Santiago
Carta de Santiago
Videos por el Fr Claudio Doglio
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Carta de Santiago
Además de las cartas del apóstol Pablo, en la colección del Nuevo Testamento, hay siete escritos llamados Cartas Católicas. Se llaman así porque el adjetivo ‘católico’ significa universal. En efecto, son cartas que no se dirigen a una comunidad concreta, como era el caso del apóstol Pablo, sino que son cartas universales, es decir, dirigidas a todos nosotros. Hoy podríamos hablar de Cartas Encíclicas, en el lenguaje papal. Además, se consideraron ‘católicas’ porque fueron aceptadas por todos, universalmente reconocidas como textos canónicos, es decir, pertenecían al canon, al depósito de la fe, y por eso se insertaron en el Nuevo Testamento.
Decía, pues, siete escritos: Son la carta de Santiago, dos cartas de Pedro, una carta de Judas y tres de Juan. Tomemos en consideración, en primer lugar, la carta de Santiago. Antes que nada, hay que decir que estos escritos no tienen, propiamente, la característica de una ‘carta’, o sea, de un instrumento literario que está ligado a gente que están lejos físicamente, con la intención de comunicar información y de pedir noticias. Se trata, principalmente, de homilías.
La carta de Santiago, en realidad, es una verdadera antología de sermones, casi de fragmentos, trozos de homilías que han sido recogidos con un criterio que se nos escapa un poco, tanto que no podemos reconocer un hilo conductor. El autor se presenta al principio simplemente con el nombre de Santiago. La tradición antigua siempre ha reconocido en este personaje a uno de los apóstoles. Sabemos que hubo dos apóstoles que llevaron el nombre de Santiago; los distinguimos con el título de ‘mayor’ y ‘menor’.
Llamamos Santiago mayor al hermano de Juan, hijos de Zebedeo. El primero de apóstoles en morir mártir a principios de los años cuarenta, en Jerusalén bajo el reinado de Herodes. Por tanto, no puede ser él el autor de este escrito. De hecho, se reconoce como autor a Santiago el Menor, llamado hermano del Señor, el líder de la comunidad de judeocristianos que vivía en Jerusalén. Murió mártir a principios de los años sesenta; tal vez puede ser un problema la referencia al hecho de que se le llama ‘hermano de Jesús’.
En el entorno judío el término ‘hermano’ se utilizaba comúnmente para indicar una relación estrecha, sin ninguna distinción especial, por ejemplo, entre tío y sobrino, entre primo y yerno, nuera y cuñado… son términos que nosotros tenemos para indicar un grado de parentesco preciso. En la lengua judía de entonces, en cambio, todas estas relaciones se calificaban de hermanos y hermanas, parientes cercanos, miembros de una gran familia patriarcal. Según la información de la tradición judeocristiana podemos decir que este Santiago era hijo de Cleofás, también llamado Alfeo, que se había casado con una mujer llamada María, conocida precisamente como María de Cleofás o María de Santiago. Cleofás debía ser el hermano de san José por lo que este Santiago resulta ser el primo de Jesús, llamado su hermano solo para resaltar la estrecha relación a la que pertenece su familia.
No es seguro, sin embargo, que este Santiago sea el autor de la carta. No olvidemos que el nombre Santiago es una deformación de Jacob; es el mismo nombre, de hecho, todavía en griego es ‘Jákobos’, pasando por el latín se convirtió en ‘Jácopo’, y luego lo hicimos convertirse en ‘Jácomo’ (Nota del traductor: San Jacob se une dando lugar a la palabra ‘Santiago’). Por lo que en el tenor original del texto el autor se presenta como Jacob que escribe a sus 12 hijos, a las doce tribus. Es un escrito fuertemente judío. En dos ocasiones menciona a Jesucristo, pero en pasajes poco importantes. Hay que decir que todo el pensamiento del texto no es fuertemente cristiano o típicamente cristiano.
Contiene una enseñanza moral que también podría ser de buen nivel judío y parece ser un testamento espiritual que Jacob dirige a sus hijos, a las tribus dispersas de la diáspora. Probablemente, en el autor cristiano, se imaginó ser un nuevo patriarca que escribe a las nuevas doce tribus del nuevo Israel dispersas en el mundo y escribe recomendaciones y consejos.
Es un texto que contiene poca proclamación y mucha exhortación, por ejemplo, fijémonos en el principio, después de que el autor se haya presentado: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus dispersas entre las naciones”. Comienza inmediatamente con una exhortación: "Hermanos míos, estimen como la mayor felicidad el tener que soportar diversas pruebas. Ya saben que, cuando su fe es puesta a prueba, ustedes aprenden a tener paciencia”. Es precisamente de este texto de donde San Francisco sacó su mensaje de la perfecta alegría.
Santiago invita a sus hermanos a considerar como mayor felicidad, gloria plena, el momento en que se pasa por la prueba. Evidentemente, se está dirigiendo a las comunidades cristianas que atraviesan momentos de dificultad y, por tanto, es una exhortación a la valentía, a la resistencia, al compromiso, incluso a la valorización de las situaciones difíciles. “Dichoso el hombre que soporta la prueba, porque, después de haberla superado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que lo aman”. La tentación se entiende como la prueba, el momento difícil que permite sacar a la luz el sentido profundo, la intención, la voluntad de la persona.
“Nadie en la tentación –en los momentos difíciles, de dificultad– diga que Dios lo tienta, porque Dios no es tentado por el mal y él no tienta a ninguno. Cada uno es tentado por el propio deseo (la ἐπιθυμία = episumía’ que la emplea también san Pablo – impulso, concupiscencia, el instinto, el deseo) deseo que lo arrastra y seduce. Después el deseo concibe y da a la luz un pecado, el pecado madura y engendra muerte”.
Existe una dinámica de corrupción que el autor subraya mostrando cómo, en la gran mayoría de los casos, los problemas están dentro de nosotros; son nuestros propios deseos, nuestras ideas, nuestras manías y nuestras pretensiones que nos engañan, nos llevan a desear el mal hasta el punto de hacernos realizar acciones, malas palabras.
Un énfasis particular de Santiago es sobre la lengua. “Si uno se tiene por religioso, pero no refrena la lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía”. Un poco más adelante recalca de nuevo: “El que no falla con la lengua es un hombre perfecto, capaz de dominar todo el cuerpo. A los caballos les ponemos un freno en la boca para que nos obedezcan, y así guiamos todo su cuerpo. Observen las naves: tan grandes y arrastradas por vientos impetuosos: con un timón minúsculo las guía el piloto a donde quiere. Lo mismo la lengua: es un miembro pequeño y se cree capaz de grandes acciones. Miren cómo una chispa incendia todo un bosque. Y la lengua es este fuego”. Es muy peligroso.
Tenemos proverbios sobre ella, que dicen que la lengua no tiene hueso, pero rompe huesos. Se mata más con la lengua que con la espada. El sentido es del hablar que hace daño. Podemos hacer daño con la lengua. Si sabemos controlarla –dice Santiago– con este timón dirigimos el resto de la nave.
En el capítulo 2, el autor desarrolla un complejo argumento sobre la relación entre la fe y las obras, y es un argumento típicamente paulino. Parecería que Santiago está diciendo lo contrario de Pablo. De hecho, como recordamos, san Pablo enseñó en varios escritos que la salvación viene por la fe y no por las obras. Por las obras de la ley, nadie se justifica.
En cambio, Santiago escribe: “Hermanos míos, ¿de que le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Podrá salvarlo la fe? Supongan que un hermano o hermana andan medio desnudos, o sin el alimento necesario, y uno de ustedes le dice: vayan en paz, abríguense y coman todo lo que quieran; pero no les da lo que sus cuerpos necesitan, ¿de qué sirve? Lo mismo pasa con la fe que no va acompañada de obras, está muerta del todo. Uno dirá: tú tienes fe, yo tengo obras: muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré por las obras mi fe. ¿Tú crees que existe Dios? ¡Muy bien! También los demonios creen y tiemblan de miedo. ¿Quieres comprender, hombre necio, que la fe sin obras es estéril? Nuestro padre Abrahán, ¿no fue reconocido justo por las obras, ofreciendo sobre el altar a su hijo Isaac? … Como el cuerpo sin el aliento está muerto, así está muerta la fe sin obras”.
¿Es lo contrario de lo que dice Pablo? Puede parecerlo, pero no lo es. Tenemos que aclarar algunas cuestiones importantes. Pablo utiliza la palabra fe para referirse a la confianza de una persona en Dios. Ésta es la base de la salvación. Dios nos salva si nos rendimos a él y dejamos que nos salve sobre la base de nuestra fe. Cuando Santiago habla de la fe, se refiere a todas las doctrinas y dogmas. Aquí, la fe significa un conocimiento teórico de las verdades. También existe el diablo cree que Dios existe y le tiene miedo y lo odia. En este sentido, Santiago dice que saber estas cosas y aceptarlas en teoría no es suficiente.
Santiago dice que el diablo cree que hay Dios; san Pablo nunca hubiera dicho que el diablo cree en Dios porque creer en significa confiarse, abandonarse, a tener confianza; es justo lo contrario, la actitud del diablo es el rechazo a Dios, la hostilidad, la oposición, por lo tanto, dos conceptos diferentes de fe.
En segundo lugar, cuando Pablo habla de obras se refiere a las obras de la ley, de la ley judía; son las obras rituales; por ejemplo, la observancia del sábado, la práctica de la circuncisión, la distinción de los alimentos puros de los impuros. Estas reglas rituales no conducen a una buena relación con Dios. Estas son las obras de la ley, que no son suficientes para la salvación. En cambio, cuando Santiago habla de obras, se refiere a las obras de caridad. Son algo muy diferente y quiere decir que el conocimiento teórico de las verdades no es suficiente; uno debe traducirlas en la práctica de la vida. Saber que Dios existe lleva a una vida concretamente activa y buena.
Pablo, por otro lado, hablaba de la causa de la salvación. La causa nunca puede ser el trabajo hecho por el hombre; en cambio Santiago está hablando de las consecuencias y dice que tiene que haber consecuencias. Por lo tanto, Pablo y Santiago están perfectamente de acuerdo; dicen dos cosas desde perspectivas diferentes, pero sustancialmente homogéneas. Pablo dice que la salvación se basa en la confianza en Dios y no en la pretensión del hombre de hacer obras para merecer la salvación. Santiago afirma que el conocimiento de la verdad necesita necesariamente consecuencias prácticas de buenas obras, que den vida a la teoría. Es por eso por lo que Santiago insiste en estas obras, pero no como causa de la salvación, sino como consecuencias; son los resultados, los efectos que se derivan de ellas.
Y todo su escrito es una antología de exhortaciones. Por ejemplo, “¿De dónde nacen las peleas y las guerras, sino de los malos deseos que siempre están luchando en su interior? Ustedes quieren algo y si no lo obtienen asesinan; envidian, y si no lo consiguen, pelean y luchan. No tienen porque no piden. O, si piden, no lo obtienen porque piden mal, porque lo quieren para gastarlo en sus placeres. ¡Adúlteros! ¿No saben que ser amigo del mundo es ser enemigo de Dios?”. Notamos el tono de la predicación vehemente. Y sigue arremetiendo.
Un poco más adelante habla de los ricos; evidentemente Santiago representa a una comunidad de pobres y tiene ante sus ojos situaciones de desigualdad social y de grave justicia.
En el capítulo 5 encontramos una tremenda invectiva, como la de un mitin popular contra los dueños de la tierra: “Y ahora les toca a los ricos: lloren y griten por las desgracias que van a sufrir. Su riqueza está podrida, sus ropas apolilladas, su plata y su oro herrumbrado; y su herrumbre atestigua contra ustedes, y consumirá sus cuerpos como fuego. Ustedes han amontonado riquezas ahora que es el tiempo final. El salario de los obreros, que no pagaron a los que trabajaron en sus campos, alza el grito; el clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor Todopoderoso. Ustedes llevaron en la tierra una vida de lujo y placeres; han engordado y se acerca el día de la matanza". Comieron todo lo que les dio la gana, han engordado y serán sacrificados como animales engordados. Es un tono fuerte que indica también un estilo de predicación cristiana de la primera época.
Un último detalle, hacia el final, Santiago se refiere a los enfermos, y es el único texto que habla de la unción de los enfermos. Precisamente, sobre esta enseñanza apostólica, se basa la Iglesia para hablar de este sacramento. “Si uno de ustedes cae enfermo que llame a los ancianos de la comunidad para que recen por él y lo unjan con aceite invocando el nombre del Señor. La oración hecha con fe sanará al enfermo y el Señor lo hará levantarse; y si ha cometido pecados, se le perdonarán”. Se pasa de un tema a otro sin un hilo conductor; es evidente que es una antología de consejos, de reproches, de sugerencias para que la vida cristiana sea siempre más auténtica y coherente.
Esta es la intención de la carta de Santiago.