El Evangelio
según San Lucas
Parte 9. La oración de Jesús
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
9. La oración de Jesús
“Jesús estaba en un lugar orando. Cuando terminó, uno de los discípulos le pidió: Señor, enséñanos a orar”.
La oración es uno de los temas más queridos para el evangelista Lucas; insiste mucho en este aspecto, presenta a Jesús como maestro de oración y a los discípulos como aquellos que tienen el deseo de aprender a orar. Quieren aprender de Jesús.
Una característica de Lucas es enfatizar cómo el mismo Jesús fue un hombre de oración. Muchas veces, manteniendo la historia de la tradición, Lucas agrega como detalle propio una nota sobre la oración.
Por ejemplo, la imagen descriptiva del bautismo de Jesús; no dice nada sobre el rito en sí, pero nota: “Jesús se bautizó; y mientras oraba se abrió el cielo”. Así, antes de la llamada de los discípulos Lucas dice que Jesús se retiró a la montaña durante una noche entera de oración y en la mañana eligió a los doce apóstoles. Luego descendieron al valle para hablar a la gente. Lo mismo el episodio de la transfiguración; solo Lucas señala que Jesús subió a la montaña a orar y mientras oraba su rostro cambió de aspecto. Es un momento importante en la vida de Jesús, el centro de su misión terrenal, o sea, cuando comenzó a decirles a los discípulos que iría a Jerusalén donde lo matarían, Jesús revela a sus discípulos el rostro de su propia gloria, se transfigura en la montaña para mostrar a los discípulos su naturaleza divina y animarlos a seguirlo por el camino del dolor.
Pero la nota que nos interesa en este momento es que el rostro de Jesús cambió de apariencia mientras estaba en oración. En este sentido Jesús es maestro de oración, no tanto porque enseña fórmulas o da consejos prácticos sobre la oración. Muestra en su propia existencia el estilo orante.
El elemento característico es que la oración de Jesús le cambia el rostro. Jesús se transfigura cuando se adentra profundamente en oración. Encontrando al Padre, se convierte en otro, cambia; y este es precisamente el sentido de oración. No rezo para cambiar a Dios, rezo para cambiarme yo. El evangelista subraya cómo Jesús vive intensamente largos momentos de oración, precisamente en los momentos decisivos de su existencia.
Por eso, en este caso, en el capítulo 11, Lucas sitúa la enseñanza del Padre Nuestro en un momento de oración. “Jesús estaba en un lugar orando”. Los discípulos lo miran, se dan cuenta que algo está pasando en él, se asombran, lo dejan solo. Cuando termina dan voz a un deseo que nació dentro de ellos mirándolo. ‘Señor, enséñanos a orar también a nosotros’. Y Jesús responde: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino”.
La fórmula que Lucas conserva del Padre Nuestro es ligeramente diferente a la de Mateo, que la Iglesia siempre nos ha enseñado como la oración del Señor. El texto de Lucas es un poco más corto, pero es la misma e idéntica oración. Como ya hemos tenido la oportunidad de observar, Lucas, muy conservador de las tradiciones primitivas de la comunidad cristiana, respeta esas fórmulas arcaicas, mientras que Mateo y su entorno son mucho más libres para retocar, añadir, completar.
Lucas simplemente conserva la forma ‘Padre’ que probablemente corresponde al arameo Abbá. Jesús se dirige a Dios con este término confidencial, típico de un niño. En la versión de Mateo se solemnizó “Padre nuestro que estás en los cielos”, enfatizando precisamente la dimensión celestial y divina de este Padre.
Las otras dos fórmulas son idénticas: “Santificado sea tu nombre”, es decir, muestra quién eres; haz ver la santidad de tu persona, revela tu poder divino y al mismo tiempo haz que nosotros te hagamos quedar bien. “Venga tu reino”. Que tu proyecto se realice. Domina, controla la realidad según tu criterio, Padre. Mateo agregó “que se haga tu voluntad” que es una explicación del nombre y del reino.
“El pan nuestro de cada día danos hoy; perdona nuestros pecados”. Tal vez Lucas cambió la imagen de la deuda para aclarar el concepto de pecado. “No nos dejes caer en la tentación”. No nos abandones a la tentación. Antiguamente se usaba el verbo ‘inducir’ en vez de ‘no nos dejes caer’. Ese es el sentido, aunque se diga ‘induzcas’ no es una traducción equivocada porque corresponde bien al texto utilizado ya sea por Mateo como por Lucas, pero probablemente era una versión antigua, muy cercana al evento mismo de Jesús, hecha por alguien que no dominaba bien el idioma griego y tomó la fórmula semítica con un molde griego que es un poco imperfecto.
De hecho, a mucha gente le molestaba esa expresión: ‘No nos induzcas a la tentación’ como si fuera Dios el que nos hace caer en la tentación. Absolutamente no es así. Quiere decir: ‘No nos dejes ir al momento de la tentación’; ‘no nos abandones’. Es la oración del niño que le pide al papá: ‘ayúdame para que no te haga quedar mal’. ‘Manda tú… dame de comer hoy, perdona mis pecados, no dejes que me aleje, tómame de la mano en el momento de peligro’.
Es importante notar como, sin embargo, la enseñanza de Jesús es en plural: no ‘dame’ sino ‘danos’. Nosotros lamentablemente hemos utilizado poco este estilo y cuando hacemos oraciones improvisadas, según nuestro criterio, nos ponemos siempre en singular. ‘Quiero rezar por…’. O le pido directamente al Señor: ‘Dame…’, ‘ayúdame’; mientras que el estilo de Jesús es comunitario. ‘Padre nuestro…danos nuestro pan… perdónanos nuestras deudas…. No: ‘perdóname’. Jesús nos enseña a pedir que ‘nos perdone’. El estilo de la oración de Jesús lo transforma y comunica a los discípulos una fuerza de cambio.
Inmediatamente después de este episodio, Lucas pone una parábola sobre la oración en boca de Jesús; la del amigo inoportuno que, en medio de la noche, cuando un amigo inesperado ha llegado a su casa y no tiene nada para alimentarlo, llama a la puerta del amigo pidiéndole un poco de pan.
La fuerza de la parábola radica en la referencia a la amistad. Un amigo le pregunta al amigo y ¿suponen que el amigo diga que no? En las parábolas Jesús interpela al auditorio. ‘Quién de ustedes si tiene un amigo y lo molesta en medio de la noche… le responde ‘no me molestes’… si es un amigo no le contesta así. Un amigo, aunque lo hayan despertado en medio de la noche, hace esto y más por un amigo.
Jesús pretende decir que la oración debe ser concebida como una relación de amistad. La dimensión filial de quien se dirige a Dios llamándolo ‘Padre’ está integrada por la dimensión de amistad, de afecto. El amigo no va a buscar al amigo solo cuando lo necesita. El amigo comparte con su amigo por el placer de la amistad, por el deseo de estar juntos. Luego puede presentarse la ocasión en que, extraordinariamente, lo necesita y se permite molestarlo.
Piénsenlo: si alguna vez te encuentras en una situación difícil, en una hora extraña, piensas a quien puedes molestar; no puedes llamar a cualquiera, pero aceptas molestar al que consideras verdaderamente amigo. Jesús quiere decir que Dios es este verdadero amigo, pero tienes que cultivar esa amistad. Él no te escucha porque eres insistente, sino porque eres un amigo. No, aún mejor: te escucha porque Él es tu amigo. La fuerza de la oración no radica en tu condición de amistad hacia Él, sino en el hecho de que Él es tu amigo. Por lo tanto, la característica básica de la oración es la confianza, es la actitud de abandono.
La parábola continúa con una enseñanza catequética: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. Da la impresión que quiere decir: ‘Pide lo que quieras y el Padre te lo concederá’. No es así. Dios no es nuestro mayordomo, o el genio de la lámpara que dejas salir cuando quieres y le preguntas lo que quieres y él está listo a tu servicio obedeciendo y ejecutando.
Esta no es nuestra fantasía, es la enseñanza de Jesús. Pidan el Espíritu Santo. Dice Jesús: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!”. Jesús enseña a pedir el Espíritu Santo, o sea, la vida misma de Dios, la luz de Dios, su forma de pensar, su forma de amar, su fuerza vital. Pedir el Espíritu Santo es tener la misma mentalidad de Jesús. “Pidan y se les dará”; pidan el Espíritu Santo y ciertamente lo recibirán; llamen para buscar al amigo y el amigo responderá sin ninguna duda. Busquen la voluntad de Dios y seguramente encontrarán la posibilidad de realizarla.
En la oración no cambio a Dios, cambio yo. No pido lo que me interesa, tratando de convencerlo y de alguna manera obligarlo a hacer mi voluntad, sino que, en la oración, según el estilo de Jesús, me abro a la acción del Espíritu y le pido al Señor: ‘¿Qué es lo que quieres de mí? Dame fuerzas para hacer lo que me pides’.
En el capítulo 18, el evangelista Lucas recopila otras dos parábolas sobre la oración. La primera es la del juez injusto y la viuda pobre quien se dirige al juez que no tiene conciencia, pidiéndole justicia. Repetidamente formula esta oración: ‘Hazme justicia contra mi adversario’. Ese hombre no tiene ningún interés o intención de hacerle justicia, pero debido a su insistencia eventualmente se rinde y Jesús pregunta: “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Les digo que inmediatamente les hará justicia”. Reflexionemos sobre la petición de la viuda. Esta mujer pide justicia: “Hazme justicia contra mi adversario”. No pide cosas, desea que se cumpla la justicia en su vida.
Esta es una pregunta típica paulina; sabemos cómo san Pablo trató bien el tema de la justificación por la fe. El hombre se hace justo no por las obras que hace, sino por la gracia de Dios; y el hombre recibe la gracia abriéndose con fe a Dios. La fe es el abandono confiado en el Señor; es la aceptación de su misericordia. Entonces, ‘hazme justicia’ significa hazme justo. Intenten adaptarlo a la situación de ustedes. Es la petición de los que quieren hacer el bien, cumplir la voluntad de Dios. ‘Hazme capaz de hacer lo que me pides que haga… si no me haces capaz, yo solo no puedo, no atino a hacerlo, con mis fuerzas no puedo’.
Muchas personas comentan frente a estos consejos de Jesús: ‘No es fácil … no es fácil’. Y no es fácil si estoy solo, si me quedo con mi impotencia humana… no es fácil, prácticamente imposible; pero no estoy solo; se me ha dado el Espíritu. Dios es amigo y viene al encuentro de mi debilidad. Por tanto, en la oración, igual que la viuda también nosotros pedimos con insistencia: ‘Hazme justicia’.
Pero la insistencia se presenta como necesaria para un juez deshonesto, pero Dios no es así, no hay necesidad de insistir y cansarlo, no debemos convencerlo de que necesitamos que haga justicia. Lo sabe, lo quiere. Nosotros queremos que haga justicia, es decir, que nos haga justos, que nos haga capaces de hacer su voluntad, si nosotros lo deseamos y lo pedimos día y noche, gritándole, es decir, si lo deseamos con todas nuestras fuerzas, el Señor no nos hace esperar, sino que hace justicia prontamente.
La parábola termina con una pregunta trágica: “Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?”. Este es el punto delicado porque la oración es una cuestión de fe. La oración auténtica es una manifestación de fe entendida como abandono confiado, con solidez. La fe es fundamento, es la solidez de Dios. Tengo fe si me apoyo en Él, si confío en Él, si me confío de Él, si confío en su voluntad. Si existe esta actitud no hay necesidad de insistir; no debemos cambiar a Dios; simplemente tenemos que abrirnos a su poder transformador, a la gracia del Espíritu Santo y el trabajo está hecho. “Pide y se te dará”.
Inmediatamente después Lucas narra la tercera parábola sobre la oración; las tres son exclusivas del tercer evangelista, esto es un indicio sobre su interés en el tema de la oración. Más que una parábola, nos enfrentamos a una historia ejemplar; son dos personajes que proponen dos oraciones diferentes: El fariseo y el publicano.
El fariseo es un hombre religioso y observador, lleno de sí, que formula una hermosa oración de acción de gracias y alabanza, agradeciendo al Señor por todo lo que le ha dado y jactándose de ser honesto, religioso, practicante, diferente de los otros que son deshonestos. Y con el rabillo del ojo observa al recaudador de impuestos que es un representante típico del mundo deshonesto. Y este hombre al fondo en el templo, humilde, con la cabeza inclinada se golpea el pecho repitiendo siempre la misma fórmula: “Oh Dios, ten piedad de este pecador”. Jesús cambia el juicio tradicional al afirmar que el pecador que se reconoce pecador y pide misericordia regresa a casa justificado, a diferencia del otro. El fariseo, que se cree justo regresa a casa como estaba.
La palabra ‘justificado’ es típicamente paulina; es otra demostración de cómo Lucas es un discípulo válido de san Pablo, de cómo Lucas aprendió del apóstol un estilo de predicación y un criterio teológico. El pecador arrepentido que reconoce con pesar su pecado, regresa a casa justificado, hecho justo, ha recibido justicia, ha sido cambiado por Dios, a diferencia del fariseo que creyéndose justo se está engañando a sí mismo, no pide misericordia de Dios y permanece siempre como estaba.
La oración no lo cambia y si no lo cambia, no le sirve. La misericordia de Dios es una terapia, es una medicina que se usa para sanarnos. Se nos da gracia para que podamos cambiar nuestros aspectos negativos y aprender a vivir según el estilo de Jesús, pero si esta gracia no obtiene los resultados, o sea, si no cambiamos no nos sirve para nada. La misericordia de Dios que nos es dada con gran abundancia es inútil si no la recibimos. Si la aceptamos, cambiamos; si no cambiamos es señal de que no hemos aceptado.
La oración, por lo tanto, según la sabia enseñanza del evangelista Lucas, es una dimensión fundamental de nuestra vida cristiana pero no como una serie de fórmulas para ser dichas, sino como una actitud de humildad, de apertura, de recibimiento. No rezo para cambiar a Dios; cuando rezo soy yo el que cambio. Jesús es un maestro de oración; cuando rezaba su rostro cambió de apariencia. Esto también nos puede suceder a nosotros.