación.
Jesús se presenta como el Salvador, el que obra la salvación de Dios. Es un tema muy importante en la obra lucana. Trato de aclarar un poco la idea de salvación porque no es simplemente la liberación de un problema o la posibilidad de evitar una dificultad. En el capítulo 17 Lucas, y solamente él, narra un episodio en el que diez leprosos son curados por Jesús, pero solo uno regresa para agradecerle; fue un samaritano y Jesús nota con asombro y un poco de amargura: “¿No recobraron la salud los diez? ¿Y los otros nueve dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gloria a Dios, sino este extranjero? (Y luego dice al samaritano sanado) “Ponte de pie y vete, tu fe te ha salvado” (Lc 17,17-19). Podríamos decir que diez fueron sanados, pero uno solo salvado.
Jesús no salva de la lepra en sí, sana de la lepra para demostrar su capacidad para salvar a la persona humana. Solo uno de esos diez sanados fue salvado porque él entendió el trabajo realizado por Jesús y volvió a agradecer, para glorificar a Dios, para reconocer que Jesús es la poderosa intervención de Dios que salva. La curación es una realidad profunda, que concierne a la persona en su núcleo primario, individual. Y la salvación es la liberación del pecado, del mal, del aislamiento, del cierre con respecto a Dios.
No olvidemos que Lucas es un discípulo de Pablo y escuchó durante muchos años la predicación del apóstol Pablo; y aprendió de él el tema de la justificación, de la salvación que el Señor obra si por parte del hombre encuentra fe, aceptación, disponibilidad. La salvación que trae Jesús es liberación del pecado.
Hay otro episodio interesante, exclusivo del tercer evangelista, en el capítulo 13, donde se muestra la curación de una mujer encorvada. Imaginen a esta persona que tiene una enfermedad deformante, doblada en dos, con el rostro necesariamente vuelto hacia el suelo. Esta pobre mujer, en un rincón de la sinagoga, no pide nada, no interviene; es Jesús quien la ve, la llama y le dice: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Le impuso las manos y al punto se enderezó y daba gloria a Dios”.
Tratemos de imaginar detrás de esa pobre mujer a toda la humanidad. Esa mujer encorvada es la humanidad doblada por el pecado; inclinada a tierra. Creados para mirar al cielo estamos atados por el pecado; nuestra naturaleza está herida por el mal que nos inclina, nos orienta hacia la tierra. El jefe de la sinagoga no tiene el coraje de oponerse a Jesús y por eso lanza una flecha contra la gente diciendo que deben venir en un día laborable para ser curados, no en un sábado. Aquella pobre mujer no había venido a ser curada, fue una iniciativa de Jesús, quien tiene el valor de responder con dureza al líder de la sinagoga:
“¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no suelta al buey o al asno del pesebre para llevarlo a beber? Y a esta hija de Abrahán, a quién Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarle las ataduras en sábado?”.
Así es como funciona el sábado para Jesús. No es un trabajo servil, que están prohibidos en sábado, sino es el cumplimiento de la creación, y es la liberación de la criatura; es una hija de Abrahán que satanás tenía atada. Esta es la obra de salvación que Jesús realiza. Esta salvación todos podrán verla, es decir, encontrarla, experimentarla.
Juan Bautista, en las orillas del Jordán, solo ha comenzado la obra; ha anunciado la inminente venida de este Salvador. Lucas se suma a la predicación habitual, que es la que cuentan también los otros evangelistas, con ejemplos morales que el Bautista ofrece a diferentes categorías de personas: a las multitudes, a los recaudadores de impuestos, a los soldados. A todos piden que cumplan bien con su deber.
En medio de la multitud que acudían en masa para recibir el bautismo de Juan, también aparece Jesús, pero Lucas sobrevuela el episodio del bautismo; si lo leemos con atención notaremos que el evangelista no narra el hecho de la inmersión de Jesús en el Jordán, sino más bien lo que sucedió después: “Todo el pueblo se bautizaba y también Jesús se bautizó; y mientras oraba, se abrió el cielo”.
Lucas dice que la apertura del cielo, o sea la revelación de Dios Padre sobre el Hijo Jesús, tiene lugar después de que la gente fue bautizada y después de eso también Jesús fue sumergido. Casi no cuenta el hecho, no describe la llegada de Jesús, el gesto de Juan que lo sumerge, o el hecho de que Jesús sale del agua. Simplemente supone que ya ha ocurrido. Le interesa destacar que, tras este gesto de solidaridad con los pecadores: donde Jesús desciende a las aguas, haciéndose como los demás, descendiendo a la muerte, aceptando una solidaridad en el pecado y la muerte, con toda la humanidad prisionera de satanás, atada por el pecado. “Después bajó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma y se oyó una voz del cielo: Tú eres mi hijo querido, mi predilecto. En tí he puesto mi complacencia”.
La palabra del Padre es dirigida hacia al Hijo: “Tú eres mi Hijo”. En ese momento el evangelista dice: Jesús está maduro, es plenamente consciente de su naturaleza divina y de su misión mesiánica. Se abre el cielo, el Padre confirma y el Hijo la acepta. Es la investidura mesiánica. A partir de este momento comienza la obra del Salvador.