El Evangelio
según San Lucas
Parte 11. La narración de la Pasión
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
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11. La narración de la Pasión
Jericó es la última parada para los que van a Jerusalén. En Jericó Jesús encontró a Zaqueo, el jefe de los recaudadores de impuestos, un hombre que parecía irrecuperable, pero en vez, cuando Jesús entró en su casa se produjo la conversión; entró la salvación a través de la persona de Jesús, la salvación entró en la vida de Zaqueo.
Dejada Jericó, Jesús sube a Jerusalén. Son unos 30 kilómetros de camino, muy empinado, cuesta arriba, hacia la ciudad santa, cruzando un desierto árido, el desierto de Judá. La última etapa antes de llegar a la ciudad santa. Jesús es recibido triunfalmente y durante unos días tiene un ministerio de predicación en el templo, pero colisiona inmediatamente con las autoridades.
El evangelista Lucas, cuya narración estamos siguiendo, sigue en este punto la antigua tradición y está perfectamente en consonancia con los otros dos sinópticos Mateo y Marcos. Recuerden que una característica de Lucas es la gran inserción del viaje. A partir de 9,51 Lucas dice que Jesús endureció su rostro y tomó la firme decisión de ir a Jerusalén y partió. Llega a Jerusalén en el capítulo 19.
Lucas dedica al viaje 10 capítulos, no describiendo realmente el viaje, sino ofreciendo la oportunidad de un camino pedagógico, de un itinerario formativo durante el cual Jesús educa a sus discípulos. Y durante este viaje conoció a varias personas y el evangelista narra catequísticamente estos encuentros.
Terminado el viaje a Jerusalén tiene lugar el acontecimiento fundamental de su vida y misión: su muerte y resurrección. La historia de la pasión ocupa los capítulos 22 y 23 del evangelio según Lucas. Sigue la trama de la tradición, atestiguado sobre todo por el evangelista Marcos, el primero, el más antiguo que ha escrito esta historia, entre los que también se encuentra. Lucas, por tanto, heredó una historia de la tradición y la reproduce, pero agrega muchos detalles, especialmente de un tono particular, a toda la narración al presentar el rostro de Jesús como manso y sereno, a pesar de todo.
El tono del relato lucano de la pasión es un tono sereno y calmado, no hay insistencia en la violencia o en la angustia por parte de Jesús. El evangelista quiere resaltar cómo Jesús sabe afrontar las dificultades con pleno control de sí mismo y capaz de manejar esa situación ofreciendo más ejemplos de benevolencia y misericordia, precisamente hacia los enemigos que lo maltratan.
La historia de la pasión comienza con la preparación de la cena pascual durante la cual Jesús instituye la Eucaristía y luego revela al traidor y ofrece una preciosa enseñanza de humildad y servicio a sus discípulos. Después de cenar, entrada la noche, salen al huerto de Getsemaní; es el monte de los olivos donde Jesús solía retirarse a orar. Y Lucas ofrece una descripción particular de esta oración, agrega un elemento nuevo: un ángel se presenta a Jesús, un ángel enviado por el Padre para consolarlo.
El evangelista quiere decir que Jesús no está solo en este momento dramático. No es una oración desesperada y angustiada, sino que está consolado por la presencia del Padre. Entra en la lucha. En griego usa la palabra ‘agonía’; la oración de Jesús se califica de agonía, pero no en el sentido de que Jesús está muriendo, está jadeando… Jesús es plenamente consciente, lúcido, sano. Sabe lo que está a punto de suceder y la batalla, la agonía, se lleva a cabo dentro de él, es una lucha contra el espíritu del mal, contra las fuerzas negativas.
Dice Lucas (es el único en hacerlo) que rezando más intensamente su sudor fue como de gotas de sangre que caen al suelo. No dice que Jesús sudó sangre, sino que su sudor era similar a gotas de sangre. Jesús en intensa oración suda como si estuviera luchando, como si estuviera luchando contra alguien; es un sudor que parece gotas de sangre y la referencia a la sangre es intencional, sangre que derramará abundantemente después pero ya antes, en la oración, hay esta participación total. Jesús, según el evangelista Lucas, es un hombre de oración, es un hombre que sabe rezar, es un hombre que en la oración se deja ajustar plenamente al proyecto de Dios.
Mientras está en este combate de oración, llega la multitud guiada por Judas. Jesús es arrestado. Pedro no entendió el discurso de Jesús; se armó con una espada a pesar de todo, y quiere usarla, saca la espada y golpea a uno de los sirvientes que estaba arrestando a Jesús, pero Jesús hace un gesto prodigioso y sana la oreja del herido. Notemos la diferencia: Pedro utiliza la violencia, le corta la oreja derecha a este enemigo y Jesús tocándole la oreja lo curó. Demuestra que sabe vivir lo que enseñó a los demás, está haciendo bien a los que lo persiguen.
El error del discípulo es el uso de la fuerza, de la violencia; intenta defender a Jesús haciendo el mal, golpeando al oponente con violencia. No es el estilo de Jesús, no es lo que él enseñó, no es lo que lo que quiere. Es un gesto importante: Jesús levanta esa oreja cortada y la vuelve a pegar, le hace bien al que lo está arrestando injustamente. Es una obra de misericordia, es la actitud con la que Jesús demuestra estar del lado del hombre; no quiere usar sus propias fuerzas, no se defiende con el poder divino, no huye, no se esconde, no usa ningún artificio prodigioso, no lucha, ni mucho menos golpea a los enemigos.
Este es el estilo de Dios, esta es su misericordia que obra el bien a quienes lo maltratan. Y es esta misericordia la que salva al mundo. Jesús arrestado es llevado a la casa del sumo sacerdote; Pedro lo sigue y frente a una sirviente que repetidamente le pregunta si es él también del grupo del nazareno, Pedro tres veces dice que no lo conoce. Es la tradicional historia de negación de Pedro.
Lucas la reproduce, pero agrega un espléndido detalle: la tercera vez que Pedro dice que no conoce Jesús, el Señor se volvió y fijó su mirada en Pedro y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús. Salió llorando amargamente. Subrayamos este aspecto tan delicado e importante. El Señor se volteó y miró a Pedro.
Ya hemos visto otras veces cómo Lucas usa el término ‘Señor’ para calificar a Jesús precisamente en la narración y cuando llama a Jesús el ‘Kyrios’ en la narración, lo hace para enfatizar la divinidad de Jesús, su papel divino. No es simplemente la figura histórica de Jesús, es el Señor mismo que mira a Pedro. Jesús estaba dentro de la habitación del sumo sacerdote, dentro del palacio, Pedro está afuera… ¿cómo hizo para mirarlo? ¿lo miró desde una ventana? No nos interesa, no es la reconstrucción de una crónica. Lo importante es esa mirada, la mirada de amigo que golpea al corazón.
Pedro se siente traspasado por esa mirada de Jesús; es una mirada de bondad, pero es una mirada de reproche, es una misericordia terapéutica. Jesús mira con mucho cariño a Pedro, a ese Pedro que lo ama de palabra, pero de hecho lo niega. La mirada de Jesús hiere el corazón de Pedro y lo cura haciéndolo llorar amargamente. Aquí hay una vez más un ejemplo de misericordia terapéutica; con la mirada Jesús hace llorar a Pedro y llorando, Pedro reconoce su error y pide perdón y cambia. Es precisamente el momento en el que el discípulo pecador que tiene una idea equivocada, que hace gestos equivocados, que centrado en sí falla, se encuentra transformado por la gracia de Jesús.
Jesús es llevado ante Pilato. Pilato oyendo que el prisionero es de Galilea intenta despreocuparse enviándolo a Herodes. Este es otro episodio exclusivo de Lucas: el interrogatorio de Jesús frente a Herodes Antipas, hijo de ese Herodes el Grande, responsable de la masacre de los inocentes en el momento del nacimiento de Jesús. Herodes Antipas fue tetrarca de Galilea, el que hizo matar a Juan el Bautista.
En los días de pascua estaba en Jerusalén donde tenía un lujoso palacio. Si Jesús es de Galilea es un súbdito de Herodes y Pilato se lo envía para que sea Herodes el que haga el juicio. Herodes se regocija al encontrar a Jesús. “Hacía tiempo que quería verlo”, dice Lucas. Había oído hablar de Jesús, quería verlo hacer algún prodigio. Herodes viene descrito como un hombre superficial, un títere, un hombre que no tiene una auténtica personalidad. Espera de Jesús algún artificio de un mago, no está interesado en su mensaje o en su persona. Le hace un montón de preguntas curiosas y Jesús no le dice ni una palabra.
Jesús habla con Pilato, va a la casa de los pecadores, se adapta a todos, pero frente a Herodes: ‘calla’; ni siquiera una palabra. Herodes se ofende y lo insulta, se burla de él, lo envía de nuevo a Pilato sin haber encontrado falta, pero sin haber tenido ninguna satisfacción. Pilato reitera por enésima vez que no encuentra ninguna falta en él, pero al final por cobardía, cede y condena a Jesús según la petición de los judíos.
Durante el transporte del condenado al lugar de la ejecución, Lucas agrega el encuentro con las mujeres de Jerusalén, figuras femeninas que lo acompañan con cariño, llorando por él, pero Jesús no quiere este llanto y les advierte: “No lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos”. Lloren por sus pecados. Como lo hizo con Pedro, invita a las mujeres a llorar por sus pecados, o sea, cambiar de mentalidad para entender dónde está realmente el mal y darse cuenta de que lo que Jesús está haciendo ahora es el momento de la redención. No busca el lamento de hombres y mujeres, sino que quiere que su obra de misericordia surta efecto con cambios reales en la vida.
Lucas pone boca en Jesús, en este momento dramático y extremo, dos espléndidas oraciones introducidas por la palabra ‘Padre’. Mientras lo clavan en la cruz Jesús dice: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Intercede por los pecadores. Y la última palabra antes morir es la entrega de la vida en manos del Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Lucas cambia ese versículo del salmo 21 usado por Marcos y Mateo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” porque teme que sus lectores griegos no sepan colocar ese versículo como un texto de salmo que contiene una gran esperanza y puede parecer, como lamentablemente dicen muchos comentadores, una frase de desesperado.
Y para mostrar que la oración de Jesús es de gran confianza, la reemplaza con otro versículo de los salmos, del salmo 30: “En tus manos entrego mi espíritu’. Agrega el nombre de ‘Padre’ para mostrar cómo Jesús se relaciona con Dios como auténtico hijo. Y hay una escena exclusiva, narrada solo por Lucas: el encuentro vértice en la vida de Jesús.
Uno de los dos bandidos crucificados junto con él no lo insulta sino le pide misericordia. Evito usar el término ‘ladrón’ que es un latinismo. “latro – latronis’ en latín no es el ‘ladrón’ o el gran ladrón, sino es el bandolero, el bandido, más probablemente podríamos decir que es un ‘Zelote’, un hombre del partido armado que intentó cambiar el mundo con violencia. Reconoce que se equivocó, de haber merecido esa infame condena de la cruz y reconoce que, en cambio, Jesús no hizo nada malo. Y luego se dirige a él llamándolo por su nombre.
Es el único en el evangelio que se dirige al maestro de Nazaret, al ‘Señor’, llamándolo Jesús. “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Se confía en este rey crucificado y le pide, como amigo, ‘acuérdate de mí’. Jesús le responde con una afirmación de confianza, de certeza: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Es el ‘hoy’ de la salvación, es el anuncio de la posibilidad de estar con Jesús. El paraíso es el jardín, es una palabra muy rara en el Nuevo Testamento, solo aparece aquí en los evangelios y una vez en san Pablo y una vez en el Apocalipsis. “Estarás conmigo” es la garantía de Jesús. ‘Te confiaste de mí; puedes estar seguro de que estarás conmigo’.
Y este es el significado de su cruz, de su muerte redentora. Cuando todo ha terminado, Lucas describe la escena con trazo de maestro, con expresiones originales. “Sus conocidos se mantenían a distancia, y observaban todo. Toda la multitud que se había congregado para el espectáculo, al ver lo sucedido, se volvía dándose golpes de pecho”. En griego usa el término ‘θεωρίαν’ - ‘zeoría’, en español se traduce como ‘espectáculo’.
La escena de la pasión de Jesús, su crucifixión, es un espectáculo, es una cosa de ver, es un evento extraordinario, todos los que habían venido a ver ese espectáculo, pensando en lo que había sucedido, volvían a casa golpeándose el pecho. Es una señal de arrepentimiento; de la cruz de Cristo nace el arrepentimiento de la multitud.
El que observa su pasión, quien la lee, la medita repensándola, vuelve a casa cambiado, golpeándose el pecho, reconociéndose pecador, como Pedro, como el bandolero, como toda la humanidad que necesita de esta misericordia que en la cruz lleva a cabo el proyecto y convierte, o sea, salva a la humanidad.