El Evangelio
según San Lucas
Parte 12. La Pascua según Lucas
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
12. La Pascua según Lucas
El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres (que habían seguido a Jesús hasta la cruz y hasta el sepulcro) fueron al sepulcro para cumplir el rito de la sepultura. No habían tenido tiempo la tarde de la muerte de Jesús, comenzaba la fiesta de Pascua. Regresaron apresuradamente a tiempo antes de la puesta del sol; no habían podido cumplir con los ritos de devoción y ahora, con los ungüentos comprados después de la fiesta, en la madrugada de ese día, que es primero después del sábado, comienza la nueva semana; van a la tumba y se sorprenden de encontrar algo que no se imaginaban.
No esperaban la resurrección de Jesús; se sorprendieron al encontrar la piedra removida del sepulcro y al entrar se asombraron de no encontrar el cuerpo del Señor Jesús. Se preguntaron cuál era el significado de todo esto. Mantenían sus rostros inclinados al suelo, orientados hacia abajo, cerrados en su dolor; y son sorprendidas por dos mensajeros divinos que preguntan por qué buscan entre los muertos al que está vivo.
El capítulo 24 del evangelio según Lucas está dedicado al encuentro con el resucitado. Ninguno de los evangelistas narra la resurrección, el hecho mismo. Narran los efectos subsecuentes: la tumba vacía, el encuentro con el resucitado, la transformación de los discípulos. Son esas pistas preciosas y significativas que narran el cambio, la novedad traída por Jesús. El crucificado ya no está ahí, no está en la tumba. Los ángeles lo explican, como en navidad les habían explicado a los pastores que el Salvador que es Cristo Señor había nacido para ellos.
Así, ahora, los ángeles explican a las mujeres: “No está aquí, ha resucitado”. Y hacen una catequesis elemental. Les dicen: “Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: El Hijo del Hombre tiene que ser entregado a los pecadores y será crucificado; y al tercer día resucitará”. Encontramos este verbo impersonal: ‘tiene que ser entregado’ – ‘es necesario’. Se repite tres veces en este capítulo 24 de Lucas y representa un discurso formativo; es un punto esencial de la catequesis cristiana. Ese ‘tiene’ – ‘es necesario’ se refiere al plan de Dios. Es inevitable que suceda así.
Recuerden el episodio de la pérdida de Jesús a los 12 años en el templo cuando la madre le pregunta al hijo: “Por qué hiciste esto”, él responde: “¿No sabían que debo (que es necesario) ocuparme en las cosas de mi Padre?”. En Jerusalén, durante una fiesta de pascua, durante tres días, hay una pérdida y luego un descubrimiento y después del descubrimiento, a la pregunta ‘por qué’, la respuesta: ‘Es necesario que sea así’. Es necesario estar en el proyecto del Padre. Jesús está en el proyecto del Padre y los discípulos deben aprender a captar ese mismo proyecto y quererlo. “Es necesario que sea así”. Los ángeles les dicen a las mujeres: recuerden que lo había dicho… había dicho: “Tiene que ser entregado”. Las cosas salieron como debían ir.
Hagan memoria de lo que les dijo y de lo que sucedió. Ahora se trata de anunciar el evento de la victoria y esas mujeres, “entonces, recordaron sus palabras, se volvieron del sepulcro y contaron todo a los Once y a todos los demás” … “Pero ellos tomaron el relato de las mujeres por una fantasía y no les creyeron”. Pedro y el otro discípulo corrieron al sepulcro, pero no encontraron a Jesús.
El segundo episodio narrado por Lucas es el encuentro con los discípulos de Emaús. Un texto exclusivo del tercer evangelista y una de sus obras maestras literarias. Es la síntesis de la teología lucana; una historia de un encuentro durante un viaje.
A Lucas le gustan las historias de viajes; ha caminado mucho como cristiano, atravesando el mundo antiguo con Pablo y se da cuenta de que el camino es el lugar donde Jesús se encuentra.
Dos discípulos en la noche de ese mismo primer día de la semana, día domingo, el día de Pascua, regresaban a casa, cansados y decepcionados, volvían a su intimidad, decepcionados por Jesús. Y hablan entre ellos. Desconsolados se cuentan las cosas que vieron en esos días, la tragedia del arresto, de la condena, la muerte y luego la imposibilidad de ir contra la muerte. Ya está muerto y enterrado, por lo cual piensan que se acabó todo. Mientras están en camino Jesús se une a ellos; no saben que es Jesús, lo toman por un peregrino cualquiera, no lo reconocen.
Sus ojos eran incapaces de reconocerlo; y Jesús los acompaña pedagógicamente y les hace hablar: “¿De qué van conversando por el camino?” De lo que ha pasado en Jerusalén… ¿Qué pasó allí? Les dice Jesús, como si no supiese nada. ¿Cómo? –le dicen– ¿Eres un extranjero?
Recuerden la parábola del samaritano. Jesús se esconde detrás de la figura de este extranjero. Él es el divino extranjero… parece un extranjero, pero, en realidad, está perfectamente insertado en el relato. Le explican todo, le cuentan sobre los eventos trágicos de la muerte y sepultura de Jesús. También le cuentan la experiencia de la visita a la tumba y dicen, con una actitud casi maliciosa, que las mujeres fueron al sepulcro, dijeron que tuvieron una visión de ángeles que aseguran que él está vivo, pero ellas no lo vieron. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro, pero a él no lo vieron.
Mientras miran a Jesús a la cara, están diciendo con ironía que sus compañeros cuando fueron al sepulcro a Jesús no lo vieron. Ni tampoco ellos lo están viendo. Lo miran y no lo ven. Le explican el significado de lo que ha pasado, trastornando todo, sin darse cuenta de que no han entendido. Y ese extranjero se dirige a ellos llamándolos tontos y lentos de corazón.
En lenguaje bíblico el corazón es la cabeza, la inteligencia. Lento de corazón es un cabeza dura, lento a comprender, es un tonto. El discurso no comienza bien. Los insulta. Les hace notar su incapacidad para entender el significado de lo que ha pasado. Tardan en comprender el sentido de los profetas, de lo que las Escrituras habían dicho.
Jesús mismo les dice (es la segunda vez – versículo 26 – que regresa ese verbo impersonal): “¿No tenía que padecer eso el Mesías para entrar en su gloria?”. Era algo esperado, no fue un accidente en el camino, fue el proyecto, fue necesario pasar por estos sufrimientos para entrar en la gloria. “Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él”. Jesús está haciendo una catequesis bíblica a los dos discípulos.
El camino que hacen juntos hacia Emaús es un camino catequético, de formación. Jesús les recuerda la biblia, presenta episodios, escenas, palabras, anuncios proféticos y da una interpretación cristológica de las Escrituras. Muestra que todo lo que había sido escrito por los profetas era relativo a él y se realizó en el misterio pascual. Estos dos discípulos sienten arder el corazón. Escuchando las palabras de Jesús se transforman.
Aquí es, una vez más, la misericordia de Jesús en acción. Esta vez es una misericordia catequética, es una buena palabra que ha puesto en evidencia la estupidez de ellos y los ha curado con su sabiduría. Ya es de noche, se acercaban al pueblo de Emaús. Jesús finge tener que ir más lejos. Una vez más se trata de un gesto pedagógico y esos dos no quieren desprenderse de él, lo invitan a quedarse, realizan una obra de misericordia, ofrecen alojamiento a un peregrino que no tiene casa teniendo todavía camino por recorrer. “Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día se acaba”. Y Jesús entró para quedarse con ellos.
Entendamos bien esta palabra porque es fundamental. “Entró” – entendemos en casa; pero el evangelista no lo dice. Su afirmación es más honda: entró dentro de ellos, entró en sus vidas. Entró para quedarse. En la casa es Jesús quien preside la cena: “tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio”, es evidente el gesto eucarístico. Al partir el pan “se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista”. No es más un extraño, había entrado dentro. Cuando lo reconocen ya no lo ven.
La expresión “se les abrieron los ojos” es una cita bíblica importante. Recuerden en la narración del Génesis, se dice del hombre y la mujer que después de comer la fruta que Dios les había prohibido comer, ‘se les abrieron los ojos’ y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Ahora, en el encuentro eucarístico con el Señor resucitado, los ojos de los discípulos se abren y ven, no su propia desnudez, sino su presencia. Han entendido las Escrituras, han comido con él.
Ustedes se dan cuenta que el episodio es una especie de descripción de la Misa; dos partes: liturgia de la palabra y liturgia del pan. El camino a lo largo del trayecto, repasando las Escrituras para comprender el significado de la vida de Jesús y de sus discípulos. Luego, la mesa común, la apertura de los ojos, la comprensión del misterio. Jesús entra dentro, los cambia y esos dos cansados y decepcionados ahora transformados, reprenden el camino.
De Jerusalén a Emaús el camino va cuesta abajo; estaban bajando, regresando a casa por la tarde. Ahora que está oscuro, rehacen el camino cuesta arriba, corren de regreso a Jerusalén para decir: “Hemos encontrado al Señor que ha resucitado… lo reconocimos al partir el pan”. Y mientras llegaban al Cenáculo, los discípulos comentan que también ellos lo han encontrado. Lo saben incluso en Jerusalén. Dicen: “Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”.
Y mientras estaban todos en el Cenáculo, Jesús se hizo presente nuevamente. Tercera aparición; siempre en el mismo día. Esta vez todos los discípulos reunidos. Lucas subraya cómo a los discípulos les cuesta aceptar la resurrección, les parece demasiado hermoso para ser verdad; no están dispuestos a aceptarla, surgen dudas en sus corazones. Por la alegría –dice Lucas que siempre trata de disculpar a los apóstoles– aún no creían y estaban llenos de asombro. En este momento, Jesús tiene con ellos una catequesis.
Por tercera vez, en el versículo 44 aparece el verbo impersonal: ‘tenía’. Por tercera vez se repite el pensamiento central. “Esto es lo que les decía cuando todavía estaba con ustedes: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”. También en este caso hay la referencia a las escrituras bíblicas. Aquí se acaba de mencionar la forma hebrea de referirse a la Biblia: la ley de Moisés, los libros de los profetas y los otros escritos de los cuales los salmos son los primeros. En las escrituras bíblicas se habla del evento mesiánico como momento de muerte y de resurrección. Es el camino elegido por Dios, muchas veces mencionadas en las escrituras antiguas, realizadas en Jesús. ‘Deben cumplirse y se cumplió; está escrito, el Cristo sufrirá y resucitará de entre los muertos’.
Ahora Jesús les da a los discípulos la misión de anunciar que Jesús es el Cristo y sobre todo proponer a todos los pueblos la conversión y el perdón de pecados, comenzando por Jerusalén. De esto los discípulos son testigos, testigos de la vida histórica de Jesús, testigos de su muerte, testigos de su resurrección. Han vivido el acontecimiento de la misericordia de Dios que transforma; ellos mismos necesitaban ser transformados. Pedro y los demás han cambiado debido al encuentro con Jesús. El resucitado les ha abierto los ojos, les ha abierto la mente. Lo dice explícitamente el evangelista Lucas con una expresión maravillosa: “Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura”.
El Señor resucitado abre las cabezas de los discípulos, abre sus ojos, abre su cabeza, permite esta gran comprensión, nueva. Es la revelación de la Pascua; es la realización de la misericordia y la auténtica salvación. Desde este momento los discípulos son los continuadores de la obra de Jesús.
La narración del evangelista Lucas termina con la escena de la ascensión, que parece tener lugar en la misma noche de Pascua. “Después los condujo fuera, hacia Betania y, alzando las manos, los bendijo”. Es un detalle precioso: Jesús bendice a los discípulos con las manos levantadas. Es un gesto sacerdotal. La bendición estaba reservada para los sacerdotes en el templo después del sacrificio.
Con este detalle particular Lucas quiere decir que Jesús es el verdadero sacerdote y después de haber hecho el único sacrificio auténtico, el de sí mismo, levantando las manos invoca la bendición sobre el pueblo, sobre el nuevo pueblo, sobre los discípulos que lo han acogido. “Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén muy contentos. Y pasaban el tiempo en el templo bendiciendo a Dios”.
El evangelio de Lucas comenzó en el templo. Recuerden que la primera escena narrada es la aparición del ángel Gabriel a Zacarías en el templo; la última escena narrada está de nuevo en el templo. Han pasado varios años y el mundo ha cambiado. Ahora están los apóstoles de Jesús en el templo alabando a Dios con gran alegría. Ha llegado el cambio de la humanidad. Han recibido la auténtica bendición, han dado testimonio de la resurrección, la glorificación de Jesús. Han comenzado a anunciar a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados.
La misericordia que los apóstoles han recibido la anuncian a otros. Y así termina el Evangelio de Lucas e inmediatamente comienza el segundo libro de Lucas: los Hechos de los Apóstoles que narra cómo la Iglesia, después de escuchar, se compromete a hacer; después de haber recibido misericordia, está lista para transmitir a todos los pueblos la misericordia del Señor para que todos los seres humanos puedan sanar, como los apóstoles fueron sanados por la misericordia de Jesús.
Y también para nosotros: tomar en mano el evangelio de Lucas y meditarlo con sus preciosos detalles, puede ser una auténtica experiencia de misericordia, que puede cambiar nuestra cabeza, para que el corazón se pueda transformar, para que podamos ser sanados por esta terapia de Dios. Se los deseo como una buena experiencia, como un hermoso encuentro que deja huella y transforma; y sana realmente.