El Evangelio
según San Lucas
Parte 7. El anuncio de la gracia
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
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7. El anuncio de la gracia
“En esos días Jesús subió a la montaña a orar y pasó toda la noche orando a Dios”. El evangelista Lucas está muy interesado en la oración. Es una característica suya enfatizar que, en los momentos importantes de su vida, Jesús oró y oró durante mucho tiempo. Ya lo hemos encontrado en el relato inicial de la investidura en el Jordán.
Lucas no narra propiamente el bautismo de Jesús; dice que después de que Jesús fue bautizado, mientras estaba en oración, el cielo se abrió y el Espíritu descendió y el Padre le habló. Es importante que Jesús estaba en oración y en ese contexto la revelación tiene lugar.
Es por eso que ahora, en el capítulo 6, antes de la elección de los doce apóstoles, el evangelista Lucas especifica que Jesús sube al monte para orar y ora toda la noche. Después elige a los doce. Repetirá lo mismo también en el episodio de la transfiguración.
Lucas es el único en decir que Jesús subió a la montaña a orar; y mientras oraba su rostro cambió de aspecto. Para Lucas Jesús no es simplemente un maestro de oraciones o de estilo de oración, sino es un hombre que ora; es el Hijo de Dios que entra en una relación de oración plena y amorosa con su Padre. Así, con la elección de los doce apóstoles inicia en Lucas el discurso programático.
Estamos acostumbrados a llamarlo el ‘sermón de la montaña’ porque lo encontramos en el evangelio de Mateo, ambientado en una montaña, pero es una forma de redacción típica de Mateo. Todo ese material compuesto por muchos dichos del Señor, presente en Mateo y en Lucas y ausente en Marcos, pertenecen a esa tradición más antigua que se ha definido como fuente “Q”.
Tanto Mateo como Lucas han extraído de esta misma fuente el material, y lo han organizado como un discurso programático. Mateo lo coloca en la montaña porque la montaña para él representa el lugar del encuentro con Dios, y Jesús en la montaña da la nueva ley, como Dios en el Sinaí había dado la ley a Israel. Lucas en cambio enfatiza el descenso a la llanura.
En la montaña Jesús subió a rezar y luego bajó con ellos, se detuvo en un lugar llano. Había una gran multitud de discípulos, gran multitud de personas que venían de todas las regiones vecinas. Y, luego, levantando la mirada hacia sus discípulos, Jesús dijo… Y comienza el discurso del llano. Para Lucas, con un retoque redaccional, el lugar llano se convierte el ambiente del encuentro con mucha gente. Es difícil encontrarse con la multitud en la montaña.
Para Lucas es más importante enfatizar que Jesús desciende al nivel de la gente. Estuvo en la montaña toda la noche, con el Padre, ha elegido a los discípulos y después desciende hacia la gente. Es el ambiente normal de la vida cotidiana y es a esa multitud que se reúne a la que Jesús ofrece el anuncio de las bienaventuranzas.
Lucas conserva una tradición más arcaica que la de Mateo. Cuatro bienaventuranzas seguidas inmediatamente por cuatro ayes. En cambio, Mateo tiene ocho bienaventuranzas y luego, los ocho ayes correspondientes los pone al final, en el capítulo 23, al comienzo del último discurso, para que el primer discurso comience con las bienaventuranzas y el último discurso comience con los ayes. Lucas en cambio, parece mantener la forma más arcaica y mantiene juntos cuatro bendiciones y cuatro ayes, perfectamente simétricos, como si dijéramos cuatro monedas con el anverso y el reverso. ‘Felices los pobres, ay de los ricos, felices los hambrientos, ay de los que están satisfechos; felices los que lloran, ay de los que ahora ríen; felices cuando hablan mal de ti, ay cuando los hombres hablan bien de ti’. Perfectamente paralelos y opuestos.
La bienaventuranza es una felicitación, una forma sapiencial con la que Jesús anuncia la buena suerte que tiene la humanidad. Lo importante es la motivación: “el reino de Dios les pertenece”. Esta es la fuente de bienaventuranza, no la pobreza. Jesús hablando muy probablemente en hebreo, utiliza el término ‘anawim’ que indica los pobres, pero en un sentido espiritual, no simplemente aquellos que tienen poco dinero, sino los humildes, aquellos que están dispuestos a acoger el proyecto de Dios. Mateo agrega en su versión esa pequeña expresión que ayuda a comprender mejor: “Felices los pobres de espíritu”. Lucas no añade nada; conserva una formulación más arcaica, probablemente una de las primeras versiones en griego, porque Jesús habló en lengua semítica.
No estamos seguros si él hablaba hebreo o arameo. Un idioma semítico sin duda. Y sus discípulos también hablaban el mismo idioma y por lo tanto memorizaron sus palabras en ese idioma, pero cuando se encontraron anunciando el evangelio a personas que hablaban griego porque el griego era la lengua franca que todos conocían en la cuenca mediterránea, en ese momento y necesariamente tenían que traducir al griego las palabras que habían escuchado de Jesús en idioma semítico.
Las primeras versiones probablemente fueron muy literales y hechas por personas que no sabían muy bien el griego, con algunas traducciones poco convincentes. Y Lucas que encontró estos documentos antiguos de la enseñanza de Jesús, los preserva fielmente y los transmite. Entonces, el énfasis no está puesto en la pobreza sino en el reino de Dios. Jesús anuncia que el reino de Dios está presente; y está presente gracias a su persona. El reino de Dios es Jesús en persona. Más adelante, solamente el evangelista Lucas menciona un ‘logion’, un dicho muy importante de Jesús: ‘El reino de Dios no viene de manera que llame la atención; no se podrá decir está aquí o está a allá porque el reino de Dios está en medio de ustedes’. No precisamente ‘dentro de ustedes’ como un discurso de intimidad, sino en medio de ustedes. Ese dicho está dirigido a los fariseos que son los enemigos perennes de Jesús.
El reino de Dios está en medio de esas personas porque Jesús está presente entre esas personas. El reino de Dios es Jesús, es su persona y su presencia; él es la presencia poderosa, operante, de Dios en la historia. Es él la intervención decisiva. ‘Son afortunados’ porque está de su parte. Pueden ser pobre, pueden reconocer que son débiles porque el Señor Todopoderoso está de su lado. No son bienaventurados porque tienen hambre sino porque estarán satisfechos. Se les ofrece la posibilidad de estar satisfecho. ‘Felices ustedes que la reciben’. No son bienaventurados porque lloran. Jesús no anuncia llanto, ni hambre, ni pobreza; anuncia la superación de la pobreza, la superación del hambre, la superación de las lágrimas. ‘Felices porque reirán’. Existe la posibilidad de ser feliz.
Tomen nota que también en este caso, el texto ‘reirán’ es elemental y se traduce al griego una expresión semítica que se refiere precisamente a la alegría. Son felices porque el reino de Dios, aquí presente, te da la oportunidad de ser feliz. Aunque los hombres se te opongan, paciencia; felices ustedes porque Dios está de su lado. Pero tengan cuidado porque la misma realidad es al revés: la presencia de Dios puede ser rechazada. Si son ricos (como en el caso de los pobres dijimos que no es cosa de dinero, así que vale para los ricos): si eres rico en orgullo, si eres presuntuoso, si te consideras autosuficiente no reciben el reino de Dios y, por lo tanto, no te sirve. Ya tienes tu consuelo, estás cerrado en lo que tienes y no le das la bienvenida al reino de Dios. ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados! (no porque están saciados, sino porque tendrán hambre), porque han rechazado la oferta que se les ha dado. Y refutándola se encontrarán vacíos. ¡Ay de los que ahora ríen! (no porque ríen, sino porque padecerán dolor) y llorarán porque refutando el reino de Dios, no acogiendo la persona de Jesús, se meten, por tu propia mano, en la desgracia.
¡Ay! no significa que te meteré en problemas, sino que es una exclamación de dolor. Como ‘bienaventurado’ – ‘feliz’, es una felicitación, así ‘ay’ es una conmiseración. Traten de imaginar una expresión paradójica con la que podríamos decir ‘pobre ricos’ al comentar alguna noticia en los que un rico famoso, poderoso, acabó mal, se ha arruinado. ¿A qué me refiero cuando digo: ‘pobre rico’? Quiero decir que, a pesar de su condición de bienestar material, son personas pobres que viven infelices, que se arruinan la vida. Es lo que Jesús quiere decir: ‘feliz’ y ‘ay’ depende de la aceptación del reino de Dios, que es la persona de Jesús. Jesús está presente como el salvador que obra la gracia de Dios; ofrece esa gracia que cambia la vida, anuncia la misericordia de Dios.
Propiamente como discurso fundamental, después de las bienaventuranzas, encontramos también en Lucas como en Mateo algunas palabras hermosas, un amor gratuito, generoso, que va más allá del mérito de los demás. “Si hacen el bien a los que les hacen el bien, ¿qué mérito tienen?”. Así dice nuestra traducción. Otras traducciones dicen: ¿qué gracia tiene? Personalmente no me gustan ninguna de las dos. Les propongo una tercera: ¿qué clase de amor es el de ustedes? Si aman a los que les aman, ¿qué amor es el de ustedes? En griego usamos el término ‘jaris’ que traducimos en general como ‘gracia’. ¿Cuál es la gracia de ustedes? ¿Qué afecto gratuito…? Gracia supone la idea de ‘gratuidad’. Si le das un regalo a quien te dio el regalo ¿qué hay de gratis en todo eso? Generalmente, cuando devuelves un regalo que has recibido con otro regalo, uno calcula cuánto han gastado en el regalo que te dieron y tratas de gastar la misma cantidad para devolver el favor. Es un mercado disfrazado, no es amor auténtico.
Esta es la pregunta de Jesús: ‘¿Qué tipo de amor es? ¿Qué tipo de gratuidad es la de ustedes? Si prestan algo a los que les pueden retribuir, ¿qué clase de amor es el de ustedes? También los pecadores, los cobradores de impuesto… los animales hacen esto. Si le dan una galleta al perro él está feliz y mueve la cola, pero si lo pateas te muestra los dientes. Es una reacción instintiva, normal, es lo que hacemos también nosotros: tratamos bien a los que nos tratan bien.
Jesús propone algo extraordinario que no viene instintivamente; amar a los enemigos no es parte de nuestro bagaje instintivo. A los que nos hacen daño instintivamente queremos responder con maldad. Aquí está el anuncio evangélico. La buena noticia es que se nos da la posibilidad de un amor extraordinario que no es nuestro, sino que pertenece a Dios. Aquí está el reino de Dios, su presencia es esta potencia de amor.
Jesús salva porque ofrece esta posibilidad, libre de un vínculo diabólico, que obliga al mal, que fuerza al mal, a devolver mal por mal, y da una posibilidad nueva, divina, de hacer el bien de forma gratuita. “Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes”. En el texto de Mateo, el mismo dicho de Jesús dice: “Sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes”. Según nuestra forma de pensar existe una gran diferencia entre la misericordia, la compasión, y la perfección. Evidentemente, en cambio, los evangelistas no tenían una idea tan distante. Misericordia es perfección, o sea, es la plenitud de amor.
La plenitud de Dios es la misericordia, y por gracia hemos obtenido la posibilidad de ser misericordiosos como el Padre celestial. No es cuestión de esfuerzo; Jesús no está diciendo ‘esfuérzate por ser’, sino acoge esta gracia que te es dada para llegar a ser misericordioso como el Padre celestial. Esta es la salvación que obra el Señor.
En nuestro mundo moderno es difícil hablar de salvación porque se perciben dos mentalidades muy diferentes. Por un lado, está la idea de que la salvación es imposible; y por el otro, al contrario, que la salvación no es necesaria. El que tiene una visión negativa del mundo, piensen en los grandes filósofos, poetas, narradores pesimistas que creen que el mundo es un complot de maldad irrecuperable, nada tiene sentido, no hay fin, no hay posibilidad de cambio, la salvación es imposible. No cambia nada.
Por el otro lado, tenemos a los pensadores, a los escritores optimistas para quienes el hombre es bueno; todos los hombres son buenos… en el fondo todos son buenos; no existen elementos serios de negatividad. Hoy existe un intento de ‘buenismo’; que todo está bien, que todas las religiones son buenas, que todas las personas tienen algo bueno de fondo, todo está bien. Para esta gente la salvación no sirve.
El anuncio de Jesús, que es el anuncio cristiano, presupone al principio una vena de pesimismo, es decir, de una consideración realista de la realidad: las cosas están mal, no es cierto que seamos buenos; hay un mal subyacente notable en todos y necesitamos ser salvados, pero la buena noticia es que esta salvación es posible.
La naturaleza herida por el pecado se puede cambiar, no es irrecuperable, puede ser sanada. Y la misericordia de Dios es terapia. Jesús cura al hombre herido; lo libera, lo salva. La misericordia salva y la salvación consiste en volverse misericordioso; en poder hacer el bien gratis, como el Padre celestial.
En esta sección, especialmente en el capítulo 7, Lucas insiste con narraciones que son exclusivas suyas. Quiere mostrar cómo Jesús revela el rostro de la misericordia del Padre celestial. Cura al sirviente de un centurión, un extranjero, un hombre de fe, un hombre capaz de relacionarse, que ama al sirviente, que es apreciado por la gente, por los ocupados. Narra la resucitación de un niño muerto hijo de viuda, en Naín, Jesús siente que se le mueven las vísceras maternas, se conmueve como una madre, muestra la misericordia de Dios que da vida. Durante un banquete, en la casa del fariseo Simón es sorprendido por una mujer, pecadora, que llora a sus pies sin decir una palabra, mientras el fariseo lo juzga mal, Jesús reconoce que algo ha sucedido en esa mujer. Hay un arrepentimiento, se humilló y lloró, reconoció su pecado y amó mucho, amó mucho a Jesús, se encomendó a él, perdió la dignidad, se arrojó debajo de la mesa como un perro; se ha aferrado a los pies de Jesús a riesgo de recibir una patada. Jesús le reconoce su salvación.
La misericordia del Padre cura a los pecadores, no los juzga, los transforma y los sana.