Romanos
Carta a los Romanos – Cuarta Parte
Videos por el Fr Claudio Doglio
Voz original en italiano, con subtítulos en Inglés, Español, Portugués & Cantonés
Videos subtitulados y doblados en los mismos idiomas también disponibles.
Carta a los Romanos – Cuarta Parte
¿Has estado alguna vez en arenas movedizas? Yo nunca he estado en arenas movedizas, pero algunas lecturas de niño y algunas películas me recordaron una imagen como ésta para entender mejor la teología de la Carta a los Romanos. Imagínate que estás en arenas movedizas y que, inevitablemente, te hundes. Luchar no ayuda mucho, al contrario, cuanto más te mueves, más te hundes, inexorablemente.
Es la condición humana de todos, de todos nosotros. Nos hundimos. Tenemos el deseo de lo bueno y de la vida, pero no la capacidad de conseguirlo. Luchando y tratando, incluso con muchas obras nos estamos hundiendo y nos vamos a hundir completamente. Tomarse de la mano no es una solución; puede ser un consuelo momentáneo, pero nos estamos hundiendo juntos, no nos estamos salvando mutuamente.
Necesitamos a alguien que no esté en nuestra condición. Nosotros tenemos nuestros pies en el muelle que se hunde y necesitamos a alguien que no sea nosotros que tenga sus pies en tierra firme. ¿Existe alguien así? La buena noticia, el Evangelio que Pablo trae a los cristianos de Roma es esa persona y se llama Jesucristo. Su fe es su fundamento, es la solidez y a diferencia de nosotros él está en tierra firme, pero ¿quiere darnos una mano? Porque es posible que él esté en tierra firme mirándonos en las arenas movedizas y nos salude dejando que nos quedemos en nuestro barro.
La buena noticia es que él que está en tierra firme, está de nuestro lado. Dios está a nuestro favor. Jesucristo está de nuestro lado. Él es la mano que Dios nos tiende a nosotros los pecadores. Él es la palabra que nos salva. Él es el camino que nos lleva a la paz. Jesucristo es la mano que Dios nos tiende, a todos y a cada uno. Él me tiende su mano para que la agarre y deje que Él me saque.
¿Qué es mi acto de fe si no es agarrar esa mano? Pero agarro la mano de Cristo si estoy convencido de que no puedo hacerlo solo. Si me doy cuenta de mi impotencia para salvarme, me agarro de su mano y me alegro de que haya uno que desde fuera me saque; pero es posible que, en cambio, el orgullo me ponga en una falsa posición de seguridad: ‘No, gracias, lo puedo hacer solo’. Existe el riesgo de avergonzarse de necesitar ser salvado: ‘No quiero admitirlo… lo puedo hacer solo, no soy como los demás que se comportan mal… yo soy capaz de hacer el bien’. No es cierto, pero es posible que nos mintamos a nosotros mismos y nos engañemos en esta forma de presunción religiosa.
Es la condición en la que vivía Pablo cuando era joven; como joven fariseo tenía esta idea. Hablaba con Dios, dándole las gracias de no ser como los demás hombres, pecadores; él, en vez, era un hombre observante. Al madurar, es decir, al encontrarse con Jesús en serio, Pablo se dio cuenta de que era el primero de los pecadores. Al final de su vida, escribiendo a Timoteo, dirá: “Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero de ellos”. No se avergüenza de necesitar ser salvado.
Esta es la actitud de la fe. Se salva por la fe, no por las obras. La salvación viene de Dios y requiere como condición que yo me deje salvar. Mi acto de fe está en tomar la mano de Jesucristo. La condición indispensable es que sea Jesucristo, Que esté ahí y que esté en lo sólido y que quiere sacarme. Yo se lo permito. No lo hará por la fuerza. Podrá tomarme, hacer fuerza y sacarme del fango en el que me estoy hundiendo; no lo hará si yo no lo quiero. No lo hará por la fuerza No lo hará si no consiento. Me toma de la mano, me propone la salvación; me ofrece concreta y continuamente la posibilidad de ser salvado, pero no me obliga a salvarme.
Es imprescindible por mi parte la actitud de aceptación que es la fe. Tomo esa mano que Dios me tiende y me dejo sacar de las arenas movedizas. No soy yo el que hago fuerza; una vez que he agarrado su mano, es él el que hace fuerza; no soy yo el que lo tira hacia abajo, es él el que me tira hacia arriba y me dejo llevar por Cristo que me está salvando. La obra de la salvación es un proceso. Pablo enseña cómo esta obra se está llevando a cabo en nuestra vida; ya ha comenzado, pero aún no se ha completado; se llevará a cabo en la gloria eterna.
Ahora por el poder del Espíritu hacemos morir las obras de la carne para vivir la nueva vida. Estamos saliendo de esta condición de arenas movedizas. Con una imagen como esta he tratado de retomar la gran enseñanza teológica de las dos primeras partes de la Carta a los Romanos. Nos quedan las otras dos; la tercera parte es la que ocupa los capítulos 9, 10 y 11 donde Pablo habla de la condición de aquellos judíos que no han aceptado a Jesús como el Cristo y dice que experimenta sus sufrimientos. Son textos particularmente difíciles porque utilizan un lenguaje propio del doctor de la ley que va a buscar en los escritos bíblicos justificaciones para lo que está haciendo, pero son también capítulos fascinantes porque muestran cómo Pablo no entendía todo, y lo dice, pero entendía el sentido profundo.
Ahí está el problema de la explicación de este drama histórico: después de siglos de espera del Mesías, en el momento culminante en que se cumple la promesa, el pueblo no lo reconoce, lo rechaza. No es cierto que lo rechazaran totalmente. Pablo es judío, Pedro, María, los apóstoles, la mayoría de los primeros cristianos eran judíos de origen, que no renegaban del judaísmo, sino que llevaban a término su fidelidad al Dios de la alianza, reconociendo en Jesús de Nazaret el cumplimiento de las promesas. Pero una parte de Israel se obstinó, se cerró y rechazó a Jesús como Mesías.
Esto no significa que Dios haya repudiado a su pueblo, o que no cumpla sus promesas, sino sólo que el papel de Israel ha pasado a las gentes y los que forman parte del pueblo no están excluidos del proyecto de salvación; Dios sigue trabajando por la salvación de todos los que creen, primero del judío y luego del griego. Pablo está hablando a las comunidades cristianas donde muchos son judíos y otros no. Está dando un paso adelante, proponiendo una nueva situación en la que la pertenencia cultural, étnica, no es decisiva para la salvación. La salvación se ofrece a los judíos, pero también a los griegos. Sin embargo, los griegos, los romanos, no deben enorgullecerse de esta salvación y despreciar a los judíos que no han aceptado el mensaje de Cristo.
Con una imagen tomada del mundo del campesino Pablo habla de un olivo silvestre que ha sido injertado en el tronco de un buen olivo doméstico; los otros pueblos son como el olivo silvestre que está injertado en el tronco de Israel. Existe un árbol que ha sido cortado, pero la cepa es buena, y sobre esa cepa se han hecho injertos que producen un nuevo árbol que da fruto. Pero los nuevos injertos no se deben sentir orgullosos de sí mismos, sino que deben reconocer que es la cepa lo que los soporta; y el fruto que pueden producir depende del hecho de estar injertados en la cepa.
Pablo es un judío que no ha renegado del judaísmo y no ha tirado los libros del Antiguo Testamento, como no lo hacemos nosotros. Nos sentimos perfectamente insertados en la tradición del pueblo judío y hemos aceptado esta promesa. Nuestra actitud no es de controversia contra ellos sino, si acaso, de gratitud porque nos han dado esta herencia y nos han dado esta promesa. Si se nos da la gracia de dar fruto, no es nuestro mérito sino la obra de Jesucristo que se realiza plenamente. Y el proyecto sigue siendo también para ellos, para que todos alcancen la justificación y la plena comunión de amistad con Dios.
Así llegamos a la última parte de la carta a los Romanos, desde el capítulo 12 hasta el final, donde el apóstol desarrolla un tratamiento moral. Se dice que es una sección parenética, es decir, exhortativa. De hecho, el capítulo 12 comienza así: “Ahora, hermanos, por la misericordia de Dios, los invito a ofrecerse como sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios: éste es el verdadero culto”. Un culto según la razón, no animal, sino humano y racional.
“Ahora, los invito”, dos palabras fundamentales: ‘Ahora los invito’, o sea, que todo lo que sigue es una exhortación, un sermón moral de aliento, pero aún más importante es el “Ahora” que relaciona la primera parte, once capítulos, con lo que sigue: “Ahora los invito”. ‘En fuerza de todo lo que se ha dicho, ahora los invito a ponerlo en práctica’. Así comprendemos que en la perspectiva cristiana la moral sea la consecuencia, no la causa. No solo ‘me salvo si obro el bien, sino que, siendo salvado, en consecuencia, obro el bien’.
Es importante llegar a esta mentalidad porque demasiadas veces en nuestra predicación se ha dicho que tenemos que hacer cosas buenas para ganarnos el cielo, para salvar nuestras almas. Esta es una perspectiva incorrecta; es una teología farisaica; pre-cristiana. Tenemos que reconocer que la obra de salvación es de Jesucristo, que el cielo es un regalo, que la salvación fue dada gratis, que Cristo murió por nosotros cuando éramos pecadores, pero la obra que se ha realizado ha transformado nuestra capacidad y nos ha hecho capaz de vivir bien. Y ahora se nos pide que pongamos en práctica el don que se nos ha dado.
Trataré de desarrollar otra imagen que podríamos llamarla la parábola del pintor. Si te dijera que me pintes un cuadro podrías decirme, ‘no tengo el equipo’, ‘no tengo lo que se necesita, me falta el lienzo, los pinceles, las pinturas… ¿cómo puedo hacerlo?’. Entonces te conseguiré todo el material que necesitas para poder pintar, te ofrezco el lienzo, el caballete y los pinceles, pinturas, disolventes, todo. Ahora te digo ‘píntame un cuadro’. Quizás te podrías sentir bloqueado porque me dices que no tienes la habilidad. Sin pinceles y colores, no puedo pintar, pero ahora que tengo pinceles y colores, me doy cuenta de que no puedo dibujar, no puedo aplicar el color; puedo hacer algunas manchas, pero es muy difícil dibujar una cara. No tengo la habilidad, no puedo hacerlo.
¿Comprenden el sentido de la imagen? El equipo para pintar un cuadro podría compararse con la ley. La ley te dice lo que tienes que hacer, la ley te da el conocimiento, pero no la habilidad. La ley te dice lo que tienes que hacer, pero no te da la habilidad para hacerlo. En teoría lo podrías hacer. Tienes todo el equipo, sabes cómo hacerlo, pero una cosa es saber cómo sostener el pincel, cómo aplicar la pintura, y otra cosa es hacerlo. Si no lo puedes pintar, no hay nada que hacer.
Esa es la condición humana. Me han dicho que tengo que perdonar. Me explican todas las reglas del perdón. Las he aprendido, las conozco, pero cuando me encuentro en una situación en la que alguien me ha tratado mal, me ha hecho un gran daño, no puedo perdonarle, no puedo. Sé lo que debería hacer, pero no puedo. ¿Entonces? La ley no es suficiente; se necesita la gracia. La gracia no anula la ley, sino que la hace posible. Retomando la imagen del pintor, podría decir que, por la gracia de Dios, se nos ha dado la capacidad de pintar. Humanamente puedo darles pinceles y pinturas, pero no puedo darles aptitudes artísticas. Es una obra divina crear la capacidad. Pues bien, la obra de Jesucristo está aquí en la capacidad que se nos ha dado de ser artistas.
Se nos ha dado la capacidad de vivir una vida hermosa, buena y santa. Se nos ha dado la capacidad de pintar un cuadro espléndido. Fíjense, sin embargo, que yo he proporcionado el equipo. Les he dado la capacidad artística. Ahora sigo repitiéndote: Píntame un cuadro. El lienzo aún está blanco. Eres tú el que debe pintar. Se le ha dado la ley, pero no es suficiente. Se te ha dado la gracia. Ahora, sí, puedes. La tela está todavía blanca. Tú tienes que hacer el trabajo. Tú eres el que pinta. Pero una vez que hayas pintado, recuerda que has puesto en práctica lo que el Señor te ha dado.
Es la ley que se te ha revelado y la gracia que te ha permitido convertir tu vida en una obra de arte. “Los invito, por tanto, en virtud de lo que han recibido, a que conviertan sus vidas en una ofrenda, un sacrificio santo, agradable a Dios”. Ya no se trata de ofrecer corderos o cabras, se trata de ofrecerse a uno mismo, este es el culto lógico según el Logos, se trata de ofrecer tu vida, transformar tu mentalidad y renovarte. Esta parte final es muy importante, es una invitación a no conformarse con la mentalidad del mundo, siguiendo modas y costumbres, sobre todo no seguir tus instintos, sino transformar tu mentalidad, renovar tu persona según el modelo de Jesucristo.
Él nos dijo que no es desde fuera, sino desde dentro lo que tenemos que hacer. Él nos cambió, nos dio el Espíritu que nos hace capaces de una vida nueva. Y así, todos los textos que encontramos en estos capítulos 12, 13, 14 y 15 de la Carta a los Romanos no son la causa de la salvación, ‘haz esto si quieres salvar’, no, son la consecuencia; ya que has sido salvado, es decir, has sido hecho capaz de convertir tu vida en una obra de arte, debes vivirla concretamente.
“Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros. No busquen grandezas, pónganse a la altura de los más humildes. No se tengan por sabios. A nadie devuelvan mal por mal, procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, tengan paz con todos. No hagan justicia por ustedes mismo. No te dejes vencer por el mal, sino que vence el mal con el bien". Son algunas de las muchas exhortaciones con las que Pablo cierra su Carta a los Romanos.
Creo que esta puede ser una auténtica cumbre; la única manera de vencer el mal es hacer el bien, siempre y sólo el bien. Con la capacidad que nos ha sido dada nuestra nueva vida en el Espíritu es una victoria del bien sobre el mal, es la respuesta al mal siempre y sólo con el bien. Y así podemos para concluir con lo que Pablo pone al final de su obra, un dar gloria y gracias: “Al que tiene el poder de confirmarlos según la Buena Noticia que yo anuncio proclamando a Jesucristo, según el secreto callado durante siglos y revelado hoy y, por disposición del Dios eterno, manifestado a todos los paganos por medio de escritos proféticos para que abracen la fe –es decir, para que acepten esta oportunidad que les ha dado– a Dios, el único sabio, por medio de Jesucristo, sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén". Y adiós.