Textos Apócrifos
1. Textos Apócrifos Canónicos y Apócrifos
Videos por el Fr Claudio Doglio
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1. Textos Apócrifos Canónicos y Apócrifos
Muchas veces escuchamos hablar sobre textos apócrifos. A menudo en los noticieros de la televisión o en la prensa surgen noticias, descubrimientos de primicias sobre el mundo de los apócrifos. Existe una particular curiosidad por parte de muchos acerca de esta realidad que parece extraña, casi mantenida oculta por miedo. Tenemos siempre en mente, en nuestras conversaciones y lecturas, los textos canónicos de las Sagradas Escrituras.
Vamos a dedicar algunos episodios a libros que no son parte del canon bíblico cristiano pero que están en el ambiente en el que la Biblia nació y vivió la comunidad cristiana, precisamente para aclarar estas realidades literarias que de manera extremadamente genérica se llaman apócrifos.
Comencemos entonces de este término. Apócrifo se contrapone a canónico, son dos términos griegos que no hemos traducido y por lo tanto inevitablemente no entendemos bien; les asignamos significados particulares y técnicos. Comencemos. ‘Canónico’ deriva de ‘canon’. En griego canon es la medida; es la misma palabra con la que indicamos la ‘caña (la regla)’ como una unidad de medida. Se define canónico un texto que se encuadra dentro de las medidas establecidas por una autoridad. Así hablamos del canon del Antiguo Testamento, establecido por la tradición hebrea; tenemos dos de ellos: el de la tradición judía palestina y el de la tradición judía helenista.
Los judíos de Jerusalén consideraban como parte de las escrituras y por lo tanto definieron como canónicos algunos libros que fueron escritos en hebreo y que se consideraban inspirados por Dios. Los mismos textos traducidos al griego se consideraban igualmente inspirados por la comunidad judía de habla griega que vivía en Alejandría, en Egipto, pero esta comunidad añadió algunos otros libros. Las autoridades religiosas de Jerusalén y Alejandría, ambas de religión judía, establecieron estas dos listas de libros, la segunda un poco más grande que la primera.
La comunidad cristiana, siendo principalmente de habla griega, utilizando la Biblia de los 70, o sea, la que fue traducida al griego unos siglos antes de Cristo, adoptó la lista de libros de la tradición helenística y así se vino a crear el canon cristiano del Antiguo Testamento. Pero, al mismo tiempo, en la iglesia nacida de la predicación de Jesucristo se crearon nuevos libros; son los libros del Nuevo Testamento y estos también fueron recogidos en un canon.
El canon, propiamente, se fijó sólo en el siglo IV, en tiempo del concilio de Nicea el año 325, durante el imperio de Constantino, cuando el cristianismo es reconocido como religión legal y, por lo tanto, las autoridades cristianas tienen la posibilidad de organizarse. Naturalmente, en los siglos anteriores, había habido un control de toda esta literatura y cuando se hizo la elección de los libros canónicos y se fijaron las listas de los libros que debían ser considerados palabra de Dios, inspirados por obra del Espíritu Santo, se tuvo como criterio algunas características.
Los Padres del concilio decidieron adoptar como libros inspirados aquellos que habían sido tenidos por ‘todos’, ‘desde siempre’, ‘en todas partes’, ‘leídos en la liturgia’. Es un criterio muy importante, es decir, la universalidad de la presencia de los textos y la acogida universal, en todos aquellos tiempos de los tres primeros siglos en los que había habido una vida cristiana, mayormente secreta, porque estaban en la época de persecución. Encontraron que, por ejemplo, en Alejandría en Egipto como en Antioquía en Siria o Éfeso en Asia o en Corinto en Grecia o en Roma en Italia, Lyon en Francia, Cartago en África proconsular, todas estas Iglesias, grandes comunidades que vivían en grandes ciudades conocían los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y Juan. En todas estas grandes ciudades se usaron estos cuatro textos, ni uno más ni uno menos. En ‘todos’ estos lugares, ‘desde siempre’ se habían leído estos grupos de textos. Lo mismo es cierto para las cartas de Pablo, las Cartas Católicas, y el Apocalipsis.
En algunos textos había cierta incertidumbre porque no estaban completamente disponibles en algunas iglesias. Por ejemplo, el Apocalipsis en el mundo siríaco no se veía bien y por lo tanto había discusión sobre si se podía considerar canónico o no. Sólo algunos libros menores del Nuevo Testamento tenían discusiones. Por tanto, no se trató de eliminar a los otros, sino que se trataba de elegir los que eran comunes a todos y esta comunión se explicaba precisamente por el hecho de que eran obras apostólicas, nacidas en la comunidad cristiana gobernada por los apóstoles y controlada por la auténtica tradición de los testigos oculares. Estos libros que fueron evaluados positivamente por todos se apoyaban en el testimonio apostólico.
El concepto de apócrifo nace por contraste; todos los libros que no entran en el canon, en la lista aprobada y establecida por la autoridad se consideran apócrifos, pero el término es ambiguo y extraño. Apócrifo significa oculto. Nació, al menos aparentemente, como el título de un libro gnóstico compuesto en Egipto que tomó el nombre de ‘apócrifo de Juan’; el escritor que lo escribió lo llamó ‘libro secreto de Juan’.
Apócrifo significa precisamente texto secreto, oculto, o sea, que pertenece a un movimiento esotérico. Es un grupo cerrado dentro de un pequeño círculo de iniciados, un libro no destinado al público, sino que debe mantenerse secreto, reservado para ese grupo de seguidores que conocen las teorías secretas. Son sectas filosóficas religiosas que desarrollan pensamientos de reflexión, visiones religiosas de alguna manera relacionadas al mundo cristiano, a la revelación de Jesucristo, a la tradición bíblica, pero después habían tomado un camino particular con desarrollos filosóficos a menudo muy extraños, pero su objetivo era reservar este conocimiento al pequeño grupo de iniciados. Es por eso que el texto se define ‘apócrifon’. Este término poco a poco se extendió y se convirtió en un uso general; comienza significando libro esotérico, oculto, reservado para unos pocos y termina siendo entendido como herético, es decir, que contiene doctrinas erróneas, contrarias a la enseñanza oficial de la Iglesia.
En el lenguaje corriente del mundo patrístico de los primeros siglos, llamar apócrifo a un texto significaba que era incorrecto, que contenía falsedades, no adoptables, peligrosas para leer; en cualquier caso, secundarias y marginales que no deben ser tomadas como un texto inspirado. Por tanto, no se creó una categoría de apócrifo por decisión, como si alguien hubiera tenido sobre una mesa una serie de libros y hubiera separado a unos los consideramos canónicos y a estos otros los consideramos apócrifos. Este esquema está bastante difundido en la mente de la gente, pero no es correcto.
El canon es el resultado de una elección ligada al uso de todas las comunidades; lo que no se usaba se llamaba genéricamente apócrifo. Se pueden imaginar que, en una sociedad antigua, donde las comunicaciones no eran nada fáciles, donde el texto tenía que ser re- copiado a mano cada vez, difundir un libro en todas las partes del Imperio Romano y hacer que fuera aceptado por todas las comunidades hasta el punto de que lo leyeran durante las oraciones oficiales, no era algo descontado, era algo muy difícil.
El hecho de que los 27 libros del Nuevo Testamento fueran, en cambio, conocidos por todos, en todos los lugares y siempre utilizados en las liturgias es una garantía que hubo efectivamente una amplia difusión de los textos considerados apostólicos, garantizados, fuentes creíbles de la enseñanza de Jesús y de sus primeros discípulos. En cambio, todos los demás escritos que se produjeron posteriormente, fueron particulares, es decir, vinculados a un grupo, a un movimiento, a una iglesia, tal vez, pero limitados a un sector, a una zona, a una región geográfica. Esos textos, por ejemplo, se divulgaron en Egipto, pero nunca llegaron a Siria, en Grecia, en Italia, en Francia. Permanecieron en el ambiente de Egipto. Del griego se tradujeron al copto y permanecieron como patrimonio de una pequeña comunidad que se fue extinguiendo poco a poco y se perdió porque se conocían sólo en un pequeño ambiente y no tenían una historia literaria de difusión.
Esto es lo que ha pasado con una infinidad de textos. Hay algunas novelas del siglo XIX que seguimos estudiando en la escuela y se publican continuamente, elegidas y traducidas a otros idiomas y, en cambio, hay muchas otras que se han impreso una vez y nunca más reimpresas y se encuentran sólo en algunas librerías y bibliotecas especializadas, y no se conocen. Entonces, también podríamos decir que son canónicos los libros que entran en nuestra literatura española, francesa e italiana… y todas las demás que se han escrito y están presentes, son apócrifos; están ocultos no porque alguien quiera ocultarlos sino porque no han tenido la fuerza de imponerse, no fueron textos famosos, no han sido reconocidos como textos dignos de ser elegidos, de ser propuestos a las nuevas generaciones como elementos formativos.
Antes de afrontar la lectura o presentación de los textos apócrifos del Nuevo Testamento me gustaría decir algunas cosas sobre los textos apócrifos del Antiguo Testamento y constatar un cambio de terminología importante. En el mundo protestante se llaman apócrifos los que nosotros los católicos llamamos deuterocanónicos. En el Antiguo Testamento, como dije al principio, nosotros los católicos hemos tomado los libros del canon alejandrino. El libro de la Sabiduría, el libro de Sirac, las historias de Tobías y de Judit, los dos libros de los Macabeos, el libro de Baruc son textos que los protestantes no consideran canónicos pero que a menudo publican en sus Biblias; así, se puede encontrar una edición de la Biblia del Antiguo Testamento con el título Antiguo Testamento con Apócrifos. Uno compra el libro y, en el catálogo de los apócrifos encuentra los libros de: Sabiduría, Sirac, Tobías, Judit… son aquellos libros que se encuentran habitualmente en nuestras Biblias.
De hecho, en el ambiente protestante, especialmente inglés y americano, los que nosotros llamamos apócrifos, ellos los llaman ‘pseudo epígrafes’, o sea, libros que tienen un título falso; son atribuidos a alguien sin haber sido realmente escritos por ese personaje. Estos dos volúmenes, por ejemplo, son la edición inglesa de la colección de libros pseudo epigráficos relacionados con el Antiguo Testamento; nosotros en castellano los llamaríamos ‘Apócrifos del Antiguo Testamento’; y estos son sólo tres de los cinco volúmenes que Paolo Sacchi ha publicado (y están traducidos al castellano) recogiendo los apócrifos del Antiguo Testamento. Es una terminología moderna.
Por ‘Apócrifos del Antiguo Testamento’ entendemos libros de la tradición judía, escritos durante la época en que fue escrito el Antiguo Testamento. Así, en general, pre-cristianos o del primer siglo después de Cristo. Son textos de la tradición judía, pertenecientes al mundo del judaísmo antiguo porque no todo lo que los judíos escribieron se ha convertido en la Biblia. La colección del Antiguo Testamento contiene algunos libros, pero muchos más fueron escritos. En general, todos estos textos no incluidos en el canon, se perdieron o permanecieron en traducciones de lenguas marginales.
Me gustaría mencionar el caso más importante que concierne a Enoc. El llamado Primer Libro de Enoc es un enorme volumen que contiene de hecho 5 libros, que podríamos llamar ‘Pentateuco Enóquico' (de Enoc). Estos cinco libros son de diferentes épocas; el primero se llama ‘Libro de los Vigilantes’; es el más antiguo, se remonta al siglo IV antes de que Cristo. Fue escrito en arameo, fue traducido al griego, tuvo una gran difusión. El que evangelizó Etiopía llevó, además de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, también los libros de Enoc y fueron traducidos al etíope clásico, el idioma llamado Ge'ez (ግዕዝ), fue la lengua hablada hasta los siglos X-XII y sigue vigente como lengua de la literatura y de la liturgia de la Iglesia etíope y se enseña en las escuelas eclesiásticas. La iglesia cristiana de Etiopía considera canónico el libro de Enoc que incluye cinco folletos: el libro de Vigilantes, el libro de las Parábolas, el libro de Astronomía, el libro de los Sueños y la epístola de Enoc.
Este texto fue siempre conocido, pero en etiópico. Los textos griegos no se reprodujeron, desaparecieron; y los textos arameos desaparecieron igualmente. El mundo judío y el mundo cristiano en la antigüedad, en la Edad Media y en la época moderna no consideraron estos textos. Permanecieron patrimonio de Etiopía y sólo en la época moderna, en 1700 entrando en contacto con el mundo etíope a través del colonialismo, una biblia en etíope fue traída a Inglaterra, fue traducida al inglés y se descubrió que tenía algunos libros más y el mundo cultural anglosajón en el siglo XIX descubrió el libro de Enoc, pero siguió siendo un patrimonio reservado a pocos.
Pienso que Tolkien, el autor del Señor de los Anillos, y otros libros importantes del género que decimos ‘fantasía’, tuvo la oportunidad de leer en Oxford estos textos y tomó el ejemplo precisamente de estas imágenes de las luchas de los ángeles buenos y malos para construir su enorme historia fantástica del mundo. La cosa se volvió mucho más interesante cuando en Qumram, a mediados del siglo pasado, se encontraron en las cuevas fragmentos en griego y arameo de los libros de Enoc. Por lo que se entendió que en realidad estos textos circulaban en el ambiente judío.
¿Qué decían estos textos? ¿Qué dicen?... Porque los tenemos a nuestra disposición. Los podemos leer tranquilamente, traducidos al castellano con extensos comentarios. Hablan de una contaminación angélica. La idea básica es que el mal en el mundo se extendió a causa de los ángeles rebeldes; un grupo de ángeles se rebelaron contra Dios y se unieron a las mujeres, dando a luz a gigantes que contaminaron la naturaleza, creando una situación de suciedad cósmica, de modo que la ruina de la tierra es causada por estas fuerzas angélicas. No es posible que el hombre salga de ella. La única posibilidad de salvación es una intervención de Dios.
Estos libros que nosotros llamamos apocalípticos, pero sería mejor llamarlos ‘enoicos’ porque están adheridos a un movimiento judío que conocemos como Enoquismo, esperaban el juicio de Dios. Enoc es un personaje que precede al diluvio, es el séptimo descendiente de Adán. Un grupo de sacerdotes judíos en el quinto o cuarto siglo antes de Cristo, se separó de los saduceos que escribieron el Pentateuco de Moisés, y tomaron como su santo patrón a este patriarca Enoc y le atribuyeron todas las visiones del mundo, especialmente del mundo angélico y en estos textos recogieron muchas enseñanzas esotéricas, extrañas, místicas que se conservaron durante siglos.
Y tenían otras obras que nacieron en el segundo y primer siglo antes de Cristo y el primer siglo después de Cristo; se hace una colección de todo esto. Si leen la Carta de Judas, uno de los textos católicos del Nuevo Testamento, en el versículo 14, se menciona al profeta Enoc y se hace una cita explícita de la introducción del primer libro de Enoc. No la encontramos en ninguna otra parte, excepto en la colección de los apócrifos del Antiguo Testamento.
Estos libros son muy útiles para entender el mundo judío porque son otra documentación de la forma de pensar de los judíos que vivieron en aquel tiempo y en ese ambiente. No solo tenemos el texto bíblico, sino que también tenemos otros libros, pero la tradición nos ha enseñado que estos deben ser considerados inspirados como revelación de Dios, los otros son el fruto de la elucubración, del pensamiento, del razonamiento de personas inteligentes, tal vez grandes filósofos, pero no deben ser tomados como una revelación de Dios.