Cartas de San Pablo
Segunda Carta de Pedro y Carta de Judas
Videos por el Fr Claudio Doglio
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Segunda Carta de Pedro y Carta de Judas
La Segunda Carta de Pedro es bastante similar a la carta de Judas y por esta razón las trataremos juntas, o mejor dicho, empezaremos por la carta de Judas, que es un escrito muy corto y el último de la serie canónica de Cartas Católicas, pero probablemente fue la nota que sirvió de modelo para la segunda carta de Pedro.
La Carta de Judas se atribuye a un apóstol que lleva este nombre. Conocemos más familiarmente a Judas Iscariote, el apóstol que traicionó al Señor, pero también hubo otro apóstol que llevaba este nombre: Judas Tadeo, también llamado Judas de Santiago, hermano de Santiago el Menor y, por lo tanto, hermano de Jesús, un primo cercano. Debe haber sido también el hijo de Cleofás, pero tampoco en este caso estamos seguros de que el autor sea realmente el apóstol Judas Tadeo.
El nombre Judas es un nombre muy común en el ambiente judaico y es posible que un cristiano de finales del siglo primero tomara el nombre de un apóstol para dirigir esta exhortación. Un poco como las otras Cartas Católicas nos encontramos aquí, más que frente a una carta, frente a una homilía.
El problema que enfrenta la carta de Judas es la corrupción dentro de la comunidad cristiana causada por ciertos maestros de herejías. Parece que estas personas pertenecen al entorno de Pablo, pero no son auténticos discípulos de Pablo. Se trata de un ‘paulinismo’ degenerado. Son esas personas que se hacen pasar, erróneamente, como seguidores de san Pablo. Lo deforman, lo adaptan y lo arruinan, creando estragos y desorden en la comunidad cristiana. Contra esta gente, Judas pronunció una encendida homilía, reprendiéndolos enérgicamente.
Veamos algunos pasajes de esta reprimenda: “¡Ay de ellos! Siguieron la senda de Caín. Por ganar dinero se han desviado como Balaán, y como Córaj mueren por su rebeldía”. Se refiere a tres figuras negativas del Antiguo Testamento: Caín, Balaán, Córaj. Conocemos bien a Caín, asesino de su hermano; Balaán es un mago, un hechicero oriental convocado para maldecir Israel; Córaj es un sacerdote rebelde contra Moisés. El autor se refiere a estos personajes del Antiguo Testamento que de alguna manera fueron conocidos y difundidos por las corrientes gnósticas de Egipto y, probablemente, estos adversarios estaban iniciando esa vertiente degenerada del gnosticismo egipcio.
“Son –continúa Judas– los que contaminan las comidas fraternales que ustedes celebran, comen como sinvergüenzas sin otra preocupación que su estómago; son como nubes arrastradas por los vientos sin dar agua, árboles en otoño sin fruto, muertos dos veces y arrancados de raíz; olas encrespadas del mar con la espuma de sus desvergüenzas, estrellas fugaces cuyo destino perpetuo son espesas tinieblas”.
Notemos que el lenguaje está lleno de imágenes y, de hecho, el autor escribe en una bella lengua griega; demuestra que conoce la literatura y es capaz de acuñar imágenes fuertes. El tono es virulento. Incluso cita un texto de la tradición apócrifa del Antiguo Testamento, el Libro de Enoc, diciendo, “de ellos profetizó Enoc, el séptimo descendiente de Adán. Éstos son los que protestan quejándose de su suerte y dejándose llevar de sus pasiones. Su boca profiere insolencias y, si alaban a las personas, es por interés”.
Después de reprender y culpar fuertemente a estos maestros de falsedad, el autor se dirige a los destinatarios: “En cuanto a ustedes, queridos míos, recuerden lo que anunciaron los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo”. El autor habla de los apóstoles como si ya estuvieran muertos, “recuerden lo que anunciaron los apóstoles”. Es uno que se ha colocado en la esfera de los apóstoles, pero ya pertenece a unas generaciones más tarde. Estamos hacia el final del primer siglo, en un ambiente muy probablemente egipcio; la ciudad de Alejandría de Egipto podría ser el lugar de origen de estos escritos porque el tono polémico parece reflejar la condición en la que se encontraba el cristianismo en Egipto hacia el final del primer siglo.
Este texto corto y fuerte fue utilizado por el que ha reunido la segunda carta de Pedro. Mientras que para la primera estamos muy seguros de la paternidad de Pedro, aunque el autor material sea Silvano, en el caso de la segunda carta, nos encontramos con un texto escrito después de la muerte de Pedro, por un autor anónimo, también del entorno egipcio alejandrino que, poniéndose en el lugar de Pedro, cuenta las mismas cosas a los mismos maestros de falsedad a los que se dirige Judas, hasta el punto de que la segunda carta de Pedro contiene tres capítulos y el segundo capítulo es casi idéntico a la carta de Judas, y parece haber tomado ese otro texto y haberlo enmarcado con otras reflexiones.
Veamos algunas enseñanzas particularmente significativas de estos dos documentos. En primer lugar, el autor muestra al principio una hermosa síntesis teológica, dice: “El poder divino nos ha otorgado todo lo que necesitamos para la vida y la piedad, haciéndonos conocer a aquel que nos llamó con su propia gloria y mérito. Con ellas –con el conocimiento, con la gnosis– nos ha otorgado las promesas más grandes y valiosas, para que por ellas participen de la naturaleza divina y escapen de la corrupción que habita en el mundo a causa de los malos deseos”.
La idea más importante y nueva contenida en este discurso es que los cristianos se hacen partícipes de la naturaleza divina. Es una idea grandiosa; no sólo estamos liberados del mal, sino que nos hacemos partícipes de la naturaleza divina; significa que nos convertimos en dioses, nos convertimos en ‘dios’, participantes de la naturaleza divina. No sólo en verdaderos hombres con naturaleza humana redimida, sino que somos deificados.
Esta es una idea que en la teología occidental no ha tenido mucho seguimiento, mientras que los Padres Orientales dieron particular énfasis a este aspecto; así, en la liturgia ortodoxa, hay un insistente énfasis en la deificación de la humanidad y es un discurso bello y teológicamente atractivo que debemos aprender a asimilar y desarrollar. Hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina.
El autor pasa a subrayar la importancia de la fidelidad a la tradición apostólica, permaneciendo fiel a lo que los apóstoles transmitieron, sin desviarse siguiendo a los falsos maestros. Dice que la tradición apostólica encaja perfectamente en la tradición profética. Poniéndose en el lugar de Pedro, el autor dice que fue testigo ocular del Señor Jesús transfigurado en la montaña, cuando oyó la voz de Dios en presencia de la Ley y los Profetas que garantizaban que Jesús es el Hijo amado en el que Dios se complace. Ahora Jesús se convierte en la mejor confirmación de la palabra de los profetas “y ustedes harán bien en prestarle atención, como a una lámpara que alumbra en la oscuridad”. La palabra de Cristo es la luz que ilumina nuestras tinieblas.
“Hacen bien en prestarle atención, deben saber ante todo que nadie puede interpretar por sí mismo una profecía de la Escritura (ningún texto bíblico), porque la profecía nunca sucedió por iniciativa humana”. O sea que nadie escribió estos textos por idea propia, y nadie puede leer estos textos según sus propias ideas. No es un texto autónomo, dejado a la interpretación de cualquiera. Es un texto que nace en la tradición de la comunidad y se interpreta correctamente dentro de la comunidad porque es la comunidad la que es portadora del Espíritu. “La profecía nunca sucedió por iniciativa humana, sino que los hombres de Dios hablaron movidos por el Espíritu Santo”. Los textos escritos, los textos de la Escritura, los textos bíblicos son inspirados.
Esta es otra gran idea que enseña esta segunda carta de Pedro. Inspirados por el Espíritu son portadores de la verdad, pero deben ser leídos en el mismo espíritu que los inspiró. Y para estar seguros de interpretarlos correctamente en el espíritu original es necesario estar en comunión con la comunidad. Yo, en privado, solo, con mi cabeza y mi inteligencia no puedo pretender entender el significado, especialmente si voy en contra de la interpretación de la comunidad. Estas son aclaraciones importantes que han marcado toda la historia de la interpretación bíblica.
Luego sigue el segundo capítulo que, como dije, retoma casi literalmente el texto de Judas, amenazando y acusando a los maestros de falsedad. Finalmente, el tercer capítulo, siempre contra los falsos maestros, subraya el aspecto escatológico, es decir, el anuncio del cumplimiento final de la historia. Reprocha a estos falsos maestros que dicen que nada ha cambiado, que la venida de Jesucristo no ha cambiado la situación, todo está como antes.
Dicen estos doctores: “¿Qué ha sido de su venida prometida? Desde que murieron nuestros padres, todo sigue igual que desde el principio del mundo”. Niegan que haya habido un cambio sustancial. Este es un punto muy interesante porque la comunidad cristiana de los primeros años estaba entusiasmada, convencida de que se había producido un cambio y que era inminente. Poco a poco estos entusiasmos se enfriaron, muchos entraron en crisis, hablaron del retraso de la parusía, es decir, de la venida gloriosa de Cristo, ¿Dónde está esa promesa?
En realidad, los apóstoles nunca habían anunciado un final inminente, una transformación total del mundo, pero muchos se lo habían creído, se habían ilusionado con que sucedería, no entendían lo que esperaban, entraron en crisis, criticaron todo. Es por eso estos maestros cristianos, a finales del siglo primero se atribuyen fuerte autoridad apostólica, por ejemplo, asumen el propio nombre de Pedro para poder repetir lo que Pedro diría si estuviera presente aquí ahora, en esta situación de corrupción. “Al afirmar esto, ellos no tienen en cuenta que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. Pretende decir: no les corresponde a ustedes evaluar los tiempos de la historia. La forma de actuar del Señor es inescrutable. Su criterio de tiempo es completamente diferente del nuestro, es decir, existe un abismo de diferencia entre un día y mil años y ustedes solamente han esperado unos cuantos años y dicen que no ha pasado nada y, en consecuencia, todo es infundado.
“El Señor no se retrasa en cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que se pierda nadie, sino que todos se arrepientan”. La interpretación no tiene que ver con el retraso, se trata de tener paciencia: Si todavía no ha sucedido el fin, no es un mal. Es algo bueno. Todavía hay tiempo de cambiar, de mejorar, de convertirse. “El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con estruendo, los elementos serán destruidos en llamas, la tierra con sus obras quedará consumida”.
Este es un texto que realmente habla del fin del mundo. Hay una evolución en el enfoque del anuncio. En una primera fase se hablaba de la venida de Cristo en las nubes del cielo, como una reconstitución del reino de Israel, una nueva organización en la tierra; ahora se anuncia un final cósmico con la imagen del fuego, los elementos que se queman y se consumen por el calor. Pero si consideran que todo esto se disolverá de esta manera, deduzcan la necesidad del buen comportamiento; es lo contrario de lo que lo que enseñan estos maestros de la falsedad.
La falsedad enseña que todo es permisible, que puedes permitirte cualquier tipo de comportamiento porque no pasa nada. Precisamente porque va a suceder, debes ser irreprochable en la santidad de la conducta y piedad. “Por tanto, queridos hermanos, mientras esperan estas cosas hagan todo lo posible para que Dios los encuentre en paz, sin mancha ni culpa. Piensen que la paciencia de Dios con ustedes es para su salvación; como les escribió nuestro querido hermano Pablo con la sabiduría que le fue concedida”.
Este detalle final es muy interesante. La segunda carta de Pedro se refiere a las cartas de Pablo. Estamos ahora en una fase tardía; las cartas de Pablo ya existen y son conocidas, recogidas e incluso se consideran inspiradas como el resto de las Escrituras. Noten cómo continúa: “En todas sus cartas Pablo trata estos temas, si bien en ellas hay cosas difíciles de entender, que los inexpertos y vacilantes deforman, como hacen con el resto de la Escritura, para su perdición”.
Hay que tener en cuenta varias cosas importantes; las cartas de Pablo se comparan con las otras Escrituras. Por tanto, estamos ahora en el final del siglo primero. Ya existe una colección de epístolas paulinas que los cristianos leen, interpretan y consideran inspiradas como texto profético. Ya nació el Nuevo Testamento como colección escrita. Se menciona que en las cartas paulinas hay elementos difíciles y nosotros también lo sabemos. Al leerlos, podemos ver eso. Hay pasajes que pueden ser malinterpretados. De hecho, fueron malinterpretados.
Éstos son los personajes reprendidos en la carta de Judas y en la segunda carta de Pedro: estos falsos intérpretes de Pablo descritos como ignorantes e inestables, que no entienden y no son equilibrados. “Por eso, queridos hermanos, estén prevenidos y precavidos (el que avisa no es traidor) para que no sean arrastrados por los engaños de hombres sin principios, y pierdan su firmeza. Crezcan, más bien, en la gracia y el conocimiento”.
Esta Carta Católica es también una invitación a crecer en gracia y conocimiento, en la verdadera gnosis, en el conocimiento auténtico de Cristo.