Tesalonicenses
Cartas a los Tesalonicenses
Videos por el Fr Claudio Doglio
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Cartas a los Tesalonicenses
Las cartas a los tesalonicenses se recogen casi al final de la colección paulina, pero en realidad son las primeras cartas que escribió el apóstol Pablo. La primera carta a los tesalonicenses no sólo es la primera obra de Pablo, sino también el primer escrito del Nuevo Testamento que poseemos. Es, por tanto, un texto especialmente interesante porque data del año 50 o 51, sólo 20 años después de los acontecimientos de la muerte y resurrección de Jesús. Nos encontramos ante un texto muy antiguo que es testigo de la primera comunidad cristiana y, por tanto, un documento privilegiado para conocer la fe de una comunidad cristiana que vive en un entorno griego en la ciudad de Tesalónica. Una comunidad no formada ya por judíos, sino ya por griegos, con la presencia de algunos judíos.
San Pablo llegó a la región de Macedonia, en Filipos y en Tesalónica entre los años 49 y 50, y fundó dos comunidades vivas. San Lucas lo relata en los Hechos de los Apóstoles, también porque estuvo presente en esa misión y se quedó en Filipos mientras Silas y Timoteo acompañaban a Pablo a Tesalónica, donde los apóstoles permanecieron poco tiempo, imaginamos unos tres meses, no más. Y, en ese tiempo breve, Pablo dio vida a una comunidad muy activa, y luego se vio obligado a dejarla porque su predicación molestaba, las autoridades de la ciudad lo buscaban y por eso tuvo que abandonar esa comunidad recién nacida. Silas y Timoteo se quedaron y Pablo continuó su viaje a Atenas y luego a Corinto, pero es lógico imaginar que el apóstol estaba preocupado por la suerte de esa joven iglesia hasta que unos meses después Silas y Timoteo se le unieron en Corinto trayendo buenas noticias diciendo que la comunidad progresaba, era constante y fiel a pesar de las dificultades que enfrentaban.
Precisamente, reaccionando a las buenas noticias traídas por sus colaboradores, Pablo tomó pluma y papel y escribió por primera vez una carta; por lo que sabemos, es la primera que escribió o, mejor dicho, la primera que se ha conservado. Es una carta familiar donde el apóstol se limita a relatar y recordar lo sucedido. En los tres primeros capítulos, básicamente, el autor se refiere a su propio estilo, a la actitud de predicación y a la grandeza de la obra que Dios había realizado entre aquella gente, llevando a varias personas a la fe. En la segunda parte, el apóstol ofrece algunos esclarecimientos porque, evidentemente, Silas y Timoteo habían llevado junto con las buenas noticias, algunas preocupaciones, porque la catequesis inicial había sido tan breve que inevitablemente habían aparecido lagunas y en esas lagunas habían brotado inquietudes, opiniones erróneas, dudas, por lo que el apóstol, consciente de estos problemas, responde y aborda una serie de cuestiones, la más importante de las cuales es, sin duda, la del destino final de los muertos.
Es interesante constatar que la primera fase de la predicación paulina y la redacción de sus cartas tiene un tono escatológico, es decir, relativo al cumplimiento final. Es la perspectiva más antigua. La primera predicación cristiana estaba especialmente orientada hacia el cumplimiento, el anuncio de que Cristo renueva el mundo y lleva la historia de la humanidad a su fin. Hay, por tanto, una tensión hacia el final, hacia el comienzo de la nueva vida. Pablo y sus compañeros esperan la inminente venida gloriosa de Cristo, el Cristo resucitado ascendido al cielo, sentado a la derecha del Padre, toma el control de la historia y pronto vendrá a completar la obra.
Ahora, debido a esta predicación con su fuerte enfoque en el final, una extraña opinión había surgido en Tesalónica que algunas personas, al menos, tenían la idea de que los cristianos no morirían. Tal vez habían entendido esto de la predicación de Pablo. Nos podemos imaginar algo así: el apóstol anuncia que Cristo es el salvador, que Cristo ofrece la vida, que Cristo está a punto de inaugurar su reino; y cuando venga en gloria nos llevará a todos con él a una vida plena, eterna e inmortal. Alguien que se había adherido a la predicación de Pablo, había imaginado que el grupo cristiano pasaría directamente a la vida eterna, en el glorioso advenimiento de Cristo, sin ver la muerte. Se creó pánico o, al menos, estas dudas se volvieron preocupantes cuando alguien de la comunidad cristiana murió y surgió la duda de que todo era una ilusión.
Probablemente alguien se preguntó ‘¿Pero no nos dijo que no moriríamos? Entonces, si uno esta muerto antes de la gloriosa venida de Cristo, está perdido. Cuando Cristo venga ya no lo encontrará en esta tierra y por lo tanto no podrá acogerlo en su reino de vida’. Es una forma de pensar que casi nos hace sonreír, pero hay que tener en cuenta que estaban al principio y estaban formando una nueva mentalidad, original, y estas personas no tenían puntos de referencia, ni textos en los que apoyarse para la doctrina; y es precisamente ante esa incertidumbre que el apóstol Pablo decide escribir.
Saluda, recuerda, expresa su afecto, pero sobre todo viene a aclarar la doctrina, y escribe así en el capítulo 4: "No quiero dejarles ignorantes, hermanos, sobre los que han muerto, para que no se aflijan como los que no tienen esperanza". No dice que no deban afligirse por la muerte de un ser querido, sino que no sigan afligiéndose, como si fuera una pérdida irreparable, que es la opinión que tienen los que no tienen esperanza. “En cambio, nosotros creemos que Cristo que murió y resucitó y así, los que han muerto, Dios los redimirá por medio de Jesús, junto con él. Esto es lo que decimos sobre la palabra del Señor”.
Esta no es la idea de Pablo. Pablo está transmitiendo una enseñanza importante que ha recibido. Lo que está diciendo lo dice en base a la enseñanza del Señor Jesús. “Los que vivimos y que seguiremos vivos en la venida del Señor no tendremos ninguna ventaja sobre los que han muerto”. Se utiliza una palabra importante y especial: La venida del Señor. Pero, literalmente, en el griego original no está el verbo ‘venir’, ni un sustantivo correspondiente ‘venida’. Tenemos la palabra ‘parusía’, que en griego está unida al verbo ‘ser’, con la preposición ‘pará’ = es un acercamiento. La parusía es la presencia, el estar allí, y es un término técnico que se usaba en el lenguaje helenístico para indicar las visitas oficiales de grandes personalidades, especialmente los emperadores.
La visita oficial del emperador a una ciudad del imperio se llamaba ‘parusía’, es el momento de la presencia oficial del kyrios, del señor. La comunidad cristiana usaba este lenguaje oficial del imperio para decir que el kyrios es uno sólo y no es el emperador de Roma sino el Señor Jesús, y esperan su visita, su venida, su presencia solemne; se trata de preparar esta visita oficial para entrar en su reino.
Ahora, sin embargo, Pablo subraya que los que están muertos no están perdidos y los que todavía están vivos no tienen ninguna ventaja sobre los muertos para este encuentro definitivo con el Señor Jesús. Otro detalle interesante es que dice “nosotros que todavía estaremos vivos en la venida del Señor”. Noten que Pablo cree que todavía estará vivo en la venida gloriosa del Señor; en cambio, él murió y pasaron muchos siglos, y hasta hoy la parusía, la venida gloriosa de Cristo, todavía no ha tenido lugar. Entonces, ¿ser equivocó Pablo? ¿Enseñó algo equivocado? No; él no enseñó que todavía estaría vivo en la venida, sino que simplemente utilizó una imagen coloquial, nacida del deseo de estar todavía allí, es decir, del deseo de que la venida fuera inminente.
También nosotros utilizamos esta expresión. Imagina que te encuentras con un amigo, uno solo, que ha estado enfermo durante mucho tiempo y no ha venido, no te has encontrado con él porque no estaba bien, y luego te encuentras con él de nuevo, ¿no te resulta natural decir una frase como esta? ‘Entonces ¿estamos curados, estamos bien?’. ¿Por qué utilizaste el plural? No es lógico, tú estabas sano, él estaba enfermo, pero precisamente para crear una relación de solidaridad, hablamos a una sola persona, diciéndole que ‘estamos curados’; es el mismo fenómeno retórico por el que Pablo dice ‘nosotros que aun estaremos vivos’… está hablando a los vivos y el está vivo, pero pensando en alguien que ha muerto. Dice ‘nosotros que aun estaremos vivos, no tendremos ninguna ventaja sobre los que han muerto porque ese evento reunirá a todos’.
De hecho, prosigue: “El Señor mismo ha dando una orden: a la voz del arcángel y al sonido de la trompeta, Dios descenderá del cielo y primeramente resucitarán los muertos en Cristo; por tanto, nosotros los vivos, los sobrevivientes, seremos llevados con ellos a las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire y así estaremos siempre con el Señor”.
Es un pequeño apocalipsis. La gloriosa venida del Señor marcará la resurrección de los muertos y la unión de los que todavía estarán vivos en la tierra, en esta gran procesión sobre las nubes, en el aire. Tomar esta expresión literalmente es simplemente un signo de necedad. Habla de nubes y aire para subrayar la diferencia entre una dimensión terrenal por la que comenzará una nueva realidad en la que los terrestres organizaremos esta procesión sobre las nubes en el aire, es decir, entrar en una dimensión diferente.
No describe físicamente nada y de hecho la mejor explicación que Pablo ofrece está en la última expresión: “Estaremos siempre con el Señor”. No describe nada, sino que dice todo lo que es importante, ‘estar’ y ‘compañía’ - estaremos siempre con el Señor. La eternidad será nuestra esencia en compañía del Señor. Sin describir los detalles dice lo que es importante y da esperanza a esa joven comunidad.
No es correcto hablar de retorno. Cada tanto aparece alguien que utiliza esta palabra, incluso algunos sacerdotes cambian tal vez el texto de la liturgia sustituyendo la palabra ‘venida’ por ‘retorno’, tal vez convencidos de que lo están haciendo bien. En realidad, en el Nuevo Testamento siempre se habla de venida como de presencia. El concepto de retorno no está; si a veces se encuentra es un error de traducción; en el idioma original no aparece porque el retorno implica una ausencia, que el Señor no está allí, pero vuelve inmediatamente; no estamos esperando el regreso de Jesús. Jesús está presente aquí, ahora; estamos esperando la manifestación gloriosa, la manifestación completa.
Entonces, el subrayado es entre una presencia velada y una presencia manifiesta, entre una débil presencia, sacramental, y una fuerte presencia fuerte, activa, directa, para el cumplimiento. La conclusión que Pablo saca de esta instrucción doctrinal es la necesidad de mantener la vigilancia, de estar despierto, de estar listo para esperar diligentemente este momento glorioso.
Poco tiempo después de escribir la primera carta a los tesalonicenses, Pablo escribió la segunda carta a la misma comunidad porque habían surgido otros problemas; a raíz de la carta enviada por el apóstol, algunos de los cuales habían deducido que la venida era inminente y que el mundo se acabaría en cualquier momento. Pablo volvió a escribir sobre las señales que preceden a la gloriosa venida de Cristo, subrayando que este fin no es tan inminente como algunos creen. Reprocha especialmente a algunos que decían que no era necesario trabajar. Partiendo de la idea de que el mundo se iba a acabar en cualquier momento, se habían preguntado para qué seguir trabajando y al final se estaban volviendo viciosos. Mientras esperaban la gloriosa venida de Cristo, además de no hacer nada, estaban creando problemas.
Al final de la segunda carta Pablo escribe con una delicadeza casi irónica pero muy seria para que sigan trabajando y viviendo normalmente: “Ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se alejen de todo hermano que se comporte de manera indisciplinada. Sabemos, de hecho, que algunos de ustedes viven desordenadamente, sin hacer nada y en constante agitación. Ordenamos a estas personas, exhortándolas en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que coman su propio pan y trabajen en paz; y ustedes, hermanos, no se desanimen de hacer el bien”.
Esperar con todas sus fuerzas la gloriosa venida del Señor, significa vivir bien en este mundo, seguir haciendo bien todo como antes. Vivir de manera extraordinaria las cosas ordinarias. Esta es la manera de estar listos para recibir la parusía, la gloriosa venida del Señor Jesús.