El Evangelio
según San Mateo
Parte VI
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
6. El Padre Nuestro
El gran discurso de la montaña, que ocupa los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio según Mateo es una obra editorial con la que el evangelista recolectó las enseñanzas de Jesús en forma de ‘loguia’, organizándolas de tal manera que proponga una formación básica para la comunidad cristiana. El gran portal que abre este discurso son las bienaventuranzas, las felicitaciones que el Señor da a quienes lo escuchan, anunciando que Dios está de su lado. Esta es la razón que los hace ‘bienaventurados’, porque ofrece la posibilidad de ser felices.
El discurso está organizado con diferentes tonos particulares. En primer lugar, encontramos dos dichos en los que Jesús afirma a los discípulos que son 'la sal de la tierra, son la luz del mundo'. No es una invitación a serlo, es una declaración, ‘ustedes lo son’. El hecho de que Jesús sea la sabiduría da sabor a los discípulos, precisamente porque Jesús es la luz, ilumina a los discípulos, los enciende para que los discípulos se vuelvan, a su vez, luminosos.
Esta acción de dar sabor y dar luz, Mateo la considera como el cumplimiento de la ley. No el reemplazo, sino la realización. Lo dice claramente: “No crean que he venido para abolir la ley o los profetas. No he venido a abolirla, sino a darle pleno cumplimiento”. Este es el principio teológico de los escribas cristianos de la escuela de Mateo. En diálogo y, a menudo en controversia con la sinagoga judía, esta escuela de escribas no se opone a la ley y a los profetas, o sea, al Antiguo Testamento. La entienden perfectamente y afirman que Jesús no es la superación de la antigua ley sino el cumplimiento.
Así, el evangelista recolectó una serie de antítesis, que es como se llaman técnicamente. Son cinco fórmulas en las que se contrapone lo que dijeron los antiguos a lo que ahora dice Jesús. No se trata de un cambio de la ley, sino de una profundización, de la realización, de un cumplimiento. Jesús lleva a la plenitud la propuesta de Dios.
Jesús conoce la intención original del legislador que es Dios; y su presencia le permite lograr realmente lo que el Señor quiere. No se trata de cambiar las reglas, se trata de comunicar al hombre la posibilidad de vivir lo que Dios pide. La novedad no está en la legislación sino en la persona de Jesús. El hecho de que él exista, el hecho de que él comunica su amor a la humanidad es el nuevo elemento que determina el cambio.
En el centro del discurso, en medio del capítulo 6, que es el central, entre 5 y 7, encontramos el Padre Nuestro. El corazón del discurso de la montaña es la relación filial del hombre con Dios. Descubrir esta dignidad, vivir esta relación permite la novedad. El centro fundamental del discurso de Jesús es el anuncio de la paternidad de Dios y la enseñanza de la oración del Señor es el corazón de esta catequesis.
En el capítulo 6, por lo tanto, en el versículo 7, encontramos este ‘loguion’, este dicho, precisamente de Jesús, que enseña a rezar: “Cuando ustedes recen no sean charlatanes como los paganos, que piensan que por mucho hablar serán escuchados. No los imiten, pues el Padre de ustedes sabe lo que necesitan antes de que se lo pidan”. La comparación es con los paganos, con los de otras religiones.
Es un discurso importante que fue muy sentido para Israel que se diferenciaba de todos los demás pueblos y de la comunidad cristiana, un pequeño grupo en medio de un mundo que tenía otras mentalidades y otras religiones. La comunidad cristiana se desarrolló en un ambiente greco-romano que tenía una estructura y una mentalidad religiosa. No era un mundo ateo, era un mundo religioso pero diferente en comparación con el mensaje central de Israel y la plenitud de la revelación de Jesús.
La mentalidad de los paganos es la de aquellos que creen que Dios los oye a fuerza de palabras. Es una mentalidad instintiva y termina siendo también nuestra mentalidad, es decir, pensar que con palabras podemos convencer al Señor. Y multiplicar las palabras, decir muchas oraciones, es un vicio bastante común extendido para las personas religiosas. Jesús tiene una fuerte expresión cuando dice: “No sean charlatanes como los paganos.” “No los imiten.” Se hace una distinción, una diferencia que radica en la calidad de la relación. Tú tienes un Padre que te conoce y sabe qué cosas necesitas y quieres, Él mismo es tu propio bien.
La idea básica es la revelación de Dios, no es la oración del hombre, no es el aspecto moral el determinante, sino el ser de Dios, objeto de la predicación de Jesús. Dios es Padre; Dios te conoce: Dios sabe tus necesidades; Dios quiere tu bien. Se quieren todas estas cosas porque Él podría saber y estar desinteresado o querer otra cosa.
Jesús revela que Dios es un Padre bueno, cariñoso y afectuoso que cuida a sus criaturas, sabe, puede y quiere hacerlo. Por tanto, no hay necesidad de convencerlo. Entonces, “Ustedes oren así.” Y sigue la enseñanza de la oración del Señor. Es una fórmula, pero es sobre todo un modelo que hemos aprendido y lo repetimos habitualmente pero nuestro Padre Nuestro, más que una oración es un modelo de oración, una enseñanza sobre el estilo de la oración cristiana.
También está presente en Lucas que, sin embargo, propone un texto un poco más corto. Aquí tenemos otra indicación de la tradición apostólica a quienes se encargó la redacción del Evangelio. Mateo presenta un texto más completo, con 7 invocaciones, particularmente atento a los números, Mateo quería completar la oración llevándola a la plenitud de 7 y organizando estas siete invocaciones en tres más tres, con una central. Son fórmulas que pueden quizás haberse transmitido separadamente.
Son expresiones de oración, actitudes de oración, formulación de deseos. Elementos sintéticos que dicen el estilo de la relación con Dios. Primeramente, la invocación: “Padre Nuestro que estás en el cielo”. NO Padre mío… es una referencia comunitaria. No es una oración individualista. Incluso cuando lo digo solo me dirijo a él llamándolo ‘Padre Nuestro’. Por tanto, no rezo solo sino siempre rezo con mis hermanos y hermanas, reconociendo que la persona de Dios con quien entro en relación no solo es para mí, sino que es nuestro Padre y no está en el nivel terrenal, sino que es el celestial.
La imagen del Padre recuerda una dimensión de experiencia común, pero no es la experiencia común de los padres lo que me permite comprender cómo es Dios; es precisamente la revelación de Dios, el Padre que está en el cielo el que hace comprender cómo deben ser los padres en la tierra. Y es peligroso decirle, por ejemplo, a un niño ‘Dios te ama tanto como tu padre’. Podrías hablar con alguien que tiene una mala experiencia del padre, también es posible esto y ese chico podría responderte ‘si Dios me ama tanto como mi padre, estoy arruinado’, o ‘rechazo a Dios como he rechazado a mi padre’. Entonces, no es la experiencia humana lo que nos hace entender a Dios, sino que es la revelación de Dios que nos ayuda a convertirnos en hombres, para llegar a ser lo que debemos ser. Dios es el Padre por excelencia, es el modelo, es la revelación de Jesús, especifica su forma de ser.
Frente a este Padre en quien confiamos, nuestras oraciones están primero orientadas a Él. Las tres primeras invocaciones se caracterizan por realidades que conciernen a Dios. “Santificado sea tu Nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad”. Hay tres deseos básicos que no nos conciernen a nosotros sino a Dios. Esto se llama buscar primero el reino de Dios, tener hambre y sed de la justicia de Dios. Deseo que tu nombre sea santificado. No estoy dando una orden a Dios, ordenándole de santificar su nombre. Estoy expresando el deseo que el nombre de Dios sea reconocido como santo.
En lenguaje bíblico el ‘nombre’ es la persona en cuanto conocida, amada y estimada. Por tanto, el nombre de Dios es el modo con el Dios es conocido. Santificar el nombre significa mostrar la cualidad santa de Dios. Santo es la forma de ser de Dios que es diferente de todo lo creado. Dios es otro, distinto, diferente de lo que conocemos. Su comportamiento es santo. Santificar el nombre significa revelar verdaderamente quién es Dios, cómo es Dios. Si usáramos una expresión simple, casi infantil, podríamos usar la expresión ‘hacer dar una buena impresión’. Es lo que a veces los padres recomiendan a los niños, ‘te recomiendo no hacerme quedar mal’ porque si un niño se comporta mal, de manera grosera, el que lo ve piensa en sus padres: ‘¿No le han enseñado?’ ‘¡Fíjense cómo han criado a este niño!’. El niño hace quedar mal al papá porque parece que el padre no lo educó bien.
Cuántas veces, en cambio, los padres enseñaron muy bien, pero los niños no quieren aprender. Nosotros, como hijos de Dios, corremos el riesgo seriamente de hacer dar una mala impresión a nuestro Padre celestial, porque nos ven a nosotros y lo desprecian a Él. Si los salvados, si los hijos de Dios se comportan de esta manera, ¿qué padre tiene? ¿qué le ha enseñado? Evidentemente, con esta clase de hijos e hijas no puede hacer nada. Por lo tanto, no se lo aprecia.
El primer deseo en nuestra oración es: “Sea santificado tu Nombre”. Deseamos mostrar quién eres de la manera correcta. Queremos que te vean bien.
En segundo lugar, queremos que venga tu reino, no es que el reino de Dios venga si se lo pedimos nosotros; ¿si no lo pedimos no viene? Es nuestro deseo. Jesús les enseña a los discípulos a desear el reino, es decir, que sea Dios el que reine, el que mande, el que guíe. Cuando digo: ‘que venga tu reino” estoy expresando un deseo básico mío. Quiero que reines en mí, en nuestras vidas, en todo el mundo.
“Hágase tu voluntad”. No es resignación. No es una aceptación pasiva: ‘Haz lo que quieras’, sino que es el deseo de que el proyecto de Dios se cumpla. Quizás nos ayude a comprender mejor si agregamos una contraposición: 'Hágase tu voluntad, no la de los otros’. Queremos que el plan de Dios se haga realidad, no que otras fuerzas, otras opiniones humanas comanden, determinen nuestra historia. ‘Tu voluntad’: queremos que tu proyecto se lleve a cabo como lo has pensado en el cielo, que así se realice en la tierra.
Esta fórmula marca el paso de la realidad de Dios: el nombre, el reino, la voluntad, a las realidades terrenales humanas. Y, de hecho, la segunda parte del Padre Nuestro, incluye cosas nuestras, comenzando con nuestro pan. Es una petición positiva.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”. Es la síntesis de todo lo que necesitamos. Es la fórmula de la oración en la que le rogamos al Padre que nos dé lo que necesitamos, hoy, para lo que necesitamos hoy. Mañana pensaremos mañana y, sobre todo, pedimos nuestro pan, no pedimos que llueva un pan del cielo, sino que nos de la capacidad de hacer el pan. “Danos nuestro pan”; es el compromiso a colaborar, no a esperar que llueva todo del cielo. Le pedimos a Dios la gracia que lo haga crecer, y ponemos manos a la obra para hacer pan.
Los otros tres pedidos, la última de la serie, muestran el lado negativo de nuestra historia. El pecado, la tentación, el mal. “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El concepto de pecado se expresa con la imagen de la deuda. Hay algo que nosotros debemos, que falta, y hay una solicitud de un perdón. Es la petición de la misericordia de Dios para que llene nuestros vacíos, que remedie nuestros defectos y eso nos de la capacidad de hacer lo mismo con los demás.
No es que nuestro perdón determina al de Dios, no somos nosotros la medida del amor: ‘perdónanos en la medida en que nosotros perdonemos’ pero sigue perdonando y nosotros, en virtud de tu perdón, nos comprometemos a hacer lo mismo.
“No nos dejes caer en la tentación”. Una nueva versión traduce: “No nos abandones en la tentación”.
Esto ayuda a comprender mejor el sentido de la forma antigua: No nos incurras en tentación’. A nivel lingüístico también es correcta esta fórmula, solo que debe interpretarse un poco. Dios no nos empuja al mal. Si nos pone en prueba es para nuestra verificación y nuestra mejora. ‘Incurrir en tentación’ significa abandonar en el momento de la prueba. ‘No nos incurras’, es decir, no nos abandones. No nos dejes seguir así.
Aquí notamos que las oraciones siempre están en plural. De tu parte, perdónanos, no nos abandones, sino que nos liberes del mal. Es la oración del niño que le pide al papá que lo tome de la mano en este momento en el que camino por un lugar peligroso. En el momento de la prueba, de la dificultad, no nos abandones, sino por el contrario, libéranos de lo que es malo. O también podría ser de forma masculina, también puede traducirse: “Líbranos del maligno”, del malvado, líbranos de todo lo que es malo. Se Tú nuestro liberador.
Es la oración de Jesús. Modificaciones de estas fórmulas se encuentran dentro de la predicación habitual de Jesús y en su oración. Jesús ora al Padre porque él es un hijo. En Jesús, nos convertimos en hijos e hijas. Gracias a él recibimos a Dios como Padre y aprendemos a orar, es decir, aprendemos a relacionarnos con Él con la plena confianza de ser sus hijos e hijas.