Romanos
Carta a los Romanos – Primera Parte
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
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Carta a los Romanos – Primera Parte
Un cordial saludo a nuestros televidentes.
Con esta conversación iniciamos una nueva serie de presentaciones de libros bíblicos. Ya hemos visto los Cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles; ahora consideraremos las cartas del apóstol Pablo. En el Nuevo Testamento la colección de las cartas paulinas ocupa una gran parte. Son 14 textos relacionados con el apóstol.
La primera de las cartas que nos presenta el canon del Nuevo Testamento es la Carta a los Romanos, la más larga, la más sustanciosa de los escritos paulinos. A partir de la Carta a los Romanos queremos iniciar el conocimiento del apóstol de los gentiles, judío convencido, fariseo practicante, comprometido con el estudio de la ley, un doctor de la ley. Saulo de Tarso nació entre el 5 y el 10 d.C. En Tarso, una ciudad de Cilicia, hoy diríamos que está en el sur de Turquía, pero creció en Jerusalén en la escuela del rabino Gamaliel, una de las grandes figuras de la escuela farisea. Se formó en la más estricta observancia de las leyes judías.
Quizá conoció a Jesús durante su vida terrenal, pero sólo de pasada, encontrándose con él a veces en el templo. Podría ser uno como Pablo el maestro de la ley, que preguntó a Jesús sobre los mandamientos, sobre el más importante de los mandamientos u otros asuntos similares, pero el encuentro con Jesús no tuvo lugar durante la vida terrenal del Maestro, sino después de su resurrección.
Pablo, al principio, odió con todas sus fuerzas la predicación de los apóstoles; los consideraba gente estúpida, ignorante, crédula, que había seguido a un impostor. Se enardecía en la defensa de las tradiciones judías, combatiéndolos con todas sus fuerzas, un feroz perseguidor. Hoy podríamos llamarlo incluso fundamentalista, si no terrorista. Era un hombre religioso, pero con unas opiniones religiosas equivocadas. Tan aferrado a sus propias ideas, que se volvió violento en nombre de su fe y de la defensa de sus opiniones. Persiguió a los apóstoles, organizó el asesinato de Esteban, incluso quiso asaltar a otros discípulos cristianos que se encontraban en el extranjero, en Damasco, por ejemplo.
Y fue en el camino de Damasco donde el Señor Jesús entró en su vida con gran fuerza. En esa ocasión, Saulo de Tarso se encontró con Jesús resucitado y su vida cambió. Fue un momento que le hizo darse cuenta de que Jesús tenía razón y, por tanto, que él estaba equivocado. Necesitó unos años para re-enfocar la situación, porque fue un cambio total. Tuvo que replantear toda su doctrina desde cero. Un fariseo que se convierte al mensaje evangélico, un doctor de la ley que se convierte en discípulo de Cristo tiene que cambiar completamente su perspectiva. Sin embargo, esa riqueza teológica, cultural y de las Sagradas Escrituras que tan bien conocía le ayudará a convertirse en el Doctor de los Gentiles, para ser el primer gran teólogo de la tradición cristiana.
Después de unos años de su impactante vocación, Pablo fue recuperado por Bernabé quien lo introdujo en la comunidad de Antioquía y lo inició en el ministerio cristiano y Pablo comenzó a formar a otras personas, a transmitir su experiencia. Desde Antioquía su misión se abrió al mundo y comenzó primero con Bernabé y Marcos, luego con Silas, Timoteo y Lucas, viajes apostólicos para fundar nuevas comunidades y en varias ciudades de Chipre, de Anatolia y de Grecia, Pablo dio origen a grupos cristianos que crecieron rápidamente y se fortalecieron en la fe.
Podemos datar su conversión en el año 36. En cambio, la composición de la Carta a los Romanos la podemos datar en el invierno entre los años 57 y 58. Esto significa que han pasado más de veinte años desde aquel momento deslumbrante en el camino de Damasco. Pablo es un hombre de más de 50 años, maduro y que durante más de veinte años se dedicó a predicar el evangelio de Cristo con muchos problemas porque encontró mucha resistencia, sobre todo de aquellos cristianos que venían del mundo judío. No lo debemos olvidar, porque es un elemento fundamental que Pablo es judío. Judío convencido y experto en la doctrina judía, perteneciente a la corriente más conservadora de la tradición judía.
Ahora ha madurado esta mentalidad en la perspectiva de Cristo. No negaba el judaísmo o, podríamos decir, el Antiguo Testamento, la revelación de Dios al pueblo de Israel, pero entendía que la revelación de Jesucristo completaba, realizaba, llevaba a un cumplimiento definitivo lo que se había dicho en el pasado; no otra cosa, sino el cumplimiento de la promesa. Por eso, Pablo sigue considerándose perfectamente judío, porque se encontró con el que cumple las promesas al pueblo de Israel.
Sin embargo, no todos tenían su capacidad de entender que lo nuevo no era una inversión total, sino una aclaración definitiva y, por tanto, Pablo tuvo que enfrentarse e incluso luchar con personas que no podían entender, que no tenían su capacidad crítica para profundizar en su comprensión y, por tanto, se encontraban bloqueados por ciertas situaciones y ciertas opciones. Varias veces tuvo la oportunidad de enfrentarse a estas situaciones.
En Jerusalén, alrededor del año 49, se convocó una especie de concilio, una reunión de los apóstoles con Pablo y Bernabé para discutir la línea a seguir. Las columnas de la Iglesia, Pedro, Santiago y Juan, estrecharon la mano a Pablo y Bernabé y les dieron carta blanca para que continuaran con ese tipo de ministerio, reconociendo que tenían razón, que podían seguir así, porque era la línea correcta. Pablo nunca había estado en Roma. Roma era la capital del imperio, la ciudad más grande del mundo antiguo, el polo de atracción de toda la cultura y de todos los movimientos.
Era casi inevitable que los apóstoles de Cristo tendieran también al centro, al punto fundamental de la civilización en el Mediterráneo antiguo, por lo que es lógico que Pablo quisiera llegar a la capital del imperio y llevar allí también el mensaje de Cristo, pero cuando Pablo escribió a los romanos en Roma, ya había una comunidad cristiana allí, él no la fundó. La carta a los romanos no es la primera que escribió Pablo, el canon las recogió por orden de extensión, no por orden cronológico.
Pablo había escrito hasta entonces sólo a comunidades que había fundado, es decir, a personas que conocía bien, para resolver situaciones particulares, para tratar casos concretos que surgían en ese mismo momento. Con la Carta a los Romanos, en cambio, nos encontramos con una situación un poco diferente porque los destinatarios no son del todo conocidos por Pablo y sobre todo la comunidad cristiana de Roma no fue fundada por él; no sabemos quién la fundó, pero cuando Pablo escribe en el año 57 dice que desde hacía mucho tiempo en Roma había una predicación cristiana y grupos de cristianos. Probablemente eran simples creyentes, lo que hoy llamaríamos laicos, quizás una pareja, Andrónico y Julia, que llevaron el Evangelio a la capital del imperio, partiendo de los mismos lugares donde vivían los romanos del imperio, empezando por las sinagogas judías. Había muchos judíos en Roma y fueron los judíos de Roma los que acogieron la predicación de Jesús, reconocido como Cristo.
Numerosos judíos de la capital se hicieron cristianos. Algunas sinagogas se hicieron cristianas y crearon discusiones en su seno, disputas y separaciones. Nacen las comunidades domésticas, las se llaman en latín “domus eccleasiae”, o sea, casas de la Iglesia, donde por Iglesia entiende la gente, las personas que se reúnen en una casa. Es una casa privada, una casa que pertenece a alguna persona acomodada que tiene un edificio espacioso con algunas habitaciones que pone a disposición de la comunidad; allí tienen sus celebraciones, se reúnen para la misa del domingo, casi seguramente celebrada el sábado por la noche, en la noche entre el sábado y el domingo; se convierte en la ocasión de una cena común durante la cual se hace la memoria de la cena pascual de Jesucristo en su misterio de muerte y resurrección y durante esa reunión el animador, el apóstol, explica las Escrituras, forma a la gente a una comunión cada vez más intensa con el Señor Jesús.
Se crean grupos. En Roma hay diferentes comunidades de cristianos; hoy las llamaríamos parroquias, pero todavía no estaban organizadas en este sentido. Se organizaban por casas y había tantas personas como podían caber en una casa particular, 50 - 60 más es difícil imaginar una reunión en un entorno privado. Estos grupos se reúnen en las casas de algunas personas disponibles y forman las diferentes unidades del grupo cristiano. Se hace fácil imaginar que estos grupos podían discutir sobre algunos temas en que no estaban completamente de acuerdo.
El núcleo de partida se compone de judíos, pero entretanto muchos otros que no son judíos se han unido a ellos por lo que se forman comunidades mixtas que tienen diferentes opiniones. En este sentido hay algunos que son más conservadores y creen que la ley de Moisés debe ser observada en todos sus detalles; otros en cambio son partidarios de ir más allá de la letra y la aplicación de la ley mosaica, según ellos, no incluye la observancia de todos los decretos particulares teniendo en cuenta la mentalidad de Cristo que abrió, que ha superado ciertos tabúes, por ejemplo, la distinción de la carne entre pura e impura. Estas opiniones divergentes pueden producir desencuentros o, al menos, discusiones.
Aunque Pablo no conozca a la comunidad en su conjunto, sí conoce a muchos cristianos que viven en Roma, y así lo demuestra el último capítulo de la carta a los romanos, el capítulo 16, que es una lista de nombres, un texto espléndido en el que no hay teología, sino simplemente una serie de saludos con los que el apóstol muestra a cuántas personas conoce en la capital del imperio, y es una buena manera de subrayar las relaciones que tiene con la gente, y con dulzura y delicadeza el apóstol entra en sus vidas, proponiendo su evangelio.
Escribe esta Carta a los Romanos para presentarse con el fin de preparar su propio viaje a la capital y escribe sin embargo para hacer frente a las discusiones que se estaban produciendo en los distintos grupos cristianos de Roma. Escribe en un periodo de tranquilidad; el año anterior había sido para Pablo un año muy cansador y pesado, lleno de problemas, disgustos, miedos, incluso trastornos y desavenencias. Ahora la tormenta ha pasado.
Pablo llega a la ciudad de Corinto hacia finales del año 57; es una hermosa ciudad junto al mar, el clima es excelente y el apóstol pasa el invierno allí como invitado en la casa de un tal Gayo, dice, y dicta esta carta a un escriba llamado Terso. Tenemos mucha información, incluso en detalles; son aspectos menores, pero son interesantes porque nos ayudan a entender cómo estas cartas nacieron de la vida y de la realidad concreta de las personas. En la casa de Gayo, durante ese invierno, Pablo está razonando, y me lo imagino caminando, dictándole al escriba Terso sus reflexiones y tratando de resumir su propia posición con respecto a la ley, mostrando la diferencia entre la mentalidad del fariseo y la mentalidad del cristiano.
En el fondo, Pablo está hablando de sí mismo, narrando su propia conversión, el cambio que se produjo en su cabeza porque él fue el primero que tuvo que hacer este cambio. La mentalidad del fariseo es la mentalidad de la persona religiosa que está convencida de conquistar la salvación, el premio eterno, haciendo buenas obras; con sus propias fuerzas, con el esfuerzo de su propia voluntad la persona religiosa piensa que puede obtener buenos resultados. Pablo era así cuando era joven; había crecido en esta mentalidad rígida y cuando conoció a Cristo sufrió una ‘catástrofe’, que se diría en lenguaje apocalíptico, un cambio de esta manera a esta manera; su mentalidad cambió; de fariseo se convirtió en apocalíptico, se hizo cristiano, es decir, comprendió que nada se puede obtener sin la intervención de Dios.
No es la buena voluntad, el esfuerzo personal, la observancia de la ley del hombre lo que conquista la salvación. La salvación es un don gratuito de Dios. Pablo comprendió que todos sus esfuerzos anteriores habrían sido en vano sin Cristo. Solo al apoyarse en la gracia de Cristo entendió que su vida se hizo fructífera y al final siguió haciendo lo que había hecho antes, pero cambió su perspectiva; se dio cuenta que la moral no era la causa sino el efecto. Se dio cuenta que en el origen estaba el evento de la gracia operado por la persona de Jesucristo. Es la persona humana que se encuentra con Cristo, se transforma y se hace capaz de vivir de una manera nueva.
Este es el evangelio que Pablo anuncia y en la primera parte, cuando después de saludar a la comunidad de Roma el apóstol presenta el tema de su escrito dice “no me avergüenzo del Evangelio porque es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree, primero del judío y después del griego”. La justicia de Dios se revela en eso, de fe en fe como está escrito “el justo vivirá por la fe”.
Así, en esta fórmula inicial Pablo compara los dos grandes temas de la justicia y la fe. El Evangelio, la Buena Nueva de Jesucristo, es la salvación obrada por Dios. ¿Por qué Dice Pablo que no se avergüenza del Evangelio? Porque al final aceptar el evangelio significa reconocer que no puedo hacerlo solo, por lo tanto, podría avergonzarme de decirlo: solo no puedo, soy estructuralmente malo y no puedo hacer el bien con mis propias fuerzas; admitir que necesito a otro para salvarme, podría humillarme, por lo tanto, podría avergonzarme de esta Buena Noticia.
Pablo dice: ‘No me avergüenzo, reconozco que la salvación viene de otro, es el poder de Dios que salva. Que salva a todo el que cree. Es importante ese ‘a todos’ sin distinción de raza o precedencia de la historia, judío o griego, toda persona necesita ser salvada y la salvación viene sobre la base de la fe, y es un paso continuo de la fe a la fe, de la confianza a la confianza. La justicia de Dios se revela así. El justo vivirá por la fe. ¿Quién es justo? ¿El que hace obras? Dice Pablo, citando a un profeta del Antiguo Testamento, como si dijera que ya se había dicho, que el justo es por la fe, es el que confía en Dios, el que se encomienda a él y el que se deja salvar. El que confía en Dios vivirá.
Este es el gran tema de la carta a los Romanos. En los próximos encuentros discutiremos y profundizaremos este tema.