Romanos
Carta a los Romanos – Tercera Parte
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
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Carta a los Romanos – Tercera Parte
A causa del pecado de Adán todos son pecadores, pero por la justicia de Jesucristo todos son llevados a una buena relación con Dios; a todos se les da esta oportunidad. Este es el evangelio de Pablo que estamos considerando en la carta a los romanos. En la primera parte el apóstol destruye una mentalidad religiosa que cree que la salvación es merecida por las propias obras, diciendo que es posible sólo a través de la gracia.
Los primeros cinco capítulos de la carta a los romanos se centran en la humanidad en general; todos han pecado, todos pueden ser llevados a una buena relación con Dios. En cambio, en los capítulos 6, 7 y 8, san Pablo se centra en el grupo de los cristianos, es decir, en los que han aceptado expresamente la salvación de Cristo.
“Qué diremos entonces?”. Es su forma habitual de cambiar de tema y atraer la atención del lector. “¿Que debemos seguir pecando para que abunde la gracia?” Ya había dicho: “Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”, es decir, en la naturaleza humana "sobreabunda la gracia de Cristo". El pecado ha llevado a la muerte, por tanto, la gracia debe reinar para llevar a la justicia y a la vida eterna. Es absurdo, por tanto, seguir permaneciendo en pecado después de haber obtenido la gracia.
Pablo destaca la condición cristiana como la situación del bautizado y comienza reflexionando sobre el sacramento del bautismo como el acontecimiento fundamental de la vida de la gracia. Lamentablemente, en nuestra situación actual, hemos perdido la dignidad del bautismo, la grandeza del sacramento bautismal y lo hemos convertido en un rito casi oculto, familiar y poco significativo para la vida.
Es necesario recuperar la importancia fundamental que tiene el bautismo en la vida de una persona; debemos tener en cuenta que en el caso de Pablo y durante muchos siglos todos los cristianos fueron bautizados de adultos y el bautismo fue una elección personal, responsable, de la persona que cambiaba su vida. Pidiendo el bautismo la persona tenía la intención de adherirse totalmente a Cristo y también el rito ayudaba a entender el significado porque la palabra ‘bautismo’ es griega y significa inmersión; indica un gesto en el que la persona desciende en el agua.
En realidad, desciende en el agua hasta que se sumerge bajo el agua, totalmente bajo el agua en una condición de muerte porque si permanece bajo el agua durante mucho tiempo muere. La escena en la que el catecúmeno, el que se preparaba, bajaba a la piscina bautismal, se hundía hasta el fondo y luego resurgía a una nueva vida, significaba la participación en la muerte y resurrección de Cristo.
Esta idea es importante. Nosotros recibimos solamente la idea del lavado; dos gotas de agua en la cabeza del niño evocan un lavado; pero antes de ser un lavado, el bautismo es una inmersión, es una participación en la muerte de Cristo, enterrado con él en el fondo del agua, para resurgir con él a la nueva vida. El cristiano, a través del bautismo, es una persona que ha vivido personalmente la experiencia de la muerte de Cristo y su resurrección. Es un muerto que ha vuelto a los vivos y por lo tanto la espiritualidad cristiana está enraizada en este acontecimiento de transformación, de muerte y de resurrección.
Escuchemos la enseñanza de Pablo, un texto muy importante que la Iglesia nos hace leer en la noche de Pascua, en la gran misa de la Vigilia Pascual, después del canto de gloria, este texto del capítulo 6 de la carta a los romanos se proclama inmediatamente mostrando la participación de cada uno de nosotros en la resurrección de Cristo.
“Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva”. Fíjense bien en las palabras: “también nosotros llevemos una vida nueva”. En ese acontecimiento de gracia, se nos ha dado la posibilidad de vivir de una manera nueva, de vivir la relación con Dios y de vivir las consecuencias morales prácticas.
“Porque, si nos hemos identificado con él por una muerte como la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Sabemos que nuestra vieja condición humana ha sido crucificada con él, para que se anule la condición pecadora y no sigamos siendo esclavos del pecado”. He aquí el problema: ser esclavos del pecado. En latín, ‘esclavo’ se dice ‘captivus’ (cautivo, prisionero). En italiano la palabra ‘cattivo’ significa ‘malo’, somos malos, es decir, prisioneros del pecado. Seguimos siendo malos, seguimos necesitando esta redención, esta liberación, porque el mal que llevamos dentro es esa maldad profunda que nos impide tener una relación buena y total con Dios, y necesitamos continuamente esta gracia que nos libera.
El bautismo no es un hecho mágico que afecte solo un momento inicial en nuestra vida, sino la condición existencial de toda nuestra vida. Recordar el bautismo significa vivir continuamente en ese estado de gracia sabiendo que el viejo hombre está muerto, está muriendo, debe morir con Cristo. En otra parte Pablo define al ‘hombre viejo’ como la carne. La carne no es el cuerpo, ni siquiera la sexualidad. Cuando Pablo habla de la carne quiere decir el instinto negativo; algo parecido a lo que llamamos carácter cuando decimos, ‘soy así… ¿qué le voy a hacer?’. Estoy hecho así, es mi carne, mi instinto, mi carácter y generalmente digo que soy así cuando se me acusa de algo, cuando se me acusa de comportarme mal, y veo que no puedo evitarlo. ¿Nunca se te ocurrió decir: ‘No puedo evitarlo? Es más fuerte que yo’.
¿Qué es más fuerte que tú? El pecado que está en ti, el viejo hombre, la carne; pero entonces todavía no está completamente muerto; en el agua del bautismo ese hombre viejo que estaba en nosotros no está ahogado, no está acabado; todavía estamos en esta fase sacramental de descender a la muerte con Cristo para resucitar con él a la nueva vida.
En oposición al hombre viejo, Pablo habla del hombre nuevo; y en contraste con la carne muestra el Espíritu. El Espíritu es el Espíritu Santo, es la persona de Dios que ha sido derramada en nuestros corazones; es una fuerza que viene de arriba; es una fuerza distinta a nosotros; es la gracia de Dios, es su amor que desde dentro nos hace vivir de una manera nueva. Entonces la persona se enfrenta a su propio carácter, natural e instintivo, inclinado al mal y se enfrenta a la gracia el Espíritu Santo que desde dentro libera y hace a la persona capaz de una nueva vida.
En el capítulo 7 el apóstol presenta la lucha interior; un texto muy hermoso que está influenciado por la literatura clásica y desarrolla una línea de razonamiento con profundidades psicológicas inesperadas. Pablo habla con un genérico ‘yo’; no está haciendo una confesión de su propia situación. Se pone en los zapatos de un hombre en general, de una persona; representa el drama de la división: por un lado, sé cuál es la teoría, por otro lado, no soy capaz de ponerla en práctica. Sabemos que la ley es espiritual mientras que yo soy de carne. Noten el contraste ‘espíritu – carne’.
La ley viene de Dios, la ley es buena, pero yo soy de carne y estoy vendido como esclavo al pecado. Soy malo, ni siquiera puedo entender lo que hago. De hecho, no hago el bien que quiero, sino que practico el mal que no quiero. Si hago lo que no quiero sé que la ley es buena pero entonces no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. Sé que el bien no vive en mí, hay un deseo de bien, pero no la capacidad de hacerlo. No cumplo el bien que quiero, sino el mal que no quiero. ¿Y no has comprendido cómo debes comportarte y luego te comportas de otra manera? Conocemos la teoría, pero de hecho cuantas veces nos hemos comportado de forma diferente y ¿por qué lo hemos hecho? porque nos vino instintivamente, porque así somos, porque somos esclavos de nuestra carne, de nuestro pecado.
En nosotros hay un deseo de bondad, sería bonito hacerlo así, sería necesario y a nivel de teoría todos somos maestros, pero luego nos damos cuenta de que en la práctica no lo conseguimos; hay un deseo de bondad, pero no la capacidad de ponerlo en práctica. Consiento en mi corazón a la ley de Dios, pero en mis miembros veo otra ley que hace guerra a la ley de mi mente y me hace esclavo de la ley del pecado. “¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de esta condición mortal?”.
Es el grito de la humanidad, de Adán, el hombre de siempre que desea el bien y se da cuenta que es incapaz de hacerlo. “Quién me librará?”. Jesucristo. “¡Gracias a Dios por Jesucristo Señor nuestro!”. Es él quien nos ha liberado de la carne y nos ha dado la posibilidad de vivir en el Espíritu.
El capitulo 8 de la carta a los romanos es la cumbre, la parte mas hermosa y realmente les recomiendo que vayan a buscar el texto de su biblia y de leerlo repetidamente, tratar de entenderlo de la mejor manera posible; mejor aprenderlo de memoria. Es un capítulo fundamental de nuestra fe cristiana. Es la representación teológica y poética de la vida en el Espíritu. La vida del cristiano está animada por el Espíritu. Ya no estamos bajo la carne, bajo el dominio de la carne, obligados a hacer el mal porque no tenemos otra posibilidad. Vivimos influidos por el Espíritu de Dios. No estamos en deuda con la carne, para vivir según la carne.
Con la ayuda del Espíritu hacemos morir las obras de la carne para vivir. Es la continuación existencial del bautismo: dar muerte a las obras de la carne para vivir en la plenitud del Espíritu de Dios. “Los hijos de Dios son los que se dejan guiar por el Espíritu” y no hemos recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el miedo, sino un Espíritu de hijos.
Aquí está la cumbre: nos hemos convertido en hijos; hemos sido adoptados por Dios, puestos como parte de su vida; nos hemos convertido en partícipes de la vida divina; nos hemos convertido en auténticos hijos e hijas. De esclavos nos hemos convertido en hijos, hemos recibido el Espíritu de Jesús que es el único Hijo, y también nosotros nos hemos convertido en hijos e hijas de Dios. Hemos recibido el Espíritu que dentro de nosotros grita ‘Abbá’, fórmula aramaica que Pablo conserva. Fórmula que utilizaba Jesús en tu oración filial. Fórmula que usan los cristianos porque se han convertido en hijos e hijas y claman ‘papá’, es el Espíritu de Jesús que clama desde dentro de nosotros el afecto filial a Dios.
“Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo; si compartimos su pasión, compartiremos su gloria”. Hemos sido salvados en la esperanza y estamos destinados a la gloria; es decir que todo no se ha cumplido todavía, existe aun una situación terrenal de dificultad donde el pecado todavía tiene un papel y por lo tanto la lucha no ha terminado. Hemos sido salvados en la esperanza, no en la ilusión.
La esperanza es la expectativa cierta de lo que se ha prometido y el que prometió es fiel, garantiza. Ya hemos sido salvados en el pasado y sin embargo seguimos esperando que se cumpla el futuro porque toda la creación está esperando este cumplimiento de la promesa de Dios; toda criatura, toda la creación, está sometida por el hombre a la corrupción, a la insignificancia. Y todos esperan esta redención. La humanidad y toda la creación anhelan la liberación plena para poder alcanzar esa amistad profunda e intensa con el Señor. “¿Qué podemos decir? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra?”.
El final del capítulo 8 es de un esplendor lírico, de confianza. “Dios está de nuestra parte”, maravillosa definición. Dios está a favor nuestro. Y entonces, ¿quién estará contra nosotros? Los sufrimientos que todavía encontramos no son un obstáculo, no son una contraprueba, no prueban que la salvación no funciona. Los sufrimientos que todavía tenemos que pasar no impiden el cumplimiento; el esfuerzo por la gloria llegará a su fin.
“¿Quien nos separará del amor de Cristo?”. ¿Quién podrá separarnos de la obra de amor realizada por Dios en Cristo Jesús? ¿Las dificultades de este mundo? Pablo enumera 7: tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada. ¿Nos podrán separar estas cosas? Piensen que la última, la espada, será la que diez años después de escribir estas palabras le cortará la cabeza a Pablo; y esa espada que le corta la cabeza ¿lo puede separar del amor de Cristo? De hecho, será esa misma tribulación la que lo llevará a la unión definitiva con Cristo. “En todas esas circunstancias salimos más que vencedores” ¿por nuestro propio mérito?, no, “gracias al que nos amó”.
Pablo concluye con una declaración personal muy intensa: “Estoy seguro—esta vez enumera diez realidades cósmicas— que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes, ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”.